Un nuevo episodio de discusión sobre la
clonación humana nos invade. Primero el uso de los
embriones humanos congelados con el fin de obtener células
madre embrionarias, segundo, el que asusta asegurando que
viene el lobo.
Lacadena, 2001.
INTRODUCCIÓN
Desde la enseñanza de las Ciencias se
viene reclamando ya hace algunas décadas una
orientación Ciencia–Tecnología–Sociedad (CTS
en lo sucesivo), basada en la formación de futuros
ciudadanos y en el acceso de todos a la información científica y
tecnológica. Este plan de trabajo
persigue la alfabetización científica y
tecnológica de la ciudadanía encaminada a promover una mayor
cultura
científica y tecnológica como base de posturas
informadas que faciliten la participación social en la
toma de
decisiones tecnocientíficas con incidencia social
(Acevedo et al. 2003; Acevedo et al. 2005; Gil y Vilches, 2005
y Martín, 2005).
El desarrollo
científico y tecnológico es una de los factores
más influyentes sobre la sociedad contemporánea. La
globalización mundial, polarizadora de la
riqueza y el poder,
sería impensable sin el avance de las fuerzas productivas
que la ciencia y
la tecnología han hecho posible los poderes
políticos y militares, la gestión
empresarial, los medios de
comunicación masiva, descansan sobre
pilares científicos y tecnológicos. También
la vida del ciudadano común está notablemente
influida por los avances tecnocientíficos.
La tecnociencia
es un asunto de la mayor importancia para la vida pública
y, sin embargo, por su carácter especializado y el lenguaje
esotérico al que recurre, su manejo suele estar en manos
de grupos
relativamente reducidos de expertos. Los expertos, además,
suelen serlo en campos muy específicos y pocas veces
tienen una visión global de una disciplina
científica y menos aún de la ciencia en su conjunto
(Núñez, 1999).
La ciencia-tecnología es una institución de la
sociedad, y el
conocimiento surge y cambia dentro de estructuras
sociales y no es ajeno a las implicaciones sociales y
éticas que toda actividad social comporta. Para entenderlo
resulta mucho más ilustrativo presentar un hecho que hoy
en día está en toda conversación y que va de
acuerdo con las inquietudes que nos despierta el siglo que ha
comenzado: la posibilidad de clonar humanos. La ciencia ha
desarrollado las técnicas
que lo hacen factible (Palazón, 2005).
La comunidad
científica lleva muchos años estudiando la idea de
obtener seres viables a partir de la clonación de células
somáticas o no sexuales (Ferrera, 2004).
El objetivo de
nuestro trabajo es emitir juicios sobre la ética
científica de la clonación y su impacto en la
sociedad.
DESARROLLO
La ética de la clonación desde una
perspectiva personalista.
El enjuiciamiento ético de la clonación exige en
primer lugar la comprensión del hecho en sí mismo.
Preguntarse si se respeta a la persona del
concebido, del clon, y si constituye una exigencia ética
de la humanidad aquella de conservar al hombre -al ser
humano- tal como la evolución le ha conducido, si han de
respetarse, en suma, su herencia genética y
su modelo de
reproducción sexual. También el
peligro para la vida del embrión y el riesgo de estas
experiencias de cambios genéticos deben ser sometidos a un
análisis responsable. Este abordaje revela
sin duda un a priori, una convicción de carácter
ético, aquella de que el embrión humano es persona
-personeidad- desde su inicio y que, como tal realidad personal, exige
su convocatoria en la negociación sobre su propia existencia.
Prevalece aquí un interés
individual sobre el interés colectivo en el caso de la
clonación (Ferrera, 2004).
Deberíamos saber que la Clonación según
Zimmer (2004) es el procedimiento
científico que consiste en tomar el material
genético de un organismo para obtener otro
idéntico, denominado clon. A través de la
clonación, no hay una unión de óvulos con
espermatozoides.
Valenzuela (2001a) Refiere que es una práctica de la
decisión humana, de cualquier ser vivo o de procesos
inanimados. Para esta ética, la mente es un proceso
materio-energético y la ética filosófica
aparece como la teoría
y praxis del
bien, dependiendo así, de la concepción de bien que
se tenga por las religiones o
ideologías. Para Aristóteles, el bien era el actuar
virtuoso; para Kant el actuar
autónomo; para Piaget la
autonomía moral; para
las religiones
semíticas (judaísmo, cristianismo e
islamismo) el amor a Dios
y al prójimo, para el hinduismo y budismo la
renuncia a todo deseo, para el materialismo
dialéctico la sociedad sin clases (Eliade et al., 1991).
Desde la ética científica, la ética
filosófica tiene un fondo religioso-ideológico
gnóstico Valenzuela (2001a), pues cree que
el ser humano alcanza el bien aplicando la reflexión, el
pensar o la razón. La ética científica
acepta todas estas creencias pues son cruciales en lo cognitivo y
valórico para el juicio o la toma de
decisión.
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