A mediados de la década de los
ochenta, a la salida de la más cruenta dictadura que
vivió el Uruguay en
toda su historia, las
formas de lucha por un cambio social
comenzaron a desplazarse desde estructuras
otrora perfectamente organizadas, que habían resultado
totalmente desmanteladas por la represión, hacia perfiles
algo menos orgánicos. La militancia ya no se expresa
exclusivamente desde los partidos y organizaciones
tradicionalmente ligados al proletariado, sino que parece tomar
formas más gramscianas de ocupar todos los espacios,
inclusive aquellos tradicionalmente despreciados por la izquierda
"oficial". Sin eludir responsabilidades aparecen formas nuevas,
tal vez menos rígidas, variando sustancialmente el
concepto
tradicional de compromiso político. Se hace visible un
cambio de escenario, desde el cual parece surgir una nueva y
más amplia visión. Ya no se describe como
reformistas a aquellas medidas que no se supediten
estratégicamente a la toma del poder, siempre
y cuando modifiquen –de alguna manera– la
composición de la sociedad y se
conviertan, a su vez, en el motor de nuevos
cambios. Esta ruptura con ciertos métodos
anteriores a la dictadura comienza a influir, naturalmente, en
todos los aspectos de la literatura. En ese sentido
lo más trascendente es la aparición de un
postergado grupo de
escritores, que no habían podido salir a la luz
pública debido a la más que férrea censura
imperante. Este heterogéneo colectivo, con muy poco en
común salvo su combate frontal a la tiranía,
proviene de la militancia clandestina y en algunos casos de la
cárcel y el exilio. Dentro de las voces
más originales y que más difusión
internacional han tenido, está la de Jorge
Majfud.
Formas de
construcción y antiarquitectura: la factibilidad literaria
de Majfud
La misión de
la literatura, así como la del arte en general,
es representar el mundo desde un ángulo original y nunca
antes transitado por otros. Aún mirado a través del
cristal de esa concepción, y cumpliendo a cabalidad con
este precepto, Jorge Majfud se mantiene como un escritor
sumamente tradicional en su empleo del
léxico, que si bien es sumamente elevado a lo
íntimo de sus enlaces estructurales, maneja –en sus
aspectos fundamentales– elementos absolutamente cotidianos.
Al enfrentarnos a su obra, nos encontramos, en apariencia, ante
un lenguaje
coloquial, de vocablos limpios y un uso muy ajustado, tanto de la
metáfora y del símil como de las figuras en
general. Las reglas gramaticales son aplicadas de una forma
absolutamente ortodoxa, a diferencia de buena parte de la
narrativa moderna, que buscando la pulsión del pensamiento
humano o por simple snobismo prescinde muchas veces de las formas
más habituales, dotando de un mayor protagonismo a la
falta de puntuación, a los espacios en blanco o
directamente a los excesivos huecos provocados por lo no dicho de
la historia. Tampoco, dentro del vocabulario en apariencia
sencillo del que se compone la obra de Majfud –aspecto ya
señalado– se encuentra el empleo de términos
soeces u ofensivos, los que aparecen prácticamente
desterrados de sus textos, aún en situaciones que
ameritarían su uso, ciñéndose el autor a un
estricto empleo del idioma tal cual le ha sido dado.
No hay en los textos de Majfud una
búsqueda de lucimiento personal, una
forma deslumbrante de moverse dentro de la página que
intente cautivar a la tribuna. Por el contrario, si se analiza
con atención su obra se verá una muy
disciplinada subordinación del escritor, guardando para
sí mismo apenas el lugar de observador privilegiado,
permitiendo que el texto viva su
propia existencia. Salvo en algunos casos excepcionales para el
idioma de todos los días, pero absolutamente necesarios
para la correcta funcionalidad del universo creado
por Majfud, no hay una utilización de un vocabulario
demasiado elevado, o de un carácter intencionalmente intelectual. Sin
duda que la originalidad del lenguaje majfudiano no surge de la
palabra como célula
alterada sino del muy personal tejido que el escritor tiende a
urdir como una telaraña. De hecho, difícilmente una
novela o
aún un ensayo de
Majfud se resuelva por parte del lector sin una relectura atenta,
lo cual habla de que no existe esa aparente (y engañosa)
sencillez que parece emanar de los textos. Sin duda existe, a lo
interno del texto, una estructura que
parece ir mutando sus formas sin salirse de lo clásico,
como si prevaleciera la intención manifiesta de renovarse
permanentemente, evitando la repetición de
fórmulas. Este tal vez sea uno de los aciertos claves de
Majfud, ya que la gran mayoría de su obra se presenta de
alguna manera amarrada a la evocación de una zona muy
oscura de nuestra historia, que sin embargo, pese al peso que
provoca, no logra frenar el constante devenir, por momentos de
una lentitud casi fotográfica, por momentos de un gran
dinamismo. Las certezas sobre otra realidad social posible
están, son esas rendijas de luz que el autor se ocupa de
repartir de cuando en cuando sobre sus páginas, y que no
siempre emergen con facilidad hacia la superficie del texto.
Deberá el lector ocuparse de introducirse a fondo en las
páginas recorridas haciendo que esto suceda, sabiendo que
si bien es cierto que en general no se encontrará con
formas ostentosas, rupturas ni búsquedas por fuera de los
aspectos formales, sí hallará –desde lo
aparentemente consuetudinario– una dinámica que devuelve la palabra a su
condición original. Perfectamente amalgamados, como si
formaran parte de un organismo vivo, todos estos aspectos se van
desarrollando dentro de una predominancia del plano
diegético, generalmente manejado por un narrador en
primera persona,
utilizando el plano mimético exclusivamente como una
válvula de escape a la tensión acumulada por la
narración pura, en tanto puede verse un manejo muy
dúctil y medido ya sea de la grafopeya como de la etopeya,
predominando levemente la descripción sicológica por sobre la
física, lo
que resulta coherente con el tipo de narración propuesta
por Majfud.
Finalmente, se podría decir que a
diferencia de la tendencia más difundida dentro de su
generación, Majfud no es lo que podría definirse
como un escritor de subgénero fantástico; no
obstante, el manejo narrativo de los delirios y las visiones
oníricas que el escritor hace, lo inscribe dentro del
realismo
extraño, muy cercano al campo de la literatura
fantástica.
En torno a los
distintos puntos que he intentado desarrollar en este
rápido análisis, para ilustrar todo lo dicho, se
hace necesario ir directamente a la voz del propio autor, tomando
un fragmento de su narrativa, extraído de la novela
Hacia qué patrias del silencio:
El arte es el medio por el cual el hombre se
evade del presente. Se bajaba de la ventana y se sentaba en el
piso. Pero hay que reconocer que toda definición es una
simplificación, un pecado del
intelecto. Los libros que
estaban en el piso eran los últimos que había
leído, seguramente. El hombre se ha
pasado la Historia inventando islas perdidas en tiempos remotos.
Once upon a time there was a king who had a daughter… Y todo
aquello que está en el horizonte, (in)justo allí
donde la realidad pierde su elocuencia y se hace inalcanzable.
Mitos,
leyendas,
historias fantásticas y sueños realistas.
Allí donde todo es pasado o futuro (nostalgia y
esperanza), pero nunca presente; allí donde pueden estar
el Paraíso y la Tierra
Prometida. Deduzco que el Infierno es el presente, decía
acomodándose entre los almohadones. Para el Islam, el
Infierno es de fuego, es decir, el sol del
desierto, el presente. Habrás leído el
Corán. No mucho. En el paraíso corren ríos
de agua fresca
entre deliciosas sombras. Si Mahoma hubiese nacido en Siberia,
¿qué sería el Infierno? Un témpano de
hielo. Correcto. Se reía. Algo semejante al infierno que
la KGB acondicionó en la llanura Ártica para alojar
a los infieles. ¿Te acordás del Patio de los
Leones, en La Alhambra? Cómo no; lo recorrimos juntos.
Ahí está esa recurrencia al agua, en las fuentes, en
los canales (ríos geométricos) corriendo ente
columnas esbeltas que terminan en capiteles como palmeras
datileras. Todo un oasis simbólico, ideal, imagen indudable
del paraíso entre los mahometanos. Arte, sueños,
religión.
La mirada del hombre puesta en el más allá, con
dioses o sin dioses. Esperá un poco; démosle una
perspectiva psicológica al asunto. Bueno. El pensamiento
analógico, transgresor y asociativo rige tanto en el arte
como en los sueños; la memoria
recicla los recuerdos de la profunda infancia y
hasta de siglos anteriores. Recuerdos prenatales. Ay, me encanta
eso. Pero el existencialismo me lo prohíbe. En lugar de
soles prenatales, como el flaco Bioy Casares, hablemos de les
images hypnagogiques. Como una sombra, iba a la cocina y
abría la heladera. Se quedaba un momento
examinándola o pensando en algo, y finalmente sacaba unos
cubitos de hielo. Cerraba y la oscuridad volvía con
más fuerza. Yo
descansaba yendo a ese apartamento que ella consideraba aburrido.
Ella estaba rodeada de su presente y yo liberado del mío.
¿Qué hora es, ché? No llegamos más.
El tipo del cigarrillo se animó a encenderlo poco antes de
bajar. Pero la vida comúnmente se desarrolla en un
escenario intermedio sin los paraísos y los infiernos
imaginados por los hombres. El presente nunca será el
Paraíso, eso es cierto, pero tampoco el Infierno. No,
mientras incluya un horizonte, ese lugar en donde estarás
vos un día cuando te recuerde. No hay imagen tenebrosa que
incluya un horizonte. Miraba por la ventana; se hacía de
noche. Podés recorrer los museos del mundo. Verás
las imágenes
más horribles que, como las pesadillas, la angustia, son
un apretado Aquí. El Gehena es una mansión
tenebrosa; el Infierno, un laberinto subterráneo: ambas
expresiones de lugares cerrados. El significado más
doloroso del horizonte (corregime si me equivoco) podrá
ser la soledad, sí, pero no la peor de las soledades, ya
que habrá un sueño, una esperanza: el más
allá. Se levantaba y volvía a mirar Buenos Aires. La
ciudad se extendía en millones de lucecitas bajo un cielo
violeta. Bajamos en un lugar de la rambla en donde había
un médano. Subía de la playa hasta invadir la
vereda; debía tener dos metros de alto.
—Tenemos que caminar un poco dijo
Vassallo después de examinar un papel doblado en cuatro.
Un dibujo con
algunas indicaciones ilegibles. Debían ser del "Ruso", el
único contacto que tenían los muchachos con el
MLN.
No me despedí de ellos como
había pensado. Sentí lástima al verlos tan
nerviosos por nada. No podía abandonarlos ahora.
(117)
Como se verá, lo contradictorio
entre la realidad y la ficción que refiere a esos hechos
está unido por la sólida consistencia de la
materia
literaria manejada por Majfud. De la lectura de
este breve fragmento podemos deducir que en la visión del
autor somos realidad pero también resultamos palabra
sobrevolando esa realidad. Desde esa dialéctica el mundo
suele reconocerse como un lugar oscuro pero las palabras que
designan y describen esa oscuridad no tienen por que perder su
cuota de luz. Este aspecto, casi una ley física
dentro del universo creado por Majfud, atraviesa a lo largo y a
lo ancho toda su obra, pero es en Hacia qué patrias
del silencio donde más patente se hace. En esta
excelente novela –la historia de un preso político,
donde se toca también el tema de la desaparición
forzada– puede verse, en la prisión donde transcurre
buena parte de la trama, una angustia objetiva por el mundo que
nos tocó habitar, pero también una esperanza
cargada de terca subjetividad, puesto su ojo en el Hombre.
Así como debemos de desconfiar –visceralmente–
de aquellos que con trivial ligereza sostienen que todo hombre
tiene su precio
(representados en el texto por torturadores, carceleros, y
autores intelectuales
que no aparecen pero están), de la misma forma debemos
agradecer a los seres más bien anónimos que cruzan
estas páginas diciéndonos con su ejemplo –la
mejor y más válida forma de decir– que
sí hay hombres sin precio, que sí hay hombres que
no están ni estarán en venta
jamás. Este estante para lo ético, ocupando los
espacios más sensibles de su obra, es determinante en la
escritura de
Jorge Majfud, y es lo que de alguna manera contribuye con
más fuerza a la idea de que estamos frente a un escritor
que sin necesidad de gritar destempladamente se halla
comprometido no sólo con su tiempo sino
con algo que va más allá, y que ese compromiso
atañe a lo esencialmente humano.
De todas formas, no hay que confundir esta
visión austeramente optimista del futuro con una suerte de
meteorología literaria. No hay a lo largo de estas
páginas pronósticos de ningún tipo, y mucho
menos, predicciones agoreras; consciente de que la salida no
será fácil de encontrar, Majfud elige no escribir
parapetado sobre la realidad, y sí, en todo caso, desde el
barro que ella provoca. La terca y sostenida búsqueda de
una estética con contenido, establecida casi
como una necesidad, mantiene una estrecha relación causa
efecto con las tonalidades de una compleja realidad que se quiere
desentrañar, ejerciendo para ello un alcance de
concreción más allá aún de lo
literario; la palabra como forma de expresión activa y no
diseccionada, se mimetiza –dentro de esa búsqueda
con algo de experimental– con las vivencias de la vida, en
especial con el amor, la
libertad y la
justicia
social. La individualidad de sus personajes,
metafísicamente percibida como parte de un todo, necesita
ir permanentemente hacia los demás, no para fundirse en
una masa, sino por el contrario, para ir y volver multiplicado a
(y desde) la propia conciencia,
afirmando su lugar en el mundo.
Se podría decir entonces, para
redondear, que a diferencia de otros buenos escritores que
componen un tipo de narrativa donde predominan claramente la
forma o la acción,
entendidas como si ambas fueran incompatibles, Majfud logra con
sencillez lo más difícil, ese equilibrio en
que la dinámica de la historia a contar no se lleva por
delante a la forma, y donde la forma –por su parte–
no se regodea en sí misma de manera tal que la
acción termine aplastada por cientos de palabras que no
debieron pasar por allí en ese momento y lugar. La
consigna, si la hay, sería la de elevar la literatura a
una equilibrada combinación de compromiso y alegría
por el goce estético que provoca la buena lectura.
Si la obra de Majfud es, como sospecho, la
construcción de un camino propio y a la vez
compartido, el trecho recorrido hasta ahora tiene la
particularidad de generar la distancia necesaria para una
evaluación rápida, una perspectiva
ideal que invita a detenerse brevemente para observar lo logrado,
en pos de nuevos avances. Dotado de una intuición que a la
hora de tomar decisiones suele ser el fiel de la balanza de todo
buen escritor, Majfud ha ido encontrando ese camino sin perder el
rumbo ni por un instante. Y en ese tránsito propio
–lo haya buscado o no el autor– su literatura
comienza a formar parte de un Uruguay que se mira a sí
mismo, no con ojos contemplativos, sino de una forma sumamente
autocrítica y para nada complaciente. En todo caso, este
camino empedrado de libros –los del Majfud lector puro y
los del Majfud escritor– termina desembocando
inevitablemente en una ruta que conduce sin desvíos hacia
eso que alguien ha dado en llamar –muy acertadamente–
la uruguayez.
Bibliografía
Majfud, Jorge. Crítica de la pasión
pura. Montevideo: Ed. Graffiti, 1998.
_______. Hacia qué patrias del silencio.
Memorias de un
desaparecido. Tenerife: Ed. Baile del Sol, 2001.
_______. La ciudad de la Luna. Tenerife: Ed.
Baile del Sol, 2002.
_______. La reina de América. Tenerife: Ed. Baile del Sol,
2002.
_______. Perdona nuestros pecados. Montevideo:
E. G. Ediciones, 2007.
Datos del Autor:
Gustavo Esmoris nació en Montevideo, el 26 de
enero de 1959. Es escritor, periodista y crítico literario
del Semanario Voces del Frente. Ha publicado cuatro
libros: Detrás de la noche (Poesía,
Ediciones de la Banda Oriental, 1992), Calles
vacías (Poesía, Ediciones de la Banda
Oriental, 1998), Adyacencias (Poesía,
Ediciones de AEBU, 2002) y Un viejo octubre roto
(Novela, Rumbo Editorial, 2007).
Ha ganado diversos premios, entre los cuales destaca el
Primer Premio de Narrativa en el Concurso Municipal de Literatura
2005 por la novela Un viejo octubre
roto.
Autor:
Gustavo Esmoris
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