Porque, vamos a ver. Lo que ha trascendido hasta ahora
es que las autoridades van a establecer un vehículo para
comprar activos
financieros considerados como tóxicos, por un importe
cercano a los 800.000 millones de dólares. Si
añadimos todos los compromisos financieros adquiridos
simultáneamente y con anterioridad, dicha cifra se dispara
a cerca de dos billones de dólares, que es alrededor de un
15% del Producto
Interior Bruto de los Estados Unidos.
El único modo que hay de financiar un conjunto de operaciones de
esta magnitud es a través de una emisión masiva de
deuda
pública. Hay capacidad para hacerlo: antes de que se
iniciara el proceso de
degradación del concepto de
riesgo
sistémico con la intervención encubierta de Bear
Stearns, allá por el mes de marzo, la renta fija soberana
del país apenas superaba el 30% del P.I.B, un nivel
bastante similar al español.
Sin embargo, e igual que ocurre en nuestro país, el
problema no es la capacidad de endeudamiento, que puede llegar a
ser ilimitada como prueba, es una exageración, el caso
japonés, sino los términos en los cuales dicha
necesidad de financiación se puede completar.
Y es aquí donde Estados Unidos puede, en su
intento por salvaguardar su sistema
financiero, condenar a su economía real a una larga travesía
en el desierto. Por tres motivos. A nivel presupuestario, el
aumento de los costes financieros ligados a la deuda
podría tener un impacto relevante sobre sus deficitarias
cuentas
públicas y provocar aumentos de impuestos y
restricciones de gasto de la
administración con objeto de corregirlo. Por lo que
respecta al sector exterior, el saldo negativo de la balanza por
cuenta corriente obligaría, para atraer nuevos capitales,
a una devaluación de la divisa (que
chirriaría en las naciones con su moneda vinculada) o a un
aumento de los tipos de interés.
Más volumen,
más coste. Ufff. Estamos hablando, por tanto, de medidas
de política
monetaria y fiscal de
corte eminentemente restrictivo. Finalmente, la retención
en el balance de activos dudosos en un momento en el que las
incertidumbre sobre los mercados
últimos que los han originado, fundamentalmente
inmobiliario, aún permanece, supone, y aquí no cabe
el condicional, un ejercicio de confianza en el futuro
excesivamente generoso para la banca y oneroso
para los contribuyentes. Es realmente una pena que los americanos
no hayan tirado de una Ley de Memoria
Histórica que les permitiera ver las nefastas
consecuencias que, para el ciudadano medio, han tenido
actuaciones similares de sus autoridades en el pasado,
especialmente en la década de los treinta.
No se han equivocado ustedes de Crónica. Estos
siete días van a cambiar el mundo. Pero no sólo en
el ámbito financiero. Aparentemente ha ganado la guerra el
intervencionismo frente al libre mercado, cierto.
Un libre mercado que defenderé siempre desde los límites
que marcan, tanto el peligro de un riesgo sistémico (no
arbitrario sino real), como la operativa dentro de las normas de
regulación y supervisión que se determinen en la medida
en que están encaminadas a evitar dicho peligro para el
conjunto del sistema se
materialice. De esa burra no me pienso apear. Me sitúo en
la Resistencia.
¿Saben qué? Pronto seremos multitud. No sabemos que
habría ocurrido si hubiera seguido el natural curso de los
acontecimientos. Pero de lo que sí tenemos certeza es de
que Estados Unidos sale de esta crisis no
más fuerte, sino debilitada; con una hipoteca sobre sus
cuentas públicas que pesará como una losa a futuro;
con riesgo, por tanto, de perder una hegemonía mundial
basada en costosas actuaciones exteriores y con la
tentación inflacionista como modo de rebajar el valor real de
su endeudamiento. Algo que ha explicado, con mucho más
dramatismo que McCoy, Nouriel Roubini en su blog. Un coste, a
todas luces, excesivo que afectará al orden mundial. No
pierdan, por tanto, la perspectiva, que no es tan alentadora como
pudiera parecer. Y, mientras tanto, ya saben: Carpe Diem.
Disfruten el hoy mirando el mañana, que ya
tocaba.
– ¿Es Greenspan culpable de la crisis? (El
Confidencial – 19/9/08)
(Por Carlos Sánchez)
Hace algún tiempo, un
lector de El Confidencial envió un delicioso comentario
que rezaba lo siguiente: Ocurrió en el año 1921,
cuando la inflación en Austria había provocado
aumentos de precios del
300% mensual. Ante tal coyuntura, el ministro de Hacienda del
Gobierno
austriaco le pidió consejo a un economista para atajar la
situación. Este le dijo que se reuniera con él a
las 12 del mediodía de esa misma mañana en la
entrada de la Fábrica de Moneda. Y así se hizo. A
la hora convenida, se encontraron ambos, y el ministro le
preguntó: ¿Cómo podemos parar la
inflación? El economista pegó una mano a su oreja y
le respondió: ¿Oye ese ruido? Pues
acabe con él". El economista se llamaba Ludwig Von Mises,
quien junto con Hayek, según nuestro interlocutor, fue el
único en predecir la Gran Depresión
de 1929.
A estas alturas de la película económica
hay pocas dudas de que el tsunami financiero que recorre el mundo
(y que ha hecho emplearse a fondo a los bancos centrales
y quebrar los principios
ideológicos de muchos defensores del libre mercado) tiene
que ver con la oferta
monetaria. Es decir, con el número de horas que trabaje
esa máquina "infernal" de hacer billetes que tanto
chirriaba a los oídos de Von Mises.
Para muchos, estamos ante la madre de todos los problemas: el
exceso de liquidez genera inflación, y si esa abundancia
llega a alcanzar niveles desorbitados -como ha ocurrido en los
últimos años de la mano de una política monetaria
extraordinariamente laxa- la fiesta del dinero puede
acabar en una tragedia griega en forma de credit crunch. Dicho en
otros términos, alguien ha retirado las copas en medio de
la fiesta. Y los invitados tienen sed. Mucha sed. Tienen dos
opciones: o dejar de beber (lo que abocaría al mundo a una
recesión) o irse a un bar clandestino de los que
había durante la Ley Seca (los legendarios speakeasies de
Nueva York) en forma de ventanilla de emergencia regentada por
los banqueros centrales para aguantar el tirón.
Burbuja inmobiliaria
¿Y quién ha sido el maestro de ceremonias?
¿El gran brujo que ha dirigido este oficio de tinieblas?
¿El encargado de apretar cada mañana el
botón que hace funcionar la máquina de hacer
billetes? Para un número creciente de analistas, el
hacedor de tantos entuertos responde al nombre de Alan Greenspan,
asesor de tres inquilinos de la Casa Blanca y presidente de la
Reserva Federal durante 18 años y medio, a quien se acusa
de mirar para otro lado y de alimentar la burbuja inmobiliaria en
EEUU con su irresponsable estrategia
monetaria. No es una acusación cualquiera. Recae sobre
alguien de quien el New York Times llegó a decir: "Para
qué queremos a Dios si tenemos a Greenspan". De él
también se dijo, como recordaba el otro día
Financial Times, que estábamos ante "el hombre que
salvó al mundo" tras el derrumbe de las torres
gemelas.
Al "maestro", como le llamó Bob Woodward en su
biografía
casi oficial, le llueven ahora chuzos de punta. Se acusa a
Greenspan de ser el principal culpable de situar los tipos de
interés en niveles extraordinariamente bajos durante un
periodo prolongado de tiempo, creando el caldo de cultivo
idóneo para que la burbuja (¿o habría que
decir las burbujas?) estallaran. Y de aquellos polvos vienen
estos lodos. Y no sólo por eso. El anterior presidente de
la Reserva Federal respaldó la suicida bajada de los
impuestos decretada por George W. Bush para estimular
artificialmente el consumo, lo
que provocó un gigantesco déficit presupuestario
del que EEUU todavía no se ha recuperado. Y para
más inri, permitió que los tiburones de Wall Street
camparan a sus anchas cometiendo todo tipo de tropelías
con salarios de
escándalo.
No acaba ahí la lista de agravios. El principal
de sus errores fue, según sus críticos, haber
permitido a los bancos de inversión (Morgan, Merrill, Lehman…)
asumir riesgos
imposibles de cumplir. Creando, en una palabra, monstruos
financieros con pies de barro que tarde o temprano
tendrían que desmoronarse a la misma velocidad que
ha estallado la burbuja inmobiliaria.
No es casualidad que a Greenspan se le llamara el
"amigo" de los mercados, con quien siempre mantuvo algo muy
parecido a un compadreo, dicho en tono castizo. Una sola
insinuación suya, sin necesidad de alterar los tipos de
interés, era capaz de mover Wall Street, ya que sus
"amigos" sabían de antemano lo que quería decir el
"maestro". Alguien ha escrito que el Greenspan de la Reserva
Federal era una mezcla de político y rigor técnico,
y sin duda que así actuó durante casi dos
décadas. Dando "toques" a los mercados en forma de
advertencia (su célebre expresión de exuberancia
irracional), pero sin intervenir de forma resuelta y decidida.
Como cuando en la primavera de 1998 el jefe de la CFTC (Commodity
Futures Trading Commission) le mostró su
preocupación sobre el imparable crecimiento del mercado de
derivados. Greenspan no mostró inquietud alguna y
sugirió que una regulación más estricta
sólo perturbaría su funcionamiento.
Un hombre del
establishment
Como se ve, muchas acusaciones contra un personaje
acostumbrado a los cenáculos de Washington, y que durante
tres décadas formó parte del establishment del
poder
político republicano (si bien es verdad que los
demócratas no hicieron ascos a su compañía),
al contrario que su sucesor, Ben Bernanke, procedente del mundo
académico y que no quiere saber nada de contubernios
políticos ni de guiños al poder de los mercados. Al
contrario que el ex presidente de la Reserva Federal, para quien
los reguladores sólo entorpecen el buen funcionamiento de
los mercados.
¿Es culpable Greenspan de tanto desorden? Lo
primero que hay que decir es que la abundancia del dinero barato
no es un fenómeno nuevo. Como se ha podido acreditar
empíricamente, la mayoría de las principales crisis
bancarias en los últimos 25 años se han producido a
raíz de períodos de muy rápido crecimiento
del crédito. Sin embargo, como admite un
reciente estudio de los profesores Giovanni
Del´Áriccia, Deniz Igan y Luc Laeven, no Yet, not
all credit booms are followed by banking crises, todos los auges
de crédito necesariamente acaban en una crisis bancaria
como la actual, que puede costar a los contribuyentes entre
400.000 y 500.000 millones de dólares, una cantidad
equivalente a la tercera parte del PIB
español. Según los autores citados, la
mayoría de estudios concluye que, mientras que la probabilidad
de una crisis del sistema financiero aumenta significativamente
(entre un 50% y un 75%) durante los auges de liquidez, lo cierto
es que históricamente sólo un 20% de los episodios
de "boom" han terminado en una crisis.
Es decir, que la orgía de liquidez no
tenía por qué haber acabado necesariamente en
tragedia. Pero lo cierto es que así ha sido. José
Carlos Díez, economista jefe de Intermoney, lo exculpa en
parte. No lo considera culpable de su política monetaria
teniendo en cuenta que en los años 90 el mundo
vivió una doble deflación, por un lado la vinculada
con la caída de precios procedentes de China, y por
otro la relacionada con los avances
tecnológicos, que abarataron las transacciones
internacionales. Había peligro real de caer en un proceso
de deflación generalizado (con las consecuencias negativas
que ello conlleva), y Greenspan, en su opinión, no
tenía más remedio que relajar su política
monetaria para estimular el consumo. Las consecuencias de esa
estrategia son de todos conocidas. Tras el pinchazo de la burbuja
tecnológica, se incubó una enfermedad más
importante, la relacionada con el mercado
inmobiliario.
Un error de cálculo
Un par de datos ilustran el
fenómeno. En el año 2000, se construyeron en EEUU
1,5 millones de viviendas, pero es que en enero de 2006 el
número superaba ya los 2,3 millones de casas, lo que
supone un aumento de prácticamente el 50% en apenas un
quinquenio. Desde luego, mucho más que el crecimiento de
su población. Y aquí entra la
opinión de uno de los mayores críticos de
Greenspan, el Premio Nobel Joseph
Stiglitz, para quien el presidente de la Reserva Federal no
se dio cuenta con el tiempo suficiente de la que se le
venía encima. Y en lugar de endurecer su política
monetaria para evitar la formación de una burbuja, lo que
hizo fue contentar a los mercados con tipos de interés
anormalmente bajos. Cuando vio que el peligro acechaba,
cambió el sesgo de sus decisiones monetarias, pero era ya
demasiado tarde.
La burbuja había estallado, y con ella los
cimientos del capitalismo
financiero que hemos conocido en los últimos 20
años, desde que George Bush padre aprobara la Ley de
Modernización de los Servicios
Financieros, con Greenspan en la cresta de la ola. Se
rompía una tradición "proteccionista" (para los
depositantes y los accionistas) inspirada por la Gran
Depresión. La Ley Glass-Seagall (de 1933) impuso la
radical separación entre las actividades de banca
comercial y las operaciones de banca de inversión. Los
bancos, incluso, fueron privados de ofrecer una amplia gama de
productos de
seguro a sus
clientes, toda
vez que la supervisión la ejercían los propios
Estados, y no una agencia específica.
Ese modelo de
banca fue el que se quebró en 1999 con la
aprobación de la Ley Gramm-Leach-Blieley, que
permitió a las compañías tenedoras de
acciones
bancarias convertirse en sociedades
holding que a su vez podrían emprender cualquier tipo de
actividad financiera. Aquí empezó el lío.
Greenspan permitió que se creara un "mercado en la
sombra", opaco para la SEC, el organismo encargado de supervisar
las actividades de la banca de inversión. Y no hay ninguna
duda de que con su capacidad de influencia sobre la clase
política de Washington, la Fed hubiera tenido más
poderes de supervisión. El final de la película es
de sobra conocido. Entidades con pocos recursos propios
y escasamente capitalizadas asumieron riesgos inimaginables que
finalmente han estallado en sus propias manos. O mejor dicho, en
las de todos nosotros.
– Hacia un nuevo orden financiero mundial – El puzzle
del nuevo escenario global de la banca (Cinco Días –
20/9/08)
Quiebra del fondo Long Term Capital,
crisis rusa, implantación del euro… Son algunos de los
episodios que han trastocado en los últimos años el
mapa financiero mundial, pero ninguno de estos acontecimientos ha
conseguido provocar cambios tan profundos como los que se esperan
de las turbulencias desatadas por los productos subprime, un
género
financiero cuya factoría estuvo ubicada en EEUU y que
desde allí ha salpicado a Europa.
(Por Ana Perona)
A esta crisis le han bastado 13 meses para poner contra
las cuerdas a los pesos pesados de la banca de inversión
en EEUU, con la caída de tres -Bear Stearns, Lehman
Brothers y Merrill Lynch- de las cinco mayores entidades del
sector, forzar el rescate de las dos sociedades hipotecarias
más grandes del país, nacionalizar AIG, la mayor
aseguradora del mundo, colgar el cartel de venta a
Washington Mutual y sembrar serias dudas sobre el futuro de
Morgan Stanley. En el Reino Unido, el Banco de Inglaterra tuvo
que intervenir Northern y Lloyd's ya ha acordado la compra de
HBOS. En Alemania las
autoridades se vieron obligadas a salir en ayuda del banco
público IKB, mientras que Deutsche ganaba la puja por
Postbank. Un terremoto financiero que ha sido capaz de romper el
equilibrio de
fuerzas bancario de los últimos años.
La incógnita es cuál será el
alcance de la crisis y cuántas víctimas se
cobrará. Los expertos reconocen que otras grandes
entidades ya están dañadas de muerte. La
pasada semana, los rumores acechaban a Goldman y regresaban con
fuerza las
especulaciones de fusiones entre la
banca mediana española. La situación es de tal
gravedad que las autoridades financieras de EEUU han anunciado la
creación de una agencia permanente para auxiliar a las
empresas con
graves problemas.
En este rompecabezas de combinaciones, el enigma es
qué entidades terminaran por ser absorbidas por sus
rivales y cuáles aprovecharán la debilidad de
algunos de sus competidores para salir a la caza de
oportunidades. "En EEUU es muy probable que aparezcan nuevas
víctimas. Los bancos regionales (comerciales, no de
inversión) también van a tener problemas por el
efecto dominó de avales, contrapartes y su cartera de
títulos pierde valor en el mercado", afirma Robert
Tornabell, profesor de
Finanzas y ex
decano de Esade.
Sin duda, los primeros en caer han sido los bancos de
inversión, después de reconocer que el agujero
generado en sus cuentas por la crisis subprime es mucho
más elevado de lo previsto, aunque su bancarrota se ha
fraguado en buena medida en el dardo envenenado que les ha
lanzado el mercado al retirarles su confianza. Pero se teme que
no sean los únicos. El problema ahora son las tensiones de
liquidez, que mantienen vedada la obtención de fondos a
todas las entidades mundiales. Y entre los fortalecidos, los
expertos apuntan a los bancos comerciales con suficiente liquidez
y un balance sólido, libre de activos subprime.
"Es una crisis que no hemos vivido desde los años
ochenta. Se trata de un escenario sin antecedentes, en el que se
desconoce cuándo va a acabar y cómo. Además,
la desconfianza que se ha instalado en los mercados
financieros y entre sus intervinientes multiplica por dos los
efectos de esta crisis", afirma Diego López
Abellán, socio de Accenture.
Este desconcierto provocará que el ajuste sea
más brusco. Para Esteban Sánchez, de AFI, "el
volumen de activos que se ha generado en torno a productos
subprime ha sido de tal magnitud (se calcula que hay más
de 900.000 millones en créditos concedidos a personas insolventes
y posteriormente empaquetados para ser vendidos a
institucionales) que su impacto es desconocido. Y no hay que
olvidar los efectos de segunda ronda, con todos los
depósitos estructurados que puede haber
implicados".
La consecuencia será una reducción en el
número de jugadores, aunque más acusada en unos
mercados que en otros (EEUU todavía tiene pendiente
culminar el proceso de concentración del sector financiero
a pesar de que el volumen de entidades ha descendido de 20.000 a
9.000), así como notables cambios en los primeros puestos
del ranking mundial. Algo que ya ha sucedido otras veces, como
cuando a finales de los noventa los grandes bancos japoneses
cedieron los primeros lugares en la clasificación a los
británicos o cuando el gigante Citi, fruto de varias
fusiones, desplazó a éstos. Ahora, y aunque la
fotografía
definitiva aún no está preparada, se espera que el
baile de puestos sea aún más patente. De momento,
el desplome de las cotizaciones ha mermado a la mitad la
capitalización de muchos de los grandes bancos,
dejándoles, a merced de sus rivales. La adquisición
de Bear Stearns por JPMorgan, así como la llevada a cabo
por Bank of America de Merrill Lynch, son una muestra de ello.
También Barclays ha aprovechado la coyuntura para comprar
el área de corretaje de Lehman. Y todavía quedan
muchos candidatos.
Según Robert Tornabell, los más
susceptibles de ser absorbidos son aquellas entidades que tengan
unas ratios de morosidad por encima del 6%, junto a los que hayan
agotado las líneas de financiación de los bancos
centrales y no puedan renovarlas por falta de activos y los que
no cuenten con una rentabilidad
sobre recursos propios del 10% como mínimo. Tornabell
añade que también están más expuestos
a recibir una opa los bancos que hayan perdido ya en Bolsa
más de un 40% de su valor por la desconfianza de los
inversores y cuya calidad de
activos sea buena. En esta reordenación del mapa bancario
mundial, Santander y BBVA están bien colocados en la
parrilla de salida, aunque sólo el grupo que
preside Emilio Botín ha enseñado sus cartas. Hace unos
meses se hizo con el británico Alliance & Leicester y
acaba de reconocer haber participado en la puja por Postbank. En
general, los expertos esperan que aumenten las fusiones
transnacionales, un proceso que arrancó con lentitud con
la puesta en marcha del euro pero que aún no se ha
materializado.
"El panorama bancario en Suiza cambiará y no se
descarta una fusión
entre los grandes. En Europa, los más afectados son los
ingleses por la crisis del mercado inmobiliario, mientras que los
alemanes están capeando mejor el temporal. Los franceses,
salvo Natixis, también, aunque en un primer momento
recibieron el impacto de la crisis", afirma Ignacio Cantos,
director de renta variable de Atlas Capital. Este experto no ve
descabellado que alguna de las entidades estadounidenses que
sobreviva a las turbulencias, como Bank of America, irrumpa en el
mercado europeo.
Los economistas añaden que también se
producirá un cambio en
algunos modelos
bancarios. "Se valorará más el modelo de banca
comercial; antes algo infravalorado. Además, se
pondrán en duda algunos de los valores en
los que se sustentaba la banca de inversión independiente.
Y es probable que algunas entidades opten por separar sus
unidades de banca de inversión de la comercial y la
gestión
de grandes patrimonios", asegura Jorge Soley, profesor de
dirección financiera del IESE.
Un puzzle, en definitiva, que tardará bastante
tiempo en recomponerse…
– Bush pide al Congreso 700.000 millones de
dólares para rescatar al sistema financiero (Cinco
Días – 20/9/08)
El presidente de EEUU, George W. Bush, defendió
hoy la contundencia de la intervención que va a realizar
su gobierno para mitigar la crisis, que podría suponer
700.000 millones de dólares, y dijo que es un "precio grande
para un problema grande".
Bush, que compareció en la Casa Blanca junto al
presidente de Colombia,
Álvaro Uribe, aseguró que no ha querido ser
"tímido" en la acción
contra la crisis, y se mostró confiando en que el Congreso
apruebe "pronto" el paquete de medidas que negocia con el
Gobierno.
El Ejecutivo de George W. Bush, la Reserva Federal y el
Congreso están embarcados desde el jueves por la noche en
la negociación de un paquete de medidas
contundente que mitigue la actual crisis financiera, que en los
últimos días ha sacudido con intensidad los
mercados mundiales.
El propio presidente de la Reserva Federal, Ben
Bernanke, se dirigió ayer a un grupo de Congresistas y les
dijo, a puerta cerrada, que la economía
estadounidense se precipitaba a un "cataclismo" si no se actuaba
pronto, según informa hoy "The New York Times".
La medida más importante que hay sobre la mesa es
el plan para que el
Tesoro recompre los activos dañados que tienen en su
cartera las entidades financieras estadounidenses, debido a la
crisis de las hipotecas "basura" y a la
caída de los precios de las casas.
Algunos congresistas han afirmado que este plan
podría suponer el desembolso de entre 500.000 y un
billón de dólares, aunque algunos medios
financieros hablan de 700.000 millones, en lo que
supondría la mayor intervención pública
desde la Gran Depresión de los años 30.
Hoy, Bush no quiso confirmar esta cifra, pero sí
reconoció que el tamaño económico del
paquete que lanzará el Gobierno debe ser monumental,
porque le preocupa el impacto que la crisis financiera pueda
tener en el resto de la economía. "El riesgo de no hacer
nada supera el riesgo del (montante) del paquete. Con el tiempo,
recuperaremos parte de este dinero", afirmó.
El presidente reconoció en su comparecencia que
su Gobierno, tradicionalmente un firme defensor del libre
mercado, sea criticado ahora por las fuertes medidas
intervencionistas para corregir los desajustes del
mercado.
Según explicó, "cambié de parecer
cuando me informaron los expertos de la gravedad significativa de
este problema. Se actuó para evitar el descalabro total".
"Tome la decisión con los expertos -dijo- y a largo plazo
estaremos bien".
Por otra parte, en su discurso
radiofónico de los sábados, Bush indicó que
"nuestro sistema de libre empresa se basa
en la convicción de que el gobierno federal debe
intervenir en el mercado sólo cuando es
necesario".
"Dada la situación precaria de nuestro mercado
financiero -y su vital importancia en la vida cotidiana del
pueblo estadounidense- la intervención del gobierno no
sólo se justifica, sino que es esencial", explicó.
El presidente defendió en el discurso el paquete de
medidas, y se mostró confiando en que "a largo plazo, los
estadounidenses pueden tener seguridad en
nuestra solidez económica".
(Nota del autor: En este Anexo (del Aniversario) he
intentado no introducir comentarios personales. Creo que los
artículos y documentos
resultan suficientemente elocuentes como para que, con el
sólo subrayado de algunos párrafos, puedan ustedes
guiarse y sacar sus propias conclusiones. No obstante ello, el
siguiente artículo, con la firma de Jesús Cacho, no
sólo merece una especial atención, de allí el subrayado
total, además de mi aplauso y admiración, sino que
puede servir también para confirmar, tarde, muy tarde tal
vez, muchos de mis debates, postulados y propuestas. Tras
años de ultraliberalismo fundamentalista, los mercados
constatan que el Gobierno -y la regulación- no es el
problema, es la solución… Viejas y queridas causas
perdidas o la amargura de la victoria. Sólo queda ver
algunos de los "Superclass" en la cárcel… Gracias,
Don Jesús Cacho por iluminar el camino y continuar dando
caña. He aprendido mucho, con usted, en los 20 años
que llevo siguiendo sus artículos y libros.)
– San Mercado contra el Imperio del Mal (El Confidencial
– 21/9/08)
(Por Jesús Cacho)
"Este Paulson me parece un tío cojonudo". Quien
así se manifestaba, hace apenas 24 horas, es un economista
español de pura cepa y más de derechas que el
caballo de Santiago, encantado con la orgía
intervensionista desplegada por la Administración Bush. El mundo al
revés. Mientras la progresía patria despotrica
contra la intervención del Estado en la
economía, porque es USA, claro está, y es el
malvado Bush, la derechona bate palmas entusiasmada. El fin del
paradigma y al
cubo de la basura las
teorías
económicas que acompañaron nuestros años
mozos. Todo patas arriba. "Ni un minuto más
podíamos seguir con esta incertidumbre en los mercados",
decía, en rueda de prensa, el
secretario del Tesoro de USA. ¿Y eso cuánto va a
costar?, preguntaba un emocionado periodista. "Cientos de miles
de millones de dólares", respondía rotundo. Sin
especificar. Sin cálculo
posible. Cientos de miles. "Este es un gran sacrificio para el
taxpayer americano", aclaraba el mister, "pero la alternativa era
infinitamente peor para ese taxpayer".
¿Cómo puede ser que un entramado
financiero y bancario, sometido a todo tipo de controles,
inspecciones, auditorias,
agencias de rating, medios de
comunicación, etc., haya devenido en este gran fiasco?
¿Qué ha pasado aquí? "Se ha demostrado que
el sistema regulatorio estaba obsoleto, lo que ha hecho posible
estas irregularidades", responden en la Reserva Federal. El
controlado caminando siempre por delante del controlador. El
delincuente, siempre por delante de la ley. "Y yo les garantizo
que esto no va a volver a pasar", remacha Paulson, ex Goldman
Sachs, y una carcajada universal recorre las cuatro esquinas del
planeta. ¿Será capaz el trío Bush, Bernanke
y Paulson de acabar con los sueldos astronómicos, las
indemnizaciones millonarias y los bonus escandalosos que se
reparte un ramillete de CEO"s?
Un puñado de altos ejecutivos, seguramente no
más de 50 personas al frente de la gran banca comercial y
de negocios, hace
y deshace a su antojo, poseídos de esa "fatal arrogancia"
de la que hablaba Hayek, con la vista puesta en el
enriquecimiento ilimitado. Tras asegurar que llamar
"economía de mercado" al sistema en el que vivimos carece
de sentido, J. K. Galbraith (La economía del fraude inocente)
prefiere bautizarlo como sistema corporativo: "Que nadie lo dude:
en cualquier empresa suficientemente grande, los accionistas,
esto es, los propietarios, y sus supuestos representantes, los
miembros del consejo de administración, están subordinados
por completo a la dirección. Aunque parezca que es el
propietario quien detenta la autoridad,
este no tiene en realidad ningún poder. Una vez más
estamos ante un fraude aceptado".
Lo advirtió el ex ministro francés Raymond
Barre, un liberal de tomo y lomo: "el sistema financiero
internacional no cuenta con medios institucionales propios para
enfrentar los desafíos de la
globalización y la apertura general de los mercados".
En la misma línea se expresó Butros Ghali, ex
secretario general de la ONU: "la realidad
del poder mundial escapa totalmente del control del
Estado. La globalización implica el surgimiento de
nuevos poderes que trascienden las estructuras
estáticas". Frente a ese ramillete de avariciosos chairman
dispuestos a empaquetar hipotecas basura y venderlas por el ancho
mundo contaminando el sistema financiero internacional para poder
cobrar sus bonus, el ciudadano, el simple consumidor,
está inerme, víctima de una avalancha de noticias que,
en la aldea global, le impide saber cuándo y cómo
llegará esa próxima recesión que le
pondrá en el paro. Lo dijo
nuestro Gracián: "Vívese lo más de información, es lo menos lo que vemos:
vivimos de fe ajena. Es el oído
puerta segunda de la verdad y principal de la mentira".
Decía también Gracián que "la
Verdad siempre llega la última y tarde, cojeando, con el
Tiempo…". Los mercados han reaccionado con una euforia
desmedida a la operación rescate de Bush & Co.,
mientras San Mercado se bate en retirada, víctima del
avance imparable del Imperio del Mal, el intervencionismo del
Gobierno americano. "Los bancos centrales, el propio Tesoro USA,
son monopolios públicos gestionados por políticos
dispuestos a seguir echando leña al fuego a base de
inyectar liquidez", asegura un irreductible liberal
madrileño. "El intervencionismo de los poderes
públicos ha demostrado hasta la saciedad su ineficacia. El
ajuste, la purga a tanto exceso, tendrá que hacerla el
mercado y eso significa, en USA y en España,
liquidación de activos, fusiones y adquisiciones y
quiebras. San Mercado no está muerto"…
– Tres folios para cambiar el mundo (El País –
21/9/08)
La propuesta legislativa enviada ayer al Congreso de
Estados Unidos recoge en unos tres folios los amplios poderes que
se pretenden otorgar al secretario del Tesoro para salvar al
sistema financiero. A continuación se ofrece un amplio
resumen del texto.
(…) Sec 2. Compras de
activos relacionados con hipotecas.
(a) Autoridad para comprar. El secretario (del Tesoro)
está autorizado a comprar, (…) en los términos y
condiciones que determine el secretario, activos relacionados con
hipotecas de cualquier institución financiera que tenga su
sede en EEUU.
(b) Acciones necesarias. El secretario está
autorizado a emprender las acciones que el secretario considere
necesarias para llevar a cabo las medidas autorizadas en esta
ley, que incluyen, sin limitaciones:
(1) nombrar a los empleados que sean necesarios (…) y
definir sus obligaciones;
(2) firmar contratos,
incluidos contratos de servicios (…) sin tener en cuenta
ninguna otra disposición legal sobre contratos
públicos;
(3) designar instituciones
financieras como agentes financieros del Gobierno, que
realizarán todas las tareas razonables derivadas de esta
ley, (…) que puedan ser necesarias;
(4) establecer vehículos que estén
autorizados y sujetos a la supervisión del secretario para
comprar activos relacionados con hipotecas y emitir bonos;
y
(5) elaborar las normativas y directrices que puedan ser
necesarias o apropiadas para definir los términos y llevar
a cabo las medidas autorizadas en esta ley.
Sec. 3. Consideraciones. En el ejercicio de las
autoridades otorgadas por esta ley, el secretario tendrá
en consideración los medios para (1) proporcionar
estabilidad o evitar perturbaciones en los mercados financieros y
el sistema bancario; y (2) proteger al contribuyente.
Sec. 4. Informes al
Congreso. En el plazo de tres meses desde el primer ejercicio de
los poderes concedidos en la sección 2(a), y con carácter semi-anual a partir de ese
momento, el secretario informará a los Comités de
Presupuesto,
Servicios Financieros y Recursos de la Cámara de
Representantes, y los de Presupuestos,
Finanzas y Banca, Vivienda y Asuntos Urbanos del Senado, sobre
los poderes ejercidos en virtud de esta ley y las consideraciones
exigidas en la sección 3.
Sec. 5. Derechos;
Administración; venta de activos relacionados con
hipotecas.
(a) Ejercicio de derechos. El secretario puede, en
cualquier momento, ejercer cualquier derecho recibido
(…).
(b) Administración de activos. El secretario
tendrá autoridad para administrar los activos (…)
incluidos los ingresos y
riesgos de cartera derivados de ellos.
(c) Venta de activos relacionados con hipotecas. El
secretario puede, en cualquier momento, con arreglo a
términos y condiciones determinados por el secretario,
vender, acordar préstamos de valores,
transacciones de recompra o cualquier otra transacción
financiera (…)
(d) Aplicación de Sunset (fin del periodo de
vigencia de una ley extraordinaria) (…). La autoridad del
secretario para conservar cualquier activo relacionado con
hipotecas (…) antes de la fecha límite en la
sección 9, o para comprar o dotar la compra (…) en
virtud de un compromiso firmado antes de la fecha límite
en la sección 9, no está sujeta a las disposiciones
de la sección 9.
Sec. 6. Máximo importe de compras autorizadas.
(…) No podrá superar la cantidad de 700.000.000.000
dólares (…).
Sec. 7. Dotación. (…) El secretario puede
emplear los beneficios de las ventas de
cualquier valor emitido en virtud del capítulo 31 del
título 31 del Código
Federal de Estados Unidos, y los propósitos para los que
pueden emitirse valores en virtud del capítulo 31 del
título 31 del Código Federal de Estados Unidos
quedan ampliados para incluir las acciones autorizadas en esta
ley, incluido el pago de los gastos de
administración. Cualquier dinero gastado en acciones
autorizadas por esta ley, incluido el pago de los gastos de
administración, se considerará apropiado
(…).
Sec. 8. Inspección. Las decisiones del secretario
(…) están libres de inspección, dependen de la
discreción del organismo y no están sujetas a la
inspección de ningún tribunal ni organismo del
Gobierno.
Sec. 9. Fin del periodo de autorización. Los
poderes otorgados por esta ley, con la excepción de los
poderes otorgados en las secciones 2(b)(5), 5 y 7,
quedarán rescindidos a los dos años de la fecha de
entrada en vigor de esta ley.
Sec. 10. Aumento del límite estipulado para la
deuda pública. (…..) 11.315.000.000.000 dólares
(frente a los 10,6 billones actuales).
Sec. 11. Reforma del crédito. Los costes de las
compras (…) en virtud de la sección 2(a) (…) se
determinarán con arreglo a la Ley Federal de Reforma del
Crédito de 1990, como sea apropiado.
– Análisis: Primer plano – El fin del
juego de la
crisis (El País – 21/9/08)
(Por Paul Krugman)
El domingo, el secretario del Tesoro, Henry Paulson,
intentó trazar una línea en la arena contra
rescates adicionales de entidades financieras en crisis; cuatro
días después, frente a una crisis financiera fuera
de control, muchos en Washington parecen haber decidido que el
Gobierno no es el problema, es la solución. Lo impensable
-una asunción estatal de mucha de la deuda contaminada del
sector privado- se ha convertido en lo inevitable.
Así es la historia hasta aquí:
el auténtico shock tras el fracaso de la Fed en el rescate
de Lehman no fue el desplome del Dow Jones, fue la
reacción de los mercados crediticios. Básicamente,
los prestamistas se pusieron en huelga: los
inversores agotaron las existencias de deuda pública de
Estados Unidos, que todavía se percibe como la más
segura de todas las inversiones
-¿si el Gobierno se va a la quiebra,
cuánto puede valer cualquier otra cosa?-, y eso a pesar de
que prácticamente no daba rentabilidad alguna, mientras
que los prestatarios privados se quedaban ahogados.
Los bancos son normalmente capaces de prestarse dinero
entre sí a tipo de interés sólo ligeramente
por encima de las letras del Tesoro. Pero el jueves por la
mañana, el tipo de interés interbancario medio era
del 3,2%, mientras que el tipo de interés de los
títulos del Tesoro a ese plazo era del 0,05%. No, no es un
error de imprenta.
Esta huida hacia lo seguro ha cortado el crédito
de muchos negocios, incluyendo el de los principales actores de
la industria
financiera, y eso, a su vez, nos conduce a nuevas grandes
quiebras y más pánico.
También está deprimiendo el gasto de las empresas,
un mal asunto cuando las señales
apuntan que la contracción económica se está
agudizando.
Y la Reserva Federal, que normalmente asume el liderazgo en
la lucha contra las recesiones, no puede hacer mucho esta vez,
porque las herramientas
tradicionales de política monetaria han perdido su
eficacia.
Normalmente, la Fed responde a la debilidad económica
comprando letras del Tesoro, con el fin de hacer caer los tipos
de interés. Pero a efectos prácticos, el tipo de
interés de esos títulos es cero; ¿qué
más puede hacer la Fed?
Bueno, puede prestar dinero al sector privado -y ha
estado haciéndolo a una escala
impresionante-, pero estos préstamos no han evitado que la
situación se deteriore.
Hay sólo un destello de luz en el
panorama: los tipos de interés hipotecarios han
caído bruscamente desde que el Gobierno federal
tomó el control de Fannie Mae y Freddie Mac y
garantizó su deuda. Y hay una lección para aquellos
preparados para escucharla: las tomas de control estatal pueden
ser la única vía para hacer funcionar de nuevo al
sistema financiero.
Algunos han estado elaborando esa tesis desde
hace tiempo. Más recientemente, el antiguo presidente de
la Fed Paul Volcker y otros dos veteranos de crisis financieras
pasadas publicaron una carta abierta en
The Wall Street Journal señalando que la única
manera de evitar "la madre de todas las contracciones
crediticias" es crear una nueva agencia estatal que "compre todo
el papel problemático", es decir, que los contribuyentes
asuman los activos dañados generados por el estallido de
las burbujas inmobiliaria y crediticia. Viniendo de Volcker, esa
propuesta tiene alta credibilidad.
Miembros influyentes del Congreso, incluyendo la
senadora Hillary Clinton y el demócrata Barney Frank,
presidente del Comité de Servicios Financieros de la
Cámara de Representantes, han estado manejando argumentos
similares. Y el jueves, el senador Charles Schumer, presidente
del Comité de Finanzas del Senado (y partidario de crear
una nueva agencia para resolver la crisis) dijo a los periodistas
que "la Reserva Federal y el Tesoro se están dando cuenta
de que necesitamos una solución más
integral".
El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, y
Paulson se reunieron el jueves por la noche con los
líderes del Congreso para debatir una "aproximación
integral" al problema.
No sabemos todavía en qué
consistirá esa "aproximación integral". Ha habido
esperanzadoras comparaciones con el rescate financiero ejecutado
por el Gobierno sueco a principios de los noventa, un rescate que
supuso la toma de control pública temporal de una gran
parte del sistema financiero del país. No está
claro, sin embargo, si las autoridades de Washington están
preparadas para ejercer un grado semejante de control.
Y si no lo están, éste podría
convertirse en la clase equivocada de rescate, un salvamento de
los accionistas y del mercado, librando a la industria financiera
de los efectos de su propia avaricia.
Más aún, incluso un rescate bien
diseñado costaría un montón de dinero. El
Gobierno sueco dedicó el 4% de su producto interior bruto,
lo que en nuestro caso serían unos 600.000 millones de
dólares, si bien la carga final para los contribuyentes
suecos fue mucho menor, porque el Gobierno fue ocasionalmente
capaz de vender los activos que había adquirido, a veces
con un agradable beneficio.
Pero no merece la pena lloriquear (disculpe, senador
Gramm) sobre las perspectivas de un plan de rescate financiero.
El sistema
político de hoy en día en Estados Unidos no va
a seguir el infame consejo que Andrew Mellon (secretario del
Tesoro de Estados Unidos de 1921 a 1932, durante el crash de 1929
que condujo a la gran depresión) le dio a Herbert Hoover
(presidente de Estados Unidos de 1929 a 1933): "Liquida la mano
de obra, liquida las acciones, liquida a los granjeros, liquida
los bienes
raíces". El gran rescate se acerca; la única duda
es si se hará bien.
(Paul Krugman es profesor de Economía en la
Universidad de
Princeton. (c) 2008 New York Times Service)
– Entrevista:
Primer plano Joseph Stiglitz Premio Nobel de Economía –
"La crisis de Wall Street es para el mercado lo que la
caída del muro de
Berlín fue para el comunismo" (El
País – 21/9/08)
(Por Nathan Gardels)
Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía en
2001, sostiene que la crisis de Wall Street pone de manifiesto
que el modelo de fundamentalismo de mercado no funciona. En su
opinión, la crisis que ha sacudido Wall Street la
última semana es para ese modelo el equivalente a lo que
fue la caída del muro de Berlín para el comunismo.
Stiglitz critica la complejidad de los productos financieros que
han provocado la crisis y los incentivos al
riesgo de los sistemas de
retribución de los directivos.
Pregunta. Barack Obama afirma que el hundimiento de Wall
Street es la mayor crisis financiera desde la gran
depresión. John McCain dice que la economía
está amenazada, pero es básicamente fuerte.
¿Cuál de ellos tiene razón?
Respuesta. Obama se acerca mucho más a la verdad.
Sí, Estados Unidos tiene talentos, grandes universidades y
un buen sector de alta tecnología. Pero los
mercados financieros desempeñan un papel muy importante;
supusieron en los últimos años el 30% de los
beneficios empresariales. Los directivos de los mercados
financieros han cosechado esos beneficios con el argumento de que
ayudaban a gestionar el riesgo y a asignar el capital con
eficacia, y afirmaban que por eso "merecían" unos
rendimientos tan altos. Se ha demostrado que no es cierto. Lo han
gestionado todo mal. Ahora el tiro les ha salido por la culata, y
el resto de la economía pagará porque las ruedas
del comercio se
ralentizan debido a la quiebra del crédito. Ninguna
economía moderna puede funcionar bien sin un sector
financiero vibrante.
De modo que el diagnóstico de Obama, cuando dice que
nuestro sector financiero está en un estado deplorable, es
correcto. Y si está en un estado deplorable, significa que
nuestra economía está en un estado deplorable.
Aunque no observásemos la conmoción financiera,
sino la deuda doméstica, nacional y federal, el problema
es serio. Nos estamos ahogando. Si observamos la desigualdad, que
es la mayor desde la gran depresión, el problema es serio.
Si observamos el estancamiento de los salarios, el problema es
serio. La mayor parte del crecimiento
económico de los últimos cinco años se
basaba en la burbuja de la vivienda, que ahora ha estallado. Y
los frutos de ese crecimiento no se repartieron ampliamente. En
resumen, los cimientos no son buenos.
P. ¿Cuál debería ser la respuesta
política al hundimiento de Wall Street?
R. Está claro que no sólo necesitamos
volver a regular, sino también rediseñar el sistema
regulador. Durante su reinado como jefe de la Reserva Federal en
la que surgió esta burbuja hipotecaria y financiera, Alan
Greenspan tenía muchos instrumentos a su alcance para
frenarla, pero no lo consiguió. Después de todo,
Ronald Reagan le escogió por su actitud
contraria a la regulación.
A Paul Volcker, el anterior presidente de la Reserva
Federal, conocido por mantener la inflación bajo control,
le cesaron porque el Gobierno de Reagan no creía que fuera
un liberalizador adecuado.
Por consiguiente, nuestro país ha sufrido las
consecuencias de escoger como regulador supremo de la
economía a alguien que no creía en la
regulación. De modo que para corregir el problema, lo
primero que necesitamos son líderes políticos y
responsables que crean en la regulación. Además,
necesitamos establecer un sistema nuevo, capaz de soportar la
expansión de las finanzas y los instrumentos financieros
mejor que los bancos tradicionales.
Por ejemplo, necesitamos reglamentar los incentivos. Las
primas tienen que pagarse basándose en los resultados de
varios años, y no de un solo año, porque esto
último fomenta las apuestas. Las opciones de compra de
acciones fomentan la adulteración de la contabilidad y
hay que frenarlas. En resumen, ofrecimos incentivos para que se
diese un mal comportamiento
en el sistema, y nos salimos con la nuestra.
También necesitamos frenos, bandas sonoras.
Históricamente, todas las crisis financieras han estado
asociadas con una expansión muy rápida de
determinados tipos de activos, desde los tulipanes hasta las
hipotecas. Si frenamos eso, podremos impedir que las burbujas se
descontrolen. El mundo no desaparecería si las hipotecas
creciesen un 10% y no un 25% anual. Conocemos tan bien el
patrón que deberíamos poder hacer algo para
dominarlo. Ante todo, necesitamos una comisión de
seguridad de los productos financieros, como la que tenemos para
los productos de consumo. Los financieros estaban inventando
productos que no gestionaban el riesgo, sino que lo
producían.
Por supuesto, creo firmemente en una mayor
transparencia. Sin embargo, desde el punto de vista de los
criterios reguladores, estos productos eran transparentes en un
sentido técnico. Pero eran tan complejos que nadie los
entendía. Aunque se hicieran públicas todas las
cláusulas de estos contratos, no le habrían
aportado a ningún mortal información útil
sobre el riesgo.
Demasiada información equivale a nada de
información. En este sentido, quienes piden más
revelaciones como solución al problema no entienden la
información. Si uno compra un producto, lo que necesita es
conocer el riesgo, así de sencillo. Ésa es la
cuestión.
P. Los activos hipotecarios que han provocado el caos
están en manos de bancos o fondos soberanos de China,
Japón,
Europa y el Golfo. ¿Cómo les afectará esta
crisis?
R. Es cierto. Las pérdidas de las instituciones
financieras europeas por las hipotecas subprime han sido mayores
que en Estados Unidos. El que Estados Unidos diversificase estos
activos hipotecarios entre tenedores de todo el mundo gracias a
la globalización de los mercados ha suavizado de hecho el
impacto en Estados Unidos. Si no hubiéramos diseminado el
riesgo por todo el mundo, la crisis sería mucho peor. Una
cosa que ahora se entiende, a consecuencia de esta crisis, es la
información asimétrica de la globalización.
En Europa, por ejemplo, no se sabía muy bien que las
hipotecas estadounidenses son hipotecas sin recurso: si el valor
de la casa baja más que el de la hipoteca, uno puede
devolverle la llave al banco y largarse. En Europa, la casa sirve
de garantía, pero el prestatario sigue endeudado por la
cantidad debida, pase lo que pase.
Éste es uno de los peligros de la
globalización: el
conocimiento es local, porque uno sabe mucho más de su
propia sociedad que
de las otras.
P. ¿Cuál es entonces en último
término el impacto del hundimiento de Wall Street en la
globalización regida por el mercado?
R. El programa de la
globalización ha estado estrechamente ligado a los
fundamentalistas del mercado: la ideología de los mercados libres y de la
liberalización financiera. En esta crisis, observamos que
las instituciones más basadas en el mercado de la
economía más basada en el mercado se vienen abajo y
corren a pedir la ayuda del Estado. Todo el mundo dirá
ahora que éste es el final del fundamentalismo del
mercado. En este sentido, la crisis de Wall Street es para el
fundamentalismo del mercado lo que la caída del muro de
Berlín fue para el comunismo: le dice al mundo que este
modo de organización económica resulta
insostenible. Al final, dicen todos, ese modelo no funciona. Este
momento es señal de que las declaraciones de
liberalización del mercado financiero eran
falsas.
La hipocresía entre el modo en el que el Tesoro
estadounidense, el FMI y el Banco Mundial
manejaron la crisis asiática de 1997, y el modo en que se
está manejando ésta, ha acentuado dicha
reacción intelectual. Ahora los asiáticos dicen:
"Un momento, a nosotros nos dijisteis que imitásemos a
Estados Unidos que vosotros sois el modelo. Si hubiéramos
seguido vuestro ejemplo, ahora estaríamos en el mismo
lío. Vosotros tal vez podáis permitíroslo.
Nosotros, no".
((c) Global Viewpoint. Distribuido por Tribune Media
Services)
– ¿El fin del capitalismo "salvaje"? (El Mundo –
21/9/08)
(Por Pablo Pardo / Washington)
El Monumento a Franklin Delano Roosevelt no está
entre los lugares más llamativos del Mall, el inmenso
parque que rodea el Capitolio y la Casa Blanca, en el centro de
Washington. Eso se debe, en parte, a que no es un edificio de
aspecto monumental, sino que está formado por una serie de
muros de piedra con algunas frases célebres del presidente
grabadas en ellos, de pequeños estanques y de esculturas.
Entre ellas, una estatua de Roosevelt, el hombre que sentó
las bases del Estado de Bienestar en EEUU. Y otra de cuatro
hombres en fila india en una
de las llamadas "colas del pan": las acumulaciones de personas
que, en la Gran Depresión de los años 30, esperaban
pacientemente en las casas beneficencia.
El Monumento a Roosevelt es también poco conocido
porque, en un parque que ocupa la superficie de 500 campos de
fútbol,
está en una esquina. Es como si los estadounidenses no
quisieran recordar no sólo la Gran Depresión, sino
a Roosevelt. Y en cierto modo así es. Desde finales de los
años 70, con Jimmy Carter, Estados Unidos se ha ido
alejando progresivamente del modelo económico de
Roosevelt. El país ha avanzado por la
desregulación, y la mayor parte de los programas del New
Deal (El nuevo trato) rooseveltiano sólo han sido
expandidos cuando las necesidades políticas
lo requerían. Por ejemplo, por George W. Bush en 2004,
cuando reforzó las ayudas a la compra de fármacos
por los jubilados en un claro esfuerzo de ganarse su voto. Pero
nunca por ideología. El mayor ataque al New Deal
probablemente llegó el 3 de noviembre de 2004, cuando
Bush, tras ganar las elecciones declaró: "Tengo capital
político. Y voy a gastarlo". No hablaba de una guerra con
Irán o
de poner al hombre en Marte. Su mensaje era otro. Estados Unidos
iba a privatizar la joya del New Deal: el sistema público
de pensiones. El Estado de
Bienestar se iba a acabar para siempre.
Menos de cuatro años después, Bush gastaba
el viernes por la mañana todo el capital político
que le quedaba en la mayor intervención de los poderes
públicos en la economía de la historia: un
gigantesco plan para que el Estado asumiera los activos no
líquidos de todo el sistema financiero estadounidense.
Washington se hacía, así pues, cargo de gran parte
de la deuda hipotecaria que ha llevado a las entidades
financieras de todo el mundo a registrar minusvalías de
más de 350.000 millones de dólares en 13 meses.
Pero además, EEUU limitaba la venta a corto de acciones,
es decir, la posibilidad de que un inversor apueste por que el
precio de un titulo va a bajar. Y el presidente de Estados Unidos
anunciaba que las inversiones en fondos de dinero, que invierten
en deuda a corto plazo, estarán garantizadas por la FDIC,
el equivalente del Fondo de Garantía de Depósitos,
una institución creada por Roosevelt.
Así que Bush, el liberal, ha acabado dirigiendo
la mayor intervención del Estado en la economía de
la historia. Una intervención que va a salir, según
el secretario del Tesoro (y ex presidente de Goldman Sachs, un
gigante de Wall Street cuyo futuro ahora tampoco está
claro) «por cientos de miles de millones de
dólares». Pero miembros del Congreso, citados por la
publicación especializada Político, ya elevaban
ayer la factura para
el contribuyente a un billón de dólares, o 700.000
millones de euros. Súmese esa cantidad a los 900.000
millones que ya van a costar las medidas aprobadas por la Casa
Blanca y el Congreso y 13 meses de crisis financiera le
habrán salido al contribuyente estadounidense más
de tres veces más caros que cinco años y medio de
Guerra en Irak.
El plan llega, además, tras la mayor
nacionalización de la historia, que tuvo lugar el 4 de
septiembre, cuando el Estado rescató las agencias
hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac a un coste de 200.000
millones de dólares. Y tras la alambicada operación
del miércoles en virtud de la cual la Reserva Federal se
hizo con el control de AIG, la tercera mayor aseguradora del
mundo, aunque no de todo su capital, sino tan solo del 79,9%, con
lo que, desde el punto de vista contable, no lo tiene que
consolidar en sus balances. En otras palabras: Washington no
sólo ha decretado barra libre a cuenta del contribuyente.
También ha puesto en marcha su propia ingeniería financiera para combatir la
ingeniería financiera de Wall Street.
Así que George W. Bush se ha convertido en el
mayor intervencionista de la historia. Es algo, en cierto
sentido, comprensible, porque su retórica del libre
mercado nunca se ha correspondido con la realidad de muchos de
sus actos ni con la filosofía económica de algunos de
sus asesores. Ahí está, por ejemplo, Wayne Angell,
ex miembro de la Reserva Federal y principal asesor
económico del vicepresidente Dick Cheney, a quien no se le
ha ocurrido mejor cosa que justificar la intervención del
Estado en la economía con una frase alegando que «la
Reserva federal tiene un balance ilimitado». Efectivamente,
Angell está en lo cierto. La Fed puede imprimir todo
el dinero que
quiera. A cambio, eso sí, puede sepultar a EEUU en una
hiperinflación.
Esa actitud contradictoria se ha reflejado en el plan de
rescate, que ha irritado a los hedge funds, a los líderes
del mercado, a los contribuyentes, a los liberales y a los
intervencionistas.
Todos tienen algún motivo de queja. Los hedge
funds se quejan de la prohibición de venta a corto, que
van a llevar a los tribunales, ya que consideran que es casi
tanto como decir que se prohíbe vender acciones. Los
liberales lo ven como un nuevo intervencionismo de unos poderes
públicos que primero alentaron la burbuja inmobiliaria con
una política monetaria ultra expansiva. Y también
recuerdan que la masiva impresión de dinero que la Reserva
Federal está haciendo para inyectar liquidez en el
sistema, unida a la explosión del déficit
público necesario para financiar estos rescates, va a
acabar siendo pagada por el consumidor en forma de mayor
inflación y un dólar más débil. Los
defensores de un papel fuerte del Estado en la economía
recuerdan que la Administración Bush puso todo el
énfasis en la autorregulación del mercado y
lamentan que este rescate no impide casos como el de Stan O'Neal
que, tras quebrar el banco de inversión Merrill Lynch, se
llevó una indemnización de 188 millones de
dólares cuando lo echaron del banco, en diciembre
pasado.
El plan no ha sido motivado por la ideología. Lo
ha sido por el pánico. El jueves por la tarde, antes de
que se empezara a filtrar la decisión de la Casa Blanca de
intervenir, Robert, de 44 años, licenciado en
Empresariales se preguntaba si sus ahorros "están seguros". La
posibilidad de un pánico que provocara una retirada masiva
de depósitos de los bancos de la primera economía
mundial no era impensable.
Esa combinación de terror y caos era resumida por
Hugo Dixon y Edward Hadas en Breakingviews.com el viernes, "las
buenas noticias son que los políticos, los reguladores,
los banqueros centrales, y los líderes del mercado estaban
tan asustados que estaban dispuestos a llegar a cualquier
acuerdo. Las malas noticias, que esto va a ser engañoso,
caro y con un enorme riesgo moral".
Efectivamente: a partir de ahora, queda claro que si una empresa
financiera es lo suficientemente grande y lo hace lo
suficientemente mal para caer, siempre podrá contar con el
respaldo del Estado. Y el plan de rescate no soluciona las
tendencias kamikazes de Wall Street o de las familias
estadounidenses, como su incapacidad manifiesta para el ahorro.
Al final, la solución a todos esos problemas que
amenazaban con llevarse por delante la economía mundial ha
sido este plan. Acaso no fuera posible hacer otra cosa. El
éxito
del mercado es lo que ha hecho imposible una solución a la
antigua usanza, como cuando estalló la crisis de la deuda
latinoamericana a principios de los años 80: juntar en una
mesa a los banqueros y a los acreedores y hacerles llegar a un
acuerdo de caballeros. Hoy el mercado tiene miles de agentes y
ninguno de ellos posee la capacidad de influir de forma decisiva
en los acontecimientos.
Al final, cada operador tiene sus propias armas de
destrucción masiva. Así lo veía el
miércoles el consejero delegado de Fusion IQ, una
consultora de Wall Street, Barry Ritholtz, en una
explicación "para el lego" en la cadena de televisión
Cmedy Central: "Lehman era como el niñito que está
tirando de la cola a un perro. Sabes que el perro le va a morder,
pero sólo le va a hacer daño a
él. Bear Stearns (el banco que la Reserva Federal
entregó a JP Morgan en marzo con 29.000 millones de
dólares de dinero público) es el pirómano:
el chaval que siempre juega con cerillas y que puede prender la
casa y hasta incendiar el barrio entero. Y AIG es el chaval que
por casualidad entra en un laboratorio de
guerra biológica, encuentra un montón de frascos
sin etiquetas, los coge y se va a al parque a jugar con
ellos".
Así pues, no estamos en un mercado, sino en un
campo de tiro. Y acaso ésa sea la mayor crítica
que se ha formulado a las autoridades económicas
estadounidenses: el paquete de ayuda es sólo una
solución temporal y apresurada. Y sus efectos serán
sólo temporales. Pero los tiempos han cambiado y no parece
que hoy nadie vaya a crear un nuevo marco regulatorio que reduzca
el riesgo de estas catástrofes de forma significativa y
modernice los sistemas de supervisión de forma efectiva.
Desde su pequeño y recóndito Monumento, Roosevelt
sigue, 64 años después de su muerte, dirigiendo la
política
económica de Estados Unidos.
– La urgente reforma de la raíz del caos (Cinco
Días – 22/9/08)
(Por Ana B. Nieto)
Hay un misterioso ciclo en el curso de los eventos humanos.
A algunas generaciones se les da mucho. De otras se pide mucho.
Esta generación de americanos tiene una cita con el
destino'. Con esta frase, Franklin D. Roosevelt se ganó
una ovación en el discurso con el que aceptaba repetir
como candidato demócrata en 1936. Roosevelt creó el
New Deal, la mayor intervención económica en EEUU,
y dejó reformas que duran hasta ahora.
Su herencia fue un
sistema capitalista con red social y regulado
(prestación de desempleo, fondo
de garantía de depósitos, Fannie Mae, la SEC, entre
otros). Décadas después, y siguiendo el dogma de la
desregulación, nadie actualizó esos pilares
mientras el sistema se sofisticaba y crecía hasta que los
cimientos no han dado más de sí.
El libre mercado está hoy en cuidados intensivos
y la intervención que se prepara se compara a la de los
treinta. El Gobierno dice que no hay alternativa y parece
creíble.
El presidente George Bush dijo el viernes que
habrá "oportunidades para debatir el origen del problema
pero ahora es momento de solucionarlo". No tan deprisa. Es
posible que muchos contribuyentes quieran que su Gobierno
identifique inmediatamente los problemas y los solucione mientras
escribe cheques con la
otra mano ¿Para qué esperar? Tras la debacle del
LTCM hubo un compromiso para regular los hedge funds que se
quedó en nada.
Es vital que el Gobierno deje clara su intención
de arreglar un problema cuya base es una cadena de incentivos
para generar riesgos de los que en última instancia no se
ha hecho responsable nadie porque han pasado de mano en mano
hasta que al último, cómplice en la cadena, le han
explotado. Así, el riesgo se desboca.
Roosevelt dijo que solo había que temer al miedo
y pidió sacrificios. A los ciudadanos les conviene que los
candidatos les recuerden estos dos principios, pero
también les tienen que mostrar que se va a la raíz
del problema para evitar el mismo error y así reparar, en
parte, el agravio moral a unos contribuyentes a los que tanto se
les va a pedir.
– El coste económico del "plan Paulson" (Cinco
Días – 23/9/08)
Estados Unidos tendrá el respaldo
político, si es que lo necesitaba, del resto de las
economías para aplicar su plan de rescate del sistema
financiero. Pero no tendrá una réplica similar en
cada una de las economías del G-7, y menos tras anunciar
el fin de semana el propio secretario norteamericano del Tesoro
que la agencia que se hará cargo de los fallidos y activos
infectados comprará también los adquiridos por los
bancos extranjeros. No obstante, el polo europeo del librecambio
y la desregulación, el Reino Unido, ya ha puesto dinero
público a disposición del sistema financiero para
neutralizar los efectos perversos de la crisis cuando intervino
el Northern Rock.
Además, la semana pasada utilizó toda su influencia
para que Lloyds TSB absorbiera a un desahuciado Halifax Bank of
Scotland. Y llegado el momento a pocos le quedan dudas de que
ninguno de los Gobiernos asiático o europeo
esquivará la suprema responsabilidad de intervenir para evitar la
caída de un banco y desencadenar un efecto dominó
que destruya todo el sistema.
No hay una cuantificación ni aproximada del coste
del plan Paulson, más allá de las barajadas por
algunos senadores que oyeron su exposición, y que la sitúan nunca
por debajo de los 500.000 millones de dólares. Pero la
expresión "cientos de miles de millones" todo el mundo la
tradujo como "el dinero que haga falta", en el que debe
contabilizarse también la nada desdeñable bolsa
gastada ya en el rescate de las hipotecarias semipúblicas,
el salvamento de la primera aseguradora del mundo (AIG) y de las
aseguradoras de bonos municipales (monolines), el dinero
despachado para hacer atractiva la compra de Bear Stearns o el
coste de pueda derivarse de colaterales admitidos en las
financiaciones de la Reserva Federal y que no sean
ejecutables.
Pero el coste para Estados Unidos del plan del Tesoro va
más allá de su arqueo presupuestario, y numerosas
voces ya han
alertado del desgaste que sufrirá la economía de
EEUU a medio y largo plazo con este programa de salvamento. Pasar
de un déficit fiscal de 400.000 millones de dólares
como el actual a un desajuste de más de un billón
de dólares en un solo ejercicio hay pocas economías
que lo aguanten sin reacciones contraproducentes. La
emisión de deuda para costear las compras de activos
deberá hacerse a un precio razonable para atraer el
capital extranjero, con el consiguiente incremento de los tipos
de interés y apreciación de la divisa, en un
contexto de déficit exterior notable. A largo plazo, por
contra, bien podría traducirse en una depreciación del billete verde como
mecanismo forzado para equilibrar sus cuentas.
Pero si las consecuencias económicas del plan son
una incógnita, Paulson y Bush tenían pocas
alternativas. Los riesgos de no haber hecho nada y dejar a la
selección natural la solución
habrían sido mayores. La cultura
económica americana es liberal y ha profanado su propio
credo. Pero su
carácter pro activo es la mejor garantía de que
sacará a la economía de la crisis, a la suya y, por
simpatía, a las demás. Pero las demás no
pueden cruzarse de brazos. Cada país debe endurecer el
tono de exigencia con sus agentes financieros y colaborar en la
normalización de la confianza, activo sin
el cual nada volverá a ser como antes.
– Diez años del serio aviso que Wall Street
olvidó: la quiebra del Long Term Capital Management (LTCM)
(El Confidencial – 24/9/08)
(Por Vicente Varó)
La precipitada muerte de la banca de inversión
americana quizá se habría evitado si Wall Street no
hubiese olvidado una de las lecciones más importantes de
la historia de los mercados: la que recibió hace diez
años cuando el gigantesco hedge fund Long Term Capital
Management (LTCM) estuvo cerca de cortocircuitar el sistema
financiero. El desastre de estos últimos días ha
sido como una brutal secuela de aquella crisis, en la que esta
vez el guionista ha querido dejar finiquitada la trama con la
práctica desaparición del sector. Un remake en el
que se han repetido errores intrigas, personajes, entidades y
escenarios, todo aderezado con enigmáticos requiebros del
destino.
– El mal de ojo sobre Bear Stearns
En septiembre de 1998, Jimmy Cane, el presidente de Bear
Stearns, se negó a participar en el rescate de LTCM, pese
a ser uno de los bancos que había ganado más dinero
dando servicio al
hedge fund. Su negativa supuso un duro golpe para las
negociaciones de rescate que había convocado Will
McDonough, presidente de la Reserva Federal de Nueva York. "Esto
lo pagará en el futuro, se juró Herb Allison
número dos de Merrill Lynch entonces", relata Roger
Lowenstein en el libro When
Genius Failed. (Cuando los genios cayeron) La fatídica
suerte de Bear Stearns ya la saben: fue el primero en caer,
comprado con urgencias el pasado marzo por JPMorgan a precio de
quiebra y con la ayuda de la Fed.
– En el mismo sitio y casi a la misma hora
Las reuniones que tuvieron lugar hace apenas unos
días, el 13 y 14 de septiembre, en el edificio de la
Reserva Federal en Nueva York guardan enorme parecido con las
mantenidas en la cuarta semana de septiembre de 1998. Los
presidentes y consejeros delegados de las grandes entidades de
inversión acudieron allí para negociar sobre las
fórmulas para garantizar la estabilidad del sistema.
Aunque quien manda en Estados Unidos es el presidente de la
Reserva Federal, la Fed de Nueva York es la que vigila más
de cerca Wall Street. Al final llegaron a un acuerdo bajo los
auspicios de McDonough.
– Richard Fuld y Lehman, en la cuerda
floja…
En aquellas reuniones cargadas de tensión, en las
que los teléfonos echaban humo, Richard Fuld estaba al
límite. La culpa la tenían los insistentes rumores
sobre la más que posible caída de Lehman Brothers,
el banco que presidía, por su exposición a LTCM. Su
hado le ha estado esperando todo este tiempo en la puerta de su
despacho. Diez años después, Fuld ha tenido que
abandonar la nave mientras su barco se hundía camino de la
suspensión de pagos.
– …Y Merrill Lynch era el siguiente en la
lista
Otra extraña coincidencia. El tercer banco donde
los inversores veían más riesgo en 1998 era Merrill
Lynch, (precisamente la entidad que había ayudado a John
Meriwether, el fundador de LTCM a encontrar los primeros
clientes), que en aquellos días de nervios e histeria
veía desplomarse su acción sin piedad. La historia
se ha vuelto a repetir este septiembre y esta vez el banco no ha
tenido más remedio que echarse en los brazos de Bank of
America para evitar la suspensión de pagos.
– Las ofertas fantasmas de
Buffett
Hace tres semanas, antes de la quiebra de Lehman
Brothers se rumoreó que Warren Buffett podía acudir
al rescate del banco de inversión. Sin embargo, el
oráculo de Omaha desapareció de escena, como
también hizo en 1998 cuando se fue a navegar con su amigo
Bill Gates. Se
fue entonces a los fiordos de Alaska, en alta mar y con poca
cobertura, después de hacer una oferta para hacerse a
precios de ganga con los activos de LTCM. Algo también muy
parecido a la propuesta que hizo en febrero de 2008 para quedarse
con los activos de calidad de las aseguradoras monoline, que
lógicamente rechazaron la oferta.
– El fracaso de los modelos académicos
John Meriwether, el fundador de LTCM, fue uno de los
primeros en contratar a cerebros del prestigioso Massachussets
Institute of Technology (MIT) para que aplicaran sus
teorías sobre los mercados a la gestión de
carteras. Y más en concreto, para
que crearan modelos matemáticos que permitieran hacer arbitraje entre
los distintos bonos. Primero lo hizo en Salomón Smith
Barney, hasta que un escándalo de un miembro de su equipo
le hizo abandonar la firma y se lanzó a crear el hedge
fund más famoso de la historia.
Para mantener sus teorías, incluso
incorporó al equipo a Myrón Scholes y Robert
Merton, a la sazón premio Nóbel de Economía.
Pero su modelo, basados en la eficiencia de los
mercados, falló: sólo era perfecto en los
laboratorios, pero no estaba preparado para lo imprevisible, para
lo que el autor de best seller y ex broker Nassim Nicolas Thaleb
definiría como cisnes negros. La volatilidad
histórica de aquel verano le sobrepasó. Sus
herederos en las finanzas actuales, los llamados fondos quant,
también han encabezado la lista de damnificados por las
subprime.
– El detonante: caída de "hedge funds"
hiperendeudados
En la actual crisis, el punto de inflexión
llegó en junio de 2007 con los problemas de dos hedge
funds de Bear Stearns, que se habían sobreapalancado para
sacar el máximo al arbitraje de titulizaciones
crediticias. Ambos quebraron a principios de agosto provocando el
primer estallido de histeria en los mercados. Una secuencia
similar a la de 1998, cuando LTCM se vio ahogado por las
pérdidas en sus arbitrajes de volalitidad. En su peor
momento, llegó a tener activos por más de 100.000
millones (sin contar con la exposición a derivados) con
unos recursos propios inferiores a los 1.000 millones.
– La envidia y la codicia: nadie conoce a
nadie
El énfasis desmedido por ganar dinero, ignorando
los riesgos, ha sido otro nexo. En LTCM, dentro del propio hedge,
los socios quisieron quedarse toda la riqueza y llegaron a echar
literalmente a algunos clientes; y entre la banca de
inversión que hacía negocios con ellos, que estaba
dispuestos incluso a no cobrar comisiones porque Meriwether les
dejara invertir en una caja negra. Todo, bajo el influjo de sus
fabulosas rentabilidades entre 1994 y 1997: un dólar
invertido en marzo de 1994 llegó a revalorizarse hasta
más de cuatro dólares a principios de 1998. Cuando
cayó LTCM, como todos pensaban que el de al lado
podría estar peor, no se fiaban unos de otros, como sucede
ahora con los activos tóxicos.
– Y, por supuesto, Meriwether
Él nunca se rinde. Después del fracaso de
LTCM, su fundador creó otro hedge fund en 1999 llamado JWM
Partners, que fue muy bien durante los primeros años, en
los que pasó de 400 a 3.000 millones de dólares,
pero tras sufrir un primer trimestre de fuertes perdidas en 2008
el patrimonio
llegó a caer a la mitad, según las últimas
informaciones sobre este obscurantista gestor.
(Vicente Varó es periodista y community manager
en Unience)
– Un sistema financiero para el siglo XXI – El fin del
epicentro financiero (Cinco Días –
27/9/08)
(Por Miguel Rodríguez)
El pasado 8 de agosto, un mes antes de la quiebra de
Lehman Brothers, el secretario del Tesoro estadounidense, Henry
Paulson, recibió una carta firmada por los representantes
de 16 de las mayores instituciones financieras del país,
en la que entonaban una suerte de mea culpa. "Consideramos que la
crisis de 2007 y 2008 es la más severa desde la II
Guerra
Mundial. Mientras que el desarrollo de
los acontecimientos tiene múltiples causas y factores que
han contribuido, la raíz de los excesos tanto al alza como
a la baja del ciclo es el comportamiento
humano colectivo: optimismo desenfrenado en las subidas y
miedo -bordeando el pánico- en las bajadas".
El grupo firmante, entre los que figuran la quebrada
Lehman y otras víctimas como Merrill Lynch, Morgan Stanley
y Goldman Sachs, reconoce que el financiero es un sector que
requiere de una especial vigilancia, aunque aboga porque la
supervisión se vea complementada por la
autorregulación.
Pero, cuando aún está por ver la eficacia
del plan de rescate del Gobierno de EEUU -estimado en 700.000
millones de dólares-, el mercado ya descuenta que en el
mundo después de Lehman, como podría llamarse la
próxima era financiera, las reglas van a ser más
estrictas.
"En Nueva York la frase que predomina en estos momentos
es regular, regular y regular", afirma el profesor de Esade
Robert Tornabell. Por el momento, la estructura que
regía las finanzas estadounidenses desde los años
30 se ha quebrado. La banca de inversión como entidad
autónoma ha desaparecido: Lehman ha certificado su
bancarrota, Merrill Lynch se ha integrado en Bank of America y
Morgan Stanley y Goldman Sachs se han convertido en conglomerados
sujetos a la normativa de la banca comercial.
¿Significa esto que desaparece un negocio, el de
la banca de inversión? En absoluto, pero a partir de ahora
las prácticas de la banca de inversión
quedarán supervisadas bajo el paraguas de la Reserva
Federal y no de la SEC, el regulador de los mercados
estadounidenses. Y esto se traduce en mayor control y bonus menos
millonarios. "Los bancos de inversión apalancados que
veíamos hace 15 días ya no existen", explica
Leonardo Mathias, director general de Schroders para
España. "A partir de ahora pertenecerán a grandes
conglomerados y serán los grupos más
pequeños, las boutiques, las que harán el trabajo que
hacían estas entidades".
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