No dudo de que este listado está incompleto y que
las atrocidades que algunos adultos son capaces de generar en los
niños
no tienen límites;
sin embargo, esta muestra basta
para decir lo que hoy nos interesa.
Normalmente el niño – y, más tarde,
el adulto- necesita agradar, sentirse querido, aprobado,
reconocido y valorado. Estos mandatos, en interacción con los acontecimientos
particulares de cada historia y de cada
vínculo familiar, determinan que el niño abandone
su infancia con
una clara idea de lo que se espera de él. Y lo confirma de
nuevo cuando recibe directamente de nuevo de sus padres la
máxima aceptación si se impone a sí mismo
las restricciones que se le enseñaron (Bucay,
2009).
Sometidos por nuestra educación a lo que se
nos está permitido y a lo que se nos llevó a
pensar, construimos un programa para
nuestra vida, un argumento, un guion y, sobre todo, una
determinada forma de interpretar el mundo a nuestro alrededor,
acorde a lo que se debe y a lo que no se debe.
Tarde o temprano, nos damos cuenta de que la vida es un
riesgo y que,
encerrados en la segura cárcel de nuestros mandatos,
terminaremos apagándonos como la llama de una cerilla. La
gran llave de una buena calidad de
vida es darnos cuenta de todas esas absurdas prohibiciones
que arrastramos desde hace tantos años, concedernos el
derecho de cuestionar esas pautas y, si es nuestro deseo, darnos
todos los permisos que nuestro cuerpo, alma y
espíritu nos demanden. Concedernos el permiso de vivir con
intensidad y compromiso cada minuto de nuestra vida (Bucay,
2009).
Y, en todo caso, romper con el guión que estaba
determinado por los mandatos y reemplazarlos por proyectos
realmente propios que estén en línea con los
propios gustos y apetencias de nuestro aquí u
ahora.
Creo que el gran trabajo en el
que todos deberíamos colaborar es en el contribuir –
ya sea como padres, maestros, jefes, dirigentes o vecinos- a que
cada persona,
niño, adulto o anciano se conceda, cada vez más
conscientemente los permisos que le son indispensables para vivir
la vida que desea.
Jorge Bucay una ocasión escribió un poema
que en lo personal me ha
parecido interesante pues está llenos de cosas
"encontradas, descubiertas y aprendidas que hoy comparto contigo
en el deseo de que la vida te haya enseñado ya estas cosas
que le decía a mi hija, con emoción, hace casi
veinte años…" (Bucay, 2009).
Antes de morir, hija
mía,
Quisiera estar seguro de haberte
enseñado…
A disfrutar del amor
A enfrentar tus miedos y confiar en tu
fuerza
A entusiasmarte con la
vida
A pedir ayuda cuando la
necesites
A decir o callar según tu
conveniencia
A ser amiga de ti misma
A no tenerle miedo al
ridículo
A darte cuenta de lo mucho que mereces ser
querida
A tomar tus propias
decisiones
A quedarte con el crédito con tus
logros
A superar la adicción a la
aprobación de los demás
A no hacerte cargo de las
responsabilidades de otros
A ser consciente de tus sentimientos y
actuar en consecuencia
A dar porque quieres y nunca porque
estés obligada a hacerlo
Antes de morir, hija
mía,
Quisiera estar seguro de haberte
enseñado…
A exigir que se te pague adecuadamente por
tu trabajo
A aceptar tus limitaciones y
vulnerabilidades sin enojo
A no imponer tu criterio ni permitir que
te impongan el de otros
A decir que si sólo cuando quieras
y decir no sin culpa
A tomar más riesgos
A aceptar el cambio y revisar tus
creencias
A tratar y exigir ser tratado con
respeto
A llenar primero tu copa y después,
la de los demás
A planear para el futuro sin intentar
vivir en función de
él
Antes de morir, hija
mía,
Quisiera estar seguro de haberte
enseñado…
A valorar tu
intuición
A celebrar las diferencias entre los
sexos
A hacer de la comprensión y el
perdón, tus prioridades
A aceptarte así como
eres
A crecer aprendiendo de los desencuentros
y de los fracasos
A no avergonzarte de andar riendo a
carcajadas por la calle sin ninguna
razón
A darte todos los permisos sin otra
restricción que la de no dañar a otro ni
a ti misma.
Pero sobre todo, hija mía, porque
te amo más que a nadie,
Quisiera estar seguro de haberte
enseñado…
A no idolatrar a nadie… y a
mí, que soy tu padre, menos que a
nadie."
Permitirse a la
felicidad
Aunque a veces la vida duela, lo mejor es vivirla con
intensidad. Pasar de puntillas sólo nos conduce a una
existencia gris; nos ahorramos los grandes altibajos, si, pero
también nos perdemos las grandes alegrías. Tampoco
la actividad frenética para evadir el encuentro con uno
mismo es una solución. Sólo entregarnos con
amor y
confianza a la pasión de vivir nos hace más felices
y sabios (Guix, 2009).
Aparentemente es una obviedad darnos permiso para vivir.
Por el simple hecho de respirar se sobrentiende que vivimos, pero
tal vez las cosas se vean diferentes si discernimos entre vivir y
existir. Para muchas personas, la vida consiste simplemente en
ir tirando, en sobrevivir, en salir lo más airosos
posibles de los avatares del día a día.
Existen, pero no viven (Guix, 2009).
A estas alturas ya no es extraño hablar sobre la
realidad
virtual. Cada vez más personas viven instaladas en
mundos cibernéticos, jugando a construir segundas vidas y
recreando identidades protegidas por el anonimato y la falta de
compromiso relacional. Viven experiencias virtuales a costa de
evitar las vitales. No tienen vidas sentidas sino
recreadas.
Hay quienes dicen que es mejor evitar que conquistar.
Tienen tanto miedo que sólo viven para controlar.
Prefieren lo menos malo a lo mejor. Vivir es para ellos un
peligro incesante y, por eso, tienden a encerrarse en burbujas de
seguridad, en
rutinas compulsivas, en personas de quienes depender. Sus vidas
no son sentidas sino evitadas.
También existen aquellas personas que se escudan
en la mente. Pueden hablar de todo aunque experimentan poco. Se
pierden en los porqués sin darse cuenta de lo que
está ocurriendo más allá de sus narices. Se
centran en la razón y se bloquean ante la emoción.
Analizan tanto que la verdad siempre los encuentra
distraídos. No disponen de vidas sentidas sino
pensadas.
Después, están las personas que nunca
disponen de tiempo porque
siempre tienen demasiado por hacer. Lo tienen todo bajo control. Excepto
lo que es realmente importante. Les faltan horas porque temen el
silencio de un minuto desocupado. De hecho, lo llenan todo porque
siempre andan vacios. No tienen vidas sentidas sino programadas
(Guix, 2009).
El ser humano transita, a lo largo de su existencia,
entre dos grandes aguas: el amor y el
miedo. Incluso se me ocurre pensar que son como las caras de la
misma moneda en la vida. Seguramente, una de las decisiones
más importantes que afrontamos ante el reto de vivir es si
queremos hacerlo desde el miedo o del amor. Y, en este punto,
no se puede plantear un acomodado equilibrio.
Nos instalamos en una dimensión o en la otra, en la
confianza o en la desconfianza, a sabiendas de que el contraste
va a ser permanente (Guix, 2009).
Dice el escritor Arnaud Desjardins: "no sean la
víctimas, sino el discípulo de las situaciones"
Toda una invitación a no pasar por esta vida como meros
espectadores o como sufridores de las circunstancias que nos
rodean sino a comprometernos a fondo con la experiencia. Es la
vida sentida, en la que damos valor en los
acontecimientos y acometemos lo que nos ocurre con valor. La vida
sentida es, así pues, el permiso que nos concedemos para
entregarnos incondicionalmente a vivir.
Uno no vive separado de la vida, por mucho que la
analice u observe a distancia. El brahmán indio Jiddu
Krishnamurti
solía decir que el observador es lo observado. Formamos
parte de un todo y estamos interrelacionados, incluso con aquello
que aparenta no tener nada que ver con nosotros. Por ello, a
menudo llegan a nuestra vida casos, cosas y personas que nos
plantean elecciones. Y con cada elección nos expresamos
(Guix, 2009).
Como sostiene el carismático orador y autor
australiano de libros de
autoayuda Matthew Kelly, todo es elección, lo que esconde
un gran secreto: el poder que
tenemos, a menudo desaprovechado, para ser nosotros mismos y
vivir como deseamos. Es una dura lección, porque nos hace
dar cuenta de que hemos elegido la vida que estamos viviendo en
este mismo momento. Es por ello por lo que permitirnos vivir
pasa por otorgarnos el permiso de escoger ser los creadores de
nuestra propia realidad (Guix, 2009).
Asimismo, permitirse vivir es tener conciencia del
propio cuerpo, de los propios sentidos y de las emociones, las
intuiciones,
la voz interior… Muchas personas tienen dificultades para
estar conectadas consigo mismas. Sólo se dan permiso para
vivir emociones intensas que las hagan vibrar. En cambio, se
acorazan contra la pena, el dolor o cualquier tipo de
sufrimiento. Temen tanto pasarlo mal que prefieren tapar sus
duras realidades con adiciones, mecanismos de defensa o
múltiples tareas que les eviten el encuentro con ellas
mismas. Por el contrario, las personas vivimos cuando nos damos
permiso para sentir lo que sentimos, para apadrinar nuestros
sentimientos, para dejar que se exprese nuestro mundo
interior.
Permitirse vivir es aceptar la forma en que la vida se
expresa ante nosotros. Los estoicos tenían, en este
sentido, una visión muy clara de la existencia: se
entregaban incondicionalmente a lo inevitable. No se
resistían a la realidad que encontraban sino que la
aceptaban plenamente, lejos de cualquier semejanza con la
resignación o el pasotismo. El maestro Seneca solía
decir "la sabiduría radica en saber distinguir
correctamente allá donde podemos modelar la realidad para
ajustarla a nuestros deseos de allá donde debemos aceptar,
con tranquilidad, lo inevitable".
Si nos fijamos, la resistencia a
aceptar las cosas tal y como vienen consigue el efecto contrario;
es decir, la persistencia. Todo a lo que nos resistimos persiste;
lo que aceptamos se transforma. Curiosamente, detrás
de muchos conflictos de
pareja se esconde precisamente la falta de aceptación del
otro o de una situación. ¿Cómo puede haber
cambio si no existe una aceptación? Permitirse vivir
implica, de la misma manera, no convertir todas las situaciones
de la vida en un problema (Guix, 2009).
Veamos un ejemplo que seguro que nos suena: pasamos por
un mal momento, tal vez en el trabajo o
en una relación. La situación es de estancamiento.
Seguramente no es agradable, pero tampoco problemática. En
lugar de aceptar o transformar la situación, nuestra mente
empieza a realizar su juego: "si en
lugar de estar ahí, trabajaras en otra empresa, o
tuvieras otra relación, seguro que serías
más feliz, más libre, podría realizarme
mucho más…" aquello que era una situación
desagradable se acabo convirtiendo en un problema, porque ahora
hay que cruzar la orilla entre una realidad y otra construida por
nosotros.
Entonces nos empezamos a agobiar, nos ataca el pánico
y damos algún paso inseguro. Sin embargo, ya que la
situación se ha convertido en un problema, debemos
solucionarla. Nadie nos pedía que cambiásemos,
excepto nosotros mismos. No era necesario cruzar a la otra orilla
si no sabíamos nadar ni teníamos una buena barca
para hacerlo. La mente nos ha hecho una jugada.
Darse permiso para vivir entraña también
pasar por múltiples situaciones que no siempre son
placenteras, pero a las que tampoco es necesario otorgar mayor
gravedad de la que tienen. Otro aspecto importante de permitirse
vivir es ir al fondo de nuestra propia existencia: no conformarse
solamente con cuatro principios
éticos sino acercarse a la capacidad que tenemos de
trascender. Hoy que tanto se habla de la nueva espiritualidad, se
abre entre nosotros un mundo interior que nos lleva directamente
a la experiencia que parecía reservada solamente a los
místicos. Cada vez más personas alejadas de
cualquier confesión religiosa logran estados de unidad y
de amor absoluto que le cambia la vida.
La dimensión espiritual no es un mundo aparte del
ser humano. No es sólo un conjunto de prácticas o
la adscripción a una doctrina, o algo reservado para las
fiestas de guardar o unos minutos de rezo o meditaciones. La
dimensión espiritual constituye la columna vertebral que
sostiene las experiencias de una persona; es lo que le da sentido
y la trasciende.
La experiencia humana que hace posible que demos un paso
más allá es, sin duda, el amor. Permitirse vivir
consiste, finalmente, en dejar que sea el amor quien transpire
por toda nuestra piel, ya que ninguna otra dimensión
de la vida es tan poderosa. Decía que las elecciones que
hacemos en la vida constituyen nuestra realidad. Ojalá
podamos darnos permiso para vivir en el amor, la naturaleza
auténtica de lo que somos, el impulso de vida que nos hace
existir.
Permitirse al
amor
A menudo confundimos el amor auténtico, aquel que
nos permite ser libres y aceptar al otro tal y como es, con el
amor romántico o emocional, un querer idealizado que suele
crear dependencia y sufrimiento. En cambio, el amor
auténtico sólo nos enriquece (Subirana,
2009).
La mente y el corazón
son nuestros receptáculos sagrados; albergan la
creación de pensamientos y sentimientos. Cuando estos
pensamientos y sentimientos se gestan desde la autenticidad del
ser, la fuerza interna
se trasmite a todos nuestros actos y relaciones. Si, por el
contrario, las influencias del entorno, de los demás y de
nuestros hábitos negativos entran en la mente y en el
corazón, nuestros pensamientos se vician y generan
sentimientos de rencor. Malestar, dolor y rechazo, de manera que
nuestro amor queda ensombrecido.
Permitirse el amor es permitirse la energía
más poderosa del universo, una
energía transformadora y sanadora que cohesiona y une.
Cuando nuestro corazón se ha sentido herido, manipulado,
engañado o atrapado, el amor deja de fluir libremente.
Queda sumido en la negatividad; se vuelve cínico,
desconfiado y vive con una actitud
defensiva. Deja de realizar sus sueños tornándose
gris.
El corazón emocional experimenta un vaivén
constante de emociones, que van de la pasión al
desencanto, del calor al
frío. Se acalla la razón y la inteligencia.
Necesita protección y estímulos externos. Es un
corazón rojo que se enciende como el fuego, y que al
acercarnos puede quemar (Subirana, 2009).
El corazón romántico, el rosa,
sueña con la pareja perfecta, que supuestamente
satisfará todas sus necesidades. El que posee un
corazón de este tipo cambia de relaciones a menudo, ya que
sus expectativas nunca se cumplen, y sufre
continuamente.
Para vivir el amor en libertad hemos
de reencontrar el corazón de ángel que todos
tenemos, el corazón de luz, el que
está unido al alma. Se trata de un corazón tan
profundo que no se altera. El cuerpo cambia, la inteligencia
varía y la fuerza se debilita, pero los sentimientos puros
permanecen (Subirana, 2009).
Para pasar de un corazón gris, rojo o rosa aun
corazón de luz hemos de vivir en la verdad del amor y no
en sus mitos. El
primero de estos falsos mitos defiende que el amor viene de
fuera, cuando en realidad brota de dentro, fluye cuando lo
compartimos. La segunda creencia errónea sostiene que
precisamos obtener amor, cuando en realidad, lo que necesitamos
es darlo. El tercer mito asocia al
amor al apego y a la dependencia, lo que nos conduce a la
preocupación y a la dependencia. En el verdadero amor nos
sentimos libres y aceptamos al otro tal y como es. No nos
preocupamos sino que nos ocupamos y confiamos.
Aprender el "arte de
amar", de ser libres y de dejar ser. El amor puro es
incondicional, sanador, fluye libremente y nunca hiere. Para
alcanzar ese estado en una
relación se requiere una gran "sabiduría".
La mayoría de las personas se aman y se atan. Cuando se
pierde la libertad, la felicidad se aleja y sobreviene el
malestar.
El
conocimiento de nosotros mismos facilita el proceso de
abandonar el miedo y abrirse a una forma de amar más rica,
tolerante y relajada. El amor emocional puede transformarse en
verdadero amor a medida que el fuego inicial de las emociones se
enfría y se sustituye por una percepción
más sabia y madura. El verdadero amor necesita una
atmósfera
renovadora, sin temores.
Para liberarnos de la tendencia a depender de los
demás, debemos tener un corazón fuerte, capaz de
renunciar al egoísmo; un corazón que no tenga nada
que esconder y que, por consiguiente, deje la mente libre y
sin ningún temor; un corazón que este siempre
dispuesto a aceptar nueva información y a cambiar de opinión,
que no se aferre a creencias cerradas, a datos obsoletos
(Subirana, 2009).
Cuando la mente está preocupada y el
corazón cerrado, no podemos incorporar nuevas ideas,
oportunidades ni personas a nuestras vidas. Es importante
aprender a soltar el pasado, perdonar y olvidar, para vivir en
cada momento la plenitud de nuestro corazón de luz, un
corazón en el que afloran los buenos sentimientos.
Cultivando los verdaderos valores
–la paz, la serenidad, el amor, la libertad y la solidaridad– ,
superaremos las carencias y nos sentiremos más
fuertes.
Conclusión
Para lograr concedernos la capacidad de ser felices
necesitamos construir proyectos "realmente propios" en
concordancia con nuestros gustos y apetencias de nuestra realidad
presente sin ser guiados por "el miedo", sino por otra parte, que
sea "el amor" la cara de la vida que adoptemos.
Bibliografía
BUCAY, Jorge. 2009. Concederse permiso.
Mente Sana, No 40, España.2009.GUIX, Xavier. 2009. Darse permiso para ser
feliz. Mente Sana, No 40,
España.2009.SUBIRANA, Miriam. 2009. Abrirse al amor.
Mente Sana, No 40, España.2009.
Autor:
José Luis Villagrana
Zúñiga
Datos del autor.
José Luis Villagrana
Zúñiga.
Licenciado y Maestrante por la Unidad Académica
de Economía, Universidad
Autónoma de Zacatecas, México.
Zacatecas, Zac., Estados Unidos
Mexicanos, Abril de 2009.
[1] Editor de Mente Sana, médico y
terapeuta gestáltico. Autor de obras de gran éxito
como Déjame que te cuente, Cuentos para
pensar, De la autoestima
al egoísmo y 20 pasos hacia adelante. Ha vendido casi
dos millones de libros en España.
Su último libro es Las
3 preguntas (RBA Integral).
[2] Psicólogo y escritor. Ha publicado
recientemente "El sentido de la vida o la vida sentida" Ed.
Granica.
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