- La selva
amazónica: un verde origen - Salamanca:
más que un dorado cielo - Una mujer en
alma y cuerpo - Poetas y
amigos: un homenaje - Con Cristo,
por él y en él - Peregrino en
todas partes
He sido elegido para seguir las normas del
amor, para
rebanar honduras de un mensaje que no envejece, para seguir
nombrando el asombro ante el misterio y la semilla sembrada en el
pródigo corazón de
los hombres que ven la estrella nueva.
Alfredo Pérez Alencart
I. LA SELVA
AMAZÓNICA: UN VERDE ORIGEN
Matriz del comienzo de mi aventura,
resurgen los verdes inolvidables
de las copas pintadas de los árboles,
del aire limpio que
cubre
días de arco iris y
privilegios.
Al confín de los confines, a su Madre Selva, regresa
física y
afectivamente el poeta Alfredo Pérez Alencart a buscar la
sustancia nutriente, el amor
primigenio, la esencia imperecedera, la fuente inequívoca
de una intensa vida que lleva transitando, afanado en mil
menesteres del espíritu, entre el recuerdo indeleble e
imperecedero del verde variopinto de la selva de sus primeros y
peregrinos asombros, y los dorados destellos de una ciudad
salmantina que, a pesar de sus dones y virtudes, no podrá
jamás sustituir en la más profunda emoción
del escritor a esa "arborescencia que en mí habita. /
Estas savias irrigando / para siempre (.) Este ayer de ojos
asombrados. / Este hoy consumiéndose en los ojos. /
Más calofríos, más hojas temblando, /
más raíces que se abrazan a mi alma".
El poeta es la selva, la selva habita plenamente en el poeta:
"la selva es mía y bajo ella resucito: / soy de tierra
caliente, no se olvide". Esa asimilación unívoca,
ese binomio emotivo se transforma -a confesión del
escritor- en plural, surtido, vario, múltiple, como suele
ser la vida toda y la selva misma: "Pasen a ver el fondo vegetal
de la Tierra, /
sombras de felinos, sudores / de quienes son ya parte de mi
sangre. /
Miren conmigo monos y pájaros, cinturones de helechos o
rostros cansados / de tenaces castañeros".
Pérez Alencart, siempre generoso en sus muy variadas
entregas vitales, experimenta ahora la urgencia de convertirse en
guía, en baquiano espontáneo, en tutor
amazónico de unos sorprendidos e indoctos alumnos que lo
acompañan sin melindres en su apasionado recorrido vital,
en las febriles aventuras de su más alborozada infancia. Al
viento y a viva voz, nuestro escritor expresa sus ganas de que lo
escolten prontamente y sin demoras para adentrarse apasionado en
el verde centro de sus más íntimas turbaciones:
"Entren, entren conmigo. / Les invito a un paseo enriquecido /
por el destellar de las reminiscencias".
Y menudo recorrido propone el escritor por las rutas
físicas y los vericuetos existenciales de sus más
iniciales y auténticos asombros: el Amarumayo, el
legendario río quechua de la serpiente o de la culebra, el
actual torrente Madre de Dios; el Manu, una de las reservas de
biosfera
más diversa e importante del planeta, y la ciudad de
Puerto Maldonado, la capital del
peruano Departamento de Madre de Dios, fundado en diciembre de
1912, le sirven de telón de fondo al poeta para explayarse
en sentidas y genuinas confesiones: "ENTREN, entren conmigo por
esta trocha, / bajo la tenue luz de la lluvia:
/ Entren, amigos, y constaten lo que se siente / cuando en los
ojos se posa el verde de la vida".
El escritor, sin necesidad de solemnes juramentos doctorales,
de pomposos compromisos de plaza pública, de bandos
oficiales, nos promete que abrirá de par en par sus
recuerdos, que agitará intensamente su emoción,
dejando atrás silogismos, conclusiones, argumentos y
raciocinios, para ser humanamente capaz de: "CERRAR los ojos y
ser dueño / repentino de cursos fluviales. / Liberarse de
entumecidas vigilias / y sentir selvas aquerenciadas (.)
Hablaré de la madre a toda prueba: / en su regazo me abono
el porvenir. / Vengan a mí, destilando memoria, / la
Madre Selva y la Rosa Madre".
A su llegada a la Selva Madre, en un vértigo de
alegrías, júbilos y contentos, el poeta pide, no
por la boca, sino desde el corazón, y es ampliamente
complacido por picaflores frenéticos, por lagunas
generosas que realizan el inmediato prodigio de la
multiplicación de los peces, por
noches sin orgullo que se oscurecen más intensamente, por
puntos cardinales que le brindaron al poeta el horizonte entero
como un infinito cántico a la amistad sideral,
por familiares copiosos que vinieron desde lejos para llegarle
adentro al corazón del emocionado solicitante; la tierna
luna -cómplice benevolente- le ofreció su tersa
mansedumbre a fin de que el escritor divisara con otra luz su
mundo de ensoñaciones y que sus ojos acariciaran
largamente lo silvestre. En fin, llegó el escritor a su
infantil casa sin techos ni paredes para pedir "naturaleza
como se pide revolución: / surgieron filiaciones
imprescindibles, alegatos iluminando trayectorias vitales, /
succiones de afectos y de tiempos / que se maceran en el
próspero corazón / de quien asigna amor a la gente
viva / y a los lugares del recuerdo constante" . y todo esto y
más le fue dado.
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