Fundamentos ideológicos de la emancipación latinoamericana (página 3)
Enrique de Gandía, por otro lado,
basándose en el pensamiento
del general O"Leary, contemporáneo de la Independencia
Latinoamericana, opina que el origen de ese movimiento no
estuvo, como suele afirmarse, en la influencia de las ideas de
los filósofos franceses de la
Ilustración, que sin duda fue importantísima,
sino en una causa política: el temor de
los criollos a Napoleón y su repulsa en cierto momento a
formar parte de una nación
donde era rey un hermano del Emperador[75]De
hecho, y como recuerda Jaime Eyzaguirre[76]en
Chile, por ejemplo, hacia 1810, sólo se pensaba en
declararse independientes de España en
el caso de que toda la Península cayese en ma-nos de
Napoleón ; en un documento de la época se dice que
el pueblo español
estaba dando ejemplo, "… no sólo de resistencia al
invasor francés, sino de repudio al absolu-tismo y de
activo ejercicio de la función
política con el establecimiento de las diversas Juntas
Locales". En los escritos de José Tomás Ovalle
(1788.1831), José Antonio de Rojas (1743-1816), Bernardino
de Vera y Pintado (1780-1827), etc., autores considera-dos
tradicionalmente como precursores del independentismo chileno, se
incide en esa época en los siguientes puntos:
a) Indiscutida fidelidad al monarca
b) Reivindicación de los derechos
políticos de la comunidad frente al
absolutis-moc) Conciencia de que las Indias no eran
colonias, sino provincias unidas a Espa-ña en la
persona del monarca común.
En definitiva, lo que estos pensadores defendían,
al menos por el momento, era un despotismo ilustrado
más o menos liberalizado, y generalmente solían
sustentar sus ideas con los argumentos de base
"escolástica" a que ya nos hemos
referido[77]influí-dos por pensadores
españoles del Barroco como
Suárez o Molina[78]Ovalle, por ejemplo, que
posteriormente fue Presidente de Chile en varias Legislaturas,
decía[79]
"¿Qué se entiende por independencia?
¿El separarse de la metrópoli? Eso no es
lícito. Y siempre se me ha oído decir
y fundar que no hay derecho para ello, porque la Corona de
Castilla hizo la conquista de
las Américas con su dinero y su
gente. Y así, todo proyecto y toda
revolución
para evitar la anarquía, que es lo peor, se debe dirigir
al doloroso caso de aquella pérdida. Ahora, pues, si lo
que Dios no quiera, conquistaran los franceses la España,
¿deberíamos estar depen-dientes de ella? El que
diga que sí merece la horca y lo mismo quien diga que
debemos sujetarnos a los ingleses: luego la independencia de
éstos es necesaria y justísima".
Raúl Porras Barrenechea[80]saca
similares conclusiones en relación con los
polí-ticos peruanos Mariano José de Arce
(1781-1851), José Hipólito Unanúe
(1752-1833), Manuel Lorenzo Vidaurre (1773-1841), José Ma
de Pando (1787.1849) y José Joaquín de Larriva
(1780-1832)[81], entre otros, y Pedro Navarro
Floria hace un análisis pareci-do con respecto a
Argentina[82]; lo mismo realiza Carlos Restrepo
Canal con la Nueva Gra-nada[83]Todo esto que
estamos diciendo da fe, en nuestra opinión, de que el
espíritu de reforma que se respiraba en la España
ilustrada se reflejaba perfectamente en las colonias de ultramar,
como se puede comprobar, por ejemplo, a partir del informe remitido
en 1811 por el mexicano José Eduardo de Cárdenas a
las Cortes de Cádiz a pe-tición de las mismas
acerca del estado de la
provincia de Tabasco[84]y también resulta
útil a este respecto pasar revista al
contenido de las bibliotecas de
los intelectuales
lati-noamerica-nos de la época, como es el caso de la del
contador Miguel Feijo de Sosa, descrita por Guillermo Luhmann
Villena, quien hace, además, la siguiente
refle-xión[85]
"Hoy, otros medios de
comunicación sirven de transmisores de la cultura, pero
hasta la aparición del periodismo en
su dimensión social, el libro
gozó de un respeto
reverencial: en sus hojas se hallaban condensados el acervo de
siglos, las normas de
conducta, todo
el saber humano ; en una palabra, eran los únicos veneros
de conocimiento".
La verdad, sin embargo, es que ya existía el
periodismo, si bien incipiente, en América
Latina desde hacía bastante tiempo.
Según Antonio Checa Godoy[86]éste
na-ció en México en
1541, dos años después del establecimiento de la
primera imprenta en el
Nuevo Mundo, con la publicación de una "rotación"
acerca de un terremoto, y luego se difundió
rápidamente por todo el subcontinente. La primeras
"gacetas" del siglo XVIII, por otra parte, eran meras reediciones
de las que se editaban en Madrid ; sirva
de ejemplo el famoso "El Pensador", sacado a la luz por el
intelectual lanzaroteño José Cla-vijo y Fajardo
(1726-1806) en 1762, 1763 y 1767, utilizando al principio del
seudónimo de Joseph Alvarez de
Valladares[87]que tuvo una gran difusión,
tanto en España co-mo en tierras
americanas[88]En opinión de Simon
Collier[89]la ideología revoluciona-ria chilena se
extendió rápidamente con ayuda de la prensa en tres
etapas: la llamada "patria vieja" (1810-14), con la
fundación de los primeros periódicos, entre ellos
"La Aurora de Chile", de Camilo Henríquez (1769-1825), la
época del Gobierno de
Bernar-do O"Higgins (1778-1942) y la multiplicación
posterior de las publicaciones después de 1823.
Asunción Martínez Riaza, por su parte, registra los
principales periódicos perua-nos de la época de la
Independencia, clasificándolos en varios grupos
según su adscrip-ción
ideológica[90]
1. Prensa constitucionalista (opuesta a la
independencia)
EL PERUANO (1811-12)
EL INVESTIGADOR (1813-14)
2. Prensa fidelista (defiende la unidad de la
monarquía constitucional española)
EL TRIUNFO DE LA NACION (1821)
EL DEPOSITARIO (1821-25)
3. Prensa patriota (independentista)
EL PACIFICADOR (1821)
EL CORREO MERCANTIL, POLITICO Y LITERARIO
(1821-24)EL TRIBUNO DE LA REPUBLICA PERUANA (1822)
EL NUEVO DIA DEL PERU (1824)
La convocatoria de las Cortes de Cádiz tuvo, por
otro lado, una gran incidencia en las Indias. Así, Nuria
Sala Vila nos describe la repercusión que tuvieron las
resolu-ciones gaditanas sobre política india, en los
siguientes términos[91]"La
aplicación de una política por la metrópoli
de corte liberal, a partir de 1821, vino a socavar en buena
medida los principios de una
sociedad
colonial de Antiguo Régimen donde las divisio-nes sociales
étnicas habían definido, en buena manera los grupos
sociales". Los indios, al menos sobre el papel, pasaban de
repente a gozar de iguales derechos para elegir y ser
elegidos, y el rechazo de esta circunstancia constituyó,
sin duda, uno de los principales factores, aunque no el
único, por supuesto, que impulsaron a los criollos
peruanos a apoyar en 1814 el levantamiento del Sur
andino[92]El citado Eyzaguirre, por su parte, nos
habla de Joaquín Fernández de Leiva y de Miguel
Riesgo, dos
chilenos que fueron diputados en aquel foro, donde exigieron que se
concediese a las provincias del Nuevo Mundo una
representación equivalente a la de los territorios
peninsulares ; el resultado de tal gestión
no fue muy halagüeño, como se
verá[93]
"En sesión de 18 de enero de 1811,
el pedido de los diputados de Indias fue desechado, acentuando el
resentimiento de los criollos y su desesperanza de que pudiera
partir de la madre Patria un sincero propósito de reforma.
La cegué-ra y el orgullo de los peninsulares y su total
incomprensión de los problemas
ul-tramarinos, activaron así cada vez más el fuego
de la revolución americana y contribuyeron a desplazarla
poco a poco del terreno constitucional al campo
se-paratista".
Tal separatismo, aderezado con ideas más o menos
rousseaunianas y animado por el reciente éxito
de la revolución independentista
norteamericana[94]tomó forma
definitivamente a partir de la partida de la familia
real española hacia el exilio de Ba-yona,
doblegándose ante las exigencias de Napoleón
Bonaparte ; así, el año 1812 Juan Egaña
(1769-1836) redactaba, influido, no obstante, al mismo tiempo que
por el jurista indiano Juan de Solórzano Pereira, por los
escolásticos españoles Francisco Suárez y
Domingo de Soto. La "Declaración de los derechos del
pueblo de Chile". Y el periodista chileno Antonio José de
Irisarri (1786-1868), influido, sin duda, por el pensamiento de
Thomas Payne[95]escribe en "El Semanario
Patriótico"[96]
"Quede Fernando en Francia,
lisonjeando los caprichos de su padre adop-tivo, o vuelva en hora
buena a ocupar el trono bárbaro de los Borbones ;
noso-tros debemos ser independientes si no queremos caer en una
nueva esclavitud
más afrentosa y cruel que la pasada … Entiendan todos
que el único Rey que te-nemos es el Pueblo soberano, que
la única ley es la
voluntad del pueblo ; que la única fuerza es la
de la Patria".
Según Carlos Rama[97]si Inglaterra
dominó la economía latinoamericana tras la
Independencia, no fue ella, sino Francia, la que asumió el
liderazgo
cultural: "Se trata de un liderazgo en el terreno
"espiritual" (como se decía entonces), notable en la
admi-ración (e imitación) de los artistas, de la
moda, de las
costumbres y hábitos de las ca-pas superiores, pero
también comportaba una aceptación de modelos
ideológicos, que eran considerados por los criollos
recién independientes como más afines a sus ideas
revolucionarias". Dicha renovación ideológica
se acentuó, como observa Rama, tras la paulatina
desaparición de la esclavitud en las antiguas colonias ;
sin embargo, también es verdad que las "nuevas ideas"
nacidas de la actitud
antiespañola de los criollos no eran tan nuevas, ni
provenían todas, como suele suponerse, del extranjero,
sino que, co-mo recuerda Madariaga[98]esa actitud
republicana "… había sido siempre vigorosa en la
Iglesia
española, tal y como la supieron expresar con varios
matices hombres como Vitoria o Mariana". Y Rama
concluye[99]
"Las "nuevas ideas", que se remontaban al Renacimiento y a
una Edad Me-dia de hombres libres castellanos y aragoneses, que
se manisfestarán a través de la heterodoxia
religiosa, que estarán en la obra de los escritores de la
Compañía de Jesús, y que ante todo fueron
receptivas de la Ilustración, ahora podían
desa-rrollarse sin la coerción de la Inquisición,
el control del
papado de Pío VII y, ante todo, del orden político
colonial … Por otra parte, los Libertadores y otros dirigentes
de la Revolución Independentista integraban la
masonería (Francisco de Miranda, Simón
Bolívar,
José de San
Martín, Pedro I de Brasil, etc.) o
mante-nían ideas liberales e inclusive
democráticas, que les hacían ver con hostilidad a
la institución eclesiástica, al estilo de los
revolucionarios burgueses norteameri-canos y franceses de esos
tiempos".
La crisis de la
Monarquía hispánica se venía
anunciando ya, en efecto, como consigna Salvador de
Madariaga[100]desde la publicación en 1619
de la "Carta de Felipe
III", del Conde de Gandomer, y poco después, ya en
relación con las Indias y pronosti-cando la
secesión de las mismas, en la obra de Gabriel
Fernández de Villalobos, mar-qués de Varinas. En el
siglo XVIII la crisis se fue acentuando, como se sabe, y ello se
refleja en diversos escritos de la época, como fue el caso
del "Testamento de España" (1740), original de Melchor
Rafael de Macanaz (1670-1760), y –por lo que nos toca- las
"Cartas de Madrid"
81745), del vizconde del Buen Paso, el tinerfeño
Cristóbal del Hoyo Solórzano (1677-1762), donde el
autor, aunque se reconoce español por los cuatro cos-tados
("Indios, señor, ¿por qué mapa?
Mestizos, los canarios ¿quién lo ha dicho?
Americanos ¿por qué?"[101]),
reconoce también los vínculos que unen al
Archipiélago Canario con el Continente Americano:
"Salen diez veces más familias y más hombres a
propor-ción de Tenerife para Indias que de
España"[102]. En opinión de
Madariaga, el origen de las ideas secesionistas y
antiespañolas de América
Latina fue tanto externo como inter-no ; desde el exterior
actuaron, como hemos visto, los filósofos franceses de la
Ilustración, especialmente cuatro (v.gr., Montesquieu,
Rousseau,
Voltaire y
Raynal)[103], y desde el interior lo que este
autor denomina las "3 cofradías": judíos,
francmasones y jesui-tas[104] Especialmente
sintomática resulta la influencia del pensamiento de
Rousseau, transmisor y divulgador, como es sabido, del mito del "buen
salvaje", de procedencia es-pañola: "… unas palabras
de Colón bastaron para inflamar la fantasía de
Rousseau" ; así, en los escritos de Simón
Bolívar (1783-1830), sin ir más lejos, queda
perfectamente reflejada la concepción rousseauniana del
Estado[105]
"He aquí en mis ideas viejas el gran
problema en política: Hallar una for-ma de gobierno que
ponga la ley por encima del hombre […]
Si por desgracia no fuera posible hallarla, y confieso
ingenuamente que creo que no lo es, mi opi-nión es que hay
que pasar al otro extremo y poner de pronto al hombre tan por
encima de las leyes como sea
posible ; por consiguiente establecer el despotismo arbitrario, y
el más arbitrario que poder se
pueda".
Voltaire se refirió al Nuevo Mundo en su novela
"Cándido" y en su tragedia "Al-zira" ; Raynal, por su
parte, publicó en 1770 un tratado polémico titulado
"Histoire Philo sophique et Politique des Establissements et du
commerce des Européens dans les Deux Indes", un alegato
"… apasionado, inexacto, pintoresco y retórico"
en opinión de Salva-dor de Madariaga. El más grande
precursor, por otro lado, del independentismo latinoa-mericano,
influido, sin duda, por todos estos precedentes a que nos hemos
referido, fue Francisco de Miranda (1750-1816), descendiente de
canarios, a quien Madariaga descri-be como
sigue[106]
"Típico criollo. El padre viene a
Caracas de Canarias ; la madre tiene en Caracas arraigo de muchas
generaciones. El padre, Sebastián Miranda, era un tendero
rico. Durante la escena en que se leyó al público
el pacto entre el Gober-nador Castellanos y el rebelde
León, figuraba Sebastián Miranda al lado del
Go-bernador y del padre de Bolívar. León era
isleño como él, y ene-migo jurado de los
vascongados. Bolívar era vástago –si bien
remoto- de la nación
vascongada ; Ponte por su madre, y amigo de los Tovar. Un Ponte y
un Tovar van a ser las dos espinas más enconadas al
costado del padre de Miranda. Un Bolívar será el
amo de sus destinos".
En Miranda convergen todos los movimientos, precedentes
y tendencias que la-boraban por la secesión durante el
siglo XVIII. Por su padre sintió los resentimientos del
colono español ; por su madre los del criollo americano
más o menos injerto ; en los Estados Unidos
respiró una revolución, en Francia vivió
otra ; y se dio cuenta de los pe-ligros de la tercera ;
leía los cuatro filósofos y conoció a uno en
su propia casa ; estuvo en relación con judíos
españoles desterrados ; frecuentó instituciones
masónicas (si es que no pertenecía a la Orden) y
recogió y entregó a Pitt listas de jesuitas
desterrados que había preparado para agentes de la
secesión. Por su vida romántica, ya en sí
toda una novela, figura magnética para las Indias,
había llegado a ser por su carrera meteórica co-mo
general de la Revolución
Francesa, antes del orto de Bolívar, el Washington del
mundo hispánico".
Génesis de la identidad
filosófica latinoamericana
John Lynch comenta lo siguiente, resumiendo de alguna
manera lo que nosotros llevamos dicho hasta este
momento[107]
"Las revoluciones por la Independencia en
Hispanoamérica fueron repen-tinas, violentas y
universales. Cuando en 1808 España se derrumbó ante
la em-bestída de Napoleón, su imperio se
extendía desde California hasta el Cabo de Hornos, desde
la desembocadura del Orinoco hasta las orillas del
Pacífico, el ámbito de cuatro virreinatos, el hogar
de diecisiete millones de personas. Quince años más
tarde España solamente mantenía en su poder
Cuba y
Puerto Rico. Y
ya proliferaban las nuevas naciones. Con todo, la independencia,
aunque pre-cipitada por un choque externo, fue la
culminación de un largo proceso de
enaje-nación en el cual Hispanoamérica se dio
cuenta de su propia identidad, tomó conciencia de su
cultura, se hizo celosa de sus recursos. Esta
creciente concien-cia de sí movió a
Alexander von
Humboldt a observar: "Los criollos prefieren que se les
llame americanos ; y desde la Paz de Versailles, y especialmente
des-de 1789, se les oye decir muchas veces con orgullo: "Yo
no soy español ; soy americano, palabras que descubren
los síntomas de un antiguo resentimiento".
También revelaban, aunque todavía confusamente, la
existencia de lealtades di-vididas, porque sin negar la soberana
de la corona, o incluso los vínculos con España,
los americanos empezaban a poner en duda las bases de su
fidelidad. La propia España alimentaba sus dudas, porque
en el crepúsculo de su imperio no atenuaba sino que
aumentaba su imperialismo".
¿En qué consistía esa nueva
"identidad latinoamericana" que acababa de surgir? Augusto
Salazar Bondy establece tres cuestiones fundamentales que hay,
según él, que tener en cuenta si se quiere hablar
de una filosofía específicamente
americana[108]
1. Cómo ha sido el pensamiento
hispanoamericano, y si ha habido una filosofía
original, genuina o peculiar en esta parte del
mundo2. Cómo debe ser la filosofía
hispanoamericana si quiere lograr autenticidad y asegurar su
progreso futuro3. Si lo hispanoamericano debe o puede ser tema
de reflexión filosófica.
En relación con el primero de estos puntos,
Salazar señala que un análisis histó-rico de
la obra de los pensadores latinoamericanos revela dos tendencias
en el período que transcurre desde la Conquista hasta los
movimientos emancipatorios[109]una primera etapa
donde el pensamiento americano refleja sin más las
corrientes predominantes en España de ese período,
es decir, las distintas formas de escolasticismo; le sigue una
cor-ta etapa donde se nota la influencia de la política
liberalizadora de Carlos III, con la pu-blicación de
escritos que reflejan ese espíritu reformador, influidos
sobre toso por Fei-joo y por la presencia en el subcontinente de
algunos viajeros extranjeros ilustres, como fue el caso de
Humboldt. A todo esto habría que añadirle la
influencia que pudo ejercer en los intelectuales latinoamericanos
la lectura de
la obra de diversos filósofos de fama universal: Descartes,
Leibniz, Locke, Grocio, Galileo, Condillac, Rousseau,
Montesquieu, Adam Smith,
Filangeri, Beccaria, Benjamin Constant, etc. La conclusión
de Sala-zar es la siguiente[110]
"… la vinculación doctrinal es clara, pues la
ideología ilustrada hispanoa-mericana no es sino el
trasplante de la filosofía de la Ilustración
europea, espe-cialmente la francesa. A semejan-za de Francia, en
la América hispanoindia es ésta también
época de cambios políticos importantes, que
serán arropados por el pensamiento filosófico
moderno: los cambios de la revolución emancipadora que
hacia 1824 habrá cancelado el poder español en la
mayor parte de nuestros paí-ses".
Contrariamente a Salazar Bondy, Ramón Castilla
sí que observa una especificidad innegable en el
pensamiento de América Latina, cuya evolución divide en dos
períodos[111]
I) Subraya la alteridad de América, pero
acaba por negarle valor al instaurarse el Racionalismo y la
Ilustración.II) Se inicia con el Romanticismo y, tras el
paréntesis del Positivismo, conduce al momento
actual.
En lo que se refiere al primero de estos
períodos, que es el que aquí nos interesa,
habría que considerar, según Castilla, tres
apartados[112]
Capacidad de América para la
culturaRevelación de las peculiaridades de
AméricaPresentación de América como el
continente del futuro.
I) Capacidad de América para la
cultura
Se trata en este caso de un tema muy debatido durante
todo el período colonial, tanto por autores
autóctonos como por pensadores europeos más o menos
afamados: el de si el indio era un ser "racional" o "irracional".
En el siglo XVII, los pensadores esco-lásticos
españoles Francisco Suárez y Juan de
Cárdenas alabaron en sus escritos la "inte-ligencia
americana". Feijoo (1730-32) defiende la cultura americana, Juan
José de Eguiara (1735) dice que "… los ingenios
americanos, lejos de decaer prematuramente, son brillantemente
precoces", y el ilustrado Llano Zapata (1759) defiende
claramente a los indios, que en su opinión forman parte de
"su" América y sólo están faltos de
cultu-ra. Como observa Mariano
Picón-Salas[113]en todo aquel
período, y especialmente en la época inmediata a la
conquista americana, a los pensadores europeos se les plantearon
de repente una serie de problemas que no podían resolverse
recurriendo a las fuentes
tradicionales (i.e., la Biblia y Aristóteles):
"¿Descienden los indios de Adán?
¿No constituyen un inferior linaje y no son siervos por
naturaleza
como lo proclamaban algunos aristotélicos? Cómo se
compagina la tradición bíblica con el poblamiento
de América y cómo descen-diendo de la pareja
edénica pudieron llegar las gentes a tan remotos
países ; cómo -contra lo afirmado por
Aristóteles- la zona tórrida resultó
habitable y los antípodas no andaban de cabeza, son
algunas de las más populares cuestiones suscitadas, cuando
se trata de incorporar América al sistema de ideas
y creencias hasta entonces vigente en la cultura cristiana
europea".
En este contexto de incertidumbre teóricas
destaca sin duda la figura del Padre José de Acosta
(1540-1600), insigne jesuita, el cual, en uno de sus principales
escritos, concretamente la "Historia natural y moral de las
Indias" (1590), avanza por primera vez la hipótesis comunmente aceptada hoy en
día de que el hombre
probablemente accedió al Continente Americano a
través de las regiones árticas ; su razonamiento no
deja de ser sobremanera curioso[114]"Cuando
cesó el Diluvio, del Arca de Noé salieron las
pa-rejas de animales
allí encerradas. Algunas por instinto natural se
trasladaron a lugares donde la vida era fácil y posible,
abandonando el antiguo Continente y pasando al nuevo por la tierra
ártica". El llamado "humanismo
jesuítico" de tierras americanas no alcanzó, sin
embargo, su auge hasta bien entrado el siglo XVIII, y estos
jesuitas, con sus alabanzas a la inteligencia
americana, se convertirían, en opinión de Castilla,
en la base del independentismo latinoamericano ; a este respecto
cita la "Carta Crítica", original de un tal Francisco
Iturri, donde ya puede detectarse cierto patriotismo americanista
en es-tado embrionario.
II) América como
utopía
Según Ramón
Castilla[115]hasta el final de la
Ilustración no puede encontrarse verdaderamente
ningún pensamiento auténticamente americano, y es
que en su opinión la Ilustración, al contemplar el
territorio americano como un "mundo joven" que se en-contraba en
un estado de progreso menos avanzado que en Europa, redunda
en cierta negación y menosprecio de su ser. Esta idea
(i.e., el ya mencionado mito del "buen
sal-vaje"[116]que Rousseau, como es sabido,
volvió a resucitar[117]siendo precedido en
su labor por Montaigne, Montesquieu, Shakespeare,
Berkeley, Voltaire, Hobbes, etc.)
ya se venía arrastrando desde tiempos de la Conquista y
estaba latente en los proyectos
utópicos de algunos misioneros españoles de la
época (v.gr., Pedro de Córdoba, Rodrigo de
Figueroa, Bartolomé de las Casas, Juan Zumárraga,
Vasco de Quiroga, etc.), que se pro-ponían "… no
contaminar al indio con los males de la corrompida
civilización euro-pea". Vasco de Quiroga, por
ejemplo, pretendía, influido por Tomás Moro, llevar
a cabo en su misión
"… el sueño platónico de un orden más
armonioso del mundo" ; según Pi-cón-Salas, su
labor y la de otros misioneros de la época constituye un
claro precedente –en casi dos siglos- de las reducciones
jesuíticas del Paraguay[118]En lo que
respecta al mencionado "humanismo jesuítico" del siglo
XVIII, Picón-Salas se refiere de manera es-pecial a un
grupo de
jesuitas mexicanos que fueron expulsados de su tierra en 1767
y que en el exilio (generalmente en Italia)
desarrollaron "… un pensamiento que se acerca bastante al
reformismo social de la Enciclopedia, aunque no ha perdido su
hilo conduc-tor religioso". Así, tenemos, por
ejemplo, a los siguientes, entre
otros[119]
FRANCISCO JAVIER ALEGRE (1729-1788):
Partiendo del Derecho Natural y de una cultura
vastísima en la que se conci-lian los filósofos
griegos, Santo Tomás de Aquino y los tratadistas
modernos, busca y plantea las bases de la más
ecuánime sociedad cristiana, en cuya estructura
está implícita la idea del "pacto social" y del
Estado democrático-representativo, en lucha contra el
absolutismo monárquico ; sus tesis, expues-tas en el
libro "Instituciones Teológicas", se pueden resumir,
según Antonio Ibargüengoitia, en los siguientes
puntos[120]
a) El origen de la autoridad no es la
superioridad intelectual, física o
fisioló-gica.b) La autoridad se funda en la naturaleza
social del hombre, pero su origen próximo es el
consentimiento de la comunidad.c) La autoridad civil no viene inmediatamente
de Dios a los gobernantes, si-no mediante la
comunidad.d) Mucho menos puede decirse que la autoridad
civil provenga del romano pontífice y que él la
confiera a los príncipes.
FRANCISCO XAVIER CLAVIJERO (1751-1787):
En "Historia Antigua de México" describe
interesantes aspectos de la vida del pueblo mexicano antes de
la llegada de los españoles, así como el
proce-so de encuentro de las dos
culturas[121]
ANDRES CAVO (1739-1802)[122]:
En "Tres siglos de México" argumenta que la
creciente malquerencia contra los españoles que se
palpa en las colonias tiene como motivo determinante el justo
rencor racial.
ANDRES DE GUEVARA Y BASOAZABAL
(1748-1801)[123]:
Según él, los filósofos "…
son cosmopolitas, tienen por compatriotas a todos los
hombres y saben que cualquier lengua por exótica que
parezca puede, en virtud de la cultura, ser tan sabia como la
griega y que cualquier pueblo puede llegar a ser tan culto
como el que crea serlo en mayor grado. Con respecto a la
cultura, la verdadera Filosofía no reconoce
incapacidad en hombre alguno, o porque haya nacido blanco o
negro, o porque haya sido educado en los polos o en la zona
tórrida. Dada la conveniente instrucción
–enseña la Filosofía-, en todo clima el
hombre es capaz de todo".Elogia a Descartes, Galileo y Bacon como los genios
que abrieron la ruta pa-ra una nueva cultura
humana.El retraso de América con respecto a Europa
es un estado transitorio y per-fectamente superable a medida
que se difundan las luces.
PEDRO JOSE MARQUEZ
(1741-1793)[124]:
Crítico de arte ; analiza el arte
hispanoamericano desde la óptica estética
neoclásica de Lessing o Winckelmann.
Según Salvador de Madariaga, por otra parte, la
contribución de los jesuitas a la propagación de la
ideología emancipadora comenzó en el momento de su
expulsión de tierra españolas y portuguesas, ya que
con anterioridad a esa fecha habían contribuido
entusiásticamente al desarrollo de
la vida colonial ; lo expresa como
sigue[125]
"La labor civilizadora y creadora de los jesuitas en las
Indias fue asom-brosa. De Nueva España a Chile, sembraron
de colegios el continente, propagan-do enseñanza secundaria y superior de modo tal
que no hubo pronto en toda la América española y
Filipinas ciudad de alguna importancia donde los jesuitas no
contribuyeran en primera fila a formar las clases directoras del
país. Suele insis-tirse sobre la tendencia de los jesuitas
a ocuparse de los ricos. Aunque no deja de tener fundamento esta
observación, no se aplicaba esta
táctica en las Indias al punto de olvidar las demás
clases […] Los jesuitas prestaban la mayor atención a la enseñanza mental,
moral y artística de los indios de sus misiones del Rio de
la Plata, misiones que con el tiempo se pusieron a la cabeza del
fomento de la im-prenta, la arquitectura, la
pin-tura, la escultura, el dorado y la música, al punto que
un autor argentino moderno considera que los jesuitas
habían llegado a abo-lir por completo el analfabetismo
en los territorios de su jurisdicción. Los artistas eran
casi siempre indios".
III) América como continente del
porvenir
Este aspecto se deriva, según Ramón
Castilla, del anteriormente desarrollado mi-to del "buen salvaje"
adornado éste con temáticas procedentes de
pensadores tan dispa-res como San
Agustín, Orosio, San Isidro, Campanella o Justo
Lipsio. Así, por ejemplo, un aforismo de Montaigne dice,
refiriéndose sin duda a esta idea: "El universo cae en
parálisis ; un miembro está equilibrado ; el otro,
en vigor". Ya en el siglo XVIII, Ber-keley (1739) demuestra
su fe en la perspectiva de implantar las artes en América,
"… no como las produce Europa en su decadencia, sino como
las produjo cuando era fresca y joven". Raynal (1759), por
su parte, manifiesta: "Después de haber sido
devastado, este Nuevo Mundo debe florecer a su turno y tal vez
sin mandar al antiguo" ; finalmente, Galiani (1774) dice:
"Ha llegado la hora del derrumbe total de Europa y de la
transmi-gración a América. Todo cae podrido entre
nosotros: religión, leyes,
artes, ciencias ; y
todo va a reconstruirse desde los cimientos en
América".
Hacia un nuevo concepto de
educación
En vísperas de la Revolución, la
burguesía criolla se encontraba, como decimos, imbuida del
espíritu cosmopolita y de los ideales humanos que le
llegaban desde Euro-pa ; para fundamentar sus aspiraciones
disponía, como comenta
Picón-Salas[126]"… de una abundante
literatura
descriptiva y crítica inspirada en América y en la
que se fun-den la curiosidad científica de la época
y la más concreta propaganda
contra España que se elabora en Francia y, más
señaladamente, en Inglaterra, ávida de abrirse paso
a los mercados y rutas
ultramarinas del ya vacilante imperio hispánico"" Ese
ansia de los intelectuales criollos por adquirir cultura de
cualquier parte del mundo que no fuese Es-paña se refleja
en la siguiente cita del ya mencionado Francisco de Miranda,
extraída de la "Carta a Cagigal'"(1783), donde dice que se
marcha[127]
"… para dar principio a mis viajes por el
extranjero. Con este designio he cultivado de antemano con esmero
los principales idiomas de la Europa que fue-ron la
profesión en que desde mis primeros años me
colocó la suerte y el naci-miento. Todos estos principios
; toda esta simiente que, con no pequeño afán y
gastos, se ha
estado sembrando en mi entendimiento por espacio de treinta
años que tengo de edad, quedaría desde luego sin
fruto ni provecho por falta de cultu-ra a tiempo: la experiencia
y conocimiento que el hombre adquiere visitando y examinando
personalmente con inteligencia prolija en el gran libro del
Universo. Las sociedades
más sabias y virtuosas que lo componen ; sus leyes,
Gobierno, Agricultura,
Policía, Arte militar,
Navegación, Ciencias, Artes, etc., es lo que
únicamente puede sazonar el fruto y completar en
algún modo la obra magna de formar un hombre
sólido".
Estas declaraciones de Miranda reflejan –aparte de
la inclinación cada vez más probritánica de
la burguesía criolla- la evidente influencia en este
personaje de la obra de John Locke[128]el cual,
defendiendo en sus "Pensamientos acerca de la educación", del
año 1714, la conveniencia de viajar para complementar la
educación,
expresa opi-niones similares[129]Por otro lado,
ese interés
por la educación propia que manifestaban los intelectuales
criollos era asimismo extensible a investigar sobre formas
viables de ampliar el nivel educacional de la población de sus respectivos países
(no olvidemos que la influencia de la Ilustración era
enorme, y los ilustrados insistían, como se ha visto
más arriba[130]en esta temática) ;
en ese aspecto no se apartaron mucho, según
Picón-Salas, de lo que a la sazón se estaba
haciendo en España[131]"Fórmulas
o planes que los enciclopedistas españoles de entonces
daban para superar la postración de la Pe-nínsula,
son adoptadas también en América, y así, la
influencia ya perceptible de las ideas cosmopolitas
–inglesas o francesas- en el pensamiento criollo de
entonces, se ejercita sobre un fondo común de
ideología española". La referencia
común a este res-pecto es el ya citado Benito
Jerónimo Feijoo[132]el cual acusaba a los
sectores más retrógrados de la Iglesia
española de "… querer escudar la Religión con
la Barbarie, de-fender la luz con el humo, y dar a la ignorancia
el glorioso atributo de necesario para la seguridad de la
Fe"[133]. Feijoo completa su
apreciación en el siguiente texto:
"De los que se oponen [al adelantamiento de las
Ciencias y Artes en Es-paña] unos proceden por
ignorancia, otros por malicia, Los primeros tienen alguna
disculpa, ninguna los segundos. Y la malicia de estos atrae para
auxiliar suya la ignorancia de los otros. Grita este, que cuanto
da a luz el nuevo Escritor son unas inutilidades que tanto vale
ignorarlas como saberlas. Cla-ma aquél, que todas las
novedades en materias literarias son peligrosas. Fulmina el otro
que cuanto produce como nuevo su compatriota es tomado de
Extranjeros, que o son herejes, o les falta poco para serlo. Y
aquí entra con afectado énfasis lo de los aires
infectos del Norte, que se hizo ya estribillo en tantos asuntos,
y es admira-ble para alucinar a muchos buenos católicos,
mas igualmente que católicos, ig-norantes".
Picón-Salas resume el pensamiento crítico
de Feijoo en cuatro "idola" de las tra-dición nacional,
enarbolados de una forma u otra por prácticamente todos
los teóricos de la educación latinoamericana de la
época[134]
1. El abuso de las disputas verbales que
convirtieron la llamada ciencia españo-la de la
época barroca en un laberinto de palabras sin
contenido útil2. Los argumentos de autoridad, absorbiendo el
sano criterio de la razón3. El desdén por la experiencia y por la
observación de la naturaleza4. Las vanas credulidades y supercherías
que en España constituían el follaje
parásito de la fe religiosa.
Entre los autores que en América Latina
teorizaron sobre temas educativos por aquellas fechas podemos
citar, entre otros, a José Baquijano y Carrillo
(1751-1818)[135], Francisco Espejo
(1758-1814)[136] y Francisco José de Caldas
(1771-1816)[137]. Las ideas de Feijoo sobre la
realidad española de su tiempo, por otro lado, fueron
aplicadas sin más por el venezolano Miguel José
Sanz (1754-1814)[138] para poner en solfa los
defectos de la educación colonial , en cuanto a Manuel de
Salas, uno de los contertulios de Olavide durante la estancia de
aquél en tierras venezolanas, Picón-Salas dice lo
si-guiente[139]
"… ha estudiado el inglés,
lo que le pone en contacto ya no sólo con el nuevo
pensamiento de educación técnica de que estaba
impregnada la reciente ideología norteamericana.
Curiosamente Manuel de Salas recuerda a Franklin en la doble y
armoniosa capacidad de pensar y de hacer".
Eclosión de la
ideología emancipadora en diferentes países de
América latina
Los sueños de libertad
política de Latinoamérica a que nos hemos venido
refi-riendo se vieron reflejados, como constata
Picón-Salas[140]en la "Carta de los
Españoles Americanos" (1782), un panfleto
propagandístico clandestino original del intelectual
pe-ruano Juan Pablo Vizcardo y Guzmán (1747-1798) que
Francisco de Miranda se encar-gó de difundir por toda
Hispanoamérica y donde, tras analizar la en su
opinión desastro-sa política colonial
española, se propugnaba la independencia a
imitación de lo que ha-bía sucedido en los Estados
Unidos en fechas recientes. En el resto del libelo, que fue
traducido al francés e impreso en Filadelfia, se nota,
como puede comprobarse, la influ-encia tanto de Rousseau como de
los teólogos escolásticos
españoles[141]
"La conservación de los derechos naturales y,
sobre todo, la de la libertad de las personas y seguido de los
bienes, es
incuestionablemente la piedra funda-mental de toda sociedad
humana, bajo cualquier forma política en que ésta
sea organizada. Estamos obligados a reivindicar los derechos
naturales que debemos a nuestro Creador ; derechos preciosos que
no tenemos facultad para enajenar, y de los cuales no puede
privársenos sin incurrir por ello en un crimen.
¿Puede el hombre acaso renunciar a su razón? Pues
su libertad personal no le
pertenece menos especialmente".
Casi simultáneamente, el joven colombiano Antonio
de Nariño (1765-1823) tra-ducía al castellano, como
ya hemos mencionado[142]la "Declaración de
los Derechos del Hombre y del Ciudadano", Carta Magna, como se
sabe, de toda revolución liberal que se precie, lo que le
costó varios años de cárcel, pero
resultó a la larga un hecho de gran trascendencia, ya que
la susodicha traducción alcanzó una amplia
difusión por todo el subcontinente[143]Por
otro lado, lo que Picón Salas denomina el "contagio de
la Revolu-ción francesa" accedió a los
criollos igualmente –también hemos hecho
mención de ello[144]a través de
España, y no únicamente por la lectura de las
obras polémicas de los disidentes españoles, sino
de una manera bastante más directa:
"Un grupo de maestros españoles, empapados de
Rousseau y de ciega espe-ranza en el poder de las
ideologías, fraguaron en la Península la llamada
conspi-ración de San Blas (primer sueño de crear
una república democrática hispana). Descubiertos y
hechos cautivos estos "afrancesa-dos" –Juan Bautista
Picornell, Manuel Cortés de Campomanes y Sebastián
Andrés-, se las señala como presi-dio las
bóvedas de La Guaira en las lejanas costas del Caribe. Era
precisamente ese puerto de La Guaira –tan visitado de naves
vizcaínas que exportaban el pre-cioso cacao de Caracas, y
vecino de las Antillas inglesas, francesas y holandesas, focos
muy activos de
contrabando
comercial e ideológico- uno de los lugares de
América más contaminados por el naciente
espíritu de agitación".
Fue precisamente en ese entorno propicio donde, como es
sabido, se desató por fin la vorágine
revolucionaria, y fueron esas condiciones objetivas las que
permitieron la formación intelectual del gran Libertador,
Simón Bolívar (1783-1830), que Picón-Sa-las
describe a continuación[145]
"Simbólicamente en los finales del siglo XVIII,
el 19 de enero de 1799, el adolescente Simón
Bolívar, que ya ha tenido los tres y más
extraordinarios ma-estros que entonces podía ofrecer
Venezuela: el
licenciado Sanz, crítico de la educación colonial ;
el joven Andrés
Bello, que antes de los veinte años era el más
consumado latinista y el más fino intérprete de las
letras clásicas y moder-nas en la capitanía
general, y el extrañísimo Simón
Rodríguez, rusoniano prácti-co y enemigo radical de
toda tiranía (llámese familia, iglesia
o estado), empren-de en el navío San Ildefonso su
primer viaje de estudio a Europa".
En un principio, según Picón-Salas, no se
establecieron grandes diferencias entre los movimientos
emancipadores de las distintas regiones ; así
dice[146]"Una conciencia de destino
común hispanoamericano (que después hemos perdido)
es característica del clima espiritual
de aquellos días. Miranda llama compatriotas a sus
corresponsales y amigos desde México hasta Buenos Aires.
Así como un chileno –Madariaga- va a revo-lucionar
Caracas, un guatemalteco –Irisarri- será uno de los
más agudos panfletistas de la independencia en Santiago de
Chile. Para la idea y la obligación que viene no se
conocen entonces fronteras". Pero, como se sabe, no
tardó en cundir la división, no sólo entre
distintos países latinoamericanos, sino también en
el seno de una misma nación, como veremos en el apartado
que sigue.
Región del Río de la Plata (Argentina,
Paraguay y
Uruguay)
Según John Lynch[147]la idea de
independencia de España llegó a esa zona de una
manera casual, con motivo del ataque que la Marina inglesa
realizó a Buenos Aires en el curso de la guerra de
Inglaterra contra España (1806) , entonces, durante la
defen-sa de la ciudad, pudieron comprobar los criollos su
evidente superioridad numérica so-bre las peninsulares:
"Sus regimientos, llamados de patricios y de
arribeños, eran ma-yores y más numerosos que los de
los peninsulares, y llegaron a tener alrededor de 8.000 hombres.
Al mismo tiempo escogían a sus oficiales superiores
mediante elección, convirtiendo así a su organización militar en una especie de
democracia". Esa circuns-tancia fue antes que nada la que
los empujó a una actividad política cada vez
más inten-sa y cada vez más crítica para con
el sistema colonial. Aparte de esto, mientras que, co-mo hemos
visto, la debilidad de España en América
llevó a los criollos a la política, la crisis
española en Europa les dio aún mayores
oportunidades para hacer progresar sus intereses. Además,
aunque el poder de los criollos residía sobre todo, como
hemos visto, en su capacidad militar, éstos
disponían asimismo, como constata Lynch, de fuertes
re-cursos ideológicos[148]
"… entre los criollos había también un
definido grupo de intelectuales, gra-duados, abogados, doctores,
oficinistas y sacerdotes, un incipiente sector medio, influido
por la Ilustración, y directa o indirectamente nacido del
reciente creci-miento de la colonia. Procedían de grupos
sociales más bajos que los militares: Belgrano y
Castelli eran hijos de italianos ; Moreno y Viey-tes, hijos de
modes-tos inmigrantes españoles ; Larrea y Matheu,
catalanes. Y tenían que trabajar para vivir, como
pequeños burócratas o profesionales. Estaban
más interesados en las ideas que en las armas, y aunque
no discutían la estructura
social exis-tente, tendían a ser más radicales
en su pensamiento, apoyando reformas ilustra-das, el
Semanario de Agricultura y otros periódicos, ; y
al fracasar en su intento de conseguir una monarquía
constitucional empezaron a defender la
independen-cia".
En Uruguay la cosa funcionó de forma distinta ;
su estamento criollo se encontraba al principio más
dispuesto a apoyar a España que al movimiento
independentista liderado por Argentina. La razón era que
ellos de quien realmente querían independizar-se era de
Buenos Aires, y utilizaban la lealtad a la metrópoli como
un medio para con-seguir aquel fin ; pero no se percataban, al
menos al principio, de que su peculiar secesionismo beneficiaba
más a los realistas que a su propio partido. Uno de los
primeros en darse cuenta de este extremo fue José Gervasio
Artigas (1764-1850), un caudillo gaucho que, a consecuencia de
esta constatación, decidió unirse en Febrero de
1811 al movi-miento independentista del Plata ; con ello
consiguió que la Junta constituida en Buenos Aires le
dotase de medios humanos
y materiales
para llevar la revolución a la Banda Oriental,
convirtiéndose de esta manera con el tiempo en el fundador
de la nación uruguaya[149]El caso de
Paraguay también fue especial, pero distinto del que
acabamos de describir[150]
"Paraguay, como Uruguay, repudió la autoridad de
Buenos Aires, primero y muy brevemente para apoyar a
España, luego más vigorosamente para afirmar su
propia independencia. Fue un movimiento muy rápido, y
Paraguay de hecho se convirtió en un estado soberano desde
1811 sin pasar por la larga prueba de combates sufrida por
Uruguay. Pero, mientras que Uruguay utilizó su
independencia para crear un estado liberal, dominado por la
aristocracia agraria y mer-cantil, Paraguay tuvo una dictadura
seudopopulista bajo el gobierno del siniestro doctor
Francia".
Una vez secesionados Uruguay y Paraguay, los problemas
no cesaron en las lla-madas Provincias Unidas del Río de
la Plata –la actual Argentina-, que al menos durante la
lucha independentista estaban de acuerdo en principio para formar
una sola nación ; pero, como constatan Bushnell &
Macaulay[151]esa determinación unitaria se
reveló con frecuencia bastante frágil, toda vez que
de hecho, "… ya en 1810, el mismo año de la
declaración de unidad, se vino abajo la autoridad nacional
al desencadenarse un conflicto
armado entre las provincias y dentro de cada una de ellas, que
degeneró en una situación de desorden
generalizado". El origen de estos enfrentamientos estaba por
lo ge-neral en la diferencia de puntos de vista acerca de la
forma de organizar el Gobierno:
"Unos pretendían estructurar la nueva
nación como una república centraliza-da, con un
fuerte control por parte de las autoridades de la capital,
mientras que otros destacaban la formación de una
federación de provincias ligadas por lazos flexibles. Por
su parte Buenos Aires, con fuertes vínculos comerciales y
de otro tipo con Europa occidental y con los Estados Unidos, y
que poseía una cuota desproporcionada de la riqueza y del
capital humano
del país, se consideraba destinada por la naturaleza a
"civilizar" a la aislada y atrasada región interior … A
su vez, el federalismo es
apoyó en el resentimiento que despertaba en el inte-rior
la prepotencia de Buenos Aires y de sus habitantes, los
porteños".
Chile
Según Lynch[152]en esta colonia, a
pesar de hallarse a la sombra del Perú realista, se
había desarrollado un sentido de identidad
nacional más acendrado que en el Alto Perú,
"… y su clase
dominante tenía menos miedo a la revolución".
La razón estribaba tal vez en que la sociedad chilena era
bastante homogénea en su composición, con unos
800.000 habitantes aproximadamente, mestizos en su
mayoría, a los que se sumaban 20.000 españoles,
20.000 negros, zambos y mulatos (5.000 de ellos esclavos) y
alrededor de 100.000 indios [ver gráfico]. La
estructura
social del país se edificaba en torno a la
propiedad de
la tierra, que se encontraba concentrada en manos de una reducida
élite y, como dice Lynch, resulta "… lógico
que los aristócratas criollos, amos del campo, aspiraran a
ser amos del país". Esa autoconciencia chilena se
expresó en una abundante y rica literatura, cuyos primeros
exponentes fueron, lo mismo que en el caso de México,
algunos jesuitas exiliados, los cuales, describiendo su patria,
sus recursos
humanos y naturales, su historia y sus instituciones,
fraguaron un incipiente sentido de nacionalidad:
"Una generación entera de criollos, Manuel de
Salas, José Antonio de Rojas, Juan Egaña, rindieron
tributo literario a su país y afirmaron su patriotismo en
una prosa elegante aunque exagerada. Después de un largo
período de desarrollo, el crecimiento de la identidad
chilena fue repentinamente acelerado por los acontecimientos. La
crisis del 1808-1810 obligó a los líderes criollos
a actuar como nacionalistas, y en 1810 el concepto de patria
había empezado a significar Chile más que el mundo
hispánico como un todo".
Tales ideales de identidad nacional chilena empujaban,
en efecto, a la acción
a líderes como Bernardo O"Higgins (1778-1842), pero, como
afirma Lynch, no eran en absoluto compartidos por las clases
bajas, muchos de cuyos miembros combatieron en el bando realista.
O"Higgins, por su parte, los arengaba en unos términos
nacionalistas que posiblemente no comprendían:
"¿Cómo os habéis olvidado que sois
chilenos, her-manos nuestros, de una misma patria y
religión y que debéis de ser libres a pesar de los
tiranos que os engañan?"[153]. la
independencia de este país, por otra parte,
constituyó, como consignan Bushnell y
Macaulay[154]el mayor de los éxitos, en
todos los sentidos, de
todo el proceso independentista latinoamericano, puesto que
O"Higgins y sus suceso-res, como liberales reformistas que eran,
hicieron todo lo posible, con la ayuda de los británicos,
por "… situar a Chile en línea con los avances
políticos y de otro tipo vigen-te en la zona del norte del
Atlántico".
Perú
La aristocracia peruana, al contrario que la chilena, se
agarraba fanáticamente a sus privilegios ; Lynch
dice[155]"Su conservadurismo estaba provocado
no sólo por nos-talgia de la situación pasada, sino
también por miedo a los futuros desórdenes"
(esta circunstancia estaba, por demás justificada, ya que
los blancos peruanos, 140.800 de una población total de
1.115.207 en 1797, fueron siempre conscientes de que los indios y
los mestizos los superaban en número)[156].
Los liberales del Perú no eran independentistas ;
sólo pedían reformas políticas
e igualdad para
los criollos dentro del armazón colonial. Por eso el
primer levantamiento antiespañol de la zona no estuvo
protagonizado por los criollos, sino que se concretizó en
la sublevación india de Túpac Amaru (1780), que lo
único que en realidad buscaba era un alivio inmediato de
la situación, y no un cambio
político permanente ; no se trataba, por tanto, de
genuinos movimientos de independen-cia[157]La
liberación definitiva de Perú del dominio
español estuvo dirigida, como se sabe, desde Chile y fue
conseguida manu militari por el general San
Martín[158]El resul-tado del proceso
anteriormente descrito fue, por supuesto, un régimen
extraordinaria-mente inestable, donde influían todas las
diatribas étnicas (v.gr., divisiones tribales entre indios
quechuas, aymaras, etc.) como las rivalidades regionales entre
las diferentes zo-nas de montaña y entre las gentes de la
cordillera y las de la costa ; a todo ello se unía la
ruina de la minería de
la plata a causa de las guerras de
independencia. No obstante, en Perú, al igual que en
Bolivia, se
acometieron en los años que siguieron a la independen-cia
algunas innovaciones institucionales de alto vuelo (v.gr.,
abolición de la mita[159]y
di-versas medidas contra la acumulación de bienes por
parte de la Iglesia), que, sin embar-go, no llegaron a alcanzar
la profundidad requerida para que tuviesen auténtica
repercu-sión social : por ejemplo, aunque el odiado
tributo indio fue abolido de entrada, pronto fue
restaurado con el nuevo nombre de "contribución de los
indígenas", que intentaba enmascarar la memoria de
la opresión española[160]
Venezuela
Como consigna Lynch[161]en Venezuela,
hasta los últimos años del régimen
co-lonial, "… la aristocracia criolla no vio alternativa a
la estructura de poder existente y aceptó el dominio
español como la más efectiva garantía de la
ley, el orden y la jerar-quía". Entre 1797 y 1810, no
obstante, esa lealtad se fue erosionando ante las cambian-tes
circunstancias:
"En una época de creciente inestabilidad, cuando
España ya no podía con-trolar los acontecimientos
ni en su casa ni fuera de ella, los criollos empezaron a
considerar que su preeminencia social dependía de
conseguir un inmediato obje-tivo político –tomar el
poder en exclusiva en vez de compartirlo con los funcio-narios y
representantes de la debilitada metrópoli-. Además
la economía venezo-lana era víctima de las guerras
europeas en que estaba metida España y que
per-mitían ver más claramente los fallos del
monopolio
colonial: la gran escasez y los
altos costos de los
productos
manufacturados y la dificultad en enviar los productos coloniales
a los mercados exteriores. El contrabando era la única
vál-vula de salvación, pero también se
convirtió en una forma de monopolio perma-nente en manos
de ingleses o de holandeses".
Esos objetivos
políticos tomaron forma en Julio de 1808 cuando
llegó a Caracas la noticia de la capitulación de
los Borbones ante Napoleón. "Mientras que la
burocra-cia española se estremecía, un grupo de
dirigentes criollos presentó una petición para el
establecimiento de una junta independiente que decidiera la
posición política de
Ve-nezuela"[162]. Aunque la represión
no se hizo espera, el proceso emancipador siguió ade-lante
imparable bajo los auspicios de intelectuales criollos de la
talla de Francisco de Miranda y, sobre todo, de Simón
Bolívar. El concepto criollo de nueva sociedad no
afloraría, sin embargo, hasta la promulgación de la
Constitución en Diciembre de 1811, "…
una constitución fuertemente influida por la de los
Estados Unidos, escrupulosa-mente federal, con un poder
ejecutivo débil, y jerárquica en sus calores
sociales" ; en ella la igualdad legal era reemplazada por
una desigualdad real basada en el sufragio, que
limitaba los derechos al voto y confería la entera
ciudadanía únicamente a los
pro-pietarios, dejando prácticamente fuera de juego a los
"pardos"[163]y, por supuesto, a los
esclavos[164]
"Los esclavos y los "pardos" libres, que durante la
guerra habían acariciado la esperanza de conseguir la
libertad y la igualdad, vieron cómo se desvanecían
estos deseos, sólo parcialmente satisfechos cuando en 1830
tuvieron que volver (la mayoría de ellos) a su antiguo
conformismo. Sin embargo, al haber sido aren-gados por los
líderes de uno y otro bando, constituían ahora un
foco potencial-mente conflictivo".
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