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La mística árabe y el caer en la cuenta



Partes: 1, 2

    "El universo es la
    expresión exterior visible de lo Real y lo Real es la
    realidad interior e invisible del universo" Al
    Jami"i

    Toda experiencia sufi es, por antonomasia, compleja y
    multidimensional. Supone toda una vivencia espiritual fundada en
    un proceso de
    comunicación con las manifestaciones
    divinas. La contemplación amorosa, la meditación,
    la perplejidad, el silencio, la descodificación de lo
    inefable, el anonadamiento, la trasmigración y el
    sueño de fusión
    con/en lo absoluto son algunas de las coordenadas primarias y
    definitorias de la prueba mística.

    La verdad, entendida ésta en su
    sentido místico, es obviamente única pero al mismo
    tiempo
    multifacética en la medida en que sus manifestaciones son
    infinitas. El sufi está convencido de esta multiplicidad
    de sus apariencias en
    el mundo sensorial. De ahí que todo místico se vea
    obligado a desvelar sus misterios
    abocándose a una perpetua indagación pasando de un
    estado a
    otro.

    Como ser humano, el sujeto de la práctica y uso
    de la indagación extática, se sabe
    irremediablemente mortal. No es de extrañar entonces que
    la persuasión de estar abocado a una ineluctable muerte se
    articule como una de las más primordiales constantes en
    los discursos
    místicos. La muerte es
    siempre contemplada desde la condición misma de hallarse
    confinado por los determinismos del tiempo, del espacio, del
    cuerpo e incluso de la lengua, que se
    revela incapaz de expresar los sombríos estados
    anímicos, psíquicos experimentados en los inefables
    momentos de revelación. Este
    condicionamiento temporal y espacial es lo que justamente
    legitima la incesante búsqueda del sentido último
    del mundo y sus cosas.

    La fugacidad de la vida resulta un dilema que se
    compensa procurando superar el dolor de la muerte. El viaje
    místico hacia la sempiterna realidad mágica
    de lo infinito
    , por más ardua y enmarañada
    que sea, ha de emprenderse en función de
    un desequilibrio entre la razón y el corazón.
    La perplejidad, uno de los medulares y frecuentes
    maqamats de la experiencia extática, se
    debe a la pluralidad de los planteamientos y al rechazo continuo
    de los preceptos de la común lógica
    religiosa. De ahí se entiende la
    trasgresión de toda noción
    espacio-temporal, la descalificación del lenguaje
    ordinario y la creación de un código
    propio anti-lógico.

    La revelación, o kashf tal como
    la define Ibn Arabi, es un puro " arte de caer en
    la cuenta"
    1. Pero se trata de una iluminación propiamente mística y no
    es dada más que a los Ahl al Ikhtisas2. Es
    sabido que el sufismo, por no favorecer ninguna de las
    ideologías del Logos religioso o epistemológico, ha
    huido siempre las grandes polémicas y contiendas
    dogmáticas de los que se declaran poseedores de la
    verdad3. No en balde, refiriéndose a los disconformidades
    interpretativas originadas acerca de la palabra coránica,
    Ibn Hazm asegura que " toda interpretación es una desviación del
    texto"
    y
    que "todo lo que dice el texto es lógico; y lo
    lógico es verdadero y de, ningún modo, puede
    ocasionar desacuerdos"
    4 .

    Es por, este motivo, y por no terminar hundidos en la
    absurda e ilícita arbitrariedad del extravío, que
    los místicos parten del teorema de la coherencia de la
    santa escritura. Es
    cierto que la práctica extática supone una continua
    búsqueda de la tan anhelada revelación, pero es
    igualmente verdad que se aboga, en este sentido por la afinidad y
    solidez del enunciado coránico tanto en su forma como en
    su fondo. La palabra divina no ha de concebirse como un simple
    código lingüístico que aspira a transmitir un
    determinado mensaje; es del mismo modo una estructura
    cósmica que determina la existencia entera del ser humano.
    Contemplar la Palabra o el Verbo es contemplar la esencia
    divina.

    El rechazo de lo mundanal en los usos sufistas no es un
    mero huir de la materia ni
    tampoco una simple fuga de la muerte física. El mundo
    sensorial es el imperativo punto de arranque de todo viaje
    místico, en efecto no puede haber una experiencia
    extática que se efectúe extrínsecamente sin
    fijarse meditadamente en las manifestaciones materiales de
    lo absoluto. Incluso el viaje hacia las honduras del
    "yo" ha de interpretarse en función de una
    visión de elementalidad sideral. La mismidad es pensada en
    este sentido como parte integrante del cosmos, y todo lo
    cósmico es decididamente reflejo de la presencia divina.
    Rastrear la impronta de Dios es escudriñar sus señales. El universo para El Hallaj es un
    "jardín de signos":

    Oh Tu cuyos jardines de
    signos

    Abraza toda
    apariencia

    Si deseo una
    cosa

    Eres todo lo que deseo
    5

    Lo material y espiritual; lo visible e invisible
    resultan indisociables en la cosmovisión e imaginario de
    los sufistas. Configuran la gran e irrefutable parábola de
    la fusión del cuerpo y del alma. De este
    modo, toda forma existencial (naturaleza,
    seres, cosas…) corresponde a una esencia ontológica
    /material por formar parte del mundo; pero corresponde, por otro
    lado, a un símbolo, que en un juego de
    espejos, refleja sentidos divinos. Estamos ante una polisemia
    donde el ser es del mismo modo metáfora de la unión
    entre lo abstracto (espiritual)y concreto
    (material):

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