- La
familia: un refugio - Un
amor con iniciales - Maravillas de la
naturaleza - Treinta mil pies
de altura - Los seres
cotidianos - Ante el
espejo
Más que esto qué puedo decirles,
detrás de una puerta siempre hay algo
que nos espera.
Rafael Arráiz Lucca
La familia: un
refugio
Fueron los años donde sentí de cerca
la respiración de una familia sentada
a
la mesa, dadora del orden
Para Rafael Arráiz Lucca su familia le permite ejercer
un amor que se
traduce en moralejas y reflexiones, en constataciones acerca de
aquello que le otorga sentido a la vida y le da valor a la
existencia.
El poeta se alimenta de un amor familiar doble, de uno que
proviene de aguas arriba y de otro que se origina aguas abajo.
Sus ancestros son evocados por el escritor, incluso cuando se
asoma a "la ventana del espejo", para preguntar y responderse a
la vez: "¿Quién esplende en mi mirada? / Veo los
ojos de mi madre en los míos: / sus cejas levemente
protuberantes, / como unas discretas cordilleras, / cayendo sobre
los párpados. Ahora vislumbro la sonrisa de mi padre en la
mía: / su rictus para desenvainar el brote perspicaz de la
ironía. / Creo ver en el mentón partido / la misma
división que llevaba mi abuelo / desconocido y recatado en
el desván de las fotografías". Sus hijos
también se hacen presentes en la poesía
de Arráiz para ayudarle a rescatar el pasado y para
anticipar el irremediable futuro: "Esa es la luna / que vieron
mis padres / y la que miran mis hijos. / Se ocultaba / cuando
nací / quizás brille / cuando me vaya".
Los hijos, Eugenia y Cristóbal, ocuparon y ocupan un
lugar prominente en la emoción del poeta, quien ante la
llegada de una inevitable descendencia, vuelca su alegría,
su sorpresa, el desacomodo por la nueva condición asumida,
en forma de consejos y admoniciones, de advertencias que Eugenia,
la primogénita, recibe primero antes de que Arráiz
confirme, al momento del nacimiento de Cristóbal, una
incertidumbre creciente y un desconcierto profundo que se traduce
en una ausencia de palabras (agotadas todas quizás en ese
inmenso esfuerzo de construirle un instrumental de viaje para la
vida a Eugenia) que le llevan a pedirle, a su nuevo hijo, desde
el miedo y la imposibilidad del poema, que por favor traiga
consigo un "mapa para esta familia extraviada".
Extravío familiar proveniente de un sesudo ejercicio
llevado a cabo casi tres años atrás, cuando
el amor con
Guadalupe rindió su primer fruto en forma de una
niña llamada sonoramente Eugenia, quien, al nacer, ya lo
tenía aparentemente todo dispuesto, porque una
tradición de familia la albergó en el mismo
moisés que utilizó la abuela para acunar en su
momento la alegría de los bisabuelos del poeta.
Así llega Eugenia al mundo y al afecto de un padre que
se vale de la poesía para construirle a su hija un
manual
útil y amoroso, contentivo de "algunas instrucciones" que
le indiquen "las precauciones necesarias", luego de que deje de
andar sola e irresponsable por el imperio de su mundo. Manual de
instrucciones que Arráiz compila recurriendo a los
preceptos y valores que,
en su criterio, son necesarios para construir una existencia
basada en: el reconocimiento de la pluralidad que al momento del
nacimiento a la vida se traduce en "escarpines de muchos colores", la
constatación de que "la impunidad no
existe", la necesidad de contar con habilidades propias que le
permitan a Eugenia comprender que "los "muchos aviones que pasan,
pasan / si no te calificas para subir a sus escaleras".
Compendio de instrucciones vitales del escritor que incluye
también una advertencia contra el dogma, contra esa
pretendida certeza universal que puede conducir a la hija a
enfrentar el mundo con "la verticalidad de los imbéciles",
traducida en la incapacidad para "entender los acontecimientos
que se dan / por los cuatro puntos cardinales". Arráiz
advierte igualmente a su hija que no hay nada peor que convertir
la vida en usanza, en rutina, en cotidianidad, en una
colección de arañas o de manchas en el techo.
Valiéndose de la solidaria complicidad de Guadalupe, el
padre le aconseja a la hija que observe, que ausculte el mundo,
el entorno, los alrededores de la vida con cuidado, así
podrá abrir "las ventanas de la sensualidad" y activar los
diferentes sentidos que le brindan al existente un disfrute
particular y diferente según éste provenga del
tacto, la vista o el olfato. Esta observación predispone, según el
poeta, al reconocimiento de la otredad, a que "nazcan los
diálogos" con esos interlocutores que la dinámica de la vida va cambiando
según los aquí y los ahora, las circunstancias,
para constatar que "las claves pasionales del mundo" no tienen
otro asidero que el que nace de recibir y entregar, ese anclaje
que permite construir "la casa larga del afecto" que debe ser un
lugar que Eugenia comparta desde su primera inocencia con la
incomodidad y la belleza de las grandes montañas.
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