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Historia de un aniversario (página 2)




Enviado por Virginia Ruiz Ríos



Partes: 1, 2

De ahí en adelante empecé a tener hambre de
conocerle más, de saber toda su historia, y comencé a
devorar el Evangelio, lo leía con afán, queriendo
entender que lo que me había dicho estaba allí
escrito. Recuerdo también unos fascículos que se
empezaron a publicar sobre la vida de Jesús, y el dinero que
me daban en casa iba destinado a comprar aquel fascículo
semana tras semana.

Después de aquella charla, era yo quien le buscaba,
pero ya no solo de noche, sino a cualquier hora, en mis ratos
libres. En el colegio me era muy fácil en la hora del
recreo escaparme a la capilla y pasar horas hablando con
él.

Años después, él me reveló que no
es necesario un sitio específico para buscarle, pues
estaba conmigo en todo momento, aunque en aquel tiempo yo
asistía a un colegio de monjas y se nos inculcaba que para
estar con él era la capilla el lugar apropiado, y la
verdad es que siempre que le buscaba, fuese donde fuese,
allí estaba. Pasaba muchos ratos en su
compañía y escribía todo lo que
hablábamos y aunque no conservo ya esos escritos, estoy
dejando en este libro
constancia de cómo le conocí, de cómo
él me encontró y la mella y señal que me
dejó en el corazón
para siempre desear buscarle.

Esta pequeña colección de versos que he ido
escribiendo con el paso del tiempo, hablan mejor que yo de lo que
él significa para mi.

CADA VEZ QUE EN TI PIENSO

Cada vez que en ti pienso

Para mi eres diferente,

Y encuentro algo distinto

Que me lleva a ti más fuerte

No sé si serán los clavos,

 martirio que por mí sientes

en esos pies y esa manos

que sangran amor, vida y
muerte.

Tal vez sea pensar en tu Rostro,

En tu frente llena de espinas,

O en la cruz en que morías

Para vivir nuevamente…

Puede que no sean los clavos,

Ni tu Rostro ni tu frente,

Puede que sea solamente

Que me amas y te amo.

ANHELO DE éL

Si hubiese sido una sombra

Y hundido en sus huellas mis pies,

O el aire que a su
paso levanta,

O el polvo que surge después,

O las piedras del camino,

O arroyo que apagó su sed,

Para así seguirle siempre

Y en silencio serle fiel.

Aunque fuere hasta el Calvario,

Aunque en sus hombros el peso

Que tres veces le haga caer,

¡si hubiese sido el madero

que sostuvo entre sus brazos

los brazos de mi Maestro!

MI AMISTAD CON
JESÚS

Mi amistad con el Señor

No es una amistad cualquiera,

Es profunda como el mar,

Abundante en su riqueza.

Si le llamo, viene ya,

Sin buscarlo ¡está tan cerca!

Llamando a mi corazón

Y me urge abrir la puerta,

Porque entrará él a cenar,

La mesa ya está dispuesta.

Nada cabe entre los dos

Que nos pueda separar,

Ni hombre, ni
arma, ni duelo

Pues me atrae con su imán

Y arde en mi todo su fuego.

Ya olvidé mi soledad

He quemado muchas naves,

Y de mi ser interior

Solo él guarda la llave.

Lo gobierna como Rey

Y aunque mi Amigo ya sabe

Que débil y pecador,

Y a menudo sin coraje,

Debo entregarle el timón

En medio del oleaje.

Sí, él es mi Amigo Jesús

No hay nadie que se compare,

Quien dio su vida en la cruz

Y en su sangre
está la clave,

Que nos devuelve a la luz,

Y nos acerca hasta el Padre.

LUNA LLENA

Luna llena, la alegría

Que anuncia un amanecer,

Cielos nuevos, tierra
nueva

En el despertar de mi fe

Ahora moldeas mi barro

Y a cada golpe que das

Siento el poder de tus
manos

Labrando en mi tu verdad.

Tu Palabra es el martillo

Que machaca mi altivez,

Tus ojos ponen el brillo,

Tu Espíritu empuña el cincel.

Esta obra inacabada

Hasta llegar al final

Donde pondrás tu mirada

Y al aniquilar el mal

Podré reunirme contigo

Y será tu pecho el abrigo

Donde siempre he de habitar.

PRIMAVERA DE MIL LLUVIAS

Primavera de mil lluvias

Empapa mi corazón,

Donde antes solo amargura

Soledad y falta de amor.

Como un vaso que se llena

De dulzura y de bendición

Con su sangre me ha lavado,

              
Y sus llagas me han curado

Y me han devuelto el ardor.

Mi espíritu peregrino

Va en busca de mi Señor

Pues al probar de su vino,

Ya no quiero otro destino

Que encontrarme con mi Dios.

ABRE TUS PUERTAS

Abre tus puertas

Al infinito del horizonte,

Extiende tus brazos

Que no se pierda en la noche.

Con la claridad del día

Podrás reconocer

Toda la salvación vivida

Que fue de amor un derroche.

Aquel que derramó su sangre

Aquella cruz del calvario,

El misterio inigualable,

               
¡acógelo en tu
regazo!                  

La melodía infinita

Que nuestro Dios tararea

¡cuánto ama Dios al hombre!

Que hasta a su Hijo le entrega.

Millones de ojos esperan

Que su luz les ilumine

Y si tú no se la llevas,

Puede que nunca termine

Ni sean libres de su ceguera.

¡oh tú, alma
enamorada!

¿qué es lo que te detiene?

¿no ves que en esa mirada

está el mismo Jesús presente?

Ni tus dudas ni tus fallos

Son barrera suficiente

Para impedir la corriente

Que fluye de su costado.

                      
TU MIRADA

Tu mirada es fuego

Que en mi alma prende,

Son tus ojos dos luceros

Que al mirarlos fijamente,

Dejaron los míos ciegos

Para mirar a otras fuentes.

Pero es luminosa ceguera

Y el que la tiene, es corriente

Que volver a ver no quiera,

Pues tenerte frente a frente

Asegura la certeza

De saber que, aunque no viendo

Mi fe me dice que viera

Y es fuerte convencimiento

De que no es vana mi espera.

EN MEDIO DEL SILENCIO

En medio del silencio, puedo escuchar su voz

Y oigo el rumor de sus pasos que me dicen muy adentro

Quien es quien a mi se acerca

Y siento un temblor en mis manos

Y un rubor en mis mejillas

Y una emoción que no en vano

De quien llega me es noticia.

Con mis ojos no lo veo

No lo palpo con mis manos,

Pues es fe lo que a mi viene,

Pues es certeza de antaño

Que sabe que al sentir esto,

El espíritu discierne

Y me dice por lo bajo:

No temas, que ardiendo tiene

El corazón inflamado

Aquel que te ama y sostiene

Y te libró en aquel día

De ese mal que es el pecado.

Muriendo en la cruz clavado

Con Jesús también moría

Para no hacerte a ti daño

El llena todo mi ser

Y su fuerza me
levanta

              
Y me da de su poder

                
Y su Palabra es coraza

                
con que reviste mi ser.

    ESPÍRITU SANTO

Nunca hay ocaso

Cuando su luz permanece

Como un viento que se mueve

Con la rapidez de un rayo,

A veces tan silencioso,

A veces como un tornado

Sientes que su fuego abrasa,

Y más tarde como un remanso

En su ternura te envuelve

Jamás se apagan sus rayos.

Conduce todos tus pasos,

Te ilumina con su lámpara

Y nunca se da descanso.

El es dador de abundancia

Es el Espíritu
Santo.

NADA ES COMPARABLE

La expresión más bella,

El abrazo amoroso

El viento suave,

La alta montaña,

La armonía y la música

Nada hay comparable

A un minuto en tu presencia ¡oh Dios!

Ni siquiera el amor de una
madre

O el suave rumor del aire

  Ni el canto del ave, o del sol en invierno

          
Son aún comparables

Ni el reflejo de la luna en el agua

Ni la inmensidad de estrellas

Ni nada conforta el alma, sino tú

Creador mío, mi paz. Bajo tus alas

Me refugio, oh consuelo y alivio

En las mareas altas.

Y puedo conciliar el sueño

Y apoyar mi cabeza en tus faldas

Y contarte todos mis sueños,

Y abrirte entera mi alma.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

Estos fueron unos sencillos poemas que
escribí entre los catorce o quince años, hasta la
edad adulta, fruto de mis encuentros con él, y del tiempo
que pasaba contemplándole, hablándole y
escuchándole. ¡Que hermoso tiempo aquel de mi primer
amor, de mi despertar en la fe! A veces muchas personas, incluso
muy allegadas a mí, me tomaron por fanática, pero
nadie, ningún ser humano tuvo que convencerme de su
existencia, sino él mismo. Tocó mi corazón
con su amor y me sentí ligada a él para
siempre.

        2
RETAZOS DE MI NIÑEZ

Durante los años que siguieron a aquel primer
encuentro, poco a poco me fui transformando, ya no era tan
taciturna, aunque mi ser interior seguía herido por las
circunstancias, pero era atenuado por su constante apoyo y
compañía. Empecé a frecuentar las
actividades extraescolares del colegio, disfrutaba practicando
todos los deportes, me
encantaba la competición y salir victoriosa de los
torneos, aunque el estudio no me

 resultaba tan fácil, a menudo se me cruzaban las
"dichosas" materias de ciencias.
¡No!, decididamente yo no estaba hecha para las matemáticas, ni la física, ni la
química,
se me atravesaban y siempre acabábamos en desacuerdo los
números, las fórmulas, las ecuaciones y
yo.

Por aquel entonces ya gustaba de estar con los niños y
mi mayor delicia consistía en llenar el pequeño
jardín de mi casa con aquellas caritas sonrientes y
revoltosas con las que me hacía cómplice aunque les
llevara varios años de diferencia. Montábamos obras
de teatro que
estudiábamos con ahínco para no quedar mal
delante

de nuestro público. Con una sencilla cortina, prestada
por nuestras madres, y que usábamos como telón,
ofrecíamos por el módico precio de dos
o tres de las antiguas pesetas, una función
que hacía las delicias de nuestros padres. Otras veces con
macarrón de plástico
engarzábamos pulseras y collares que luego poníamos
a la venta utilizando
una mesita vieja como puesto ambulante.

Recuerdo que frecuentaba la amistad a distancia de un chaval
gitano del barrio de al lado que venía con frecuencia a
merodear por allí, y digo a distancia porque él no
se atrevía a acercarse demasiado, tal vez por no destacar
con sus ropas desaliñadas y sus zapatos cubiertos por un
polvo blanquecino que parecían sacados de un anticuario.
Un día se me ocurrió regalarle un montón de
tebeos pasados de fecha que acumulábamos en casa y que
para mi significaban un tesoro. Me acerqué a él una
tarde con el montón en la mano y se lo entregué de
forma tan silenciosa como él los aceptó. Me
despedí con la mirada siguiéndole hasta que se
alejó y desde aquel momento su amistad fue
incondicional.

Cuando escribo esto ahora a mis cincuenta años, me doy
cuenta de cómo el Señor empezaba ya a poner en mi
corazón la semilla de mi amor hacia los niños y la
respuesta que recibía de ellos. Aquel chavalín de
raza gitana, del cual no puedo recordar su nombre, se
convirtió en mi guardián protector, andaba siempre
cerca de donde yo estaba y a la menor intención de pelea
con mis amigos, no se de donde salía, pero allí
estaba para defenderme. Un día casi se pega con un chico
porque no quería que yo jugara al fútbol
con ellos, en aquel tiempo estaba muy mal visto que una chica se
pusiera a darle patadas a un balón, pero a mi me encantaba
practicar "cualquier" deporte. él salió
como una tromba de detrás de no sé que esquina,
directo a encararse con aquel crío que osaba despreciar
como delantero centro a su proveedora de tebeos. Unos meses
después perdí definitivamente de vista a mi
caballeroso defensor pues desmantelaron enseguida aquellas
casuchas prefabricadas que constituían los hogares de
cientos de miembros de familias gitanas que se hacinaban no lejos
de mi barrio. Aquellas viejas casas ardían con demasiada
facilidad y eran un riesgo continuo
para las demás barriadas, con lo que al desaparecer las
familias que allí vivían también
desapareció mi amigo silencioso y no volví a verlo
nunca más.

¡Qué días aquellos! que para mi fueron
dichosos porque en medio de mis juegos y
tareas escolares, siempre encontraba lugar para hablar con mi
Señor. él me esperaba cada día a la hora del
recreo para que le contara mis andanzas juveniles y  le
escribiera aquellos versos que quedaron expuestos al comienzo del
libro.

Cada vez tomaba más y más confianza y le contaba
todo lo que me pasaba, él me escuchaba y me iba
respondiendo, y yo anotaba todo lo que nos decíamos.
Guardé durante muchos años en varios cuadernos
aquellas conversaciones, ¡lástima! Que ya no las
conserve, seguro que ahora
las tendría como mi mayor tesoro.

De aquellas conversaciones juveniles que se fueron
intensificando con los años, nació mi
relación inquebrantable y maravillosa de hoy. Cada vez que
recuerdo su presencia, entonces difuminada por mis pocos
años, me doy cuenta de la importancia de implantar la
figura de Jesús desde la niñez. El corazón
de un niño es puro y sin prejuicios y morada idónea
para el Señor de señores, cuando nos hacemos
mayores, empezamos a buscar excusas para no querer tener nada que
ver con él, sin darnos cuenta de que nos alejamos de la
única fuente que puede apagar nuestra sed, del
único amigo que jamás nos va a abandonar ni nos va
a traicionar, y que seguro nos lleva al final de nuestro camino,
victoriosos.

Hoy recuerdo mi niñez con un cúmulo de
sentimientos enfrentados; por una parte mi encendida amistad con
Jesús, y por otra, todas las circunstancias que se
agolparon alrededor de mi, que me zarandeaban constantemente y
que me impregnaron un cierto desequilibrio de carácter. Tan pronto me sentía ufana
y alegre, como profundamente confusa y decaída. Cada vez
que el

desánimo rondaba mi alma, me apartaba para estar con
él y compartirle mis sentimientos. Ni una vez, puedo decir
que me desamparara o me dejara a solas con mis pesares.
¡él era mi refugio en la tormenta! Había
venido a decírmelo aquella noche y ya nunca más me
sentiría sola, únicamente cuando en mi andar por la
vida he sido yo quien se ha alejado de él y he buscado
consuelo en otras personas, he sentido las frustraciones
más grandes, el abandono más absoluto.

Desgraciadamente hay algún momento en nuestra vida en
que deseamos andar solos y emprendemos camino pensando que
tenemos que ejercer nuestra autonomía y nuestra voluntad,
que ya estamos preparados para adentrarnos en la vida sin la
tutoría de nuestro Señor, y ¡ay! es entonces
cuando pasamos las mayores penalidades que nos producen las
peores heridas, es entonces cuando nos volvemos "hijos
pródigos" y nos adentramos en las sendas sin el abrigo de
nuestra "casa paterna" Malgastamos nuestra herencia, en mi
caso, mi hermosa relación con él que se
volvió ocasional y fugaz. Tomé decisiones sin
meditar, di pasos de los que luego me arrepentiría (*)

*(Prefiero no detallar porque el propósito de este
libro es únicamente resaltar la persona de
Jesucristo y sus obras en mi vida)

ERES MI LUZ Y MI SALVACIÓN

Eres mi luz y mi Salvación

Honro tu gloria con todo mi ser

Eres mi luz y mi salvación

Ante tu trono yo me postraré.

Canto al sentir tu presencia hoy

Salto de gozo en mi corazón

Busco tu Rostro, gloria te daré

Te adoraré pues, solo tu eres Rey

Eres mi luz y mi salvación

Honro tu gloria con todo mi ser

Eres mi luz y mi salvación

Ante tu trono me postraré

Todos los días he de proclamar

Que tu justicia es
por la eternidad

Todos los días yo te alabaré

Rectos tus juicios, obras con poder.

(Esta canción que acabo de componer mientras
escribía el libro queda también incluida como
testimonio del poder del Espíritu Santo que obra en mi al
escribir por inspiración suya, todo lo que él hizo
y hace en mi vida.)

         
 3
JUVENTUD
AVENTURERA

Quizá ahora que me adentro en mi juventud, me sea
más complicado relatar esos años, creo que fueron
los más intensos, pero están tan llenos, que pido
ayuda a Dios para no dejar nada en el tintero, ni tampoco
recrearme demasiado en algún punto.

Esta parte de mi vida arranca en el verano de 1972. Con el
Bachillerato sin terminar por la dichosa química que una,
perdón por la expresión,

"mala monja" y no me refiero a "maldad" sino a que la vida de
esta mujer no
tenía nada que ver con la religión, y el tiempo
lo demostraría, se empeñó en que yo no
obtuviera el título de "Bachiller" pues nunca me
aprobó su asignatura, por más que me esforzara y
dedicara un curso entero solo a tratar de aprobar sin
conseguirlo, "la química de mis pesadillas". Y así
me quedé, no me admitieron en C.O.U. porque tenía
que llevar todas las materias aprobadas.

Un día Dios me pidió perdonar a aquella monja
que llevé mucho tiempo en mi recuerdo, desde luego no para
bien.

Aquel verano alguien me propuso trabajar como técnico
de montaje en las oficinas de una conocida revista
católica juvenil llamada "Hosanna" (era la primera vez que
este término se cruzaba en mi vida)

Yo disfrutaba con todo lo que tuviera que ver con la
técnica, "digna hija de mi padre" técnico de todo,
pues no se le resiste, hasta ahora que tiene 83 años, nada
que quiera permanecer estropeado.

Hago aquí un inciso para mencionar a los padres que
Dios me ha dado, en homenaje a ellos por los desvelos, las noches
de cuidados intensivos cuando estábamos enfermos, las
noches en vela de mi padre trabajando, para sacar a su familia
adelante…Los hijos no solemos reconocer el valor de
nuestros padres hasta que ya no los tenemos con nosotros, pero yo
quiero mencionarlos de manera especial en mi libro, antes de que
me falten, pues lo merecen de sobra.

Gracias a ellos que me dieron una educación de la que
ahora no existe, soy la persona que soy. Amo a Dios porque ellos
fueron los primeros que lo

trajeron a mi vida y me lo dieron a conocer. Me dieron
principios y
rectitud que ahora me sirven para comportarme de manera digna y
responsable en cualquier lugar. Y si algo tengo que
agradecerles

es su dedicación absoluta a sus hijos, nunca estuvimos
en ningunas otras manos que no fueran las suyas, y nunca
permitieron que estuviéramos en ningún lugar que
ellos desconocieran, o que llegáramos a casa de madrugada.
Entonces no lo entendía, pero ahora les doy las gracias y
a ellos dedico este libro principalmente, que me han dado la vida
y me han querido siempre.

A ti papá en especial, te pido perdón por no
haber sabido entenderte, por no haber captado todo el amor que me
tenías, por haberme alejado de ti inconscientemente,
buscando en otro sitio, lo que de buena gana me hubierais dado
vosotros. Ahora es cuando ya de mayor lo veo y siento mucho todo
el dolor que te hice pasar. Mi gran abrazo para los dos desde
estas páginas.

Siguiendo con mi relato anterior, me vi delante de un
montón de aparatos en una cabina de montaje de la calle
Núñez de Balboa, sede de la mencionada revista. Mi
trabajo
consistía en grabar las voces del
sacerdote: José Ramón
Bidagor y Altuna, director y locutor de los montajes
radiofónicos que se grababan en cassets para distribuirlos
en las librerías, y la entonada voz de su secretaria.
Luego, a solas encerrada en la cabina, pasaba horas mezclando las
voces con diferentes melodías según fuera el
relato. Lo

grababa en enormes magnetófonos con metros y metros de
cinta, pero con calidad
exquisita, y luego lo pasaba a una máquina multi-casset,
que lo regrababa en cuatro cintas a la vez a gran velocidad. Era
una sala acondicionada acústicamente, donde disfrutaba con
aquellos aparatos que hacían mis delicias. Los ratos que
no estaba en la sala de montaje, trabajaba en la revista
contestando a las cartas de los
lectores, empaquetando la revista cuando la editaban, y
llevándola a correos para su envío, y
pasándomelo en grande con aquel grupo de
trabajadoras que constituíamos el "equipo de redacción", en cuya contraportada figuraban
todos nuestros nombres.

Estuve alrededor de tres años trabajando allí,
y  guardo muy buenos recuerdos de aquel tiempo. Ahí
conocí a la religiosa, que también trabajaba en la
revista, y el lugar que sería mi residencia desde 1975
hasta 1982: El convento de religiosas de María Teresa,
orden de origen francés, de la cual solo existía en
España
esa casa. A través de aquella monja que pareció
hacer amistad conmigo, poco a poco fue entrando en mi
corazón el deseo de servir a Dios y ¿qué
mejor manera que junto a aquellas monjas que parecían tan
simpáticas?, y que además se dedicaban al cuidado
de los niños, pues tenían una Escuela Infantil,
y a mi, ya se vio, me apasionaban los niños.

De aquella vivencia de casi ocho años me
gustaría resaltar que, al final, yo resulté tan
"mala monja" como mi profesora de química, con lo cual me
tuve que marchar sin lograr cumplir mi objetivo que
era dedicar por entero mi vida a Dios y a los niños.

4 "SOY ABJECTA EN
LA CASA DE DIOS"

¡Extraño título para este
capítulo!, pero ese era el cántico que
recitábamos en latín, en la ceremonia, al pasar de
postulante o recién llegada, a novicia, exactamente:
"Elegí ser abjecta en la casa de Dios" o en latin: "Elegi
abjecta esse in domo Domini mei Jesús Christi" Abjecto
significa: despreciable, deshecho, basura que ha de
ser pisoteada, merecedora de nada, y la última en ser
tenida en cuenta.  y así fue como lo viví,
pero en mi deseo de destacar solo las maravillas de Dios en mi
vida, no voy a relatar lo que allí pasé, pero
sí como El lo usó para moldear mi
carácter.

Como ya he comentado, por aquel tiempo, hablo ahora de los
años 1975 en adelante, yo andaba

luchando con mis continuos altos y bajos de humor. Por otra
parte, tenía ilusión por comenzar lo que para mi
significó una ruptura total con la vida que había
llevado hasta entonces, bajo la

cobertura de mis padres. Iba a empezar a saber lo que es
valerse por sí mismo. No sabía lo que me esperaba,
pero sí pensaba en los niños, y me animaba a seguir
adelante.

El 13 de diciembre de 1975, fue la fecha elegida para hacer mi
entrada en el convento de María Teresa.

Fumé mi ultimo cigarrillo con mi hermana en nuestro
cuarto, recogí mi equipaje, y me despedí. 
¡Cómo llovía!

A lo largo de mi vida, cada vez que he tomado alguna
decisión que implicara un cambio
importante, ha llovido a cántaros. A veces he pensado, y
creo que es así, que la presencia de Dios me
acompañaba para no dejarme sola y que yo lo sintiera: El
día que entré en el convento, el

día que salí, cuando empecé mi
primer   trabajo….Así ha sido siempre, la
bendita lluvia acompañándome.

De aquellos años, lo más positivo fue, sin

duda, mi trato con los niños. Los recuerdo como si los
tuviera delante. Ahora son hombres y mujeres, quizá padres
y madres. Solo espero que la influencia de mis enseñanzas
les haya sido tan beneficiosa, como para mi lo que aprendí
de ellos. Fueron una constante alegría, con mis 21
años jugaba y reía con ellos a la vez que les
enseñaba. Si estaba triste o deprimida, al entrar en la
clase y ver
sus caritas, recuperaba mi buen humor, y ya no me importaban los
malos ratos. ¡Cómo lo pasé con ellos!

Recuerdo un día que para algarabía general,
encontramos una lagartija en la pared y se nos fue la
mañana tratando de cazarla. Al fin lo conseguimos y
después de observarla un buen rato dentro del bote de
cristal adonde fue a parar, nos complacimos en dejarla en
libertad con
los aplausos efusivos de los niños siguiéndola
mientras escapaba veloz por la ventana. O el día en que se
me ocurrió cazar dos enormes saltamontes tan grandes como
mi mano y para colmo de gritería infantil, a un golpe que
di en el suelo donde
estaban, comenzaron a saltar entre los niños.

¡Qué pena! que aquellos momentos fueran
enturbiados después por una religión mal entendida,
y por unas personas que ni daban, ni sabían recibir amor,
y que predicaban un cristo tan frío e inanimado como las
estatuas que presidían su capilla. El Cristo vivo, Amigo
entrañable que yo llevaba en mi corazón al entrar,
estuvo a punto de desaparecer y de ser olvidado, pero El fue
quien me había rescatado y no iba a permitir perderme de
nuevo. Si no hubiera sido por su misericordia y por su amor que
siempre me consoló y guió, tal vez hoy no
podría estar escribiendo este libro. Cada noche cuando
subía a mi cuarto, allí estaba El,
llevándose mis frustraciones, mi vergüenza, mis
lágrimas, y ayudándome a perdonar y a seguir
adelante. Lo mejor de todo es que hoy sé que El usó
toda esa humillación, el creerme "abjecta" para entender
que realmente todo lo que soy y tengo vienen de El y es
tontería jactarse de nada.

Paso ahora a relatar con mayor profundidad lo que supuso para
mi aquel grupo de 50 "angelitos" de 4 y 5 años, que
constituía mi clase de segundo ciclo de educación
preescolar, como se llamaba entonces.

El niño por el que más apego sentía, se
llamaba Iván. Ahora tendrá unos 36 años, si
logró superar su enfermedad. Era un crío
vivísimo y espabilado que padecía hidrocefalia,
terrible enfermedad, que a sus tiernos cuatro añitos, le
llevaba al quirófano con demasiada frecuencia. Necesitaba
una atención especial, pues tenía dentro
de su cabecita un sistema de
drenaje que aliviaba la tensión que le producía la
constante acumulación de líquido en su cerebro, y los
dolores tan terribles de cabeza que le hacía

padecer. Constantemente aquella válvula desviaba el
líquido, hasta eliminarlo por aquellos tubitos que se
notaban bajo la piel y que
daban cierta "grima".

           
Cuando esa válvula se atascaba y retenía el
líquido, el niño se quejaba de fuerte dolor y
había que avisar rápidamente a su familia que
inexorablemente tenía que internarlo para ser operado
nuevamente.

¡Cuantas veces volvía a sus quehaceres escolares
con la cabeza vendada! lo cual no le impedía en absoluto
hacer las mayores trastadas.  Con todo el panorama que
tenía por delante, sin embargo, era un niño alegre
y risueño, que muchas veces me daba ejemplo de entereza, y
me llevaba a ver mis propias dificultades con esperanza. Las
veces que hablaba con sus padres, opinaban igual que yo,
él mismo les consolaba cuando tenían que llevarle
al hospital y les ayudaba a superar el pensamiento de
ni siquiera saber si sobreviviría, si se curaría
algún día, o tendría que estar supeditado a
aquellas traumáticas operaciones de
por vida.

Lo que más me extraña cuando lo pienso, es que a
la vez que trataba con los niños, también trataba
con los padres. Tenía como una especie de consultorio
donde una vez por semana les recibía y les ayudaba en sus
problemas. Yo,
que tenia menos de veinticinco años, y algunas veces, no
solo les ayudaba a encarrilar la educación de sus
retoños, sino hasta su propia vida matrimonial, pues
también me contaban sus problemas conyugales. Creo que el
hábito les imponía un poco y me
revestía  a mi de cierta autoridad. El
caso es que aprendí a conocer bien las situaciones
familiares que vivían los niños y también
aprendí a orar por ellos y a darles mi mayor
cariño.

Aquella relación con los niños y sus padres, me
llevó años después, una vez fuera del
convento y recuperada mi vida seglar, a volver de nuevo a ser su
profesora, a instancias de los mismos padres que pidieron
continuamente a las monjas que

me contrataran para enseñar a sus niños, ya que
estaban hartos de que cada pocos meses hubiera una profesora
nueva, lo que trastornaba su comportamiento
en gran manera. Después que me fui, no hubo quien
sobrellevara aquella clase de 50 preescolares, a los que yo
aprendí a amar de veras.

         
5 "VUELTA A NACER"

No he querido referirme, al escoger el título de este
capítulo, al nuevo nacimiento en Cristo, sino al
día en que recibí mi vida de nuevo, cuando Dios no
me permitió morir, y evitó que una desgracia
terrible se cerniera sobre mi familia.

Era un día como otro de tantos en los que a las 7,30 de
la mañana, subía en mi "Vespino" y tomaba la
carretera de Colmenar Viejo, rumbo a mi querida guardería
para encontrarme con mis niños. Una carretera sin apenas
circulación por aquel entonces y bien asfaltada.

Como hacía siempre, iba cantando despreocupada, y en el
momento de girar a la izquierda para enfilar el camino que
conducía al portalón de entrada del convento, una
vez que entré en el arcén unos metros para hacer
bien el giro, algo nubló mi vida por los siguientes cinco
años. Dicen que un coche se me echó encima y yo
salí despedida con tan mala fortuna, que mi cabeza fue a
estrellarse contra el suelo. Fui inconsciente en todo momento de
lo que me pasó, desde que frené para girar, hasta
el momento en que desperté en la cama del hospital
Ramón y Cajal con todo el cuerpo dolorido, un vendaje
enorme en la cabeza, la pierna izquierda casi insensible, y
morados por todo el cuerpo. No sé lo que pasó, mi
mente no lo pudo recordar nunca, no recuerdo ni el rostro de la
persona que me atropelló, solo puedo contar que desde
aquel momento mi vida, e incluso mi carácter cambiaron
drásticamente.

Me llevó mucho tiempo recuperar por completo la memoria,
tuve cierta amnesia, no de lo esencial, sino al confundir
direcciones, fechas, me resultaba difícil hilar frases, e
incluso llevar las palabras desde el pensamiento a mis labios.
Quien no haya pasado por esto, ni se lo imagina. Mi madre
temía que no

recuperara nunca la razón por más que los
médicos le aseguraban que era transitorio, y una

vez absorbido el líquido que genera el cerebro como
protección, todo volvería a la normalidad.

Así me dieron el alta hospitalaria, aunque no laboral,
después de 21 días de ingreso. Con mi pierna
izquierda casi inservible por las heridas, aunque poco a poco la
fuera recuperando después, mi cabeza llena de puntos y
completamente aturdida, volví a casa con mi familia en
estado de
shock, pues al principio estaban tan aturdidos como yo, contentos
por no haber perdido a su hija, pero sin saber como
terminaría todo.

Los siguientes meses fueron muy difíciles para ellos,
me encerré en mi habitación con todo a oscuras, y
me metí en la cama, de la que no salía más
que para ir al cuarto de baño. Cualquier estímulo
auditivo o visual hacía estallar mi cabeza. Si alguna vez
supe lo que era una depresión
profunda, fue en aquellos días. No hablaba con nadie, no
me levantaba, no respondía a ninguna invitación.
Recuerdo que tenía una hermosa pareja de periquitos en una
jaula, que se murieron de tristeza porque su ama ni los miraba,
ni los atendía, más bien los ignoraba por completo.
Mis padres no sabían que hacer o decirme para sacarme de
aquel estado.

Poco a poco fui recuperando cierta actividad, pero fue para
peor, porque entonces comenzaron las alucinaciones, y el hablar
con personas que no estaban presentes. Hubo que llevarme de nuevo
al hospital para que, por lo menos, los médicos
tranquilizaran de nuevo a mi familia, ya que todo era debido al
líquido que aún permanecía adherido a mi
cerebro. Según los médicos era una
protección, pero para mi se convirtió en un
infierno, pues no podía pensar con claridad, veía a
personas que no estaban, perdía de vez en cuando el
control de mi
mente y me quedaba en blanco, y tenía la sensación
de vivir en una irrealidad que no existía, de haber
entrado en un túnel al que no le veía el final.

Ahora, cuando recuerdo aquel tiempo que se desarrolló
desde Octubre de 1984 hasta casi 1990, en que ya
sintiéndome mejor pude emprender un nuevo trabajo. Creo
que Dios usó ese tiempo de mi inconsciencia, para trabajar
en mi y hacer algunos ajustes en mi personalidad,
pues cuando por fin salí de ese túnel, y
comencé a ver la claridad al otro lado, algo había
cambiado en mi radicalmente, ya no era la persona reservada,
temerosa de todo el mundo, que no solía hablar en las
reuniones porque no encontraba nada que decir. De repente
asustaba a mi madre, cuando cansada de esperar en las revisiones
médicas a que nos atendieran, salía como una tromba
hacia las enfermeras y les increpaba delante de todo el mundo,
preguntando por el médico, e insistiéndoles en que
hacía horas que teníamos la cita.

Mi carácter fue transformándose y
convirtiéndome en una persona abierta, habladora, decidida
y emprendedora. Algunos decían que el golpe me
había aclarado las ideas ¡Curiosa paradoja!

El 16 de Octubre de este año 2004, se cumplirán
veinte años desde aquel día en que volví a
nacer. Dios salvó mi vida y me mantuvo en esta tierra para
hacerme gozar de la hermosa vida que hoy tengo en su presencia, y
para terminar de cumplir el propósito con el que
nací por primera vez el 21 de Mayo de 1954.

6 BAUTISMO EN EL ESPIRITU
SANTO

Este es un capítulo muy especial en mi vida, y quiero
escribirlo auspiciada por El mismo, para darle toda la
importancia que tiene y expresar como su poder, su guía y
su dulce presencia actuó y sigue actuando en mi vida de
una forma maravillosa.

Para comenzar a relatar lo que significó desde el
principio conocer la obra del Espíritu Santo en mi vida,
debo remontarme de nuevo al tiempo en que

aún estaba viviendo con aquella singular comunidad de
hermanas de "María Teresa". Contaba yo con 28 años
y por primera vez oí hablar de la Renovación
Carismática católica. Un familiar de una de las
monjas asistía a las reuniones con periodicidad y siempre
que pasaba por el convento a ver a su hermana (de carne, se
entiende) hablaba y hablaba sin parar de lo que ella
experimentaba en esas reuniones, hasta el punto de que un
día nos invitó a ir a una de ellas. Fuimos las
más jóvenes, y aunque no recuerdo del todo el
lugar, creo que eran en un colegio situado en la Plaza de
Castilla.

No sabía con lo que me iba a encontrar, pero por las
referencias de la persona en cuestión, yo iba llena de
expectativas ¡cualquier cosa que me

hiciera salir de la monotonía espantosa del convento,
me sabría a gloria!.

El recinto estaba lleno de gente, al cabo de un rato
aparecieron en el escenario unos músicos y comenzaron a
interpretar una canción que era coreada por todo el
auditorio. Minutos después, de entre las personas que
estaban en primera fila, subió un joven, que con una voz
simpática, presentó la reunión, saludó al
público, hizo una breve pero efusiva oración, y
después invitó a todos a unirse y participar en las
alabanzas que íbamos a dirigir al Señor.

Nunca había visto alabar a Dios de esa manera, todo el
mundo estaba activo, unos levantaban las manos al cantar, otros
lo hacían cogidos fuertemente de las manos, otros se
abrazaban y lloraban. Yo me dedicaba a observar y me emocionaba
el hecho de que aquellas personas vivieran lo que estaban
cantando, nadie estaba pasivo. Algunos oraban de una forma
extraña, en un idioma que no se podía entender. Y
otros incluso danzaban. El alboroto, las voces elevadas cantando
y el ambiente en
general, en lugar de ser desconcertado, extrañamente
parecía ordenado y el canto, mezclado con las oraciones,
daban la impresión de un imponente coro, que al
unísono, hacía descender la presencia de Dios.

Todo el evento duró como unas dos horas en las que se
intercambiaban los cantos y la oración del que nos
dirigía. Por ultimo se hicieron algunas peticiones y se
oró por los enfermos en grupos separados.
Cuando salimos, todo el mundo se despedía de nosotros con
un beso y nos invitaba a volver a la próxima
reunión.

Regresamos al convento en silencio, como si nada hubiera
pasado, pero en mi interior comenzaron a encenderse algunas
luces. Muchos días después, aún me duraba el
efecto de lo que había experimentado en aquella
reunión singular, y trataba de vivirlo yo a mi manera. Por
aquellos días ya no me sentía a gusto conviviendo
con las "hermanas" y después de lo vivido en la
reunión de los carismáticos, mi alma estaba en otro
sitio. Un día decidí escaparme con la moto en la
que solía ir a los recados. Aproveché una
mañana que me mandaron al pueblo a realizar un encargo,
dejé la moto bien aparcada, con su cadena puesta, y me
encaminé a la casa de mi hermana, que vivía con su
familia en el mismo pueblo de Alcobendas., con el firme
propósito de no volver más al convento. Mi hermana
tenía a su primer hijo de pocos meses y nunca faltaba de
casa, pero aquella mañana de mi escapada, Dios no me
permitió salir como el que huye, dejando una experiencia
de vida que yo misma había escogido, como si fuera un
ladrón que comete un delito y elude su
responsabilidad. Dios tenía otra forma de
sacarme, que no era la que yo había elegido en ese
momento. Mi hermana no estaba en casa, y tuve que volver a montar
en el Vespino y dirigirme de nuevo al convento.

El verano siguiente, aquel mismo año, en el mes de
Julio, me encontré con la sorpresa de un viaje a
Barcelona, con otra de las hermanas jóvenes, para un
seminario de
preparación para el Bautismo en el Espíritu Santo,
de una semana de duración.

Después de aquella primera reunión
"Carismática", se siguieron otras, y después
teníamos en el mismo convento nuestras propias reuniones,
y de ellas salió la idea de enviarnos a aquella monjita y
a mi al seminario de Barcelona.

La Renovación Carismática por aquellos
años, estaba floreciente en España, un sacerdote
misionero en la India, que lo
vivió allí en todo su esplendor,  lo trajo
para España, donde encontró miles de adeptos, tal
vez un poco decepcionados con la monotonía de los ritos
católicos. Aquella "agua fresca"
que derramó en los corazones el Espíritu Santo,
tuvo un auge enorme y comenzó a extenderse como la espuma.
En casi todas las provincias habían crecido muchos grupos
de oración, y se nombró un comité
coordinador por provincias, y un grupo responsable y dirigente de
los coordinadores, quedando nombrado como la "Coordinadora
Nacional".

Aquel mes: Julio de 1982, no se me olvidará mientras
viva. Ahí empezó Dios su trabajo de
restauración en mi, y aunque aún lo
continúa, en esos días fue cuando, por primera vez,
conocí al Dios poderoso, al Dios sanador y libertador, y
fui marcada y sellada para él, el Espíritu Santo se
encargó de hacerlo.

Durante una semana se nos habló de los siete pasos para
recibir  el fuego del Espíritu Santo, de los dones
que podíamos recibir, de cómo dejarle a El tratar
con nuestra vida, y luego pasábamos a la parte
práctica. Nos reuníamos por grupos con una o un
responsable y hablábamos de cómo nos
sentíamos, de que necesidades teníamos para orar, y
luego orábamos fuertemente unos por otros y nos

ministrábamos. La noche antes de que oraran por
nosotros para recibir el bautismo, recuerdo que pasamos toda la
noche en vigilia.

Para una monja, acostumbrada a los ritos del convento, a no
tratarse con nadie por la prohibición de hablar a ciertas
horas, de pasar el día con un horario sumamente estricto,
aquellos días fueron una revolución, tanto espiritual como
anímica, ya que de tú a tú era muy
difícil o raro

tratar con alguien, siempre era en comunidad o con la
superiora. Ahí pude expresar lo que estaba viviendo y
hablarlo con aquella persona que en ese momento Dios puso en mi
camino y que fue de grandísima bendición. Me
escuchó y oró por mi efusivamente para que Dios
obrara ¡Y ya lo creo que obró! Aquella noche en la
vigilia, por primera vez en mi vida pude orar en voz alta
arrepintiéndome de mi vida pasada, y dejando que Dios
llenara los huecos tan enormes que había en mi alma. Fue
una noche dichosa.

Al día siguiente, un domingo que amaneció
radiante, todos los candidatos estábamos preparados, por
mi parte, después de la experiencia vivida la noche
anterior, mi corazón se sentía en paz, y dispuesto
a recibir la bendición que Dios me tenía
reservada.

éramos varias las personas a las que se nos iba a
imponer las manos y se iba a orar para que recibiéramos el
bautismo. Cuando me llegó el turno, y me arrodillé
delante del sacerdote y de los responsables, y los que decidieron
apoyarnos, pusieron sus manos en nuestros hombros, me dio la
sensación de estar en el cielo escuchando cantar a los
ángeles. El sacerdote, el mismo que trajo la
Renovación Carismática a España, el padre
Manuel Casanova, impuso sus manos sobre mi cabeza y
comenzó a orar, después todos oraban en lenguas. En un
principio, algo como si fuera un ardor suave empezaba a invadir
mi cuerpo por dentro y por fuera y, al principio en voz baja,
comencé a cantar en lenguas, muy dulcemente mis labios
empezaron a pronunciar palabras desconocidas para mi, pero que al
ir subiendo el tono me limpiaban de todos mis pecados de aquellos
días, temores y sufrimientos, que se deshicieron y se
alejaron de mi, y un intenso sentimiento de perdón y de
limpieza interior comenzaba a tener lugar, algo que a partir de
ese día no he dejado de sentir. La obra del
Espíritu Santo en mi, había comenzado, la
restitución de lo que el diablo me había robado
desde mi niñez, comenzaba a imponerse en mi vida por parte
de Dios. Obra que aún hoy continúa, y que al final
íntegra y renovada podré presentarme ante la
presencia de mi Dios Todopoderoso.

 Cuando volví al convento ya no era la misma,
sabía que mi forma de vivir, mi comunión con Dios,
mis expectativas estaban muy lejos de aquel lugar, y así
un día del mes de Septiembre de aquel mismo año,
lloviendo a cántaros, dejaba para siempre aquel encierro,
que si bien, había sido elegido por mi, no formaba parte
del plan de Dios con
mi vida, y aunque El usó ese tiempo para curarme del
orgullo, después tuvo que curarme también de las
heridas recibidas durante todos esos años, para poder
continuar trabajando en mi restauración y usarme para su
Reino.

7 EL ESPIRITU SANTO Y
YO

Después de mi salida de aquel convento, y de terminar
mi relación de casi ocho largos años con aquella
comunidad, regresé a casa al lado de mis padres, que iban
conmigo de desconcierto en desconcierto. Cuando pienso en ellos,
siento admiración, me pongo en su lugar y siento por un
momento lo que significa ser padre o madre, la inmensa
responsabilidad que eso trae consigo, los quebraderos de cabeza,
las angustias y los insomnios que tienen que sufrir, y me imagino
que hubiera pasado si yo hubiera tenido hijos. En algunos
momentos los he echado de menos, pero

cuando pienso en mis padres, me alegro de no tener que pasar
por todo lo que pasaron ellos conmigo.

Los días transcurridos en casa después de mi
llegada del convento, al principio fueron tranquilizadores, pero
a medida que pasaba el tiempo, una desgarradora sensación
de vacío y de fracaso, iba tomando terreno en mi interior,
y la monotonía de no tener una labor concreta que
realizar, o de no saber a que dedicar mi tiempo, me hacía
sentir poco útil y una carga para mis

padres. Y aunque ellos no lo veían así, yo
sentía la necesidad de trabajar en algo.

Al enterarse mi hermano mayor, casado y con un hijo
pequeño de dos años y medio, de que yo estaba fuera
del convento, me ofreció cuidar de mi sobrino, al menos
por un tiempo.

Aquella nueva ocupación me llenó de felicidad,
porque se trataba de mi sobrino mayor, por aquel entonces, y de
la oportunidad de sentirme útil, pero el vacío
interior aún continuaba. Asistía a misa
diariamente, y por más que tratara de orar, nada me
devolvía la paz. Recuerdo una ocasión, en que
llevada por la confusión y el desánimo,
logré hablarle de mis inquietudes al sacerdote de la
parroquia a la que asistía a misa, con la esperanza de que
me ofreciera alguna ocupación en la misma parroquia, que
me ayudara a llenar la enorme soledad que por aquellos
días me embargaba, pero su respuesta, que en realidad no
fue ninguna, aún trajo más confusión y
más frustración a mi  vida. Únicamente
mi Señor y Amigo Jesús se hizo cargo de mi
situación y me recordó lo que había vivido
en Barcelona con la Renovación Carismática y
comencé a buscar el grupo de oración "Fuente viva"
del que me habían hablado en el convento, antes de
salir.

La responsable de aquel grupo estaba ocupada con un familiar
cuando me puse en contacto con ella, pero me dio la dirección donde se reunía el grupo y
el nombre de la persona que le ayudaba a liderarlo.

Aquel sábado asistí a la reunión llena de
esperanza. Recuerdo que el local era un gimnasio que
pertenecía a un colegio en la calle Padre Damián.
Cuando entré, ya un grupo de personas estaban orando a la
espera del comienzo de la reunión. Mientras esperaba, un
joven rubio, creo que era inglés,
se sentó a mi lado y me preguntó de donde
venía, como me llamaba, si conocía la
Renovación, y otras preguntas destinadas a romper el hielo
y a darme de algún modo la bienvenida.

Fue una hermosa reunión, parecida a la primera que
asistí años atrás en Plaza de Castilla.
Aquel joven permaneció a mi lado durante toda la
reunión, y por primera vez en tanto tiempo, comencé
a recobrar mi ánimo y la paz de mi corazón. No me
dijo nada más durante el resto de la tarde, pero a la
salida me dio la mano y me hizo sentir que sería
bienvenida siempre que volviera. Antes de irme pregunté
por la segunda responsable del grupo de oración. Cuando la
conocí, al principio me sorprendió, pues era una
mujer de estatura no muy elevada, de complexión
extremadamente delgada, pero con una gran fuerza de
carácter y capaz de guiar a aquel grupo de unas sesenta
personas, a la misma presencia de Dios.

Que poco sabía yo en aquel tiempo la amistad tan fuerte
que nos uniría años después. Continué
asistiendo sábado tras sábado a la reunión y
relacionándome con los nuevos hermanos que Dios me
otorgaba. Un sábado, después de varios meses de
asistencia, por fin logré conocer a la verdadera
responsable del grupo. Una mujer nacida en Filipinas de padres
españoles, veinte años mayor que yo, con un
profundo conocimiento
de las Escrituras y dotada por Dios para predicar su Palabra, con
una contundencia magnífica, con preciosos dones del cielo,
entre ellos, el de profecía. Rara era la reunión
donde su voz no sonara de parte de Dios, nadie osaba dudar que
sus profecías fueran auténticas, era reconocida en
todos los grupos, y cuando ella levantaba la voz, siempre alguien
era tocado, sanado de heridas del alma, interpelado, o sanado
físicamente. Sus mensajes traían convicción
de que la mano de Dios y su Espíritu estaban con nosotros.
Cuando la voz

de esta mujer sonaba en medio de la reunión, el
silencio era total, solo el susurro del llanto

o las palabras de agradecimiento, se entremezclaban por lo
bajo con la contundencia y la seguridad de sus
palabras, nunca la ví titubear cuando hablaba de parte de
Dios, nunca aprecié en sus palabras temor, duda o que se
equivocara al pronunciar. Su voz, lenta, fuerte y como flecha
certera, se introducía sin estorbos en el mismo centro del
corazón de quien, o a quienes iba dirigida. Una mujer
sencilla, pero llena de autoridad, que sabía lo que Dios
demandaba de ella y dónde quería dirigir al
grupo.

¡Cuántas sanidades!, sobre todo espirituales
conocí en aquellos días, ¡Cuanta
bendición del cielo! Con la que Dios quiso refrescar a sus
hijos! ¡Cuantas vivencias, que unidas a las de hoy, han
forjado  mi alma y mi espíritu! Cuanto agradecimiento
a Dios por lo que viví entonces,

y por lo que estoy viviendo ahora. Dios sigue teniendo sus
profetas, aunque algunos no los quieran reconocer ni escuchar. En
todo tiempo, en toda circunstancia, Dios sigue hablando, porque
prometió estar con su Iglesia hasta
el final de los tiempos. No se han callado los profetas, pero hay
que saber en que lugar están hablando, no están en
todos los lugares, solo junto a los que los quieren oír, y
buscan de Dios.

8 MIS AÑOS EN LA
RENOVACION CARISMATICA

Aquel fue un tiempo maravilloso en mi vida, puso las pautas
para que Dios se moviera de una forma extraordinaria. Desde que
salí del convento, hasta que me bauticé como
cristiana evangélica pasaron casi diez años.
Durante ese tiempo viví muy intensamente lo que Dios hizo
en España a través de la Renovación
Carismática, conocí personas ungidas por el
Espíritu Santo que bendijeron a mucha gente necesitada.
Católicos de tradición probaron de este "agua
fresca" del

Espíritu y hoy día son cristianos entregados y
usados poderosamente por Dios, unos se bautizaron en la Iglesia
Evangélica y otros continuaron desde la Iglesia
católica, tratando de convencer a sus hermanos de que la
religión de poco o de nada sirve, y que lo que Dios
demanda son
corazones dispuestos a darlo todo por El para extender el
Evangelio.

Recuerdo especialmente las campañas nacionales que se
organizaban todos los años en el mes de julio, y que
reunían a cientos de carismáticos de todos los
lugares de España. Aquellos fueron días donde el
poder de Dios se derramó en abundancia, las personas
conocían a Dios y le entregaban su vida, otros comenzaban
a ver crecer su fe de una manera nueva, y Dios extendía su
brazo derramando sanidad, perdón y
reconciliación.

Los grupos de oración cada vez eran más
numerosos y se extendían por toda España.

El grupo donde yo empecé, al crecer, se dividió
en dos, una parte liderado por su primera responsable, y la otra
liderado por la segunda y por mí en el terreno de la
alabanza. El segundo grupo cambiamos de nombre y comenzamos a
llamarnos "Pentecostés". Constaba de doce personas que nos
reuníamos en la biblioteca de un
colegio de monjas los sábados por la tarde.

El comienzo de nuestro grupo fue ardiente, pasamos mucho
tiempo compartiendo, haciendo amistad unos con otros, y sobre
todo orando, alabando a Dios y recibiendo enseñanza.

Dentro de estos grupos de oración, di mis primeros
pasos en cuanto al manejo de las lenguas y de la Palabra. Por
primera vez oí hablar de la iglesia Evangélica,
pues en mi grupo había varias personas de esta
denominación que compartían su fe con nosotros.

En los años que pasé desde mi accidente hasta
que definitivamente me bauticé en la iglesia
Evangélica, ocurrieron varios cambios en mi vida.
Salí por segunda vez de la casa de mis padres para
marcharme a vivir con la responsable, que junto conmigo lideraba
el grupo Pentecostés. Me llevaba 15 años y yo la
admiraba y respetaba en gran manera. Ella me ofreció,
mientras yo aún estaba convaleciente del accidente de
moto, cuidar de sus padres ancianos mientras ella iba a trabajar,
y me daba una ayuda económica que junto a la
prestación por desempleo que
recibía, me servía para mantenerme.

En esta época conocí a mi único
pretendiente, con el que mantuve un noviazgo de nueve meses. No
funcionó, y después de tener los preparativos para
la boda ya listos, descubrí que mi inminente matrimonio con
aquel chico estaba destinado al fracaso. La inmadurez de los dos,
aún siendo él de cuarenta años y yo de
treinta, nos jugaría una mala pasada, con lo cual le
propuse pasar más tiempo conociéndonos y madurando
nuestra relación antes de casarnos. Su respuesta
inesperada e infantil aún me alarmaron más con lo
cual di al traste con todo y decidí dejarle para
siempre.

Hoy, después ya de tantos años, me felicito por
aquella decisión que estoy segura me ayudó a tomar
mi querido Señor, pues aquella boda hubiera sido tan
fracaso como mi pretendida vida monástica. Hago
aquí un inciso para comentar como las malas decisiones
que, a veces, tomamos en nuestra vida, pueden retrasar el
propósito de Dios, yéndonos por un rumbo diferente
al que El nos ha trazado. En mi caso pasé mucho tiempo en
confusión, sin tener un futuro definido, dando palos de
ciego y aceptando consejos de personas tan confusas como yo. Sin
embargo fue estando en esa disyuntiva, cuando por segunda vez en
mi vida tuve una experiencia inolvidable con la presencia de Dios
que marcó mi
existencia de manera permanente.

Como relaté más arriba volví con las
monjas como trabajadora en la guardería. En ese tiempo yo
daba mis primeros pasos en la Renovación
carismática, y una noche, al volver de la
guardería, ya tranquila en mi cama y con la Biblia al
lado, al comenzar mi oración, caí en una especie de
sueño en el que me veía a mi misma postrada ante la
majestad de Dios. A El no pude verle pero si oí
perfectamente su voz con mis oídos físicos, y
ahí me dí cuenta de lo cierta que es la Palabra
cuando describe su voz como "murmullo de muchas aguas" sus
palabras fueron: "Toda la tierra es
tuya"

Oí esas palabras tres veces y salí del
sueño. Lo llamo "sueño" porque no se como
describirlo, pero yo estaba totalmente despierta y consciente de
lo que me pasaba. Lo impactante y la señal de que aquello
solo era obra de Dios es que eran la 23.00 horas cuando
comenzó la visión que duró a penas unos
segundos, y cuando miré el reloj era la 01,00 de la
madrugada. En ese momento, como un impulso, cogí la Biblia
y leí Isaías 54. Al leer todo el capítulo mi
corazón lo acogió como una promesa que Dios me
hacía, y a lo largo de estos años me doy
cuenta  de como se está haciendo realidad y como Dios
cumple lo que promete. Todo lo que viví quedó
grabado en mi mente para siempre como quedó grabada la
vivencia que tuve con mis 12 años. Dios es una REALIDAD,
no es un invento, ni una religión, El existe y hace su
voluntad a pesar de quien quiera negarlo, es como negar la propia
existencia, porque "En El somos, nos movemos y existimos" y yo
puedo constatar que lo que dice en Isaías 54 está
ocurriendo en mi propia vida. Su misericordia ha sido siempre el
manto con el que ha cubierto mi desnudez como ser humano, su
perdón vino a mi como un río caudaloso que se
llevó mis pecados y mis errores, y como El me dijo de
niña, su sangre me ha cubierto, sus dolores se han llevado
los míos y su fuerza está manteniendo toda

mi existencia. No pudo conmigo ni la muerte
cuando me acechó, ni puede conmigo la enfermedad que me
acecha ahora, porque "cuando soy débil es cuando soy
fuerte" en sus fuerzas mi tristeza desaparece porque es cubierta
con el gozo de su vida en mi, y mi hambre de El es saciada porque
se ha acercado a mi y me ha abrazado con su compasión
("Pobrecita fatigada con tempestad, sin consuelo…"
Isaías. 54: 11) Viví tantos años encorsetada
en una religión que no me dejó desarrollarme, pero
ahora tengo libertad, El me ha hecho libre y me ha dado alas de
águila para poder elevarme en las alturas y dejar de
arrastrar los pies por el suelo, me conquistó de tal
manera que no he dejado de buscarle y cuando parece que ya le
tengo, El sube a lo más escarpado de la montaña y
me hace señas para que le siga, pero entonces me da "pies
de cierva" para ascender de prisa sin importar los
rasguños ni las contusiones, y llegar a la cima, y cuando
llegue, solo El sabe donde me llevará de nuevo.

Comencé a escribir estas memorias con
50 años y ya tengo 54. Deseo por el momento dejarlas
aquí, aunque creo que tendré que escribir otro
capítulo que ya he titulado "Cada vez más cerca", y
que acabaré cuando El me llame por última vez para
el encuentro definitivo.

Para ti, lector, unas palabras; Espero de todo corazón
que estas memorias te acerquen a El, es el mayor regalo que puedo
hacerte. Mi vida no ha sido ni es fácil, como no es
fácil la de nadie que decida seguirle de verdad, porque en
los caminos por los que quiere llevarte hay que dejarlo todo. La
vida, en general se lleva muchos jirones, pero la diferencia es
que cuando la inviertes en buscar a Dios, los jirones que te
arranca son tus heridas, tu pasado, tus defectos, tu pecado, tus
errores… y te los cambia por su propia vida en ti, de modo
que ya no eres tu, es "Cristo quien vive en ti", o como
decía Juan el Bautista: "Es necesario que yo mengüe
para que El crezca"

"Que Dios te bendiga y te guarde, haga resplandecer su Rostro
sobre ti, y tenga de ti misericordia, alce sobre ti su Rostro, y
ponga en ti paz"

 

 

Autor:

Virginia Ruiz Ríos

21-05-2004

Partes: 1, 2
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