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a la metáfora - Según
Wikipedia - Invierno
islandés - …
a la bancarrota - Islandia:
el recuerdo - ¿Un
país en "vías" de subdesarrollo? - Un
modelo en escala de la economía de casino - A
modo de final: "Que se vayan todos"
De la
fábula…
Islandeses se bañan en aguas termales
cerca de Grindavik (Reuters).
"El índice de natalidad más elevado de Europa + la mayor
tasa de divorcios + el mayor porcentaje de mujeres que trabajan
fuera de casa = el mejor país del mundo para vivir. Hay
algo que tiene que estar mal en esta ecuación. Si se unen
esos tres factores -montones de hijos, hogares rotos, madres
ausentes-, el resultado tiene que ser la receta para la miseria y
el caos social. Pues no. Islandia, el bloque de lava
subártico al que se refieren estas estadísticas, encabeza las últimas
clasificaciones del Índice de Desarrollo
Humano del PNUD, lo cual significa que, como sociedad y
como economía -en relación con la
riqueza, la sanidad y la educación-, es el
mejor lugar del mundo. Podría replicarse: muy bien, pero
con sus oscuros inviernos y sus veranos nada tropicales,
¿son felices los islandeses? La verdad es que, en la
medida en que es posible medir esas cosas, lo son. Entre otras
estadísticas, un estudio académico aparentemente
serio aparecido en The Guardian en 2006 decía que los
islandeses eran el pueblo más feliz de la Tierra (el
estudio posee cierta credibilidad, puesto que llegaba a la
conclusión de que los rusos eran los menos felices).
Existen, eso sí, otros factores más visibles.
Los datos son
abundantes: el país con la sexta renta per cápita
del mundo; en el que la gente compra más libros; en el
que la expectativa de vida para los hombres es la más
larga del mundo, y para las mujeres está entre las
más altas; el único país de la OTAN que no
tiene Fuerzas Armadas (se prohibieron hace 700 años); el
que tiene la mayor proporción de teléfonos
móviles por habitante, el sistema bancario
que más rápidamente está
expandiéndose en el mundo, el increíble crecimiento
de las exportaciones, el
aire cristalino,
el agua
caliente que llega a todos los hogares directamente desde las
cañerías naturales de las entrañas
volcánicas, y así sucesivamente.
Pero ninguna de estas cosas sería posible sin la
sólida seguridad en
sí mismos que define a los islandeses, y que, a su vez,
nace de una sociedad que está culturalmente orientada
-como prioridad absoluta- a educar niños
sanos y felices, con todos los padres y madres, que sea. En gran
parte es herencia de sus
antepasados vikingos, cuyos hombres se dedicaban sin reparos a
saquear y violar, pero, al menos, tenían la coherencia
moral de no
mostrarse celosos por las aventuras de sus esposas, unas mujeres
que se encargaban de alimentar a la familia en
la dureza de tundra de esta isla del Atlántico norte
mientras los maridos se iban de exploraciones por el mundo
durante años. Como me explicó una abuela con varios
nietos en mi primera visita a Islandia, hace dos años,
"los vikingos se iban a otros países, y las mujeres eran
las que mandaban y tenían hijos con los esclavos, y cuando
los vikingos regresaban, los aceptaban con un espíritu de
cuantos más, mejor"…
Los islandeses saben identificar lo mejor e incorporarlo a su
sociedad. Hablo de ello con el primer ministro, Geir Haarde, al
que conocí durante un acto oficial celebrado en unos
cálidos baños públicos, un lugar de
reunión frecuente entre los islandeses, como los pubs para
los británicos. Tan afable como todas las demás
personas que he encontrado, y sin nada remotamente parecido a un
guardaespaldas (no hay prácticamente delitos en
Islandia), acepta sentarse y responder a unas preguntas sobre la
marcha. "Creo que hemos combinado lo mejor de Europa y lo mejor
de Estados
Unidos, el sistema de bienestar nórdico con el
espíritu empresarial norteamericano", explica, y subraya
que Islandia, a diferencia de los demás países
nórdicos, tiene unos impuestos, tanto
personales como de sociedades,
excepcionalmente bajos. "Ello ha hecho que las empresas
islandesas se queden aquí y que otras extranjeras vengan a
establecerse, pero también que hayamos aumentado en un 20%
nuestra recaudación por impuestos gracias a una mayor
facturación". Y al mismo tiempo
ofrecen, además de una educación gratuita de
primera categoría, una sanidad de primera
categoría, hasta el punto de que la medicina
privada en Islandia se reduce sobre todo a servicios de
lujo como la cirugía estética…
Dagur Eggertson, hasta hace poco alcalde de Reikiavik y con
todas las posibilidades de ser futuro primer ministro de
Islandia, destaca que lo que ha ocurrido en su país
desafía la lógica
económica. "En los ochenta y noventa, los teóricos
de derechas en Estados Unidos y el Reino Unido decían que
el sistema escandinavo era impracticable, que la alta fiscalidad
y la alta inversión del Estado en los
servicios
públicos acabarían matando a la empresa", dice
Dagur, un hombre de 35
años y aspecto juvenil que, como la mayoría de los
islandeses, es trabajador y polifacético: además de
político es médico. "Sin embargo, aquí
estamos, en 2008", continúa, "y si se fija en los datos
económicos, verá que, en estos últimos 12
años, los países escandinavos y nosotros hemos
avanzado muchísimo. Algunos lo llaman economía del
abejorro: desde el punto de vista científico,
aerodinámico, uno no puede figurarse cómo vuela,
pero el caso es que lo hace, y muy bien"…
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