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El imaginario del conquistador español (página 2)




Enviado por enrique viloria vera



Partes: 1, 2, 3, 4

Producto de estos condicionantes raciales, de estas
características psicológicas, surgen entonces los
Conquistadores Españoles de América
que, nuevamente en opinión de Blanco Fombona, "fueron
hombres muy maravillosos, muy de España y
muy del Siglo XVI (…) Estudiemos al conquistador.
Conociendo la psicología de su
raza, comprenderemos con sólo verlo definirse por la
acción,
qué nexos psicológicos lo unen con el país
de donde procede. Sepamos a que clase social
pertenecía, cuál era su instrucción
qué ideas religiosas le preocupaban, en qué grado
fue codicioso, religioso, heroico, individualista,
dinámico, cruel. Observemos sus oscuras nociones del
Derecho, sus querellas ante la Majestad real, su nulidad como
administrador,
y el fin que tuvo aquella generación de gerifaltes.
Descubramos la trascendencia civilizadora de su acción."
(Blanco Fombona, 1981: 93 y 94).

En nuestro caso, vamos más bien a centrarnos en la
evolución e influencia de determinados
actores institucionales en la Edad Media (la
Iglesia
Católica, el Imperio Romano
Germánico, El Islam, la
Inquisición, la Monarquía Española), y en algunos
otros relevantes elementos de corte religioso, literario y
mítico (la herejía, la devoción
católica, la aventura, el afán de fama y lucro, los
mitos
americanos, que contribuyeron a la creación del
imaginario del conquistador español), sin enfatizar
tanto en las dimensiones raciales, de origen social o
psicológicas del conquistador español,
ampliamente estudiadas por Blanco Fombona; todo ello para
situarnos en el medieval e intrincado imaginario de ese
español que llegó anheloso, evangelizador y por
equivocación a América con algo más que sus
caballos, cañones y arcabuces a bordo de una carabela.

I.   La
propagación y defensa de la fe
católica

                      
                         "Vete
a las Indias, Lope de Aguirre. Nuestra España es
un

                                               
pueblo elegido por Dios para preservar los bastiones de
su

                                               
doctrina, para batallar sin tregua contra la herejía y
el

                                               
paganismo. Más de siete siglos, desde Pelayo hasta

                                               
Fernando, nos hartamos de combatir con armas y con
puños

        
                                       y
con dientes para librar al león ibérico de la
coyunda

                                               
musulmana, para arrojar de nuestro suelo a su
Alá falso y a

                                               
sus califas embusteros."

                                                                                                                       
Miguel Otero Silva

La España Medieval fue sin duda alguna la sobresaliente
en la defensa de la Cristiandad, o más propiamente, de la
fe católica.

Guillermo Morón, nuestro historiador venezolano por
antonomasia, señala que hay: "mucha diferencia entre eso
de ser cristiano, católico y religioso. Las tres palabras
se mezclan tanto – en la conciencia
europea, naturalmente – que muchas veces se manejan con demasiada
familiaridad y equívoco. En las ciudades y aldeas por lo
general, donde pasé mi infancia, ser
religioso es ser católico a rajatablas o como dicen en
España desde Menéndez Pelayo "a machamartillo". Los
aldeanos son religiosos porque rezan sus oraciones a las horas
prescritas por la costumbre, y  más aún, cada
vez que el temor de un peligro se viene encima; pero esos
aldeanos no suelen cumplir los preceptos católicos que les
han sido enseñados por el cura de la aldea. En las
ciudades se puede ser católico sin ser religioso, es
decir, contribuyendo al sostenimiento del clero, y sin rezar
mucho y sin creer demasiado. En España todo es uno:
católico y religioso es una sola función. A
veces una sola necesidad de sobrevivir: hay que ser
católico y aparentar que se es…" (Morón
Guillermo, 2007: 341).   

Esta defensa a ultranza de la catolicidad en la
península y en toda Europa, la
trasladaron los conquistadores españoles a
Iberoamérica. En este sentido, coincidimos totalmente con
la aseveración de que "el catolicismo es factor
principalísimo en la creación y
españolización de América. Fue elemento
civilizador. Es imposible prescindir no ya de considerar ese
factor, sino su influencia decisiva al estudiar los Estados
modernos que han salido de las ruinas del antiguo imperio
hispano-católico. Muy grande fue la acción militar
de España en América, pero quizá no fue
superior a su obra religiosa." (Blanco Fombona, 1981: 83)

En este capitulo vamos a estudiar, de manera general la
evolución de la institución eclesiástica
católica y, más específicamente, otros
factores vinculados con su consolidación institucional que
influyeron en la defensa y propagación de la fe
católica como uno de los grandes objetivos del
proceso de
conquista y
colonización de Hispanoamérica llevado a cabo por
los españoles del Siglo XVI.

1.       La Iglesia
Católica
: elemento cohesionador de la Europa
medieval

La historia de la
Iglesia Católica es un ir de menos a más. De sus
modestos orígenes en oscuras y escondidas catacumbas
pasó, inmortal y vencedora, a residir en el esplendor de
los más emblemáticos palacios renacentistas en
franca competencia con
emperadores,  príncipes y exarcas, para asegurar la
vigencia de la Cultura y de
la Civilización Occidental. En efecto, "en los siglos XI y
XII, cuando empieza a reconstituirse socialmente Europa
Occidental., el nuevo proceso se inspira en motivos religiosos,
derivados de la sociedad
espiritual: La Lucha de las Investiduras y la supremacía
internacional del papado reformado fueron los signos
visibles de la victoria del poder
espiritual sobre los elementos feudales y bárbaros de la
sociedad europea: En todas partes la gente tomó conciencia
de que eran ciudadanos de la gran comunidad
religiosa de la cristiandad: Y esta ciudadanía espiritual fue el cimiento de la
nueva sociedad." (Dawson, 1995:197)

Recordemos algunos de los momentos y episodios más
significativos por los que atravesó, en su lento
evolucionar la Iglesia Católica desde sus más
modestos inicios, para convertirse en una de las instituciones
sine qua non de la civilización occidental y otorgarle al
papado un poder terrenal sólo comparable al de los
más altísimos emperadores.

A.                                                           
Los orígenes

Fruto del peregrinaje para difundir la Palabra del
Señor, el apóstol Pedro fue investido como Jefe de
la Iglesia de Roma, y sus
restos sagrados se encuentran enterrados en dicha ciudad, al
decir por igual de la historia y la leyenda. Los primeros
gobernantes de la Iglesia Católica de Roma fueron hombres
de buen actuar, caracterizados por sus dotes humanitarias y
solidarias, aunque ciertamente no disponían de
ningún poder relevante y efectivo. La autoridad de
Pedro, el hombre y
luego el santo, y de los que lo sucedieron en el gobierno de la
Iglesia fue básicamente consultiva, asesora de la figura
que los primeros cristianos escogieron para que, con el carácter de obispo, los representara ante
la comunidad civil y política.

En efecto, según lo señalan algunos estudiosos
de este período temprano de la Cristiandad: "La
extraordinaria rapidez con que el Verbo de Cristo se
difundió en el mundo conocido no confirió a la
Iglesia de Roma derecho alguno al predominio. Al contrario, la
comunidad cristiana de Roma, constreñida por las
circunstancias a vivir la fe más que administrarla y
elaborarla, parece menos importante en el sentido temporal que
las Iglesia de Asia y de
África.
Los romanos de ningún modo reivindicaron su
supremacía en la dirección del mundo cristiano." (Vene,
1985:10)

B.                                                           
El Edicto de Milán y el Concilio de Nicea

Tres largos siglos de persecuciones imperiales, mitigadas por
una u otra influencia cortesana o imperial, sufren los cristianos
romanos hasta la llegada del sagaz y oportunista emperador
Constantino, quien, tocado por el milagroso resplandor de una
cruz en el cielo, logró vencer a su rival Majencio, y en
acción de gracias a Dios promulgó el celebre Edicto
de Milán, mediante el cual se concedía a todos los
súbditos del imperio la libertad de
adorar al Supremo Hacedor o al Dios que quisieran. Sin embargo,
Constantino, empeñado en combatir la herejía y
someter el poder creciente de la Iglesia, se colocó como
árbitro de las distintas iglesias o religiones,
reservándose para sí el titulo de pontifex
maximus
, es decir, el de sumo sacerdote pagano.

Al Edicto de Milán que consagró una tutelada
libertad de cultos favorable a la perseguida Iglesia,
siguió la celebración, en al año 325, del
Concilio de Nicea, convocado por el propio Constantino para
combatir el arrianismo, es decir, las tesis de
Arrio, un sacerdote egipcio de Alejandría, que
sostenía que el Verbo de Dios no es Dios; por
consiguiente, no puede ser eterno ni divino, El Hijo no es
consustancial con el Padre, y por lo tanto, no está hecho
de la misma sustancia. A esta primera cita universal de la
Cristiandad concurrieron todos los obispos del mundo, arrianos y
no, y el Concilio de Nicea reconoció como verdad la
consustancialidad del Padre con el Hijo, consagrando así
la primera versión del Credo
cristiano.

Como un hecho simbólico de particular relevancia, los
historiadores resaltan que los delegados en Nicea del entonces
Papa Silvestre, obtuvieron el derecho de firmar en prioridad los
decretos del Concilio Ecuménico, sellando la autoridad de
la Iglesia de Roma sobre todas las demás.

Recuerdan los analistas de este período eclesial que:
"El emperador Constantino renunció a ser pontifex
maximus
de los paganos y abrió camino a la
persecución de éstos. La religión cristiana se
convirtió en la religión del Estado. Se
donó al papa la Domus Luterana, donde se
erigió la primera basílica cristiana, y allí
se instaló la catedral del obispo de Roma (…) Pese
a todos esos reconocimientos y donaciones materiales,
aún no puede hablarse exactamente de poder temporal del
papado." (Vene, 1985:23)       

C. La caída del Imperio Romano: el inicio del
poder terreno de la Iglesia

En su ya clásico libro La
Edad Media
, José Luís Romero,
refiriéndose a la caída del Imperio Romano de
Occidente como el inicio del Medioevo, afirma que: "Una
tradición muy arraigada coloca en el Siglo V el comienzo
de la Edad Media. Como todas las censuras que se introducen en el
curso de la vida histórica, adolece ésta de
inconvenientes graves pues el proceso que provoca la decisiva
mutación destinada a trasformar de raíz la
fisonomía de la Europa Occidental comienza mucho antes y
se prolonga después, y resulta arbitrario y falso fijarlo
con excesiva precisión en el tiempo."
(Romero, 2001: 9)

Como corolario de esta afirmación, el historiador
sostiene entonces que "parece justificado el criterio de entrar a
la Edad Media no por la puerta falsa de la supuesta
catástrofe producida por las invasiones, sino por los
múltiples senderos que conducen a ella desde el Bajo
Imperio. El bajo imperio corresponde a la época que sigue
a la larga y profunda crisis del
Siglo II, en la que tanto la estructura
como las tradiciones esenciales de la romanidad sufren una aguda
y decisiva convulsión. Si el siglo II había marcado
el punto más alto del esplendor romano, con los Antoninos,
el gobierno de Cómodo (180 – 192) precipitó el
desencadenamiento de todas las fuerzas que socavaban el edificio
imperial" (Romero, 2001:10)

Y al momento de desplomarse el poder imperial de Roma, para
inauguración o no de la Edad Media, según se
entienda, ahí se encontraba, empero, humilde y sin mayores
pretensiones de poder terreno, la Iglesia Católica, en la
figura del Obispo de Roma, para iniciar el accidentado e intenso
poder del papado, porque como bien lo anota Dawson: "El obispo
cristiano fue, de hecho, una figura de gran relieve en la
vida social de ese tiempo. Su posición era algo
enteramente nuevo, de lo cual no existen precedentes en la
antigua religión de la ciudad – Estado o en los
sacerdocios de las religiones históricas
orientales. El obispo no solamente gozaba de gran prestigio
religioso como jefe de la Iglesia cristiana, sino que
también era el líder
del pueblo en asuntos sociales; llegaba a desempeñar las
funciones de
un tribuno popular cuyo deber era defender a los pobres y
oprimidos y vigilar que los fuertes no abusaran de su poder.
él estuvo solo entre el pueblo y la opresión de la
burocracia; no
temía oponerse a una ley injusta o
excomulgar a algún gobernante opresor." (Dawson,
1997:183)

La historia de la civilización occidental registra como
punto de partida de la secularización de la Iglesia, la
histórica escena en que el papa León I se adelanta
inerme al encuentro con el sanguinario Atila, el despiadado rey
de los hunos, al momento en que éste se disponía a
asaltar a Roma, ciudad indefensa de un imperio en profunda
agonía institucional. La valentía y el arrojo del
Papa Católico se superpusieron a la impotencia y a la duda
del aterrado emperador romano Valentiniano III. La iniciativa de
León I condujo al retiro del bárbaro rey huno a
Hungría,  a la salvación de los cristianos
romanos y a lo que quedaba del menguado imperio, así como
a la iniciación del creciente poder de los papas en la
historia de la civilización occidental.

Sin embargo, esta no fue la única iniciativa
salvífica emprendida por el Papa León I, tres
años después de su encuentro con Atila, el alto
prelado, ya consumada la invasión del imperio por las
tribus bárbaras, volvió a salir de Roma para
parlamentar con Gensérico, rey de los vándalos. En
esta ocasión, la victoria fue parcial pero no menos
relevante: Roma fue saqueada, los romanos conservaron su
vida.

La Iglesia comenzó a hacer valedera su condición
de católica, es decir, de universal. Las crecientes
conversiones religiosas al cristianismo
por los disímiles reyes bárbaros no se hicieron
esperar; los siglos V, VI y VII asistieron al enrolamiento de las
nuevas autoridades terrenales al credo católico, y a la
progresiva supeditación de los nuevos gobernantes, muchos
de ellos arrianos, a la autoridad del Papa, quien,
paulatinamente, fue erigiéndose en un verdadero primus
Inter pares.

Dawson nos ayuda a entender mejor esta realidad de las
relaciones entre Iglesia y Estado en la Edad Media: "Es imposible
entender la historia de la Iglesia medieval, ni sus relaciones
con el Estado y la
vida social en general, si las proyectamos en las condiciones del
mundo de hoy. La iglesia era una sociedad mucho más
universal y con mayor cobertura que el Estado medieval (…)
En el mundo moderno se tiende a considerar a la Iglesia como una
sociedad esencialmente voluntaria, de membresía y
funciones limitadas, en tanto que el Estado es un hecho
fundamental que domina cada aspecto de la vida social y deja poco
espacio para alguna actividad independiente (…)  El
hombre
medieval, al hacer la distinción entre Iglesia y Estado,
no pensaba en dos sociedades
perfectas e independientes, sino más bien en dos
diferentes autoridades y jerarquías que administraban los
asuntos espirituales y temporales de una misma comunidad
cristiana." (Dawson, 1997: 232 y 233).

D.  El patrimonio de
San Pedro: la consolidación del poder temporal de la
Iglesia

Fruto de la conversión de algunos de los reyes
bárbaros a la fe católica, en especial la del
lombardo Liutprando; producto de la
aspiración de limar las viejas rivalidades entre Occidente
y Oriente, es decir, entre Roma Y Bizancio, que tomaron la forma
de cruzada moral y
material para eliminar las imágenes
religiosas, las estatuas, los símbolos cristianos, los cuadros
(iconoclastia), el influyente y habilidoso Papa Gregorio II
obtiene, en política alianza con Bizancio, que el rey
Liutprando – quien intentaba hacer de Italia una
monarquía lombardo – católica nada al gusto del
Pontífice – le done al papado la ciudad de Sutri.

Con la donación de Sutri, a la que más tarde
también se sumarían nuevas villas conquistadas por
los lombardos a los bizantinos: Orte, Bomarzo, Biera y Amelia, se
originó el denominado Patrimonio de San Pedro que
le dio asidero territorial al poder temporal de los papas.

Doce años más tarde, consolidada ya la alianza
del Papado ahora con los reyes francos en contra de lombardos y
bizantinos, Pipino amplió el Patrimonio de San
Pedro
mediante la entrega al Papa Esteban II del poder
temporal  sobre el exarcado de Rávena en el centro de
Italia (Las Marcas y
Romaña). De esta forma, mediante la alianza entre Esteban
II y Pipino el Breve, es decir, entre el papado y los reyes
francos, el Estado pontificio pasó a ser en toda la
plenitud del término, de hecho y de derecho, una potencia
terrenal.

Como bien lo ratifican los historiadores del Poder Papal: "La
alianza entre el Estado pontificio y los francos parecía
ser la única solución que garantizaría la
paz a Italia. Por otra parte, Carlomagno consideraba que su
imperio sería imperfecto sin la consagración por el
Sumo Pontífice. Así pues, la noche de Navidad del
año 800, en un marco que impresionaría a la
humanidad durante los siglos venideros, Carlomagno y su hijo
asistieron a la misa solemne en San Pedro. Y aquí,
aparentemente en forma sorpresiva, pero en realidad tras una
larga y minuciosa preparación, el papa León XIII
descendió del altar y colocó, en nombre de Dios,
sobre la cabeza de Carlos, la corona de oro de
emperador, y simultáneamente otorgó al hijo de
éste el titulo de rey de Italia. En las bóvedas de
San Pedro resonó el saludo del pueblo romano al Emperador:
"A Carlos Augusto, coronado por Dios, grande y pacífico
emperador de los romanos, vida y victoria." (Vene, 1985: 34 y
35)

E.                 
La Lucha de la Investiduras

Articulados y en vigencia los dos poderes centrales de la Edad
Media, el Papado y el Imperio Carolingio, y su sucesor el
Romanogermánico, comienza un largo conflicto
entre esas dos potencias medievales por ver quien supedita a la
otra que sólo alcanza formal resolución con la
firma del Concordato de Worms en 1122.

Dawson al analizar la condición político - 
religiosa inmanente del Imperio carolingio sostiene en esta
esclarecedora cita, que el mismo fue "la más acabada
expresión política de las tendencias unitarias y
universalistas (…) fue considerado por Carlomagno y sus
sucesores y consejeros eclesiásticos no solamente como el
Estado imperial franco, ni como una reencarnación del
Imperio romano en Occidente, sino como el órgano y el
brazo político de la Iglesia católica. En palabras
de la carta de
Carlomagno al papa León III, el emperador es `el
representante de Dios y quien debe tener el deber de proteger y
gobernar a todos los miembros de Dios". él es el
señor y padre, rey y sacerdote, conductor y guía de
todos los cristianos. Esta concepción unitaria de la
sociedad cristiana tendía naturalmente, bajo la influencia
de un fuerte emperador, a resultar en una especie de cesaro
papismo (…) De este modo, el concepto
carolingio o unitario de las relaciones entre Iglesia y Estado
tendía al mismo tiempo hacia la secularización de
la primera y la clericalización del segundo. Los obispos y
abades se convirtieron en grandes magnates seculares que
administraban la justicia en
sus propios tribunales y conducían sus propios soldados al
combate, y al mismo tiempo la Iglesia quedó implicada en
el desarrollo
feudal de la sociedad, de tal suerte que los oficios y beneficios
eclesiásticos eran negociados en la misma forma que los
feudos civiles y eran utilizados por los príncipes para
regalar a sus parientes y partidarios." (Dawson, 1997:235 y
236).

Fruto de esta concepción carolingia del poder, durante
muchos años la
administración papal estuvo férreamente
vigilada, en un claro ejemplo de control
concomitante, por un representante directo y permanente del
Emperador.

La historia de la Iglesia medieval está asociada a la
serie de intentos e iniciativas que tomó el papado con el
fin de emanciparse del poder imperial. Muerto el enérgico
Carlomagno, venido a menos el poder de sus sucesores, fragmentado
el Imperio Germánico, la Iglesia Católica emprende
vigorosas iniciativas autonómicas que se ven coronadas en
la llamada Lucha de las Investiduras.

El influyente Gregorio VII redacta, en 1075, las proposiciones
conocidas como Dictatus Papae que tenían como
objetivo
fundamental restituir la pérdida disciplina
canónica y establecer un marco de relaciones entre el
poder del papa y el de los príncipes. Gregorio VII
comprendió, paradójicamente, que "la crisis de
espiritualidad de la Iglesia estaba inextricablemente unida a su
crisis de poder. Ya en ese momento la Iglesia no podía
renunciar al poder: el mismo pueblo pontificio solicitaba a la
Iglesia y a su jefe que actuaran sobre la tierra como lo
hubiese hecho un buen emperador, si hubiese existido. Una vez
aceptada la vía del poder temporal, la degradación
se originaba en el torpe cruce de intereses entre las familias
influyentes, los señorones, los seudo reinantes y los
pastores de almas." (Vene, 1985: 37).    

En consecuencia, el Papa reformador Gregorio VII, desde el
punto de vista espiritual, proclamó el celibato de los
eclesiásticos y prohibió expresamente la llamada
simoníapecado
derivado del intento de Simón el Mago para comprarle
a  San Pedro el don de conferir el Espíritu
Santo – consistente en el comercio de
las rentas eclesiásticas, de las propiedades de la Iglesia
y de los estipendios que corresponden a los detentores de cargos
eclesiásticos.

Desde el punto de vista temporal, Gregorio VII imbuido de una
muy justificada concepción monárquica centralista,
dispuso que el papa, en su carácter de dirigente supremo
de la Iglesia católica, es decir, universal, podía
utilizar insignias imperiales, deponer emperadores, puesto que
éstos por recibir el poder como dignatarios de Dos son
dignatarios de la Iglesia, y exonerar también a los
súbditos católicos del juramento de lealtad a
gobernantes injustos.

Idas y venidas en cortes y catedrales, alzamientos imperiales,
excomuniones papales, esta situación de conflicto entre el
Papado y el Sacro Imperio romanogermánico duró,
formalmente, hasta la firma del Concordato de Worms, en el que
ambos poderes llegaron a un acuerdo basado en la
distinción entre investidura temporal, es decir, bienes
seculares cedidos en feudo, e investidura canónica, es
decir, dignidades canónicas.

Como efecto de esta separación de las investiduras, los
soberanos renunciaron a su investidura con anillo y
báculo, y en Germania, la elección canónica
tendría lugar en presencia del rey o de un delegado
suyo.

Fruto de este acuerdo que pondría formal término
a la Lucha de las Investiduras, los estudiosos del período
medieval  reconocen que la Iglesia católica
perdió poder temporal aunque acrecentó grandemente
su autoridad y ascendencia sobre la civilización cristiana
y occidental, que luego de singulares y profundas confrontaciones
y transformaciones ocurridas a lo largo de cuatro largos siglos –
como la Reforma de Lutero y el cambio
cultural que acompañó al Renacimiento
Italiano, – consolidó en el Concilio de Trento, el de la
Contrarreforma, que tanto influiría en la vida de Europa
hasta nuestros días.

En lo concerniente a la catolicidad en España, Blanco
Fombona apunta que: "es comprensible que en España se
exaltase el sentimiento religioso más que en parte alguna
de Europa. A ello contribuían causas externas o sociales y
causas internas o psicológicas. Entre las primeras, la
lucha persistente contra el infiel, detentador del territorio
nacional, al servir  la religión como instrumento
político y vínculo entre las diversas regiones de
España (…) Entre las causas internas o
psicológicas pueden indicarse como primordiales el
inminente dogmatismo del espíritu español y su
carencia de sentido critico." (Blanco Fombona, 1981: 31)

Como corolario de esa admisión, exaltación y
defensa de la fe católica por parte de los
españoles, y en especial, de los conquistadores hispanos
que vinieron a América, el mismo autor concluye:
"Así, pues, el catolicismo es factor principalísimo
en la creación y españolización de
América. Fue elemento civilizador (…) Muy grande
fue la acción militar de España en América,
pero quizá no fue superior a su obra religiosa." (Blanco
Fombona, 1981, 33)

El Islam: enemigo secular de
la naciente España

No es posible entender el fanatismo católico del
español de los tiempos de la conquista de América
sin tener presente su aversión a los moros dominadores, la
lucha ancestral para reconquistar del dominio de los
califas musulmanes el
territorio usurpado que luego, sumado a otros reinos,
vendría a ser la base de una España unificada bajo
un solo trono y una misma fe. Un romance anónimo de 1492,
Viv" El Gran Don Fernando, lo narra
magistralmente:

"Viv" el gran Re Don Fernando

Con la Reyna Don Isabella,

Viva Spagna et la Castella,

Pien de gloria triumphando.

 

La cita mahomectana,

Potentísima Granata,

Da la falsa fe pagana

E disolta e liberata.

 

Per virtut" e manu armata

Del Fernando e Isabella,

Viva Spagna et la Castella,

Pien de gloria triumphando." 

 

Recordemos que España se ve sometida a una larga
dominación árabe de más de siete siglos que
se inicia, en 711, con el desembarco del general beréber
Tarik ibn Ziyad en Gibraltar y culmina en 1491 – un año
antes del descubrimiento de
América – con la reconquista total de España,
mediante la capitulación del califa Boabdil y la toma de
Granada por parte de los Reyes Católicos. Precisan los
historiadores que "tras unas capitulaciones secretas, por las que
Boabdil conservaba sus bienes, se firmaron otras públicas,
que garantizaban a los granadinos la seguridad de sus
bienes y haciendas, así como el respeto a su
religión y leyes, con el
solo establecimiento de un gobernador cristiano. Las tropas
castellanas entraban al fin en Granada el 2 de enero de 1492
(…) El reino de Granada quedaba, pues, anexionado, a
Castilla, y se dio término al dominio musulmán en
la Península que se había prolongado durante cerca
de ocho siglos." (Historia
Universal de Planeta. Tomo V, 2001: 143 y 144)

A.      Orígenes y
principios
religiosos del Islam

Como bien lo expresa un estudioso del Islam: "El hecho del
Islam no es en manera alguna ajena a la civilización
occidental (…) El Islam no es sólo un hecho
generador y sustentador de una de las culturas más
sobresalientes, sino que se impone asimismo como hecho actual, y
seguramente de los más destacados y vigentes."
(Martínez Montávez, 1981, p.4)

Teniendo en cuenta las precedentes aseveraciones, vamos a
precisar algunos de los aspectos básicos de este movimiento
civilizatorio que, más allá de lo religioso, tuvo y
continúa teniendo profundas repercusiones en el mundo
occidental y cristiano.

De acuerdo con los historiadores del Islam, el término
proviene " de Salam o Aslama, que significa
`salvación". Los cristianos han derivado de él el
términoIslamismo, y los judíos
lo han convertido en Ismailismo, utilizándolo como
reproche, pues hace alusión al origen de los árabes
como descendientes de Ismael. De la palabra Islam los
árabes derivaron los términos Moslem o
Muslim." (Irving, 1986, p. 212)

Hacia inicios del Siglo VII, La Meca – antiguo centro de
peregrinación religiosa, en cuyo templo se encontraba la
Ka" ba, la piedra negra  – adquirió
además una preeminencia comercial en virtud de su
ubicación estratégica para el control tanto de las
caravanas que, en la llamada Ruta de la Seda, marchaban a lo
largo de la península arábiga hacia el norte y
hacia el sur, como de los suministros que, llegados por mar desde
Abisinia y la India, eran
transportados por tierra hacia los países
mediterráneos.

En este ambiente de
riqueza económica y de pujante individualismo que se
tradujo en un menosprecio por los tradicionales lazos de la familia y
del clan, tan propios de la cultura árabe, nace, en el
año 570 en el seno de la tribu coraichita, Mahoma, quien
era huérfano de padre y madre y "podía
considerársele, por tanto, como uno de los miembros
`débiles", o relativamente desvalidos y faltos de
protección de La Meca. En su juventud fue
pobre y sin influencias. Sin embargo, halló empleo con una
viuda rica llamada Khadija (…) A los veinticinco
años Mahoma se casó con dicha viuda,
abriéndose para él nuevas posibilidades de ocio y
reflexión. Durante los quince años siguientes
debió dedicar largos períodos  a la
meditación sobre el desdichado estado de la sociedad de La
Meca, hasta acumular una experiencia que, a los cuarenta
años, le llevó a sentirse llamado a la
condición de profeta." (Ling, 1972:16)

La reacción por parte de los ricos comerciantes y
boyantes caravaneros a las predicaciones de Mahoma en La Meca no
se hizo esperar, y el profeta, en el 622, año de la
hégira, inicio de la cronología musulmana,
tuvo que huir con sus seguidores a Medina, estableciendo
allí la umma, la nueva comunidad del Islam. En
Medina, Mahoma reconcilia en su persona una doble
condición: la de Profeta y la de Jefe de Estado.

A su triunfante retorno a La Meca, Mahoma liquida la
idolatría animista, asegurando los tradicionales
principios de la fe y de la práctica religiosa
islámica recogidos en el Corán, el libro sagrado, y
en la sunna:

Principios de fe:

1. Dios: Los ortodoxos musulmanes creen firmemente en
la unidad de Dios, creador de todas las cosas, que, en su
omnipotencia, lo gobierna todo.

2. Los ángeles: Son los servidores y
mensajeros de Dios, cuyo jefe es Gabriel.

3. Los profetas: Son muchos los reconocidos por el
Islam, especialmente estos siete profetas: Adán, Seth,
Enoch, Abraham, Moisés, David y Jesús.

4. Los libros
sagrados
: Son aquellos contentivos de las palabras de los
profetas, culminan con el Corán.

5. La doctrina y la predestinación: Establecida
por Dios, quien prescribe el bien y el mal.

6. La doctrina del último día: El
día del juicio final.

7. La doctrina de la resurrección corporal de todos
los hombres en el último día.

Principios de práctica religiosa:

1. La profesión de fe o shabada: Consiste
en la invocación de Dios: "no hay más Dios que
Alá Y Mahoma su profeta" en la forma resumida de que "no
hay más Dios que Alá Creador, Único,
Verdadero, y que Mahoma es su Profeta y Mensajero ante la
Humanidad." 

2. La oración: Formulada cinco veces al
día.

3. El ayuno: Supone abstenerse de comer, beber, fumar y
realizar actos sexuales, durante los treinta días del mes
del Ramadán, desde el alba hasta la
puesta del sol.

4. La limosna obligatoria que no excluye la voluntaria;
la limosna es una forma primaria de repartición de la
riqueza, puede darse a los propios musulmanes o a seguidores de
otros credos. 

5. La peregrinación a La Meca: Ha de hacerse dos
meses después del Ramadán, una vez de por vida a la
Ciudad Santa y la Mezquita.

B.      La evolución
del Islam

El islamismo es una religión misionera que pauta la
predicación y la persuasión, y desaprueba la
coacción como medio para la conversión de los
infieles, "motivo por el cual la historia de la expansión
del Islam tiene realmente mucho más de historia misional
que de historia de violencia o de
persecuciones" (Arnold, 1913: 23), aunque no las excluye,
añadiríamos nosotros. En este acápite vamos
a precisar, muy brevemente, la expansión e influencia del
Islam durante cerca de un milenio.

·     El Califato heroico de
Medina

 Mahoma, el profeta y gobernante, luego de su entrada
triunfante a la Meca regresó a Medina "donde
continuó infatigablemente la obra propagandística,
profundizó la definición de su doctrina y se
ocupó de la organización de la comunidad de los fieles
(…) Concentró su esfuerzo para eliminar el
particularismo tribal y aproximar mutuamente a los beduinos y los
sedentarios, en nombre de la unidad de  la nación,
y sobre todo de la religión." (Planeta, Historia
Universal. Tomo 3; 74)

La muerte de
Mahoma en el 632 d.C. supuso una grave crisis para el Islam y
para la gobernabilidad de la teocracia que
el Profeta había instaurado en Medina. De acuerdo con los
estudiosos de este período del Islam: "Se suele afirmar
que ello fue debido al hecho de que el profeta no tenía
ningún hijo vivo al momento de su muerte, y a que
dejó sin establecer quién habría de
sucederle en la comunidad, y, en consecuencia, al mando del
ejército. Pero surgió la crisis en el sentido de
que no existía nadie con las mismas dotes
carismáticas que él, lo cual resultaba incluso
más peligroso para el futuro del Islam." (Ling, 1972;
29)

En esta caótica situación, el asunto del mando
se resolvió a favor de Abu Bakar; en su carácter de
sucesor del Profeta fue reconocido como Califa, título con
el que había de ser distinguido, por más de seis
siglos, el líder de la comunidad islámica.
Posteriormente, el Califato fue ejercido por Umar y por Uthmar,
quienes ya menos preocupados por la unificación de Arabia,
alcanzada por Bakar, se propusieron entender la extensión
del territorio islámico -  Dar – al – Islam
mediante la incorporación de vastos y ricos territorios
correspondientes a Siria, Egipto y
Mesopotamia,
consagrando la expansión espiritual del Islam, mediante la
utilización de las armas, para hacer posible la guerra santa,
la jihad islámica, es decir,  el esfuerzo en
el camino de Dios.

A la muerte de
Uthmar, el Califato de Medina le fue encomendado a Omán,
familiar de Mahoma – primo y yerno según los cronistas –
un discreto y poco calificado miembro de la tribu omanita que, en
la práctica, entregó la conducción del
gobierno a su yerno Alí y a los miembros más
religiosos de la comunidad, quienes querían regresar a los
viejos tiempos del Profeta. Inevitable, la crisis entre el
carácter mundano y religioso del Califato de Omán,
y la de sus ortodoxos seguidores, estalló, Omán fue
asesinado y se procedió a nombrar a Alí como su
sucesor en Medina. Sin embargo, Mu"awiya, hermano de Omán,
a la sazón Gobernador de Damasco, se opuso a esta
designación, y luego de un lustro de cruentos
enfrentamientos, luego del asesinato de Alí, en Irak, se
consolidó como el Líder indiscutible del Estado
Islámico, que trasladó ahora su sede a Damasco, en
el territorio de los omeyas.

Además de esta escisión política y de
este cambo de asiento geográfico del califato, el
asesinato del Califa Ali introdujo, en el mundo islámico,
la ya tradicional separación entre sunitas y chiitas,
entre suníes y chiíes: los primeros, los sunitas,
consideraban que la sucesión de Mahoma debía
hacerse tomando en cuenta las capacidades personales del califa,
en abierta contradicción con los segundos, los chiitas,
quienes sostenían la necesidad de que el líder del
Estado islámico mantuviese lazos de sangre con el
Profeta.  

·     El Califato de los
Omeyas

Con el advenimiento de los omeyas a la conducción del
Estado Islámico se pone fin a la denominada Edad
Heroica de Medina
. Los historiadores señalan que
durante el período de los omeyas u oméyades: "el
área dominada por los árabes se amplió aun
más, si bien en proporción mucho menor que durante
los treinta años anteriores dando vida a un imperio de
dimensiones mundiales, con dirigentes administrativos y militares
árabes." (Planeta, Historia Universal, Tomo 3; 89)

Es durante el control del Califato por parte de los omeyas que
se realiza la invasión y posterior conquista de
España. José Luís Romero se refiere a esta
situación en los siguientes términos: "La conquista
de España por los musulmanes puso en contacto directo dos
civilizaciones (…) Hasta 750, España
constituyó un emirato bajo la dependencia del califa de
Damasco, y la antigua capital
Toledo, fue reemplazada por Córdoba, más
próxima al África del norte (…) Al promediar
el Siglo VII estalló en el mundo musulmán el
conflicto entre oméyades y los partidarios de Abul Abas,
que consiguió imponerse en 750; pero un príncipe
oméyade, Abderramán, el único que
había conseguido escapar de la matanza ordenada por el
sanguinario vencedor, huyó hacia España y
asumió el gobierno del emirato proclamándose
independiente y legítimo heredero del poder." (Romero,
2001; 40)

Sobre la influencia de los musulmanes en la futura
España, Carlos Fuentes
precisa: "La España Musulmana inventó el álgebra,
sí como el concepto del cero. Los numerales árabes
reemplazaron el sistema romano,
el papel fue introducido en Europa, así como el algodón, el arroz, la caña de
azúcar
y la palmera. Y si Córdoba asimiló la filosofía griega, el derecho romano
y el arte de Bizancio
y de Persia, exigió también respeto para las
teologías del judaísmo y de la cristiandad,
así como para sus portadores, quienes eran considerados,
junto con el Islam, "los pueblos del libro" (…) Durante
los años de la supremacía cordobesa, ganó
ímpetu la idea de que el pluralismo de las culturas no
está en conflicto con el concepto de un solo Dios. Pues en
esta nueva región de España del sur, llamada Al
Andalus
por los musulmanes – nuestra Andalucía -,
donde los tres grandes monoteísmos del mundo
mediterráneo, las religiones de Moisés, Jesucristo
y Mahoma, iniciaron su vieja, a menudo fructífera y
normalmente conflictiva, interrelación." (Fuentes,
1997:78)

·     El Califato
Abásida:

Como consecuencia de las diferencias religiosas y políticas
el Califato omeya sito en Damasco fue perdiendo ascendencia y
credibilidad sobre sus súbditos opositores, quienes, hacia
750, se unieron alrededor de la figura de Abbas, y trasladaron la
capital del Estado islámico a Bagdad para gobernar el
mundo musulmán desde 750 hasta 1258.

El Califato de Bagdad, en la época de su mayor apogeo,
a comienzos del Siglo XIX, constituyó la cúspide de
una comunidad cosmopolita que se extendió desde el
Océano Atlántico al Índico,
heterogénea en su composición y permanentemente
 amenazada por fuerzas centrífugas, unificadas, sin
embargo, en una creencia común.

·     El Imperio
Otomano:

De nuevo las diferencias tribales, y las severas
críticas al relajamiento de las prácticas
religiosas y el hedonismo imperante en el califato
Abásida, producen otra fractura en el mundo
islámico que lleva a la constitución del Imperio Otomano.
Martínez Montávez apunta que este imperio "fue la
gran aportación de los turcos – esos nómadas
seculares, desde su lejano y legendario país de
Turán – al Islam. Tras enfrentarse a Tamerlán y con
la posterior conquista de Constantinopla (1453) comienza desde el
grupo anatolio
su gran expansión. Por primera vez, el Islam se
sentará en la Europa balcánica, y amenazará
seriamente a otras zonas eslavas y centrales, compitiendo
seriamente con otras potencias – entre ellas España – por
el dominio del Mediterráneo." (Martínez
Montávez, 1981: 32)

España libra dos intensas guerras contra
el mundo musulmán: primero contra los moros para
reconquistar su territorio y construir su identidad
nacional, y luego, otra de menos aliento y más
trascendencia para la Cristiandad que culmina con el control del
Mediterráneo, arrancado a los turcos de Ali Baja en la
célebre batalla naval de Lepanto. En palabras de Blanco
Fombona. "La fe española en el siglo XV realiza milagros
de paciente esfuerzo y corona con la toma de Granada, la
reconquista se embriaga de triunfo y en el siglo XVI es una
amenaza para Europa. Es agresiva, brillante contra la Protesta
Germánica, contra el turco; conquista la América y
produce espíritus abrazados en amor de Dios,
por el estilo de San Ignacio y San Fernando."(Blanco Fombona,
1981, 37)

2.       El poder de
las Órdenes Religiosas

La orden religiosa supone que una comunidad humana, de varones
o hembras o mixta, se organice alrededor del hecho religioso,
aislada, en sus orígenes, del mundo civil, y en la
mayoría de los casos ubicada en lugares remotos y
desérticos. El término monaquismo o monacal
proviene del griego monachós, es decir,
solitario.

El mundo cristiano registra, a partir del Siglo VI, el
nacimiento de las órdenes religiosas, es decir, de
grupos humanos
organizados bajo la influencia de una personalidad
relevante. Estas comunidades se ordenaban de acuerdo con una
Regla, un código
de conducta que
contenía los principios fundamentales de actuación
de sus miembros u ordenados.

Los historiógrafos
coinciden en aceptar que: "La vida monástica siendo
puramente oriental en sus orígenes, se adaptó
perfectamente a las necesidades de la sociedad occidental y al
espíritu de la tradición latina, y fue precisamente
el biógrafo de san Benito, el gran papa San Gregorio, el
primero que enlistó a los monjes al servicio de la
iglesia universal encomendándoles la misión a
los anglosajones, lo cual marcó una
nueva era en la historia de la Iglesia Occidental." (Dawson,
1997: 216)

Es así que la Iglesia medieval ve reproducirse y crecer
abadías, conventos, retiros, claustros, monasterios "que
fueron centros de cultura y civilización e iluminaron con
su presencia los oscuros siglos de la Edad Media. En los
monasterios se estudia y se conserva la historia y la literatura antiguas, se
redactan crónicas y se procede a la copia de textos. Junto
a estas actividades intelectuales
los monjes se dedicaban a la agricultura,
la ganadería,
la viticultura (…) Muchos decenios después, en el
siglo XIII (…) los monasterios tradicionales perdieron
importancia, mientras se afirmaban las órdenes
mendicantes, así llamadas por cuanto pertenecían a
ellas los que hacían voto de pobreza y
vivían de limosnas. Francisco de Asís y Domingo de
Guzmán fueron los principales artífices de esta
transformación: franciscanos y dominicos dejaron sus
pobres conventos y se mezclaron con la gente común, con
los pobres, los sufrientes, los que vivían miserablemente
en la ciudad o el campo, y predicaron la fraternidad, la humildad
y el amor."
(Vene, 1985, 26)

Órdenes religiosas más destacadas

Orden

Nombre oficial

Acrónimo

Sobrenombre

Orden de San Agustín

Ordo Sancti Augustini

O.S.A.

Agustinos

Orden de San Benito

Ordo Sancti Benedicti

O.S.B.

Benedictinos

Orden del Císter

Ordo Cisterciensis

O.Cist.

Cistercienses

Orden de la Trapa

Ordo Cisterciensium Strictioris Observantiae

O.C.S.O.

Trapenses

Orden de San Bruno

Ordo Cartusiensis

O.Cart.

Cartujos

Orden Católica Romana de Canónigos
Regulares de Premontre

Ordo Praemonstratensis

O.Praem.

Mostenses, Premonstratenses, Canónigos blancos o
Norbertinos

Orden de Predicadores

Ordo Praedicatorum

O.P.

Dominicos

Orden de Frailes Menores

Ordo Fratrum Minorum

O.F.M.

Franciscanos

Tercera Orden Regular de San Francisco

Ordo Sancti Francisci

O.S.F.

Franciscanos

Segunda orden de San Francisco

Ordo Sanctae Clarae

O.S.Cl.

Clarisas

Orden de San Jerónimo

Ordo Sancti Hieronymi

O.S.H.

Jerónimos

Sagrada Orden de los Mínimos

Ordo Minimorum

O.M.

Mínimos

Orden de los Hermanos Menores Capuchinos

Ordo Fratrum Minorum Capuccinorum

O.F.M.Cap.

Capuchinos

Orden del Carmelo

Ordo fratrum Beatissimæ Virginis Mariæ de
Monte Carmelo

O.Carm.

Carmelitas

Compañía de Jesús

Societatis Jesu

S.J.

Jesuitas

Compañía de María

Societas Mariae

S.M.

Marianistas

Congregación de la Misión

Congregatio Missionis

C.M.

Paúles

Hijos del Inmaculado Corazón de María

Cordis Mariae Filius

C.M.F.

Claretianos

Orden de las Escuelas Pías

Ordo Scholarum Piarum

S.Ch.P.

Escolapios

Orden de la Merced

Orde de Mercede

O.deM.

Mercedarios

Orden Hospitalaria de San Juan de Dios

Ordo Hospitalarius Sancti Joannis de Deo

O.H.

Hermanos de San Juan de Dios

Clérigos Regulares

Ordo Clericorum Regularium

C.R.

Teatinos

Fuente: Wikipedia. La Enciclopedia Libre

En lo concerniente a la España medieval, a lo que el
conquistador español incluyó en su imaginario en
forma de Orden inequívoca, de Regla fundamental, Blanco
Fombona recuerda  a las congregaciones religiosas no
estrictamente militares sino con vocación de soldados de
Cristo, a las que tendríamos que sumar las órdenes
militares propiamente dichas que en opinión de Carlos
Fuentes: "surgieron para conciliar los propósitos sagrados
con una clerecía militante. Las tres grandes
órdenes militares creadas durante la Cruzada contra los
moros fueron las de Calatrava, Santiago y  Alcántara.
Lograron formar un ejército terrestre, que los reyes
financiaron, estableciendo de esta manera la base para el
ejército regular de una España unificada bajo los
monarcas católicos." (Fuentes, 1997: 86)

·     "Santo Domingo de
Guzmán
, castellano viejo
(1170 – 1221), es uno de estos santos inquietos, viajeros,
batalladores, predicadores, fundadores de Órdenes
católico – militares y enérgico destructor de
herejías. En 1204 acompaña al obispo de Osma en una
misión a Francia. Al
viajar por el Mediodía francés observa los
progresos de la herejía albigense y resuelve quedarse
allí para combatirla. Durante un año o poco
más predica, exhorta, convence, opera milagros. En 1206
resuelve crear una sociedad de mujeres y luego otra de hombres
para practicar la enseñanza de menores (…)

·     San Francisco de
Javier
, es otro de los santos españoles, hombres de fe
y de acción (…) Nace este santo navarro cerca de
Pamplona en 1506. Siente el ansia de proselitismo y sale a
conquistar el mundo, en la medida hercúlea de sus fuerzas,
para el catolicismo (…)

·     San Ignacio de
Loyola  – el anti – Lutero –
(…) Soldado del Rey,
se convierte en Soldado de Cristo, y funda la formidable milicia
de Jesús, la famosa Compañía de
rígida regla." (Blanco Fombona, 1981: 12 y 13)

Todos ellos sin olvidar a San Jerónimo y sus
acólitos que tanta influencia tuvieron en la España
de los Austria, de los Habsburgos del Siglo XVI, y muy
especialmente sobre Felipe II y su padre Carlos I, tal como la
intentamos ilustrar en nuestro poema Engranajes dedicado a
Carlos V, el último Rey de reyes:

"En Yuste

entre jerónimos

sin lanzas cortas

alabardas o ballestas

los relojes deshechos

por la
historia             

                     
recompones

 

Paradoja de palacios

                          
en olvido

el hombre de las premuras

                
el sin pausas

en un monasterio intemporal

                           
lentamente

                     
de nuevo construye

solo     experto   
resignado

        paso a paso

el inclemente futuro

                            
de los hombres" 

De ellos y de tantos otros místicos católicos
españoles, Blanco Fombona afirma que "no es fácil
que ningún santo español se confunda con los santos
de otra raza: el santo español no será, por lo
común, manso, humilde, bueno (…) será un
santo heroico, enérgico, batallador, dinámico,
gente de acción." (Blanco Fombona, 1985: 12)

Sin embargo, la militante pasión católica
española no parece haber estado tan combatiente y evidente
en los primeros tiempos evangelizadores americanos, según
los análisis de los entendidos: "Son muy pocos
los datos que 
se poseen acerca de la labor evangelizadora de los monjes en
América. Ya aludimos anteriormente a la petición
que Cristóbal Colón le hizo en 1502 al Papa a fin
de que le acompañaran, en su cuarto viaje al Nuevo Mundo,
seis benedictinos, cartujos, jerónimos, franciscanos o
religiosos de otras órdenes mendicantes, pero el viaje lo
tuvo que emprender en abril de ese mismo año sin
más eclesiásticos que los clérigos Juan
Domínguez, Juan de Caicedo y Juan de Castuela.
También se poseen ocho reales cédulas el las que
Carlos V pidió en 1532 al Capítulo General de los
jerónimos, a su prior general y al prior del monasterio
vallisoletano de Santa María del Prado que enviarse diez
monjes de su orden para evangelizar América. Incluso, el
general de los benedictinos vallisoletanos, Isidro Arias, le
decía al rey Carlos III en 1767 que sus monjes `fueron los
primeros que pasaron a sellar en ellas (en las Américas)
con su sangre, la doctrina de la fe católica.´ A
pesar de ello, sólo hay constancia de que se dirigieran
con ese fin al Nuevo Mundo el ermitaño San
Jerónimo, Ramón
Pané, en 1493, cuatro jerónimos en 1535, otros seis
jerónimos en 1539 y dos cartujos en 1558." (Borges, 1992; 259
y 260)

En lo relativo a Venezuela,
Guillermo
Morón apunta que: "antes de noviembre de 1514 ya se
encontraban en las costas de Cumaná los misioneros
franciscanos y hacia 1515 y posiblemente desde 1514
también los misioneros dominicos, en una especie de labor
mancomunada para evangelizar a los indígenas de la zona
(…) Sólo a partir de 1575 puede hablarse de
misiones orgánicas, capacitadas para la acción y
con resultados prácticos. Es el comienzo de la gran era
pobladora y civilizadora de los franciscanos en Venezuela
(…) Así como los franciscanos comienzan la labor a
fines del Siglo XVII los capuchinos poblarán el Oriente
del país en una obra de gran penetración."
(Morón, 2007:72 y 73). 

3.                 
 El fanatismo de Las Cruzadas

De acuerdo con los historiadores de este período de la
Cristiandad, Las Cruzadas obedecieron a dos motivaciones
diferentes: la primera, de carácter netamente espiritual,
dio respuesta a la intima necesidad de trascendencia de un
conglomerado humano que se lanzó ciegamente a conquistar
la Tierra
Santa, la segunda, de orden económico, se basó en
la urgencia de la Iglesia Católica de incrementar y
consolidar su menguado patrimonio. Combinadas ambas motivaciones,
Jerusalén, la ciudad santa de las tres religiones
monoteístas, se convirtió en estos tiempos
medievales en el preciado trofeo tanto de los humildes como de
los poderosos católicos occidentales.

   En este sentido, resulta conveniente citar in
extenso
las reflexiones de uno de los estudiosos del tema
cruzado: "La carestía, el hambre, las epidemias, la
penuria que

   aflige a las clases populares, sumado todo ello a
la falta de cultura, hacen de la masa global de la población europea un terreno fértil
donde la exaltación religiosa sembrará la simiente
de esperanza que conduce al hombre medieval al fanatismo o a la
locura: los predicadores y la concepción trascendental y
última de la existencia, azuzada por la imagen de un
más allá siempre inmediato, y terrorífico
para una humanidad desasistida y la mayoría de las veces
depauperada, es el mecanismo que libera el resorte
psicológico por el que las masas adoptan soluciones
drásticas y en ocasiones suicidas (cruzada popular de
Pedro el Ermitaño, cruzada de los Niños)
ante sus conflictos de
identidad
colectivos, generados la mayoría de las veces por el ansia
que provoca una vida de pobreza, opresión y enfermedad, en
continuo impulso hacia la muerte, y una perspectiva
escatológica basada en una visión del más
allá nada alentadora, asentada en la idea de culpa y
expiación, una óptica
dualista y radical que deja al hombre medieval pocas
posibilidades de salvación última y lo aboca casi
irremisiblemente a las penas del infierno. En este contexto,
la santa cruzada, emprendida en nombre de Dios, para
salvación de naciones y de almas es una solución, a
corto plazo."  (Díaz Celaya, 1996:12)

En este contexto espiritual y económico, el Papa Urbano
II, en 1095, predica la Primera Cruzada con  el objetivo de
conquistar territorios, someter al infiel y terminar con las
luchas intestinas entre los caballeros católicos, quienes
ahora marchan aguerridos y unánimes bajo el lema papal
Dios lo quiere.

Años después de la prédica pontificia de
Urbano II, en 1099, el poderoso ejército compuesto de
nobles francos y de otros nobles europeos, toma, el 15 de julio,
la Ciudad Santa, para crear el Reino Latino de Jerusalén,
que quedó bajo la autoridad de los francos Bouillon y los
Lusigan. En 1187, durante la Tercera Cruzada, Jerusalén es
reconquistada por los musulmanes bajo el mando de Saladino, para
frustración y desilusión de una aturdida
Cristiandad.

Ocho largas, costosas y multitudinarias Cruzadas animaron el
fervor católico desde 1095 hasta 1268; en ellas
participaron los más considerables y encumbrados
representantes laicos y religiosos de la Cristiandad Occidental:
la primera, en 1095, patrocinada por Urbano II y comandada
por Guillermo Bouillon, toma Jerusalén y se crea el Reino
Latino de Jerusalén; la segunda, en 1114,
encabezada por Eugenio III, Luis VII de Francia y Corononado III
de Alemania;
la tercera, en 1187, conducida por Federico Barbarroja,
Felipe Augusto y Ricardo Corazón de León, los
musulmanes reconquistan Jerusalén; la cuarta, en
1202, promovida por Inocencio III, se dirige a Constantinopla y
crea el Imperio Latino de Constantinopla; la
quinta, en 1215, comandada por Andrés de
Hungría y Juan de Brienne; la sexta, en 1223,
encabezada por Honorio III, Federico II Hobenstaufen, se produce
la cesión de Jerusalén; la séptima,
en 1248, liderada por Luis IX de Francia, el Santo y la
octava, en 1248, también bajo la dirección
de San Luis, quien fallece en Túnez. Sin embargo, los
estudiosos del tema consideran esta sistematización un
tanto arbitraria ya que excluye muchas otras expediciones
importantes, entre ellas las de los siglos XIV y XV. En realidad,
al decir de algunos historiadores, las Cruzadas continuaron hasta
fines del siglo XVII, e incluyen otros eventos
bélicos relevantes para la Cristiandad, y hablan
así de  la Cruzada de Lepanto que ocurrió en
1571, la de Hungría en 1664, y la Cruzada del duque de
Borgoña a Candía, en 1669.

Culminada la última de Las Cruzadas, la octava en los
términos convencionales, "puede decirse que se abre una
nueva era después de ellas, pues las aspiraciones y los
ideales de vida de la cristiandad occidental experimentaron una
profunda transformación. El lujo, el amor a la vida y el
goce terreno se relacionó con el desarrollo de las
industrias y
comercios que se notó en las ciudades del
Mediterráneo." (Romero, 2001: 78) 

Mientras estas permanentes escaramuzas religiosas y
económicas ocurrían en los distantes y emotivos
predios de Tierra Santa: "en la Península Ibérica,
los monarcas portugueses, castellanos y catalano – aragoneses
quedaban exonerados de la participación en las
expediciones a Tierra  Santa por considerar los Papas que la
liberación que habían emprendido en la
península de la hegemonía musulmana
respondía a los mismos ideales de consolidación y
defensa de la cristiandad. " (Díaz Celaya, 1996, 15)

Con el descubrimiento de América el conquistador
español traslada la cruzada de la península a los
nuevos territorios y gentes descubiertos. En efecto, "la
conquista de América por España tiene algo de
cruzada; fue la última cruzada (…) Como todos los
guerreros de España eran entonces hombres religiosos, cada
conquistador era, en consecuencia, un campeón de la fe."
(Blanco Bombona, 1981: 111) 

4.       La desafiante
herejía

Según la Iglesia Católica la herejía es
la oposición voluntaria a Dios depositada en Pedro, los
Apóstoles y sus sucesores, su práctica reiterada
conduce a la excomunión inmediata, es decir, a la
separación de los sacramentos de la Iglesia. De acuerdo
con  Isaac J. Pardo: "El cristianismo logró
sobrevivir a repetidas y sangrientas persecuciones, pero lo
más sorprendente es que lograse sobrevivir a las
herejías."

En efecto, a lo largo de la historia de la Cristiandad
surgieron importantes movimientos heréticos que
cuestionaban elementos básicos de la doctrina cristiana y
negaban otros o proponían visiones que buscaban integrar
al Cristianismo inicial con otras religiones. La  historia
de las herejías es un largo y enrevesado laberinto que
excede nuestro análisis, sin embargo, antes de analizar
con más detalle aquellas más cercanas a nuestro
conquistador español del Siglo XVI, los albigenses y la
Reforma de Lutero, veamos algunos de los movimientos
heréticos de mayor significación a lo largo de la
historia del Cristianismo.

·   Gnosticismo: Su nombre viene del
griego gnosis (conocimiento),
propio de los siglos iniciales de la Cristiandad preconizaba la
existencia de un tipo de conocimiento especial que se le revela
al hombre para su salvación de una manera personal y
mística. Los gnósticos predicaban un dualismo
según el cual identificaban el mal con la materia, la
carne o las pasiones, y el bien con una sustancia
pneumática o espíritu.

·   Docetismo: Negaba la humanidad
verdadera del Verbo encarnado, sostenía que la
encarnación del Verbo era una mera apariencia, un simple
parecer humano de Cristo. Su nombre proviene también del
término griego dokein, parecer.

·   Mandeismo: De proveniencia aramea,
manda (conocimiento) , sostenía que el alma humana se
halla cautiva del cuerpo y del universo
material, y que su salvación sólo puede obtenerse
mediante el
conocimiento revelado, una vida ética
estricta y la observancia de determinados ritos.

·   Maniqueísmo: Fundada en
Persia por un sacerdote llamado Mani. A semejanza de los
gnósticos y mandeos eran dualistas, sustentaban que
había una lucha eterna entre dos principios opuestos e
irreductibles: el bien y el mal, que estaban indisolublemente
asociados a la luz (Ormuz) y a
las tinieblas (Ahrimán). Para liberar el espíritu
del hombre era necesario practicar un proceso severo de ascetismo
a fin de liberar la luz atrapada en su cuerpo.

·   Monarquianismo: Predicó que
en Dios no hay tres personas sino una sola. Se dividieron en dos
grupos: los modalistas y los adopcionistas según la manera
como explicaban el poder divino de Cristo y su relación
con Dios.

·   Ebionismo: Herejía de los
primeros tiempos eclesiales, también llamados "nazarenos"
sostenían las necesidades de practicar la pobreza
evangélica. Afirmaban que Cristo no era Dios sino un
simple mortal.

·   Arrianismo: Ya nos hemos referido
a la misma, sustentada por Arrio sostenía que Jesucristo
no era Dios, sino que había sido enviado por Dios como un
punto de apoyo para la ejecución de su plan en la
Tierra, negaba la eternidad del Verbo y, en consecuencia, la
divinidad de Cristo.

·   Nestorianismo: Predicaba la
existencia de dos personas separadas en Cristo encarnado: una
divina, el Hijo de Dios; y otra humana, el hijo de María,
ambas unidas con una voluntad común. Nestorio, su
fundador, sostenía que, en consecuencia, María no
podía ser Theototokos, la madre de Dios, sino
Cristhothokos,  la  madre de Cristo.

·   Monofismo: Sostenía, a
diferencia de la anterior, que había una sola naturaleza en
la persona de Cristo: la divina.

Sin embargo, los estudiosos de la herejía coinciden en
señalar la singular importancia que en la historia del
cristianismo tuvieron los albigenses y Lutero y su Reforma.

·                    
Los albigenses:

Son muchos los libros y diversas reflexiones que los
historiadores de la  herejía (Pardo, Vene, Ortiz,
Eusebio, Belperrone, Niel y tantos otros) le han dedicado a 
los albigenses o cátaros, este movimiento
herético que durante los siglos XII y XIII se
extendió vivazmente por el sur y el centro de Francia,
desde Albi, ciudad de la cual tomó su nombre.

Como los maniqueos, los albigenses establecían un
dualismo entre el mal y el bien, entre el espíritu y la
materia, originándose uno en otro respectivamente. No
creían en Cristo como Dios encarnado, como Hijo del Padre,
sino lo concebían como un ángel, reducían a
mera alegoría su muerte y resurrección. Denunciaban
vivamente la corrupción que ocurría en el seno de
la Iglesia Católica. Los más fanáticos
practicaban una ascesis extremadamente rigurosa, planteando
incluso la muerte por inanición y el llamado suicidio de
liberación.

De acuerdo con la Enciclopedia Católica, los albigenses
o cátaros se dividían en dos clases: Los
"perfectos" (perfecti) y los meros "creyentes"
(credentes). Los "perfectos" eran los que se habían
sometido al rito de iniciación (consolamentum),
pocos en número, eran los únicos obligados a la
observancia de la rígida ley moral descrita. El
único lazo que ligaba a los "creyentes" al albigenismo era
la promesa de recibir el consolamentum antes de la muerte,
eran numerosos, podían casarse, hacer la guerra y
generalmente cumplían los diez mandamientos. La
jerarquía consistía en obispos y diáconos.
La existencia de una Papa albigense no es universalmente
admitida. Los obispos eran elegidos de entre los "perfectos". El
consolamentum, o ceremonia de iniciación, era una
especie de bautismo espiritual, análogo en rito y
equivalente en significado a varios de los sacramentos
católicos (Bautismo, Penitencia, Orden).

En vista del poder creciente del movimiento albigense, de su
capacidad para reclutar y sumar adeptos, el Papado
reaccionó fuertemente frente a esta versión
descarnada y amenazadora del catolicismo. El Papa Inocencio III
conjugó acciones
espirituales, políticas y militares para destruir el
creciente poder de Albi. A estos fines dirigió contra los
albigenses una cruzada comandada por Simón de Montfort,
que se vio coronada, luego de las matanzas de los condados de
Provenza y de Tolosa con la muerte en la hoguera de doscientos
albigenses en el sitio de Montségur. Como bien lo confirma
Vene: "desapareció así la herejía, porque
desaparecieron los albigenses mismos, que fueron eliminados
aunque estuviesen inermes o se tratara de mujeres y
niños."

·                    
La Reforma de Martín Lutero:

Tan importante es la figura de Martín Lutero para la
Iglesia Medieval y para lo que luego conoceremos como Alemania
que este largo párrafo
de Hanns Lilje ilustrará su descomunal importancia: "la
originalidad e irrepetibilidad del fenómeno
histórico representado por Martín Lutero es
fácilmente inteligible para cualquiera que hable, lea o
escriba alemán, ya que, prescindiendo de su particular
adscripción religiosa, está recogiendo, de alguna
manera, su herencia
espiritual. Parece una exageración considerar a Lutero
padre de la moderna lengua
literaria alemana, pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que
el alemán (…) es impensable al margen de Lutero.
Resulta hipotético pensar que Alemania hubiera podido
conseguir una lengua literaria de común – el alemán
luterano de la traducción de la Biblia – de no haber
surgido Lutero; es decir, un lenguaje que
pudiera ser comprendido en la alta, baja y media Alemania."
(Lilje, 1986:13 y 14)

Martín Lutero lideró  un  movimiento
reformador de la Iglesia Católica que buscaba fortalecer
el valor de las
Sagradas Escrituras, corregir los defectos del movimiento
religioso vigente (su apego al dinero y a lo
material, la simonía, entre otras prácticas)
así como iniciar un camino de mayor pureza y plenitud
religiosas en el seno del catolicismo.

Durante treinta años, Lutero y sus aliados, pudieron
mantener vivo el movimiento reformador a lo largo de la guerra de
los Treinta  Años, y obtener un gran arraigo y una
ascendencia sin igual en Alemania, Países Bajos y
Francia.

Luego de un atribulado y frustrante viaje a Roma, donde se
percató de los abusos y defectos de la Curia Romana, de la
desvalorización de la mayor parte de los sacramentos y la
proliferación de santos milagreros y vírgenes
intocadas, Lutero regresa a Wittemberg para doctorase en 
Sagrada Escritura. Uno
de los pasajes de San Pablo impacta su espíritu
atormentado. "Seréis salvados por la gracia y por la fe",
es decir, que la justificación ante Dios se comprobaba por
medio de una imputación de los méritos de Cristo,
las buenas obras de los hombres no sirven para nada, sólo
nos justifica la fe en Cristo, es decir, que "Lutero por un lado
concebía la fe como un don de la gracia divina
extrínseco a las personas, pero eficaz, y por otro, la
sentía como una experiencia personal inmediata." (Lilje,
1986:82) 

El 31 de Octubre de 1517, fruto de sus recurrentes protestas
mandó a fijar en las puertas de la catedral de Wittemberg
95 tesis en latín que marcaron el inicio de la Reforma
Protestante, es decir, de los que protestan.

 De esta forma, lo que se inicio como un reclamo personal
contra los abusos y excesos de la Curia Romana fue tomando cuerpo
para que, luego de innumerables condenas y bulas papales en su
contra a las que Lutero de negó a responder, el
clérigo publicó sus escritos radicales que
sirvieron de base doctrinal para la nueva Iglesia Reformada,
consumándose uno de los mayores cismas y una de las
más importantes crisis que la Iglesia Católica haya
tenido que enfrentar en su larga vida institucional.

Precisan los historiadores de la Iglesia Católica que"
la Reforma Protestante se agregó al nacionalismo
inglés
y este acoplamiento marcó la última victoria del
Estado sobre la Iglesia, en la lucha de las investiduras: se
trataba de un triunfo parcial y geográficamente
delimitado. Con el advenimiento del protestantismo y la
secesión de la Iglesia inglesa, donde el rey es papa, se
produjo la abolición de toda una serie de cultos
administrados por la Iglesia de Roma (como el de la Virgen, de
los santos, etc.). No fue sino en el siglo XX que también
la Iglesia católica efectuó una suerte de
depuración de santos, dando así en parte la
razón al protestantismo y al anglicismo, religiones mucho
más severas que el catolicismo romano para reconocer la
divinidad o santidad que no estaba prevista en la Biblia." (Vene,
1985: 64)

El largo y accidentado Concilio de Trento, concluido en 1563,
veinte años después de su inicio, fue la respuesta
a la Reforma de Lutero que es vivamente repudiada y condenada, al
igual que la conducta de los Papas degenerados o electos por
procesos no
ortodoxos. Trento significó, en su defensa de la
Cristiandad, el nacimiento de una Iglesia Católica
más deslastrada de fardos conceptuales y conductas poco
probas, cuyas enseñanzas duraron casi intactas hasta el
Concilio Vaticano II que se propuso aggiornar a la Iglesia
Católica para intentar adaptarla a los heterogéneos
requerimientos de un exigente Siglo XX.

5.       El temor a la
Inquisición

La Inquisición, de acuerdo con el Diccionario de
Historia
(1986:8), fue un tribunal de fuero privilegiado y
con jurisdicción delegada de la Santa Sede y
también del poder civil, para investigar, perseguir y
definir los delitos
(herejía, brujería, apostasía, bigamia y
solicitación) contra la fe cristiana, entregando a los
contumaces a la autoridad secular para que fuesen castigados de
acuerdo con las leyes del Estado.

No hay una fecha exacta de la creación de la
Inquisición; se han encontrado sus antecedentes en los
primeros poderes otorgados a los obispos, durante la guerra
albigense, para que éstos ejercieran algunas medidas de
coerción sobre los herejes cataros. Los hermanos Testas en
su conocido libro L" Inquisition sostienen que en vista
del creciente poder de los cataros en el Sur de Francia: "un
acuerdo fue firmado en París el 12 de abril de 1229 entre
el  Conde de Toulouse (Raymond VII), Blanca de Castilla y el
Cardenal Romain de Sant Ange, mediante el cual Raymond VII se
compromete a ser fiel a su Rey, a la Iglesia y a eliminar a los
cataros de su país (…) Como resultado de un
Concilio de notables convocado por el Conde se estableció
una legislación muy completa para perseguir y castigar
a  los herejes. Este reglamento, promulgado en noviembre de
1229, es considerado la base esencial de los procedimientos
seguidos por los Tribunales de la Inquisición." (Testas,
1974: 12 y 13).

Partes: 1, 2, 3, 4
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