Estudios formales de secundaria en el Colegio de Varones
de San Cristóbal y menos protocolares en la
ejecución de la flauta y del violín – esas
iniciales melodías compinches del alma
núbil de Cipriano que años después El
Restaurador convertirá en danza,
cabriola, pirueta y afiebrado baile – el joven Castro es enviado
luego a la vecina ciudad de Pamplona para realizar en su
reconocido Seminario, esta
vez, estudios sacerdotales. En su exhaustivo libro Los
Días de Cipriano Castro, el ensayista Mariano
Picón Salas ilustra a cabalidad las acciones y
conductas que llevaron primero a nuestro revoltoso joven al
seminario de Pamplona, y, luego, a su primer asilo en la siempre
acogedora localidad de Cúcuta: "Con unos jóvenes de
apellido Cacique, el adolescente Castro había sido de
aquellos bronquinosos jefes de banda que en los campos
tachirenses organizaban sancochos que solían terminar a
tiros, o raptándose a una muchacha labriega. En los
días de su adolescencia
se fijan – revelando el volcanismo de su carácter – varios hechos
significativos: su permanencia en el Seminario de Pamplona y el
duro castigo que le impone su padre – unos buenos
cuerazos, anotamos nosotros – , una curiosa carta al General
Antonio Guzmán Blanco, la agresión a
revólver al cura Cárdenas que no produjo mayores
consecuencias, y la fuga de la cárcel de San
Cristóbal". (Picón Salas. 1986,40). Sin embargo,
los historiadores coinciden en señalar que esta
pasantía de seminarista en Pamplona, fue muy fértil
para el futuro Caudillo. Allá, el fallido pastor de almas
aprendió versos de Ortiz y de Conto, se informó de
los principios del
pensamiento
liberal colombiano, asistió a algunos de sus combativos
mítines y pudo adentrarse en la oratoria
política
que tanto le fue útil en su carrera
política.
De regreso a la capital del
Táchira, el díscolo Castro ejerce diferentes
oficios comerciales y boticarios, sin embargo, como bien lo
apunta Polanco Alcántara: "el joven comerciante no
resultó pacífico: Peleas personales, disparos,
heridas, y sobre todo la enemistad con Espíritu Santos
Morales, prefecto de San Cristóbal, lo lleva, en 1884, al
exilio". Entre las más destacadas de sus acciones de
indocilidad, se registra el legendario ataque armado que el joven
revoltoso realizó contra el Presbítero
Cárdenas, lo que le valió el epíteto de
"asesino de curas". Recluido en la cárcel de San
Cristóbal, liberado en novelesca evasión por
Cacique, su amigo de lances y correrías, Cipriano, acosado
por diferentes flancos y circunstancias, se extraña por un
tiempo de la
tachirense comarca para refugiarse en la cercana
Cúcuta.
Un guerrero en
ciernes
"…Vi cuando Castro le quitaba el
máuser a
un soldado, le zumbaba un machetazo
a
otro, le hacía un tiro de
revólver y lo
apuntaba con un fusil: Los pelotones
de
soldados enemigos lo apuntaban y le
hacían
descargas a quemarropa y él se
agachaba o
se tiraba al suelo para
eludirlos (…) Yo
creía que lo habían
matado cuando de
pronto lo veía surgir por otro
lado,
ensoberbecido, blandiendo el machete
y
gritando voces de
mando. Cuando cesó
el fuego pedí una entrevista con
el Coronel
Castro."
Juan V. Gómez comentando la
Batalla de Capacho
Aislado de su terruño por primera vez en uno de
esos exilios recurrentes que parecen ser su inexorable destino,
el joven Cipriano participa en novedosas intrigas; las viejas y
familiares con el Padre Cárdenas y sus hermanos Alberto y
Pedro, ya rindieron sus conocidos y negativos efectos. Ahora,
otras rencillas, las que alimentan un regionalismo dual expresado
tanto contra los centralistas caraqueños como contra el
predominio de los caudillos trujillanos, se hacen presentes en el
ánimo del guerrero en ciernes. Picón Salas
recuerda: "El Táchira – la tierra
más nueva y de menos ejecuciones históricas de la
Cordillera – comenzaba ya a convulsionarse, y gentes
tozudas, previsoras y laboriosas (distintas de los
románticos guerreros de Trujillo y de los
oligárquicos doctores de Mérida) pedían
mayor participación en la política". (Picón
Salas, 1986,35). Cipriano Castro será uno de esos
tachirenses alzados.
El joven Castro inicia en Cúcuta amores con su
futura esposa la señorita Zoila Rosa de Martínez, y
además de soñar con ella en sus noches de insomnio,
fantasea con la idea de revivir la hazaña integradora del
Libertador Bolívar y
de restaurar el ideario liberal que los liberales amarillos
habían mancillado, y, sobre todo, poner en su sitio al
Prefecto de San Cristóbal, el General Espíritu
Santos Morales, el celebre Patón Morales. La oportunidad
de hacer efectiva su recóndita pasión de guerrero
se le presenta rápidamente.
En 1885, el también exiliado doctor y General
Carlos Rangel Garbiras comandan una invasión contra el
gobierno del
Táchira, en la que se alista, a sus veintisiete
años, con el grado de Coronel, el joven Castro. La
expedición es derrotada en las cercanías de Rubio
en la Batalla del Cerro Escalante. Vencidos y de regreso a
Cúcuta se planea una nueva invasión al
Táchira. En 1886, el General Segundo Prato,
acompañado por varios coroneles, entre ellos nuestro
Castro, toma por asalto Capacho. En esta acción
bélica el Coronel Cipriano Castro se destaca y
después de sus aguerridas y exaltadas actuaciones, a su
regreso al campamento, es nombrado Subjefe del Estado Mayor,
para al día siguiente en otra valerosa faena derrotar en
el propio Capacho, esta vez, al General Espíritu Santos
Morales, lo que le valió su nombramiento como General.
Esta batalla marcó el
inicio de la carrera política y militar del nuevo
Caudillo.
Uno de sus biógrafos resume
estupendamente la confusa situación militar y
política que se plantea en el Táchira de entonces:
"Las luchas se desenvuelven por los lados de los dos Capachos y
culminan en algo original: el delegado del Gobierno Nacional,
general Juan B. Araujo, encargado de poner orden y haciendo uso
de su autoridad,
cambia a las autoridades locales, con lo cual da la razón
a los revolucionarios. El antiguo jefe del gobierno, Morales,
retirado oficialmente se convierte entonces en "alzado" contra
las nuevas autoridades. En esas luchas muere mucha gente y
culminan inesperadamente con Morales exiliado y con Castro en
funciones de
segundo jefe de las fuerzas del gobierno (…) Llega
así el año de 1888: "El Estado de
los Andes" previsto en la nueva Constitución de 1881, debía tener un
nuevo "gobernador" para cada una de sus secciones. El presidente
del Estado resultó ser Carlos Rangel Garbiras. Por razones
complejas, Castro, a quien sus andanzas ya habían
convertido en general, fue designado como gobernador de la
sección Táchira". (Polanco Alcántara.
1991,35 y 36)
Un gobernador
bisoño
Los hombres chiquitos como yo debemos
ganarnos
la estatura que no nos dio la naturaleza.
Cipriano Castro
Del campo de batalla al Palacio de Gobierno, de la
milicia a la civilidad, a sus recién estrenados 30
años de edad, Cipriano Castro, en esos albures de la vida,
es escogido Gobernador de la Sección Táchira del
Estado de Los Andes. Sintetiza Gerson Rodríguez
Durán: "Al caer el Régimen Guzmancista
Espíritu Santos Morales fue depuesto de la
Gobernación del Táchira y el General Francisco
Alvarado, Presidente del Gran Estado de Los Andes, sustituido por
Carlos Rangel Garbiras. Este pretendió imponer a Gregorio
Noguera como Gobernador; pero de inmediato se formó un
Comité de apoyo a la elección de Castro, presidido
por el doctor Santiago Briceño Ayesterán. A finales
de 1887 Castro fue electo Gobernador y reconocido como tal por el
Presidente Francisco Rojas Paúl". (Rodríguez
Durán. 1999, 155).
Por dos largos e intensos años, interrumpidos por
una breve ausencia temporal, permanece el futuro
Restaurador al frente de la gobernación. Sus
realizaciones son reconocidas por la comunidad
tachirense y por la nacional, y por futuros historiadores.
Ramón J.
Velásquez expresa: "El gobernador Castro realiza una labor
administrativa que consolida su prestigio regional. Reclama los
títulos de propiedad para
las comunidades indígenas de Capacho, pide al gobierno
nacional caminos que unan al Táchira con el resto del
país promueve una encuesta en
donde pregunta a los notables de la región si como
gobernador ha atropellado los derechos de algún
ciudadano. Finalmente un conflicto con
el clero de San Cristóbal que determina el temporal cierre
de las iglesias, ocasiona el primer enfrentamiento con Rangel
Garbiras. Ya se empieza a hablar de castrismo y de
ciprianismo". (Velásquez, 1991, 58).
En fin, Cipriano Castro ejerce con relativo éxito y
aceptación de la comunidad
regional la Gobernación del Táchira, siempre con la
férrea oposición de los rangelistas y de los
liberales amarillos, amén de una sojuzgada revolución
de curas a raíz de una venganza por mampuesto cuando uno
de sus seguidores le infligió en el mercado municipal
unos planazos a su pasado rival, el Presbítero
Cárdenas.
Un diputado
ruidoso
Más ruidoso que carro viejo y diputado
nuevo
Andrés Eloy Blanco
La sardónica apreciación del poeta
cumanés ha podido aplicarse al Cipriano Castro que
resultó electo en 1890 como nuevo diputado al Congreso de
la
República, cargo electivo que ejercerá hasta
1892. Se traslada el electo diputado a Caracas para ejercer sus
tareas de parlamentario por el Táchira. Prontamente
destaca por su provinciana vestimenta, su valentía, su
afán nacionalista, por sus ásperas críticas
al guzmancismo y por sus encendidos discursos
más propios de un jacobino en plena Revolución
Francesa, así como por la particular manera de
aporrear la gramática castellana – me forzo
por me fuerzo – y por la peculiar forma como discursea,
recalcando las consonantes finales, duplicándolas casi.
Como bien apunta Picón Salas: "desde el ángulo que
se le observe, es don Cipriano el más original, para otros
el más valiente de los diputados de 1890 (…) Muchas
personas lo esperan a la salida del Congreso o acuden a verlo con
suma curiosidad en la pensión de la Calle de Carmelitas
donde se aloja. A Don Cipriano le gusta hablar con prodigalidad a
los periodistas, quienes confiesan que para su oficio de guerrero
es demasiado elocuente". (Picón Salas, 1986,
49).
El pequeño diputado, el gallito andino,
como también han de llamarlo sus detractores, vestido con
su jipijapa provinciano, con sus ajustados pantalones, con su
pesada leontina y su levita gris, se reúne y conspira con
los anti – guzmancistas contra los defensores del anquilosado
Liberalismo
Amarillo. Se une el ahora ensalzado congresista a las tertulias
vespertinas donde participan los Generales Julio Sarria, Jacinto
Lara, Juan Pietri, se hace cercano a don Domingo Antonio Olavaria
y a muchos otros personajes de relevancia en la política
caraqueña (Ramón Ayala, Gregorio S. Riera,
José A. Velutini, Manuel Antonio Matos, Laureano
Vallenilla, Alejandro Urbaneja, entre otros), y se constituye en
una especie de alter ego de su mentor Santiago
Briceño. Igualmente, se hace decidido seguidor del doctor
Raimundo Andueza Palacio. Ramón J. Velásquez
recuerda que: "En 1892, el empeño del Presidente Andueza
Palacio de permanecer en el poder divide
el liberalismo amarillo en continuistas y legalistas, y Castro se
proclama anduecista".
Esta proclamación de intenciones, esta toma de
postura a favor del continuismo de Andueza en la Presidencia de
la República, va a tener importantes repercusiones para el
novel diputado que regresa súbitamente a sus viejas
andanzas de valeroso guerrero.
El exiliado
epistolar
Cuento apenas
con 34 años de edad, de los cuales 17 se
los
he consagrado hasta hoy a la Patria, con el fuego y
ardor
de la juventud y las
convicciones que me han alentado, no
arredrándome jamás la
lucha.
Cipriano Castro
Al proyecto
continuista de Andueza Palacio reacciona prontamente el General
Joaquín Crespo, quien se pone al mando de la
Revolución Legalista para combatir la reforma de la
Constitución que extendería el período de
gobierno. El Presidente Andueza, ante la amenaza armada, nombra a
Cipriano Castro Jefe de las Fuerzas del Gobierno en
Táchira, quien parte de la Guaira a Maracaibo provisto de
hombres y de generoso parque. Un sintético y vivaz "parte
de guerra" nos
informa con detalle de lo ocurrido desde la llegada de Castro a
Maracaibo hasta su decisión de exiliarse de nuevo en
Cúcuta: "…supo de que en el Táchira
había estallado el movimiento
legalista; y en Puerto de Guama que los conservadores
trujillanos, al mando de Eliseo y Pedro Araujo, habían
tomado San Cristóbal sin que el Gobernador Cayo Mario
Quintero hubiera asumido su defensa. Ignoraba que éste,
escoltado por fuerzas militares al mando del General José
González, había resuelto partir hacia Colón
para encontrase con él"… Castro…"en el
trayecto se informó que Colón estaba siendo atacado
por trujillanos. Apresuro la marcha y en la mañana del
día siguiente llegó a Colón en momentos en
que se combatía fuertemente. De inmediato se puso al
frente de la situación y en EL Topón logró
derrotar los 2000 hombres del ejército trujillano, cuyos
restos huyeron hacia Mérida (…) Castro
trasladó el parque; y cuando se enteró que
Espíritu Santos Morales, partidario de Crespo,
había salido de Trujillo, al mando de un ejército
compuesto de 1500 soldados, procedió a acopiar elementos
para la defensa de San Cristóbal. Cuando Morales
llegó resistió sus acometidas e impidió que
tomará la ciudad (…) Castro se impuso y
derrotó a Morales, quien huyó a Mérida
(…) Castro siguió a Mérida para reunirse con
los Generales José María Gómez, Delegado
Nacional del Gobierno del Presidente Andueza, y Diego Bautista
Ferrer, quien a su paso por Trujillo había derrotado a las
fuerzas legalistas. Conferenció con ambos oficiales y les
propuso unificar los ejércitos para seguir hacia el Centro
a combatir a Crespo, pero éstos resolvieron consultar la
opinión del Presidente de la República (…)
éste le informó a Castro que el Gobierno contaba
con suficientes elementos para derrotar la Revolución
Legalista y le ordenó regresar al Táchira y esperar
nuevas instrucciones, Castro llegó a San Cristóbal
y decretó la autonomía política de de la
Sección. Luego apoyado por un movimiento de
opinión, se encargó de la Gobernación, desde
cuya posición se dedicó a esperar el resultado de
los acontecimientos. Entre Agosto y Noviembre de 1892
ejerció el cargo, hasta que finalmente Andueza fue
derrocado". (Rodríguez Durán. 1998, 160 a
162).
Uno de las primeras disposiciones del nuevo Gobierno de
Crespo es decretar el enjuiciamiento de Andueza Palacio y sus
más cercanos colaboradores, incluyendo a Cipriano Castro,
quien huye y se destierra en el fundo Bella Vista
cercano a la Villa del Rosario. Su segundo hombre al
mando en esta corta campaña militar contra los legalistas,
Juan Vicente Gómez, se asila también en
Cúcuta, en un fundo colindante al de Castro, al que
llamó Buenos Aires. Se profundiza una
relación de amistad y afecto
entre estos dos compadres que la ambición por el poder
político ya se encargará de demoler.
Son siete largos años de exilio (1892 –
1899) en los que Castro se encarga de afinar su pensamiento
restaurador y de profundizar sus relaciones con los diversos
jefes liberales continuistas asilados en Curazao, Nueva York y
París. Cartas, esquelas,
misivas, mensajes, en fin, todas las formas del género
epistolar serán el medio privilegiado por el
Cabito para transmitir sus idas y arraigar su liderazgo. En
1893, Castro, aprovechando la amnistía acordada en la
nueva Constitución, sale a Caracas para conversar con el
Presidente Crespo acerca de la situación de sus protegidos
Andes. Pero Crespo, escasamente interesado en las propuestas y
consideraciones del exiliado lo hace esperar por largas horas en
la antesala de su despacho presidencial en la vieja casona de
Santa Inés, y, finalmente, le concede una corta y
cortés entrevista, luego de la cual comenta a sus
allegados y aduladores: "Ese es un indiecito que no cabe en su
cuerito".En 1895, Castro viaja a Curazao para participar en una
abortada invasión contra Crespo, organizada por
José Ignacio Pulido y Ramón Ayala. Decepcionado de
las intrigas y de las rivalidades entre los continuistas, regresa
a su abandonada hacienda cucuteña para continuar
redactando sus innumeras cartas y más tarde sus encendidos
artículos de prensa en el
nacionalista e antiimperialista periódico
El Venezolano.
Desesperado Crespo ante el creciente fracaso de su
gobierno, llama al General Manuel Antonio Matos para que organice
la vacilante administración
pública. Matos a su vez, por instrucciones de Crespo,
invita a Castro a participar en el reformulado gobierno
crespista, ofreciéndole la Aduana de
Puerto
Cabello, la que airado rechaza para demostrar que no siempre
"dádivas quebrantan peñas". En realidad, Castro,
como ya lo había expresado al propio Presidente, aspiraba
nuevamente a la Gobernación del Táchira, la que,
por supuesto, Crespo no tenía ningún interés
político en otorgársela.
En 1897, elecciones presidenciales en puerta, Castro se
pronuncia por la candidatura de Carrillo en contra de la de
Ignacio Andrade, escribe sucesivas cartas públicas
criticando la intervención de Crespo en la selección
del candidato presidencial del partido liberal amarillo y
proponiendo la convocatoria de una convención nacional
para la escogencia del candidato de entre las precandidaturas de
Andrade, Castillo, Arismendi Brito, Tosta García y Rojas
Paúl. A las cartas públicas y a las peticiones de
dialogo y
entendimiento de Castro, Crespo comenta una vez más: "el
indiecito no cabe en su cuerito". En el calor del
debate
electoral, Domingo Antonio Olavaria, viejo contertuliano del
exiliado, propone el nombre de Cipriano Castro como eventual
candidato presidencial de consenso.
Decepción tras decepción, el
Cabito continúa con su trabajo
político, arrecia su nacionalismo
– su antiimperialismo -, escribe y organiza comités
de apoyo en el Táchira, se percibe presidenciable, propone
un nuevo partido, El Democrático, un nuevo
periódico, El Demócrata, y comienza sobre todo a
sentar las bases organizativas de la futura Revolución
Liberal Restauradora. Como bien lo expresa Picón Salas
refiriéndose a este periodo de largo pero
fructífero exilio epistolar de Castro: "Son entre el 92 y
el 99 los años de diáspora y de "égira";
también de preparación para una guerra
santa".
La
Revolución Liberal Restauradora
Así que disponemos de 58
hombres;
y el General Gómez y yo somos
60…
Cipriano Castro
Y la andina Guerra Santa tomó forma, ocupó
lugar, entusiasmó primero a pocos y luego a muchos, tuvo
éxitos tempranos y sumados cabecillas, y, en especial,
inevitables y decisivas negociaciones políticas,
fue conocida por la Historia Patria como la
Revolución Liberal Restauradora, a cuya cabeza
estuvo desde sus inicios Cipriano Castro al mando de escasos
sesenta hombres que "aguardaban con sus cabalgaduras y
chamarretas, ajustados los revólveres en el corredor de
Bellavista. Se les sirve café y
escancian a pico de botella el garrafancito de ron de la Ceiba".
(Picón Salas, 1986,63). Citemos otro breve "parte de
guerra" acerca de la evolución de esta asonada restauradora que
se inició el 23 de mayo de 1899 en los márgenes del
Río Táchira hasta llegar victoriosa, cinco meses
más tarde, ochenta y un días después, a
Caracas, el 22 de octubre de de 1899, diez fechas después
del cumpleaños 41 del General Cipriano Castro: "En
adelante Castro realiza una campaña en la cual destacan
los siguientes hechos armados: Tononó (26.8.1899), Las
Pilas
(27.5.1899), El Zumbador (9.6.1899), Cordero (28.6.1899), Tovar
(6.8.1899), Parapara (26.8.1899), Nirgua (2.9.1899) y Tocuyito
(14.9.1989). El presidente Andrade abandona el país por el
incontenible avance del <<Restaurador>>, quien entra
a Caracas el 22 de octubre de 1899 para convertirse en primer
magistrado hasta diciembre de 1908". (Diccionario de
Historia de
Venezuela, 1997, 741).
La historiografía venezolana es pacífica
en señalar que los inicios de la Revolución
Restauradora hay que buscarlos en la reacción contra la
ineficiencia y el debilitamiento progresivo del gobierno de
Ignacio Andrade. En efecto, se señala que el
régimen andradista se desestabiliza lentamente debido
entre otros factores al principalísimo, a la
pérdida física del principal
apoyo de Andrade, el General Joaquín Crespo, quien fallece
el 16 de abril de 1898 en la Batalla de La Mata Carmelera, cuando
enfrentaba las fuerzas insurrectas del General Hernández,
el célebre Mocho. Rodríguez Durán
expresa que "su trágica desaparición
significó una verdadera desgracia nacional, enlutó
al país y abrió camino para el caos absoluto. En
ese momento El Taita era el máximo caudillo civil
y militar de Venezuela". A
esta pérdida fundamental se suman otras circunstancias no
menos importantes: la disminución de los ingresos fiscales
y las crecientes presiones de los gobiernos extranjeros para el
pronto pago de la deuda extranjera contraída por la
Republica. Además, desde la perspectiva de Castro, se
añade el decreto de la reforma constitucional del 22 de
abril que intenta, en perjuicio de la
organización político – territorial
existente, devolver las "autonomías históricas" a
ciertas regiones del país para crear un total de veinte
estados.
Bajo la enseña "nuevos hombres, nuevos ideales,
nuevos procedimientos",
el Presidente Castro inicia su mandato designando –
paradójicamente – un gabinete ministerial integrado en su
totalidad por rancios protagonistas del combatido Liberalismo
Amarillo, sin ninguna participación del grupo andino
que lo acompañó en su gesta restauradora. Ya el
General José Ignacio Pulido, nuevo Ministro de Guerra, se
lo había advertido tajantemente: "Muy mal hecho Cipriano.
Muy mal hecho". La reacción ante estos nombramientos no
provino – extrañamente – del grupo de andinos sino
del General nacionalista Hernández, El Mocho;
quien al ver designados como ministros en el gabinete en estreno
a sus tradicionales enemigos políticos, rompió su
nombramiento como Ministro de Fomento y se volvió a alzar
en armas, esta vez
contra el iniciado Gobierno de Castro.
Variadas son las sucesivas y crecientes
insubordinaciones militares contra La Restauración:
tempranamente también el General Antonio Paredes se niega
a entregar la fortaleza de Puerto Cabello al farsante Pablo
Bolívar, desafiando al propio Castro para que fuese a
arrebatársela personalmente; en octubre de 1900,
Nicolás Rolando proclama la autonomía de Guayana;
en diciembre, Celestino Peraza inicia una rebelión en los
llanos; Pedro Julián Acosta incita, por su parte, a la
insurrección en Oriente; Juan Pietri lo imita en Carabobo.
Allende las
fronteras occidentales, el viejo aliado de Castro y ahora
ardiente opositor, Rangel Garbiras, invade desde Colombia por el
Táchira. Ante estas continuadas, inconexas y aisladas
rebeliones armadas, el Presidente Castro opone, por un lado, una
visión unitaria y de conjunto de la acción militar
de su gobierno, los encargados de ejecutarla serán sus
aliados, los oficiales restauradores andinos, y primordialmente
su compadre Juan Vicente Gómez, y, por el otro, la
inteligente estrategia de
concebir un nuevo y eficiente ejército nacional. Pino
Iturrieta, en apretado texto del
Diccionario de Historia de
Venezuela, p.743, asienta: "Desde los primeros meses de 1901,
Castro eleva el pie de la fuerza
nacional hasta 30 batallones, provee de armamento moderno a la
oficialidad, aumenta el parque de reserva mediante la
adquisición de fusiles modernos, compra trenes de
artillería de montaña, funda una maestranza general
para el servicio de
las 3 armas, crea el arsenal de la Marina e introduce algunas
variantes en el uniforme de la tropa. Con estas reformas,
ocurridas entre 1901 y 19002, sienta las bases para la
liquidación de la manera antigua de hacer la guerra y para
la creación de una organización militar diferente a la
montonera." Uno tras otro de los insurrectos fue derrotado por el
ejército de la República para mayor gracia de
Castro y de sus generales, y, en especial, de su compadre Juan
Vicente, El Salvador del Salvador.
Pero no sólo fueron los sublevados militares los
que realizaron una feroz oposición a Castro. Inés
Quintero confirma: "No obstante, progresivamente, nacionalistas y
liberales amarillos, escritores, políticos, prominentes
hombres de la ciencia y
de los negocios e
incluso empresas
extranjeras con intereses en Venezuela, confluyen en un
movimiento de carácter nacional cuyo objetivo es
desalojar a Cipriano Castro del poder. Se trata de la
Revolución Libertadora, principal movimiento de
oposición a Castro y episodio definitivo en la
liquidación de las luchas caudillistas en Venezuela".
(Quintero, 1991, 91).
En efecto, a la sublevación armada de
nacionalistas y amarillos se suman otros factores
económicos y financieros que, unidos a la ineficiencia
oficial, conducen al país a un profundo déficit
fiscal que
hace perentoria la necesidad de que el gobierno recurra al
financiamiento
de la banca privada. En
enero de 1900, Castro convoca al potentado General Manuel Antonio
Matos, propietario y director principal del Banco de
Venezuela, a una reunión en la que le solicita el concurso
financiero de la entidad bancaria para ayudar a cerrar la aguda
brecha fiscal. Ante la evasiva del banquero y en respuesta a su
carta en la que aconseja a Castro una fórmula de
obtención de fondos que no implique la
participación de su banco ni mayor violencia a la
existente, los directores del Banco Caracas y el presidente y
secretario del Banco de Venezuela fueron conducidos a
prisión. En las temidas cárceles de la Rotunda
primero, en su aterrador "tigrito" luego, Matos los
acompañará días después. Picón
Salas narra vividamente lo ocurrido con los banqueros y el
desenlace a corto y a mediano plazo: "Y varios días
después, entre dos hileras de soldados, sacan a los
banqueros del presidio y los hacen recorrer a pie las populosas
calles que median entre la prisión y el Ferrocarril
inglés.
Circulaba la noticia de que los mandarían a las
bóvedas de San Carlos, pero sólo se trataba de una
procesión bufa. Don Bernardo Lassére, Presidente de
la Junta Directiva del Banco de Venezuela, meditó bastante
en sus horas de presidio, y accedió a que la
Institución prestara al Gobierno el dinero
pedido. Ahora todos recobraban la libertad, y
don Cipriano hace una visita de cortesía a los Bancos como para
borrar cualquier agravio: En estas curiosas relaciones suyas con
la Economía Nacional en que pasará de
la violación al halago, tres años después,
dará una de las más lujosas fiestas de su gobierno
en homenaje a la directiva de los "Bancos de Venezuela y
Caracas". Serán los huéspedes, los prisioneros de
ayer". (Picón Salas, 1986, 105 y 106).
El General Matos, humillado y dolido, comienza a
concebir su personal
venganza, a recibir extrañas y continuas visitas,
desusadas audiencias. El Ministro de los Estados Unidos,
los jefes de tres importantes compañías
extranjeras: The New York and Bermúdez Company, The
Orinoco Corporation y The Orinoco Shipping Corporation comienzan
"a calentarle la oreja" al banquero guerrero. Los franceses del
Cable y los alemanes del Ferrocarril se suman a las
insinuaciones. Se gesta así, poco a poco, la
Revolución Libertadora. "Un parte de inteligencia y
de guerra" informa: "El Trust del Asfalto y la Orinoco Shipping,
descontentos por las medidas del Gobierno Restaurador decidieron
en Nueva York apoyar al potentado venezolano Manuel Antonio Matos
para la adquisición de un barco destinado a transportar
tropas revolucionarias a Venezuela (…) Matos
adquirió en Londres (…) el vapor de carga Ban Righ,
que fue despachado con destino a Martinica, lugar convenido para
la concentración de los comprometidos. El Ministro de
Defensa, General Ramón Guerra; y el Gobernador de Aragua,
General Luciano Mendoza, se comprometieron en la insurgencia
(…) el barco pirata fue bautizado El Libertador; y a
comienzos de 1902 zarpó con destino a costas venezolanas
(…) fue puesto en combate a la altura de Cumarebo".
(Rodríguez Durán, 1998, 244). El arribo de El
Libertador, o la Matera como fue bautizada la nao por el
populacho, fue el toque de diana para advertir que la
Revolución Libertadora llegada por costas del
caribeño mar estaba presta para desplegarse en venezolana
tierra. Esta
Revolución Libertadora que agrupó sin éxito
a las desperdigadas iniciativas de los caudillos regionales,
algunos de ellos ya mencionados, a los que se sumaron otros
cabecillas nacionalistas y liberales amarillos, después de
muchas peripecias y batallas, se desmoronó finalmente en
la "tremenda prueba", en la Batalla de La Victoria que se
inició el 12 de octubre, fecha del cumpleaños de
Castro, y culminó el 3 de noviembre de 1902, día en
que las exhaustas tropas libertadoras reciben del derrotado
General Matos la orden de retirarse del campo de batalla.
Ramón J. Velásquez con su acostumbrada lucidez
registra: "La batalla de la Victoria es el episodio final de un
régimen político – militar que asume el
control del
país en 1803 con el triunfo de la Revolución
Federal y se consolida definitivamente en 1870, cuando el General
Antonio Guzmán Blanco entra triunfante en Caracas como
héroe de la Revolución de Abril. Durante treinta y
nueve años, el liberalismo bajo distintos nombres
(liberalismo federalista, liberalismo amarillo, liberalismo
legalista), establece un total dominio sobre el
país que no logran disputarle los grupos de
oposición, perseguidos con el calificativo de
<<godos>> o conservadores.
En La Victoria, a la alianza militar de liberales
amarillos y nacionalistas, se va a enfrentar un nuevo
ejército nacional, en cuyo comando predominan nuevos jefes
militares y con otra composición regional en los
contingentes de tropas, dentro del cual por primera vez
actúa, en forma predominante, gente de los Andes".
(Velásquez, 1991, 73). Sin embargo, lejos de enfrentar la
realidad de la derrota, Matos y algunos de sus aliados en
Occidente y Rolando en Guayana, se niegan a deponer las armas,
ambos son derrotados, unos en Barquisimeto, el otro en Ciudad
Bolívar, donde Gómez se consagra como Salvador y
Pacificador. Inés Quintero concluye: "La Revolución
Libertadora constituye así, la última de las
guerras
civiles venezolanas. Pero además cancela, de manera
permanente, una forma de ejercicio político cuyos
protagonistas estelares fueron los caudillos".
Y por si no hubiera sido poco, otro conflicto
internacional se suma al ya acontecido con Colombia en 1901 y que
luego de la Batalla de Carazúa en la Guajira,
motivó la ruptura de las relaciones diplomáticas
con el hermano país. Esta vez, en diciembre de 1902, a
escaso un mes de la Batalla de La Victoria, ocurre el bloqueo
"pacífico" de las costas venezolanas por parte de los
acreedores de la República, origen de la célebre
proclama que comienza: "¡Venezolanos! ¡La Planta
insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la
patria!". En efecto, ante la negativa de Castro a cancelar las
deudas pendientes con los ciudadanos y con los Estados, buques de
guerra de Inglaterra y
Alemania, con
la anuencia del gobierno norteamericano, amparado en la Doctrina
Monroe, ocupan el 9 de diciembre el puerto de La Guaira. El
12, se suman naves de Italia que
serán acompañadas luego por navíos de las
armadas de Francia,
Holanda, España,
Bélgica y México. La
armada venezolana es capturada y reducida, Puerto Cabello es
bombardeado, y en enero de 1903, los invasores intentan forzar la
Barra de Maracaibo, donde fueron repelidos. Castro aprovecha esta
circunstancia para avivar el nacionalismo,
y realiza maniobras políticas para conseguir alianzas y
patrocinios como la excarcelación del Mocho
Hernández, quien se suma a la defensa de la soberanía de la Patria. Aceptada la
mediación de los Estados Unidos, el conflicto se resuelve
mediante la firma de nuevos acuerdos para la progresiva
cancelación de las acreencias en mora. Un excelente
análisis de esta situación es el
realizado por el historiador británico Brian S. McBeth,
quien en enjundioso libro – aún no traducido al español –
brinda valiosa información y certera interpretación del "bloqueo
pacífico", que entre otras repercusiones internacionales
motivó el surgimiento de la Doctrina Drago.
Castro, viejo zorro ya en política,
capitalizó el sentimiento nacionalista, y por primera vez
el país entró en una etapa de relativa paz hasta
que, a instancias de los gobiernos municipales controlados desde
Caracas, el Congreso sancionó, el 20 de abril de 1904, una
nueva Constitución que permitió reelegir al
Presidente por otro periodo de gobierno de seis años,
hasta mayo de 1911. Las reacciones no se hicieron esperar, unos
se adhirieron a la reforma y otros como el sempiterno
Mocho Hernández mostraron su desacuerdo. Nuevas y
trascendentes reformas legales se llevaron a cabo, se
legalizó el divorcio, se
reabrieron los Seminarios clausurados por Guzmán Blanco, y
se emprendió la construcción de importantes obras
públicas. Nadie presagiaba lo que vendría
después.
El Cabito no
llevado a cabo
El guerrero de a caballo, acostumbrado a
tramontar
los polvorientos caminos de Venezuela, fue
sometido
a vagabundear por mares y océanos cual
presidiario
en galera flotante.
Gerson Rodríguez Durán
Y de repente la debacle.
La relativa tranquilidad reinante es también
quebrada por un conjunto de acciones en contra de empresas y
gobiernos extranjeros, y ciudadanos venezolanos. Se introdujo
senda demanda contra
la New York and Bermudez Company por daños causados a la
Nación
y otra contra El Cable Francés; se solicitó el
embargo de los bienes de
Matos; el Gobierno Norteamericano retiró a su embajador;
Francia rompió relaciones diplomáticas y Colombia
hizo lo conducente. Mas tarde los Estados Unidos de América
y Holanda también romperían relaciones
diplomáticas con el Gobierno de Castro.
En el plano nacional se produce la detención y
posterior fusilamiento del General Antonio Paredes en el Estado
Bolívar. La economía nacional
entra en franca recesión; hay que subastar, vender a
precio de
gallina flaca, la recaudación de significativas
fuentes de
ingresos públicos nacionales: la renta de licores,
tabaco,
estampillas, cigarrillos, papel sellado y salinas son cedidos al
mejor postor. Y como dice el refrán: cuando el pobre
lava… llueve, una epidemia de peste bubónica
estalló además en el litoral central y se
extendió a la capital y al centro del país, el
espanto se instaló en casas y habitantes.
Intrigas políticas van y vienen, las facciones se
organizan y conspiran, son los tiempos de La Conjura organizada
por la camarilla valenciana liderada por Tello y bajo el eventual
mando del General Francisco Linares Alcántara; se trata de
apostar a la inminente muerte de
Castro y de asesinar al incómodo Gómez. Castro se
recupera de sus dolencias y conjura La Conjura. Castro vuelve a
resentirse de su precaria salud, agravada por las
francachelas, orgías, desenfrenos, jaranas, agasajos y
convites sin medida que le organizan sus felicitadores y
aduladores. En 1907 es intervenido de un riñón,
reasume como Presidente, se separa del cargo y regresa aclamado.
Sin embargo, la salvaguardia de su salud se impone sobre las
ansias de poder del Caudillo, quien el 24 de de noviembre de 1908
se embarca en la Guaira en el vapor francés
Guadaloupe para iniciar su último y definitivo
exilio que concluye con su muerte en Santurce, en Puerto Rico, el
viernes 5 de diciembre de 1924. Cuenta Picón Salas que su
compadre del alma, su segundo de a bordo, el que había
quedado al frente del gobierno para cuidarle el coroto,
y después traicionarlo y darle la espalda, el ahora
liberado segundón convertido en Benemérito de la
Patria: <<En una glorieta de su hacienda maracayera, a la
sombra un gran samán donde confundiendo lo privado y
público Juan Vicente Gómez habla alternativamente
con sus caporales mayordomos recibe ministros, se comenta muerte
Cipriano Castro. Como reyezuelo Edad Media, poblado refranes
consejas, bajo el árbol floral, evoca los días
campaña del 99: "Don si sabía pelear" es mayor
elogio fúnebre (…) Mira secretario cara más
plácida, por primera vez sintiera sin recelo ni
preocupación, le ordena: "Ahora vamos al cine">>
(Picón Salas, 1986, 301 y 302).
Bibliografía
Son numerosos y variados los textos sobre Cipriano
Castro. En nuestro caso hemos utilizado
básicamente:
Picón Salas, Mariano. Los días de
Cipriano Castro. Biblioteca de la Academia Nacional de
la Historia. Caracas, 1986.Varios autores. Cipriano Castro y su
época. Monte Ávila Editores. Caracas,
1991.Rodríguez Durán, Gerson. Cipriano
Castro: su tierra, su entorno y su vida. Biblioteca
de autores y temas tachirenses. San
Cristóbal, 1999.McBeth, Brian S. Gunboats, corruption and
claims. Greenwood Press. London, 2001.Diccionario de Historia de Venezuela.
Fundación Polar. Caracas, 1997.Paredes, Antonio. Como llegó al poder
Cipriano Castro. Ediciones Garrido. Caracas,
1954.
Autor:
Enrique Viloria Vera
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