El poeta prosigue, en su caravana errante, su
histórico y personal paseo
por la madrastra España que
transforma definitivamente en Matria verdadera y absoluta.
Frecuenta el viejo Alcázar de Segovia, conduce hasta
Ávila para constatar que aún permanecen: "Las
murallas con sus dientes / separados y relucientes / mastican el
firmamento." Continúa enérgico y decidido hasta la
luminosa y dorada Salamanca para enhechizarse sin remedio con sus
piedras y sus gentes. Reparón y memorioso el poeta se
instala en una cafetería de la Plaza Mayor y evoca a los
vecinos singulares de la ciudad, y en especial, a dos ocurridos
lugareños: "Los cafés provincianos bajo los
soportales / sueñan con espectros ilustres / de
contertulios desaparecidos. / La Casa de las Muertes exhibe en su
fachada / pequeñas calaveras que son
mudas / alegorías del memento mori / y nos hacen
pensar en el brasero / que asfixió al Rector
paradójico / don Miguel de Unamuno / entre sus pajaritas
de papel / mientras sangre
española fratricida / era helado cristal sobre los campos
de batalla. / La cabeza de búho del Rector / surge de los
bloques de bronce (…) vasco de cuerpo entero / y español de
los pies a la cabeza / con la frente aplastada por la angustia. /
Luis de León, el agustino sabio / y poeta a sus horas, /
después de cinco años consumidos / en las mazmorras
inquisitoriales, / reanuda su curso de Exégesis
bíblica / con un ` Decíamos ayer " / que
todavía flota en el aire."
Sin desfallecer, con un nuevo aliento en pluma y versos,
el poeta recorre la intensa geografía de su
celebrada madre patria. Las ciudades andaluzas no le son ajenas
al castellano
universal, con inacostumbrado acento y con las palmas en el
verso, López Rueda prolonga su ronda española por
ciudades de un mismo acento, pero de diferente voz:
Sevilla: Con una seguidilla de
rítmicos acordes, el poeta se va de sevillano: "Dorada
por el dulce / sol del otoño / sonríe la serena
/ Torre del Oro. / Lengua sin fin, / lame sus pies el
río Guadalquivir. // La Giralda a lo lejos / alza su
prisma / añorando las voces / de la morisma / y el
Giraldillo / acompasa a los vientos / su dócil giro.
// Vencidos por la magia / de sus jardines / al
Alcázar descienden / los serafines. / Almas errantes,
/ vagan por las estancias / viejos sultanes (…) Cien
mil palomas blancas / por las glorietas / se disputan mis
hombros / y mi cabeza. / Novias astrales / desde el cielo me
tiran / sus azahares (…) Ay si mi amor pudiera / con
un suspiro / subirnos por el aire / al gran zafiro. /
¡Qué maravilla, / planear en un beso / sobre
Sevilla!"Córdoba: Con rigurosa e
histórica puntualidad – transmutado en omeya
trashumante que arriba oportuno y pertinaz desde el Oriente
musulmán al Califato de los califatos – el escritor
nos comunica : "Como quien va a los brazos de su amada, /
llego todos los años en octubre / y Córdoba me
espera sonreída (…) Entro despacio / en la
Mezquita como fatigado / nómada que se pierde en el
frescor / de su infinito bosque de columnas (…)
Iconoclastas furias / me hierven en la sangre al ver la tarta
/ de la cristiana catedral inserta / en este hermoso oasis de
palmeras / pétreas como símbolo orgulloso / del
Islam derrotado. // Me aproximo / al áureo recinto del
mihrab / y como siempre que visito templos / de cualquier
religión, me identifico / con sus dogmas y elevo una
plegaria / al Dios desconocido. En este caso: / Alá
akbar."Granada: La maravilla de todo mundo, nuevo o
ancestral, es excusa crepuscular y suficiente para que el
poeta le dedique un fervoroso verso al trovador granadino por
antonomasia: "Yo conseguí ver un día / en lo
alto de la Alcazaba / a Federico García / que
extático recitaba / un encendido soneto / mirando el
bello perfil / de un amigo que en secreto / le daba su amor
viril. // Una infinita guitarra / suena por el Sacromonte / y
una copla se desgarra / sangrando en el horizonte. // A veces
puedo escuchar / aquel disparo asesino / que consiguió
silenciar / al ruiseñor granadino (…) Como
altísima cometa / en el cielo ya estrellado / asoma
dulce el poeta / su rostro decapitado."
La Extremadura de los más aguerridos y fieros
conquistadores de la América
indócil es también saludada – desnudo de
yelmos y corazas, desprovisto de arcabuces y alabardas – por el
poeta de ambos mundos que, en el Trujillo extremeño, se
topa con: "la estatua en bronce / de Francisco Pizarro modelada /
por dos artistas norteamericanos, / inmóvil en su trote, /
señorea el espacio tal un águila / sombría
que se cierne empenachada / dispuesta a devorar un continente. /
Con palabras de Hegel, se
diría / que es la idea de Dios sobre un caballo / o el
brazo ejecutante del Destino / disponiendo la historia / bajo el sol
otoñal del mediodía / entre viejos palacios y
esquineros / balcones con escudos nobiliarios."
En uno de sus tantos retornos a su Madrid natal,
la villa del oso y del madroño, sin correspondencia en su
afecto errabundo, pasa el escritor por El Escorial, ese museo de
la historia de un imperio que se marchitó de pronto, donde
dedica sentidos versos a dos hermanos reales y rivales, Felipe II
y Juan de Austria, que sólo pudieron hacer efectiva su
hermandad en la dudosa paz del oscuro pudridero.
El Valle de los Caídos, su explanada, su
basílica, su inmensa cruz de brazos extendidos en
permanente demanda del
perdón divino; ese infame monumento dedicado al narcisismo
y a la megalomanía del Caudillo; ese ominoso sitio que no
debe ser erigido otra vez en país alguno, concita, en la
ibérica y dolida emoción del poeta, versos rabiosos
que denuncian una prolongada iniquidad y un injustificable
fratricidio:
"El pequeño gran hombre /
enviado por Dios para salvarnos / de toda tentación
comunistoide / o judeomasónica, / la mandó
construir con el esfuerzo / de españoles cautivos / que
habían defendido bravamente / su idea de un país
más justo y libre / alegre galeón que navegara /
movido por los aires del futuro (…) Y ahora yace
aquí tranquilamente / sin que nadie le pase la factura / de
tanta muerte y tanto
sufrimiento. (…) Detrás de las capillas
principales, / están los columbarios / con nichos donde
yacen / cincuenta mil caídos combatientes / del bando
vencedor y del vencido / pero no convencido. / Y coronando toda
esta tristeza, / se alza la inmensa cruz en cuya base / los
cuatro evangelistas / son titanes de roca visionaria / que con
toro, león, águila y ángel / conjuran los
demonios fratricidas / mientras el alto viento mesetario / es un
millón de cuervos que susurran / ¡Nunca más!
¡Nunca más!
Un vagabundear
fructífero
Pero no me importa nada
no conseguir lo que anhelo
si basta que alce el vuelo
como un águila dorada
mi fantasía lanzada
por cielos que yo imagino,
para lograr el divino
don de crear lo que quiero,
un bien que no es verdadero,
pero alegra mi destino.
En uno de sus poemarios aún inédito
– Iberiada – López Rueda coloca como uno de
los epígrafes que le dan entrada al minucioso texto de su
más reciente erranza española, estos dicentes
versos del poeta galo Joachim du Bellay, que son genuinamente
propicios para sustentar el desarrollo de
este último e intimo capítulo sobre las intensas y
más definitivas emociones de
nuestro poeta que no renuncia del todo a las errancias, sino las
hace más cortas y personales: "Heureux qui comme
Uysse, a fait un beau voyage, / Ou comme celuilà qui
conquit la toison / Et puis est retourné plein d'usage et
raison / Vivre entre ses parents le reste de son
age!"
Porque el poeta de Iberia, como el rapsoda de Itaca,
también podría, sin falsas modestias y con sobradas
razones, decir lo mismo: está feliz como Ulises, ha
realizado un bello viaje; a su manera, conquistó el
vellocino de oro, con cofre
y todo, y, ahora, sosegado de alma y con
renovadas ganas de vivir regresa a Madrid para convivir entre sus
parientes el resto de sus días.
López Rueda, cobijado por los suyos, familiares y
amigos, con reflexionado desparpajo se aleja del mundo y sus
vicisitudes, de las largas y desoladoras errancias,
físicas, académicas y humanas, para "con mirada
indiferente / miro todo lo real / dentro del artificial /
paraíso de mi frente / y desdeño altivamente /
mezclarme al tráfago humano / tan estéril y tan
vano / que lo rehuyo y prefiero / solo estar mientras espero / el
imperio del gusano."
Solo, pero no en apartada soledad, el poeta escribe unos
festivos versos, en forma de espinelas, para celebrar la vida,
reiterar el amor por su
mujer, expresar
el intenso afecto por su familia y
homenajear a sus amigos.
López Rueda se libera de formalismos
académicos, pero no de su rigor, para, ya abuelo, escribir
versos íntimos y agradecidos, que transforma en graciosas
espinelas de sus más recónditos afectos.
Permítasenos mirar, desde el postigo del afecto y no
sólo a través del portón del crítico,
las más recónditas querencias de este hombre que
expresa, en espinelas, la felicidad de que ellos, los suyos,
estén con él, en estos felices momentos cuando la
vida valora la amistad y
la familia por
encima de cualquier otra tentación o
circunstancia:
Las nietas: Ambas, una con su dentadura
blanca y completa de niña grande y la otra con su
desdentada sonrisa de niña chica, llegaron a la vida
del poeta para otorgarle, sin protocolos de alfombras rojas,
la Orden del Abuelo, esa condecoración que el poeta
recibe con más satisfacción que los tantos
premios o reconocimientos logrados a lo largo de su fecunda
existencia. Ahí están, en dulces y tiernas
espinelas del embelesado abuelo, las dos nietas retratadas:
Ana: "En la altura soberana / jugabas con las
estrellas / cuando tú eras una de ellas / y aún
no te llamabas Ana; / pero una clara mañana / un
ángel de caramelo / descolgándote del cielo, /
descendió suavemente / y te dejó sonriente / en
los brazos del abuelo." Inés: "Soñaba
sobre la sierra / una estrellita graciosa / con ser una
blanca rosa / o una niña de la tierra. / Como era un
poco gamberra / le gustaba dar traspiés / o hacer
cosas al revés / y por eso una mañana / se
coló por la ventana / y empezó a llamarse
Inés."Los hijos: Más de una vez nacieron los
hijos que José tuvo en Adelina; el poeta les
cantó al nacer a la vida y les cantó nuevamente
al volver a su vida. Ahora les canta ya maduros, vidas
entregadas y destinos hechos. Germán: "No hay
pleito que te resista / cuando te vistes la toga. / Echas al
cuello la soga / al más fiero antagonista / y aunque
sea muy jurista, / siempre lo desencuadernas / con tus
tácticas modernas / y se baja del estrado / cabizbajo
y derrotado / con el rabo entre las piernas. // Cuando yo en
el Ecuador / te enseñaba a caminar, / nunca pude
sospechar / que tú como corredor / ibas a ser el
terror / de los rápidos keniatas / y si no los
desbaratas, / porque en toda Maratón / vuelan como
exhalación, / también corres que te matas".
María Begoña: "Los Andes ecuatoriales /
fueron la elevada cuna / en que la diosa fortuna /
depositó los pañales / de tus años
iniciales. / después en tu adolescencia / tuviste por
residencia / las orillas del Caribe / cuya imagen sobrevive /
todavía en tu conciencia. // Al llegar tus mocedades,
/ el corazón errabundo / te impuso a recorrer el mundo
/ coleccionando ciudades / y amorosas amistades. / Londres te
dio muy ufano / su inglés metropolitano / y Walt
Withman en su día / la vigorosa alegría / de su
canto sobrehumano. // Paseaste soñadora / por las
orillas del Sena / que lame con su melena / los pies de
Nuestra Señora / y en Viena que te enamora, / Mozart
te besó la frente. / Recorriste el Occidente, / Rusia,
Egipto, Estambul / llenando así tu baúl / de
memoria inteligente. // La experiencia acumulada /
después de tanta aventura / ahora en la edad madura /
te hace ser más sosegada / y consagrar la jornada /
con generoso talante / a tu público estudiante / a
quien das con alegría / discreta sabiduría / de
filóloga ambulante."La Nuera: No hay nietas sin madre que las
haya parido, y como una hija más de un inexistente
trío sanguíneo, el poeta ampara, paterno, a
María Guerra – y también a su madre Isabel, la
consuegra – en sus divertidas espinelas: verdades dichas al
voleo, en son de inocente y verbal juego. Maria
Guerra: "Es pajarito cantor / o ruiseñor de verano
/ el micrófono en la mano, / Cuando con tu fino humor
/ pregonas el esplendor / de películas y cines, / en
los mares los delfines / sintonizan tu emisora / y en el
cielo a toda hora te aplauden los serafines. // Si bien como
periodista / estás entre las primeras, / en lo tocante
a carreras, aún te falta mucha pista / y esqueleto que
resista, / pero te sobra tesón / y fogoso
corazón / para llegar a la meta / sudada la camiseta /
y en última posición." Isabel Merino: "A
mi consuegra Isabel / le dedico esta espinela / por ser ya
superabuela / y derramar a granel / su amor de leche y miel /
sobre parientes y extraños; / además por los
reaños / con los que su caridad / soportó la
adversidad que la asedió tantos años."
Versos de espontáneo y gozoso afecto compone
también el poeta para recordar la memoria de
abuelos y abuela, así como los logros de sus cercanos y
distantes hermanos Joaquín y Luis y los de sus esposas,
las cuñadas. Sin embargo, el poeta sabe que hay otros
hermanos que no son de sangre sino del afecto, y que esa
pequeña y contada aristocracia del espíritu, son
sus cómplices afectivos, allende y
aquende, en la dicha o en el infortunio, a los que tiene y no al
alcance de la mano, pero si del verso:
A Ramón sin su alemana: "Mi dulce y
buen Ramón, si ya te niega / su cuello blanco y la
encendida rosa / de su boca tu ingrata y dura esposa / y
sientes que tu dicha se disgrega, // si el hijo se te apega,
/ si ya balando, con la voz llorosa, / pregunta por su madre
veleidosa / y un mudo llanto el corazón te anega // no
dejes de pensar que está contigo / al sur del Ecuador
un viejo amigo / tan firmemente fiel como lejano // y si a
tus dedos el undoso trigo del pelo no ya da tu sol germano, /
busca otro sol; más búscatelo
hispano."Mavi y Luis Gil: A este par de viejos
cofrades de la amistad y colegas del vagabundear, el poeta
los celebra en medio de otra errancia – ya no propia sino
ajena -, y delicados, comprometedores e inusitados encargos
les demanda: "Viajeros incansables, todavía / os queda
juventud acumulada / para volar con lúcida mirada / al
corazón de la arqueología. // Cuando
volváis de tanta lejanía, / traedme una
pirámide truncada; / una dulce princesa embalsamada /
o la luz de la sabia Alejandría. / Si navegando
remontáis el Nilo, / atrapadme el oculto cocodrilo /
que el loto de mil pétalos vigila, // Y si al sur
encontráis el alma errante / del doctor Livingstone,
echarle el guante / y traerla a Madrid en la
mochila."Soledad y Enrique: A dos amigos de nuevo
cuño por los que profesa un intenso y creciente afecto
dedica el poeta esta espinela de la esperanza y la
buenaventura: "El que en escena te vea / sabrá que sin
transición / puedes ser don Hilarión / o la
dulce Dulcinea / sin dejar de ser Andrea; / pero la pura
verdad / es que en realidad / para tus íntimos eres /
la mejor de las mujeres / y te llamas Soledad. // Esto lo
sabe mejor / ENRIQUE, tu compañero, / que del zapato
al sombrero / es un poeta mayor / con la GRACIA del actor. /
Los dos en comunidad / me alegráis la amistad /
forjando con fantasía, / humorismo y poesía /
una humana TRINIDAD:"Medardo Fraile: Si hablar de un amigo hermano
se trata, leamos con atención estos versos sustentados
por largos años de amistad que no se nutren del
anodino y siempre perecedero recuerdo: "El sesenta
aniversario / cumple ya nuestra amistad / que empezó
en la mocedad / su fraterno itinerario. / al destino
literario / los dos hemos sido fieles / y superadas las
hieles / que tales trabajos dan, / nuestros nombres
quedarán / grabados en los papeles (…) En
tocante a los amores / fuiste un discreto Don Juan / y con
sigiloso afán / conseguiste los favores / de algunas
humanas flores / o cosechaste la miel / de alguna casada
infiel; / pero llego una escocesa / y te puso por sorpresa /
su amoroso cascabel. // Aunque vuelas estos días / al
reino del Lago Ness / me consuela que después /
volverás con fantasías / sazonadas de
ironías / a alegrar la primavera / de esta amigo que
te espera; / si bien con barba canosa, / con la sangre
generosa / de la juventud primera."
Así en el sosiego anhelado y por fin encontrado,
entre su familia y sus amigos más cercanos, reposa
López Rueda los pies cansados y el alma fatigada de tanta
errancia. El júbilo invade al poeta, el regocijo se
instala en su verso y el contento bienvenido confirma su
alegría de vivir y de seguir viviendo:
"HOY la vida como un vino / se me sube a la cabeza /
y hay una belleza / en mi terrestre destino. / Todo lo acepto.
Camino, / mejor dicho, voy de vuelo / sobre este querido suelo / que el
sol fiel y sosegado / contempla con su dorado / monóculo
desde el cielo. // Mi sangre es un jubiloso / champaña que
burbujea / y yo un ave que gorjea / su cántico fervoroso.
/ Me parece tan hermoso / estar vivo y respirar / que mi derecho
a dejar / aquí mis humanas huellas / ni por todas las
estrellas / lo quisiera yo cambiar."
Bibliografía
OBRA POÉTICA DE JOSÉ LÓPEZ
RUEDA
Soledad y memoria,
Universidad de Cuenca, Ecuador, 1958.
.
Testimonio de Sombra, Universidad de
Cuenca, Ecuador, 1963.
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Crónica del asedio, Colección
Pórtico 3, Madrid, 1983. .
Cuaderno de Tamkang, Colección AYA,
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Fervor Secreto, Verbum, Madrid, 2002.
Espinelas del abuelo, Pórtico 3, Madrid,
2006.
ARTÍCULOS Y ENSAYOS SOBRE
JOSÉ LÓPEZ RUEDA
Ezequiel González Mas: "Soledad y
memoria de José López Rueda", El
Telégrafo, Guayaquil, 6-07-1958.
Luis Jiménez Martos: "Soledad y memoria,
de José López Rueda", Agora, Num. 25-26,
Madrid, Nov., Dic., 1958.
Medardo Fraile: "El llanto del caballero",
Arriba, Madrid, 8-02-1959.
Alfredo Armas Alfonzo:
"La tierra
provisional de López Rueda", El Nacional,
Caracas, 28-03-1978.
Maximino Cacheiro: "América en la poesía
de José López Rueda", El Universal,
Caracas, 16-02-1981.
Miguel Angel Escotet: "Semblanza de José
López Rueda", Ateneo de Madrid, 1983.
Inédito.
Gerardo Diego: "Carta crítica", Madrid, 12-01-1984. .
Francisco Belda: "Un libro de
sonetos", El Universal, Caracas, 23-12-1984.
María Teresa Bertelloni: "La irrenunciable
necesidad de la poesía: Crónica del asedio
de José López Rueda", en Encuentros, I,
Anuario de la Academia Iberoamericana de Poesía, Madrid,
1993.
Juan Ruiz de Torres: La poesía de José
López Rueda, entre la reflexión y la
modernidad, Asociación Prometeo de
Poesía, Madrid, 2005.
Joaquín Marta Sosa: "López Rueda: La
poesía me ayuda a vivir", Circunvalación del
Sur, Círculo Metropolitano de Poesía, Nº
6, Caracas, 2005.
Autor:
Enrique Viloria Vera
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