"El universo es la
expresión exterior visible de lo Real y lo Real es la
realidad interior e invisible del universo" Al
Jami"i
Toda experiencia sufi es, por antonomasia, compleja y
multidimensional. Supone toda una vivencia espiritual fundada en
un proceso de
comunicación con las manifestaciones
divinas. La contemplación amorosa, la meditación,
la perplejidad, el silencio, la descodificación de lo
inefable, el anonadamiento, la trasmigración y el
sueño de fusión
con/en lo absoluto son algunas de las coordenadas primarias y
definitorias de la prueba mística.
La verdad, entendida ésta en su
sentido místico, es obviamente única pero al mismo
tiempo
multifacética en la medida en que sus manifestaciones son
infinitas. El sufi está convencido de esta multiplicidad
de sus apariencias en
el mundo sensorial. De ahí que todo místico se vea
obligado a desvelar sus misterios
abocándose a una perpetua indagación pasando de un
estado a
otro.
Como ser humano, el sujeto de la práctica y uso
de la indagación extática, se sabe
irremediablemente mortal. No es de extrañar entonces que
la persuasión de estar abocado a una ineluctable muerte se
articule como una de las más primordiales constantes en
los discursos
místicos. La muerte es
siempre contemplada desde la condición misma de hallarse
confinado por los determinismos del tiempo, del espacio, del
cuerpo e incluso de la lengua, que se
revela incapaz de expresar los sombríos estados
anímicos, psíquicos experimentados en los inefables
momentos de revelación. Este
condicionamiento temporal y espacial es lo que justamente
legitima la incesante búsqueda del sentido último
del mundo y sus cosas.
La fugacidad de la vida resulta un dilema que se
compensa procurando superar el dolor de la muerte. El viaje
místico hacia la sempiterna realidad mágica
de lo infinito, por más ardua y enmarañada
que sea, ha de emprenderse en función de
un desequilibrio entre la razón y el corazón.
La perplejidad, uno de los medulares y frecuentes
maqamats de la experiencia extática, se
debe a la pluralidad de los planteamientos y al rechazo continuo
de los preceptos de la común lógica
religiosa. De ahí se entiende la
trasgresión de toda noción
espacio-temporal, la descalificación del lenguaje
ordinario y la creación de un código
propio anti-lógico.
La revelación, o kashf tal como
la define Ibn Arabi, es un puro " arte de caer en
la cuenta"1. Pero se trata de una iluminación propiamente mística y no
es dada más que a los Ahl al Ikhtisas2. Es
sabido que el sufismo, por no favorecer ninguna de las
ideologías del Logos religioso o epistemológico, ha
huido siempre las grandes polémicas y contiendas
dogmáticas de los que se declaran poseedores de la
verdad3. No en balde, refiriéndose a los disconformidades
interpretativas originadas acerca de la palabra coránica,
Ibn Hazm asegura que " toda interpretación es una desviación del
texto" y
que "todo lo que dice el texto es lógico; y lo
lógico es verdadero y de, ningún modo, puede
ocasionar desacuerdos"4 .
Es por, este motivo, y por no terminar hundidos en la
absurda e ilícita arbitrariedad del extravío, que
los místicos parten del teorema de la coherencia de la
santa escritura. Es
cierto que la práctica extática supone una continua
búsqueda de la tan anhelada revelación, pero es
igualmente verdad que se aboga, en este sentido por la afinidad y
solidez del enunciado coránico tanto en su forma como en
su fondo. La palabra divina no ha de concebirse como un simple
código lingüístico que aspira a transmitir un
determinado mensaje; es del mismo modo una estructura
cósmica que determina la existencia entera del ser humano.
Contemplar la Palabra o el Verbo es contemplar la esencia
divina.
El rechazo de lo mundanal en los usos sufistas no es un
mero huir de la materia ni
tampoco una simple fuga de la muerte física. El mundo
sensorial es el imperativo punto de arranque de todo viaje
místico, en efecto no puede haber una experiencia
extática que se efectúe extrínsecamente sin
fijarse meditadamente en las manifestaciones materiales de
lo absoluto. Incluso el viaje hacia las honduras del
"yo" ha de interpretarse en función de una
visión de elementalidad sideral. La mismidad es pensada en
este sentido como parte integrante del cosmos, y todo lo
cósmico es decididamente reflejo de la presencia divina.
Rastrear la impronta de Dios es escudriñar sus señales. El universo para El Hallaj es un
"jardín de signos":
Oh Tu cuyos jardines de
signos
Abraza toda
apariencia
Si deseo una
cosa
Eres todo lo que deseo
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Lo material y espiritual; lo visible e invisible
resultan indisociables en la cosmovisión e imaginario de
los sufistas. Configuran la gran e irrefutable parábola de
la fusión del cuerpo y del alma. De este
modo, toda forma existencial (naturaleza,
seres, cosas…) corresponde a una esencia ontológica
/material por formar parte del mundo; pero corresponde, por otro
lado, a un símbolo, que en un juego de
espejos, refleja sentidos divinos. Estamos ante una polisemia
donde el ser es del mismo modo metáfora de la unión
entre lo abstracto (espiritual)y concreto
(material):
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