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La codicia de los mercados (el virus mutante) ? Parte II (página 2)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15

La combinación de ambos factores dio lugar a la
aparición de una gran burbuja inmobiliaria fundamentada en
una enorme liquidez.

En el caso estadounidense, la compra-venta de vivienda
con fines especulativos fue acompañada de un elevado
apalancamiento, es decir, con cargo a hipotecas que, con la
venta, eran canceladas para volver a comprar otra casa con una
nueva hipoteca, cuando no se financiaban ambas operaciones
mediante una hipoteca puente. El mercado aportaba
grandes beneficios a los inversores, y contribuyó a una
elevación de precios de los
bienes
inmuebles, y, por lo tanto, de la deuda.

Pero el escenario cambió a partir de 2004,
año en que la Reserva Federal de los Estados Unidos
comenzó a subir los tipos de interés
para controlar la inflación.

Hasta el 2006, el tipo de interés pasó del
1% al 5,25%. El crecimiento del precio de la
vivienda experimentó una crecida espectacular entre los
años 2001 y 2005. En agosto de 2005 el precio de la
vivienda y la tasa de ventas cayeron
en buena parte de los Estados Unidos de forma brusca.

El impago de la deuda hipotecaria creció a
límites
nunca vistos y numerosas entidades comenzaron a tener problemas de
liquidez para devolver el dinero a
los inversores o recibir financiación de los
prestamistas.

El total de ejecuciones hipotecarias del año 2006
ascendió a 1.200.000, lo que llevó a la quiebra a medio
centenar de entidades hipotecarias en el plazo de un año.
Para el 2006, la crisis
inmobiliaria ya se había trasladado a la Bolsa: el
índice bursátil de la construcción estadounidense (U.S. Home
Construction Index) cayó un 40%.

En el año 2007 el problema de la deuda
hipotecaria subprime empezó a contaminar los mercados
financieros internacionales.

– Tribuna: Laboratorio de
ideas Joseph E. Stiglitz – ¿El fin del neoliberalismo? (El País –
20/7/08)

El mundo no ha sido amable con el neoliberalismo, esa
caja de sorpresas de las ideas que se basa en la noción
fundamentalista de que los mercados se
corrigen a sí mismos, asignan los recursos con
eficiencia y
sirven bien al interés público. Este
fundamentalismo del mercado estuvo detrás del
thatcherismo, la reaganomía y el denominado "consenso de
Washington", todos ellos a favor de la privatización, de la liberalización
y de los bancos centrales
independientes y preocupados exclusivamente por la
inflación.

Durante un cuarto de siglo, los países en
vías de desarrollo han
estado en
pugna, y está claro quiénes son los perdedores:
aquellos que siguieron políticas
neoliberales no sólo han perdido la lotería del
crecimiento, sino que cuando esos países crecían,
los beneficios iban a parar desproporcionadamente a las clases
más altas.

Aunque los neoliberales no quieren admitirlo, su
ideología también ha fracasado en
otra prueba. Nadie puede afirmar que los mercados financieros
hicieran un trabajo
estelar en la asignación de recursos a finales de la
década de 1990, cuando un 97% de las inversiones en
fibra
óptica necesitaron años para ver la luz. Pero al
menos ese error tuvo una ventaja inesperada: con la bajada de los
costes de la
comunicación, India y
China se
integraron más en la economía
mundial.

Pero es difícil ver muchas ventajas en la enorme
e inadecuada asignación de recursos al sector de la
vivienda. Las casas construidas recientemente para familias que
no podían pagarlas se están deteriorando a medida
que millones de estas familias se ven obligadas a dejar su hogar
y sólo quedan en pie las fachadas. En algunas comunidades
el Gobierno ha
tomado por fin cartas en el
asunto y está retirando los restos. En otras, la
destrucción se extiende. De modo que incluso aquellos que
han sido ciudadanos modelo,
endeudándose con prudencia y manteniendo sus casas,
descubren ahora que los mercados han hecho que disminuya el
valor de su
vivienda más allá de las peores
pesadillas.

Ciertamente, este exceso de inversión en el sector inmobiliario tuvo
sus beneficios a corto plazo: algunos estadounidenses
disfrutaron, aunque sólo fuera durante unos meses, de los
placeres de ser propietarios y de vivir en una casa más
grande de lo que podían permitirse. ¡Pero a
qué precio para sí mismos y para la economía mundial! Millones perderán
los ahorros de su vida con la casa. Y las ejecuciones de
hipotecas de viviendas han precipitado una recesión
mundial. Cada vez se coincide más en el pronóstico:
esta crisis será prolongada y extensa.

Y los mercados tampoco nos prepararon bien para el
encarecimiento del petróleo y
los alimentos. Por
supuesto, ninguno de los sectores es un ejemplo de economía de libre
mercado, pero ése es en parte el argumento: la
retórica del libre mercado se usa selectivamente; se asume
cuando sirve a intereses especiales y se descarta cuando no es
así.

Quizá una de las pocas virtudes del Gobierno de
George W. Bush es que el desfase entre retórica y realidad
es menor que con Ronald Reagan. A pesar de toda su
retórica de libre mercado, Reagan impuso restricciones
comerciales a mansalva, incluidas las famosas restricciones de
exportación "voluntarias" a los
automóviles.

Las políticas de Bush han sido peores, pero el
grado en que ha servido abiertamente al complejo industrial y
militar estadounidense ha sido más meridiano. La
única vez que el Gobierno de Bush se volvió
ecológico fue cuando empezó a subvencionar el
etanol, cuyas ventajas para el medio ambiente
son dudosas. Las distorsiones del mercado de la energía
(en especial a través del sistema
tributario) continúan, y si Bush hubiera podido
salirse con la suya, las cosas estarían peor.

Esta mezcla de retórica de libre mercado e
intervención estatal ha funcionado especialmente mal para
los países en vías de desarrollo. Se les dijo que
dejasen de intervenir en la agricultura,
con lo cual sus agricultores quedaron expuestos a una devastadora
competencia por
parte de Estados Unidos y Europa. Sus
agricultores habrían podido competir con los
estadounidenses y los europeos, pero no con las subvenciones
estadounidenses y europeas. No es de extrañar que las
inversiones en agricultura en los países en vías de
desarrollo desaparecieran y que el desfase alimentario se
agravara.

Los que prodigaron este mal consejo no tienen que
preocuparse de mantener un seguro contra
demandas por negligencia. Los costes los soportarán los
países en vías de desarrollo, en especial los
pobres. Este año veremos un gran aumento de la pobreza, sobre
todo si la medimos correctamente.

Dicho de manera más sencilla, en un mundo de
abundancia, millones de personas en los países en
desarrollo siguen sin poder pagar
las necesidades nutricionales básicas. En muchos
países, la subida de precios de los alimentos y la
energía tendrá consecuencias especialmente
devastadoras para los pobres, porque estos artículos
constituyen una parte más elevada de sus gastos.

El enfado en todo el mundo es palpable. Los
especuladores son blancos de buena parte de esa ira, lo cual no
es sorprendente. Los especuladores sostienen que no son la causa
del problema, sino que simplemente se dedican al "descubrimiento
de precios", o en otras palabras, están descubriendo -un
poco tarde para hacer mucho respecto al problema este año-
que hay escasez.

Pero ésa es una respuesta poco honrada. Las
expectativas de subida y volatilidad de los precios animan a
cientos de millones de agricultores a tomar precauciones. Puede
que ganen más dinero si
guardan un poco de su grano hoy para venderlo más tarde; y
si no lo hacen, no podrán pagarlo si la cosecha del
año siguiente es menor de lo esperado. Un poco de grano
sacado del mercado por cientos de millones de agricultores de
todo el mundo se convierte en mucho.

Los defensores del fundamentalismo del mercado quieren
achacar la culpa no a los fallos del mercado sino a los fallos
del Gobierno. Cuentan que un alto cargo chino decía que el
problema era que el Gobierno estadounidense debería haber
hecho más por ayudar a los estadounidenses de rentas bajas
con sus viviendas. Estoy de acuerdo. Pero eso no cambia los
hechos: los bancos estadounidenses gestionaron mal el riesgo en una
escala
monumental, y esto tuvo repercusiones mundiales, mientras que los
que dirigen estas instituciones
se han ido con miles de millones de dólares como
compensación.

Actualmente percibimos un desajuste entre los beneficios
sociales y los privados. Pero a menos que estén
escrupulosamente alineados, el sistema de
mercado no podrá funcionar bien.

El fundamentalismo de mercado neoliberal siempre ha sido
una doctrina política que sirve a
determinados intereses. Nunca ha estado respaldado por la
teoría
económica. Y, como debería haber quedado claro,
tampoco está respaldado por la experiencia
histórica. Aprender esta lección tal vez sea un
rayo de luz en medio de la nube que ahora se cierne sobre la
economía mundial.

(Joseph E. Stiglitz es catedrático de la Universidad de
Columbia y recibió el Premio Nobel de Economía en
2001. Su último libro, escrito
con Linda Bilmes, es La guerra de los
tres billones de dólares. Project Syndicate,
2008)

– Aniversario de una hecatombe (Intereconomía –
1/8/08)

(Por Álvaro Jesús Medina)

En sólo un mes, la crisis subprime deja en
quiebra a más de 90 entidades

Cronología de una debacle anunciada en febrero de
2007. La economía mundial entra en una crisis financiera y
crediticia, que algunos se han atrevido a comparar con el crack
de la bolsa de Nueva York ocurrido en 1929. Las máximas
autoridades monetarias y económicas de Estados Unidos y
Europa comenzaron a inyectar liquidez y bajar los tipos de
interés. No obstante, estas medidas sólo surtieron
efecto a muy corto plazo. Respecto a los valores
bursátiles, la hecatombe se hizo más palpable, las
noticias
negativas, como quiebras, suspensión de pagos, despidos,
datos
macroeconómicos nefastos, no alentaban a los inversores.
Entraba en juego los
inversores a muy corto plazo, el conocido trading, y los valores se
desplomaban. El verdadero tentáculo de la crisis
nació en agosto de 2007. Dos quiebras que metían el
miedo en el cuerpo a las economías mundiales, se trataba
de Blackstone y American Home Mortgage, y la anunciaron el 2 de
agosto. En esa misma semana también la Nacional City Home
Equity se declaraba en la misma situación. La crisis no
hacía más que empezar a andar.

AGOSTO 2007

El 2 de agosto Blackstone hace oficial su
quiebra.

El 6 de agosto American Home Mortgage, una de las
principales hipotecarias estadounidenses anuncia su quiebra, dos
días antes anunciaba el despido de todo su personal y el
día 6, la Nacional City Home Equity también se
declara en bancarrota. Para entonces ya se sabe que la crisis
financiera ha llegado a Europa de mano del banco
alemán IKB, expuesto a inversiones en hipotecas subprime,
que ha sido rescatado por una entidad financiera pública
para evitar la bancarrota

El 9 de agosto, el mercado bursátil mundial
comienza a presentar efectos negativos, empezando por el
estadounidense que registra una baja del 2.83%. Ese mismo
día, el banco francés BNP Paribas prohíbe a
sus inversionistas rescatar fondos de inversión por mil
seiscientos millones de euros, obligando al Banco Central Europeo
a inyectar liquidez por valor de 130.500 millones de
dólares en el mercado de dinero de Europa, de igual forma
la Reserva Federal inyecta 24.000 millones de
dólares.

El principal banco alemán, Deutsche Bank, sufre
también pérdidas sustanciales en uno de sus fondos
vinculados a la financiación inmobiliaria.

Pese a todo, al final del día 10 se conoce la
bancarrota de otra entidad, en este caso el Home Bank. Todas las
bolsas del mundo registran importantes pérdidas de
capitalización al terminar la semana.

El ministro de economía español,
Pedro Solbes, descarta el día 12, que la crisis de las
hipotecas de EEUU vaya a incidir en España.

La semana termina con ese mismo ánimo, al grado
que es necesario que el Presidente de Estados Unidos, George W.
Bush, pida calma a los inversionistas para evitar el pánico
y al mismo tiempo
caídas sustanciales en los mercados
financieros.

Hasta el martes 14 de agosto se había registrado
la inyección de hasta 400.000 millones de dólares
por parte de los bancos centrales de Europa, Canadá,
Estados Unidos y Japón.

El lunes 13 de agosto las bolsas presentan ligeras
apreciaciones en sus índices, sin embargo el 14 vuelven a
decrecer con la noticia de que dos grande bancos, que son
Santander y Citigroup, tienen exposición
a créditos inseguros.

Dado lo anterior era de esperarse que el 15 de agosto
las bolsas del mundo continuasen a la baja.

El 16 de agosto, las plazas globales experimentan una
gran caída y ese mismo día se sabe que la principal
hipotecaria de Estados Unidos anuncia que ha ocupado una
línea de 11.500 millones de dólares ya que la
crisis había reducido de forma importante el acceso al
dinero, explica que dicha línea de crédito
proviene de 40 bancos. Estas cifras meten un mayor miedo y
nerviosismo en el mercado que hace pensar en una posible
quiebra.

Además, en esta jornada se hace público
que la Banca March
congela un fondo de inversión, el Parvest Dynamic ABS,
afectado colateralmente por la exposición de riesgo de BNP
Paribas.

Asimismo, la entidad hipotecaria australiana Rams Home
Loans cae en su cotización más del 50%, y el primer
banco
hipotecario norteamericano, Countrywide, sufre
pérdidas en sus cotizaciones ante rumores, no confirmados,
de bancarrota. También circulan rumores del inminente
colapso de un gran hedge fund, recordando lo ocurrido en 1998,
durante la crisis de Long-Term Capital
Management, LTCM, – en ese año la entidad había
declarado unas perdidas de 4.600 millones de dólares en
menos de cuatro meses y se convirtió en un destacado
ejemplo del potencial de riesgo en el sector de los fondos de
cobertura.

El 17 de agosto, la Reserva Federal anuncia un recorte
de tipos, del 6.25 al 5.75 por ciento, dando cierta confianza al
mercado, la medida ayuda a las principales bolsas del mundo a
registrar avances como el CAC de Francia que
subía un 1.86%, el Nasdaq 2.2% y como la BMV que registra
un avance de 2.58 puntos porcentuales. No obstante, las bolsas
asiáticas presentan una de sus peores ciclos
bursátiles. Así, el Nikkei registra una
pérdida del 5.42%. Por su parte, el presidente de la
Reserva Federal, Ben Bernanke, afirma que "las condiciones de los
mercados financieros se han deteriorado", lo que se evidencia en
el hecho de que la hipotecaria Countrywide deba acudir a
financiación de emergencia por valor de 11.500 millones de
dólares, todo ello en un clima de
preocupación ante su posible situación financiera
al tiempo que se conocen las millonarias pérdidas de un
fondo de pensiones británico, por valor de 27.000 millones
de libras.

La semana del 20 al 24, las bolsas continúan con
su recuperación, sin embargo hay noticias que parecen
inquietar a los inversores. Los principales bancos de China
tienen 8.000 millones de euros invertidos en hipotecas subprime;
y además la compañía First Magnus Financial,
una de las principales hipotecarias estadounidenses, anuncia su
quiebra.

El día 20, en concreto, tras
la rebaja de tipos de interés de la FED las bolsas
comienzan a recuperarse, y en el caso de las asiáticas de
manera espectacular, si bien algunos analistas, como el diario
The Economist, lo consideran un compás de espera. Ese
mismo día se conoce que el banco regional público
germano Sachsen LB era rescatado por un grupo de cajas
de ahorro por
valor de 17.300 millones de euros, dada su peligrosa
relación con las hipotecas subprime.

El día 23 se hace pública la quiebra de
una de las entidades hipotecarias más importantes de
Estados Unidos, la First Magnus Financial. En total, ya son 90
entidades las afectadas por la crisis en ese país. Por su
parte, el FMI destaca que
la crisis financiera dañará el crecimiento
mundial.

El 24 de agosto continúa la inquietud por la
marcha de la crisis. Los bancos centrales siguen inyectando
liquidez en el mercado, y ese mismo día se conocen los
primeros datos de la exposición a hipotecas subprime en
China: sus dos bancos principales (Commercial Bank of China
(ICBC) y Bank of China) tienen 8.000 millones de euros en
inversión hipotecaria de alto riesgo.

– "Sigan el rastro de las comisiones" (El País –
7/8/08)

(Por David Fernández)

La crisis financiera que estalló hace un
año a partir de las hipotecas basura en EEUU se
ha contagiado. Y no se ve el fin del túnel.

El 18 de julio de 2007, el banco estadounidense Bearn
Stearns anunció la quiebra de dos fondos de
inversión. Entonces parecía un problema aislado,
producto de la
mala gestión de
riesgos de la entidad. Pero era mucho más que eso; era
el primer síntoma de una enfermedad que se ha extendido
como una hidra por el sistema
financiero mundial. Aún no se ha descubierto la vacuna
que acabe con esta bacteria destructiva de nombre subprime. Ya se
ha cobrado 93.600 empleos. Además, bancos y aseguradoras
han reconocido pérdidas por valor de 284.500 millones de
euros y han tenido que captar 210.000 millones para tapar los
agujeros de sus balances.

¿Es la peor crisis de la historia? "Yo no
diría tanto, pero sí creo que habrá mucha
gente que lo pase muy mal en los próximos meses". El
diagnóstico es de Stuart E. Lucas, miembro
de una de las grandes fortunas familiares estadounidenses
(vinculada a la fabricación de leche en
polvo) y experto en asesorar a otros ricos sobre dónde y
cómo invertir su dinero.

El epicentro de la actual crisis hay que buscarlo en el
mercado hipotecario de EEUU. Durante un largo periodo de tiempo
se habían concedido créditos a mansalva para la
adquisición de viviendas a deudores que no ofrecían
grandes garantías (préstamos conocidos como
subprime). El negocio iba como un tiro; tanto, que los bancos
necesitaban liquidez para seguir dando créditos.
¿Qué hacer? Aprovechar la
globalización financiera, que para algo está.
Las entidades acudieron a los mercados de capitales para
refinanciar las hipotecas mediante complejos productos
estructurados en los que invertían desde hedge funds hasta
los agricultores franceses a través de sus planes de
pensiones. Así se diversificaba el riesgo, pero, al subir
la morosidad, lo que debería haber sido un problema local
se convirtió en una crisis planetaria.

Como en las novelas negras,
en las que el detective aconseja seguir a la mujer para
resolver el caso, Lucas dice que la crisis da una lección
para el futuro: "Sigan el rastro de las comisiones". Compara el
caso de estas hipotecas con el de una cinta de embalaje. "La
hipoteca inicial se empaquetaba en un producto llamado
titulización que se vendía a un tercero.
Éste volvía a empaquetarlo y se lo vendía a
otro cliente…".

El activo había cambiado tanto desde el origen
que el cliente final no sabía exactamente qué
estaba comprando ni las agencias de calificación de riesgo
(otros de los grandes perdedores) lo que estaban calificando.
"Cuando alguien me recomienda una inversión, en primer
lugar, trato de comprender el producto y, a continuación,
saber quién recibirá dinero si yo lo compro y por
qué", añade Lucas.

El repunte de los morosos puso contra las cuerdas a los
bancos estadounidenses. Éstos, a su vez, empezaron a
incumplir sus compromisos con aquellos que les habían dado
dinero para conceder más préstamos, y así
sucesivamente. El miedo que el agujero había provocado
llevó a las entidades a no fiarse de sus rivales. El
mercado interbancario, donde se prestan dinero entre sí,
se secó, forzando a los bancos centrales a inyectar miles
de millones.

Este caos coincidió con los primeros
síntomas de desaceleración económica a ambos
lados del Atlántico. Todo manual de
economía señala que cuando ésta se atranca,
una de las armas son las
rebajas de los tipos de interés. Sin embargo, el repunte
de la inflación dificulta rebajar el precio del dinero. La
tormenta perfecta, según los expertos.

Uno de los nubarrones de esta tormenta es el
encarecimiento de las materias primas, especialmente del crudo y
de los alimentos básicos. El maíz y el
arroz se han convertido en un activo de inversión
más y, por tanto, en su precio influyen factores al margen
de oferta y
demanda. "La especulación forma parte de la naturaleza
humana. El problema es cuando hay un exceso de
especuladores".

La crisis financiera ha reforzado la creencia de Lucas
acerca de que no todo vale para ganar dinero. Como si se tratase
de una letanía, recuerda a sus clientes las
ventajas de la inversión ética y
sostenible. "La riqueza, sin valores, es sólo
dinero".

– Un año devastador de crisis "subprime" (El
Mundo – 8/8/08)

(Por Pablo Pardo – Especial para El Mundo)

El 8 de agosto de 2007 la Reserva Federal inyectó
100.000 millones de dólares para garantizar la liquidez
del sistema, en lo que supuso el inicio de la mayor crisis
financiera tras la Gran Depresión,
que ha tenido unos efectos inesperados

En realidad, todo empezó el 5 de diciembre de
2006, cuando Ownit Mortgage Solutions, un banco hipotecario de
California especializado en productos de alto riesgo, informaba
"con profunda tristeza" que cesarían sus operaciones y
despediría a sus 800 empleados el día siguiente.
Fue el primer banco hipotecario especializado en créditos
subprime, es decir, a clientes que no cumplían los
requisitos habituales para acceder a financiación para la
compra de una vivienda. Entre sus damnificados estaba Merrill
Lynch, que en el año anterior había colocado en el
mercado 4.000 millones de dólares (3.000 millones de euros
al tipo de cambio
de entonces) en titulizaciones de créditos de
Ownit.

El colapso de Ownit pasó totalmente
desapercibido. Nadie esperaba que ocho meses y cuatro días
después, el 8 de agosto, el Banco Central Europeo y la
Reserva Federal tuvieran que inyectar más de 100.000
millones de euros en el mercado para garantizar su liquidez. La
crisis iniciada con el colapso de Ownit había ido
creciendo hasta el punto de provocar una contracción del
crédito en las economías desarrolladas y la que,
según el Fondo Monetario
Internacional (FMI), es la mayor crisis financiera que sufre
Occidente desde la Gran Depresión. Y todo, por los oscuros
e ignorados productos financieros practicados por Ownit:
créditos hipotecarios a personas con pocos recursos
económicos.

Justo un año después de la primera
intervención concertada de los bancos centrales, la crisis
continúa. A pesar de todos los llamamientos a la calma y,
de lo que es mas importante, de la mayor inyección de
liquidez en las economías desarrolladas desde la Segunda Guerra
Mundial, la contracción del crédito se
mantiene. Los problemas financieros se han extendido a la
economía real. Y los países más afectados
son, precisamente, los que hasta hace un año siempre se
citaban como máximos ejemplos de crecimiento y de apertura
económica: España, Estados Unidos, Reino Unido,
Irlanda y Nueva Zelanda.

Ayer, un informe del
economista Nouriel Roubini, de la Universidad de Nueva York -uno
de los pocos expertos que predijo la crisis y cuyo pesimismo sin
matices siempre parece verse corroborado por los hechos-
vaticinaba que esas economías entraran en recesión,
junto con Japón, Canadá, Italia y acaso
Alemania y
Francia. En otras palabras: una crisis del mundo
industrializado.

Los bancos siguen sin prestarse dinero unos a otros, y
sin facilitar créditos a los consumidores. Nadie sabe
exactamente la solvencia del otro. Y, frecuentemente, ni siquiera
la suya propia. A fin de cuentas, 200
expertos de JP Morgan Chase fueron incapaces de determinar el
valor exacto de mas máximo de 20.000 millones de
dólares (12.900 millones de euros) del balance de Bear
Stearns, el quinto mayor banco de inversión de EEUU, que
se colapsó en marzo.

Las dudas de JP Morgan sobre esos activos
desaparecieron cuando la Reserva Federal anunció que
garantizaba el 94% de esos títulos. Una decisión
que el banco central no tomaba desde hacia más de tres
décadas, y que refleja una de las consecuencias
inesperadas de esta crisis: el final de la era de
liberalización de los mercados financieros iniciada con la
desaparición del patrón oro, en 1971,
y reforzada tras la llegada al poder de Ronald Reagan en EEUU y
Margaret Thatcher en el Reino Unido. El estallido de la crisis ha
puesto de manifiesto que, como dicen algunos cínicos, en
el sistema financiero "se privatizan los beneficios y se
nacionalizan las pérdidas".

Unas veces han sido nacionalizaciones directas, como la
de Northern Rock en el Reino
Unido. Otras, encubiertas, como las garantías dadas por el
Tesoro de EEUU a los inversores en las empresas
titulizadoras de hipotecas Fannie Mae y Freddie Mac, o la entrada
de fondos estatales de Asia y Oriente
Medio en los bancos de Occidente.

Porque esta crisis también ha dejado claro que
EEUU, Europa y Japón no controlan ya la economía
mundial. Los mercados emergentes -y en particular los BRIC, es
decir, Brasil, Rusia, India y
China- son ya potencias por derecho propio. Y el hecho de que no
se hayan visto afectadas por la crisis ha sido, precisamente, el
salvavidas de la economía mundial en estos doce
meses.

Pero la expansión de esas economías
también ha tirado para arriba de la demanda de
materias primas, agrícolas y energéticas. Eso se ha
sumado al intento de Occidente de reducir su dependencia del
petróleo aumentando el uso de biofueles,
que a su vez ha disparado los precios de los alimentos. La
consecuencia es que no solo hay ya caída del crecimiento,
sino que la inflación está en máximos como
no se habían visto en más de dos décadas. Un
año después de la crisis, el sector financiero
está paralizado, el mundo desarrollado

– La crisis financiera cumple un año y amenaza
con cumplir muchos más (El Confidencial –
9/8/08)

(Por Eduardo Segovia)

Hoy se cumple un año de la inyección de
emergencia de 95.000 millones de euros que realizó el BCE
para evitar el colapso del mercado monetario, y lo que
parecía un problema puntual -afectaba sólo a un
pequeño segmento del mercado hipotecario en EEUU llamado
subprime- se ha convertido en la mayor crisis de liquidez y
solvencia de los últimos 70 años. Y lo peor es que
no se ve ni de lejos su final; los expertos más optimistas
auguran otros dos años hasta que la situación se
normalice.

Las cifras son aterradoras. En el último
año, el BCE y la Reserva Federal han inyectado más
de 250.000 millones de liquidez a corto plazo para evitar el
derrumbe del sistema financiero mundial; el Dow Jones ha bajado
el 14% y el Ibex, el 22% (si bien ambos índices se
recuperaron tras el primer golpe y marcaron máximos
históricos en noviembre antes de volver a caer con el
"lunes negro" de enero); el crecimiento
económico en EEUU se ha reducido a la mitad y el
español ha pasado del 4,1% al 2,7%; y los precios de la
vivienda se han desplomado un 40% en algunas zonas de EEUU y
aquí empiezan a bajar con fuerza.

Si nos centramos en el sector epicentro de la crisis, la
banca mundial ha sufrido pérdidas de 476.000 millones de
dólares por la amortización de activos que han perdido su
valor, ha efectuado ampliaciones de capital por 354.000 millones
y ha despedido a varios presidentes y a miles de trabajadores;
Bear Stearns, el quinto banco de inversión de Wall Street,
tuvo que ser rescatado por la Fed y JP Morgan, y Lehman Brothers
ha estado a punto de seguir sus pasos; ocho bancos comerciales
han quebrado en EEUU; uno de los principales bancos hipotecarios
británicos, Northern Rock, tuvo que ser rescatado por el
Banco de Inglaterra y
finalmente nacionalizado; y Fannie Mae y Freddie Mac, los pilares
del mercado hipotecario en EEUU, seguramente correrán la
misma suerte para evitar su quiebra.

A estas alturas de la película, no hace falta
volver a explicar cómo se originó esta crisis, con
la burbuja de crédito fácil, barato y sin
requisitos (de ahí lo de subprime), y la
titulización y venta masiva de estas deudas entre millones
de inversores en todo el mundo. Cuando el precio de la vivienda
empezó a bajar y comenzaron los impagos, la burbuja
estalló, los activos en que se habían empaquetado
los créditos se hundieron, la liquidez se secó en
el mercado y comenzó la reacción en cadena que dura
hasta hoy…

El exceso de fe en los mercados financieros

Con la perspectiva de estos 12 meses, la primera gran
pregunta que hay que plantearse es "cómo es posible que
los problemas con las hipotecas subprime, que son un sector muy
pequeño de los mercados financieros globales, hayan
provocado este desastre", en palabras del Banco Internacional de
Pagos. Gillian Tett, jefa de mercados de capitales en el
Financial Times y experta en la crisis japonesa, cree que la
clave está en el concepto de "fe"
en el mercado financiero, que explica la innovación sin precedentes en este campo
mediante la creación de sofisticados vehículos para
trocear y empaquetar el riesgo bancario.

La emisión de instrumentos de crédito se
multiplicó por 12 entre 2000 y 2006, pasando de 250.000
millones de dólares al año a 3 billones (trillones
americanos) anuales, y eso permitió bajar
drásticamente el coste del crédito, disparar el
apalancamiento (endeudamiento) y rebajar los estándares
para conceder créditos. Detrás de esta fe, Tett
identifica tres grandes asunciones (o artículos de fe) que
se han demostrado trágicamente erróneos.

La primera asunción era que los mercados de
capitales habían llegado a tal grado de desarrollo que los
bancos siempre iban a poder vender activos de deuda, es decir,
que siempre iba a haber liquidez. Eso les llevó a dar
crédito a manos llenas porque asumían que siempre
iban a poder traspasar el riesgo, a lo cual ayudó la
presión
competitiva por crecer en un entorno tan positivo. La segunda era
la confianza de los inversores en las calificaciones otorgadas
por las agencias de rating a este tipos de activos, asumiendo que
si eran triple A no había riesgo, aunque en muchos casos
no entendieran el producto que compraban. Finalmente, el error
más importante fue pensar que repartir el riesgo entre
millones de inversores en vez de entre unos pocos bancos daba
más estabilidad al sistema financiero.

Cuando se descubrió que estas supuestas verdades
reveladas no eran tales, se hundió todo el edificio. La
pérdida de fe en los ratings hizo que muchos inversores
dejaran de comprar estos instrumentos, lo que impidió a
los bancos seguir titulizando hipotecas y, además,
dejó sin financiación sus vehículos
especiales de inversión (los famosos SIV), que
emitían papel comercial a corto plazo para comprar activos
a largo. Lo imposible había pasado: la iliquidez. Estos
vehículos tuvieron que ser asumidos por los bancos, lo que
se sumó a las pérdidas de sus propios instrumentos
de deuda, destrozó sus balances y acabó con el
mito de que la
dispersión del riesgo les protegía de una crisis
sistémica. En esas condiciones, empezaron a acaparar
liquidez y dejaron de prestarse entre ellos por la desconfianza
sobre lo que había en los balances. Resultado: el credit
crunch y el desapalancamiento, con la venta de estos activos a
cualquier precio o directamente su amortización por falta
de mercado…

Un futuro muy negro

¿Y ahora qué? Ésa es la segunda
gran pregunta de este aniversario. La respuesta del consenso de
economistas es que esto va para largo y que posiblemente lo peor
todavía no ha quedado atrás. Un pesimismo que ha
aumentado con la frustración de las expectativas de
mejoría en varios momentos durante este año: el
otoño pasado después del golpe inicial, enero,
cuando los bancos centrales lanzaron su ofensiva conjunta, y
marzo, con el rescate de Bear Stearns.

"Dudo que hayamos recorrido más de un tercio de
la crisis", opina Michael Burry, gestor del hedge fund Scion. "No
tendremos una recuperación de verdad hasta finales de 2010
o principios de
2011, porque muchas de las facturas de la burbuja de
crédito todavía no se han pasado al cobro",
añade. Otro gestor de hedge funds entrevistado por
MarketWatch, Eric Hovde, es un poco más optimista: quedan
entre uno y dos años de crisis, afirma, y recuerda que la
nueva caída del precio de la vivienda tardará entre
tres y seis meses en reflejarse en los balances de las entidades.
La gran banca española coincide en que puede durar hasta
2010.

Para que se solucione la crisis, los expertos creen que
es condición sine qua non que se estabilice el mercado
inmobiliario en EEUU y que los bancos eliminen definitivamente
todos los instrumentos de crédito en cartera y sus propios
créditos impagados (el FMI cifró el impacto total
de la crisis en 800.000 millones). Además, hay que
solucionar la gravísima situación de Fannie Mae y
Freddie Mac. Tett cree que la clave está en devolver la
confianza al sector financiero, para lo que sugiere más
ampliaciones de capital y un proceso de
titulización más transparente. "Pero llevará
años, no meses, restablecer la confianza, porque se han
venido abajo las grandes asunciones de las finanzas del
Siglo XXI", concluye.

Mientras tanto, las expectativas mayoritarias son de que
EEUU acabará entrando en recesión porque, a pesar
de las bajada de tipos más rápida de la historia
(del 5,25% al 2% en sólo siete meses) y de los
estímulos fiscales (cheque de 600
dólares a los contribuyentes), el consumo
está seriamente tocado. Para Europa hasta ahora las
previsiones eran más halagüeñas, pero el
crecimiento negativo en Italia y Alemania ha empeorado
notablemente el panorama. El propio Jean-Claude Trichet
alertó el jueves de las amenazas sobre el crecimiento.
Para España el panorama no es mucho mejor, porque hay que
sumar el estallido de nuestra burbuja inmobiliaria; algunas
entidades, como Funcas, ya hablan directamente de
recesión.

– Un año de crisis – Nada volverá a ser
como antes (El Mundo – 10/8/08)

Aniversario / 12 meses después de su estallido,
la crisis "subprime" ha cambiado muchos de los preceptos que
hasta ahora se daban por válidos en el orden
económico mundial.

(Por J. G. Gallego y Pablo Pardo)

Ha hecho falta un año de intensa crisis para
darse cuenta de que muchos de los preceptos que hasta ahora se
daban por válidos en el sistema económico mundial
han acabado desmoronándose como un castillo de
naipes.

Desde la incipiente fase del estallido de las hipotecas
subprime hasta un contexto de recesión mundial, las
turbulencias financieras han cambiado el rumbo económico
del planeta y amenazado la hasta ahora incontestable
supremacía de Occidente. La gran banca ha pagado con
multimillonarias pérdidas los excesos cometidos a
través de sofisticados instrumentos de inversión;
los reguladores han puesto en entredicho el concepto del libre
mercado al "privatizar los beneficios y socializar las
pérdidas"; los países emergentes han terminado
salvando el capital de históricas sociedades
occidentales y el modelo de crecimiento basado en el ladrillo se
ha derrumbado de un plumazo.

Hoy hace un año comenzaba a sonar un concepto
apenas conocido incluso por los analistas. La crisis subprime
tenía entonces el epicentro en Estados Unidos, pero su
efecto ya empezaba a dejarse notar en el resto de continentes.
Como diría más tarde el magnate Warren Buffet, la
marea comenzaba a subir y ya se advertían los primeros
bañistas desnudos. Sin embargo, nadie esperaba que un
problema hipotecario en EEUU fuese a propagarse por el resto de
sectores y países con tanta rapidez y violencia. La
crisis subprime era a los pocos días una crisis de
liquidez y confianza que inundó de pánico a los
mercados y obligó a las instituciones monetarias a actuar
con inyecciones históricas de liquidez. Sólo en las
dos primeras semanas desde el inicio de la crisis, el Banco
Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal (Fed) inyectaron
más de 400.000 millones de euros para evitar que el
sistema bancario se colapsara.

La incertidumbre sobre qué entidades
podían estar afectadas por deuda respaldada con hipotecas
basura -las
mismas que dejaron de pagarse en cuanto se hundió el
mercado inmobiliario en EEUU- asfixió a la banca,
suprimió los créditos y, entonces, lo que era un
problema hipotecario terminó convirtiéndose en la
crisis mundial más aguda desde la recesión de los
años 30.

Desde entonces el goteo de cifras negativas ha sido
constante. También en España, donde el fin de la
fiesta inmobiliaria ha desembocado en una crisis sin precedentes
que mandará en 2008 a casi tres millones de ciudadanos al
paro y que
asfixia cada día un poco más a los miles de hogares
endeudados.

Para medir los efectos de las subprime no basta
sólo con calcular las cifras del desastre, y eso que sus
magnitudes son escalofriantes. En los últimos 12 meses,
España ha perdido 155.510 millones de euros, teniendo en
cuenta la brusca desaceleración del PIB y la
pérdida multimillonaria de capitalización
bursátil.

Las consecuencias más notables de este año
de turbulencias tendrán un impacto definitivo e
irreparable en la economía mundial. Lo que al principio
fue una crisis financiera, ha desembocado finalmente en cuatro
grandes azotes económicos. El mercado de materias primas,
el sector inmobiliario, los precios energéticos y el
modelo financiero han cambiado definitivamente y no
volverán a ser como antes.

El cambio
más obvio parece el creciente intervencionismo estatal en
el sector financiero. La crisis ha obligado a la
Administración Bush a aparcar su retórica en
favor del libre mercado y a tratar de extender las competencias de
los reguladores al sector inmobiliario, los hedge funds, el
capital riesgo y la banca de inversión, que hasta ahora
estaban en gran medida fuera de la jurisdicción de las
autoridades. Es una transformación dramática en un
país que desde la presidencia de Bill Clinton llevaba
exigiendo a los países en vías de desarrollo -y a
algunos industrializados con problemas, como Japón-
más y más liberalización.

Ahora, Washington ha extendido la protección del
Estado a los tenedores de hipotecas, a los bancos de
inversión (a quienes está permitiendo, con carácter temporal, financiarse en las
subastas de tipos de la Reserva Federal, de las que estaban
excluidos) y a los dos grandes monstruos que compran bonos
hipotecarios, Fannie Mae y Freddie Mac, que cuentan con unos
activos que suman la friolera de 3,37 billones de euros y cuyos
problemas de liquidez podrían llevar al colapso a toda la
economía estadounidense.

Para el economista Douglas Elmendorf, ex funcionario de
la Reserva Federal y del Tesoro, la explicación de este
intervencionismo es simple: "Algunas instituciones son demasiado
grandes como para dejarlas caer. Y no hay más". Todo un
cambio en la filosofía política de la primera
economía mundial, que ha dejado sin palabras a más
de un político, como el senador republicano Jim Bunning
quien, tras enterarse del rescate estatal de Fannie Mae y Freddie
Mac, declaró: "Cuando agarré el
periódico esta mañana, creí que me
había despertado en Francia. Pero no, resulta que el
socialismo ya
estaba en Estados Unidos, y le está yendo muy
bien".

Claro que esta dinámica no se circunscribe a EEUU. En el
Reino Unido, el Gobierno privatizó en noviembre el banco
Northern Rock después de que sus depositantes
protagonizaran el primer pánico bancario en ese
país desde 1866.

Esa expansión del poder del Estado también
ha tenido sus propios ganadores y perdedores dentro de la propia
Administración estadounidense. Por ejemplo,
la Reserva Federal podría ver reforzada su posición
como supervisor del sistema financiero, en detrimento de la SEC,
si el plan de Bush para
transformar a los supervisores se lleva a cabo, lo que no
está claro. Aunque algunos perdedores notables tienen
nombre y apellidos. Por ejemplo, Hank Paulson, el actual
secretario del Tesoro de EEUU y ex presidente de Goldman Sachs,
por su incapacidad para frenar la crisis.

Las turbulencias financieras han generado otro punto y
aparte en la historia económica. Los que hasta ahora eran
mercados emergentes parecen haberse convertido en la única
salvación de la economía mundial. Los países
exportadores de petróleo de Oriente Medio, Rusia, China y
las economías dinámicas del Sureste de Asia han
sido capaces de mantener su crecimiento y de reforzar su peso
internacional porque están entrando en el capital de las
empresas financieras occidentales, desesperadas por algo de
liquidez.

De los más de 270.000 millones de dólares
que, según Investors Business Daily, los bancos de todo el
mundo habían obtenido de diferentes inversores para cubrir
sus pérdidas en mayo, el 23% procedía de fondos
soberanos. El financiero George Soros también se
apuntó a esta tesis cuando
en enero vaticinó que "la actual crisis provocará
un cambio en el orden económico mundial".

Paradójicamente, a la vez que se han erigido como
salvadores, estos países emergentes han agudizado
más la crisis en Occidente con el repunte de las materias
primas. Al margen de la especulación o su carácter
refugio ante la inestabilidad de la renta variable, el repunte de
los alimentos y el
petróleo tiene un claro componente de desequilibrio
entre oferta y
demanda. Durante estos 12 meses los países de la OPEP han hecho
oídos sordos a las peticiones de medio planeta para
aumentar la producción de crudo. La consecuencia: el
precio del petróleo ha llegado a dispararse hasta los 145
dólares y, según Shokri Ghanem, presidente de la
Compañía Nacional Libia de Petróleo y
miembro del cártel exportador, "la era de los dos
dígitos para el precio del crudo se ha
acabado".

Los excesos de la banca

El modelo financiero también cambiará a
partir de esta crisis. Concretamente el que se ha estilado en
Estados Unidos en los últimos años, catalogado como
los supermercados financieros, propios de gigantes como
Citigroup, que cubren todo el espectro del mercado, desde hedge
funds hasta banca al por menor, pasando por seguros, banca de
inversión o gestión
de patrimonios.

El mayor banco de Estados Unidos por activos financieros
acumula unas pérdidas de 10.970 millones de euros. En
realidad no es mucho más que otras entidades del
país, como Merrill Lynch, Bank of America o Morgan
Stanley, pero su trascendencia va más allá por el
modelo de negocio que ha defendido en esta década. Las
agresivas políticas de inversión han dejado al
desnudo las cuentas de las entidades más prestigiosas del
planeta, más preocupadas en los últimos años
por abultar un poco más los bonus a sus consejeros que por
mantener un crecimiento seguro y estable.

Uno de los culpables de este desastre ha sido el ex
secretario del Tesoro Robert Rubin, que en los 90 destacó
por ser un defensor a ultranza de la liberalización de los
mercados y que después, en Citigroup, se convirtió
en uno de los principales defensores de la estrategia que ha
llevado a este banco a tener graves problemas de
liquidez.

"Si no hubiera habido una crisis subprime,
habríamos tenido otra cosa", dijo Kenneth Rogoff, profesor de la
Universidad de Harvard y ex economista jefe del Fondo Monetario
Internacional, en una clara alusión al desenfreno y la
manga ancha con la que han actuado los bancos.

Aunque, igual que vencidos, también ha habido
vencedores. En España, donde la banca apenas ha sufrido
los efectos directos de la crisis hipotecaria, el modelo bancario
ha sido aplaudido por los organismos internacionales, que
destacan la eficacia del
regulador para impedir que las entidades tomen posiciones de
riesgo que afecten a su solvencia.

Al mismo tiempo, en Estados Unidos, uno de estos
supermercados financieros, JP Morgan Chase, se está
perfilando como uno de los grandes vencedores de las
turbulencias. La entidad ha comprado, con la protección de
la Fed, el quinto mayor banco de inversión, Bear Stearns,
a precio de ganga: 150,5 millones de euros, un 93% menos de lo
que valía unos días antes de la adquisición
que, por cierto, incluye la sede del banco, un rascacielos
valorado en casi 1.000 millones de euros.

En España, unos meses antes del estallido de las
hipotecas basura, el sector inmobiliario empezaba a mostrar
síntomas de agotamiento. El desplome en Bolsa de Astroc
adelantó en el mercado financiero lo que un tiempo
después ocurriría en el mercado real: la era del
ladrillo tocaba a su fin con duras consecuencias para la
economía española.

La reciente suspensión de pagos de
Martinsa-Fadesa, la mayor inmobiliaria del país, es el
culmen del fin de un ciclo económico apoyado en exceso
sobre la construcción -el 15% del crecimiento del PIB lo
aportaba este sector-. A la vez, en Estados Unidos el ajuste
inmobiliario también ha sido el más violento en
décadas y la crisis subprime ha acelerado el proceso de
descomposición de este sector en ambos países.
Porque la falta de crédito impidió en una primera
fase el desarrollo de nuevos proyectos y,
segundo, porque la inflación galopante que sufre
España (5,3% la más alta en 11 años) ha
disparado el Euribor y endurecido la situación financiera
de las familias.

Otros damnificados de la crisis subprime han sido las
agencias de calificación de riesgos,
aunque no está claro que puedan catalogarse como
víctimas. Cada vez que hay una crisis -ya sea la de los
mercados emergentes en 1997, la de las puntocom en 2000 o
ésta-, siempre se destaca la incapacidad de esas empresas
para detectar los problemas antes de que estallen. Esta vez no ha
sido una excepción y su papel fue decisivo en la
gestación de la crisis.

Porque, como declaró con un sarcasmo feroz el
empresario
tecnológico Bill Gross, los inversores "quedaron
cautivados por los señores Moody's y Poor's, por los
tacones de 15 centímetros, por el maquillaje y por los
tatuajes donde la espalda pierde su nombre. Pero muchas de esas
chicas guapas no eran activos de primera que valieran a 100
centavos el dólar. Y ahora el problema es que hay cientos
de miles de millones de dólares de basura
tóxica".

Un año después, aún es
difícil medir las consecuencias finales que tendrá
esta crisis, sobre todo porque sigue siendo igual de complicado
averiguar cuándo tocará a su fin. Fueron muy pocos
los que, como el economista de Yale Robert Shiller, o el Nobel de
Economía Joseph
Stiglitz, predijeron que las subprime podrían tener
las consecuencias desesperadas que hoy conocemos.

De hecho, el mercado ha transmitido la impresión
de ir siempre por detrás de los acontecimientos. En
ocasiones, de forma sangrante. Por ejemplo, hace un año,
cuando la crisis estaba empezando a explotar, una entidad
británica emitió un informe declarando que "los
partícipes del mercado no saben si vender con los rumores
o comprar con las noticias, hacer lo opuesto, hacer ambas cosas,
o no hacer nada, dependiendo de en qué dirección sople el viento".Pocos
días después, cuando las cosas habían
mejorado momentáneamente, los analistas de ABN Amro
Morgans declaraban: "Hemos vuelto a los días
felices".

Apoyos

Las cifras

21,3%. El Ibex ha caído más de un 21%
desde el inicio de la crisis "subprime". Entre enero y junio de
este año cerró el peor semestre de toda su
historia.

11.799,9. En los últimos 12 meses la Bolsa
española ha retrocedido 3.204 puntos, desde los 15.004 que
marcó
el ocho de agosto de 2007, cuando arrancó la crisis
hipotecaria.

-50%. BME y Sacyr Vallehermoso han perdido la mitad de
su valor en lo que va de año. Sólo cuatro valores
se mantienen en positivo.

Impulso monetario

La Reserva Federal ha rebajado los tipos de
interés en Estados Unidos hasta el 2,0% desde el 5,25% de
agosto de 2007. El BCE, sin embargo, los ha subido en 0,25
puntos.

Caída del "ladrillo"

Las suspensiones de pagos en el sector inmobiliario se
han sucedido desde comienzos de año. Llanera,
Lábaro, Cosmani y Seop, entre otras, precedieron al
proceso concursal de Martinsa-Fadesa, que el 14 de julio
protagonizó el mayor concurso de acreedores de la historia de
España.

Euribor

BCE El 4 de junio, Jean-Claude Trichet, presidente del
Banco Central Europeo, avanzó la posibilidad de subir los
tipos de interés un 0,25%. La advertencia disparó
la cotización del Euribor, el índice de referencia
de la mayoría de las hipotecas, que cerró en julio
al 5,393%, su récord histórico.

La OPEP

Shokri Ghanem, presidente de la Compañía
Nacional Libia de Petróleo, advierte al mundo de que "la
era de los dos dígitos para el precio del petróleo
se ha acabado".

Al rescate de la banca

Northern Rock. En septiembre de 2007 el Gobierno
británico decide intervenir en el banco hipotecario
Northern Rock y garantizar el 100% de los
depósitos.

Bear Stearns. En marzo, JP Morgan compra Bear Stearns
con el respaldo de la Fed y un descuento del 93%.

Hipotecarias. EEUU rescata de la quiebra a Fannie Mae y
Freddie Mac.

– Reportaje: Primer plano – Un año de "thriller"
financiero (El País – 10/8/08)

(Por Claidi Pérez)

Los bancos, las autoridades y los expertos no ven el
final de la crisis al menos hasta 2010

El capitalismo es
un galimatías que combina propiedad
privada y libre mercado; una extraña mezcla de matemáticas y psicología, mucha
psicología. En la versión que ha ido ganando
enteros en los últimos años, la psicología
se sustituye por grandes dosis de fe. El Nobel Joseph Stiglitz
define el neoliberalismo como "ese amasijo de ideas basadas en la
concepción fundamentalista de que los mercados se corrigen
a sí mismos, asignan los recursos eficientemente y sirven
al interés público". Con esos mimbres, en las tres
últimas décadas el sistema financiero -el brazo
armado de la economía- se ha ido desarrollando a la misma
velocidad que
se eliminaba regulación. Años de grandes excesos
salpicados por varios sobresaltos: el crash de 1987, la crisis de
los emergentes en los noventa, el 11-S y las puntocom. Y desde
ahí, un último tramo vertiginoso en el que
campó a sus anchas "la magia del mercado", según el
epítome acuñado por Ronald Reagan. Hasta que, hace
justo un año, la magia -la fe-
desapareció.

Día 9 de agosto de 2007, 8.25 de la
mañana. El banco central de Estados Unidos se ve obligado
a inyectar miles de millones de dólares ante el riesgo de
que el sistema bancario se vaya al garete. Setenta minutos
más tarde, a las 9.35, repite la operación. El
Banco Central Europeo (BCE) hace lo mismo al otro lado del
Atlántico. La economía está a punto de
incorporar una nueva palabra a su vocabulario: subprime, una
endiablada modalidad hipotecaria estadounidense traducida como
hipoteca basura, tóxica o incluso loca. Y los banqueros
centrales están a punto de desmentir su bien ganada fama
de aburridos y predecibles: medidas excepcionales como las de
hace ya un año, que se han ido repitiendo y amplificando
desde entonces, son un buen indicio de la magnitud de la
tragedia. El tiempo no ha hecho sino confirmar esos
temores.

En el cine, las
secuelas suelen ser pálidas sombras del original. Pero en
el thriller en el que se ha convertido la crisis, cada
capítulo supera al anterior. La metástasis de las
subprime -un mercado muy acotado y de dimensión reducida,
apenas el 13% de las hipotecas estadounidenses- se ha ido
extendiendo sin dramatismos, sin viernes negros
bursátiles, pero en un crescendo doloroso. La alianza
entre economía y globalización es para lo bueno y para lo
malo. Y el elenco de perdedores de la crisis no deja de aumentar
en todo el mundo.

Las turbulencias se han cobrado casi 100.000 empleos
financieros. Han dejado varios cadáveres bancarios
salvados in extremis por el sector
público. Y un agujero en la banca de medio
billón de euros que va en aumento. La crisis ha hecho
jirones en la credibilidad de los bancos centrales y sobre todo
de las autoridades financieras. Ha disuelto como un azucarillo la
confianza de la banca. Su potencial destructivo ha ido
contaminando paulatinamente la economía real. Ha acelerado
el desplome inmobiliario en mercados como el norteamericano, el
británico y el español. Países tan lejanos
como Nueva Zelanda y Dinamarca han entrado en recesión.
Estados Unidos se acerca a ese temido fantasma. Y Europa -con
España a la cabeza- empieza a verle las orejas al
lobo.

"Nosotros ya lo habíamos advertido" es una de las
frases preferidas de los economistas. En este caso, es falsa. La
verdad es que la crisis llegó de sopetón. Tras unos
meses, se argumentó que lo peor había pasado. Otro
error. Muchos pensaron que sería una breve
interrupción en el desarrollo
económico de Occidente. Una vez más, falso. Ya
nadie cree que el final del túnel llegue antes de 2010.
Menos aún con la complicación añadida de la
crisis alimentaria y energética. Pero a la espera de
nuevos episodios, las turbulencias financieras siembran una duda
más profunda. "El edificio económico del
capitalismo de mercado, que ha promovido esta expansión
económica, se ha puesto ahora en entredicho",
explicó hace unos días Alan Greenspan, ex
presidente de la Reserva Federal.

En otras palabras: la tormenta ha gestado una crisis de
fe en el sistema, que se traduce en una falta de confianza
general en la banca. No lo dice un cualquiera. Greenspan es una
de las figuras de los últimos años, un gran
gurú de los mercados. En algún momento fue casi un
oráculo para la Bolsa. Siempre se ha destacado como uno de
los más férreos defensores del neoliberalismo, por
cierto. Y así sigue. Pero su legado está ahora en
la picota.

Porque las raíces de esta tormenta financiera hay
que buscarlas en la crisis anterior -el 11-S y los estertores de
la burbuja puntocom- y en la reacción de Greenspan. La
Reserva Federal atacó esos problemas con una fuerte bajada
de los tipos de interés, que se situaron en mínimos
históricos. También en Europa. Eso generó
una fiesta de gasto en consumidores y empresas: endeudarse era
muy barato y se generó "una superburbuja", tal y como la
define el inversor-especulador George Soros. Las cotizaciones en
la Bolsa estadounidense (y en la española) se duplicaron
entre 2002 y 2006; los precios de las casas se dispararon en EEUU
(y en España); los beneficios de la banca y de las
empresas no dejaban de subir. Hasta que las subprime, apenas una
gota en el océano del sistema financiero, lo cambiaron
todo prácticamente de golpe. Según Greenspan, eso
es propio de la naturaleza
humana: "Del temor a la euforia y viceversa".

La semilla de la crisis financiera está
justamente ahí, "en esa política
monetaria con bajísimos tipos de interés, en la
laxitud de los controles financieros que permitían
acumular riesgos porque todo se vendía después con
un pelotazo, en ese largo periodo de dinero fácil",
explica desde Londres Antonio Villarroya, de Merrill Lynch. Los
bancos de inversión, el capital riesgo, los hedge funds y
la gran (y no tan gran) banca empezaron a hacer ingeniería financiera -transgénicos
financieros, según algunos analistas- para no perder el
tren de los beneficios multimillonarios.

Así empezaron los pecados del mercado, permitidos
por bancos centrales y autoridades. Los bancos estadounidenses
empezaron a conceder créditos hipotecarios a mansalva a
personas que no ofrecían garantías de cobro. Eso
son las hipotecas basura. Mientras la vivienda subió, miel
sobre hojuelas: el negocio era redondo. Tanto, que los bancos
necesitaban más liquidez para seguir concediendo
créditos. Metían las subprime en paquetes de deuda
bendecidos por las agencias de calificación, como si no
tuvieran riesgos asociados. Los sacaban fuera de su balance y los
colocaban por todo el mundo, con la absurda creencia de que
dividir la deuda supondría amortiguar el golpe si las
cosas se torcían.

Sucedió lo contrario. El tortazo fue monumental.
Cuando los primeros morosos empezaron a perder sus casas en EEUU,
los precios de la vivienda iniciaron su declive. "Ése fue
el detonante", resume Villarroya. A través de los
complejos productos estructurados que extendieron las subprime
por todo el sistema bancario, las turbulencias se propagaron
rápidamente por los mercados financieros internacionales.
Nadie quería activos contaminados, y ningún banco
compraba nada de nada para no verse salpicado.

Los bancos centrales reaccionaron para evitar que las
tensiones en los mercados interbancarios -totalmente secos-
actuaran como un canal amplificador de la inestabilidad. En los
mercados de capitales, las primas de riesgo de crédito
alcanzaron valores desconocidos desde 2001. Y en esas estamos.
"Hay un endurecimiento de las condiciones de crédito y una
revisión de las perspectivas de crecimiento, porque los
mercados financieros y la economía real funcionan como
vasos comunicantes. Sigue habiendo miedo, y ha habido episodios
de pánico. Y nada de eso cambiará hasta que se
restablezca la confianza en el sector financiero", asegura desde
Bélgica Paul De Grauwe, uno de los grandes expertos
europeos en mercados financieros y bancos centrales.

Planteamiento y nudo del thriller financiero
están retrasando el desenlace más de lo esperado.
Guillermo Calvo, catedrático de la Universidad de
Columbia, asegura que la crisis "es complicada, y no se vislumbra
una reactivación". El papel de los bancos centrales es
discutible, pero Calvo afirma que los rescates bancarios -Bear
Stearns, Freddie Mac y Fannie Mae, por ejemplo- "han evitado un
colapso financiero y en el fondo una caída generalizada
del PIB y del empleo como
sucedió en los años treinta". "El problema es que
eso trae problemas de riesgo moral [los
bancos asumen riesgos a sabiendas de que el sector público
los salvará si las cosas se tuercen], y que al prevenir
que la economía toque fondo rápidamente, la
recuperación puede tomar mucho tiempo. La recesión
no va a ser profunda, pero la recuperación va a ser
lenta", vaticina desde Nueva York.

Los expertos suelen decir que los agentes
económicos tienen mala memoria. Los
excesos que conducen a una crisis se olvidan con rapidez. Entre
los economistas hay cierto consenso en que de esta crisis deben
extraerse al menos dos lecciones: "No hay que comprar nada que no
se entienda", aconseja a la banca el economista francés
Charles Wyplosz. En el gremio hay progresistas y conservadores,
pero hasta los neocons se apuntan a una segunda petición:
"Una de las lecciones que deja la crisis es que el sector
financiero estaba infrarregulado y hay que cambiar eso", asegura
Desmond Lachman, analista de un think tank en Washington. "El
Banco de España ha sido un ejemplo en eso: impidió
que la banca española se metiera donde no debía",
añade Wyplosz.

Pero tampoco hay que esperar milagros: "Los
políticos tienen tendencia a prepararse para la guerra que
ya sucedió. Esta batalla ya se perdió. La
regulación tiene que mejorar, pero el sistema financiero
está especializado en buscarle las vueltas a las
regulaciones con nuevos instrumentos. Pasada la crisis, la banca
volverá a sorprender", añade Calvo desde Nueva
York. "La regulación, la supuesta solución a la
crisis actual, nunca fue capaz de eliminar las crisis en la
historia". Palabra de Greenspan.

-Tribuna: Paul Krugman – Perspectivas económicas
en "L" (El País – 10/8/08)

Los precios de las viviendas están en caída
libre. El desempleo
aumenta. La confianza de los consumidores está alcanzando
profundidades no vistas desde 1980. ¿Cuándo
acabará todo? La respuesta es que probablemente no antes
de 2010 o después. Barack Obama debería tomar
nota.

Es cierto que algunos expertos en pronósticos siguen esperando una
recuperación en "V", en la que la economía se
recupere rápidamente de su contracción.
Según este punto de vista, uno de estos días
volverá a amanecer en Estados Unidos.

Pero si la experiencia de los últimos 20
años sirve de guía, la perspectiva para la
economía no tiene forma de "V", sino de "L": en lugar de
una recuperación, tendremos un periodo prolongado de
resultados planos o, en el mejor de los casos, una lenta
mejora.

Empecemos por la vivienda. De acuerdo con el
índice Case-Shiller, ampliamente utilizado, el precio
medio de la vivienda en Estados Unidos caía un 17% el
año pasado. Pero estamos deshinchando una enorme burbuja
inmobiliaria, y es probable que el precio de las viviendas siga
bajando mucho más. En concreto, los precios reales de las
viviendas, es decir, los precios ajustados a la inflación
experimentada por el resto de la economía, subieron
más del 70% entre 2000 y 2006. Desde entonces han bajado
bastante, pero siguen estando un 30% por encima del nivel de
2000.

¿Deberíamos esperar que bajen hasta
alcanzar ese nivel? Bien, a finales de la década de 1980,
Los Ángeles
experimentó una gran burbuja inmobiliaria localizada: los
precios reales de las viviendas aumentaron aproximadamente un 50%
antes de que la burbuja estallase. Los precios empezaron a caer
un 25%, lo cual, combinado con la inflación constante,
hizo que los precios reales de la vivienda cayesen otra vez hasta
el nivel anterior a la burbuja.

Y he aquí el tema: este proceso tardó
más de cinco años. Los precios de la vivienda en
Los Ángeles no alcanzaron su punto mínimo hasta
mediados de los años noventa. Si la actual
contracción inmobiliaria sigue el mismo calendario, no
veremos una recuperación hasta 2011 o más
tarde.

¿Y qué hay de la economía en
general? Podríamos sentir la tentación de
consolarnos con el hecho de que las dos últimas
recesiones, la de 1990-1991 y la de 2001, fueron bastante cortas.
Pero en ambos casos, el fin oficial de la recesión fue
seguido por un largo periodo de lento crecimiento
económico y un aumento del desempleo que a la
mayoría de los estadounidenses les parecía una
recesión continuada.

Así, la recesión de 1990 acabó
oficialmente en marzo de 1991, pero el paro siguió
creciendo durante buena parte de 1992, y eso permitió a
Bill Clinton ganar las elecciones basándose en la frase
"es la economía, estúpido". La siguiente
recesión empezó oficialmente en marzo de 2001 y
acabó en noviembre, pero el desempleo siguió
aumentando hasta junio de 2003.

Estos prolongados episodios parecidos a una
recesión probablemente reflejan la naturaleza cambiante
del ciclo empresarial. Las recesiones anteriores fueron
más o menos diseñadas deliberadamente por la
Reserva Federal, que subió los tipos de interés
para controlar la inflación. Las contracciones modernas,
en cambio, han sido como resacas después de los brotes de
exuberancia irracional: el ahorro y el crédito
inmobiliario gratis para todos en la década de 1980, la
burbuja tecnológica en los años noventa y ahora la
burbuja inmobiliaria.

Poner fin a las antiguas recesiones era fácil,
porque todo lo que la Reserva Federal tenía que hacer era
aminorar el ritmo. Acabar con las contracciones modernas es mucho
más difícil, porque la economía necesita
encontrar algo que sustituya a la burbuja pinchada.

A la Reserva Federal, en concreto, le está
resultando difícil encontrar tracción en las
recesiones modernas. En 2002, se tenía la fuerte
sensación de que estaba "tirando de un hilo":
seguía rebajando los tipos de interés, pero nadie
quería endeudarse hasta que empezó la burbuja de la
vivienda. Y ahora está volviendo a ocurrir. The Onion,
como es habitual, daba directamente en el clavo con su reciente
titular: "Nación
plagada de recesiones busca nueva burbuja en la que
invertir".

Pero probablemente no encontraremos otra burbuja, o al
menos una lo suficientemente grande como para alimentar una
recuperación rápida. Y esto tiene, entre otras
cosas, importantes implicaciones políticas.

Teniendo en cuenta la situación de la
economía, es difícil ver cómo puede Barack
Obama perder las elecciones de 2008. Una anécdota: esta
semana, al pasar por delante de una multitud que esperaba ante
una sucursal de IndyMac, el banco que ha quebrado, un conductor
gritó al pasar: "¡La economía de Bush no ha
funcionado! ¡Ladrones republicanos de derechas!". La
multitud lo vitoreó.

Pero lo que la economía da, también lo
quita. Si la actual recesión sigue el típico
patrón moderno, la economía seguirá
deprimida hasta bien entrado 2010, o incluso más;
suficiente tiempo para que la ciudadanía empiece a culpar al nuevo
titular, y lo castigue en las elecciones de mitad de
mandato.

Para evitar ese destino, Obama -si se convierte en el
próximo presidente- tendrá que moverse con rapidez
y energía para dar solución al descontento
estadounidense con la economía. Eso supone otro plan de
incentivos,
mayor, mejor y más sostenido que el que ha aprobado el
Congreso a principios de año. También significa
aprobar medidas a más largo plazo para reducir la ansiedad
económica: sobre todo, atención sanitaria para todos.

Si me preguntan a mí, no hay mucho suspense en
las elecciones de este año: si no comete errores
extraordinarios, Obama ganará. Suponiendo que gane, la
verdadera cuestión es qué hará con su
victoria.

(Paul Krugman es profesor de Economía de la
Universidad de Princeton. © The New York Times News
Service)

– Tribuna: Laboratorio de ideas Paul A. Samuelson – Al
rescate obligado de bancos y Wall Street (El País –
10/8/08)

Debido al fracaso total que ha tenido anteriormente la
regulación firme por parte del gobierno de los bancos
comerciales, los bancos de inversión, los fondos de
cobertura, las entidades de crédito hipotecario y otros
fondos privados de capital riesgo, Estados Unidos se encuentra
ahora sumido en una crisis financiera semiletal, y seguirá
así durante un tiempo considerable.

Las alzas y los bajones del mercado inmobiliario son
algo que se ha ido repitiendo a lo largo de siglos de historia
económica. En una columna anterior, en mayo,
aparecían especificados los sospechosos de rigor a los que
tenemos que culpar de provocar este último desplome
financiero, el peor de la historia, en Estados Unidos y fuera de
sus fronteras. Desgraciadamente, una semana tras otra, los
titulares ponen ahora en evidencia lo grave que es el desastre
que han dejado tras de sí estos sospechosos.

Por consiguiente, mi tarea en este artículo es
proporcionar un análisis serio de cómo y por
qué será necesario un gasto gubernamental de calado
en ayudas para restablecer la estabilidad en los principales
bancos, en Wall Street y en los mercados extranjeros.

Las pérdidas tanto de prestamistas como de
prestatarios son tan inmensas que ningún banco privado de
inversión, ningún banco privado comercial,
ningún grupo privado de inversiones y ningún
superrico Warren Buffet podrían verse impulsados
jamás a rescatar a los principales afectados.

Sí, es verdad que el interés
público exige que se salve a Fannie Mae y a Freddie Mac.
Pero sólo un ingenuo podría pensar que cuando se
les salve, sus bienhechores gubernamentales vayan a librarse de
sufrir pérdidas grandísimas.

El capitalismo privado puro nunca se puede salvar a
sí mismo después de haber generado burbujas
especulativas muy extendidas. Ésa es la razón por
la que se fundaron en un principio los bancos centrales, como el
Banco de Inglaterra, el Banco de Suecia y el sistema de la
Reserva Federal de 1913. A todos los sistemas
capitalistas de mercado les resulta imprescindible una "entidad
crediticia de último recurso".

La tarea del Gobierno consiste en perder dinero, no en
favor de magnates ricachones ni de especuladores cegatos, sino de
organismos de interés público, como Reconstruction
Finance o las agencias nacionales de la vivienda.

La policía y los bomberos consumen la
recaudación fiscal
presente y futura. Esto no es un despilfarro. Es una
asignación razonable y prudente de los recursos de la
sociedad.

El presidente Franklin Roosevelt no llevó a
Estados Unidos a la bancarrota cuando salvó al capitalismo
de la Gran Depresión. Todo lo contrario: en 1939, cuando
Hitler
amenazó con conquistar el mundo entero, el Estados Unidos
de Roosevelt era tan sólido económicamente que fue
capaz de derrotar a los agresores alemanes por segunda vez, en
1945, al igual que lo había hecho en 1918.

Los lectores se preguntarán si la Reserva Federal
y los sistemas financieros estadounidenses podrían acabar
quebrando como consecuencia de la carga que representan
actualmente los rescates.

La comprensión profunda de los recursos
macroeconómicos del Gobierno da a entender que entre el
gasto fiscal deficitario del Tesoro estadounidense, primero, y el
dinero nuevo que crea el sistema de la Reserva Federal, en
segundo término, se podrían saldar todas las deudas
del erario público denominadas en dólares, incluso
si el caos de las hipotecas subprime fuera el doble de fuerte de
lo que va a ser entre ahora y 2010. Por tanto, no hay realmente
que temer que vaya a producirse la clase de
depresión que el presidente republicano Hoover le
legó al presidente demócrata del New Deal, Franklin
Roosevelt.

Una vez que hayan comprendido este punto,
deberían seguir preguntándose si el éxito
de la ayuda a Fannie Mae, a FDIC y a otros organismos nuevos de
préstamo hipotecario no hará que Estados Unidos se
convierta en una economía típica de una
república bananera, con una inflación galopante
como la Alemania de 1923 o el Zimbabue de 2008.

Mi sobria respuesta a esto hace referencia una vez
más a la historia económica de la Gran
Depresión, entre 1929 y 1939, y a las macrohistorias de la
II Guerra Mundial,
entre 1940 y 1946. Durante la guerra, cerca de la mitad de
nuestro PIB se gastaba en librar la guerra

En comparación con esa época y con la de
la Depresión, las actividades futuras del presidente de la
Reserva Federal, Ben Bernanke, y del secretario del Tesoro
estadounidense, Henry Paulson, parecerán nimias. De hecho,
hasta el momento, nuestra inflación anual actual del 5% se
debe a los sobresaltos de la oferta microeconómica y no a
la expansión de la moneda impresa.

Actualmente, el dinero no es en absoluto "fácil".
El crédito está anormalmente restringido para
cualquier inversión que implique un riesgo considerable.
Como estamos en una época de bancarrotas y de embargos,
casi todo será arriesgado ahora mismo. Pregúntenle
a cualquier pistolero de un fondo de cobertura o intenten lograr
financiación para comprarse una ganga de casa que se ha
puesto barata en su barrio.

Durante demasiado tiempo, los expertos de Wall Street y
los economistas de la Casa Blanca contaban con que hubiera un
aterrizaje suave y modestamente débil. En sus habituales
cálculos "consensuados" incluían una caída
en torno al 1% en el
crecimiento del PIB por los empleos perdidos en la
construcción y quizás un descenso adicional del
1,5% por la pérdida de valor neto de los propietarios de
viviendas. Y está claro que nadie podía dejar de
notar que los efectos de los elevados precios del petróleo
y de los productos básicos de la cámara de
comercio estadounidense iban a sentirse en el gasto de los
consumidores en 2008.

Esto es igual que la diferencia entre diagnosticar una
gripe suave y un cáncer en fase de metástasis.
Utilizo esta temida palabra a propósito: la radiación
puede frenar el crecimiento del cáncer en el cuello, pero
no hay ningún escáner
moderno ni Rayos X que
puedan detectar a priori en qué parte del dedo gordo del
pie va a aparecer ese tipo de cáncer.

Un colapso financiero se le parece mucho. Ayudar a la
moribunda empresa Bear
Stearns puede mantener su caparazón con algo de vida. Pero
en pocas semanas, Merrill Lynch y Lehman Investment Bank
estarán a las puertas de la muerte. Y
quizás un centenar de bancos comerciales locales sean los
siguientes en la lista de rumores. Quizás.

Todo se vuelve "quizás" cuando la transparencia
se acaba y tiene lugar un hiperapalancamiento no
realizado.

Una vez que se devuelva con seguridad a Bush
a su rancho de Crawford, Tejas, un nuevo Congreso
recuperará para el pueblo estadounidense la base fiscal
original que el presidente Bush y el vicepresidente Cheney han
estado desperdiciando en las clases con ingresos
multimillonarios.

Después de 1929, ninguna democracia
razonable va a volver a seguir el lema del secretario del Tesoro
Mellon: liquida, liquida y liquida; paciente, cúrate a ti
mismo.

El poeta Robert Frost escribió: "El hogar es el
lugar en el que, cuando tienes que ir a él, te tienen que
acoger". Lo mismo ocurre con los votantes de la
actualidad.

Cuando las cosas se vienen abajo, tenemos que empezar a
reconstruir el lugar en el que vivimos.

(Paul A. Samuelson. Distribuido por Tribune
Media Services (c) 2008)

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