La maestra refuerza el sentido de
pertenencia, se hace cargo de aquel pueblo perdido olvidado por
las autoridades, se involucra con la comunidad. Y
todo ésto, con los riesgos que
implica (el desgaste psíquico y físico, por
ejemplo, que se traduce en el cura del pueblo
aconsejándole que se tome vacaciones) también forma
parte de la errancia.
Según Duschatzky una de las
características del maestro errante es su curiosidad
existencial. El maestro errante tiene una inquietud que lo lleva
a preguntarse por esos chicos. Muriel sospecha de los dolores de
muela de las hermanas Iparraguirre y las va a buscar a su casa,
se preocupa cuando sus alumnos se engripan y faltan a clase, se
pregunta por la continuación de los estudios de Teresa,
Matilde y Alberto.
La maestra errante de la novela
reflexiona: "¿Qué hubiera hecho yo, pobre Muriel,
en una escuela
(…) donde mi cometido terminara al terminar las seis y
cerrar la puerta de clase?"[8].
Evidentemente su cometido no tenía
límites
claros, límites que no sólo cuestionaban el espacio
físico u horario, si no que significaban un corrimiento
subjetivo. Se trataba de subirse a la bicicleta y recorrer cada
vez con mayor compromiso el terreno de los escolanos.
"Si bien el territorio de los maestros es -en principio- la
escuela, el territorio de los maestros errantes son los chicos.
Por eso mismo, su espacio de intervención no está
definido por las fronteras institucionales sino por los circuitos que
atraviesan los chicos. (…) El maestro errante tiene lugar
en la medida en que esté dispuesto a abandonar la escuela
para meterse en las cuevas de los
pibes".[9]
Freire añade unas bellas
palabras: "¡Los niños
están echando su alma afuera en
el recreo y las profesoras en la sala, ajenas a esta experiencia
humana existencial!".
Los maestros errantes realizan
actividades microscópicas que expresan una enorme
capacidad de afectación. El trabajo del
docente no representa reformas didácticas ni pretende
erigirse en la manera universal de actuar frente a las diferentes
situaciones que se suscitan: tiene poder por sus
efectos prácticos. No hay mejor ejemplo que el caso de
Teresa Iparraguirre (particular, concreto
-recordemos que de esto se trata la errancia, del aquí y
ahora, de enfrentarnos a problemáticas que no representan
totalidades si no ocasiones específicas).
Muriel resuelve por sus propios medios
(algunas llamadas y la ayuda de algunos contactos) que su alumna
pueda seguir estudiando. Otro punto para Muriel.
En este escenario caótico
formado de situaciones imprevistas Muriel es arrebatada por
momentos reflexivos en donde percibe un orden divino. Es capaz de
ver la disposición de Dios en su estadía en
Beirechea. Esto la lleva a recordar el evangelio. No por
casualidad el libro se llama
Cinco panes de cebada, el título hace ilusión a un
pasaje bíblico en el que Jesús realiza su milagro
más humano: repartir el pan en pedacitos. Dice
Monseñor Jaramillo: "No sólo se trata sólo
de pan sino también de amor.
Esta es una necesidad más profunda.
Es así como nos convertimos en testimonio del amor de
Dios para los demás". Muriel, que comienza a sentirse
parte del pueblo, en comunión con sus habitantes, realiza
su acto más divino: el de compartir, la práctica de
solidaridad que
se afianza en el día a día. Creando y recreando en
ella misma y en su lugar de trabajo
aquellas cualidades fundamentales que son las que permiten la
realización de los sueños, como diría
Paulo
Freire.
La historia de Muriel, como la
de los maestros errantes, los educadores populares y tantos
anónimos, no está privada de sentimentalismo. No
podría tener otro final que la imagen de una
mañana siguiente (con un futuro esposo, de propuestas
revolucionarias para la comunidad, que completa su designio):
"Sembraríamos cebada con nuestras manos. Sí,
cebada, porque de cebada eran los cinco panes que Cristo
multiplicó y queríamos que esa tierra nos
recordara siempre que todos tenemos algo que podemos dar, aunque
ese algo sea tan sólo unos insignificantes panes de
cebada"[10].
Autor:
Candi
[1] Baquedano, Lucía.
Cinco panes de cebada.
[2] Baquedano, Lucía.
[3] Freire, Paulo. El grito
manso.
[4] Baquedano, Lucía.
[5] Baquedano, Lucía.
[6] Arana, Natalia, Benetti,
Candela, Gonzalez, Giselle, Ruiz, Florencia, Mendez, Dolores.
Sobre pedagogía del aburrido.
[7] Freire, Paulo.
[8] Baquedano, Lucía.
[9] Duschatzky, Silvia. Maestros
errantes.
[10] Baquedano,
Lucía.
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