Es, pues, en Él y allí. Dígase como
quiera decirse. Vamos acercándonos cuando comenzamos a
caer en la cuenta de algo muy nuevo y sorprendente. El dolor ha
llamado a nuestras puertas. Ha llegado precedido por la
sinrazón, por lo inesperado…, hasta por lo
escandaloso… Porque ¡hay escándalos! Aunque no es
cuestión de que nos escandalicemos.
Estamos en nuestro lugar que es el mismo, que es el Suyo. Nos
hacemos cargo de una incomprensión infinita que vela la
realidad más profunda. Porque ya no hay
espectáculos. Éstos, como se dijo hace mucho
tiempo, han
pasado a la zona de la Bestia. Lo nuestro no es espectacular, no
es notable pero es nobilísimo. Y no acabaríamos de
tejer su elogio.
Sí, es en la hora del dolor, de la
incomprensión, de la humillación… El "hombre noble"
ha de saber que lo más alto es abandonar, es decir:
descender. Se decía en un tiempo que "cuanto más se
es, más hay que dejar de ser". En efecto, la capacidad
mayor ábrese a algo aún más grande que
sólo se manifiesta en el descenso y, mejor aún, en
la muerte.
Aquí está el secreto de la vida.
¿Cómo revelar la luz escondida,
cuya magnitud –tantas veces- se torna oscuridad?
La única respuesta que conozco es abrazar el Misterio
de la Cruz. En efecto: se trata de la aparente derrota, del
abandono de todo poder
engañoso y de la total consignación en la
Providencia y Voluntad divinas. Desde luego que semejante paso
comporta la continuación de una lucha y de una obra que es
aún más fecunda porque se halla enraizada en el
sufrimiento. Pero, entiéndase bien, en un sufrimiento que
no es "propio" sino de Dios. Otra vez se manifiesta la luz de la
hora en vela, de la hora en la oración de la
Agonía… Es la hora "escondida" que se revela por
sí sola, por la sola virtud de la Gracia de Dios.
La severidad de los tiempos halla su pleno significado y
sentido en este abandono nuevo y en la aceptación de un
verdadero martirio. En efecto, se trata de un testimonio luminoso
y velado a un mismo tiempo. ¿Quién pudiera
apreciarlo en verdad? ¿Quién descubrirlo? La
grandeza de estas jornadas consiste, precisamente, en pasar por
el silencio y en manifestarse en la soledad.
JORNADA
SEGUNDA
Desde lo profundo. En medio de los acontecimientos…,
escondida en sucesos de todo tipo, aparece una llama singular.
Quisiéramos que todos la vieran o, al menos, la tuvieran
como cosa nuestra, como salida de no sé qué mundos
nuestros… Y, desde luego, que no se nos escapara nunca.
Tranquilos con el botín conquistado no sé
dónde ni en qué tipo de aventura…
¡Ah! Si pudiera establecer una frontera,
levantar una muralla y alzar esas torres que a todos imponen
respeto. Ahora
bien, hace mucho que el camino se alejó de esos parajes y
nos encontramos, ahora, al pie de las montañas, muy
distantes de los puertos donde nos embarcábamos ayer.
¡Cuántas diferencias! Y, sin embargo, a pesar de
las sorpresas, las aceptamos así no más.
Queríamos encontrar una región que nos comunicara
su armonía, su paz, su quietud… ¡Quién nos
diera lo que en ninguna parte se halla! Pero ¿cómo
formular, así no más, esta pregunta, sabiendo
dónde está –desde siempre- lo que
buscamos?
"Señor ¿dónde moras?" Porque mi gozo, mi
alegría y mi paz… sólo eres Tú mismo. Y lo
único que importa es allí, aquello, donde vienes,
donde estás. Y es el momento que no conozco más
retiro que ese corazón
que eres Tú mismo y que soy yo en Ti o, mejor, Tú
en mí…
Pero eres Tú… Quiero decir: no soy yo, porque yo
mismo no soy. Eres Tú, el Único, que no hay otro…
Y, ahora velando, descubro tu Presencia en el Huerto, en el
Huerto que, de algún modo, es mi propia tierra. Tierra
que, sin cesar, desde el principio, riegan tus lágrimas,
tu sudor, tu sangre.
En esta tierra pues… ¿No es éste,
quizá, el campo donde el tesoro se halla escondido?
¿Y hemos de darlo todo por comprarlo? Sin duda. Porque
allí está el secreto, aunque nadie acierte a verlo.
¡Cuántos acabarán diciendo: "es locura"! La
mayoría nunca ve ni esto ni aquello. Pero
¿qué importa? No hemos nacido para las votaciones
de un mundo vano sino para que el mismo Dios naciera en
nosotros.
Y para mejor inteligencia
de todo esto ha de saberse que aquí están las
razones celadas de lo que vivimos y padecemos diariamente.
Porque el Huerto es lección a la hora del martirio. Y
los tiempos parecen reclamar testimonios insospechados. La
Historia, en
efecto, camina con mayor rapidez a su acabamiento y el Amor de
Dios no se retrasa.
Quizá no se reconozca después de un solo golpe
de vista el sentido de tantos pasos. Quizá nos
preguntemos, una y otra vez, el "por-qué" de esto o de
aquello. Sobre todo cuando el "padecer" nos agobia y no hallamos
consuelo ni salida. Pero hemos de saber muy bien que todo es
camino que nos conduce hacia el Fin.
Porque es hora de decirlo, y con todas sus letras, un feroz
racionalismo
ha levantado barreras que se muestran infranqueables y nos
arrojan en un mar de dudas y de perplejidades. En efecto, perdido
el sentido sobrenatural (digámoslo así) de nuestra
vida, eliminado el lugar de Dios, ya no tenemos existencia
verdadera; sólo somos sombras que vagan en los bajos
territorios sublunares, perdidos, sin destino.
Recuérdese siempre que habiendo sido el hombre
creado a "imagen y
semejanza de Dios" sólo halla en Dios su sentido, su
centro y su vida. Y habiendo sido redimido y elevado en inefable
nueva creación, no puede ser concebido sin la Gracia.
Por ello es preciso reconocer a los impostores que impiden el
camino de los pequeños y su ascenso a las montañas.
Esgrimen razones y más razones, se amparan en pretendidas
ciencias y
apabullan con sus magias de laboratorio…
Pero no pueden más que causar ciertas inquietudes a los no
advertidos con su huera palabrería. Nada más que
inquietar o atemorizar con insufrible jerigonza. Pero nada
más. La respuesta será seguir adelante con total
entrega y confianza en Dios.
No se haga caso de la necedad, no se oiga la
predicación de la mentira.
Resonarán siempre, como terrible viento y terremoto en el
desierto, las voces
cacofónicas de las tentaciones, en tediosa
repetición. No hay poder por ese lado. Son los fantasmas los
que apabullan. La Realidad es más profunda. No existe nada
en el nivel superficial al cual tantas veces se presta atención.
Recibida, en el corazón, la Palabra Divina, resuena
allí profunda siempre con nuevas y deleitables
armonías. Sigue ese maravilloso coro ejecutando las
mayores sinfonías. Y a ello sí debemos atender,
abriendo el corazón a la vida nueva. Y no hay laberintos
que debamos atravesar sino recibir el don en la simplicidad
luminosa de una pureza que Dios mismo da, transformando en templo
viviente el corazón de sus hijos.
¿Cómo descubrir semejante deleite?
¿Cómo penetrar en el Misterio que todo lo envuelve?
Una suprema y altísima fuente se abre, inmensa, para
nuestro deseo… Se trata, nada menos, del SILENCIO DE
DIOS…
En efecto, Dios rechaza toda violencia y
calla ante la agresión de los hombres. El primer paso de
toda actitud
auténticamente liberadora consiste en renunciar a
cualquier imposición. La fecundidad está en el
padecer, nunca en la coerción totalitaria… Desde luego
que se trata de la esfera personal, porque
no hablamos aquí de otro orden. Pero el Padre cuenta con
adoradores en espíritu y en verdad, por tanto con
aquellos que, al solo modo del Hijo predilecto, asumen el
misterio de la Cruz del cual participan por Gracia. Padecer es
resucitar…
La historia contemporánea proporciona situaciones
pródigas en ocasiones de lucha y de prueba. En efecto, hoy
más que nunca nos damos cuenta de la inutilidad del uso de
la agresión, descubriéndose, en toda su
amplitud el valor de la
resistencia y la
constancia. Esta perspectiva parece ahondar en un camino de
muerte, porque
precisamente la fecundidad y la victoria se manifiestan con
semejante rostro. Será preciso continuar la
peregrinación y padecer, ofreciendo en sacrificio todo
aquello que se nos presenta a nuestra mirada atónita de
testigos.
Pero sin desfallecer. La sorpresa que nos aguarda en cada
esquina es demasiado grande. Esto es así y así, con
coraje, debe ser recibida y asumida en el ámbito superior
del Misterio. Con entero abandono y confianza en la acción
y presencia de Dios, aún cuando experimentemos una
ausencia imposible de describir. La Fe ha de desnudarse de toda
vestimenta que oculte su único y solo esplendor. Y nuestro
corazón reposar con mayor dejadez en el Corazón del
Señor…
En este andar, tan especial y difícil y, sobre todo,
tan inesperado, hemos de descubrir el camino más alto que
no tiene programas ni
métodos.
Los valles y montañas, que vamos atravesando, son la
ocasión de una sublime pedagogía pero, también, de una
realidad que se hace patente sólo cuando no nos queda ya
oportunidad alguna para elegir a nuestro capricho.
Es el acontecimiento privilegiado, sin calificaciones, que
supera nuestros tratados y, sobre
todo, que supera la razón y lo razonable. Ya estamos
más allá de los pronósticos y de las maneras atendibles.
Nuestra lógica
nos decía que resultaba más coherente y proficuo un
aire, un lugar o
un ambiente
determinados o, quizá, hasta una institución mejor
que ésta o aquélla. Lo lógico sería,
ahora, huir de Roma ante la
persecución desencadenada y ante los peligros que son
evidentes y que se pueden adivinar según lo padecido hasta
aquí. Pero he aquí que la presencia del mismo
Señor, presencia silenciosa y tenue, casi imperceptible,
nos cruza, atraviesa los senderos de fuga, portando la cruz e
indicando que Él va precisamente a Roma para que lo
crucifiquen de nuevo…
Al alba del
día siguiente, luego de convencernos de que
debíamos permanecer, surge la terrible duda.
¿Será así realmente? La insoportabilidad de
los hechos y de los rumores, las amenazas y los fantasmas son de
tal envergadura que tornamos al punto de partida, sin atrevernos
a resolver nada nuevo. Ni partir, ni quedarnos.
JORNADA
TERCERA
Nuestro nuevo paraje es éste mismo. La duda se ha
presentado en el dintel de nuestra puerta… ¿Y ahora? Es
natural pedir algún consejo… No hallamos a nadie en este
desierto sin confines. ¿Abrir la Biblia al azar? Tampoco,
tampoco. No es seguro. El
problema está precisamente ahí, a saber: no es
seguro, no encontramos ya "seguridad".
La situación es desagradable. Por otra parte, para
colmo de males, se acercan y nos cercan problemas de
toda especie. Son como latigazos, cuestiones sin respuestas ni
soluciones. En
suma, no hay recursos para
salir del atolladero. El sitio es completo.
Pues, entonces, ¿adónde y a quién
preguntar? ¿Es posible hallar "seguridad"? Lo que supimos
ayer, lo que entonces nos parecía evidente y seguro ahora
tambalea. ¿Qué es esto? ¿Y nuestra "memoria", y
nuestra firmeza, y todo eso que debería prestarnos
ayuda?
Sólo el silencio responde, un silencio, a veces,
aterrador. Y nosotros nos quedamos en el mismo lugar o escapamos
precisamente por donde no hay que ir.
El deseo es medida grande. Sí, sin dudarlo en
ningún momento, debemos estimar en mucho esa
tensión que nos empuja y que nunca nos deja conformes.
Pero para hacerlo con tino, para sacar el agua pura
del hondo pozo, hemos de aceptar con gozo el lugar en el cual nos
hallamos. No hay ni puede haber otro mejor. "Deseo" y
"aceptación" se complementan una y otra vez, siempre.
Pero ¿qué es lo que, en realidad, deseamos?
¿No hemos comprobado más de una vez lo
difícil que resulta reconocernos? No nos vemos como nos
ven, ni nos oímos como nos oyen… Entonces,
¿será verdad que deseamos realmente lo que se nos
antoja ahora mismo pretender? Al menos demos un espacio a la
quietud y a la meditación… No somos, desde luego, eso
que suponemos o eso que deseamos…
Las precisiones son inalcanzables en este campo en el cual
nadie puede definir ni dominar… Sólo Dios sabe y si
alguna luz tenemos acerca de las cosas más altas a
Él la debemos. Pero no es de explicaciones de lo que ahora
nos ocupamos. Vamos a lo más simple, a lo más
inmediato.
Hemos comprobado que no alcanzamos seguridades absolutas, ni
definitivas soluciones, ni estados ideales… Sabemos que no
abriremos este o aquél libro al azar
y hallaremos la "respuesta milagrosa". Nada de eso, porque la
respuesta para mí es, ante todo, mi propio ser recibido y,
desde luego, la Fe.
¿Entonces? ¿Qué es lo que buscamos?
¿Está siempre inquieto nuestro corazón?
¿Sabemos lo que realmente queremos? ¿Cómo
entender e interpretar sucesos y hechos dolorosos, que acaecen
por aquí o por allí, en un mundo tan complejo? Y,
desde luego, ¿qué tiene que ver todo esto con
nuestra vida espiritual?
Los pasos de nuestras jornadas se tornan cada vez más
complejos y difíciles, es cierto, y tienen la
particularidad de distraer y desordenar nuestro andar… Pero hay
una realidad más profunda y esto es lo indiscutible. Toda
nuestra ansiedad y nuestro dolor se debe a no atender las
honduras y a quedar alcanzados y prisioneros por los artilugios
de un enemigo que constantemente procura descolocarnos… Por
ello los fantasmas son feroces y terribles para acobardar nuestro
paso y dejarnos a la puerta de entrada sin poder pasar más
allá.
La clave de todo es volver presto y sin dilaciones al
corazón más profundo. Y es ésta la respuesta
que damos y nos damos: Si el Señor ha venido a habitar
íntimamente en el corazón, precisamente a hacer
su morada, a morar allí mismo
entrañándose, es este acontecimiento lo
primero que debemos atender. La realidad de la Presencia que, por
otra parte, funda nuestro ser, ha de acaparar, inicialmente, toda
la atención y el cuidado, hasta el punto de dar
razón de todos y cada uno de los instantes de nuestra
vida. Y sabemos que lo expresamos débilmente, que no
alcanzamos a decir casi nada y que nuestro lenguaje es
apenas un ensayo,
incapaz de reflejar la magnitud de lo que intentamos
insinuar.
Se quiere señalar aquí el principio y el
contenido de la vida. Su más alta dimensión y
sentido. Eckhart y Tauler hablaron del nacimiento de Dios en
el alma. Creemos decir ahora lo mismo, ya que se trata de
uno y de lo mismo…
Pero no hemos de descuidar la doble perspectiva: un mundo
exterior y una dimensión de profundidad. Ambas no siempre
se encuentran, sin –tampoco- permanecer paralelas.
Aquí hay dos caras y poseen una interesante
particularidad: están muy cerca y enormemente lejos
¡y tan lejos! como lo están el anverso y el reverso
de una hoja de papel, las cuales no podrán superponerse
jamás.
Se trata de lo que llamamos el misterio de la
hondura. Sólo lo alcanzamos por símbolos o metáforas. Y su
descubrimiento se vuelve esencial…
Con esta maravillosa noticia, firmes en la Fe, pasamos a
la
JORNADA
CUARTA
Los pasos en el ámbito de la profundidad comienzan en
el día más nublado, cuando todo parece callarse o
nada abre camino. Es condición de esta aventura no hallar
senda alguna ya abierta. Y no ha de acobardarse el peregrino. Por
el contrario, deberá desafiar la oscuridad y arrojarse
hacia delante, abriendo camino él mismo con confianza.
Y no ha de dudar. La certeza está íntimamente
arraigada en el corazón en virtud de la Gracia divina. No
es posible ya detenerse. Aunque vengan degollando; aunque nadie
se conmueva. Nada importa. El peregrino ha de lanzarse con la
máxima confianza… ¡DIOS ESTÁ
AQUÍ!
Y esto es lo que cuenta. No hay más, porque Dios ES
TODO. En mil acontecimientos, en los lugares más
insospechados… ¿Qué necesidad de mayores
aclaraciones?
Pero es verdad que se trata de una soledad insospechada. Es
una soledad en verdad repleta, es la soledad menos
solitaria… El peregrino descubre la hondura de su propio
corazón como morada verdadera. Y sabe que la hondura de su
corazón es hondura de Dios. Efectivamente, ya no debe
buscar fuera ni lejos; ya no tiene por qué preguntar a
nadie… Íntimamente sabe que el Señor se da, viene
a él a morar en él. Vendremos a él y
haremos en él morada…
Esta morada es única e irrepetible y no sufre
comparación con ninguna mansión de la tierra. Es
claro que no podemos imaginarla, pero la sabemos
entrañable y entrañada, más real que
cualquier otra cosa.
Cuanto más entramos en ella, más desaparecen sus
contornos (que en realidad no tiene); cuanto más se hace
nuestra menos nos parece poseerla…
Es esta morada nuestro mismo corazón que ya no reconoce
distancia alguna con el Señor. Hacer morada
comporta una transformación inefable que no corresponde
describir sino abandonarse a ella. No existen calificativos ni es
oportuno buscarlos. Es la más simple y confiada
aceptación, a pesar de los índices negativos que
puedan percibir los sentidos
exteriores o las impertinencias del mundo ya definitivamente
dejado lejos.
JORNADA
QUINTA
Ahora han de derrumbarse los bastiones y las murallas…
Desencájate y sepárate, deja que se desprendan esas
costras y que desaparezcan los disfraces. Despégate de
todo, ya no permanezcas en las cosas sino apenas cerca de algunas
de ellas. El llamado DESASIMIENTO es ya, sin tardanza,
tu camino y tu ambiente.
Pero, me dirás, ¿cómo es eso que me
invitas a un paso negativo en el que sólo
sé lo que debo dejar pero no a lo que he de adherir? Y yo
te respondo así: si dejas lo que te cubre y disfraza, si
te apartas para siempre de todo lo que te oprime, si te olvidas
de opiniones y usos implacables y, sobre todo, de lo que tu
alma pretende
con obsesión…; entonces –no lo dudes- se
descubrirá tu corazón y lo que en él se
oculta, tendrás a raudales el agua pura
escondida en la hondura de la tierra y aparecerá luminoso
tu bien…
Es claro que la luz precede, porque la Gracia es desde luego
anterior. Pero tú no lo sabes. Lo único que puedes
entrever es que Dios te llama. La puerta de tu corazón
recibe el llamado del Señor. No tardes, no, en abrirle,
pero despójate de todo lo que impida su paso y su
habitación en tu alma. Si te quedas libre Él
ocupara todo el lugar.
Ahora bien, ha llegado el momento de atender y de disponerse
al Misterio. Fíjate: ni hoy ni ayer tienes enemigos que
aparezcan claramente a tus sentidos, enemigos que puedas
señalar y, consecuentemente, cuidarte de ellos. Tampoco
logras diseñar doctrinas o ideas (por llamarlas
así) que se te opongan con claridad. Tienes, sin embargo,
la experiencia y la certeza de la lucha. Sabes que hay asedio y
que hay pruebas y
tentaciones; sabes, en suma, hasta qué punto la vida es
"milicia en esta tierra".
¿Entonces? Esto es secreto porque está
escondido, pero es un camino de contemplación
altísimo… Tu oponente no tiene perfiles: es el
sin-sentido, la sin-razón, lo
indeterminable –al menos por ahora. Frente a este enemigo
has de confesar tu Fe. Es una afirmación heroica y sin
testigos. Sólo tú eres el testigo, sólo
tú y Dios. Es este el "abandono" verdadero, una
participación (si quieres decirlo así) del
único abandono del Señor. Tu grito se asimila a
aquél inmenso ¿por qué?, que
resuena en toda la Historia y que en transformación
misteriosa y gloriosa halla su sentido pleno en la Eternidad.
Vuelve constantemente a este centro. Aquí se cumple la
Voluntad divina. Tú ruegas todos los días para que
así sea. La vida es un gigantesco Amén. Pero es
necesario trascender los límites de
nuestra estrechez. Si queremos la Voluntad de Dios (y aquí
está el secreto admirable) es preciso dejarla…
Sí, dejar la Voluntad de Dios por la Voluntad de Dios.
¿Qué quiere decir esto? ¿No lo entiendes? En
efecto, no puedes reducir a Dios a ninguna medida.
¿Qué es la Voluntad del Padre? Desde luego que es
Él mismo… No hay distinción entre Dios y su
Voluntad, enseñaba el Padre Vayssière… Pues bien,
entonces abre el alma y deja que el Espíritu hable en
el lenguaje
que sólo entiende el corazón en secreto. Y, sobre
todo, abandónate, sin detenerte en nada.
JORNADA
SEXTA
Abandono quiere decir: dejar ser el Ser.
Respeta profundamente la presencia de la vida. Pero, al mismo
tiempo, implica dejarte levantar sobre todas las creaturas…
Déjalas, en efecto, a todas. No te detengas más en
el camino. Los sempiternos enemigos del alma amenazan con no
sé qué escrúpulos. Vuelve a tu interior en
silencio; escucha atentamente el silencio. Fíjate bien:
has buscado aprobaciones por todas partes, esperas el
asentimiento de un lado o del otro… Quieres asegurarte y te
empeñas en obtener toda clase de
certificados y de pruebas… Como si cada paso de la vida
precisara de una demostración… Y no ha de ser
así. Repara en un hecho indudable: Dios mismo no te sujeta
ni está a tu vera para medir tus pasos. Está en ti,
en tu corazón y tú vives y subsistes en Él.
Pero no te sigue Él a ti para ver qué haces ni
controla tus movimientos. La realidad es otra, la verdad es
diferente.
Sigue pues tu andar, no te detengas por el vértigo que
sientes ni por la espiral que se abre a tus pies. El honor del
"abandono" consiste, propiamente, en no aferrarse
desesperadamente a nada. Siente con coraje la ausencia. Es
ésta una prueba maravillosa. Deja que el dolor te llague,
no temas las heridas ni los rasguños del camino… Es
honor del peregrino llevar en su cuerpo los sellos de la
Pasión que el Señor regala y participa. Esos
signos no se
ven ni aún se manifiestan con la claridad que
deseáramos, porque son más luminosos y más
profundos que nuestra capacidad de descubrirlos.
¿Qué más da? Son siempre un don, un decoro
del Amor Infinito,
que sólo se hace oír en el silencio del mismo
corazón.
Calla y sosiégate. El abandono es prenda de paz. Estima
más tu silencio que tus pretendidas obras. Los latidos de
tu corazón valen más que todo lo que puedas decir o
hacer. Retírate, cálmate, ora. Aquiétate una
y otra vez. Necesitarás muchas ocasiones y se te
darán las oportunidades (no las desaproveches) para
ingresar e introducirte en el Misterio que es tu vida…
Tienes la certeza del invariable Amor Divino. Lo repito:
abandónate confiado. Que tu mano izquierda ignore lo que
hace tu derecha. Ríe y llora, dale todo a
Dios…¡olvídate! Deja que todo quede crucificado
aguardando la muerte salvadora y la transformación que
esperamos.
Déjate absorber por el Fin Último que ya te
atrae y te arrebata. Los ruidos y los fastidios que te envuelven
son producidos por las criaturas que escapan y que se dejan
arrastrar por un mundo que va a la muerte. Ofrece por ellas,
ruega por ellas. Pero no te detengas como ellas. Cuando te
acerques a ellas aprovecha para llevarlas, con tu oración,
al Corazón de Cristo, pero no te detengas, no atiendas la
sinrazón. Recuerda lo que se narra en la vida de Santo
Tomás de Aquino, a saber, que el santo Doctor no
consentía las conversaciones vanas y, cuando oía
hablar en su presencia de cosas profanas, discretamente se
apartaba y se retiraba.
Lo que me importa subrayar es que nada ni nadie puede ya
apartarte de Dios, si te has entrañado en Él y
Él en ti… Si has querido, si le has abierto con tu
voluntad, que es la puerta que lo deja pasar e introducirse en la
infinita intimidad como el Fuego en el madero. No son las
angustias ni los dolores, no es la fatiga ni el trabajo, ni
las envidias de los otros, que tendrán poder alguno sobre
ti. Tu perseverancia en el silencio y en el sufrimiento tiene el
constante y maravilloso premio de la fidelidad de Dios, presente
en tu corazón y en tu vida. No temas, que tu tesoro
jamás podrá ser arrebatado. Y es porque tú
ya estás escondido con Cristo en Dios y ya te
encuentras, de algún modo, en el cielo… Conversatio
nostra in coelis est.
¿Qué más puedo decir para confirmarte en
la fe? Sólo invitarte a la experiencia cotidiana, luminosa
e inmediata. Yo sé que la Gracia no ha de faltar, que todo
es Gracia. Estas jornadas son una invitación al silencio
más profundo y a la confianza más audaz… Y
también -¡cómo no!- a horadar los cielos
desde el corazón y descansar la mirada, audazmente, en los
ojos de Dios.
Nuestra oración no ha de ser mezquina ni apocada. Por
el contrario, ha de lanzarse en el abrazo indescriptible,
consintiendo en esa sublime aspiración que se
hace realidad en el Espíritu. Desciende Fuego nuevo del
Cielo y enciende el holocausto y
se lleva el corazón transformado y hecho uno consigo.
Pero nadie puede dar cuenta de ello. Esta inigualable historia
está escondida a los testigos. La piedrecita
blanca sólo es conocida por quien la recibe…
Es la hora del silencio, en el Nombre de Dios.
Amén.
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