Entre septiembre de 1852 y enero de 1853,
se desató en la villa la epidemia del cólera
morbos, que diezmó a la población en más de 2700 almas. Ante
la temible enfermedad, Don Facundo decidió buscar refugio
para su familia en
Cataluña, la tierra de
sus orígenes. Ya en Barcelona, la populosa
metrópoli del Mediterráneo español,
el pequeño Emilio realizó primeros estudios y bajo
la guía de su padrino Daniel Costa recibió
conocimientos de artes plásticas. Allí obtuvo
primer premio en un concurso convocado por una fábrica
para escoger el mejor diseño
de estampado.
Para 1857, ya de regreso en suelo natal, el
joven santiaguero matricula en las clases nocturnas del Colegio
San José –en la calle San Pedro baja # 17, actual
Lacret- bajo la tutela del
ilustre profesor
Francisco Martínez Betancourt. Mientras, y como hermano
mayor, debe trabajar durante el día para contribuir a la
manutención de la ya numerosa prole. En 1862, Don Facundo
compró un primitivo alambique al inglés
John Nunes, donde Emilio labora desde temprana edad. Esto le
impone abandonar los estudios para en lo adelante continuar una
educación
eminentemente autodidacta.
Los hombres que nacen en Cuba,
particularmente en las décadas de 1840 y 1850, tuvieron
ante sí una encrucijada histórica: dar
solución a las contradicciones cada vez más
enconadas entre criollos y españoles. El régimen
político impuesto por la
Corona mantenía a la Isla estancada en su progreso y
vejada en sus derechos. Este ha de ser el
compromiso generacional de las promociones cubanas de la segunda
mitad del siglo XIX: iniciar un largo proceso de
luchas por conquistar la independencia.
(FOTO # 1.- Pie de foto: Emilio
Bacardí con 30 años)
Producto a los
repetidos fracasos, las tentativas anexionistas y reformistas
fueron disminuyendo en número de adeptos. Se anteponen
para entonces dos corrientes ideológicas fundamentales:
los que defienden el autonomismo, posición que
pretendía el mejoramiento de la situación cubana
desde la órbita hispánica; y por otro lado, los
partidarios de la independencia, defensores radicales de las
doctrinas emancipadoras.
El 10 de octubre de 1868, en su ingenio La
Demajagua, el terrateniente Carlos Manuel de Céspedes, en
gesto heroico liberó a su dotación de esclavos y
convocó a los cubanos todos a luchar unidos por la
libertad.
Aquel hecho, inmortalizado en la historia nacional como el
levantamiento de Yara, encontró a Emilio con 24
años nimbados de anhelos patrios y gestos viriles.
Así terminó enrolándose en un movimiento que
en diciembre de 1868, pretendió tomar el Palacio de
Gobierno de
Santiago, deponer al Jefe del Departamento Oriental y constituir
una Junta de Gobierno, pero la acción
fracasó prematuramente. Aun corrió peligro de
muerte, cuando
se vio acorralado en los portales del café
La Venus, aledaño a la Plaza de Armas (hoy Parque
Céspedes), por los policías montados; quienes
blandían sus sables furiosamente contra aquellos valientes
que desafiaron a las autoridades en pleno centro
urbano.
Desde aquellos tiempos de peligro y por el
resto de sus días, dedicaría el patriota todas sus
energías a la causa cubana. A pesar de su juventud y de
su posición social relativamente acomodada, Bacardí
no se mantuvo ajeno a las exigencias de su tiempo. Su
espíritu indomable lo llevó a brindar el apoyo de
su inteligencia y
de sus esfuerzos: deliberadamente conspiró contra el
dominio
colonial en clubes separatistas, logias masónicas y con
cuántas vías tuviera para alcanzar los objetivos
motrices de la causa encendida por Céspedes.
Fracasada la llamada Guerra Grande
en 1878, los cubanos bien pronto reiteraron su inconformidad ante
la continuada explotación hispana. Los bravos gladiadores
Guillermón Moncada, José Maceo y Quintín
Banderas lanzan un nuevo grito de libertad en Oriente, hecho que
quedaría inscrito en los anales patrios como la Guerra
Chiquita, malogrado intento de alcanzar la soberanía. El fracaso de este movimiento se
debió a la falta de unidad y de elementos directrices, no
obstante sirvió para patentizar el propósito
irreversible de los cubanos. La nueva proeza encontró a
Bacardí –como siempre- en el puesto de
honor.
Convencidas de su acendrado patriotismo,
las autoridades locales dispusieron su detención, en
represalia a las protestas formuladas por Bacardí, ante el
maltrato dado a los prisioneros de guerra. El 9 de septiembre de
1879 fue sacado por la policía de su propia casa, sita en
la calle Trinidad baja # 12, y conducido a la Real Cárcel
de la ciudad (actual Oficina de la
Historiadora de la Ciudad) y de allí remitido al Castillo
del Morro. Estas jornadas de confinamiento en la tenebrosa
fortaleza debieron ser de constante amargura, pues
periódicamente aparecían frente a las mazmorras las
temidas cuadrillas encargadas de siniestras
ejecuciones.
Días después, el 4 de
noviembre, el general Camilo Polavieja, a la sazón
comandante de la provincia, dictó orden de
deportación para los ciudadanos desafectos al gobierno e
implicados en la insurrección. En el vapor
Villaverde fueron enviados hacia Puerto Rico y de
allí reembarcados en el vapor Antonio
López, para realizar el viaje hasta España.
Sería una fatigosa travesía de 14 jornadas, bajo
las ofensas de los centinelas, entre las náuseas,
deyecciones y el hacinamiento infrahumano de unos cincuenta reos,
sepultados en la sentina de la nave.
Por su inagotable amor a la
Patria y por defender los intereses colectivos, Bacardí
fue destinado al purgatorio del exilio: primero tuvo la ciudad
andaluza de Cádiz como prisión, allí
permaneció bajo estrecha vigilancia; luego fue confinado a
las remotas cárceles que tenía España en las
Islas Chafarinas, posesión próxima a las costas de
Marruecos; y por último, fue trasladado a Sevilla, hasta
excomulgar su pena en 1884.
Para el patriota santiaguero no
había más religión que profesar
el bien en cualquier circunstancia. Aun en medio de la desgracia
personal
practicó la solidaridad con
el necesitado. En el penal organizó junto a otros
exiliados una escuela para
impartir clases a los iletrados, en varias ocasiones
costeó con recursos
personales la adquisición de materiales y
alimentos para
otros. En más de una oportunidad, por su innata
rebeldía y su enfrentamiento a las injusticias cometidas
en su presencia contra otros detenidos, sufrió el castigo
de las galeras subterráneas. "La tiranía
política,
las desigualdades sociales, el orgullo humano, la ignorancia, la
miseria, el vicio, para él cada una de estas lacras
tenía un apóstrofe, un gesto de
rebelión."[2]
Devuelto a la libertad luego de cuatro
años de penurias, Emilio se dedicó a viajar por
varias regiones de España. Por estos lares fecundos su
alma adicta a
la sabiduría absorbió cuanto pudo y
robusteció su pensamiento
con ideas nuevas sobre el imperio político que
mantenía atropellada a su distante y amada tierra, por la
cual ya había sufrido muchas angustias.
De territorio ibérico pasó a
la luminosa Francia, pero
un trágico suceso puso fin a la excursión
devolviéndolo a Cuba: el 13 de mayo de 1885 había
fallecido víctima de fiebre
infecciosa, la señora María Lay, quien fuera su
primera esposa. Esta pérdida abrió profunda herida
en su alma, dolor acrecentado con la decadencia del negocio
familiar. Se vio tan afectado el ánimo de Emilio, que sus
amigos llegaron a temer por su vida. Ante tal
consternación, se fue a reponer energías en el
próspero cafetal Simpatía, el cual
administraba un cuñado y debió apelar a aquella
filosofía estoica que le mereció
entre sus íntimos, el alias de Epicteto.
Bacardí contrajo nuevas nupcias el
12 de julio de 1887, en el poblado de Alto Songo, con Elvira Cape
Lombard. Con el transcurso del tiempo, esta joven de 25
años se convertiría en la inseparable
compañera en la vida y la acción. Ella
brindó siempre su colaboración abnegada y fiel en
las múltiples empresas del
cónyuge, ya fueran actividades revolucionarias o acciones en
bien público. Doña Elvira fue la
resurrección de las potencias espirituales del esposo,
símbolo de la fémina progresista y magnífico
ejemplo de la mujer
cubana.
En esta etapa Bacardí militó
en el Grupo
Librepensadores "Víctor Hugo", núcleo integrado por
hombres con inquietudes políticas
y filosóficas, los que se reunían para discutir
temas y documentos de
carácter progresista, y donde figuraron
nombres como Federico Capdevila (el viril defensor de los ocho
estudiantes de medicina
fusilados en 1871) el eminente médico Felipe Hartmann y el
patriota Federico Pérez Carbó. Bacardí no se
dio reposo: propagandista incansable llevó a las
conciencias adormecidas la fiebre separatista, aprovechó
tertulias literarias y círculos espiritualistas para
promover el credo libertario.
En aquellas reuniones so pretexto de alimentar al amor por las
letras, estrechaba relaciones con hombres que sostenían
sus mismos ideales. Dichas veladas culminaban la mayoría
de las veces en homenajes a José
Antonio Saco, José María Heredia y otros
cubanos esclarecidos. Donde él estaba presente,
surgían las perspectivas de la libertad, pues
manifestó un culto desmedido por Cuba.
Como miembro de acaudalada familia y
empresario de
recursos económicos, no padeció las carencias
materiales que agobiaban a gran parte de la sociedad. No
obstante su vida fue como de eterna agonía y compromiso,
pues su Patria era esclava. A su amigo Federico Pérez
Carbó expresó en una ocasión: "tengo que
ir siempre corriente arriba"[3], haciendo
referencia con ello a luchar contra los grandes males colectivos.
No sintió Bacardí placer fuera del sacrificio
útil y del cumplimiento del deber.
Siempre correspondió a cuantas
empresas patrióticas solicitara su concurso, tanto
material como moral. Por eso
al aproximarse el inicio de una nueva gesta, una vez más
su bolsa y su corazón
estuvieron con Cuba. A mediados de 1893 acudió a Puerto
Príncipe, capital de
Haití, al encuentro del máximo organizador de la
Revolución
del 95, José Martí.
Grata impresión debió dejar el santiaguero en el
Apóstol cubano cuando este lo privilegió con el
calificativo de "amigo querido"[4]. A su
regreso, Bacardí amplió sus actividades
conspirativas.
El 24 de febrero de 1895 se produjo el
estallido glorioso de la llamada Guerra Necesaria, preparada por
Martí.
Volvía a brillar en los campos de Cuba Libre, gallarda y
redentora, la estrella solitaria de la bandera. Mientras en la
manigua, los mambises guiados por los magnos caudillos Antonio
Maceo y Máximo Gómez mellan la espada de Castilla,
en la ciudad santiaguera Emilio Bacardí se convierte en
uno de los más sobresalientes jefes de la clandestinidad
en Oriente y eficaz colaborador del ejército
mambí.
Como uno de los directivos del Club Patriótico
Moncada realizó acopios y envíos de armamento,
pertrechos, medicinas, colectas y avituallamientos;
contribuyó a la incorporación de nuevos soldados a
las filas insurrectas, y sirvió de enlace entre la manigua
y el exilio. Con el seudónimo Phoción, formó
parte del espionaje mambí, y como responsable de las
comunicaciones
en Santiago; estableció epistolario con notables paladines
locales como José Maceo. Una carta de
Phoción al citado General Maceo, con fecha 2 de octubre de
1895, refleja algunas de las misiones que cumplía como
agente secreto, entre las que estaban el estala
conformación de un sistema de
recaudaciones y envío encubierto de remesas hacia New York
para la compra de armas; así como la ayuda a los
compañeros de ideales que estaban confinados en el
Castillo del Morro. Asimismo sostenía correspondencia con
su compadre, el coronel Pérez Carbó, y con su hijo
mayor Emilio Bacardí Lay, quien militaba en el Estado
Mayor del Lugarteniente Antonio Maceo.
Conocidas sus diligencias comprometidas con
la causa separatista, le fue practicado un registro y
hallaron en su poder una
carta del Delegado del Partido Revolucionario Cubano,
Tomás Estrada Palma, dirigida a Plutarco
(seudónimo del patriota José Mestre Preval) en cuyo
sobre figuraban unos números escritos a grafito que
según afirmaron, formaban su nombre. Alegada su
complicidad con la insurrección, Bacardí fue
detenido el 31 de mayo de 1896 por el jefe de la policía
en persona y
sometido a proceso penal. Meses después, el 19 de octubre
fue trasladado con destino transitorio a La Habana, de
allí salió en el vapor Buenos Aires hacia
Cádiz y finalmente enviado, por segunda oportunidad, al
exilio-cautiverio de Chafarinas, donde estuvo recluido un
año.
En abril de 1898 el gobierno norteamericano
de William Mc Kinley decidió su intromisión en la
guerra hispano-cubana, conflicto que
sin dudas terminaría con la victoria de las armas
mambisas. So pretexto de ayudar a los cubanos a conquistar su
soberanía, Estados Unidos
intervino con los verdaderos intereses de anexarse la ansiada
Perla de las Antillas. El 16 de julio de 1898, bajo frondosa
ceiba en las Lomas de San Juan, a las afueras de la ciudad
santiaguera, fue firmada la capitulación entre el
ejército norteamericano y el español,
procediéndose a la entrega de la plaza. Tristemente se
produjo este acuerdo sin la presencia de los cubanos, aquellos
que habían derramado su sangre durante
treinta años de lucha contra el colonialismo
español.
Proclamado oficialmente el cese de la
dominación hispánica, los cubanos desterrados o
exiliados en otras naciones regresan a suelo patrio. El 6 de
agosto de 1898 retorna Emilio Bacardí, quien luego de
salir de prisión, había permanecido emigrado en
Jamaica junto a su familia. Como preclaro defensor del culto a
los héroes, trajo consigo dos lápidas de
mármol para ser colocadas en las respectivas tumbas de
Carlos Manuel de Céspedes y José Martí. Este
empeño constituyó el primer acto genuinamente
cubano por la veneración de los dos grandes de la
Patria.
El
Industrial
Entre sus singulares facultades tuvo Emilio
–siguiendo la tradición familiar- la de activo e
inteligente industrial. Bajo su pupila, lo que antaño
fuera un primitivo alambique se transformó en un consorcio
del ron que daría crédito
mayor a Santiago y al país a nivel
internacional.
Cuenta la historia que el intrépido
catalán Facundo Bacardí, padre de Emilio, con muy
pocos recursos pero con mucha ilusión fundó el 4 de
febrero de 1862 la primitiva fábrica. Se trataba de una
pequeña destilería con techo de hojalata, donde se
guardaban un antiguo alambique de hierro
fundido, algunos tanques de fermentación y otros tantos barriles de
añejamiento.
(FOTO # 2.- Pie de foto: Casa donde
radicó el primitivo alambique que dio origen al Ron
Bacardí en Santiago de Cuba, 1862.)
Lo que sí abundaba en aquel lugar eran los
murciélagos. Así, cuando doña Amalia Moreau,
la esposa de Facundo, observó que en el techo vivía
una colonia de los mamíferos alados propuso que fueran
adoptados como emblema del naciente negocio. Por entonces estas
criaturas tenían un singular significado, pues se alegaba
que para los aborígenes taínos –los ya
desaparecidos pobladores primitivos de Cuba- los
murciélagos eran símbolo de sabiduría.
Además, entre la población local estaba extendida
la creencia de que los murciélagos traían salud, fortuna y unidad
familiar.
Desde ese momento, el murciélago se
convertiría en el icono que llevaron las botellas de un
ron casi milagroso. Quizás la mitología popular ayudó al destino
futuro de la industria.
Pero lo cierto es que la fama que alcanzó en lo adelante,
el Ron Bacardí, fue resultado de sus sorprendentes
características como bebida fácil de
ingerir.
Prontamente adquirió fama la pequeña
empresa de
Bacardí en el mercado de
licores. Esto se debió a una fórmula muy particular
de producir la bebida, a tal punto que trascendería
prácticamente como un secreto de familia. A todos llamaba
la atención aquel ron suave y fino pero fuerte
y agradable a la vez; aguardientes cuidadosamente envejecidos,
gratos al paladar y sofisticados.
Muchos atribuyeron las extraordinarias cualidades del
ron a las aguas de la ciudad o a las mieles de la caña de
azúcar
criolla, otros a los barriles de roble o a la técnica de
añejamiento, y no faltaron quienes dieron fe a la buena
fortuna y poderes mágicos aportados por los
murciélagos. Lo cierto fue que por sus peculiares
características se convirtió el Ron Bacardí,
en una bebida sumamente apetecida. Sería este aspecto
esencial para que en el transcurso del tiempo, con la
inclusión de nuevas
tecnologías y una mayor expansión comercial,
aquella destilería arcaica y aparentemente poco rentable,
se transformara en una poderosa industria.
Luego de la muerte de
Don Facundo, por su condición de primogénito,
Emilio tomó las riendas del negocio familiar. Sin embargo,
debido a su labor conspirativa en contra del dominio
español, en más de una ocasión la
fábrica sufrió atentados y otros intentos de
sabotajes, para perjudicar su desarrollo.
Además, Emilio fue enviado al exilio en dos ocasiones,
circunstancias en la que la atención del negocio
recayó en sus hermanos menores.
Durante el período que fungió
como presidente de la empresa, en
las primeras décadas del pasado siglo XX, Emilio le
impregnó al negocio sus ardores incontenibles y su
espíritu renovador. A pesar de desenvolverse en un medio
donde primaban las relaciones de producción arcaicas y reñidas,
implantó un sistema por el cual participaban de las
ganancias todos aquellos que laboraban bajo el techo de la
fábrica.
Él sostenía que la
prosperidad de la formidable entidad dependía de las
relaciones con los subordinados, por eso mantuvo la paz y la
armonía entre sus trabajadores. No fue el típico
patrón ceñudo e inflexible, sino el amigo sincero y
colega de afanes, que supo ganarse la admiración y el
respeto de todos.
Según la opinión del historiador Francisco Ibarra
Martínez:
"Don Emilio era grande para enjugar las
lágrimas de sus obreros en sus tribulaciones; era grande
para aconsejar; grande con la benevolencia y tolerancia en sus
desaciertos. Su inagotable caridad le hacía una imagen divina y
majestuosa, imponente de verdadero amor a sus semejantes. Su
personalidad
era verdaderamente el tipo ideal del noble
capitalista."[5]
Durante toda su vida, demostró
Bacardí ser un adelantado a su tiempo, particularmente al
operar semejante revolución en su industria, y es que
poseyó una cualidad poco frecuente en hombres de negocios: su
grandeza moral. Otros patronos más acostumbrados al
materialismo
absoluto y al enriquecimiento ambicioso lo tildaron de insensato.
Pero ante la insidia siempre tuvo digna respuesta: "Hay tanto
mal en el mundo, por la falta de corazón de muchos
ricos."[6]
El mundo no tuvo fronteras para recibir su
exquisito elixir. El Ron Bacardí llegó hasta los
más diversos confines y más exigentes paladares.
Tiene en su historia múltiples condecoraciones en
exposiciones y concursos que avalan su fama internacional:
alcanzó medallas de oro en
Philadelphia (1876), Madrid (1877),
Chicago (1893), París (1889 y 1900), Buffalo (1901) y
Charleston (1902). Obtuvo Gran Premio en Saint Louis (1904), y
aun la mayor distinción Diploma de Oro en Bordeaux (1895),
La Habana (1911), Panamá
(1915) y Barcelona (1918). Sin dudas que supo imponerse entre las
bebidas de mayor consumo entre
los más fervientes "mascavidrios" de la época y
hasta la actualidad. Esta copla a modo de anuncio
sintetizó de manera simpática el sentir
popular:
"Desengáñate
Vicente,
que para estar gordo y sano,
hay que estar constante
con el BACARDÍ en la
mano.
Destruye cualquier gusano
o microbio que haya en caja;
con todo licor se faja
y no lo pueden vencer
por lo tanto hay que creer
que es ron de rompe y raja."
[7]
Bajo la imperecedera guía de su
fundador, la fábrica prosperó increíblemente
a principios del
siglo XX, por lo que durante esos años serían
construidos una nueva fábrica y modernos edificios que
fungieron como oficinas o centros de negocios. Asimismo el
consorcio Bacardí llegó a Barcelona, New York,
Puerto Rico y México,
entre otras partes del mundo, donde fueron abiertas sucursales y
fábricas para expandir su poderío comercial. Por
entonces ocurrió el lanzamiento de la famosa cerveza Hatuey,
la cual venía a reafirmar a la Compañía
Bacardí, como una de las más afamadas y vigorosas
empresas de bebidas dentro del mercado internacional.
El
Político
En febrero de 1878 fue firmado el Pacto del
Zanjón, con este hecho se puso fin a la
insurrección iniciada por Céspedes, el Padre de la
Patria; gesta que había significado diez años de
cruenta guerra entre mambises y españoles. Sin embargo, la
firma de ese tratado tuvo consecuencias funestas para los
cubanos, pues no contempló la independencia de la Isla,
objetivo
supremo por el cual se habían lanzado a la
armas.
Una vez conciliado dicho acuerdo, Emilio
Bacardí se inició en la carrera política
como Concejal del Ayuntamiento, elegido por el Partido Liberal.
Desde este puesto que asumió en enero de 1879, dejó
huellas de sus preocupaciones ciudadanas: presentó un
proyecto para
la colonización agrícola, propuso frenar y evitar
manifestaciones de incultura comunes en festejos populares,
trabajó por reducir la vagancia, reglamentó la
venta de billetes
de lotería con el fin de que este negocio no fuera
realizado por hombres saludables, sino más bien
restringido a viudas, ancianos e impedidos físicos, que no
pudieran ganarse la subsistencia de otro modo.
Luego de la llamada Guerra
Hispano-cubano-americana, conflicto acontecido en 1898 y que tuvo
como escenario principal, precisamente a la ciudad de Santiago de
Cuba, se materializó el despojo a los cubanos de la
verdadera independencia. Así los norteamericanos
comenzaron a manejar los hilos del país al antojo de sus
fines ocultos: crear condiciones para agenciarse los recursos
económicos de la nación.
Por ello, el gobierno interventor declaró disuelto el
Ayuntamiento de Santiago de Cuba y suprimido el gobierno de la
provincia de forma temporal; e incluso nombraron a un oficial
norteamericano como alcalde municipal.
Para agosto de 1898, Bacardí junto a
otros delegados del Club Moncada viajaron a Santa Cruz del Sur,
en Camagüey, sede por entonces de la Asamblea de
Representantes de la
República en Armas. Personificaba esta asamblea el
órgano representativo de los intereses emancipadores del
pueblo cubano, y por ello acudió Bacardí
allá, para intercambiar impresiones sobre la nueva
situación y buscar indicaciones.
De regreso en su ciudad, los emisarios
santiagueros solicitaron al mando interventor la creación
de un consejo consultivo local, encargado de aportar los
conocimientos que contribuyeran a la dirección estable y coherente de la
localidad. Quizás con el propósito de congraciarse
con los cubanos, el gobierno de ocupación promovió
una serie de nombramientos de oficiales del Ejército
Libertador y civiles de elevado prestigio, para hacerse cargo de
la
administración local.
(FOTO # 3.- Pie de foto: Bacardí en
su despacho como Alcalde de Santiago de Cuba, 15 de julio de
1901)
El 25 de noviembre de 1898 por sus crecidos
méritos fue designado por el mando norteamericano, el
señor Emilio Bacardí como alcalde municipal de
Santiago de Cuba. La proclama que inmediatamente dirigió
al pueblo constituía un plan
mínimo de gobierno. Entre sus principales
propósitos estaban: fomentar el desarrollo
comunitario, brindar trabajo hasta
donde fuera posible a aquellos que lo merecieran y atender con
todos sus esfuerzos los intereses locales; en tal sentido
advirtió: "Cada habitante encontrará en
mí un amigo" y concluía: "La unión
de todos será la mejor garantía de nuestro
porvenir."[8]
En la noche del 30 de noviembre,
Bacardí fundó la llamada Asamblea de Vecinos.
Nacía bajo la sombra de siglos de dominación
española, que habían enraizado la incapacidad del
criollo para autogobernarse y ante las indecisas pretensiones
norteamericanas de anexarse la Isla. A través de esta
organización, los propios santiagueros eran
quienes planteaban medidas y ejecutaban proyectos en pos
del florecimiento de la urbe. Aquella junta local
constituyó una irrefutable demostración de que pese
a las convulsas circunstancias, tenían los cubanos plenas
capacidades para ejercer gobierno propio.
Desde su puesto como alcalde, Don Emilio
puso a prueba su dignidad y
capacidad de trabajo, pues recibió la compleja tarea de
reanimar una ciudad devastada por la guerra, plena de
necesidades, convertida en inmenso foco de insalubridad, abatida
por las epidemias de cólera y fiebre amarilla. Teniendo
como normas de
conducta la
honestidad y la
justicia,
realizó una extraordinaria gestión: fundó instituciones
culturales, abrió escuelas y bibliotecas para
pobres, hospederías y casa de beneficencia para
desamparados, mejoró el estado de
sanidad, reparó y construyó calles,
restableció servicios
públicos, emprendió un plan de mejoras en la
urbanización y todo, con un celoso control del
erario público.
En apenas ocho meses que duró su
mandato, el ejemplar político moralizó la administración e impulsó numerosas
obras y disposiciones que dieron un vuelco total a la
situación de la urbe. Todo lo ordenó, trazando el
trillo generoso del humanismo;
fiel a su admirable principio de que: "[…] Gobernante
es servidor del
pueblo y no el amo."[9] Por su
carácter antidogmático tuvo contradicciones con el
entonces gobernador provincial y renunció a tan alta
responsabilidad, dejando una huella ejemplarizante
de talento y vergüenza.
En gesto memorable, el 1ro de junio de
1901, Bacardí resultó electo en votaciones
populares, para el cargo de alcalde, con el 61% de los sufragios.
De esta manera el pueblo santiaguero ratificaba su grandeza,
coronaba sus virtudes y premiaba su amor por el suelo natal.
Aprovechó este nuevo mandato, aunque esta vez de cuatro
años, para llevar a cabo los proyectos inconclusos de su
período anterior, y que con urgencia reclamaba la
urbe.
Así ordenó los servicios
comerciales, reabrió la Academia de Telegrafía,
promovió la construcción de aceras, dictó bandos
contra el derroche de agua, la
marginalidad y
los habitantes callejeros, hizo preservar y embellecer sitios
importantes, firmó leyes a favor de
la disminución del ruido
ambiental y el desorden, electrificó parte de la ciudad, y
manifestó especial desvelo por elevar la educación y
cultura del
pueblo.
Una vez más, Emilio Bacardí
depositó todos sus empeños y al concluir su cargo
como Mayor de la ciudad, dejaba pautas imborrables dentro de la
política nacional, por su honradez suprema, elevado
patriotismo y sus rectos procedimientos.
No comulgó con actos de corrupción e indecencia, enfrentó
con valentía a los partidarios del desenfreno y se opuso
rotundamente al menoscabo de las correctas normas cívicas.
Él que tenía firmeza moral suficiente y estaba
respaldado por una vasta hoja de servicios a la Patria,
acostumbraba a aconsejar: "Opongamos al valor de los
malos, que es el cinismo, el valor de los buenos que es el
civismo."[10]
Por ejercer fielmente sus principios,
recibió los dardos ponzoñosos de algunos que lo
tildaron de violento e impulsivo, por tomar medidas en contra de
todo aquello que lesionara la decencia y los intereses
ciudadanos. Su contesta lo enaltece ante la historia: "Pienso
que no es verdad. Pero si alguno para hacerme desistir usara ese
argumento con este fin, habré de responderle: Bendita
violencia que
me permite amar mi tierra, más que mis intereses
propios."[11]
En 1906 Bacardí recibió su
nombramiento como senador de la República. Durante el
cumplimiento de sus deberes legislativos continuó
laborando por el bienestar social: propuso proyectos de leyes
para proteger a los obreros y sus familiares en caso de accidentes,
para aceptar la validez del matrimonio civil
y para el funcionamiento de asilos infantiles. Ante la gravedad
de los acontecimientos de la llamada "Guerrita de agosto" de
1906, Bacardí fue uno de los pocos congresistas que
solicitó la renuncia del presidente Tomás Estrada
Palma para evitar la segunda intervención norteamericano.
Como buen cubano que era se opuso al nuevo gobierno de injerencia
y explicó su postura en una proclama, donde
manifestó su tradicional pensamiento nacionalista. El
eclipse de la nación
motivó su renuncia del escaño senatorial, y vuelve
al ejercicio de la militancia en partidos de su ciudad natal,
hasta que en el año 1909, decide retirarse de la actividad
política. Pasa a dedicarse entonces al fomento de otras de
sus pasiones: la literatura y la
historia.
El Literato y
artista
Como hombre de
letras Emilio Bacardí dejó varias obras escritas
que no han recibido justa valoración y que por tanto, bien
merecen la atención pública y especializada. Aunque
se da a conocer como narrador a la avanzada edad de 66
años, ya había incursionado en el mundo de las
letras desde 1867, cuando con apenas 23 años, obtiene
mención con la memoria
"Conveniencias de reservar a la mujer ciertos
trabajos", en certamen convocado por el Liceo de Puerto
Príncipe (actual Camagüey). Además de haber
colaborado en numerosas publicaciones periódicas de su
época.
En su novela Vía
Crucis, salida a la luz en dos
partes: Páginas del Ayer (1910) y Magdalena (1914)
Bacardí recrea la guerra separatista de los Diez
Años y los efectos negativos que esta significa para el
desarrollo de la hacienda cafetalera del linaje Delamour.
Constituye esta obra un auténtico cuadro de la
tétrica situación social de entonces, pues el autor
establece paralelismos entre la decadencia de la familia de
origen francés y las desgracias que padece la
ciudad.
Doña Guiomar, publicada en dos tomos
entre 1916 y 1917, representa una viñeta colonial donde se
narran sucesos acontecidos en el Santiago del siglo XVI. Basada
en la viuda de un tesorero de la corte, se interrelacionan
personajes reales y ficticios que revelan las ambiciones y
virtudes de los hombres de la conquista,
destacan las crueldades a que eran sometidos los
aborígenes y negros esclavos, se describe el ambiente
natural de la aldea; así como la situación turbia,
los localismo, odios y chismorreos comunes de una villa emergente
de ultramar.
Otro de sus ingenios espirituales es
la novela
Filigrana (publicada completa en Cuba, en1999, con su segunda
parte El doctor de Beaulieu). Esta es una historia de amor e
incesto, cuya trama se desarrolla en el Santiago del 1800 y que
refleja la inserción de los emigrados franco-haitianos en
el concierto local; además evidencia elementos
románticos y el telón costumbrista. Una entrega
más, llena de valores
éticos y estéticos, de ese insigne hombre que
según el literato cubano Ricardo Repilado: "[…]
fue un espléndido creador de personajes. Su técnica
de caracterización nada tiene que envidiar a los
más renombrados narradores cubanos que fueron sus
coetáneos."[12]
Mucho menos referida es la incursión
de Don Emilio en la dramaturgia. En este difícil arte tiene obras
como "¡A las armas!", juguete cómico en un acto, con
tono de arenga independentista, ubicada en la vertiente del
teatro
mambí y representada en 1898 durante la estancia del autor
en Jamaica. "¡Al Abismo!" es un drama naturalista en tres
actos, estrenado en febrero de 1912 por la compañía
de la actriz mexicana Virginia Fábregas, en el Teatro
Oriente. Según la crítica
especializada esta obra verifica que: "[…]
Bacardí llegó a dominar el lenguaje
escénico de su momento, asumiendo creativamente la
dramaturgia europea de su época."[13]
Otras piezas de este tipo fueron "Casada, virgen y mártir"
(escenificada por una compañía española en
el Teatro Aguilera, el 26 de enero de 1920, con el
subtítulo "La Mártir") y "La Vida", entre
otras.
Frutos también de sus fruiciones
literarias son: Florencio Villanova y Pío Rosado, apuntes
biográficos sobre dos revolucionarios santiagueros, sus
amigos y compañeros de ideales; De Cuba a Chafarinas,
testimonio de su odisea como prisionero político y los
sinsabores del destierro; Hacia tierras viejas, relato hermoso de
su viaje por regiones de Europa, Medio
Oriente y Egipto;
Cuentos de
todas las noches, compilación de instructivas fábulas
dedicadas a los niños;
y La Condesa de Merlín, trabajo que le valió su
ingreso a la Academia Nacional de Artes y Letras, en
1920.
Pero a pesar de su prolija creación,
la obra más celebrada ha sido Crónicas de Santiago
de Cuba, compilación en diez valiosos volúmenes del
devenir histórico de la ciudad y sus hijos, desde los
tiempos de su fundación por Diego Velázquez hasta
la instauración de la etapa republicana. Gracias a su
sensible intuición, Bacardí rescata en estas
páginas cantos, poemas,
leyendas,
hechos y personajes, valores de identidad
local, testimonios de nuestras raíces, que hubieran
desaparecido irremediablemente. De ahí que por sus
características particulares, haya sido considerado como
texto
fundacional de la historiografía santiaguera.
Latente en toda la obra bacardiana
está el arraigo patriótico. Con exagerada modestia
quizás, manifiesta en sus prólogos y advertencias
que no son sus obras tan refinadas como las de un consagrado,
sino que el mayor aporte de su quehacer literario radica en haber
legado a la posteridad, los protagonistas y perfiles del ayer,
como aporte al patrimonio
histórico-cultural.
Por su exquisita sensibilidad todo lo vio
desde la órbita del artista y en todo puso su entusiasmo e
innata vocación de creador. Desde joven fue cultivador del
dibujo, en
ocasiones se le veía inmerso en agradables trazos.
Llegó a pintar celebrados óleos y acuarelas
–como La Giralda y La torre de Don
Fadrique– que si bien no hicieron gala de la calidad de un
profesional, al menos demostraron las grandes dotes del
aficionado. Esta pasión por las artes plásticas la
ejerció mayormente en sus horas de exilio; así
durante, durante su estancia en Sevilla aprendió el
modelado de la cerámica, destacando por sus habilidades y
buen gusto.
Aunque opacada, es cierta su
incursión en el periodismo.
Emilio Bacardí colaboró en importantes
publicaciones periódicas de su época, y no solo en
Santiago, sino que trabajos suyos aparecieron publicados en La
Habana, Camagüey y Manzanillo. Así, artículos
suyos vieron la luz en periódicos como: El
Oriente (1867), La Aurora Literaria, El
Bejuco (1869 y fungió como director), El
Espíritu del Siglo (1887) y El Deportado
(1897, manuscrito elaborado en la prisión de Chafarinas).
Durante las dos primeras décadas del siglo XX
colaboró para los periódicos La
Independencia, El Álbum y El Cubano
Libre; así como para revistas de importancia, entre
las que estuvieron: Revista Bimestre Cubano,
Social y Cuba Contemporánea.
Era Bacardí periodista de
fácil pluma, impregnaba a sus artículos un acento
mordaz, sabía ejecutar la crítica oportuna,
conservando los valores
éticos pero tratando de llegar a las entrañas del
problema. Cumplía así con el papel que debe
desempeñar el profesional de la prensa dentro de
la sociedad. Sin dudas fue él un admirable exponente del
periodismo de su época, y como tal fue congratulado con el
título de Presidente de Honor de la Asociación de
Reporters de Santiago de Cuba. Así lo calificó el
historiador Ibarra: "Sus artículos como sus discursos
adoptaban un tono irónico, con esa ironía que llega
a lo profundo, sin que se sufra para nada la corrección y
la cultura del que sabe exponer con elegancia y
maestría."[14]
El
Mecenas
Alentado por su frenético
espíritu de cultura y progreso, encaminó muchos de
sus esfuerzos a levantar el alma pública a través
del rescate y conservación para las próximas
generaciones, de los valores patrimoniales tangibles e
intangibles; por lo que ha sido considerado uno de los arquetipos
de promotor cultural. Consagrada su existencia a la percepción
de las necesidades y pulsaciones de su pueblo, Bacardí
ejecutó e impulsó iniciativas que aún
perviven para orgullo y beneplácito de toda la
nación.
Al concluir la epopeya del 95, se le vio
sirviendo una vez a Cuba, esta vez por medio de la
consagración de hombres y hechos con monumentos. De ellos
el más edificante y simbólico fue el Museo
Municipal, primero de su tipo en el país, con una biblioteca
adjunta. La institución socio-cultural quedó
inaugurada el 12 de febrero de 1899 en la calle Santo
Tomás # 25, con asistencia del propio Leonard Wood (a la
sazón Gobernador Militar del Departamento Oriental) y
demás autoridades territoriales.
Gracias a su paciente entrega y esmerada
labor de mecenas, hoy se conservan valiosas reliquias
pertenecientes a los protagonistas de nuestras guerras
independentistas, objetos antiquísimos de los primeros
años de la conquista española, piezas
arqueológicas de las culturas aborígenes, documentación histórica de
incalculable valor. Existen además objetos
exóticos, representativos de milenarias civilizaciones,
siendo de ellos el más deslumbrante, una momia de
princesa, traída desde la mítica tierra de faraones
y pirámides. Completa la majestuosa colección, una
preciosa exposición
de artes plásticas, entre la que destacan algunas obras
provenientes del afamado Museo del Prado y firmadas por ilustres
pintores europeos.
En diciembre de 1900, el museo fue
trasladado para los altos del inmueble número 13, de la
calle San Francisco. Allí radicó hasta finales del
año 1903, cuando pasó a Enramadas # 25,
aledaño al reputado Teatro Oriente. Ninguno de estos
locales reunía las condiciones adecuadas para la
preservación de esas colecciones de tanto valor, las
cuales para esa fecha se habían visto considerablemente
aumentadas. Por ley
fatídica del destino, Don Emilio no pudo ver materializado
su sueño de dotar al museo con un inmueble moderno y
adecuado a sus fines culturales; proyecto que fue ejecutado bajo
la celosa tutela de su esposa Elvira Cape, y llegó a feliz
término el 20 de mayo de 1928, cuando quedó abierto
el imponente edificio que ocupa en la actualidad. Desde entonces
ha destacado el museo como un centro de educación y
cultura, y como expresión permanente de gratitud al
insigne fundador.
(FOTO # 4.- Pie de foto: Museo Emilio
Bacardí.)
Hombre noble y humanitario, Emilio
Bacardí practicó el bien por puro placer, sin
ambicionar más recompensa que la satisfacción de su
conciencia y el
beneficio de sus conciudadanos. Por ello, por su estirpe
altruista ha trascendido como una de las figuras cimeras de la
promoción cultural en Cuba. Bajo la pupila
del gran filántropo fueron fundadas la Academia de
Bellas Artes y
la Banda Municipal, las que alcanzaron enorme repercusión
dentro de la sociedad local por sus magníficas
representaciones artísticas.
Ya en 1889, como miembro de la Junta
Heredia, había realizado ingentes esfuerzos por salvar la
casa natal del poeta José María Heredia y para
cambiar el nombre de la calle en donde estaba ubicada, por el del
Cantor del Niágara. Esta sería la primera calle en
Cuba, que llevaría el nombre de un patriota. En sentido
general, Bacardí promovió la creación de
instituciones orientadas al desarrollo cultural e intelectual de
la población, y especialmente de la juventud.
Cual recompensa a sus elevadas cualidades
intelectuales
y humanas, tuvo también el mérito de pertenecer a
distinguidas instituciones sociales y culturales de su tiempo.
Además de la Academia de Artes y Letras, fue miembro de la
Academia de Historia de Cuba, fue directivo durante varios
años del Ateneo Cultural de Santiago de Cuba, presidente
de Honor de la Juventud Nacionalista de Oriente; así como
Presidente del Comité Pro Santo Domingo, en defensa de la
causa emancipadora de la hermana nación, intervenida
entonces por Estados Unidos.
Fruto de su amor por las más
auténticas costumbres nacionales es la instauración
–aunque por idea original de su coterráneo
Ángel Chichí Moya- de la Fiesta de la
Bandera. De una generación a otra ha perdurado felizmente,
esta tradición de izar la enseña nacional en el
Ayuntamiento, frente al céntrico Parque Céspedes,
como símbolo de renovación del amor y el compromiso
del pueblo santiaguero con la Patria, ante el advenimiento de
cada nuevo año.
Asimismo inmortalizó hombres y
hechos con recuerdos imborrables: erigió monumentos,
develó tarjas y placas en distintos sitios vinculados a
personalidades y sucesos de relevancia histórica,
encabezó homenajes a héroes y efemérides
importantes. Él insistía: "Los pueblos
necesitan para ser cultos y grandes […] la
consagración por el arte de aquellos que, por amor a
nosotros, no vacilaron un solo instante en sacrificarlo todo por
nuestro futuro bienestar."[15]
En fin, prestó su servicio
denodado en toda actividad encaminada al embellecimiento de la
ciudad y al enaltecimiento intelectual de sus habitantes.
Él ejecutó e impulsó iniciativas que
aún perviven para orgullo y beneplácito no solo de
Santiago, sino de toda la nación cubana. Esos principios
quedaron manifiestos en estas palabras: "Para mí, con
toda sinceridad se lo digo, no hay más que una
religión: La Patria y después de esta mi ciudad
natal siempre tan mal juzgada y tan
condenada."[16]
Tanto dentro como fuera del gobierno,
Bacardí se entregó en tesonero empeño a
engrandecer la tierra de su devoción. Él lo dio
todo por su ciudad y el pueblo sufrido. Profesó por esta
causa un amor insuperable, aun mayor que sus propios intereses.
Amigo de todos, cultor de las correctas normas de vida y
encendedor del patriotismo regional, Bacardí
encarnó una especie de cacique urbano, de Quijote criollo.
Por ello, en virtud a sus merecimientos y servicios por la
ciudad, el 21 de marzo de 1906, fue declarado por el Ayuntamiento
como Hijo Predilecto de Santiago de Cuba.
El Hijo
Predilecto
Sus últimos días los
vivió en su pintoresca finca de recreo, cuyas puertas
estuvieron siempre abiertas para quien demandara conocerlo.
Allí todo peregrino halló gentil hospitalidad y
deleitó un placentero concierto entre arte y naturaleza,
conformado por las esculturas y fuentes
decoradas a las sombras de los árboles
de mangos. En su regazo campestre el venerable septuagenario
compartía la alegría de vivir rodeado de sus
nietos, gustaba de comer guisados en las tardes de ocio y
compraba ocasionalmente un billete de la lotería para
invertir en obras públicas aquello que el azar estimara
concederle.
El lunes 28 de agosto de 1922, cuando
el sol se
ocultaba entre el lomerío, expiró el
benemérito patricio Emilio Bacardí Moreau.
Quizás temeroso de que le sorprendiera la muerte lejos de
la tierra de sus amores, había rechazado viajes al
extranjero con el fin de reponer su quebrantado estado de salud.
En su quinta Villa Elvira, en el poblado de Cuabitas, a los 78
años era vencido por una dolencia cardiaca. Al abandonar
la existencia terrenal dejaba un hermoso legado de altruismo,
pulcritud, modestia, dignidad ciudadana, de coraje y audacia, de
magnánimos sentimientos humanos.
La infausta noticia trascendió
rápidamente, llenando de consternación y tristeza a
todos. Desde los más humildes hasta los más
encumbrados sectores de la sociedad santiaguera experimentaron un
profundo dolor ante la terrible pérdida. El pueblo
conmovido se volcó a las calles para acompañarlo
hasta su última morada, protagonizando una de las
más grandes manifestaciones de duelo vistas en esta ciudad
en todos los tiempos. Sin distinciones de razas, religiones ni
banderas, los santiagueros todos se quitaron los sombreros y
humedecieron sus pañuelos, en merecida despedida a su
primer alcalde. La ciudad sin consuelo lloraba la partida del
Hijo Predilecto, como viuda de afectos y
protección.
(FOTO # 5.- Pie de foto: Periódico
local informa el fallecimiento de Emilio
Bacardí.)
Según reseñó el
periódico local Diario de Cuba, una
exclamación de dolor inmenso fue lanzada
unánimemente por todo el pueblo ante el cadáver
amado, el sentimiento estalló como pocas veces, de manera
uniforme e idéntica en todos los corazones. Emilio
Bacardí era idolatrado y venerado cual reliquia viviente.
Fue bajado al sepulcro entre una lluvia de lágrimas y
flores.[17] ¿Pero cómo fue visto el
santiaguero desde la óptica
de sus compatriotas? He aquí expresiones de su
trascendencia.
"Él tenía derecho a esta
gigantesca manifestación, reveladora de una extraordinaria
sensación de público dolor.
Por su alma sencilla, por sus elevados y
generosos sentimientos, por su vocación altruista y
filantrópica; por su acendrado patriotismo y su amor
insuperable a ésta, su ciudad natal; por la tesonera
persecución de propósitos que ennoblecieran la
tierra de su devoción, puso a contribución sus
actividades, y así lo vimos en sus muchos aspectos, como
gran industrial y comerciante, novelista, benefactor, dramaturgo,
cronista, político, y por encima de todas esas prendas
valiosas patriota excelso e
inmaculado."[18]
Estas palabras del abogado santiaguero Lic.
Antonio Bravo Correoso en la despedida del duelo, resumen la
valía de aquel hombre íntegro, que bien supo
desempeñar un rol protagónico en el difícil
contexto que le tocó vivir; y logró sobresalir como
el mayor velador del escenario local. La voz del licenciado
hacía eco del sentimiento de pena popular. También
en el acto de inhumación dedicó sentidas
líneas al finado, el dominicano amigo de Martí,
Federico Henríquez y Carvajal, quien definió a
Bacardí como "un diamante de múltiples
facetas."
A la mañana siguiente de su deceso,
los periódicos locales dedicaron sus ediciones al
tratamiento de la lamentable noticia. Con grandes titulares el
periódico El Cubano Libre refirió el
suceso: "Emilio Bacardí será inmortal en el
corazón de sus compatriotas", "A la memoria del gran
patricio y benefactor", "Homenaje póstumo de Cuba a su
egregio hijo." Por su parte el Diario de Cuba
reseñaba en mayúsculas: "HA MUERTO UN GRANDE DE LA
PATRIA." También publicaciones de otras provincias
dedicaron planas al suceso, como: los capitalinos Diario de
la Marina, La Libertad y El Mundo; los
periódicos manzanilleros La Montaña y
La Tribuna, entre otros. Durante el mes de septiembre
los rotativos publicaron mensajes de condolencias y
artículos necrológicos, testimonios de
admiración y homenaje, llegados desde distintos lugares
del país y el extranjero. Los cubanos todos estaban de
luto.
Sin dudas, fue Bacardí una de las
personalidades más distinguidas del período
finisecular e inicios de la etapa republicana. De ahí que
notables figuras de la intelectualidad nacional emitieran sus
criterios y sentimientos sobre el multifacético
santiaguero. Por ejemplo, el prestigioso hombre de letras
Fernando Ortiz, amigo y discípulo del viejo Don Emilio, le
dedicó una conmovedora crónica donde
expresaba:
"Bacardí fue sapiente sin
petulancia, erudito sin arideces, novelista sin espejismos,
enérgico sin exhibiciones, libre pensador sin cautelas,
constante sin tozudeces, paterno sin flaquezas, y cubano, siempre
cubano…
¡Morir ahora, cuando en Cuba apenas
si hay ya cubanos!
¡Qué desconsuelo!
¡Qué soledad!"[19]
Para el también renombrado
intelectual Fernando Portuondo, Bacardí fue: "(…)
un hombre bueno, que supo ser generoso, patriota y optimista en
la hora en que la generosidad, el patriotismo y el optimismo
parecían otras tantas utopías
(…)"[20]
Durante aquellos años de
República mediatizada, de gobiernos corruptos y
subordinados a intereses foráneos, la figura de Emilio
Bacardí sería exaltada por muchos como
símbolo de virtudes y patriotismo. Su amigo y compatriota
Pérez Carbó manifestó la importancia de su
trascendencia en aquellas horas de eclipse de la Patria:
"¡Que tenga muchos imitadores; que sirva su
desinteresada ejecutoria de norma y guía en el pecho de
cada cubano, y Cuba será
rehabilitada!"[21]
Para la década de 1950, sentimiento
análogo fue expresado por el historiador Francisco Ibarra
Martínez:
"Hombres de sus virtudes, de sus principios
y de su firmeza moral son los que nos hacen falta. Para indicar o
insinuar lo que ansiamos indudablemente que tenemos que poner
como ejemplo valioso y excepcional el de este patriota honesto,
capaz y valiente, que en todas las circunstancias puso sobre los
intereses materiales sus anhelos de gloria y grandeza para Cuba,
pero muy especialmente para su querido
Santiago."[22]
La existencia terrenal de Emilio
dejó una impronta edificante. Su accionar incansable le
aseguró la admiración y el respeto de sus
contemporáneos. Por todos ellos fue visto como genuino
exponente de aquella pléyade de padres forjadores de
nuestra cubanía. Y es que Bacardí fue un verdadero
hombre de su tiempo y aun más allá:
"Bacardí era un hombre de todos los
tiempos. Jamás admitió claudicaciones en sus ideas:
las profesó libremente y abiertamente, poniéndose
frente a todos los convencionalismos. Fue la virtud personificada
y el bien hecho verbo y hecho carne. Fue un patriota sin tacha y
sin miedo. Y su corazón de hombre libre supo palpitar
junto al de todos los oprimidos, rebelarse contra todas las
tiranías, y defender el derecho de los más
débiles. Sírvanos su ejemplo de norte y de
guía, e inspirémonos en sus
virtudes."[23]
He aquí la egregia figura de Emilio
Bacardí: patriota inclaudicable, hombre desprendido,
alcalde modelo,
literato, periodista, cronista, industrial, filántropo. Un
auténtico orgullo santiaguero, por sus magníficas
virtudes, sus convicciones ciudadanas, su infinito amor a la
tierra natal que se perfiló en idolatría. Su ciudad
natal fue para él una preocupación constante, la
verdadera y obsesionante pasión de su admirable
existencia, una esperanza perenne, una joya preciosa. Él
esperaba un mañana hermoso, de sol fecundo, tenía
fe en un futuro de ciencia y de
virtud.
Lamentablemente en los tiempos actuales,
pese a sus numerosos méritos para ser valorado cual piedra
preciosa, el nombre del Hijo Predilecto de Santiago de Cuba es
apenas conocido entre hojarascas; y su vida y obra vagamente
tratadas desde perspectivas especializadas. ¿Acaso hombre
tan excelso no merece el reconocimiento de las presentes
generaciones?
Cabe a las nuevas promociones situarlo en
el panteón de nuestros héroes sagrados. Por eso
siempre hablo con orgullo y devoción de aquel santiaguero
universal, que jamás realizó acto alguno que no
significara honra y prez para Santiago de Cuba. Su larga y
fecunda trayectoria fue una ofrenda perenne ante el ara de la
Patria. Es deber de las presentes hornadas de cubanos el deber de
justipreciar y rescatar tan notable figura histórica,
situar en el lugar que le corresponde por su honor y gloria, a la
imperecedera humanidad de Emilio Bacardí
Moreau.
Conclusiones
El presente análisis nos permite aseverar que fue
Emilio Bacardí Moreau un verdadero hombre de su tiempo, y
aun más allá. Insigne patriota, ciudadano ejemplar,
mecenas, promotor cultural, historiador apasionado, escritor
atractivo, periodista mordaz, político modelo y
célebre empresario. Dejó un hermoso legado de
pulcritud, honradez, modestia, moral ciudadana, de elevados y
generosos sentimientos, de coraje y audacia; venciendo las
hostiles circunstancias de su época y cumpliendo a
plenitud con la misión de
todo humano durante su existencia, para que después de la
muerte, sea recordado su nombre con admiración y
respeto.
He aquí las múltiples facetas
y valores que hicieron de Bacardí un hombre virtuoso.
Auténtico orgullo de esta región oriental, por sus
magníficas virtudes, por sus convicciones ciudadanas, por
manifestar un amor ilimitado a su ciudad natal, que se
perfiló en idolatría. Él encarnaba una
especie de joya preciosa, de reliquia viviente, fue una suerte de
talismán para Santiago de Cuba. Por eso, mucho más
debieran las actuales generaciones conocer sobre la vida y la
obra de este egregio santiaguero, para que les sirva de
guía su ejemplar trayectoria.
Al concluir el presente trabajo podemos
aseverar que lamentablemente, en los tiempos actuales es
Bacardí una figura desestimada por la
historiografía cubana. ¿Acaso merece semejante
afrenta quien tanto obró por el bien de sus compatriotas y
de las futuras generaciones? Por eso, es deber de la nueva
hornada de cubanos, con decoro y justicia, pues consolidar y
elevar hasta el pedestal sagrado que le corresponde al venerable
patricio.
Por lo anteriormente expuesto, recomendamos
que sea reconocido, el benemérito Emilio Bacardí
Moreau, por sus indiscutibles méritos y aportes, como uno
de los grandes héroes de la Patria, y en correspondencia,
debiera aparecer su nombre con letras doradas, en cada libro que
reseñe con imparcialidad, las hermosas páginas de
la Historia de Cuba.
Autor:
Lic. Igor Guilarte Fong
(FOTO PORTADA.- Pie de foto: Emilio Bacardí Moreau
(1844-1822))
Referencias bibliográficas
[1] Federico Pérez Carbó: en
periódico El Cubano Libre, 13 de septiembre de 1922,
p.1.
[2] _________________: "Carta a Eduardo Abril
Amores" (Director) en periódico Diario de Cuba, 3 de
septiembre de 1922, p.1.
[3] Ibidem.
[4] Ver: José Martí: "Carta a
Emilio Bacardí", Obras Completas, Tomo 20, p.470.
Editorial Ciencias
Sociales, La Habana, 1975.
[5] Francisco Ibarra Martínez: "Don
Emilio Bacardí Moreau" en Revista El
Caserón #3, junio de 1967, p.6.
[6] _____________________: "Don Emilio
Bacardí Moreau" en Revista Rotaria, mayo de 1952,
p.16.
[7] Carlos Forment Rovira: Crónicas de
Santiago de Cuba. Era republicana. Tomo I, p.182. Editorial
Arroyo, Santiago de Cuba, 1953.
[8] "A los habitantes de Santiago de Cuba",
Apud Emilio Bacardí Moreau: Crónicas de Santiago
de Cuba, Tomo 9, p.125. Tipografía Hermanos Arroyo,
Santiago de Cuba, 1925.
[9] Mario Romaguera y Sara Inés
Fernández: Santiago de Cuba, Ciudad Bravía,
p.160. (Compilación). Editorial Oriente, Santiago de
Cuba, 1983.
[10] Francisco Ibarra Martínez: "Don
Emilio…" Revista Rotaria. Op. Cit.
[11] Miguel Ángel Gaínza: "El
primer alcalde", en Periódico Sierra Maestra, 3 de junio
de 2006, p.6.
[12] Ricardo Repilado: Cosecha de dos
parcelas, p.126.
[13] Antonio Vázquez: "¡A las
armas! Texto teatral de Emilio Bacardí", en Revista SiC
# 22 abril-mayo- junio de 2004, p.26.
[14] Francisco Ibarra Martínez: "Don
Emilio…" en Revista El Caserón Op. Cit.
[15] Emilio Bacardí: "A los Concejales
del Ayuntamiento" (manuscrito s.f.) Archivo Museo
Emilio Bacardí
[16] ____________: "Carta a Fernando Freyre
de Andrade", 14 de septiembre de 1905.
[17] Max Henríquez Ureña: en El
Cubano Libre, 3 de septiembre de 1922, p.1.
[18] Antonio Bravo Correoso: "Oración
fúnebre del Lic. Antonio Bravo Correoso ante el sepulcro
de Don Emilio Bacardí" en periódico El Cubano
Libre, 18 de septiembre de 1922, p.1.
[19] Fernando Ortiz: "La muerte de
Bacardí" en El Cubano Libre, 18 de septiembre de 1922,
p.1.
[20] Fernando Portuondo: "Los funerales de
Bacardí" en El Cubano Libre, 13 de septiembre de 1922,
p.1.
[21] Discurso de
Federico Pérez Carbó leído por Enrique
Cazade en velada homenaje del Group Catalunya a Emilio
Bacardí el 28 de octubre de 1922, publicado en El Cubano
Libre, 9 de septiembre de 1922, p.1.
[22] Francisco Ibarra Martínez: "Don
Emilio…" Revista Rotaria. Op. Cit.
[23] Max Henríquez Ureña: Op.
Cit.
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