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Los cátaros del Languedoc (página 3)



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Recapitulación
final

Como hemos descrito a lo largo de este trabajo, la
herejía albigense, versión sud-europea del
catarismo, apareció durante los siglo XII y XIII en el Sur
de Francia. El nombre, que se les viene aplicando por lo visto
desde finales del siglo XII, no es en ab-soluto exacto, ya que el
movimiento estuvo centrado principalmente en torno a la ciudad de
Toulouse y sus inmediaciones, más que en la propia Albi.
La herejía, que penetró en esas regiones
probablemente por las rutas comerciales, procedía
originalmente de la Eu-ropa oriental, donde se habían
establecido diversas sectas bogomilas y paulicianas. Los
teólogos y ascetas cátaros, o Perfectos, conocidos
en el Sur de Francia como los "bons hommes" o "bons
chrétiens", fueron en realidad muy pocos
numéricamente hablando ; el grueso de la secta albigense
estaba constituido por los "creyentes", que llevaban una vi-da
más normal. Los primeros herejes cátaros
aparecieron en la zona de Limousin entre 1012 y 1020. Protegido
al principio por Guillermo IX, duque de Aquitania, y pronto por
gran parte de la nobleza meridional, el movimiento fue ganando
terreno, y en 1119 el Concilio de Toulouse conminó en vano
al poder secular a que asistiera a las autoridades
eclesiásticas en su afán por eliminar la
herejía. El pueblo se sentía atraído por los
"bons hommes", cuyo ascetismo y predicación anticlerical
impresionaba a las masas, y el movimiento mantuvo su vigor por
100 años más, hasta que Inocencio III
ascendió al solio papal. Al principio intentó una
conversión pacífica, pero finalmente (1209)
ordenó a los cistercienses que predicaran la Cruzada
contra los albigenses. Esta guerra implacable, la Cruzada
Albigense, que lanzó a la nobleza del norte del Francia
contra la del Sur, culminó en el Tratado de París
(1229), que dio fin a la independencia
de los príncipes meridionales, pero no consiguió
acabar con la herejía a pesar de las crueles masacres que
se perpetraron durante la guerra y con posterioridad. La
Inquisición, no obstante, operando despiadadamente en
Toulouse, Albi y otras ciudades del Midi a lo largo de los siglos
XIII y XIV, consiguió finalmente aplastarla[191]

Jean Séguy hace el siguiente
comentario[192]"Algunos se han extrañado de que el
catarismo, que tiende a apagar todas las pasiones, incluso las
más legítimas, se implantara en las provincias
occitanas, con fama de ligeras y alegres. Más bien
habría que extrañarse de que algunos puedan
contentarse con semejantes caricaturas para-científicas
para describir a un pueblo que resistió al invasor durante
tanto tiempo. Eso sin contar con que los occitanos nunca fueron
mayoritariamente cátaros, ni mucho me-nos. Unicamente la
unión de lo político y lo religioso de la que
fueron víctimas explica su aparente solidaridad con
el no conformismo cátaro. Tampoco hay que olvidar que el
catarismo , nueva religión por algunos de sus aspectos
dogmáticos, desempeñó un papel similar al de
las otras diferenciaciones centradas en la reforma de la Iglesia
por medio de la vuelta a la humildad evangélica
".

La eclosión del catarismo tuvo bastante que ver, por
supuesto, con la crisis que por aquel entonces estaba
experimentando la Iglesia Católica, sobre todo a partir de
la Querella de las Investiduras, un conflicto que, como hemos
visto, se inició entre el Papa y el Sacro Imperio con
motivo de los nombramientos de obispos y abades. La Iglesia de
entonces estaba totalmente integrada en la sociedad feudal, por
lo que los obispos y aba-des que recibían feudos eran
considerados como los demás señores feudales,
teniendo idénticas obligaciones
para con su soberano, al cual rendían homenaje y del que
recibían la investidura. A partir del siglo IX
aquél tomó la costumbre de nombrarlos él
mismo y de conferirles la investidura no sólo temporal,
sino también espiritual. Así, los
eclesiásticos dependían estrechamente de las
autoridades laicas, que traficaban con los feudos a favor de
clérigos de moral dudosa. El Papado también estaba
a merced del poder civil y proporcionó una serie de
pontífices escandalosos en el siglo X (Sergio III, Juan
XII, Bonifacio VII) y en el siglo XI (Juan XIX, Benedicto
IX)[193]. La primera reacción contra tamaña
situación nació, como se ha visto, de los
pontífices Gregorio VI y León IX y de diversos
teólogos. Así, Hildebrando, que había hecho
elegir a Nicolás II, le hizo redactar en 1059 un decreto
por el que se reservaba la elección del Papa solamente a
los cardenales. Hildebrando fue elegido Papa en el 1073, tomando
el nombre de Gregorio VII, y se enfrentó con Enrique V de
Alemania. Su
labor fue continuada por Urbano II y por Pascual II,
manteniéndose el conflicto sin solución hasta que
se optó por separar la in-vestidura temporal de la
espiritual. La idea, propuesta por el obispo Yves de Chartres y
retomada más tarde por Calixto II, se materializó
en el Concordato de Worms (1122): el Emperador renunciaba a la
investidura por el báculo y el anillo, reservada
exclusiva-mente a la autoridad religiosa, y respetaba la libertad
de las elecciones pontificias y episcopales, decisiones todas
ellas ratificadas por el 1er Concilio de Letrán.

Los grandes Papas reformadores favorecieron la
elaboración de una doctrina teológica acerca de su
poder, una doctrina de teocracia
pontificia llamada también "agustinismo político",
a la que se oponía otra, igualmente totalitaria, acerca
del Imperio. este conflicto entre el Papado y el Imperio
–teológico en un principio, y político en
muchas de sus manifestaciones- se prolongó hasta la muerte de
Federico II (1250 ; la Santa Sede resultó victoriosa en la
lucha, pero también se vio envuelta en los avatares de la
política italiana y perdió gran parte de su
espiritualidad. La llamada "reforma gregoriana", por su parte,
abarcó, como hemos visto, a múltiples aspectos del
mundo cristiano: la reforma monástica (la regla de Cluny
sustituida por la del Císter), las escuelas episcopales o
monacales, la multiplicación de las parroquias rurales, el
impulso constructor de iglesias (románico y
gótico), la Reconquista española, las Cruzadas y la
movilización de todas las energías cristianas
contra las herejías en general y la cátara en
particular[194]El principal instrumento jurídico de esta
última empresa fue la
Inquisición, un organismo represivo creado al
efecto[195]

La reforma eclesiástica redundó asimismo, como
constata Jacques Le Goff[196]en diversos movimientos reformistas
liderados por laicos, como el de los "patarinos" ita-lianos, tan
emparentado con el catarismo que algunos autores, como hemos
visto, identifican ambas tendencias. Le Goff concluye exponiendo
una opinión muy parecida a la nuestra acerca de la
ubicación ideológica de las herejías
plenomedievales, y especial-mente de la que aquí nos
ocupa, o sea la albigense. Terminaremos, en consecuencia, es-te
trabajo citándolo[197]"El advenimiento de los laicos
se manifestó principalmente en los movimientos
heréticos, a los que proporcionaron la masa de adeptos y
los jefes. Es-tos movimientos, que surgen a partir del Año
Mil, no son continuación ni resurgimiento de antiguas
herejías, a pesar de que a veces la Iglesia, en su deseo
de condenarlas fácilmente, se precipite a bautizarlas como
arrianas o maniqueas. Lo mismo podemos decir con respecto a las
influencias orientales –especialmente la de los bogomilos
de Macedonia- traídas por los mercaderes de los Balcanes.
Si bien todo esto tiene su influencia, lo esencial de los
fenómenos heterodoxos está en otra parte. Como ha
dicho Raffaello Morghan, las herejías surgen de

Las condiciones sociales y espirituales propias
del gran movimiento de reforma de la iglesia en el siglo XI …
Las herejías medievales son completamente diferentes de
las herejías antiguas, porque estuvieron inspiradas por
motivos mora-les y se difundieron sobre todo entre el bajo pueblo
formado de hombres humil-des y sin cultura, mientras que las
herejías antiguas tenían sobre todo preocu-paciones
intelectuales
y teológicas y se habían difundido en medios
escolásticos cultivados".

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[59] BERNARD, Jacques, 1987, "Comercio y
finanzas en la
Edad Media,
900-1500", en CIPOLLA (ed.), op. cit.,, pg. 340

[60] LADERO QUESADA, op. cit., pp. 465 ss.

[61] Un ejemplo arquetípico de tales instituciones
fue la llamada hansa teutónica o Liga Hanseática
(del alemán culto antiguo Hansa, 'liga'), término
aplicado a la federación de una serie de ciudades del
Norte de Alemania y de
comunidades de comerciantes alemanes residentes en los
Países Bajos, Inglaterra y en
la zona del Mar Báltico. Fue creada en 1158 como una
agrupación de los comerciantes de Alemania del Norte, con
el fin de proteger y fomentar los mutuos intereses comerciales.
En su máximo momento de influencia, la Liga
constituyó una gran potencia política en Europa. Su
desarrollo,
como hemos dicho, fue consecuencia de las peculiares
circunstancias de la Europa medieval, entre las cuales se cuentan
el gra-dual surgimiento de ciudades libres y de gremios
mercantiles, la desintegración de una autoridad
central dentro de Alemania, la expansión de la
colonización, influencia y comercio de los mercaderes
alemanes al Este del río Elba, el estímulo de las
relaciones comerciales del Norte de Alemania con Inglaterra y con
los puertos continentales ingleses del Canal de la Mancha, y el
predominio de piratas y salteadores de cami-nos a lo largo de las
principales rutas comerciales. [Encarta-2000]

[62] En la Italia de
principios del
siglo XI la mayoría de las ciudades no superaban los cinco
o seis mil habi-tantes. Sólo Roma, Venecia y
Génova lo hacían, y algo parecido ocurría en
el resto de Europa. No obstan-te, después del
período inicial, el crecimiento de las ciudades fue por lo
general bastante rápido, desde mediados del siglo XI en
Italia y Flandes y desde mediados del XII en otras regiones. El
auge se debió casi siempre a la afluencia de población rural, especialmente la
procedente de las zonas más próximas. En otras
ocasiones, en cambio, como
sucedió con las ciudades de colonización, de
repoblación o en puertos de mar, la procedencia era mucho
más diversa y a veces bastante lejana. En todo caso, la
abundancia de inmigrantes rurales o de descendientes suyos
acentuó los lazos ciudad-campo y contribuyó a
mantener el aspecto campesino de
muchas de las ciudades, sobre todo de las de menor tamaño.
[LADERO QUESA-DA, pg. 459]

[63] ibid., pp. 451 ss.

[64] LE GOFF, "La ciudad …", op. cit., pg. 70

[65] LADERO QUESADA, op. cit., pp. 469 ss

[66] La base económica del señorío en su
forma más primitiva radicaba en la posesión de
seres humanos: los señores poseían grandes
cantidades de esclavos que trabajaban la tierra. Los
mismos no disfrutaban de derecho alguno contra su señor,
el cual se hacía responsable de mantenerlos en paz y
organizar sus obli-gaciones ; dicha esclavitud
doméstica se fue haciendo cada vez más rara en casi
toda Europa. No obs-tante, en la Península Ibérica
y en el Sur de Italia la esclavitud doméstica
siguió practicándose hasta el final de la Edad
Media, aunque sólo se utilizaron los esclavos a gran
escala para las
labores agrícolas en Sicilia y en las Islas Baleares. El
poder del
señor sobre sus sirvientes domésticos continuaba
siendo prácticamente absoluto, y los sucesores de muchos
de estos esclavos domésticos fueron los siervos de la
gleba, cuyas condiciones de vida no diferían mucho de las
de los antiguos esclavos. [Britannica-CD]

[67] LADERO QUESADA, op. cit., pg. 471

[68] ibid., pg. 472

[69] ibid., pp. 460 ss.

[70] ibid., pp. 473 ss.

[71] Lo que atañe a todos debe ser discutido y aprobado
por todos.

[72] La denominación de manso aparece a partir del
siglo VII, pero la institución que designa es mucho
más antigua y corresponde al Hufe de los países
germánicos y al Hide británico. Comprendía
generalmen-te el solar con la casa del campesino y algunas
dependencias, como graneros y huertos, sustraídos a las
prácticas comunales, y los campos de labor, que
podían estar junto al 'manso' o diseminados por el
térmi-no. Si originalmente indicaba la pequeña
propiedad
familiar autosuficiente, posteriormente pasó a desig-nar
cada unidad de explotación que un señor arrendaba ;
esos mansos señoriales podían ser ingeules
(concedidos a un colono libre), serviles (a un siervo) o lidiles
(a un liberto). En Francia, la
institución del manso comenzó a decaer a partir del
siglo IX a medida que los mismos se iban subdividiendo en
tenen-cias más reducidas. En la Península
Ibérica, esta unidades de explotación fueron
conocidas en los reinos
occidentales con el nombre de 'hereditas' o heredad, y en la
Corona de Aragón con el de 'manso', de donde derivan las
denominaciones todavía subsistentes de mas, masía y
masada. [Nueva Enciclopedia Larousse]

[73] LADERO QUESADA, op. cit., pp. 425 ss.

[74] DUBY, Economía rural …, op. cit., pg. 280

[75] LADERO QUESADA, op. cit., pg. 428

[76] ibid., pg. 431

[77] Vid. supra, nota 66

[78] LADERO QUESADA, op. cit., pp. 431-33

[79] DUBY, Georges, 1983, Guerreros y campesinos. Desarrollo
inicial de la economía europea (500-1200), Madrid, Siglo
XXI, pp. 289-90

[80] LADERO QUESADA, op. cit., pp. 435 ss.

[81] ibid., pg. 437

[82] ibid., pp. 439 ss.

[83] El vocablo alemán Ketzer, que significa 'hereje' y
sigue utilizándose en la actualidad, deriva de dicha
denominación.

[84] NIEL, Fernand, 1974, Albigeois et cathares, Paris, PUF,
pp. 59 ss.

[85] Como también designaban, como hemos visto
más arriba, a cierto movimiento de
'pobres volunta-rios' en la
misma región.

[86] Hay más denominaciones: "Muchos padres de la
Iglesia y
otros autores antiguos consideraban tam-bién
cátaros a los 'novocianos', y así, San Isidoro de
Sevilla, en sus 'Etimologías', habla de cátaros y
de novocianos, afirmando que a pesar de la diferencia de nombres,
siguen la misma doctrina ; San Agustín, en su obra 'De
haeresibus' (XVLI P.L., tomo XLII, col. 36), dice que los
miembros de una rama de los maniqueos se llamaban
cátaros". [DALMAU I FERRERES, Rafael, 1960, L'Heretgia
albigesa i la bata-lla de Muret, Barcelona, Rafael Dalmau, pg.
7]

[87] NIEL, op. cit., pg. 60

[88] ibid., pp. 18-19

[89] También habría que referirse aquí,
aunque indirectamente, al personaje Zaratustra que aparece en las
obras de Friedrich Nietzsche,
inspirado, sin duda, en el auténtico Zoroastro, pero poco
fiel a su doctrina original.

[90] El hecho de que hubiese un grupo tan
importante de dualistas en los Balcanes, y más
concretamente en Bulgaria, es explicado por Fernand Niel como
sigue: "Los eslavos comenzaron a establecerse al Norte de la
Península Balcánica hacia la segunda mitad del
siglo VI, fundando allí varias colonias sin
cohesión política. Un siglo más tarde, esa
cohesión fue asegurada por los búlgaros, quienes
crearon una monar-quía estable al Sur de Danubio. Fue
hacia mediados del siglo IX cuando misioneros cristianos enviados
por Roma comenzaron a evangelizar el país, pero el
patriarca de Bizancio había hecho otro tanto, de forma que
el territorio quedó en una situación muy favorable
para la eclosión de una tercera Iglesia. Misioneros
paulicianos entraron en concurrencia con los de Roma y los de
Bizancio, hasta el punto de que se ha detectado la presencia de
maniqueos distribuidos por toda la Península a principios
del siglo X. Por supuesto, los paulicianos deportados por Basilio
I, más o menos convertidos a la fe ortodoxa, no se
opusieron en absoluto a la aparición de una nueva forma de
neo-maniqueísmo. Por su parte, los cam-pesinos eslavos,
fuertemente oprimidos por los señores búlgaros, se
hallaban totalmente dispuestos a aceptar una religión que les
suministrase una explicación de sus miserias". [NIEL, op.
cit., pp. 38-39]

[91] Secta cristiana dualista originada en Armenia a mediados
del siglo VII. Fue influida directamente por el dualismo
'marcionita', un movimiento gnóstico del cristianismo
primitivo, y por el 'maniqueísmo'. La doctrina fundamental
de los paulicianos, al igual que la de los maniqueos, y
posteriormente la de los cáta-ros, era que existía
un Dios malo y otro bueno, el primero creador y gobernante del
mundo presente, y el segundo del mundo futuro. De aquí
deducían que Jesús no era realmente el hijo de
María, porque el Dios bueno no podía de ninguna
manera haberse encarnado convirtiéndose en hombre. Se
guiaban sobre todo por el Evangelio de San Lucas y por las
Epístolas de San Pablo, rechazando el Antiguo Testamento y
las Epístolas de San Pedro. Tampoco aceptaban los
sacramentos, la adoración y la jerarquía de la
Iglesia esta-blecida. El fundador del 'paulicianismo' parece
haber sido un armenio, Constantino, que adoptó el nom-bre
adicional de Silvano (por Silas, uno de los seguidores de San
Pablo). Parece ser que la secta protago-nizó una intensa
rebelión política y militar en el seno del Imperio
Bizantino poco después de sus apari-ción. Una
expedición enviada por Basilio I en 872 destruyó su
poder militar de manera definitiva, pero los paulicianos
sobrevivieron en Asia por lo menos
hasta la época de las Cruzadas. Después del siglo
IX su importancia radicaba sobre todo en Tracia, donde muchos de
ellos habían sido trasladados por la fuerza para
servir de escudo fronterizo contra los búlgaros. Las
doctrinas paulicianas se diseminaron por Mace-donia, Bulgaria y
Grecia,
especialmente entre los campesinos, y parece ser que
contribuyeron al desarro-llo de las doctrinas y las
prácticas de los bogomilitas a principios del siglo X.
[Britannica-CD] La iden-tidad del Paulo que dio su nombre a los
paulicianos no está bien documentada, pero según
Fernand Niel se trata sin lugar a dudas de Paulo de Samosata,
obispo de Antioquía en el 260, protegido por Zenobia,
reina de Palmira, que fue destituido por Aureliano el año
272 por sus ideas heréticas ; los paulicianos, por otra
parte, se consideraban descendientes de una familia
semilegendaria oriunda precisamente de Samosa-ta y compuesta por
le maniqueo Callinice y sus dos hijos Juan y Pablo. [NIEL, op.
cit., pp. 34-35]

[92] "Lo que, de todos modos, no parece ya posible es poner en
duda el papel desempeñado por el bogomi-lismo en la
constitución del movimiento cátaro.
Determinadas creencias, ritos e interpretaciones escritu-rales
son idénticas en una y otra secta, y el nombre de
'boulgres' que a veces se ha dado a los cátaros los
relaciona, de algún modo, con los bogomilitas
búlgaros, del mismo modo que el de 'publicanos'
('popli-cani', 'populicani', 'publicani') podría hacer
referencia a su relación con los paulicianos. Tenemos,
ade-más, pruebas de las
relaciones concretas que unían a las comunidades de
Francia e Italia con las Igle-sias-madres de los Balcanes, y
principalmente con la 'Iglesia de Dugrutia' (¿Dragovitza,
cerca de Plov-div? ¿Digunithia, en Mesia, junto al
Danubio? ¿Dragobitia, en Tesalónica?), que
profesaba el dualismo absoluto, igualmente difundido en
Constantinopla, y con la 'Iglesia de Bulgaria', fiel al dualismo
relati-vo". [PUECH, op. cit., pg. 329]

[93] DURBAN, Pierre, 1968, Actualité du catharisme,
Toulouse, Cercle d'Études et Recherches de Psychologie
Analytique, pp. 86 ss.

[94] Jean Doresse no está de cuerdo con esa
supervivencia del gnosticismo: "En Occidente, el tronco mis-mo
del árbol gnóstico iba a verse brutalmente
arrancado. Tras la extinción del priscilianismo en
España,
los renacimientos del dualismo que se constatan en la Europa
medieval con los bogomilitas y los cátaros o albigenses, a
los que ciertamente hay que añadir los movimientos
milenaristas de finales de la Edad Media, mantienen con las
sectas gnósticas de la Antigüedad y con el
maniqueísmo unos lazos tan tenues que no es posible
atribuir con seguridad una
relación genética
con ninguno de ellos. A lo sumo puede ha-blarse de resurgimientos
suscitados por la transmisión de escritos gnósticos
disfrazados de apócrifos cristianos y parcialmente
expurgados de sus doctrinas más virulentas. Este es el
caso de un 'Libro de
Adán y Eva', vinculado por Ivanov a la literatura de los bogomilos
o, tal vez, las pretendidas revelacio-nes de Juan -la
'Interrogatio Johannis'- utilizadas por los cátaros. Lo
mismo sucedió, por lo demás, en el valle del Nilo,
donde, en el siglo VI, el obispo Juan de Parallos, denunciaba
aún algunas formas alte-radas del 'Libro secreto de Juan'
y determinadas revelaciones en las que San Miguel era reemplazado
por Satán a la cabeza de los cielos visibles. Los
últimos vestigios de la mitología gnóstica se mantuvie-ron,
pues, presentes por todas partes en las creencias cristianas
populares, en las que los restos del dua-lismo antiguo
perdían todo su poder, no obstante, transformados en
cuentos de
demonios". [DORESSE, Jean, 1979, "La gnosis", en VARIOS, Las
religiones …,
op. cit., pg. 68]

[95] Según la lectura
'maneísta', la llegada y glorificación de
Jesús no fue un hecho arbitrario, sino que
res-pondió a un determinado plan divino. A
los discípulos, siguiendo a San Juan, les fue prometido el
para-cleto, es decir, la Llegada del Espíritu Santo ; fue,
pues, necesario que Jesús abandonara nuestro mundo para
dejarle lugar. En dicho Evangelio Cristo se describe a sí
mismo como perteneciente a un estado
superior de realidad. Su reino "no es de este mundo". Si en los
demás Evangelios sinópticos Jesús se
re-fiere constantemente al 'reino', en Juan habla sobre todo de
sí mismo (v.gr., "Yo soy el pan de la vida"). Igual que
Dios en el Sinaí, Jesús pronuncia el 'Yo soy'
autoproclamándose Mesías, un ser divino, en
diversas expresiones teofánicas similares a la
anteriormente citada (pan de vida, luz del mundo,
buen pastor, etc.), que quedan corroboradas por otras citas como
"Yo y el Padre somos uno", "Antes que Abra-ham estaba yo", "El
que me ha visto a mí ha visto al Padre", y el grito de
Tomás después de la resurrec-ción: "Mi
Señor y mi Dios". En el capítulo 11 se intenta
demostrar que el poder de la resurrección, de la realidad
del 'eschaton' (fin de los tiempos), está ya presente en
Jesús como Cristo ahora mismo, y no sólo en una
época futura. La venida del 'paracleto', sin embargo,
aún no ha tenido lugar, por lo que la frase "Todo se ha
consumado" pronunciada por Cristo al morir en la Cruz hay que
interpretarla en el sentido de que lo que se ha consumado es
únicamente esa parte del 'eschaton'. Las numerosas
diferencias que se establecen entre Juan y el resto de los
Sinópticos pueden resumirse, por otro lado, como sigue: en
Juan la vida eterna ya está presente, como decimos, para
el que cree, mientras que en los Sinópticos se espera que
se lleve a cabo la parousia para que se cumplan las expectativas
escatológicas. La teología y la piedad johanitas,
por otra parte, se parecen bastante a los puntos de vista que San
Pablo critica en 1 Cor., 15. Ese contraste con Pablo resulta
aún más evidente si se acepta la muy plausible
teoría
de que al texto original
de Juan se le añadieron con posterioridad pasajes que
corregían esa escatología consumada para adaptarla mejor
a la escatología futurista oficial que se propugnó
como defensa contra el gnosticismo. Véase, por ejemplo,
Juan 5: 25-28, un texto que no tiene que ver demasiado con el
resto de la obra y que incluso la contradice. La
cronología johanita difiere igualmente de la
sinóptica. Así, Juan comienza con la
expulsión de los cambistas de dinero,
mientras que los Sinópticos colocan este episodio como el
último antes del arresto de Jesús ; la
predicación de Jesús ocupa en Juan dos o tres
años, mientras que los Sinópticos la reducen a uno
solo ; según Juan, Jesús es crucificado el 14
Nisan, coincidiendo con la Pascua judía, y en los
Sinópticos el 15 Nisan. Es probable que la diferencia
cronológica se deba, entre otras razones, a que Juan
utilizaría un calendario solar, y los Sinópticos
uno lunar ; no obstante, cuál fuese la fecha
auténtica carecía en realidad de importancia
comparado con el hecho de que Juan la hiciese coincidir con el
sacrifi-cio del Cordero Pascual para resaltar la
identificación de Jesús con aquél. En Juan,
por otra parte, no aparece la celebración de la Ultima
Cena, pero la alimentación de una
multitud en el capítulo 6 da pie a un amplio discurso con
referencias eucarísticas. Además, como en este
Evangelio se contempla a Jesús desde el principio como el
Cristo, no aparece en el mismo la historia de su bautismo ;
Juan el Bautista honra a Jesús desde el principio como
Cordero de Dios (que, por lo tanto, no está sujeto a la
tentación y no precisa que le exorcicen los demonios).
Satanás es vencido por la mera presencia del Cristo, el
cual proclama triunfante: "Tendréis tribulaciones en el
mundo ; pero regocijaos: yo he superado al mundo".
[Britannica-CD]

[96] Nos estamos refiriendo al culto a Mitra, divinidad mayor
de los persas, cuyo nombre apareció por pri-mera vez bajo
Darío I (siglo V a. de C.). Posiblemente derivado del
Mitra hindú, venerado en el siglo IV a. de C. por los
hurritas de Mitanni, en el Avesta se le considera un genio de los
elementos. Dios dotado de los sentidos de
la vista y del oído,
pesaba las almas de los muertos en el más allá. Los
griegos de Asia Menor le representaron de forma convencional en
la época helenística. Convertido en el centro de
una religión mistérica, fue rápidamente
adoptado por el mundo romano, y su culto se difundió a
partir del siglo II de nuestra era por los puertos, las grandes
ciudades y las guarniciones del Occidente romano, sobre todo en
el Rhin, el Danubio e Italia. Fue el mayor rival del cristianismo
durante los primeros siglos. [Nueva Enciclopedia Larousse]

[97] DURBAN, op. cit., pg. 87

[98] DOSSAT, Yves, 1968, "A propos du Concile cathare de
Saint-Félix: les Milingues", en VARIOS, Cathares en
Languedoc, op. cit., pp. 201-205

[99] ibid., pp. 209-212

[100] DALMAU FERRERES, op. cit., pg. 8

[101] NIEL, op. cit., pg. 45

[102] Se trataba de Pedro de Castelnau. En 1207 el Papa
Inocencio III lo envió como legado apostólico e
in-quisidor al frente de una expedición contra los
albigenses, y en particular para conseguir la conversión
del conde Raimundo VI de Toulouse, que había permitido que
la herejía se extendiese por sus dominios. Ha-biendo
conminado al conde sin resultado, desde 1205, a expulsar a los
herejes, Pedro procedió a excomul-garlo y a declarar al
Languedoc región maldita, lo que suscitó una feroz
oposición por parte de sus habi-tantes. La misión que
Inocencio III había confiado a Pedro acabó, como
decimos, en desastre ; el legado fue asesinado, y sus reliquias
se conservan en la iglesia de Saint-Gilles ; se le venera como
mártir en las iglesias del Sur de Francia.
[Britannica-CD]

[103] Britannica-CD

[104] NIEL, op. cit., pp. 11-12

[105] DOSSAT, Yves, 1968, "Les cathares dans les documents de
l'Inquisition", en VARIOS, Cathares en Languedoc, op. cit., pp.
101-102

[106] DUBY, Georges, 1992, "Situación de la soledad.
Siglos XI-XII", en VARIOS, El individuo en
la Eu-ropa feudal (Historia de la vida privada, 4), Madrid,
Taurus, pg. 216

[107] NELLI, René, 1969, La vie quotidienne des
cathares du Languedoc au XIIIe siécle, Paris, Hachette,
pg. 16

[108] GRIFFE, Élie, 1971, Le Languedoc Cathare de 1190
a 1210, Paris, Letouzey et Ané, pp. 40 ss.

[109] Dios no hace cosas visibles ni transitorias.

[110] DOSSAT, op. cit., pp. 77-78

[111] "Los libros
propiamente cátaros descubiertos hasta la fecha pueden
contarse con los dedos de la ma-no. Son estos: el 'Libro de los
dos principios', el 'Ritual Occitano', el 'Ritual Latino', un
fragmento del llamado 'Ritual de Dublín', completados con
el 'Anónimo', texto incluido dentro de la
refutación del val-dense convertido Durán de
Huesca. El más importante de todos ellos es, naturalmente,
el 'Libro de los dos principios', de gran valor
documental. El descubrimiento de los documentos
cátaros detallados se ha efectuado en fechas muy
recientes. El 'Libro', por ejemplo, lo encontró
-después de muchos años de tra-bajo infatigable- el
padre dominico Dondaine en Florencia y se publicó por vez
primera el año 1939. El 'Anónimo, reconocido en
unos manuscritos de la Biblioteca
Nacional de París por el mismo Dondaine, fue publicado por
Cristina Thouzellier en 1961. De todo ello se desprende que es
harto posible abrigar expectativas de que algún día
pueda caer otro descubrimiento". [MESTRE GODES, op. cit., pp.
103-104]

[112] VICAIRE, M.-H., 1968, "Les cathares albigeois vus par
les polémistes", en VARIOS, Cathares en Languedoc, op.
cit., pp. 107 ss.

[113] VICAIRE, M.-H., 1967, "Les Vaudois et pauvres
catholiques contre les Cathares (1190-1223)", en VARIOS, Vaudois
languedociens et pauvres catholiques, op. cit., pg. 244

[114] VICAIRE, "Le Cathares …", op. cit., pg. 12

[115] ibid., pg. 116

[116] MANSELLI, Raoul, 1968, "Églises et
théologies cathares", en VARIOS, Cathares en Languedoc,
op. cit., pg. 136

[117] ibid., pp. 134 ss.

[118] Los cátaros, en efecto, presentaban su doctrina
dualista como una revelación por parte del Dios bueno en
el canon auténtico y no falsificado de los profetas y del
Nuevo Testamento ; se creían, por tanto, la
au-téntica Iglesia apostólica.

[119] SELGE, Kurt-Victor, 1967, "Discussions sur
l'apostolocité entre Vaudois, Catholiques et Cathares", en
VARIOS, Vaudois languedociens et pauvres catholiques, op. cit.,
pp. 145 ss.

[120] GRIFFE, op. cit., pg. 37

[121] ibid., pp. 38-39

[122] MANSELLI, op. cit., pp. 143-45

[123] El docetismo (o 'doketismo', del griego
dokein='parecer'), una de las primeras herejías
cristianas, afirmaba, lo mismo que más tarde paulicianos,
bogomilos y cátaros, que Cristo no tuvo ningún
cuerpo real o natural durante su estancia en la Tierra, sino
sólo uno aparente o fantasmagórico. Ya en algunos
pasajes del Nuevo Testamento (v.gr., 1 Juan 1:1-3 y 2 Juan 7) se
dejan entrever formas incipientes de 'do-cetismo', pero la
herejía alcanzó su desarrollo pleno como una
posición doctrinal del gnosticismo,
desa-rrollándose a partir de la especulación acerca
de la imperfección o impureza esencial de la materia.
Do-cetistas más consecuentes afirmaban que Cristo
nació sin relación alguna con la materia, y que
todas las acciones y
sufrimientos de su vida, incluyendo la crucifixión, no
fueron más que apariencias.
Por lo tanto, negaban la resurrección de Jesús y su
ascensión a los cielos. Los docetistas moderados
atribuían a Cristo un cuerpo etéreo y celestial,
pero no asociaban a éste con sus actos y sufrimientos. El
docetismo fue ata-cado por todos los opositores del gnosticismo,
especialmente por el obispo Ignacio de Antioquía (siglo
II). [Britannica-CD]

[124] DOSSAT, op. cit., pp. 79-81

[125] ibid., pp. 82 ss.

[126] GRIFFE, op. cit., pp. 46-51

[127] Los predicadores cátaros explotaban
hábilmente cualquier impulso anticlerical del pueblo y de
la no-bleza ; el propio Papa Inocencio III reconoció que
"… si los herejes seducen a tanta gente y los convencen tan
fácilmente a pasarse a su bando, se debe a que toman como
argumento la conducta de
ciertos prela-dos que deshonran a la Iglesia". En general
criticaban -generalmente con razón- la deplorable conducta
de los clérigos, especialmente en lo que refería a
las tasas que éstos reclamaban de los fieles (como el
de-recho que se autoconcedían a quedarse con los despojos
de los feligreses que morían sin hacer testamen-to , pero
esa costumbre estaba tan enraizada en la masa, que a partir de
entonces fueron los Perfectos los que recibieron esas
dádivas, sin pretenderlo, en vez de los clérigos),
sin hablar del odiado diezmo, siempre causante de descontento. En
el terreno moral se
consideraba pecaminoso cualquier contacto inne-cesario con la
materia (así, la riqueza estaba prohibida, pero se
autorizaba a los creyentes a ganarse la vi-da con el trabajo
manual).
También se prohibían los honores, el ejercicio del
poder y la guerra de tipo
ofensivo. Los adeptos solían castigar su cuerpo con
fuertes ayunos y mortificaciones varias (endura). Re-husaban
hacer cualquier tipo de juramento para no mezclar el nombre de
Dios con las cosas terrenales ; no aceptaban la
Eucaristía, pero sí bendecían el pan.
[DALMAU I FERRERES, op. cit., pp. 15 ss.]

[128] DOSSAT, op. cit., pp. 82 ss.

[129] GRIFFE, op. cit., pp. 52 ss.

[130] DOSSAT, op. cit., pp. 93 ss.

[131] DALMAU I FERRERES, op. cit., pp. 17 ss.

[132] Este sínodo, 11o Concilio Ecuménico que
celebraba la Iglesia, fue convocado por el Papa Alejandro III. Al
mismo asistieron 291 obispos, que suscribieron la Paz de Venecia
(1177), en virtud de la cual el Emperador del Sacro Imperio,
Federico I Barbarroja, accedió a dejar de apoyar a su
antipapa y a restaurar la propiedad eclesiástica de que se
había apropiado. El Concilio estableció asimismo
como requisito la necesidad de alcanzar una mayoría de dos
tercios en la elección papal, estipulando además
que los candi-datos para ocupar
un obispado debían haber cumplido los 30 años y
demostrar la legitimidad de su naci-miento. Se condenó de
plano la herejía del catarismo y se autorizó a los
cristianos a tomar las armas con-tra los
asaltantes vagabundos. El Concilio se distinguió por
constituir un paso decisivo de cara al desarro-llo ulterior de la
autoridad legal de los Papas. [Britannica-CD]

[133] Esta absurda pompa fue criticada, desde el lado
católico, entre otros por Domingo de Guzmán
(1170-1221) y por el obispo de Osma, que por aquellos momentos
estaban comenzando su obra de predi-cación en Languedoc.
Canónigo regular de Osma, en 1203 Domingo de Guzmán
tuvo que acompañar a su obispo a una embajada en
Dinamarca. En su viaje de vuelta, deteniéndose en el
Languedoc e impresiona-do por el adelanto de la herejía
albigense y al no querer tomar parte en la cruzada guerrera
decidida por el Papa, insistió en su predicación
pacífica entre los albigenses. El monasterio de religiosas
fundado por él en Prouille (1206) se convirtió en
el centro espiritual y material de su acción.
Rechazó varios obispados que le fueron ofrecidos, entre
ellos el de Béziers. En 1215 reunió a algunos
compañeros y un año más tarde obtuvo del
Papa Honorio III la confirmación de su fundación,
así como de su título propio de pre-dicadores
(1217). En 1218 dispersó a sus 16 religiosos por
París, Madrid, Bolonia y Roma para que com-pletasen su
formación intelectual y se dedicó a la
predicación y a la organización de su orden, que tomó
su forma definitiva en el primer capítulo general de
Bolonia (1220), que le dio un estatuto original de po-breza
mendicante, independiente de la franciscana. En 1221, Domingo
dividió su orden en ocho provin-cias. Fue canonizado en
1234 por Gregorio IX. [Enciclopedia Planeta Multimedia]

[134] NIEL, op. cit., pg. 5

[135] DALMAU I FERRERES, op. cit., pp. 19-20

[136] El 'occitan', también conocido como lengua de oc o
provenzal, es una lengua romance hablada ac-tualmente por unas
1.500.000 personas. Aunque los distintos dialectos occitanos
únicamente se utilizan hoy para el habla cotidiana, siendo
el francés la lengua oficial, no muestra signos de
extinción. El nombre se deriva del toponímico
Occitania, una amplia zona que incluye las regiones de Limousin,
Languedoc, la antigua Aquitania y la parte meridional de los
Alpes franceses, cuya población se expresa
mayoritaria-mente en esa lengua. La literatura en occitano es
abundante, ya que el provenzal fue la lengua oficial y literaria
tanto en Francia como en el Norte de España durante los
siglos XII al XIV y fue ampliamente utilizada como
vehículo poético, siendo el lenguaje
primigenio de los trovadores medievales. El texto occitano
más antiguo que se conoce es un comentario hecho al margen
de un poema latino que se cree data del siglo X. Los dialectos
modernos del occitano (v.gr., los de Limousin, Auvergnat,
Provence y Languedoc) difieren muy poco del habla medieval,
aunque se encuentran expuestos al roce con la lengua oficial. El
occitano está muy relacionado con el catalán, y
aunque en el pasado reciente, como decimos, se ha visto
fuertemente influido por el francés, su fonología y
su gramática están más cerca del
español
que de dicha lengua. [Britannica-CD]

[137] Encarta-97

[138] Britannica-CD

[139] MESTRE GODES, Jesús, 1995, Los cátaros.
Problema religioso, problema político, Barcelona,
Penín sula, pp. 15 ss.

[140] HIGOUNET, Charles-Marie, 1967, "Le milieu social et
économique languedocien vers 1200", en VARIOS, Vaudois
languedociens et pauvres catholiques, op. cit., pp. 17-19

[141] "En el Languedoc, André Dupont y luego Monique
Gramain demostraron la importancia que desde 1100 tienen estas
'orillas', estas 'ferraginas' bien regadas, que
alimentarán uno de los primeros merca-dos de verduras
conocidos, el de Béziers, hasta el punto que Raymond de
Trencavel podrá exigir impues-tos o infeudar los
beneficios sobre el puerto. Además, el ejemplo de
Béziers demuestra claramente el vín-culo que es
necesario establecer, aparte del abono doméstico, entre
policultivos y regadío: en las zonas mediterráneas
el agua
condiciona condiciona la huerta: valle inferior del Po,
regadío de Viterbo y de Roma, marismas desecadas del
Languedoc, orillas del Ebro alrededor de Zaragoza, todas estas
zonas mezclan en la 'sabia disciplina'
que alabó Roupnel, frutas, plantas textiles,
forrajeras y grandes árboles
frutales". [FOSSIER, Robert, 1984, La infancia de
Europa. Aspectos económicos y sociales, Barcelona, Labor,
pg. 903]

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