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Importancia de las conductas para el bienestar (página 2)



Partes: 1, 2

La flexibilidad del pensamiento es
imprescindible no sólo cuando la inconformidad con el
resultado requiere un cambio; la
creatividad,
que nunca crece a la sombra de la rigidez de pensamiento, debe
obedecer también a la necesidad de investigar, trabajar y
descubrir nuevas variantes para responder a viejos planteos. En
todos los momentos, aun en los exitosos –y quizá
especialmente en ellos-, cada persona debe
tener presente que lo mejor que podría pasarle es
incorporar al análisis de los hechos todas las
alternativas posibles, incluso aquellas que todavía la
experiencia no ha probado como efectivas (Bucay,
2008).

La flexibilidad se manifiesta en la cantidad de recursos que el
sujeto es capaz de emplear en las situaciones a las que se
enfrenta, en la posibilidad de generar distintas alternativas de
solución a los problemas, en
los diferentes modos de contemplar un fenómeno en la
posibilidad de modificar el rumbo de pensamiento y,
también, en la cantidad de ideas y de preparaciones no
ensayadas que el sujeto es capaz de encontrar ante un hecho,
situación o problema.

En un mundo tan cambiante como el nuestro, la
flexibilidad de vería estar presente en todas las
áreas de nuestra interacción con el afuera. No sólo
en el análisis de los hechos; no únicamente en el
planeamiento
de nuestra conducta sino
también, y por supuesto, en el análisis de los
resultados de lo actuado.

La
plenitud

La vida es evolución creativa y formamos parte de ella
como seres vivos. Sin embargo, ¿Cómo ha logrado la
humanidad interferir tanto en esa evolución? A
través de la corrupción de nuestra naturaleza,
por supuesto, y también quedando presos de las formas que
hemos creado, poniendo las palabras por encima de los
significados, las leyes sobre las
motivaciones, las formas artísticas sobre el amor por la
belleza.

A veces parece un hecho inevitable y trágico de
la vida que las formas que quisieron expresar la verdad se
transformen en sustitutos de la vida, y que la simpe inercia y la
repetición lleve inevitablemente a la degradación
de los significados. Sin embargo, el problema real es que una
mente que funcione sobre la base del automatismo conoce
únicamente la repetición y ha perdido la sutileza
necesaria para captar la dimensión interior de las
cosas
(Naranjo, 2008).

Esta robotización de la mente no es un hecho
inevitable sino que es fruto de otras causas, como, por ejemplo,
una educación implícita para la
actuación automatizada y la penalización, en el
mundo civilizado, de las vivencias auténticas. Es por ello
por lo que pienso que no estamos condenados a perder la
condición de personas mientras nos deslizamos en un mundo
de reflejos y apariencias,
sino que está en nuestro potencial como comunidad mundial
el que podamos elegir una vida verdadera, dando prioridad a la
ampliación de la consciencia por encima del statu
quo
y los intereses económicos que este ahora
protege.

Porque así como el individuo no
puede servir a dos patrones, la humanidad en su conjunto no puede
servir al mismo tiempo a la
vida y a la avidez. Llegará el día en que se
elegirá la calidad en vez de
la cantidad y se pondrá el desarrollo
humano por encima del aferrarse a lo conocido, como ahora. En
vista de esto, nada puede sernos más útil que una
educación que nos ayude a desprendernos de lo que somos, o
de lo que pensamos que somos (Naranjo, 2008).

Entonces, ¿Cómo podemos desprendernos de
las apariencias y de las falsas identidades para así
rescatarnos de la degradación de la conciencia? A
través de la conciencia de nuestro núcleo
vacío, que es también nuestro yo verdadero y
nuestra suprema identidad
, tal y como hizo el personaje de
un relato clásico chino: – en su origen, un mono de
piedra- , quien, después de un peregrinaje, encuentra a un
sabio que lo inicia en ese camino y le da el nombre de "el
consciente de la vacuidad". Pero para que esto suceda,
sería necesario que las autoridades mundiales entendieran
que, por más raro que parezca, nada es más
importante que la conciencia del núcleo vacío de
todas las cosas (Naranjo, 2008).

Es probable que algunas personas se pregunten
cómo puede ser compatible la flexibilidad con el hecho de
identificarnos con esto o aquello. Cuando decimos "soy esto o
aquello" entramos en un callejón sin salida e, incluso
cuando creamos una imagen grandiosa
de nosotros, nos estamos empequeñeciendo.

En verdad, no somos ni esto ni aquello sino la
conciencia de esto y de aquello, el espacio en el cual las
percepciones, los sentimientos, las motivaciones y los
pensamientos tienen lugar. Y, sin embargo, este espacio no tiene
características propias que se puedan señalar. Dado
que está vacío, puede conocer cosas del mismo modo
que es en la vacuidad de un espejo donde radica el secreto de su
capacidad de reflejar (Naranjo, 2008).

Es un hecho, no obstante, que la consciencia del
núcleo vacío del ser es un logro poco común
y que, cuando las personas se miran adentro y tienen
suficiente conciencia para no encontrar nada, sienten
vértigo y quieren aferrarse a algo tangible
. De
ahí la necesidad de ser alguien para escapar así de
la amenaza de descubrir que no se es nadie (Naranjo,
2008).

Cuanto más grande es la amenaza, mayor es el
apego a esta o aquella concepción de sí mismo, el
temor a no ser realmente esto o aquello y la cólera
hacia todo lo que amenace la imagen que de nosotros mismos hemos
construido. Cuanto mejor sería si no tuviéramos que
identificarnos con ninguna imagen de nosotros mismos –buena
o mala-, excepto de manera transitoria y convencional. Entonces
seríamos flexibles como el viento, y creativos, y no
estaríamos infectados por las emociones
negativas que tienen su raíz en el considerarnos un yo
separado. Porque, ¿Cómo podría haber orgullo
sin un presunto yo que quisiera sentirse importante, o envidia
sin un yo que deseara lo que el otro posee, o avaricia sin la
sensación de tener que alimentar a un yo
hambriento?

Algunas personas dirían que sólo los
místicos llegan a conocer la experiencia de la
disolución del yo, y que la experiencia contemplativa es
demasiado difícil de obtener y mantener para justificar la
perspectiva que estamos adoptando. Pero una cosa es nuestra
realidad actual y, otra, nuestro potencial (Naranjo,
2008).

Nuestra realidad podría ser muy diferente si
la
educación se interesara por preguntarnos quienes somos
de verdad
y ofreciera una capacitación de la mente que llevase a
conocer la verdad metafísica
a través de la experiencia. Como en el caso de los
antiguos misterios,
que, aunque fueron secretos, estuvieron abiertos a quien quiera
que estuviera interesado y, por lo tanto, formaban parte de la
cultura de su
época. Esto bien podría ser la más
promisoria de las empresas a la
hora de proponernos transformar la psiquis corrupta del homo
demens
en la condición sana y completa de homo
sapiens
que yace en nuestro potencial. Lo que afirmo es, en
definitiva, que nada puede ser más importante para una
identidad
flexible que la capacidad básica de despegarnos de
todo
(Naranjo, 2008).

Se podrían decir muchas cosas sobre la resistencia al
cambio que implica la perpetuación del ego humano y
sobre cómo esta resistencia
equivale a una rígida adhesión a las respuestas
obsoletas que se formaron en la infancia, y
que hemos llegado a tomar por nuestro verdadero ser.

Durante mucho tiempo, Claudio Naranjo predicó la
"transformación a través del insight", que
se refiere al hecho de que, observándonos y comprendiendo
nuestros modelos fijos
y compulsivos, podemos, de alguna manera, dejarlos atrás.
Pero tendría que decir algo más acerca del secreto
de este "dar un paso atrás", que es el requisito previo
de la retrospección, y que implica la toma de distancia de
uno mismo y la "desidentificación"
(Naranjo,
2008).

Del mismo modo que los números indican cantidades
que toman como referencia un punto cero, parecería que
sucede lo mismo cuando nos movemos desde la perspectiva de la
nada o, al menos, cuando lo hacemos en la dirección del despego de una
identificación simbiótica con nuestros procesos
mentales. Así como quien practica yoga dice, ante toda
experiencia, "neti, meti" ("esto no, esto no") para así
acercarse al reconocimiento de la trascendencia del sujeto de la
conciencia, creo que es necesario cultivar el sentido de la vida
como un sueño y la evanescencia de cada cosa aparte de la
conciencia misma.

Todo ello implica que no debemos aspirar tanto a la
construcción de una identidad sino a
demostrarla
. De este modo, nuestra relación con la
misma pasa a ser como la de una persona con una máscara,
que, siendo una identidad, sabe que la adopta transitoriamente,
como en una representación teatral (Naranjo,
2008).

Quizá todo esto se podría expresar con el
dicho sufí "estar en el mundo, pero no ser del mundo",
creo que podría ser equivalente a lo que Epicteto
quería expresar cuando nos aconsejaba vivir en la actitud del
viajero cuyo barco está anclado en el puerto y debe estar
siempre listo para regresar a él apenas escuche la sirena
que anuncia la partida.

Soy consciente de que podría parecer que todo
esto va en contra de la vida y sus valores, pero
creo que es la esencia de la sabiduría, el mejor remedio
para nuestros deseo excesivos y emociones destructivas y, por
tanto, la llave de la felicidad (Naranjo, 2008).

El ego

La mayoría de la gente está completamente
identificado con la voz de su cabeza –el torrente incesante
de pensamiento involuntario y compulsivo y las emociones que lo
acompañan- que podríamos describirla como
poseída por su mente. Cuando eres completamente
inconsciente de esto, crees que el pensador eres tú. Eso
es la mente egótica.

La llamamos egótica porque hay un sentido del
yo (ego) en cada pensamiento, en cada recuerdo, interpretación, opinión, punto de
vista, reacción, emoción
. En términos
espirituales, esto es la inconsciencia. Por su puesto, tu
pensamiento, el contenido de tu mente, está condicionado
por el pasado: educación, cultura, entorno
familiar… el núcleo central de toda la actividad de
la mente consiste en ciertos pensamientos y emociones repetitivos
y persistentes, y en pautas de reacción con las que nos
identificamos con más fuerza. Esa
entidad es el mismo ego (Tolle, 2008).

En la mayoría de los casos, cuando dices "yo" es
el ego el que habla, no tú. El ego consiste en
pensamientos y emociones, en un puñado de recuerdos con
los que te identificas como "yo y mi historia", en papeles
habituales que desempeñas sin saberlo, en identificaciones
colectivas como la nacionalidad,
la religión,
la raza, la clase social o
la filiación política.
También contiene identificaciones personales, no
sólo con las posesiones, sino también con
opiniones, apariencia externa, resentimientos duraderos o
concepto de ti
mismo.

El contenido del ego varia de una persona a otra, pero
en todo ego actúa la misma estructura. En
el fondo, todos viven de la identificación y de la
separación. Cuando vives a través del ego, es
decir, del yo creado por la mente y formado por pensamientos y
emociones, la base de tu identidad es precaria porque el
pensamiento y la emoción son, por naturaleza,
efímeros, fugaces. Así pues, todo ego
está luchando constantemente por la supervivencia,
intentando protegerse y agrandarse
. Para sostener la idea del
yo, necesito la idea opuesta del "otro" (Tolle, 2008).

El yo conceptual no puede sobrevivir sin "el otro"
conceptual. Los otros son más otros cuando los veo como
más enemigos. En un extremo de la escala de esta
pauta inconsciente del ego está el compulsivo
hábito egoísta de encontrar defectos en los otros y
quejarse de ellos. En el otro extremo de la escala, hay violencia
física
entre individuos y guerra entre
naciones.

Quejarse es una de las estrategias
favoritas del ego para reforzarse. Toda queja es una
interpretación que la mente inventa y que tú te
crees por completo
. Da igual que te quejes en voz alta o que
sólo lo pienses. Algunos egos que tal vez no tengan mucho
más con lo que identificarse sobreviven fácilmente
sólo a base de quejas (Tolle, 2008).

Cuando estás en las garras de un ego así,
es habitual y, por supuesto, inconsciente quejarse, sobre todo de
otra gente. Una parte de esta pauta suele ser el aplicar
etiquetas mentales negativas a la gente, ya sea a la cara o
–más frecuentemente- cuando hablas de ellos. El
insulto es la forma más tosca de este etiquetado y de la
necesidad que tiene el ego de tener razón y triunfar sobre
otros. En el siguiente nivel, bajando por la escalera de la
inconsciencia, están los gritos y chillidos, y no mucho
más bajo la violencia física.

El resentimiento es la emoción que
acompaña a la queja y al etiquetado mental de la gente, y
que añade aún más energía al ego. Te
resientes de la codicia de los otros, de su deshonestidad, de su
falta de integridad, de lo que están haciendo, de lo que
hicieron, de lo que deberían o no deberían haber
hecho. Al ego le encanta eso.

En lugar de disculpar la inconsciencia de los
demás, la convierte en tu identidad. ¿Quién
está haciendo eso? Tu parte inconsciente, el ego. A veces,
la "culpa" que percibes en otros ni siquiera existe. Es un mal
entendido, una proyección de una mente condicionada para
ver enemigos y demostrar que tiene razón o es superior.
Otras veces es imposible que la culpa exista; pero, al centrarse
en ella, la magnificas.

No reaccionar al ego de los otros es una de las maneras
más eficaces de superar el propio ego, y también de
disolver el ego colectivo humano. Pero sólo puedes hacerlo
si eres capaz de reconocer que la conducta de alguien viene del
ego. Muchas veces, al no reaccionar ante el ego, serás
capaz de hacer aflorar en otros la cordura, que es la conciencia
no condicionada. En ocasiones, tendrás que tomar medidas
prácticas para protegerte de personas profundamente
inconscientes. Tu mayor protección es ser consciente. No
reaccionar no es un signo de debilidad sino de fuerza. Otra
palabra para la no reacción es "perdón".
Perdón es mirar más allá del ego para ver
la cordura que hay en todo ser humano, que es su esencia

(Tolle, 2008).

Al ego le encanta quejarse y sentir rencor, no
sólo de otras personas, sino también de las
situaciones. La reacción es siempre: "esto no
debería estar ocurriendo; no quiero estar aquí; no
quiero estar haciendo esto; me están tratando
injustamente". Y el mayor enemigo del ego es el momento presente,
es decir, la vida misma.

No se debe de confundir quejarse con informar a alguien
de un error o deficiencia a fin de que se corrija. No hay ego en
decirle al camarero que la sopa está fría y hay que
calentarla, siempre que nos atengamos a los hechos que son
neutrales. "¿Cómo te atreves a servirme la sopa
fría?", eso es quejarse. Ahí hay un yo que disfruta
poniendo a otros en evidencia.

Debemos de esforzarnos por ser conscientes de la voz en
la cabeza, tal vez en el momento preciso en que se queja de algo,
y reconocerlo como lo que es: la voz del ego, nada más que
una pausa mental condicionada, un pensamiento. Cada vez que notes
esa voz, te darás cuenta también de que la voz no
eres tú, que tú eres el consciente de ella. En el
fondo está la consciencia (Tolle, 2008).

Orientarse

Se cuenta que un viajero tras recorrer larga y
detenidamente el Amazonas, regresó a su pueblo
entusiasmado y deseoso de trasmitir a sus paisanos la
experiencia. Así fue que el alcalde convocó a la
gente al teatro del
municipio, donde el hombre
contaría su viaje, exhibiría fotografías y
filmaciones, y respondería a las preguntas que
surgieran.

Esa noche no cabía un alfiler en la sala del
teatro y el viajero, hombre muy
locuaz, entusiasmo al todo el mundo con su relato, tanto que le
pidieron si podía dibujar en un mapa su travesía.
Después, el alcalde hizo fotocopias del mismo y
regaló una fotocopia a cada habitante del
lugar.

Los vecinos comenzaron a observar el mapa, lo estudiaron
hasta sabérselo de memoria;
leían sobre el Amazonas y no tardaron en hacerse expertos
en el tema. Pero nadie tuvo la iniciativa de emprender un viaje
para visitar aquel lugar ni ningún otro.

El viajero sufría una fuerte decepción
porque deseaba iniciar una estirpe de aventureros y su ejemplo no
estaba sirviendo para ello. Y es que suele pasar que viajamos por
la vida con un mapa propio, recorriendo de verdad el territorio y
viviendo la experiencia con todos sus matices, o tomamos el mapa
de otro, conformándonos con su relato, sin vivir el
nuestro (Sinay, 2008).

Quien, ejerciendo la poderosa herramienta de la responsabilidad, hace su propio viaje y dibuja su
propio mapa, acaba por encontrarle a la vida un sentido
único y verdadero. Acaba por comprender que su existencia
tiene una finalidad y termina por dar con ese propósito
singular e intransferible (Sinay, 2008).

Viajar con mapas ajenos
–imitando experiencias, prefiriendo el relato de los
demás a la vivencia propia- nos lleva, tarde o temprano, a
toparnos con la insatisfacción, con la sensación de
vacío; nos hace demasiado críticos y
negativos.

Aquel hombre que fue al Amazonas y trajo su propio mapa
llevaba dos elementos que todo explorador debe considerar: una
brújula y
un reloj. Si los observamos con cierta ligereza, podemos
confundirlos. Ambos tienen cuadrante, cristal, agujas… Sin
embargo, cumplen funciones
diferentes: la brújula marca la
dirección, mientras que el reloj indica el
tiempo.

Dirección y tiempo resultan dos variables muy
sensibles en cualquier viaje. También lo son en la vida.
Se trata de saber a dónde ir y de estimar tiempos y etapas
para el tránsito
. La brújula y el reloj deben
usarse en el orden en que los nombramos; antes que nada, se trata
de establecer una dirección (Sinay, 2008).

La brújula nos muestra siempre
el norte y lo hace sin errores, no atrasa ni adelanta, como el
reloj. Tampoco se detiene. Si sabemos dónde está el
norte, el sur, el este y el oeste. Lo que sigue es nuestra
decisión, fijar nuestro objetivo en
alguno de esos puntos cardinales.

La brújula nos dirá si llevamos buen rumbo
o si debemos corregirlo. Los viajeros expertos saben que no deben
salir sin su brújula; sin embargo, en nuestra vida diaria
nos preocupa más carecer de reloj, nos desespera no saber
qué hora es, vivimos la sensación de que el tiempo
se nos escapa y, a menudo, corremos para llegar temprano aunque
no sepamos a donde ir ni para qué.
"¡Apúrate¡", "¡Dios mío, voy a
llegar tarde¡" "¡No sé en qué momento
se me fue el tiempo¡" Ahorrar, ganar y perder son conceptos
que aplicamos al tiempo. Muchas veces lo ganamos y aún
así persiste la ansiedad, el inconformismo. Otras, lo
perdemos, y descubrimos que, realmente, nada hemos perdido y que
en todo caso hemos disfrutado.

Cuando se nos antojan familiares y persisten sensaciones
como el tiempo no alcanza, que lo estemos despilfarrando o que,
aún ahorrándolo, ya no sabemos cómo sacar
más provecho de él, es porque estamos viajando
atados a un reloj, pero hemos dejado por el camino la
imprescindible brújula.

En el viaje existencial, la brújula nos
orienta hacia aquello que nos hace sentir que nuestra vida tiene
sentido
. Esta finalidad parece cuando nuestra existencia se
enlaza a otras a través del amor, de la
solidaridad, de
la empatía, de la compasión, de la
creatividad… aparece también. Como señalaba
el gran pensador humanista Erich Fromm, cuando desarrollamos
aquellas potencialidades que hay en nosotros y nos convertimos en
el ser que estamos destinados a ser, a menos que desviemos
nuestro desarrollo,
seamos moldeados por las exigencias de otros y nos propongamos
complacer demandas externas antes que las propias (Sinay,
2008).

Cuando ocurre esto último, vivimos contrariados,
perdemos el rumbo. No nos importa lo exitoso que se nos vea,
cuánto brillo social nos rodee, cuanto poder o
bienestar social exhibamos. Simplemente, sentimos que nos penetra
el descontento.

En esos casos, el reloj se convierte en protagonista
de nuestra vida. Sentimos que se nos va el tiempo. Los
días pasan y no hallamos en ello una trascendencia
.
Nos gana la ansiedad, tenemos la impresión de que hay
cosas, personas o actividades que nos roban los momentos; nos
damos prisa por conseguirlo todo de inmediato. Y nos aceleramos a
medida que nos gana la insatisfacción. Quienes van
apurados por la vida corren contra el reloj y entonces la
brújula se hace más necesaria que nunca
. Por
otra parte, es importante que el norte hacia el que apuntemos
esté dentro de nosotros (Sinay, 2008).

La brújula debe de señalar hacia nuestras
necesidades más profundas. ¿Necesitamos
expresarnos? ¿De qué manera? ¿A
través de una actividad que no estamos realizando?
¿A través de nuestro trabajo?
¿De una experiencia artística? ¿Estamos
viviendo como y donde necesitamos? ¿Nuestras relaciones
nos permiten crecer, manifestar nuestros valores?
¿Recibimos amor del modo en que lo necesitamos y lo
entregamos de igual manera? ¿Ponemos en práctica
nuestra solidaridad?

En la medida en que respondamos a estas preguntas con
absoluta sinceridad, sabemos si vamos bien encaminados hacia
nuestro norte o si debemos corregir el rumbo. En este caso,
tenemos una tarea: descubrir cómo hacer esa
corrección y ponernos manos a la obra. Nuestra
brújula entrará en acción.
No nos correrá el reloj y podremos ser nuestros propios
cartógrafos. Al
fin, tendremos un viaje y un mapa propios.

Con el timón de nuestra vida entre las manos,
podemos seguir ciertas señales
que nos ayudarán a manejar mejor nuestra nave. Podemos
comenzar por hacer un balance cuidadoso de cómo estamos
empleando el tiempo en la actualidad, observando cuánto
dedicamos a cada actividad
. Lo incluiremos todo; trabajo,
entretenimiento, relaciones, familia, compras y
aficiones. ¿Hay una proporción lógica
entre todas esas áreas? ¿Hay algo importante para
nosotros a lo que no le estemos dedicando el tiempo suficiente?
¿De dónde podríamos sacarlo? (Sinay,
2008).

Otra práctica interesante es escribir grabar en
tercera persona un pequeño relato en el que narremos la
vida de alguien. Imaginemos una vida feliz, armónica y
describiremos que cosas permiten que sea así. Comparemos
luego la vida del personaje que hemos creado o retratado con la
nuestra. ¿Qué deberíamos cambiar, en
qué deberíamos aplicarnos para que este relato sea
el de nuestra vida?

Si además queremos ampliar la perspectiva sobre
el momento que vivimos y hacia donde tenemos que dirigirnos,
podemos tomar papel y lápiz y dibujar un paisaje que
contenga montañas, desiertos, bosques, zonas pedregosas,
acantilados… y trazaremos un río que atraviese el
paisaje.

En el extremo derecho estará la desembocadura del
río y ahí podremos dibujar la parte más
bella que consideremos del paisaje. No nos debe de preocupar la
calidad del dibujo.
Debemos usar toda nuestra imaginación. Nos daremos tiempo,
le pondremos colores y haremos
que nuestra ilustración sea lo más rica
posible.

Luego, nos dibujaremos a nosotros mismos navegando en
ese río. Nos fijaremos si vamos nadando, si lo hacemos en
un bote en una canoa, en un barco… el río simboliza
la vida, mientras que el paisaje habla de las circunstancias que
la vida atraviesa. Teniendo esto en cuenta: ¿Refleja el
dibujo nuestros momentos actuales de navegación?
¿Lo podríamos mejorar? ¿Cómo?
¿Cambiaríamos algo? ¿Qué
aspectos?

Desde un lugar tranquilo desde el que no podamos ser
molestados, podemos realizar otro ejercicio sencillo pero muy
efectivo para orientar nuestra brújula interior.
Cerraremos los ojos y nos tomaremos un tiempo para observar,
como testigos, el panorama actual de nuestra vida
,
deteniéndonos en cada área: pareja, trabajo,
familia, cuerpo, salud, tiempo libre,
vocaciones, amigos, vida social… Analizaremos como nos
sentimos al repasar cada aspecto y veremos qué cambios
queremos realizar (Sinay, 2008).

Imaginaremos que han pasado tres meses y realizaremos el
mismo análisis. ¿Ha habido cambios? Si los hubo,
¿Qué hicimos para que ocurrieran? Si no los hubo,
¿Qué lo impidió? ¿Un factor externo o
interno? ¿Qué podríamos hacer ante ese
impedimento? Imaginaremos después que han pasado tres
meses más y repetiremos los mismos pasos.

¿Cómo están las cosas ahora?
¿Nos vemos diferentes, hemos hecho algo distinto? Nos
fijaremos en que caminos se han abierto cuando hemos cambiado
algo y que ha pasado cuando no lo hemos hecho.

Prescindir del reloj un día a la semana es
otra buena práctica que nos puede ayudar a desconectar de
la rutina
y disponer de nuestro tiempo con mayor calidad.
Otra opción es dedicar quince minutos diarios a cuidar
nuestras relaciones con los demás, quedando con alguien
que nos apetezca para tomar un café, o
para comer, por ejemplo (Sinay, 2008).

Lo importante es que, en esos quince minutos, le
prestemos atención a esa persona y que valoremos el
momento como algo único. Al cabo de cada encuentro, le
daremos cuenta de que siempre tenemos tiempo para alguien si nos
lo proponemos. Con toda seguridad,
saldremos reforzados de la experiencia, con la sensación
de ser más dueños de nuestro día a
día y con la impresión de haber ganado más
que haber perdido.

La
valentía

Atreverse a ir más allá de las
dificultades es una prueba que debemos superar en innumerables
ocasiones. Lograrlo no es sólo cosas de héroes,
sino que depende de aspectos como el afán de
superación o la confianza en los propios recursos
(Ferrucci y Reid, 2008).

En tiempos de guerra civil de Corea, los habitantes de
una ciudad, al enterarse de que se acercaba un general enemigo
con sus tropas y sabiendo que arrasaría cruelmente con
todo lo que encontrara a su paso, huyeron a las montañas.
Cuando llegaron los soldados, el general les mandó
registrar la ciudad vacía. Al volver, los soldados le
informaron que el único hombre que quedaba era un
sacerdote zen.

El general se acercó a él dando zancadas,
desenvainando la espada y dijo: "¿No sabes que puedo
atravesarte sin pestañear?".

El maestro zen respondió tranquilamente. "Yo,
señor, sé que puedo ser atravesado sin
pestañear". El general, al oírlo, hizo una
reverencia y se marcho sin mediar palabra, respetando el gesto
valeroso del maestro.

El coraje consiste en arriesgar lo que tenemos y lo que
somos. Si observamos su etimología, en latín,
coraje es sinónimo de espíritu:
animus. En la época del imperio romano,
se consideraba que era la calidad más cercana al
espíritu. Por otra parte, coraje también
procede de la misma raíz que corazón, como
queriendo significar que el espíritu y el corazón se
unen en el valor.

Según Ferrucci y Reid (2008) hay dos tipos de
coraje: el espontáneo y el desarrollado. En el primer
caso, el valor tiene que ver con las opciones de que disponemos
en la vida: a cada momento podemos elegir el camino fácil
(y permanecer en la zona de confort) o el camino arriesgado (y
colocarnos fuera del límite
). Este es el sentido
más común de la palabra coraje y a menudo conlleva
una imagen de guerrero, de héroe (Ferrucci y Reid,
2008).

El camino heroico supone un desapego radical de los
placeres y las comodidades materiales.
Arriesgándonos, encontramos la libertad,
cambiamos, descubrimos el propio poder y la propia
inocencia.

El ser humano no siempre va en busca de seguridad, no
sólo desea garantías. Según el profesor
Rosenthal, de la universidad de
Illinois, la existencia de deportes peligrosos, como la
escalada o el paracaidismo, indican que el riesgo es una
necesidad. Para aquellas personas enteramente insatisfechas y con
tendencia a buscar siempre algo más, el riesgo se
convierte en un juego capaz de
generar un gran disfrute (Ferrucci y Reid, 2008).

Pero para asumir riesgos no es
preciso escalar montañas o descender los rápidos de
un río. El riesgo puede representar peligro y muerte,
física o emocional, y a la vez ofrecernos posibilidades,
abriéndonos puertas. El riesgo acude a nosotros todos los
días y puede llevarnos a cuestionarnos a nosotros mismos,
a deshacernos de un rol, dejándonos expuestos o
vulnerables al ridículo y desafiándonos a emprender
esa nueva acción que impulse todo cambio.

El segundo sentido del coraje supone hallar la fuerza
necesaria para afrontar los desafíos inevitables de la
vida y perseverar sin perder el ánimo
. Como dijo
Winston Churchill: "el valor es ir de fracaso en fracaso sin
perder el entusiasmo". Desde que somos niños,
nos movemos en un campo de batalla en el que necesitamos coraje.
Por ejemplo, si los compañeros de juego nos
excluían, si teníamos que representar una obra de
teatro o pasar un examen importante. Más tarde, cuando
tenemos que presentarnos a una entrevista de
trabajo decisiva, arriesgarnos en una relación o defender
a un amigo. O siempre que tenemos que afrontar un mal
día… (Ferrucci y Reid, 2008).

El valor, en todos estos casos, se caracteriza porque
nos neguemos a desesperar. Otro aspecto importante para el
desarrollo es fortalecer nuestra fe, ya que la necesitamos del
mismo modo que un escalador precisa de un punto de apoyo para sus
píes.

Imaginemos que nos espera una visita con el
médico cuyo resultado creemos que puede ser vital para
nuestro bienestar. Imaginemos que nos espera lo peor.
¿Cómo nos preparamos para ella? ¿Nos
desesperamos y tiramos la fe por la ventana? ¿O Damos una
serie de pasos para fortalecernos? Podemos buscar el apoyo de
personas cercanas, cuidar nuestra salud para no estar en una
condición de debilidad el día del resultado o
buscar información realista sobre el tema
médico en cuestión, en lugar de hacer caso a las
historias alarmistas que seguramente nos contarán. Tal vez
podamos hablar con otras personas que ya hayan pasado por esa
situación. Cuando llegue el día, aunque nos den
malas noticias,
estaremos en la mejor condición para recibirlas (Ferrucci
y Reid, 2008).

Hellen Keller, escritora estadounidense siega y
sordomuda cuya biografía es un
rotundo modelo de
coraje, afirmaba que "aunque el mundo esté lleno de
sufrimiento, también está pleno de superaciones".
Es verdad que a menudo es con valentía y dando la cara,
más que huyendo temerosamente, como superamos los momentos
difíciles
(Ferrucci y Reid, 2008).

El valor moral, sin
embargo, es menos palpable que el valor físico, porque
exige que nos conozcamos y nos enfrentemos a nosotros mismos, que
escuchemos y obedezcamos a nuestra conciencia. Al respecto,
Mahatma Gandhi
dijo que tenía tres enemigos: el imperio británico,
sobre el que, a pesar de la dificultad, podía influir
más fácilmente; el pueblo indio, al que le
resultaba mucho más difícil acceder y, finalmente,
su mayor oponente, el mismo. ¿Cuántas veces nos
hemos cuestionado seriamente nuestro comportamiento
moral?

El valor, finalmente, nos conduce a una profunda
transformación, y que en numerosas situaciones nos
sitúa frente a la muerte, ya
sea física, emocional o social
. Un cuento popular
africano, ilustra el gran poder transformador de esta gran virtud
(Ferrucci y Reid, 2008).

El relato habla de una familia cuyos hijos estaban
hechos de cera. Eran buenos y laboriosos, pero extremadamente
vulnerables. Sólo podían salir de noche porque, de
día, el sol los
habría derretido en pocos minutos. Uno de ellos, Ngwabi,
era curioso y anhelaba, más que ninguna otra cosa, ver el
mundo a la luz
diurna.

Su deseo fue creciendo con la edad hasta que, un
día, salió a pleno so sin que sus hermanos pudieran
detenerlo. El sol lo derritió enseguida y Ngwabi se
convirtió en in charco de cera. Aquella noche sus hermanos
salieron al exterior; una hermana cogió la cera y modelo
un pájaro con grandes alas.

Los padres, afligidos, dejaron el ave frente a una roca
junto a su cabaña. Al día siguiente, al salir el
sol, el pájaro agitó de repente las alas y se
lanzó a volar en círculos sobre la cabaña.
Pronto desapareció y su hermanos supieron que, por fin,
Ngwabi era feliz (Ferrucci y Reid, 2008).

Descubre tu propio
coraje

Recuerda cuando fuiste valiente. Piensa en todas las
veces en las que, a lo largo de tu vida, has sido valiente, has
salido adelante, especialmente si te sorprendiste a ti mismo. Haz
de esos recuerdos un banco del que
puedas sacar fuerzas cuando, en el futuro, tengas que enfrentarte
a una mala experiencia. Sólo de pensar en ellos tu
valentía se reforzará (Ferrucci y Reid,
2008).

Piensa en las veces que has tenido miedo y te ha costado
ser valiente. Intenta encontrar razones para tu falta de valor en
esos momentos. ¿Eras muy joven e inexperto? ¿Te
sentías débil físicamente? ¿Estabas
más estresado de lo habitual? Si eres sincero, no
serán excusas, sino que las razones que des
aumentarán el
conocimiento y la valoración realista de ti
mismo.

Haz un listado con todos los aspectos que contribuyen a
mantener tu banco de valor: las inversiones
que puedes hacer en él. Para cada punto, anota cualquier
cambio que necesites realizar en tu vida.

Lee bibliografías de personajes insignes que
hayan realizado algún acto de valor. Eran personas como
tú que tuvieron que superar dificultades, que pasaron por
buenos y malos momentos, que pudieron sentirse débiles y
atemorizadas a veces, así como fuertes y valerosas en
otras: Mahatma Gandhi, Martín Luther King, Nelson Mandela,
el pionero de la aviación Charles Lindbergh… Del
mismo modo, también puedes leer las narraciones de
personajes que han explorado mundos desconocidos: submarinistas,
pilotos, alpinistas, exploradores de polos, astronautas,
espeleólogos… sus descripciones son
increíblemente estimulantes. Te dan un atisbo de los
confines más sublimes de la naturaleza y el
cosmos.

Realiza este ejercicio de visualización: en una
postura relajada, con los ojos cerrados, imagínate a ti
mismo enfrentándote a una dificultad. Visualízate
con claridad, notando cómo vas vestido, qué cosas
te rodean, cómo te sientes. Si tienes miedo, contacta con
ese sentimiento. Siéntelo. ¿Es una sensación
fría y obscura? ¿Está empañada, como
si ocultara lo desconocido? Permanece con la sensación.
Espera a que cambie, ¿Se hace más pequeña?
¿Hay más luz o más calor?
¿Se aclara la niebla? Si no es así, si el miedo te
atenaza más fuerte, visualiza a amigos que acuden a tu
ayuda, una base firme donde apoyarte. Pero si el cambio positivo
se produce, visualízate caminando lentamente hacia el
riesgo. Al moverte, siente la fuerza de tu cuerpo y de tu
espíritu. Y cuando encuentras el peligro, ¿Lo
reconoces como parte de ti, como una proyección de un
miedo interior? Pregúntate que necesitas en la vida real
que te ayude a superar tus miedos. Escucha las
respuestas.

Haz algo que te de miedo. Elige un miedo pequeño.
Prepárate para el desafío lo mejor que puedas.
Enfréntate a él con fuerza. Apunta tus
sentimientos. Después, mira tus notas a la luz de la
acción. ¿Ha sido más fácil de lo que
temías? La escritora Anais Nin dijo: "la vida se encoje o
se expande en proporción al valor propio" (Ferrucci y
Reid, 2008). ¿Cómo podría expandirse tu vida
si fueras más valiente?

En conversación con amigos y familia, pueden
surgir puntos de vista interesantes. En una reunión,
plantea el tema del valor, tal vez diciendo que has estado leyendo
sobre el tema. Seguramente los demás te aportaran ideas
enriquecedoras: anécdotas, pensamientos, experiencias
personales… piensa en personas que hayas conocido a las
que consideras valientes. No sólo en aquellas que hayan
realizado actos heroicos sino en las que en su vida cotidiana se
hayan enfrentado a situaciones límite con
valor.

Conclusión

Nuestras conductas son la base para lograr el
bienestar como individuos
, o como algunos lo llaman: la
realización personal
, la forma en que enfrentemos los
hechos cotidianos de nuestra existencia marcarán la pauta
para sentirnos bien, cómodos, tranquilos y felices; de
igual forma puede ocurrir lo contrario. En realidad todo
depende de nosotros, si logramos tener la templanza para
aceptar la existencia en general y no sentirnos frustrados por
las cosas que no nos agradan y no está en nuestras manos
controlar; además, es necesario el valor suficiente para
cambiar lo que sí está en nuestras manos…
Por ello me agradaría cerrar con la oración a la
serenidad:

"Dios nos conceda serenidad para aceptar las cosas que
no podemos cambiar, valor para cambiar las que podemos y,
sabiduría para discernir la diferencia".

Bibliografía

  • BUCAY Jorge. 2008. Flexibilidad para crecer.
    Mente sana. Núm. 37. Madrid. España.
    Pp. 3-6.

  • NARANJO Claudio. 2008. El camino que conduce a la
    plenitud
    . Mente sana. Núm. 37. Madrid.
    España. Pp. 47-51.

  • TOLLE Eckhart, 2008. El núcleo del ego.
    Mente sana. Núm. 37. Madrid. España.
    Pp. 52-56.

  • SINAY Sergio, 2008. Encontrar el norte.
    Mente sana. Núm. 37. Madrid. España.
    Pp. 60-66.

  • FERRUCCI Piero y REID Viviend. 2008. Vivir con
    valentía. Mente sana. Núm. 37. Madrid.
    España. Pp. 72-77.

 

 

 

 

 

 

Autor:

José Luis Villagrana
Zúñiga

Datos del autor.

Licenciado y Maestrante por la Unidad Académica
de Economía, Universidad Autónoma de
Zacatecas, México.

Zacatecas, Zac., Estados Unidos
Mexicanos, Febrero de 2009.

Partes: 1, 2
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