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Fragmento del texto "Timeo" de Platón referido a la Atlántida (página 2)



Partes: 1, 2

En esta región, ni entonces ni nunca fluye el agua de
arriba sobre los campos, sino que, por el contrario, es natural
que suba, en su totalidad, desde el interior de la tierra. Por
ello se dice que lo que aquí se conserva es lo más
antiguo. En realidad, sin embargo, en todas las regiones en las
que no se da un invierno riguroso y un calor extremo,
la raza humana, en mayor o menor número, está
siempre presente. Desde antiguo registramos y conservamos en
nuestros templos todo aquello que llega a nuestros oídos
acerca de lo que pasa entre vosotros, aquí o en cualquier
otro lugar, si sucedió algo bello, importante o con otra
peculiaridad. Contrariamente, siempre que vosotros, o los
demás, os acabáis de proveer de escritura y de
todo lo que necesita una ciudad, después del
período habitual de años, os vuelve a caer, como
una enfermedad, un torrente celestial que deja sólo a los
iletrados e incultos, de modo que nacéis de nuevo, como
niños,
desde el principio, sin saber nada ni de nuestra ciudad ni de lo
que ha sucedido entre vosotros durante las épocas
antiguas.

Por ejemplo, Solón, las genealogías de los
vuestros que acabas de exponer poco se diferencian de los
cuentos de
niños, porque, primero, recordáis un diluvio sobre
la tierra,
mientras que antes de él habían sucedido muchos y,
en segundo lugar, no sabéis ya que la raza mejor y
más bella de entre los hombres nació en vuestra
región, de la que tú y toda la ciudad vuestra
descendéis ahora, al quedar una vez un poco de simiente.
Lo habéis olvidado porque los que sobrevivieron ignoraron
la escritura durante muchas generaciones. En efecto, antes de la
gran destrucción por el agua, la que
es ahora la ciudad de los atenienses era la mejor en la guerra y la
más absolutamente obediente de las leyes.

Cuentan que tuvieron lugar las hazañas más
hermosas y que se dio la mejor organización política de todas
cuantas hemos recibido noticia bajo el cielo.' Solón
solía decir que al escucharlo se sorprendió y tuvo
muchas ganas de conocer más, de modo que pidió que
le contara con exactitud todo lo que los sacerdotes conservaban
de los antiguos atenienses. El sacerdote replicó: 'Sin
ninguna reticencia, oh Solón, lo contaré por ti y
por vuestra ciudad, pero sobre todo por la diosa a la que
tocó en suerte vuestra patria y también la nuestra
y las crió y educó, primero aquélla, mil
años antes, después de recibir simiente de Gea y
Hefesto, y, más tarde, ésta. Los escritos sagrados
establecen la cantidad de ocho mil años para el orden
imperante entre nosotros. Ahora, te haré un resumen de las
leyes de los ciudadanos de hace nueve mil años y de la
hazaña más heroica que realizaron.

Más tarde, tomaremos con tranquilidad los escritos
mismos y discurriremos en detalle y ordenadamente acerca de todo.
En cuanto a las leyes, observa las nuestras, pues
descubrirás ahora aquí muchos ejemplos de las que
existían entonces entre vosotros. En primer lugar, el que
la casta de los sacerdotes esté separada de las otras;
después, lo de los artesanos, el que cada oficio trabaje
individualmente sin mezclarse con el otro, ni tampoco los
pastores, los cazadores ni los agricultores. En particular,
supongo que habrás notado que aquí el estamento de
los guerreros se encuentra separado de los restantes y que
sólo tiene las ocupaciones guerreras que la ley le ordena.
Además, la manera en que se arman con escudos y espadas,
que fuimos los primeros en utilizar en Asia tal como la
diosa los dio a conocer por primera vez en aquellas regiones
entre vosotros. También, ves, creo, cuánto se
preocupó nuestra ley desde sus inicios por la
sabiduría pues, tras descubrirlo todo acerca del universo,
incluidas la adivinación y la medicina, lo
trasladó de estos seres divinos al ámbito humano
para salud de
éste y adquirió el resto de los conocimientos que
están relacionados con ellos. En aquel tiempo, pues,
la diosa os impuso a vosotros en primer lugar todo este orden y
disposición y fundó vuestra ciudad después
de elegir la región en que nacisteis porque vio que la
buena mezcla de estaciones que se daba en ella podría
llegar a producir los hombres más prudentes. Como es amiga
de la guerra y de la sabiduría, eligió primero el
sitio que daría los hombres más adecuados a ella y
lo pobló. Vivíais, pues, bajo estas leyes y, lo que
es más importante aún, las respetabais y superabais
en virtud a todos los hombres, como es lógico, ya que
erais hijos y alumnos de dioses. Admiramos muchas y grandes
hazañas de vuestra ciudad registradas aquí, pero
una de entre todas se destaca por importancia y excelencia. En
efecto, nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad
detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran
imperio, que avanzaba del exterior, desde el Océano
Atlántico, sobre toda Europa y
Asia.

En aquella época, se podía atravesar aquel
océano dado que había una isla delante de la
desembocadura que vosotros, así decís,
llamáis columnas de Heracles. Esta isla era mayor que
Libia y Asia juntas y de ella los de entonces podían pasar
a las otras islas y de las islas a toda la tierra firme que se
encontraba frente a ellas y rodeaba el océano
auténtico, puesto que lo que quedaba dentro de la
desembocadura que mencionamos parecía una bahía con
un ingreso estrecho. En realidad, era mar y la región que
lo rodeaba totalmente podría ser llamada con absoluta
corrección tierra firme.

En dicha isla, Atlántida, había surgido una
confederación de reyes grande y maravillosa que gobernaba
sobre ella y muchas otras islas, así como partes de la
tierra firme. En este continente, dominaban también los
pueblos de Libia, hasta Egipto, y
Europa hasta Tirrenia. Toda esta potencia unida
intentó una vez esclavizar en un ataque a toda vuestra
región, la nuestra y el interior de la desembocadura.
Entonces, Solón, el poderío
de vuestra ciudad se hizo famoso entre todos los hombres por su
excelencia y fuerza, pues
superó a todos en valentía y en artes guerreras,
condujo en un momento de la lucha a los griegos, luego se vio
obligada a combatir sola cuando los otros se separaron,
corrió los peligros más extremos y dominó a
los que nos atacaban. Alcanzó así una gran victoria
e impidió que los que todavía no habían sido
esclavizados lo fueran y al resto, cuantos habitábamos
más acá de los confines heráclidas, nos
liberó generosamente. Posteriormente, tras un violento
terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una
noche terribles, la clase guerrera
vuestra se hundió toda a la vez bajo la tierra y la isla
de Atlántida desapareció de la misma manera,
hundiéndose en el mar. Por ello, aún ahora el
océano es allí intransitable e inescrutable, porque
lo impide la arcilla que produjo la isla asentada en ese lugar y
que se encuentra a muy poca profundidad".

Fragmento del CRITIAS de Platón,
referido a la Atlántida.

En esta obra, inacabada, Critias habla con Sócrates,
retomando el tema de la sociedad ideal
de la Atlántida, aportando una descripción de ella:

CRIT. –Tal como dije antes acerca del sorteo de los
dioses -que se distribuyeron toda la tierra, aquí en
parcelas mayores, allí en menores e instauraron templos y
sacrificios para sí-, cuando a Posidón le
tocó en suerte la isla de Atlántida la pobló
con sus descendientes, nacidos de una mujer mortal en
un lugar de las siguientes características.

El centro de la isla estaba ocupado por una llanura en
dirección al mar, de la que se dice que era
la más bella de todas, y de buena calidad, y en
cuyo centro, a su vez, había una montaña baja por
todas partes, que distaba unos cincuenta estadios del mar.

En dicha montaña habitaba uno de los hombres que en esa
región habían nacido de la tierra, Evenor de
nombre, que convivía con su mujer Leucipe. Tuvieron una
única hija, Clito, cuando la muchacha alcanza la edad de
tener un marido, mueren su padre y su madre. Posidón la
desea y se une a ella, y, para defender bien la colina en la que
habitaba, la aísla por medio de anillos alternos de tierra
y mar de mayor y menos dimensión: dos de tierra y tres de
mar en total, cavados a partir del centro de la isla, todas a la
misma distancia por todas partes, de modo que la colina fuera
inaccesible a los hombres.

Entonces todavía no había barcos ni
navegación. Él mismo, puesto que era un Dios,
ordenó fácilmente la isla que se encontraba en el
centro: hizo subir dos fuentes de
aguas subterráneas a la superficie -una fluía
caliente del manantial y la otra fría- e hizo surgir de la
tierra alimentación variada y suficiente.
Engendró y crió cinco generaciones de gemelos
varones, y dividió toda la isla de Atlántida en
diez partes, y entregó la casa materna y la parte que
estaba alrededor, la mayor y mejor, al primogénito de los
mayores y lo nombró rey de los otros. A los otros los hizo
gobernantes y encargó a cada uno el gobierno de
muchos hombres y una región de grandes dimensiones.

A todos les dio nombres: el mayor y rey, aquel del cual la
isla y todo el océano llamado Atlántico tienen un
nombre derivado; porque el primero que reinaba entonces llevaba
el nombre de Atlante. Al gemelo que nació después
de él, al que tocó en suerte la parte externa de la
isla, desde las columnas de Heracles hasta la zona denominada
ahora en aquel lugar Gadirica, le dio en griego el nombre de
Eumelo, pero en la lengua de la
región, Gadiro. Su nombre fue probablemente el origen del
de esa región. A uno de los que nacieron en segundo lugar
lo llamó Anferes, al otro, Evemo. Al que nació
primero de los terceros le puso el nombre de Mneseo y al segundo,
Autóctono. Al primero del cuarto par le dio el nombre de
Elasipo, y el de Méstor al posterior. Al mayor del quinto
par de gemelos le puso el nombre de Azaes y al segundo, el de
Diáprepes. Todos estos y sus descendientes vivieron
allí durante muchas generaciones y gobernaron muchas otras
islas en el océano y también dominaron las regiones
interiores hacia aquí, como ya se dijo antes, hasta Egipto
y Etruria.

La estirpe de Atlas llega a ser numerosa y distinguida. El rey
más anciano transmitía siempre al mayor de sus
descendientes la monarquía, y la conservaron a lo largo de
muchas generaciones. Poseían tan gran cantidad de riquezas
como no tuvo nunca antes una dinastía de reyes ni es
fácil que llegue a tener en el futuro y estaban provistos
de todo de lo que era necesario proveerse en la ciudad y en el
resto del país. En efecto, aunque importaban mucho del
exterior a causa de su imperio, la mayoría de las cosas
necesarias para vivir las proporcionaba la isla.

En primer lugar, todo lo que, extraído por la minería,
era sólido o fusible, y lo que ahora sólo nombramos
-entonces era más que un nombre la especie del oricalco
que se extraía de la tierra en muchos lugares de la isla,
el más valioso de todos los metales entre los
de entonces, con la excepción del oro– y todo lo
que proporciona el bosque para los trabajos de los carpinteros,
ya que todo lo producían de manera abundante y alimentaba,
además, suficientes animales
domésticos y salvajes. En especial, la raza de los
elefantes era muy numerosa en ella. También tenía
comida el resto de los animales que se alimenta en los pantanos,
lagunas y ríos y los que pacen en las montañas y en
las llanuras, para todos había en abundancia y así
también para este animal que es por naturaleza el
mayor y el que más come. Además, producía y
criaba bien todo lo fragante que hoy da la tierra en cualquier
lugar, raíces, follaje, madera, y
jugos, destilados, sea de flores o frutos. Pero también el
fruto cultivado, el seco, que utilizamos para alimentarnos y
cuanto usamos para comida -denominamos legumbres a todas sus
clases- y todo lo que es de árboles
y nos da bebidas, comidas y aceites, y el que usamos por solaz y
placer y llega a ser difícil de almacenar, el fruto de los
árboles frutales, y cuantos presentamos como postres
agradables al enfermo para estímulo de su apetito, la isla
divina que estaba entonces bajo el sol,
producía todas estas cosas bellas y admirables y en una
cantidad ilimitada. Como recibían todas estas cosas de la
tierra, construyeron los templos, los palacios reales, los
puertos, los astilleros, y todo el resto de la región,
disponiéndolo de la manera siguiente.

En primer lugar, levantaron puentes en los anillos de mar que
rodeaban la antigua metrópoli para abrir una vía
hacia el exterior y hacia el palacio real. Instalaron
directamente desde el principio el palacio real en el edificio
del Dios y de sus progenitores y, como cada uno, al recibirlo del
otro, mejoraba lo que ya estaba bien, superaba en lo posible a lo
anterior, hasta que lo hicieron asombroso por la grandeza y
belleza de las obras. A partir del mar, cavaron un canal de
trescientos pies de ancho, cien de profundidad y una
extensión de cincuenta estadios hasta el anillo exterior y
allí hicieron el acceso del mar al canal como a un puerto,
abriendo una desembocadura como para que pudieran entrar las
naves más grandes. También abrieron, siguiendo la
dirección de los puentes, los círculos de tierra
que separaba los de mar, lo necesario para que los atravesara un
trirremes, y cubrieron la parte superior de modo que el pasaje
estuviera debajo, pues los bordes de los anillos de tierra
tenían una altura que superaba suficientemente al mar. El
anillo mayor, en el que habían vertido el mar por medio de
un canal, tenía tres estadios de ancho. El siguiente de
tierra era igual a aquel. De los segundos, el líquido
tenía un ancho de dos estadios y el seco era, otra vez,
igual al líquido anterior. De un estadio era el que
corría alrededor de la isla que se encontraba en el
centro. La isla, en la que estaba el palacio real, tenía
un diámetro de cinco estadios. Rodearon ésta, las
zonas circulares y el puente, que tenía una anchura de
cien pies, con una muralla de piedras y colocaron sobre los
puentes, en los pasajes del mar, torres y puertas a cada
lado.

Extrajeron la piedra de debajo de la isla central y de debajo
de cada una de las zonas circulares exteriores e interiores; las
piedras eran de color blanco,
negro y rojo. Cuando los extranjeros, construyeron
dársenas huecas dobles en el interior, techadas con la
misma piedra. Unas casas eran simples, otras mezclaban las
piedras y las combinaban de manera variada para su solaz,
haciéndolas naturalmente placenteras. Recubrieron de
hierra, al que usaban como si fuera pintura, todo
el recorrido de la muralla que circundaba el anillo exterior
fundieron casiterita sobre la muralla de la zona interior, y
oricalco, que poseía unos resplandores de fuego, sobre la
que se encontraba alrededor de la Acrópolis

El palacio dentro de la Acrópolis estaba dispuesto de
la siguiente manera. En el centro, habían consagrado un
templo inaccesible a Clito y Posidón, rodeado de una valla
de oro: ese era el lugar en el que al principio concibieron y
engendraron la estirpe de las diez familias reales. De las diez
regiones enviaban cada año hacia allí frutos de la
estación como ofrendas para
cada uno de ellos. Había un templo de Posidón de un
estadio de longitud y trescientos pies de ancho. Su altura
parecía proporcional a estas medidas, puesto que
tenía una forma algo bárbara. Recubrieron todo el
exterior del templo de plata, excepto las cúpulas, que
revistieron de oro. En el interior, el techo de marfil,
entremezclado con oro, plata y oricalco, tenía una
apariencia multicolor. Revistieron las paredes, columnas y
pavimento de oricalco. Dentro del templo colocaron imágenes
de oro: El dios de pie sobre un carro llevaba las riendas de seis
caballos alados y tocaba, a causa de su altura, el techo con la
cabeza; lo rodeaban cien nereidas sobre delfines -pues
los de aquel entonces creían que eran tantas. En el
interior había muchas otras estatuas que eran exvotos de
particulares. Afuera, alrededor del templo, había estatuas
de oro de todos, de las mujeres y de los hombres que
habían pertenecido a la familia de
los diez reyes, así como muchos otros exvotos grandes de
los reyes y de particulares de la ciudad y de todas las regiones
exteriores que dominaron. Había un altar que concordaba en
su grandeza y su manufactura
con esta construcción.

El palacio, igualmente, se adecuaba a la grandeza del Imperio,
así como al orden alrededor del templo. Para utilizar las
fuentes de agua fría y caliente que por naturaleza
tenían una abundante cantidad de agua en sabor y calidad
excelente para el uso, construyeron alrededor edificios, hicieron
plantaciones de árboles adecuadas a las aguas, levantaron
cisternas al aire libre e
invernales cubiertas para los baños calientes -aparte las
reales, las públicas y las privadas, además de
otras para mujeres y otras para caballos y el resto de los
animales de tiro- y ordenaron convenientemente cada una de
ellas.

Dirigieron la corriente de agua hacia el bosque sagrado de
Posidón -múltiples y variados árboles de
belleza y altura sobrenatural por la calidad de la tierra- y
hacia los círculos exteriores por medio de canales que
seguían la dirección de los puentes. Habían
construido en aquel lugar muchos templos para muchos dioses,
muchos jardines y muchos gimnasios, unos de hombres, otros,
separados, de caballos, en las dos islas de los anillos.
Además, en el centro de la isla mayor había un
hipódromo de un estadio de ancho colocado aparte, cuya
extensión permitía que los caballos compitiesen
libremente todo el perímetro. Alrededor de este
había, aquí y allí, casas de guardia para la
mayoría de guardianes. La guardia de los más fieles
estaba dispuesta en el anillo más pequeño y
más cercano a la acrópolis y a los que más
se distinguían en su fidelidad les habían dado
casas dentro de la acrópolis en torno a los
reyes. Los astilleros estaban llenos de trirremes y de todos los
artefactos correspondientes, todo adecuadamente preparado. Los
alrededores de la casa de los reyes estaban arreglados de la
siguiente manera: cuando se atravesaban los puertos desde afuera
-que eran tres- una muralla se extendía en círculo,
a partir del mar -a cincuenta estadios por todas partes el anillo
mayor y de su puerto- y se cerraba en la desembocadura del canal
en el mar.

Muchas casas poblaban densamente toda esta zona; la entrada
del mar y el puerto mayor estaban llenos de barcos y comerciantes
llegados de todas partes que, por su multitud, ocasionaban
vocerío, ruido y
bullicio variado de día y de noche.

Ahora ya tenemos recordados la ciudad y los alrededores de la
antigua edificación, tal y como se describieron entonces.
Debemos intentar recordar el resto de la región, como era
su naturaleza y su forma en que estaba ordenado. En primer lugar,
se decía que todo el lugar era muy alto y escarpado desde
el mar, pero que los alrededores de la ciudad eran llanos, suaves
y planos, circundados a su vez de montañas que llegaban
hasta el mar. Esta llanura era de forma oblonga y tenía
por un lado tres mil estadios y dos mil en el centro desde el mar
hacía arriba. Esta zona de la isla estaba de cara al
viento sur, de espaldas a la constelación de la Osa y
protegida por el viento del norte. Entonces se loaba que las
montañas que la rodeaban superaban por su número,
grandeza y belleza a todas las que hay ahora y que tenían
en ellas muchas ricas aldeas de vecinos, ríos, lagos y
prados que daban alimento suficiente a todos los animales,
domésticos y salvajes, bosques variados en cantidad y
especie que proveían abundantemente para todas y cada una
de las obras.

La naturaleza y muchos reyes, con su largo esfuerzo,
habían conformado la llanura de la siguiente manera. En su
mayor parte era un cuadrilátero rectangular, y lo que
faltaba para formarlo lo había corregido por medio de una
fosa cavada a su alrededor. Aunque la profundidad, ancho y
longitud que les atribuyeron eran tan grandes, sin contar con las
otras obras, que resultaba increíble para algo hecho por
las manos del hombre,
debemos decir los que escuchamos. Habían cavado una
profundidad de cien pies; el ancho era en todos lados de un
estadio y, como había sido cavada alrededor de toda la
llanura, llegaba a la ciudad por ambos lados y allí dejaba
fluir el agua al mar. Desde su parte superior habían
abierto canales rectos de cien pies de ancho que corrían a
lo ancho de la llanura hasta desembocar nuevamente en la fosa que
daba al mar y distaban entre sí cien estadios de distancia
uno de otro. Así bajaban a la ciudad la madera de las
montañas y proveían con barcos el resto de los
productos
estacionales, ya que habían abierto comunicaciones
transversales de unos canales a otros y hacia la ciudad.
Cosechaban la tierra dos veces por año, en invierno con
las aguas provenientes de Zeus, y en verano conducían
desde los canales las corrientes que produce la tierra.

En cuanto número, estaba dispuesto que cada distrito de
la llanura con hombres útiles para la guerra proveyera un
jefe. La extensión del distrito era de diez veces diez
estadios y los distritos era sesenta mil. Se decía que la
cantidad de hombres de la montaña y del resto de la
región era innumerable; todos estaban distribuidos en
estos distritos y asignados a jefes según las zonas y las
aldeas. Estaba reglamentado que cada jefe proveyera en caso de
guerra la sexta parte de un carro de guerra hasta diez mil
carros, dos caballos y jinetes, además de un par de
caballos sin carro, un infante con escudo pequeño y el
guerrero que lucha sobre el carro y conduce los dos caballos, dos
hoplitas, arqueros y honderos, también dos cada uno,
lanzadores de piedras y lanceros con armamento ligero, tres cada
uno, y cuatro marineros para cubrir la tripulación de mil
doscientas naves. Así estaba dispuesto lo concerniente a
la guerra en la ciudad real, lo de las nueve restantes lo estaba
de otra manera que llevaría mucho tiempo relatar.

Lo relativo a los puestos de gobierno y los honores estuvo
ordenado desde el principio de la siguiente manera. Cada uno de
los diez reyes imperaba sobre los hombres y sobre la
mayoría de las leyes en su parte y en su ciudad, y
castigaba y mataba a quien quería. El gobierno y la
comunidad de
los reyes se regían por las disposiciones de
Posidón tal como se las transmitía la constitución y las leyes escritas por los
primeros reyes en una columna de oricalco que se encontraba en el
centro de la isla en el templo de Posidón, dónde se
reunían, bien cada lustro, bien, de manera alternativa,
cada seis años, ara honrar igualmente lo par y lo impar.
En las reuniones, deliberaban sobre los asuntos comunes e
investigaban si alguno había infringido algo y lo
sometían a juicio. Cuando iban a dar veredicto se daban
primero las siguientes garantías unos a otros. Rogaban a
Posidón que tomara la ofrenda sacrificial que le agradara
de entre los toros sueltos en su templo y ellos, que eran
sólo diez lo cazaban sin hierro, con
maderas y redes. Al que
atrapaban lo conducían hacia la columna y lo degollaban
encima de ella haciendo votos por las leyes escritas.

En la columna, junto a las leyes, había un juramento
que proclamaba grandes maldiciones para os que las
desobedecieran. Tras hacer el sacrificio según sus leyes y
ofrecer todos los miembros del toro, llenaban una cratera y
vertían en ella un coagulo de sangre por cada
uno. El resto lo arrojaban al fuego una vez que habían
limpiado la columna. Luego, mientras extraían sangre de la
cratera con fuentes doradas y hacían una libación
sobre el fuego, juraban juzgar según las leyes de la
columna y castigar si alguien hubiera infringido algo antes, y,
además, no infringir intencionalmente en el futuro ninguna
de las leyes escritas, ni gobernar ni obedecer a ningún
gobernante, excepto aquel que ordenara según las leyes del
padre.

Una vez que cada uno de ellos hubo prometido esto de sí
y de su estirpe, bebido y dedicado la fuente como exvoto en el
templo del dios y se hubo ocupado de la comida y de las otras
necesidades, cuando llegaba la oscuridad y se había
enfriado el fuego sacrificial se vestían con un
bellísimo vestido púrpura y se sentaban en el
suelo junto a
las ascuas del juramento sacrificial. Durante la noche, tras
apagar el fuego que se encontraba alrededor del templo, eran
juzgados y juzgaban si alguien acusaba a alguno de ellos de haber
infringido alguna ley. Cuando terminaban de juzgar, ala hacerse
de día, escribían los juicios en una tablilla de
oro y la ofrendaban como recuerdo junto con las vestimentas.
Había muchas otras leyes especiales acerca de los honores
de cada uno de los reyes; lo más importante: no atacarse
nunca unos a otros y ayudarse todos en caso de que alguien
intentara destruir la estirpe real en alguna de sus ciudades, y
tomar en común, como antes, las determinaciones
concernientes a la guerra y a otras actividades, bajo la
conducción de la estirpe de Atlante. Ningún rey
podía matar a ninguno de su parientes, si no contaba con
la aprobación de más de la mitad de los diez.

Según el relato, tan gran potencia y de tales
características existentes entonces en aquellas zonas
ordenó y envió el Dios contra nuestras tierras por
la siguiente razón. Durante muchas generaciones, mientras
la naturaleza del Dios era suficientemente fuerte,
obedecían las leyes y estaban bien dispuestas hacia lo
divino emparentado con ellos. Poseían pensamientos
verdaderos y grandes en todo sentido, ya que aplicaban la
suavidad junto con la prudencia a los avatares que siempre
ocurren y unos a otros, por lo que excepto la virtud,
despreciaban todo lo demás, tenían en poco las
circunstancias presentes y soportaban con facilidad, como una
molestia, el peso del oro y de las otras posiciones. No se
equivocaban, embriagados por la vida licenciosa, ni
perdían el dominio de
sí a causa de la riqueza, sino que, sobrios,
reconocían con claridad que todas estas cosas crecen de la
amistad unida a
la virtud común, pero que con la persecución y la
honra de los bienes
exteriores, estos decaen y se destruye la virtud con ellos. Sobre
la base de tal razonamiento y mientras permanecía la
naturaleza divina, prosperaron todos sus bienes, que describimos
antes. Más cuando se agotó en ellos la parte divina
porque se había mezclado muchas veces con muchos mortales
y predominó el carácter humano, ya no pudieron soportar
las circunstancias que los rodeaban y se pervirtieron, y al que
los podía observar les parecían desvergonzados, ya
que habían destruido lo más bello de entre lo
más valioso, y los que no pudieron observare la vida
verdadera respecto de la felicidad, creían entonces que
eran los más perfectos y felices, porque estaban llenos de
injusta soberbia y de poder. El Dios de Dioses Zeus, que reina
por medio de leyes puesto que puede ver tales cosas, se dio
cuenta de que una estirpe buena estaba dispuesta de manera
indigna y decidió aplicarles un castigo para que se
hicieran más ordenados y alcanzaran la prudencia.
Reunió a todos los dioses en su mansión más
importante, la que, instalada en el centro del universo, tiene
vista a todo lo que participa de la generación y, tras
reunirlos, dijo…

 

 

 

Autor:

José Ángel Ríos
Rodríguez

Partes: 1, 2
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