Todos los signos (y las señales en
general) tienen algo de común entre sí. Todo signo
(como la señal) consta de un significado y un
significante.
Las páginas de este libro
están impresas; la serie de letras que forman una palabra
y los espacios que separan una palabra de las otras son la
expresión material exterior; el sentido de la palabra es
su contenido.
Un sistema es
inconcebible sin un sistema de signos.
Tomemos el siguiente ejemplo:
¿Qué significa el signo "!"?
"Un signo de exclamación" –
dirá un escolar -. "Atención" – interpretará un
conductor -. "Factorial" – dirá un matemático -. Y
cada uno de ellos tendrá razón.
Un mismo significante, un mismo signo "!",
tiene significados completamente diferentes en distintos sistemas de
signos.
Fueron los matemáticos los primeros en llegar a los
problemas de
la teoría
de los signos; a mediados del siglo pasado nació la
lógica
matemática, que consideró a la matemática
y a la lógica
como sistemas especiales de signos que se estructuran siguiendo
rigurosas reglas formales.
A los matemáticos les siguieron los
lingüistas.
En el análisis de todos los recursos posibles
de comunicación entre los hombres, ya sea con banderas,
con gestos o con señales camineras y hasta las cifras de
las computadoras… todos son medios para
transmitir información.
La información transmitida puede no
sólo estudiarse, sino también medirse con la ayuda
de los números, exactos y desapasionados.
Durante largo tiempo el
concepto de
información era difuso e indefinido y parecía que
seguiría siéndolo siempre.
En efecto, ¿qué puede haber
de común entre un descubrimiento genial y alguna
conversación telefónica, o una respuesta a la
pregunta – ¿cómo llegar a Córdoba? –
¿y las indicaciones de un barómetro?
Sin embargo en estos últimos
años surgió y cobró un gran impulso una
teoría que se convirtió en una sólida
disciplina
matemática y que permite estimar objetivamente la cantidad
de información en cualquier mensaje, sea éste un
parte meteorológico, los sonetos de Petrarca, una suite de
Bach o un pronóstico deportivo. Se trata de la
teoría de la información. Al principio esa
teoría fue elaborada para resolver problemas eminentemente
prácticos.
Después del año 1.948, cuando
el científico estadounidense Claude Shannon sentó
las bases de la teoría probabilística de la
información, ésta tuvo resonancia entre los
científicos de las especialidades más diversas:
biólogos, lingüistas, filósofos, genetistas, teóricos del
arte,
matemáticos y psicólogos. Empezaron a llamar
"código"
a cualquier sistema de signos destinados a la transmisión
de mensajes. Con una interpretación tan amplia, tanto el lenguaje
humano como los ácidos
nucleícos – portadores de la información genética
en el organismo – y el arte pueden considerarse (y hasta medirse
con números) como código
específicos.
¿De qué manera se puede,
pues, medir la cantidad de información? La piedra angular
de la moderna teoría matemática de la
información es el concepto de la indeterminación o
la entropía. Cuando arrojamos una moneda,
ésta caerá de cara o de cruz. Cuando arrojamos un
dado, la indeterminación del resultado aumenta. Cualquiera
de las seis caras de un dado tiene igual probabilidad
de aparecer. La información es aquello que quita la
indeterminación o, dicho de un modo más sencillo,
quita el desconocimiento.
Desde luego hay desconocimientos y
desconocimientos. Existen situaciones en que el número de
respuestas es muy grande; por ejemplo, el número de las
posibles combinaciones de moléculas proteicas se mide con
un número monstruoso, la unidad seguida de mil trescientos
ceros.
¿Cuándo un mensaje no lleva
información? Cuando sabemos de antemano que nos van a
comunicar. Si yo le informo ahora que 2 x 2 = 4, es
difícil que usted extraiga algo nuevo de mi mensaje.
Arrojando una pelota al aire siempre
sabemos que caerá; la noticia de que eso ocurrió y
de que la pelota cayó realmente no nos aporta
información. Otra cosa será si tratamos de arrojar
esa pelota al cesto de básquet. Aquí aparece una
indeterminación: la pelota caerá en el cesto o
no.
Pero mucho depende de quién es el
que arroja la pelota y de la distancia desde la cual lo hace. Los
jugadores del famoso equipo de Harlem de los Estados Unidos se
ingeniaban en encestar quinientas veces seguidas en el cesto
desde el área del penal. Es poco probable que recibamos
mucha información al saber que un jugador del equipo de
Harlem haya acertado con la pelota en el cesto en un penal.
Cuando se trata de un novato, podemos predecir casi con toda
seguridad que no
acertará que no acertará en el cesto; luego la
noticia de que no dio en el blanco nos dará poca
información. En cambio –
¡suceden cosas aún más inesperadas! – si nos
ente-ramos de que dio en el cesto, recibiremos mucha más
información.
¿Por qué? Pues porque es un
suceso poco probable.
El mérito de Claude Shannon reside
precisamente en que introdujo una medida cuantitativa de la
información contenida en la alternativa de un suceso entre
dos sucesos que ocurren con distinta probabilidad.
Hasta entonces se tomaban en cuenta
sólo los sucesos equiprobables.
En 1.928 el ingeniero estadounidense
Hartley estableció una medida de cantidad de
información contenida en la alternativa de un suceso entre
el conjunto de sucesos equiprobables o equitativos (por ejemplo,
las caras del dado caen equitativamente y el tan esperado seis es
tan frecuente como el uno o el dos). Hartley propuso estimar esa
cantidad de información con el logaritmo de número
de los sucesos posibles. La unidad que se adopta para esa medida
es el bit o la unidad si – no.
La palabra bit deriva de las palabras
inglesas "binary digit", dígito binario, porque para medir
la información en bits no se toman los logaritmos de base
diez, conocidos por nosotros desde el colegio, sino los binarios,
cuya base es el número 2.
Se sabe que si la moneda arrojada al aire
cae de cara, nos dará una información igual a un
bit, porque log2 2 = 1.
La noticia de que se dio un naipe de
trébol, de pique o de cualquiera de los otros palos de la
baraja, nos da una información de dos bits, pues log2 4 =
2. El resultado de una situación en que eran posibles (y
equiprobables) ocho variantes, dará tres bits de
información (log2 8 = 3 ó 23 = 8, el número
de bits es el exponente de dos).
Pero esta medida es cómoda y cierta
siempre que todas las alternativas tengan igual probabilidad.
Pero ¿cómo proceder si esas probabilidades no son
iguales?
Hartley comprendía que las
probabilidades de los resultados influyen en la cantidad de
información que contiene el mensaje. A un resultado casi
improbable no se le puede asignar el mismo valor que al
más verosímil. Pero él consideraba que las
diferencias entre dichos resultados no se pueden expresar en
números que se determinan por factores psicológicos
(si se trata de personas), meteorológicos (si se trata del
tiempo) u otros que no se hallan en la jurisdicción de los
matemáticos.
El matemático e ingeniero
estadounidense Claude Shannon demostró que esos puntos de
vista eran erróneos. Se puede tener en cuenta toda clase
de factores, psicológicos, meteorológicos,
etcétera, recurriendo a la teoría de las
probabilidades. Propuso una fórmula (la llaman
fórmula de Shannon), con lo cual se puede calcular la
cantidad de información de los sucesos que ocurren con
diferente probabilidad.
La fórmula de Shannon se expresa
así: H1 = (P1 log2 P1 + P2 log2 P2 + … + Pn logn Pn). H1
es la magnitud de la indeterminación que el mensaje
suprime y es por lo tanto la medida de la cantidad de
información (pues la información quita la
indeterminación); n es el número de "alternativas",
y P1, P2 …, Pn, las probabilidades de ocurrencia de esas
alternativas.
Gracias a esta fórmula se tuvo la
posibilidad de medir la información de la que son
portadores los mensajes de los contenidos más diversos.
Cada signo códico (recordemos que con el nombre de
código designamos cualquier sistema de signos) tiene
cierta probabilidad de aparición y, por consiguiente,
llevará una cantidad de información que podemos
medir. Más aún, puesto que tomamos para medir la
información de logaritmos, podemos efectuar la suma de la
información contenida en cada signo y calcular de esta
manera la cantidad de información de todo el
mensaje.
En efecto, como se estudia en la
teoría de las probabilidades, la probabilidad de la
ocurrencia de dos sucesos es igual al producto de
las probabilidades de dichos sucesos.
El logaritmo del producto es igual a la
suma de los logaritmos de los factores. La suma de la
información que llevan los signos códicos, es igual
a la información de todo el texto que
consta de dichos signos. De no existir los logaritmos
tendríamos que multiplicar las probabilidades de la
ocurrencia de los signos. La fórmula logarítmica de
Shannon es cómoda precisamente porque de acuerdo con ella,
la información de dos páginas del libro es igual a
la información de la primera y de la segunda; la
información de todo el libro es la suma de la
información de todas sus páginas.
Por lo demás ya no estamos en el
dominio de la
matemática, sino que nos trasladamos al campo de otra
disciplina científica, la lingüística.
Mientras que en la palabra escrita la
máxima carga de información recae en las primeras
letras, en la palabra oral la información se concentra
alrededor de los fonemas de la sílaba tónica. Esta
diferencia se debe a la distinta manera de percibir las unidades
lingüísticas del lenguaje oral
y escrito.
La palabra escrita se percibe como una
secuencia lineal de símbolos elementales (letras).
La palabra oral o al menos sus
sílabas se perciben en forma global.
El hecho de que la información en el
lenguaje escrito está concentrada al principio de la
palabra se puede juzgar no sólo por las experiencias de
los científicos. Un ejemplo claro de ello son las
abreviaturas y las siglas.
¿Cómo abreviamos las
palabras? Conservando las letras iniciales y desechando el resto
de la palabra.
La teoría de la información
se ocupaba al principio de las cuestiones de codificación, de confiabilidad, de
capacidad transmisora de los canales de comunicación.
Posteriormente se vio que los mismos conceptos podían ser
aplicados a los canales de comunicación por los cuales los
organismos vivos reciben la información mediante sus
órganos de los
sentidos.
¿Cuántas informaciones puede
percibir y elaborar el cerebro del
hombre? (Desde
luego que para hallar el volumen de la
información recibida, debe tenerse en cuenta el tiempo que
tarda en recibirse. La velocidad de
recepción de la información se denomina capacidad
de transmisión). Para contestar a esa pregunta es
necesario determinar la capacidad de transmisión de los
órganos de los sentidos.
En la retina del ojo humano hay alrededor
de 10 millones de células
nerviosas. Del ojo al cerebro parte aproximadamente un
millón de filamentos nerviosos. Si suponemos que un
filamento nervioso ocular puede percibir en un segundo un bit de
información (reaccionar o no reaccionar a la luz, por ejemplo)
tendremos un millón de bits por segundo. Esta cifra es
algo baja, desde luego, pues el ojo humano es capaz de reaccionar
con una velocidad mucho mayor que una respuesta por segundo. De
aquí que los científicos estimen la capacidad de
transmisión del sistema ojo – cerebro en una magnitud del
orden de los 5.000.000 de bits/seg.
El número de los filamentos
nerviosos del oído es
menor que el de los ojos. Mientras un millón de filamentos
van del ojo al cerebro, del oído van sólo 30.000, o
sea 30 veces menos.
La transmisión del sistema
oído – cerebro es de 50.000 bits por segundo.
Señalemos, a este propósito,
que por teléfono podemos transmitir algo menos,
30.000 bits por segundo; debido a los 20.000 bits que faltan se
produce cierta distorsión de la voz humana en la
conversación telefónica.
50.000 es una magnitud enorme; implica que
nuestro sistema oído – cerebro está ante la
alternativa de 250.000 posibilidades (el bit es el exponente de
la potencia;
recuérdese la fórmula de Shannon), magnitud
superior a la unidad seguida de diez mil ceros. Mil millones
tiene apenas 9 ceros, pero para llegar a contar hasta mil
millones, a un número por segundo en un día de diez
horas de trabajo, se
necesitarían unos 90 años.
Quiere decir esto que todos los hombres que
habitan y habitaron la tierra en
toda la historia de la
humanidad, distribuyéndose el trabajo, no
podrían llegar a contar hasta 250.000.
50.000 bits por segundo, esa enorme
cantidad de información puede ingresar en el cerebro.
Pero, ¿cuánta información puede éste
asimilar o percibir conscientemente?
El límite de receptividad del
cerebro humano es de 50 bits por segundo, o sea, 50 unidades
binarias de información.
Ese límite se alcanza en una
conversación muy rápida, en una lectura
extremadamente rápida, en la recepción
taquigráfica.
La información que ingresa por
encima de ese medio centenar de bits por segundo ya no puede ser
asimilada conscientemente por nuestro cerebro, aunque los
órganos de los sentidos pueden transmitir 1.000 veces
más información (los órganos del
oído) y hasta 10.000 veces más (los órganos
de la vista). El tacto en cuanto a capacidad de
transmisión se sitúa después de la vista y
el oído.
Un código es cualquier sistema
simbólico que por acuerdo previo entre el emisor y el
receptor se utiliza para representar y transmitir la
información.
En esa definición se encuadra
nuestra lengua
corriente. En efecto, la lengua tiene mucho en común con
los otros medios de
comunicación y puede ser estudiada junto con los
códigos técnicos por la teoría de la
información… No obstante ¿en qué se
diferencian entonces éstos de nuestra lengua?
La gramática de los códigos
técnicos es muy sencilla; sólo posee reglas para la
combinación de los elementos del código.
No es tan sencillo describir el lenguaje
humano porque es multidimensional. La
organización de un código técnico
cualquiera, el Morse, por ejemplo, puede describirse en dos
páginas (cuando no menos).
En cambio, para dar una descripción exhaustiva de cualquier lengua
del mundo tal vez no alcanzarían varias decenas de
tomos.
Esa descripción exhaustiva debe
incluir los sonidos de la lengua, la gramática, todas las
palabras y todas las combinaciones que usamos en nuestro
hablar.
Los códigos técnicos son
secundarios; se construyen sobre la base de la lengua natural o
de algún otro sistema de signos.
Nuestra lengua corriente es primaria, pues
no se basa sobre otros sistemas de signos o
códigos.
Para aprender a escribir o a hablar en una
lengua extranjera a la perfección, hay que estudiar con
tesón durante varios años.
El código Morse se aprende en un mes
y aún bastaría en una semana.
Las reglas para la combinación de
los símbolos en los códigos técnicos las
establece aquel que construye el diálogo,
cosa que no ocurre con la lengua, pues no hay un único
creador de la lengua. La lengua humana natural es un producto de
la evolución de la sociedad, que
tardó miles de años en lograrlo.
Las leyes del
código están rigurosamente determinadas en el
alfabeto Morse y en los demás códigos
técnicos. No ocurre así con la lengua; aquí
se trata de textos, oraciones, frases, palabras. Y sólo si
analizamos esos textos podemos hallar las reglas, el sistema de
la lengua en virtud del cual existen dichos textos. Y bien, esas
leyes no son tan rigurosas ni obligatorias como las de los
códigos técnicos.
Finalmente, mencionaremos la diferencia
más importante y esencial entre la lengua natural y los
códigos técnicos.
La lengua no es solamente un medio de
comunicación, un medio para transmitir la
información, sino también un medio para conocer la
realidad que nos circunda, un medio para modelar el mundo. Es
precisamente por esa aptitud para modelar, para simular el mundo
que la lengua humana natural se distingue de los medios
técnicos de comunicación.
La escritura es
un auxiliar poderosísimo para el desarrollo del
pensamiento
humano.
Tan precisa y necesaria es, que, sin ella,
la civilización y el progreso hubieran sido
escasos.
Si el esfuerzo individual o colectivo en el
mundo ideológico no se hubiera podido conservar para que
fuese aprovechado por otros hombres, habría sido casi
estéril e ineficaz la labor de largos siglos registrada
por la historia.
La invención de la escritura se debe
a ese afán natural del género
humano de comunicarse con los ausentes y de perpetuar sus ideas,
hechos y preceptos para que sirvan de base y estímulo a
estudios posteriores, llevados a cabo por venideras
generaciones.
La escritura se divide en
ideográfica: que expresa ideas; y en fonética: que
representa sonidos.
Ha comenzado en todos los pueblos por ser
ideográfica, transformándose gradualmente en
fonética.
La historia de la escritura, etapa y factor
de la historia de la humanidad, que oscila entre lo
económico y lo estético y tiene siempre carácter social, es extremadamente
compleja.
No es posible seguirla simplemente al
correr del tiempo, porque empezó varias veces y en
más de un lugar.
Puede fijarse quizá en quinientos
mil años la antigüedad de la presencia de hombres
provistos ya de herramientas,
de armas y de
utensilios intencionalmente adaptados o fabricados, herramientas
de piedra que es posible encontrar hoy o utensilios que no se
prestaban a ser conservados por estar fabricados con materias
perecederas.
Aquellos seres, resultado de la muy larga y
lenta evolución de unos homínidos desprovistos de
toda industria, es
decir sin las facultades mentales correspondientes, evolucionaron
de manera muy lenta, a lo largo de unas etapas que en gran parte
desconocemos.
Sólo en un tiempo relativamente muy
cercano a nosotros – se supone que hace cuarenta mil años
como máximo – encontramos al hombre actual (caracterizado
por el valor de su cerebro), no sólo provisto de
herramientas relativamente variadas y perfeccionadas, sino capaz,
por lo que respecta al menos a algunas poblaciones, de tallar,
modelar y pintar representaciones de seres vivos en una forma que
todavía hoy nos procura un placer
estético.
No parece, pues, dudoso que los hombres de
ese tiempo unían ya lo agradable a lo
útil.
Se cree que para ellos la utilidad
consistía en producir representaciones en determinadas
condiciones y en servirse de ellas de manera adecuada (conjuros,
actos de imposición de manos y de transfixión) a
fin de lograr abundancia y éxito
en la caza.
El placer debía consistir en el que
procuraba la fabricación misma y en el de su
contemplación, a la tenue luz de las cavernas. Hay que
pensar además que no se trataba sólo de arte
plástico:
aparte de su valor mágico, en ciertos objetos de uso
corriente aparecían rasgos de ornamentación, y las
personas llevaban puestas joyas.
Existían pequeñas
construcciones, hechas por lo menos con ramas, quizá
cubiertas de pieles, un rudimento de arquitectura y
con toda seguridad la música vocal e
instrumental y la danza.
Es probable que en el curso de la
evolución que fue perfeccionando el lenguaje aparecieran
ciertos medios de suplirle en forma material y más o menos
conservable.
Entramos aquí en el capítulo
de las "marcas" (en el
sentido más amplio) que precedieron a la escritura y que
subsistieron junto a ella para ciertos usos.
Trazos grabados o formados por
separación: desde las líneas trazadas en la arena
con la punta de los dedos hasta las muescas más variadas,
entre ellas las incisiones practicadas en las orejas de los
animales como
marca de
propiedad o
los tatuajes de bulto. Objetos que se guardan un tiempo
más o menos largo: guijarros o frutos secos que sirven
para contar en los juegos o en
cálculos serios.
Toda clase de nudos, entre ellos el de dos
ramas o de una rama flexible enroscada que significa un paso ya
realizado o que se realizará más tarde.
Trasponiendo todo esto a nuestra
civilización, encontramos desde la moneda hasta las
señales de tránsito. Pero hay que pensar sobre todo
en los elementos de los diversos sistemas de
numeración, trazados como caracteres de escritura pero
con un sistema de funcionamiento totalmente distinto.
Aquí la utilidad se impone
brutalmente y el arte se manifiesta en grado
mínimo.
Por el contrario, el arte, o por lo menos
una habilidad gráfica que hace sus veces, constituye el
origen de los sistemas de representación visual de todo lo
que se puede expresar con la palabra. En todas partes encontramos
primero la pictografía (de la raíz latina "pintar"
y de la griega "trazar", "escribir") en las diversas
manifestaciones de la protoescritura, en las que se ofrece al que
mira un fragmento de discurso
figurado, sin que este se descomponga en palabras y, por
consiguiente, sin que haya un enlace preciso con un lenguaje
determinado. En general se trata de "historias sin palabras", con
imágenes – situaciones o signos –
cosas.
Son de tipos variados, en sus formas y en
sus usos, en sociedades
también diferentes entre sí pero que han
permanecido todas en fases materialmente inferiores, sociedades
de cazadores, de pescadores, de agricultores modestos, en
África,
en Asia
septentrional, en América
y en Oceanía.
Hay que poner aparte los pictogramas –
señales, cuya visión no responde a detalles
descriptivos sino que tiende a facilitar recitaciones, sirviendo
de recordatorio a recitantes adiestrados: aquí el trazado
es un coadyuvante y no, como se ha ido volviendo cada vez
más, un sustitutivo de la memoria
ejercida profesionalmente.
En la medida en que el texto que se recita
está compuesto, ritmado y contado, existe una
relación artística exterior.
Encontramos series de pictogramas
correspondientes a cantos, bellamente dibujados y coloreados y
perfectamente alineados, entre los indios cuna de Panamá.
En esos pictogramas se observa un hecho fundamental, que se
encuentra en casi todas partes: la estilización, que
supone la selección
y la simplificación en la representación
gráfica de los objetos.
Una verdadera escritura, correspondiente al
análisis de las frases en palabras representadas
sucesivamente, signo nuevo de observación y de abstracción,
sólo aparece en sociedades que han evolucionado ya hasta
el punto de poseer ciudades, lo que supone intercambios
complicados y regulares, como la alimentación de los
ciudadanos por el campo y, ante todo, el desarrollo de una
arquitectura, obra de artesanos y de artistas. Lo que prueba,
dicho sea entre paréntesis, que tanto en el umbral de los
tiempos históricos como en las épocas
prehistóricas más remotas, pudieron realizarse
muchos progresos materiales sin
emplear la escritura.
El único ejemplo de Estado
organizado que haya sostenido una administración sin poseer una escritura, es
el de los incas de
América del Sur, del siglo XII al XVI. En cambio,
habían desarrollado grandemente un sistema de cuerdecillas
con nudos (quipos) para hacer cálculos y conservarlos una
vez hechos. A decir verdad, pueden citarse algunos ejemplos de
invención aislada de la escritura en África y
América; pero se trata de simples experiencias sin
proyección, ya que esos inventores conocían la
existencia de la escritura europea.
En realidad, no existe ningún
descubrimiento arqueológico de documentos
escritos que permita remontar más allá de las
proximidades del año 4.000 a.C., como gran
máximo.
Digamos a grandes rasgos que la escritura,
que no es indispensable para la vida, sólo tiene una
historia de unos seis mil años. Y observemos que al final
de este período no es aún objeto de uso universal;
se puede decir que cerca de la mitad de los seres humanos no se
sirven de ella.
Por lo que se refiere al funcionamiento,
una verdadera escritura pictográfica ideal exigiría
que cada palabra estuviera representada por un dibujo
especial reconocible.
Este es el procedimiento del
jeroglífico o de la charada ilustrada, especialmente en
forma directa, que aún se utiliza en nuestros días
como juego, con
diversas convenciones y combinaciones. Así, un
círculo con rayas perimetrales externas significa "sol";
un cuadrado con un punto negro en su centro significa "dado" y la
unión de ambos significa "soldado".
Los signos – cosas son al mismo tiempo
signos – palabras; como expresan sentidos sin evocar ni detallar
los sonidos, su empleo es
ideográfico y se les puede llamar ideogramas (del griego
"idea"). Desde el punto de vista del trazado, siempre que se
trate de dibujos
realistas, se puede hablar de jeroglíficos en sentido
amplio, según el nombre que los griegos dieron a los
caracteres de la antigua escritura egipcia (hieros "sagrado", y
gluphein, "esculpir").
Si se trata de palabras enteras, no
descompuestas, puede utilizarse este sistema sin tener en cuenta
las pronunciaciones y, por consiguiente, puede leerse en
diferentes idiomas. Si se quiere escribir sobre cosas variadas,
hay que suponer muchos dibujos diferentes.
La fase siguiente de la invención de
la escritura es aquella en que aparece la notación de los
sonidos, es decir en que la escritura se vuelve, sólo
parcialmente al principio, fonográfica. Esto se consigue,
sin abandonar la pictoideografía, mediante el
procedimiento de la charada o jeroglífico por
sustitución. Este procedimiento supone la
realización de observaciones precisas en una lengua
determinada. Así, por ejemplo, puede observarse que entre
las palabras cortas las hay que son homófonas – de igual
sonido -,
término más exacto que homónimas – de igual
nombre -; gracias a esta particularidad, economizando un signo se
podrá escribir "gato" (instrumento) con el dibujo de un
"gato" (animal). Aún se puede ir más lejos como se
ha visto anteriormente con la palabra "soldado". Naturalmente,
estas sustituciones son sólo válidas para el
castellano; en
este sistema la escritura es ideográfica y se ajusta a la
lengua con su fonética.
Dentro de las escrituras americanas se
suele comenzar por las de América Central. Lo cual se
justifica por el desarrollo, desconocido fuera de allí,
que alcanzó el trazado o grafía pictográfica
o jeroglífico, sin que se realizara ninguna
esquematización. Por ello, esta clasificación
empírica podría muy bien subsistir aunque los
esfuerzos que actualmente se realizan para descifrar los
documentos mayas o aztecas dieran
como resultado el descubrimiento de mezclas de
procedimientos
ideográficos y fonográficos semejantes a las que
encontramos en las escrituras más antiguas del viejo
mundo, que describiremos sucintamente más
adelante.
Así pues, en América Central
se llegó a la fase urbana, con empleo de la escritura. El
imperio maya parece haber existido en el siglo IV de nuestra era.
Pasó luego por diversas vicisitudes y había
desaparecido casi por completo aún antes de la conquista
española, en el siglo XVI. Las ruinas que existen hoy
prueban un gran desarrollo de la arquitectura, particularmente
con sus pirámides y sus escaleras monumentales. La
escritura iba unida a esta arquitectura: los peldaños de
ciertas escaleras estaban adornados con grandes
jeroglíficos esculpidos. Se conocen también figuras
de estuco y se ha comprobado la existencia de frescos.
El color se
utilizaba también en la confección de
códices de papel de amate, con figurillas más o
menos grandes, en cuadrados cuidadosamente alineados. Muchas de
las figuras eran utilizadas, en parte imaginarias, permitiendo
suponer toda clase de leyendas y de
interpretaciones míticas. Se afirma que entre los mayas
el
conocimiento de la escritura estaba reservado a las familias
de los sacerdotes y de los grandes señores. Pero las
esculturas de los monumentos se ofrecían a todas las
miradas y debían prestarse a explicaciones, como las
estatuas y las vidrieras y rosetones de las catedrales
románicas y góticas.
Se sabe que en aquella civilización
reinaba la creencia en una vuelta periódica de los mismos
acontecimientos. Parecía pues extremadamente
práctico fijar datos que
permitieran hacer previsiones a ese respecto.
Los aztecas, que se establecieron en el
valle de México en
el siglo XIV y cuya civilización fue influida por la de
los mayas, debieron poseer también monumentos; pero
después de la conquista española, poca cosa ha
quedado de ellos.
Afortunadamente, así como
sólo se conocen tres manuscritos mayas auténticos,
se han conservado varias decenas de manuscritos aztecas. Se
descubren en ellos elementos religiosos y otros de
carácter histórico y geográfico; entre estos
últimos figuran ciertos nombres de ciudades que son
ejemplos de charada o jeroglífico por sustitución.
Así, el nombre de la ciudad de Coatlan está
figurado por una serpiente bajo la cual aparecen dibujados dos
dientes con sus encías; la significación es "lugar
de las serpientes": coat es la palabra "serpiente" y la
preposición tlan, "en", que indica el lugar, está
representada por tlantli, "dientes", de cuyo final se prescinde.
El análisis fonético descubrió la identidad de
dos palabras y el dibujo representa la pronunciación al
mismo tiempo que el sentido.
También a causa del funcionamiento
de la escritura trataremos aquí del chino antes que de las
escrituras más antiguas de que se tiene noticia, aunque
parece datar sólo de mediados del tercer
milenio.
El sistema chino está cerca de la
pictografía ideal en el sentido de que hay en él,
en principio, un dibujo, es decir un carácter para cada
palabra, siendo la palabra un monosílabo invariable. Esto
es así aún cuando los lingüistas hayan llegado
a reconocer que este monosilabismo no existió siempre y
aunque muy a menudo aparezcan entrelazados dos elementos en
ciertos tipos de compuestos.
El resultado de ello es que los caracteres
se cuentan por millares.
La lectura corriente exige el conocimiento
de 3.000 caracteres; ciertos diccionarios
para gente culta pasan de 40.000, y aún más con los
términos raros.
Ahora bien, estos caracteres no
están unidos ideográficamente sino asociados a
conjuntos de
sonidos determinados de la lengua china
(consonante seguida de una vocal, y en ciertos casos, de una
consonante final); se trata pues de fonogramas
silábicos.
Muchos de estos caracteres, por
transferencia sin descomposición, han terminado por
designar objetos variados.
Secundariamente, y con el fin de separar
las significaciones, se introdujeron en los caracteres otros
trazados también más o menos complicados (de 1 a 17
trazos) para distinguir los diferentes sentidos, dándoles,
por consiguiente, carácter ideográfico. Se les
llama "claves".
El sistema que acabamos de exponer
brevemente es en definitiva ideográfico al mismo tiempo
que fonográfico.
Ha subsistido hasta nuestros días a
pesar de lo difícil que resulta el aprendizaje
del trazado y de la lectura.
Desde hace poco tiempo se utiliza la escritura latina para
enseñar a leer, antes de iniciar el aprendizaje de
los antiguos caracteres, que a su vez se han simplificado en
parte.
Estos caracteres son en general complicados
y están formados de muchos trazos rectos pequeños
dibujados a punta de pincel.
El uso de la escritura, que hasta hace poco
estaba reservado a la clase instruida de los funcionarios y a los
ricos (hoy la enseñanza primaria está
prácticamente generalizada), está impregnado de
sentimiento estético. Cada pequeño carácter,
que ocupa un cuadrado imaginario, aislado en la columna
rigurosamente rectilínea con intervalos a su vez iguales
(y con puntuaciones que sirven para indicar las agrupaciones
necesarias), es una pequeña obra de arte. Los buenos
calígrafos,
profesionales o no, han gozado de la misma fama que los
dibujantes y los pintores. Es frecuente el empleo ornamental de
la escritura.
Gracias a las ruinas conservadas y a los
documentos descubiertos, se sabe que en el Egipto
antiguo, a partir de una época anterior a tres mil
años antes de Cristo, existían Estados organizados
con grandes ciudades en los que se utilizaba una escritura
jeroglífica con dibujos reconocibles y elegantes en su
pequeñez (algunos de ellos representaban seguramente
gestos convencionales).
Para usos monumentales – incluidas las
estelas grabadas de pequeño tamaño y las pinturas
que adornaban el interior de las cámaras sepulcrales -,
los dibujos grabados o pintados subsistieron hasta la era
cristiana, aproximadamente.
En esa época cedieron el paso a la
escritura alfabética tomada de los griegos en la forma
llamada copta (es decir, egipcia), como lengua evolucionada y
conservada hasta nuestros días para usos litúrgicos
cristianos. Los documentos escritos se presentan cuidadosamente
dispuestos en columnas, o en líneas, con pequeños
rectángulos (en principio cuadrados) bien alineados y
ocupados por un signo bastante grande o por un grupo de dos o
tres signos más pequeños.
Los signos producían una
impresión estética; además, para gentes que en
su mayoría no sabían leer, tenían más
o menos un valor mágico; en ciertas circunstancias se
mutilaban los signos, evitando que representaran seres vivos
enteros.
El ejercicio de la escritura estaba
confiado a numerosos escribas, que gozaban de un rango social
bastante elevado; debía también conocerla una
parte, por lo menos, de las clases altas.
Al cabo de un milenio aproximadamente, al
lado de la escritura monumental apareció una forma
cursiva, escrita generalmente con tinta, en que los dibujos,
reducidos esquemáticamente para facilitar una
ejecución rápida, cesaban de ser reconocibles; es
el primer ejemplo que podemos citar en que la necesidad de
rapidez en la escritura prevaleció sobre la claridad de la
lectura. Pero en esta escritura cursiva, que cambió de
trazado según las épocas (llamada primero
hierática y luego demótica), el sistema de
notación siguió siendo el mismo.
Era un sistema complejo, por lo cual, una
vez perdida la tradición, su desciframiento resultó
penoso para los investigadores, habituados al sistema
alfabético. Estaba constituido en su mayor parte por
signos – palabras, según el principio ideográfico;
estos signos – palabras habían sido en su origen signos –
cosas empleados bien en forma de charada o jeroglífico
directo bien de charada por sustitución sin
descomposición de las palabras de significación
análoga (fenómeno de la polifonía), siendo
en este caso la sustitución psicológica, o de
palabras de consonancia igual o análoga (fenómeno
de polisemantismo). Gracias a estos dos procedimientos el
número de signos podía reducirse a unos cuantos
centenares, reducción que facilitaba mucho la memoria y el
aprendizaje de los signos, pero era causa de incertidumbre en la
lectura.
En vista de ello se adoptaron dos tipos de
complementos destinados a facilitar la lectura pero sin tener que
ser pronunciados. En primer lugar, signos (tomados de la masa de
signos ideográficos) para indicar las categorías de
significaciones (seres humanos y sus acciones,
animales, utensilios, etc.), ideogramas de categorías
parecidos a las claves chinas. En segundo lugar, y para guiar la
pronunciación de los signos, sonidos o signos
fonográficos representando a las consonantes (solamente)
de palabras cortas de una o dos consonantes, sin preocuparse del
sentido sino sólo de la pronunciación; en el caso
más frecuente, el del monoconsonantismo, tenemos el
equivalente de lo que más tarde será la
letra.
Estos elementos fonográficos, que
muestran la profunda descomposición analítica de la
palabra en sus elementos, se utilizan sólo para
representar los sufijos y los prefijos, mientras que los signos –
palabras representan sólo los radicales. Se
disponía así de un sistema mixto ideográfico
y fonográfico.
Debieron existir otros primeros usos
prácticos que, por falta de materiales duros, no se han
conservado. Los documentos más antiguos que se conservan
muestran ya la preocupación de relatar acontecimientos
contemporáneos. Posteriormente encontramos documentos de
la vida cotidiana, por ejemplo gran número de textos
conmemorativos.
Existen imágenes de varios escribas
escribiendo al mismo tiempo, aparentemente al dictado, que
muestran los comienzos de la multiplicación de lo escrito,
dicho de otro modo, de los libros.
Uno de los usos que cabe señalar es
el de los escarabajos grabados con caracteres y que
servían de sello; es uno de los más antiguos
empleos de la escritura, a juzgar por los vestigios de diversas
civilizaciones, por ejemplo de las ciudades del Indo, casi
contemporáneas de los comienzos de los reinos egipcios,
en que los sellos han sido las únicas inscripciones
encontradas (con una escritura aún no
descifrada).
En otra región de lo que hoy es para
nosotros el Cercano Oriente nació, aproximadamente por la
misma época, un sistema de escritura emparentado en
espíritu con el sistema egipcio, pero muy diferente en
cuanto a la realización.
Hay cerca de mil años de intervalo
entre los pictogramas de contabilidad
(hacia el 3.500 a.C.) de los que hablamos anteriormente y la
escritura cuneiforme clásica, expresión de las dos
lenguas que
desempeñaron un gran papel religioso y literario en esta
región: el sumerio, al que hasta ahora no se ha podido
atribuir un parentesco lingüístico, y el acadio
(asirio – babilónico), que constituye el semítico
oriental.
Los dibujos más bien toscos, sin
atractivo artístico, se fueron transformando poco a poco
en combinaciones de esos rasgos que llevan un pequeño
triángulo en una extremidad y merecen el nombre de clavos
y de esos otros triángulos con dos pequeñas
prolongaciones que merecen el de cuñas (de aquí el
nombre de escritura cuneiforme), trazados, apoyando más o
menos con la punta de una caña tallada, en la arcilla
aún no cocida de una tableta. Material éste que ha
logrado el mérito de la perpetuidad.
Conviene señalar que los numerosos
escribas mesopotámicos, que se dedicaban, según
sabemos, a muchos estudios (sobre todo a comparaciones
gramaticales entre las dos lenguas de que se servían),
supieron crear con su material anguloso todo un arte
caligráfico que contenía sabias disposiciones para
la compaginación, condensaciones asombrosas de escritura
en pequeños espacios y "blancos" artificiosamente
creados.
Un ejemplo interesante de ello es esa
especie de cursiva sobre materia blanda
que fue utilizada por hábiles artesanos que la grababan
sobre piedra en pequeños monumentos, especialmente en las
estelas (muros de tamaño reducido), integrándola en
la majestuosa arquitectura mesopotámica, con sus
esculturas a veces gigantescas.
Como en el egipcio, la mayor parte de los
signos (500 aproximadamente en el sumerio antiguo) son signos –
palabras, procedentes de antiguos signos – cosas.
Muchas palabras sumerias son
monosilábicas, con dos consonantes que enmarcan una vocal,
pero existen otras más cortas (vocal o vocal y consonante)
o más largas.
En el acadio, como en el resto del
semítico, son las raíces triconsonánticas
las que dominan.
Tanto en el sumerio como en el acadio, se
utilizan los mismos signos con valores
múltiples por sustitución psicológica,
practicada ampliamente.
En ambas lenguas, la sustitución
fonográfica se operaba, ya sea entre palabras cortas, ya
sea entre partes de palabras largas, siempre con la presencia de
una vocal (contra lo que ocurría en el
egipcio).
El acadio, que conservó valores
sumerios y añadió otros por descomposición
de las raíces semíticas, posee una singular
abundancia de signos con valores múltiples, que
sólo se diferencian a veces gracias al
contexto.
El empleo es análogo al del egipcio,
los radicales estando comúnmente representados por un
ideograma. Los ideogramas de categorías son menos
numerosos que en el egipcio y más abundantes en el acadio
que en el sumerio. El empleo de signos fonográficos es lo
que permite la lectura; se utilizan para las terminaciones y
también para comienzos de palabras, no sólo como
afijos sino también como partes del radical, aumentados o
no con un afijo. De todos modos la lectura resultó siempre
complicada y exigía una cuidadosa preparación para
llegar a conocer los diversos valores de un mismo
signo.
La escritura cuneiforme de uso
ideográfico y fonográfico silábico se
extendió como instrumento de civilización hacia el
sudeste, a Elam, donde existía una antigua escritura
jeroglífica que no había proseguido su
evolución. La escritura cuneiforme, sobre todo en su
aspecto fonográfico, fue adoptada en esta región a
mediados del tercer milenio. En el noroeste, a mediados del
segundo, un sistema jeroglífico coexistió en el
país hitita, con el empleo de la escritura cuneiforme
abundante en ideogramas cuya presencia ha facilitado el
desciframiento dando una idea general del contenido de los
textos.
El procedimiento de las "cuñas"
sirvió por lo menos dos veces para usos puramente
fonográficos, una al comienzo de la creación del
alfabeto en la región sirio – palestina, por lo que se
refiere al ugarítico, y la otra cuando se
estableció la dominación persa, por lo que respecta
al alfabeto – silabario del persa antiguo; pero ambas escrituras
fueron efímeras.
En todas partes prevaleció el
alfabeto con escritura a tinta.
En el mundo egeo insular, en Creta y en
Chipre, se desarrollaron civilizaciones originales en las que la
escritura empezó también por una fase
jeroglífica. Al parecer, tomó muy pronto
carácter fonográfico, efectuándose
sistemáticamente la descomposición analítica
de las palabras en sílabas del tipo de consonante seguida
de vocal.
El número de caracteres de trazado
medianamente complicado es siempre mucho menor que en los
sistemas ideo – fonográficos (80 en el lineal de Creta, 55
en el de Chipre).
No se han descifrado documentos en lenguas
anteriores a las invasiones indo – europeas helénicas. En
Creta y, dentro del continente, en Micenas, se ha conseguido leer
griego en escrituras silábicas del 1.450 y 1.200 a.C.,
aproximadamente, antes de que los griegos adoptaran el alfabeto,
y en Chipre hacia el año 500, cuando en los demás
lugares los griegos se servían hacía ya largo
tiempo del alfabeto.
Este se formó en circunstancias y en
un lugar exacto que no conocemos de la costa oriental del
Mediterráneo. Tiene seguramente, como las demás
escrituras, un origen pictográfico. Pero no ha sido
posible relacionarle con ciertos documentos jeroglíficos
de la región fenicia y no es seguro que tenga
que ver con unos documentos grabados que se encontraron en el
Sinaí de fecha dudosa entre 1.800 y 1.500 a.C. que
contienen un pequeño número de signos que tienen
más o menos el carácter de dibujos toscos. Lo que
es seguro es de que, en contacto con las grandes escrituras de
civilización del Cercano Oriente, y dos milenios
después de ellas, la invención tuvo lugar una sola
vez, por lo que sabemos, al constituirse una escritura
fonográfica basada en el análisis de los más
pequeños elementos de las palabras y consistente por tanto
en un número muy reducido de caracteres (apenas más
de veinte) de trazado simple y sin representación de
objetos.
De este modo se llega al reinado de los
signos – sonidos o letras.
Era un verdadero "signo de los tiempos": un
momento en que el hombre
había llegado en sus esfuerzos de reflexión a un
conocimiento claro de la constitución íntima de su lenguaje y
sacaba de él consecuencias prácticas. Esto
ocurría en una región de pequeños estados –
ciudades, donde al parecer el comercio
lejano por medio de la navegación o a través de los
desiertos mantenía la prosperidad, seguramente con una
participación bastante grande de los ciudadanos en
la
administración.
A partir de ahí la escritura,
accesible a un gran número de personas, facilitó
cada vez más el progreso de la civilización
intelectual.
La historia del alfabeto, de sus
orígenes a nuestros días, es compleja. Hay que
tener en cuenta la expansión en diversas direcciones en
relación con acontecimientos sociales; las
diferenciaciones nacionales de las formas de los caracteres,
más o menos en relación con tipos o modelos
estéticos; las diferentes maneras de completar la
expresión fonográfica (sobre todo la
representación de las vocales); la diferente manera
también de delimitar las palabras, dando la debida
importancia necesaria al aspecto ideográfico.
Paradójicamente, el primer uso
comprobado del alfabeto se encuentra en unas tabletas
pertenecientes a la biblioteca de
Ugarit (en el norte de Fenicia), cuya existencia se ha datado
entre 1.600 y 1.200 a.C. aproximadamente; presentan un trazado
cuneiforme (lectura de
izquierda a derecha). Lengua:
variedad del semítico occidental próxima al cananeo
y al arameo.
La aparición del trazado que iba a
convertirse en nuestro alfabeto se produce en Fenicia y en las
regiones vecinas adyacentes, lo mismo por lo que respecta al
cananeo que al arameo, de una manera segura hacia el año
1.000 a.C. por lo menos (1.300 respecto de ciertos monumentos
fenicios
según algunos arqueólogos).
Alfabeto de 22 letras, todas consonantes;
de donde se ha deducido que se prescindía de las vocales,
que no se podían ignorar, y que en realidad las letras
representaban sílabas con vocal no indicada, estado
intermedio entre el silabismo y el alfabeto completo.
Trazados de letras de dimensiones variadas,
algunas de las cuales superan la doble línea ideal de los
pequeños caracteres bien por arriba (palos), bien por
abajo.
La impresión es de cursiva, con
caracteres separados, trasladados secundariamente a la materia dura
de los sarcófagos o de las estelas sepulcrales.
En las antiguas inscripciones, así
como en la única inscripción que se conoce en
moabita (otra lengua cananea), las palabras están
separadas generalmente por puntos. La dirección es de derecha a
izquierda.
El arameo, otra lengua semítica
occidental, tenía en sus comienzos (¿hacia el
año 1.000 a.C.?) casi las mismas formas de caracteres y el
mismo funcionamiento (dirección de derecha a
izquierda).
La adopción
del alfabeto consonántico semítico por los griegos,
quizá hacia el año 1.000 a.C., tomándolo
directamente de los fenicios o a través de una vía
de propagación por el Asia Menor, tuvo
consecuencias considerables. La primera fue la realización
completa del sistema
alfabético con letras consonantes y letras
vocales.
Para la notación clara de su lengua
los griegos no podían dejar de representar las vocales;
encontraron para ello un medio sencillo utilizando letras que
representaban consonantes del semítico que no
existían en el griego. Así fue como el principio
fonográfico llegó a su realización
completa.
Resultó de ahí que los
griegos, que leían progresivamente los caracteres sin
tener que suplir nada para distinguir las palabras, renunciaron
(tras el periodo arcaico) a las separaciones de
palabras.
Fue varios siglos después cuando los
eruditos se preocuparon de completar la escritura
mediante signos,
particularmente el del acento tónico, cuya movilidad en la
lengua griega es causa de dificultades. Más tarde,
restablecieron la fisionomía particular de las palabras
separándolas con intervalos vacíos, escribiendo en
suma grupos –
palabras, hábito que es para nosotros,
indispensable.
Por lo que se refiere al trazado (cuya
dirección se fijó, tras algunas vacilaciones, de
izquierda a derecha), los griegos adoptaron para lo que llamamos
la mayúscula, formas virtualmente cuadradas, sin
prolongación superior ni inferior y con numerosas
simetrías sobre todo laterales; lo cual producía un
efecto estético seguro.
Más tarde, para el uso manuscrito rápido, se
crearon formas rápidas de minúsculas.
En la India la
escritura debió aparecer hacia el siglo V a.C., tomada
casi con seguridad del
alfabeto consonántico semítico, pero con tales
trazos, desde el comienzo, en la mayor parte de las letras que la
imitación no está totalmente demostrada.
Lo que es seguro es que se formó un
sistema de notación de las vocales muy diferente del de
los griegos, que llevó a la constitución de un alfabeto
silábico.
Los caracteres aislados se leen como una
consonante seguida de la vocal A, que es la que se presenta
más a menudo; signos (y no letras) después, antes,
encima o debajo del cuerpo del carácter, representan vocales de timbres
diversos, breves o largas. Las palabras no están separadas
en la frase, cuyo final se marca.
No existe una escritura india sino
escrituras de formas diversas, con caligrafías diferentes
(dirección de izquierda a derecha).
Es extremadamente interesante seguir en las
diferentes regiones del mundo en que la escritura penetró
más o menos profundamente como instrumento para distintos
usos, las vicisitudes de la historia del alfabeto,
extendiéndose a lo largo de las vías comerciales o
de la propaganda
religiosa; los cambios de forma de los trazados según los
diversos materiales;
las diversas relaciones entre la caligrafía y otras artes;
la desigual adaptación a la expresión de las
lenguas en las
ortografías, etc. No es posible dar de ello aquí
más que un ligero bosquejo.
Del prototipo semítico antiguo no
proceden sólo las ramas cananea y aramea; existe
además una rama meridional representada sobre todo por las
inscripciones sudarábigas o hemiaríticas, de
caracteres simétricos (sin duda con influencia del
griego); y la disposición alternativa de las
líneas, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha,
frecuente en grandes inscripciones monumentales, muestra el deseo
de facilitar una lectura continua al visitante que pasaba ante la
fachada. La escritura etiópica que deriva de ella va de
izquierda a derecha.
Existe una proyección hacia el oeste
representada por el líbico – bereber, cuya
utilización fue siempre restringida, con caracteres
tratados
también simétricamente y de aspecto original,
colocados sobre las estelas antiguas en columnas que se leen de
abajo arriba.
La escritura aramea se diferenció
dentro del campo semítico, donde la lengua aramea se
propagó a expensas del cananeo, del ugarítico, del
acadio (y del sumerio), en diferentes variedades que se
leían de derecha a izquierda.
De aquí provienen el hebreo
cuadrado, que se iba a perpetuar indefinidamente y es hoy la
escritura oficial del Estado de Israel; el
siriaco del pequeño Estado de Edessa, que sobrevive
aún como escritura religiosa; el palmiriano de otro
pequeño Estado, el de Palmira, cuya existencia fue
efímera, después de haber mostrado los primeros
ejemplos de caracteres ligados, más frecuentes en el otro
pequeño centro situado en el umbral de Arabia donde se
utilizó el nabateo.
Fuera del campo semítico, la
escritura aramea se extendió hacia el norte por una gran
parte de Asia, en pueblos de lengua irania, turca y
mongol.
En el sur del dominio
semítico, los beduinos de Arabia adoptaron la escritura de
los nabateos. Con la expansión del Islam este hecho
iba a tener enormes consecuencias para la escritura. La escritura
árabe era una cursiva ligada rápida, sobre todo si
se prescinde de colocar los signos de las vocales encima o debajo
de los caracteres, como ocurre en el Corán y en la
enseñanza. Se ha prestado a toda clase de
ejercicios y juegos
caligráficos, en parte con estabilizaciones, pero se la ha
utilizado también abundantemente con carácter
ornamental tanto en los objetos como en los monumentos,
especialmente en sus partes ornamentales de estuco.
Empleada por los musulmanes no
árabes, se extendió por el Asia anterior y central,
por una parte de la India y la Insulindia y por diversas regiones
de Africa.
La escritura india se extendió por
todo el dominio de las lenguas indoarias, hasta el Nepal, y por
el de las lenguas drávicas en la parte meridional; pero,
siguiendo al budismo (que no
había de subsistir en la India misma), llegó por el
norte hasta el Tibet y por el sudeste hasta una parte de
Indochina y la mayor parte de Insulindia. Los trazados, empleados
aún siguiendo el tipo silábico, no presentan como
en el árabe ligeras variantes pero constituyen una serie
de escrituras de aspecto realmente diferente que sería
interesante comparar con las variedades del arte
ornamental.
La escritura griega que en su forma
clásica ha quedado reducida en nuestros días a una
pequeña zona, fue objeto de varias expansiones, con
modificaciones más o menos acentuadas, en diferentes
períodos y en diversas direcciones.
Al este, hay que tener en cuenta en la
época antigua, ciertas lenguas del Asia Menor que no han
subsistido, tales como el frigio.
Pero estas lenguas habían
quizá recibido, al menos en parte, la escritura
semítica al mismo tiempo que la
griega e incluso antes que ella.
En la época cristiana, durante la
evangelización, el griego se utilizó en África
para el copto y para el nuba antiguo; al norte del Mar Negro,
durante algún tiempo, para el gótico
germánico; luego, en forma hasta hoy definitiva, y con un
trazado distinto, aunque muy semejante, llamado cirílico,
para algunas lenguas eslavas, siguiendo el destino de la Iglesia de
Oriente (con excepción de Grecia).
En Armenia y Georgia aparecieron ciertas
imitaciones desnaturalizadas, con elementos de otro origen. En
nuestros días habiéndose decidido Rusia y sus
países de influencia lingüística por el empleo
uniforme de la escritura cirílica, esta se aplica en
parte, en sustitución de la escritura árabe, en
diversas lenguas fino – ugrias, turcas, mongoles, etc.
Hacia el oeste, la escritura
alfabética se extendió en la antigüedad, por
contagio de civilización y al parecer, sin un aspecto
religioso particular, sobre todo por Italia, tanto
entre los etruscos, cuya lengua, de origen desconocido, seguimos
sin comprender, como, por mediación o sin mediación
de éstos, entre las poblaciones itálicas de lenguas
indoeuropeas, en particular los latinos.
Parece que una forma septentrional en los
Alpes dio origen a las runas, que tuvieron una forma original y
se utilizaron en los países escandinavos para usos
derivados en parte de la magia.
En las mayúsculas la escritura
latina adoptó como el griego formas en gran parte
simétricas, de una gran claridad.
Se prestó a una utilización
monumental pudiendo agrandarse bastante si es necesario para ser
leía desde lejos.
Para los usos corrientes y para los
libros, ha
adoptado toda clase de formas, que constituyen una historia
aparte, relacionada en gran medida con necesidades
estéticas o con los conflictos
prácticos de rapidez y de legibilidad.
Podemos mencionar, en el siglo XVI, la
escritura libresca gótica que recuerda singularmente el
estilo arquitectónico ogival y que encontramos en los
últimos manuscritos y en diversos impresos incunables,
acompañada por una cursiva especialmente mal formada y
confusa, a la que sucedió la escritura llamada humanista,
tan sobria y clara, que se refleja aún en nuestros textos
impresos.
La escritura latina se extendió por
Europa, primero
con la
administración romana y después con las
cristianizaciones sucesivas, limitada por las posiciones que
había conquistado la escritura cirílica. Luego, con
las navegaciones y las colonizaciones europeas, ganó una
gran parte del mundo y especialmente América. Es hoy la más extendida de
todas.
Gracias a la instrucción, inaugurada
por los misioneros, la escritura latina se adaptó al uso
del malgache en Madagascar y del vietnamita en
Indochina.
Hoy la han adoptado para sus lenguas
nacionales la
República de Indonesia y la de Filipinas. Igualmente
en la República Popular China se ha
recurrido a ella para las minorías que no poseían
una escritura. Ha comenzado también a utilizarse en las
lenguas africanas y amerindias.
Completada de manera sistemática,
sirve para las transcripciones de otros sistemas y para
las notaciones fonéticas.
A lo largo de su evolución, la historia de la escritura
aparece ligada a los adelantos materiales: soporte, instrumentos
para escribir, líquido para escribir; la escritura
dependió durante largo tiempo de la habilidad manual de
grabadores y otros copistas. Un hecho de importancia decisiva fue
el de la reproducción de los escritos en gran
número de ejemplares gracias a los procedimientos de
impresión, reproducción condicionada primero por la
existencia de una industria del
papel. La historia de los estampados múltiples comienza en
China en el siglo XI de nuestra era. La xilografía se
practicó en el siglo VI.
Los caracteres móviles en China y en
Corea datan del siglo II. En Europa occidental, después de
una utilización limitada de la xilografía, la
fabricación de caracteres móviles y de prensas en
el siglo XV produjo el florecimiento del libro y de la
hoja volante, extendiéndose considerablemente la
práctica de la lectura,
sin que se generalizara la instrucción.
Naturalmente, la imprenta
exigía nuevas clases de técnicas
(mencionemos aquí simplemente la máquina de
escribir y su mundo de taquimecanógrafos). Fue
en el siglo XIX cuando se logró a la vez una gran masa de
impresión con los periódicos diarios (gracias a la
utilización de máquinas
cada vez más perfeccionadas) y la instrucción
generalizada en los países de civilización
industrial desarrollada.
En la era de la electricidad, los
progresos acelerados de la industria, a los que la escritura
había contribuido grandemente como instrumento
intelectual, le han suscitado varias rivalidades en la
satisfacción de las necesidades a que responde: facilidad
de la
comunicación (mensaje), conservación,
transmisión y generalización de las informaciones,
de la enseñanza, de la propaganda (incluida la publicidad) y de
las diversiones.
Los medios masivos
de comunicación y sobre todo la computación relacionada con Internet y con su salto a la
virtualidad de los nuevos materiales digitales interconectados,
reúnen en sí mismos todas las condiciones y
funciones que
se plantean en este nuevo siglo.
Síntesis
de la escritura musical
Básicamente por notación
musical se entiende un sistema de signos convencionales que
indican gráficamente el sonido.
Numerosos han sido los sistemas de
notación según el pueblo y la
época.
Se pueden dividir en dos grandes
categorías: notación fonética, en la que las
palabras, letras o cifras indican los grados de la escala con el
añadido de signos secundarios que señalan los valores de
duración; y la notación diastemática, en que
la configuración melódica en su sucesión de
graves y agudos es de inmediato clara para la visión, por
la posición relativa de los signos.
Orígenes
Entre las notaciones fonéticas se
hallan: la India (la más antigua), que consiste en cinco
consonantes y dos vocales que representan los nombres de los
grados de la escala, en tanto que el añadido de otras
vocales dobla en valor de las
notas; la de los árabes, que divide la escala en tercios
de tono y escribe la escala en grupos de tres letras; la griega
antigua, con letras y signos; las tablaturas, en que las letras o
figuras representan las teclas o digitación de los
instrumentos y otras de más reciente
aparición.
En Grecia, la notación
alfabética instrumental se refería a las cuerdas y
seguía el orden de los sonidos del instrumento, mientras
la notación alfabética vocal se refería al
orden de los sonidos de la escala.
Es importante destacar que desde la
concepción pitagórica del número como
esencia de lo musical (entre otras cosas), se estableció
que los acusmáticos eran los aprendices que todavía
no tenían la capacidad para opinar sobre el contenido de
las enseñanzas de su maestro y que al superar las pruebas, se
transformaban en matemáticos. También es importante
recordar que el discípulo de Pitágoras, Platón;
en la Academia de Atenas, dio a la música la
categoría de ciencia, junto
a la aritmética, la geometría y la astronomía. Eso fue hasta la Edad Media e
inclusive durante el Barroco
Temprano, y se denominó quadrivium. La música se
estudiaba en las Universidades de toda Europa como ciencia, no
como arte. Otro discípulo, esta vez de Platón,
Aristóteles; se opuso a esta idea y
trató de encuadrar la música dentro de las artes.
Al fin lo logró mil años después: la
acústica reemplazó a la música como parte de
la mecánica, y la música pasó a
ser un arte, pero con una pérdida importante: dejó
de tener el rigor que establecía su concepción
pitagórica, y perdió – a partir de una escritura
confusa teñida por el oscurantismo de la Iglesia – la
lógica
de sus comienzos.
Notación
neumática
La notación neumática deriva de los acentos que sirven
para indicar un ascenso o un descenso de la nota; esta
notación sólo indica que la voz debe subir o bajar
de grado, pero no define el intervalo y sirve por lo tanto
esencialmente de signo mnemotécnico para quien ya conoce
la melodía.
No indica el valor de las notas, porque la
idea de fijar la duración de las sílabas del
texto, por
medio de notas medidas no se les ocurría a los
músicos.
Los neumas tuvieron diversos nombres: virga
o vírgula se dijo del acento agudo que indicaba una nota
más alta que las vecinas; el punctum equivale al acento
grave, es decir, indicaba un ascenso de la voz; clivis era una
combinación de acento agudo y grave (acento circunflejo) e
indicaba una nota aguda seguida de otra grave; otras
combinaciones de acentos, es decir de notas de distinta altura
eran el podatus, el scándicus, el climacus, el
tórculus, el porrectus, etc.
Los signos mismos sufrieron una
modificación de acuerdo a cada nación
y época.
Decisiva fue la introducción del pautado con la clave, de
donde derivó el tetragrama.
Cuando a la única voz cantante se
unió la segunda voz (órgano y discanto),
surgió la necesidad de medir exactamente el valor de las
notas; y como la antigua medida poética de las
sílabas había sugerido la división regular
de las largas y de las breves, así se conservaron en la
misma los términos anteriores.
Notación
cuadrada
La notación cuadrada, que
sucedió a la neumática, se formó lenta y
trabajosamente de ésta, conservando algunos de los puntos
esenciales.
El signo de la virga se convirtió en
longa, el del punctum en breve (con el múltiplo duplex
longa y el submúltiplo semibreve).
El valor convencional de la longa era de
tres breves, el de la breve de tres semibreves. Se conservaron
los valores del
podatus, del climacus, etc.
La representación se hacía
siempre con notas cuadradas, diversamente unidas por medio de
rasgos sutiles.
Notación
redonda
En el siglo XIV aparecieron otros valores
de duración, como la mínima y la semimínima;
hacia la mitad del siguiente siglo se introdujo el uso de las
notas blancas, de mayor valor que las negras. La forma redondeada
de las notas actuales se remonta al 1.400, época en que se
halla ya en la escritura corriente, pero en la impresión
no apareció hasta 1.700.
Notación
bizantina
De igual modo que la música misma,
la notación bizantina había de ejercer influencia
sobre la occidental, aunque cada pueblo la desarrollase a su
modo.
Los elementos básicos iguales a los
que hallaremos en los neumas latinos son: el punto, el acento
agudo, el acento grave, la coma y el apóstrofo.
La notación bizantina más
antigua se llamaba "ekfonética" o "recitativa". Más
que representación de sonidos, sus signos parecían
ser puntuación del texto cantado, comenzó en el
siglo V, quizá en el III y se extendió hasta el
XIII. Desde el siglo XI aparece la tendencia a la notación
diastemática que se generalizó algo después,
con dos especies principales de signos: los fonéticos, que
representan sonidos, ya repetidos, ya diversos (sin que los
intervalos se hallen claramente indicados); y los áfonos
(sin sonido), complemento de los anteriores para expresar
duraciones, es decir de cierto carácter
rítmico.
Los maistores, es decir los maestros y
teóricos bizantinos, consideraban hasta una cincuentena de
signos áfonos. Los signos de esta notación llevaban
nombres característicos que a veces se dirigían a
la imaginación, como "aple" (simple), "klasma" (roto),
"gorgón" (vivo), "argón" (brillante), "bareja"
(grave), "homalón" (con calma). Puede citarse
también el "isón" (unísono).
Lo mismo se llamaba un procedimiento muy
usado en Bizancio y en Oriente: sonido repetido constantemente
como pedal, sobre el que se apoya otra voz.
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