Entre el velo y el espejo: violencia popular y medios de comunicación en Chile
- Más
de cien años después - La
obligatoriedad de la paz - Una
movilización, los discursos y los hechos - Viejas
y nuevas palabras
Hablar de la realidad sin aludir a las
relaciones de poder
es como escribir "Hamlet", sin
el
Príncipe de Dinamarca.
Joaquín Estefanía
¿Arde
Santiago?
Es claro, como cita a ¿Arde París?,
la novela de
Larry Collins y Dominique Lapierre, es todo un exceso. No arde
Santiago. Algunos días del año, quizás, arde
como Buenos Aires,
según lo cantan Los Fabulosos Cadillacs: «Arde de
sirenas y de canas/ Buenos Aires/ arde de violencia ya
se quema/ Buenos Aires».
Entonces, ¿a qué se debe la vehemencia ante cada
hecho de violencia que protagonizan los sectores populares? Todo
gobierno aspira a
mantener el orden, esa obviedad queda clara en recientes
declaraciones de la Presidenta de la
República: «Vamos a usar todos los recursos que
estén a nuestro alcance para aplicar mano firme contra la
delincuencia y
el vandalismo, porque este no es un país violento y no
podemos permitir que unos pocos lo transformen en un país
violento», señala[1]
Pero es más clara dicha voluntad, cuando se aprecia que
ella ha sido una constante histórica.
Ya en el siglo XIX los medios de
comunicación se hacían cargo de estos temas.
Con motivo de la Comuna de París, en el año 1871,
El Mercurio
toma una clara postura: los communards son una
«turba de bandidos sin ley, sin religión, sin patria
que se apoderaron de París [y son responsables de] los
atentados, los desastres y los crímenes que han
acompañado»[2].
El 19 de mayo de 1871, el diario mencionaba a conocidos
delincuentes de la época como posibles líderes de
un levantamiento popular chilensis. En esa
ficción, a ellos los seguirían «las
muchedumbres del Arenal y del Matadero». Y estos no son
pocos, que es otra manera de señalar que constituyen la
mayoría: «por su masa habrían sido
irresistibles. Acordémonos que las peonadas del canal de
Maipú que varias veces intentaron saquear Santiago. Pues
los carrilanos y los canaleros y los de
allá no son sino los comunistas de esta parte del
mundo con la única diferencia de la ojota a la blusa de
mezclilla»[3].
El Mercurio propone dramáticas visiones del
futuro: «Dadles cualquier día un fusil que se carga
por la culata en lugar de la barreta o de la echona, y
veréis si no levantan barricadas y si también no
aprenden a gritar con todos sus pulmones: Libertad!,
Igualdad!, Fraternidad! cuando anden a balazos
por nuestras calles y las plazas públicas de nuestras
sociedades»[4]. Desde
entonces, la apelación al miedo como un mecanismo de
cohesión social y política:
«¿Pasará la Internacional los mares e
irá a sentar sus reales entre las breñas del Santa
Lucía o del Cerro de las Carretas?». Es la edición
del 4 de agosto de 1871, y el diario se refiere a la
Asociación Obrera Internacional –conocida como la
primera Internacional–, fundada el 28 de
septiembre de 1864.
Ante ello, El Mercurio, vigilante, se pronuncia:
«Lo ocurrido ahora con el gremio de jornaleros no debe
mirarse como un hecho aislado y que puede morir en su nacimiento:
no, ello es síntoma de un trastorno social que puede
acarrear las más funestas consecuencias aun para los
mismos que los promueven, si no se le pone un atajo eficaz y que
mate para siempre ese espíritu de comunismo que
comienza a germinar en nuestro
pueblo»[5].
Más de
cien años después
Mucha violencia ha pasado bajo el puente de la historia desde entonces; y
pareciera que nunca termina de pasar. Muchas páginas se
escriben sobre ella[6]
Una de las formas de la violencia es aquella que surge en el
contexto de la protesta social, esto es, en la
intervención del espacio público realizada por un
actor político-social, que se expresa de manera demandante
o confrontacional al sistema vigente.
Esta dimensión pública es su principal
distinción; ella transforma la disidencia en resistencia,
señala el punto de inflexión en el proceso de
toma de conciencia.
Ahora bien, la utilización de formas de violencia en el
desarrollo de
protestas sociales ha sido sancionada negativamente por todos los
poderes del Estado,
así como por la Iglesia
Católica y los medios de
comunicación.
A nivel de sentido común, particularmente los medios de
comunicación, han definido a quienes se
manifiestan de manera violenta como interlocutores invalidados
a priori: desadaptados, delincuentes, irracionales,
infiltrados, son algunos de los términos con los cuales se
les suele calificar.
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