Bajo la Mirada de la Ceiba: una
monografía imprescindible sobre la
plástica tabasqueña
La pintura,
intérprete de una historia exaltadora de
odiseas, dramas y creencias; con una obsesión por el
remedo de la naturaleza
primero y un rechazo rotundo más tarde;
justificándose como medio de expresión y
negándolo después. Invariablemente
protagónica, la pintura como un medio de valores
encontrados: entre el dilema de su existencia, de su viabilidad y
arcaísmo. La pintura en su eterno reciclar, desde el
reduccionismo de sus elementos formales (color y
representación) en el suprematismo y más tarde en
el minimalismo; el cuestionamiento de la
institucionalización y fetichismo de la obra de arte con el
ready made de Marcel Duchamp abriendo nuevos horizontes a
la percepción del arte y por ende, la
discusión sobre los valores de
lo que él llamó: arte retiniano; la
preocupación en los años sesentas por la
desmaterialización de la obra de arte, dando inicio a la
abstracción excéntrica para concluir en la
antiforma, en donde los procesos
cobraban mayor relevancia que el producto
final; la desvinculación del arte de los centros
convencionales de exposición
con el land art y su irremediable retorno a ellos, hasta
la aceptación de nuevos soportes como el arte corporal en
su extensa significación; todo esto parecía
insistir en la decadencia de un arte bidimensional que requiere
del color, la textura y la forma para su existencia; sin embargo
vemos, pese a opiniones fatalistas, el resurgimiento de la
pintura, aún como acto panfletario manifiesto durante el
activismo y la colectivización del arte en torno al mayo
francés del 68 y de nuevo su distanciamiento con el arte
povera, pero es sin duda, la primacía del concepto como
objetivo final
del arte y la insistencia de Joseph Kosuth de crear nuevas
proposiciones y no repetir formulas del pasado, la tendencia que
parece alejarse en definitiva de la pintura; no obstante, dentro
de esa misma necesidad del artista por liberarse de yugos y por
los sendos intereses comerciables que significa la pintura en el
mercado del arte,
irrumpe ésta de nuevo en el panorama artístico con
el realismo
pictórico y más tarde con el hiperrealismo. La
eterna búsqueda de originalidad dará pasos, que por
un lado, llevará a la pintura a reducirla a su soporte, a
su realidad material (como sucedió con el movimiento
Supports-Surfaces y por otro, a su reivindicación y
resurgimiento (ejemplos precisos de ello fueron Bad
Painting y el Pattern Painting norteamericano, el
neoexpresionismo alemán y la trasvanguardia italiana,). La
posmodernidad
mantendrá equilibrada su balanza entre el concepto, las
nuevas tendencias y la pintura; entre el pasado y el presente.
Los movimientos apropiacionistas y simulacionistas
recurrirán más tarde a la pintura justificando sus
valores o más bien su presencia desde premisas
contemporáneas, y en este devenir, en que los movimientos
surgen, desaparecen y reviven como procesos naturales en la
evolución cultural, se ha sido testigo de
algo inobjetable: la presencia, siempre, del arte retiniano, de
la pintura, y si es el bien de consumo
altamente redituable que significa en el mainstream de
este mundo de economías globales una causa determinante,
no se puede ignorar las enormes posibilidades que aún
guarda para renovarse como lo ha demostrado reiterativamente su
propia historia. Es por todo ello, que considero un acierto de la
universidad
Juárez Autónoma de Tabasco la publicación de
un libro que
reivindica la vigencia de la pintura por un lado y por otro,
reconoce a sus creadores inmersos en esta disciplina,
como valores indiscutibles de nuestra realidad
cultural.
Después de leer y disfrutar Bajo la Mirada de la Ceiba,
Artistas plásticos
de Tabasco, bajo el cuidado editorial de Miguel Ãngel
Ruiz Magdónel, rememoré la vieja consigna que
frecuentemente estigmatiza a las antologías: "ni
están todos los que son, ni son todos los que
están", en el esfuerzo por agrupar, siempre en función de
la buena voluntad, pero sobre todo del reconocimiento de valores,
habrán múltiples razones por las ausencias, la
falta de respuesta a la invitación a participar como
señala su editor es tal vez la más común y
comparto esa apreciación en tanto que otras opiniones
más, deberán ser contempladas y ponderadas en su
valía como remedio para futuras reediciones. Esto, las
ausencias o los excedentes, aún cuando suele ser una
condición frecuente rara vez invalidan al producto
terminado, sobre todo cuando la apertura para la inclusión
(como en éste caso 74 creadores) y las mejores intenciones
por rescatar la historia se reconocen en la obra, pluralidad que
es fácil constatar en este libro, por un lado las
distintas propuestas plásticas que lindan entre la
figuración convencional inmersa en temas regionales, hasta
esa búsqueda insistente por encontrar nuevas formas de
expresión en el arte plástico,
tendencia que para buena fortuna del arte Tabasqueño
muestra su
predominio en ésta generosa edición.
En este mosaico de ideas y colores que
conformanBajo la Mirada de la Ceiba que ejemplifican la
tendencia plástica de casi un centenar de creadores, nos
brinda, ante ese vasto panorama, un vistazo frugal de su historia
y si bien una sola imagen no es
suficiente para una lectura amplia
de la producción artística, con esa escasa
información, aunada a los aciertos de
algunos textos que aportan otros datos generales
del planteamiento estético del artista, se puede hilvanar
con objetividad, aceptando el riesgo del juicio
sumario, el proceso
evolutivo de la plástica tabasqueña. Se detecta en
principio, con bastante claridad, la similitud a la historia de
la plástica de los otros estados de la
república mexicana o del arte latinoamericano en
general como probablemente confirmaría Juan Acha; es
decir, un arte derivado del reflejo de otras tendencias
internacionales, un arte que ha tenido dificultades para
significarse en el ámbito mundial, situación que va
a la par de actividades intelectuales
y culturales de otra índole, así pues, vemos en las
primeras generaciones de pintores, al igual que en varios de los
artistas que conforma las generaciones intermedias, las marcadas
inclinaciones figurativas íntimamente ligadas a una
academia comprometida en representar el entorno y de alguna
manera también describir nuestras costumbres,
situación justificable, difícil de evadir, en vista
de la enorme riqueza que nos conforma e identifica como
trópico y lo inmerso que aún estamos de nuestras
tradiciones (ejemplo de ello serían los artistas: Enrique
Gil Hermida, Cadena M., Luis Filigrana, Daniel Ponce Montuy,
Miguel Ãngel Gómez Ventura, Héctor Quintana,
Andrés Pérez Flores Mac, Ãngeles
Beltrán, Berta Ferrer, Alejandro Ocampo, Paulina Leon
Palibé, Faustino Franco, Edna Badillo, José
Chan, entre otros.). Como encontramos también distintos
creadores de generaciones intermedias y más recientes, que
parecen no conformarse con plasmar únicamente el mundo que
nos asedia, se valen de su influencia, tal vez, pero buscan
afanosamente un discurso que
les permita expresarse de manera diferente, búsquedas en
las que se avizora un futuro promisorio para éstas
prácticas artísticas del Sureste mexicano (entre
los que incluiría a: Perla Estrada, José Manuel
Morelos, Javier Pineda, Leonardo de Dios Jerónimo, Belem
Sigler, Ricardo Torres, Edén García, Víctor
Olán, Héctor Pérez, Níger Madrigal,
Xóchitl Balcázar, Ramón
Briones, etcétera.); encontramos, al mismo tiempo,
artistas emergentes con un potencial creativo en suma interesante
(Eleazar Hernández, Edgarissel Flores, Jesús
Carrillo, José Antonio Ruiz, Juan Cházaro,
Ramón Barrales, Mirna Corzo, Francisco Cabrera, como
algunos ejemplos); otros, que no reducen su trabajo al
lienzo o al papel, que buscan en el objeto más que al
cómplice para arribar al concepto como Marcos Lamoy,
productores de una obra que hará figurar al arte
tabasqueño en la esfera de lo contemporáneo y
aquellos que se fueron a destiempo (Ricardo García Mora,
Fontanelly Vázquez y Férido Castillo) dejando un
legado plástico de indiscutible calidad, que
requiere de un estudio acucioso concretamente de sus aportaciones
estéticas a la plástica, desde una óptica
especializada y rigurosa, ajena a los celebraciones del medio
(sin desestima de los sendos y excelentes volúmenes con la
obra de Fontanelly y Férido ya existentes dentro de
ésta misma colección), para reubicarlos y reconocer
su herencia en la
extensión plena del término, y finalmente,
encontramos a pintores de una trayectoria dilatada, reconocidos
en otras latitudes como Felipe Orlando, Fernando Pérez
Nieto, Leticia Ocharán (ausentes también) o
José Francisco Rodríguez Herrera, que han
enaltecido la pintura tabasqueña, cuyos alcances sirven de
ejemplo del potencial creativo de la región; autores que
con su trabajo contribuyeron de manera importante en la
significación del arte moderno mexicano.
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