Capítulo siete
Apocalipsis 3:14-22
Introducción
La ciudad de Laodicea fue fundada por Antíoco
II (261-246) y nombrada así en honor de su esposa.
Laodicea fue establecida como una base militar para pretejer la
frontera norte
del reino de Antíoco. Durante el Imperio Romano,
Laodicea llegó a ser la ciudad más rica de Frigia.
Bendecida con la tierra
fértil del valle del río Lico, Laodicea era
poseedora de ricos pastos para la crianza de ovejas. Haciendo uso
de cruces cuidadosos, los ganaderos de Laodicea lograron
conseguir la producción de una lana negra, suave y
brillante cuya comercialización estaba en gran demanda. La
iglesia de
Laodicea fue, probablemente, establecida por algún
discípulo de Pablo, tal vez Epafras, cuando el
apóstol ministraba en Éfeso. La Biblia no registra
que dicha iglesia sufriere persecución, graves
herejías ni que tuviese algún gran adversario.
Tampoco se cita a un remanente, pero sí se menciona la
tibieza general y la indiferencia espiritual de dicha
congregación. La carga a Laodicea termina con una
interrogante implícita: « ¿hay en esta
congregación a lo menos un solo individuo
dispuesto a oír?».
La Iglesia de
Laodicea
La iglesia Apóstata desde 1900 hasta la gran
tribulación
A. La era de la iglesia de Laodicea:
Debiéramos tener en cuenta, que las tres primeras eras
de la iglesia se diferencian de estas cuatro últimas en
que las anteriores cesaron en el momento en que comenzó
una nueva era. A Éfeso la reemplazó Esmirna, a
Esmirna Pérgamo, a Pérgamo Tiatira. Si echamos un
vistazo al cuadro que se encuentra al comienzo de la primera
parte, veremos que Tiatira, Sardis y Filadelfia continúan
hasta la actualidad. Así es que Laodicea se añade a
esta era de la iglesia surgiendo de las tres que la preceden.
La iglesia de Laodicea comenzó alrededor de mil
novecientos y aumentó en intensidad a pasos agigantados. A
Laodicea bien pudiera llamársele la iglesia
«ecuménica apóstata» que está
ganando popularidad en este mismo momento. Las
características de esta era se pueden ver mejor examinando
detalladamente la condenación que Cristo le hace.
B. La descripción que Cristo le da a
Laodicea de sí mismo:
«He aquí el Amen, el testigo fiel y verdadero, el
principio de la creación de Dios, dice esto». v.
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Con esta frese saturada de enseñanza, Cristo se presenta a sí
mismo a la iglesia de Laodicea. Cristo es el ejemplo perfecto de
esas virtudes tan conspicuamente ausentes en Laodicea. Las
características de Cristo enunciadas en el texto se
pueden resumir así:
1. Firme en su propósito:
Cristo es «el Amén». [Amen] es una palabra
hebrea que significa «de verdad» y lleva consigo el
significado de finalidad. En este sentido, Cristo es la verdad
final. Es decir, toda la revelación de Dios a la humanidad
se concentra en su persona. Si desea
saber algo acerca de Dios, todo lo que tiene que hacer es
estudiar la vida de Jesucristo (Jn. 14:8-9). El Dr. Merril C.
Tenney lo dijo de esta manera: «Cristo es el sello de la
verdad revelada de Dios, el fin de todo lo que el Padre ha
hablado. Después de él, Dios no tiene nada
más que decir a la humanidad».
Fiel en su proclamación:
«El testigo fiel y verdadero». Como testigo,
Cristo es:
(a) Fiel en cuanto a su constancia, es decir, no falla en la
ejecución de su testimonio.
(b) verdadero en cuanto a su contenido, Él hace
exactamente lo que ha prometido hacer.
2. Preeminente en su posición:
«El principio de la creación de Dios».
Cristo no es la primera de las criaturas, como creían los
arrianos y como creen y enseñan los testigos de
Jehová y los mormones hoy día, «sino que es
la fuente de origen de la creación a través de
quien Dios obra» (Col. 1:15-16; Jn. 1:3; He. 1:2). Cristo
es la causa, Cabeza y Centro del universo. Esta
descripción personal de
Cristo constituye una censura del egocentrismo de los creyentes
de Laodicea. Viene el día en que todo será redimido
en conformidad con la voluntad del gran Originador. En el reino
mesiánico todo será gobernado por Cristo como el
Dios de la creación, Señor de las huestes
celestiales, el postrer Adán, el Hijo del Hombre, la
simiente de Abraham, el Heredero de todo, el profeta como
Moisés, el Hijo de Dios, Cabeza de la Iglesia, el Rey
mesiánico que reinará en triunfo davídico y
con una gloria infinitamente mayor que la de Salomón. Las
ilusorias y transitorias riquezas de Laodicea no son dignas de
compararse con todos los secretos de la sabiduría y del
conocimiento
escondido en Cristo (Col. 2:3).
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