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Fantasía, magia, supersticiones y leyendas del mundo andino contemporáneo (página 2)



Partes: 1, 2

Basta con tener un poco de imaginación, y dejarse
llevar por los olores y claroscuros de sus calles, para poder recrear
el momento mismo de aquella fundación trascendental,
cuando Manco, tras apoyar su cetro de oro en lo que
hoy es la gran Plaza de Armas, lo vio
desaparecer, como absorbido por la Madre Tierra, en el
fangoso suelo del valle,
indicándole así el sitio exacto en donde levantar
la ciudad que fuera la capital de su
imperio. Así se lo había indicado el gran dios
Viracocha, a orillas del lago Titicaca, y así fue.

Pero junto a la escenografía quechua se yerguen,
vigilantes y orgullosos, los campanarios y torres de capillas e
iglesias, atiborradas de una riqueza barroca que ha sabido
controlar y emocionar, durante los últimos cuatrocientos
años, la espiritualidad y esperanza de los
cusqueños. Ellas, junto con las señoriales casonas
coloniales, son la otra cara del Cusco mestizo, la cara
híbrida de una ciudad que mezcló piedras y culturas
tan diferentes como la de incas y
españoles. Se ha dicho que todo el Cusco es un
símbolo urbanístico de la conquista
ibérica y, de alguna manera, es cierto. Caminar por sus
callejuelas, sorteando a los mil y un vendedores ambulantes, que
impregnan de olores indescifrables cada rincón empedrado,
es advertir la imposición de una cultura sobre
otra, de un olor sobre otro; porque no sólo son los adobes
pintados de blanco, las rejas y las tejas los que se
sobreimprimen a los basamentos de fría piedra incaica,
sino que son también las voces, las
comidas y la música las que nos
indican que estamos en una ciudad mitad española y mitad
incaica. Una por encima de la otra.

Cusco sigue siendo un centro sagrado para muchos. Nunca
perdió su prestigio; todo lo contrario, lo ha conservado
en su gente, en sus tradiciones y en el respeto que
todavía le guardan los campesinos que llegan a él.
Por ello, si uno es atento y para bien la oreja,
todavía puede escuchar el saludo que se le brinda a la
vieja capital imperial: "Napaykukuykim hatum K"osk"o"
("¡Oh, gran ciudad, yo te saludo!")
.

Repetí esa frase cuando, por cuarta vez, puse mis pies
en tierra cusqueña.

A 3.394 metros sobre el nivel del mar uno se siente
extraño. El aire se vuelve
insuficiente, las piernas pesan toneladas y a la agitación
exagerada, de caminar sólo una cuadra, se le suma un
punzante dolor de nuca. Poco es lo que hace el mate de coca, que
cortésmente ofrecen todos los hoteles a los inadaptados turistas. La planta
sagrada de los Andes se vuelve inoperante, y por más que
se tomen litros de aquella infusión quechua, los efectos
del soroche (el mal de las alturas) se dejarán
sentir durante, por lo menos, cuarenta y ocho horas.

Para nosotros, gringos, los inconvenientes del Cusco
los constituyen sus calles empinadas y el aire rarificado de la
gran altitud. Cualquier esfuerzo físico se traduce en un
latir apresurado del corazón y
en una respiración jadeante, entrecortada, que
obliga a detenerse a cada paso. Incluso el gusto de los
cigarrillos es distinto; supongo que eso se debe a que el
tabaco se
quema de diferente manera que al nivel del mar.

Por otra parte, el fumar se vuelve una tarea que implica
atención permanente, ya que al menor
descuido la brasa se apaga, dejándole a la boca un sabor
amargo, de consistencia pastosa y desagradable. Pero bastan dos
días para que el organismo se adapte a ese techo de
América, generando la cantidad necesaria de
glóbulos rojos que permiten oxigenar adecuadamente cada
centímetro cuadrado del cuerpo. Cuando el físico
entra en consonancia con la naturaleza
elevada de ese piso ecológico, recién ahí,
puede uno empezar a disfrutar plenamente de la maravillosa
ciudad.

El Qosqo supo tener en la antig-edad la forma de un puma, ya
que los incas no eran ajenos a la tradición del culto al
felino; animal mítico que encuentra sus más
profundas raíces en las primeras culturas del área
andina, como lo fueron Chavín de Huantar y Tiahuanaco. Y
aunque para los señores del Cusco el felino no fue tan
importante como en las dos culturas nombradas, el prestigio de la
ciudad se tradujo en una arquitectura, y
en una planificación urbanística, virtual y
sagrada que tuvo al puma como principal personaje. La capital
entera adquiría así un carácter simbólico, religioso y
mítico; una prueba más del arte monumental
de la América precolombina, y un evidente testimonio de
que nada era profano dentro de la cosmovisión incaica. Ni
siquiera el contorno de la gran urbe, o las montañas que
la rodeaban.

Efectivamente, todo el Cusco está cercado por Dioses.
Son los Apu, los Señores de las Montañas,
los espíritus protectores de los cerros que no faltan en
ninguna comunidad de
la región de la Sierra. A ellos se les rinde homenaje y
ceremonia; se los respeta y se les habla como a seres vivos. En
ocasiones reciben "pagos", es decir, ofrendas, para
que, en actos de dadivosa reciprocidad, les restituyan al
hombre devoto
sus actos de fe sincrética, con buenas cosechas,
fertilidad y generosa procreación de los ganados.

Cada Apu tiene jurisdicción sobre determinados espacios
y, como bien señala Jorge A. Flores Ochoa, "sus alcances
están en relación con su importancia
jerárquica, en cierto modo condicionadas por su
elevación con las cumbres circunvecinas"
[1]. En ellos, la
vieja y la nueva fe (la prehispánica y la católica)
entran en simbiosis, se mezclan, mostrando la clara resistencia y
continuidad de las creencias andinas. El culto a las alturas, tan
común entre los incas, se mantiene vivo, actuante; incluso
en la imaginería cristiana, que no dudó en
representar a la Virgen con el contorno piramidal de muchos
cerros[2]. Excelente táctica
para trasladar la fe aborigen de la antigua a la nueva religión.

Desde el Cusco es posible distinguir, por lo menos, cinco
grandes Apu, vigías permanentes de la egregia capital.

En primer lugar, y con dirección Norte, puede observarse el
imponente y blanco nevado de Salcantay. En segundo
término, y con orientación Sur, se levantan las
sagradas laderas del Apu Ausangate, en las que, anualmente, se
practica una de las peregrinaciones más caras a la fe
andina: la procesión al santuario del Señor de
Qoyllurit"i (el señor de las Nieves Resplandecientes).
Hacia el Este, el respetado Pachatusan, "El Sostén del
Universo", a
quien la gente de Cusco le rinde honores por tener fama de ser
sanador y curandero. Finalmente, a su lado, las sombras del Apu
Pikol y del Apu Anawarque terminan por darle al Qosqo la
prestigiosa seguridad que,
como Centro del Mundo, merecía y
merece[3].

A uno de estos Apu, pero de la región de Vilcabamba,
debimos dirigirnos nosotros, antes de iniciar la marcha. Para
ello era necesario recurrir a una persona que
tuviera la capacidad técnica y espiritual, de poder
comunicarse con esa clase de
espíritus. La encontramos en la figura de Don Salvador
Blas, un chamán cusqueño de reconocido
prestigio.

El chamanismo, tal como lo define Mircea Eliade, "es la
técnica del
éxtasis"[4]
por
medio de la cual una persona "elegida" posee la extraordinaria
facultad de comunicarse con los muertos, los "demonios" y los
"espíritus de la naturaleza", sin convertirse por ello en
un instrumento de los mismos. Haciendo uso del trance, el
chamán "vuela" hacia el otro mundo con el objeto de
encontrar en él las soluciones que
sus pacientes le requieren. Ser chamán implica superar
diferentes pruebas de
iniciación, que sólo una minoría determinada
logra concretizar con éxito
al alcanzar la mística de la religión
respectiva.

Este interesante fenómeno cultural y religioso ha
venido siendo estudiado desde hace décadas por importantes
antropólogos e historiadores de la religión, y hoy
estamos lejos de desechar las prácticas chamánicas
como costumbres primitivas e ignorantes, puesto que las mismas
encierran un riquísimo bagaje de información antropológica, que
permite entender cosmovisiones tan ancestrales como
vigentes[5].

En el Perú, y especialmente en la región de la
Sierra, los chamanes reciben el nombre de Pacos y a ellos
se acude para buscar salida a problemas tan
complejos como la cura de una enfermedad; un "daño";
el dolor de un amor no
correspondido o la necesidad de pedir permiso a un Apu para
practicar un acto determinado. Por todo ello, es común que
se empleen indistintamente los términos chamán,
curandero, hechicero o mago
, para hacer referencia a una
misma realidad cultural y social.

Los Pacos suelen utilizar ciertos instrumentos y
drogas para
facilitar el trance místico; de ahí que el uso de
tambores, sonajas y plantas
alucinógenas están directamente asociadas a la
práctica chamánica. Cada región tiene sus
propias técnicas,
con variaciones peculiares, frases y "encantamientos" que les son
propios. Existen chamanes poderosos y otros que no lo son tanto.
Los hay "buenos" y los hay "malos", pero todos, en definitiva,
encarnan (junto con sus acólitos y creyentes) una manera
de ver el mundo muy diferente a la que nosotros, los
occidentales, estamos acostumbrados. Y por ser diferente es
interesante.

Cuando nuestros contactos en el Cusco supieron que el objetivo a
alcanzar por la expedición eran las ruinas de Vilcabamba
"La Vieja", nos recomendaron consultar al paco.
Según ellos, era indispensable solicitar esa
autorización sobrenatural y, al mismo tiempo, rogar
la protección de los Apu que se levantaban a lo
largo de un camino que se nos anunciaba peligroso e imprevisible.
La idea nos resultó atractiva. Ver a un chamán
auténtico practicar sus esotéricos rituales no
había estado dentro
de nuestros planes iniciales. Al parecer, el permiso oficial que
nos diera el Instituto Nacional de Cultura del Cusco (INC) era
insuficiente. La región de Vilcabamba, con todas sus
ruinas, eran consideradas huaca, por lo tanto, era preciso
ganarse la voluntad no sólo de los funcionarios del
gobierno, sino
también de las etéreas entidades que, según
los cusqueños, protegen el valle.

Desde la época de la conquista del Perú (siglo
XVI), los cronistas españoles registraron la vigencia del
concepto,
todavía muy extendido y vivo, de huaca.
Según el historiador norteamericano Burr Brundage, que es
quien proporciona una de las mejores síntesis
de este concepto:

"Una huaca era al mismo tiempo una localización de
poder y el poder mismo residente en un objeto, una
montaña, un sepulcro, una momia ancestral, una ciudad
ceremonial, un templo, un árbol sagrado, una cueva, un
manantial o un lago de origen, un río o una piedra
vertical, la estatua de una deidad o una plaza venerada o un
trecho donde se llevaban a cabo festividades o donde vivía
un gran hombre. El poder que permitía a los artesanos
dotados producir curiosas piezas de trabajo en oro
o tapicería fina, o ricas telas teñidas, y
así sucesivamente, era también huaca. La coca, la
hoja narcótica de la montaña, era huaca"
[6].

Aunque hoy en día el término suele asociarse
exclusivamente a las ruinas de los monumentos incas, el concepto
es tan amplio que, siguiendo a la especialista peruana
María Rostworowski, podemos darle a la palabra
huaca el abarcativo sentido de lo sagrado, que
contenía una variedad muy alta de significados, ya que en
el ámbito andino lo sagrado envolvía el
mundo y le comunicaba una dimensión y profundidad muy
particular[7].

Los valles de los ríos Vilcabamba (antes Vitcos) y
Pampaconas poseían esas connotaciones particulares; y el
hecho mismo de que Vilcabamba signifique la "Pampa
Sagrada"
nos obligaba, de alguna manera, a comulgar con esas
creencias.

   Pero nuestra situación se hacía
aún más compleja.

El corredor, selvático y montañoso, que conduce
al lugar en donde están emplazadas las ruinas de la
última capital inca del exilio, es considerado como parte
del camino que lleva hacia el perdido Paititi; que es, de todas
las huacas reales e imaginarias del Perú, la más
importante. Por tal motivo, y con el fin de no ser considerados
por nuestros porteadores y amigos como impertinentes gringos
sacrílegos, convenimos visitar a don Salvador, el
chamán, y respetar los pasos que, obligatoriamente,
debían seguirse antes de tratar con espacios sacros.

Y fue uno de esos amigos del Cusco, el Ingeniero Enrique
Palomino Díaz (conocido proyectista e historiador de la
ciudad), el que, no sólo nos presentara al Paco, sino
confirmara lo antes señalado cuando, con su natural tono
ceremonial, nos dijo:

"Lo cierto es que se cree que la región de
Espíritu Pampa [nombre que actualmente reciben las ruinas
de Vilcabamba "La Vieja"] es una de las entradas hacia el Gran
Paititi. Siguiendo el eje que va de Vitcos a Huancacalle y de San
Francisco al río Pampaconas, hacia el fondo, en la
quebrada, se piensa que, con toda seguridad, hay una ciudadela
que todavía no está a la vista.

Lo real es que muchos investigadores independientes,
aislados, han estado en la zona, pero no han dado a conocer sus
investigaciones, se entiende que por estrategia.
Todavía hay mucho que rebanar por ahí"
[8].

Eran cerca de las siete de la tarde cuando tomamos el taxi que
nos condujo hasta el barrio de San Sebastián, a las
afueras del Cusco. El dios sol se ocultaba detrás de los
cerros y, para cuando llegamos a destino, ya era de noche. Todo
el barrio estaba sumido en penumbras, siendo las luces de los
cafés y picanterías la única claridad que
permitía ver y sortear los pozos de la calle. Caminamos
hasta el frente de una humilde casa, muy baja, y golpeamos la
puerta.

No sé qué es lo esperábamos encontrar,
pero cuando la estampa menuda de Don Salvador Blas se
recortó en el marco de la entrada no nos produjo ninguna
sensación especial. Era un hombre bajo, de edad indefinida
(aunque sospecho que rondaba entre los cincuenta y cincuenta y
cinco años), pómulos prominentes, ojos oscuros muy
chicos y una nariz aguileña que anunciaba a las claras sus
raíces cusqueñas. Nos invitó a pasar.

La recepción era un cuarto aún más
humilde que el frente de la casa. Pintado de celeste claro y con
dos largos bancos de
madera
colocados sobre las paredes. En uno de ellos se encontraba una
"cholita" (mestiza) con su pequeño hijo en brazos,
llorando a moco tendido. Apenas levantó la vista cuando
ingresamos y en ningún momento posterior se animó a
mirarnos directamente a los ojos.

El "Maestro", como lo llamaba Enrique, pidió que lo
esperáramos y desapareció tras una enclenque
puertecita de madera que daba a una reducida cabina: su
consultorio. Estaba curando a alguien. Seguramente, ese
bebé que lloraba delante de mí también
estaba enfermo. Viendo esa situación, tan ajena a mis
convicciones, confieso que me fue muy difícil reprimir los
juicios de valor. Mi fe
en la medicina
clásica no encajaba con la fe que guiaba la esperanza de
esa mujer que
tenía delante de mí. No podía imaginarme
llevando a mis hijos a un chamán, y confiándole a
un "brujo" la salud de ellos. Pero
bastaron pocos segundos para reconocer que el problema era
esencialmente cultural. En ese cuarto del barrio de San
Sebastián los que se enfrentaban no eran sólo
bancas de madera, eran dos culturas distintas, y lo más
interesante es que ninguna era mejor o superior que la otra.

Pasados unos minutos, Don Salvador nos invitó a
ingresar en la "cabina".

Ese reducido espacio (en el que apenas entrábamos los
cinco) era la materialización misma del sincretismo
religioso que se operó en el Perú desde la llegada
de los conquistadores y catequistas españoles. Objetos de
"poder" aborígenes se mezclaban con estampitas e
imaginería cristiana. Lo pagano y lo católico
convivían sin conflicto.
Junto a una lámina de San Jorge matando al dragón
se apoyaba una conopa (ídolo de piedra,
generalmente con la forma de una llama, que permite invocar a las
fuerzas de la fertilidad) y a los rezos cristianos se les
adosaban los pedidos (en quechua) a los espíritus de las
montañas.

Los chamanes quechuas, como Don Salvador, son los herederos de
una dilatada tradición en la que se sostiene que ellos son
capaces de efectuar magia blanca y magia negra indistintamente, y
son también adivinos y curanderos. Los quechuas distinguen
entre chamanes superiores, llamados alto mesayoc (o
altomesa)
, y chamanes inferiores, llamados pampa mesayoc
(o pampamesa).
La diferencia esencial entre ellos reside en
su relación con los espíritus. El altomesa
puede conversar con los Apu, que son su medio principal de
adivinación; mientras que el pampamesa sólo
es guiado, por tener un poder menor. El término
Paco (o paqo) es un título genérico que no
toma en cuenta su poder y
especialidad[9].

Don Salvador era, técnicamente hablando, un poderoso
altomesa.

Una vez sentados frente a la mesa, y hechas las presentaciones
formales, nos preguntó qué buscábamos
allí. Le comunicamos brevemente nuestros objetivos
exploratorios y, tras moler una serie de productos en
una vasija de cerámica e invocar a la Virgen
María, apagó todas las luces. Era la boca de un
lobo. No se podía ver absolutamente nada. La
situación se empezaba a poner interesante.

En eso, un repentino fogonazo iluminó todo el lugar.
Recuerdo que alcancé a ver al Paco manipular la
vasija antes nombrada. Pero fue sólo una décima de
segundo; sólo una silueta desdibujada en medio de la total
oscuridad. "Pólvora", pensé, "era pólvora lo
que molía". No me equivoqué, al rato, el
inconfundible olor a esa materia
inflamable impregnó la cabina. Fue recién entonces
cuando nos obligó a que lo siguiéramos con unos
rezos (el Ave María y parte del Padre Nuestro). Nuestras
voces retumbaban contra las débiles paredes de madera, y
de pronto, sin preverlo, se escuchó un prolongado silbido,
agudo y penetrante. Sin darnos tiempo a analizar ese sonido, sentimos
sobre nuestras cabezas (muy cerca de ellas) el furioso aletear de
lo que parecía ser un pájaro. El sobresalto fue
mayúsculo y todos nos agachamos temiendo que ese "algo"
nos lastimara. Recuerdo que pensé: "Se nos metió
una paloma en el consultorio". Pero no había, ni hubo
nunca un ave de ese tipo (al menos que nosotros hayamos visto).
Inmediatamente después del "aleteo" el chamán
habló.

Su voz no sonaba como la que tenía normalmente. Era
más fina y entrecortada (como si muchas palabras las
dijera tosiendo). Cuando nos dio la bienvenida advertimos
que ya no hablábamos con don Salvador, sino con el Apu
Espíritu Pampa.

Según los estudiosos del chamanismo andino,
estábamos presenciando (mejor dicho, escuchando, porque no
se podía ver nada) uno de los momentos más
relevantes del ritual: el del "vuelo mágico". En
él, el altomesa, liberado de la materia, asciende
hasta reinos de
conocimiento y
de visión que están fuera del alcance de la persona
no iniciada. Ese viaje en espíritu es lo que generalmente
se denomina vuelo y lo que permite que el chamán se
vuelva igual que los Apu, o que el espíritu de un muerto,
que también tiene la capacidad de
convocar[10]. Son estas
transformaciones las que le dan a un chamán su más
alta reputación; son las que marcan su calidad.

Por lo tanto, para esa ajena cosmovisión, quien estaba
delante de nosotros no era Don Salvador. él se encontraba
muy lejos del Cusco, en la cordillera de Vilcabamba,
contactándose con el Apu que, en pocos días
más, nosotros conoceríamos. Pero esta subjetiva
experiencia que estábamos viviendo no era nueva; ya
había sido advertida a mediados del siglo XVI por
funcionarios del Cusco colonial, como por ejemplo el corregidor y
licenciado Juan Polo de Ondegardo, quien escribió:

"Entre los indios había otra clase de brujos,
tolerados por los incas hasta cierto punto, que son como
hechiceros. Ellos toman la forma que quieren y viajan a una gran
distancia por el aire en poco tiempo; y ven lo que está
pasando, hablan con el diablo, que les contesta en ciertas
rocas, o en otras
cosas que ellos veneran muchísimo. Sirven como adivinos y
dicen lo que sucede en lugares remotos antes de que las noticias
lleguen o puedan
llegar"[11].

El "mensaje" que Don Salvador nos trasmitiera fue más
bien breve; y como tuve la impertinencia de grabarlo
subrepticiamente, lo transcribo a continuación:

"Bienvenidos, bienvenidos. ¿Para qué me han
hecho llamar? Si, para el viaje, lo sé…sean bienvenidos.
Yo los voy a recibir con todo cariño y amor. Muy bien,
todo va a ir bien. Yo los protegeré, tanto de ida como de
vuelta por pedir permiso. Pero es posible que hagan otro viaje al
Perú para llegar a la zona del Paititi. Sí, es
posible, pero tienen que llevar bastante pago, no es por
así llegar allá. Tienen que llevar bastante pago.
Sí pueden ir, yo los estaré aguardando
allá.

(Pregunta: ¿Usted conoce la puerta hacia el Gran
Paititi?).

¡Claro! Es una zona a la que hay que entrar por
quebrada. Sí, es por la puerta de la salida del sol, por
Paucartambo. Yo he entrado. Hay cosas muy buenas, pero hay que
tener mucho coraje para ir allí, porque ahí los
nativos no dejan entrar; ni tampoco te pueden contar cómo
es ni a dónde es.

(Pregunta: ¿Qué nativos?).

 Los chunchos, pues. Pero también hay
otra entrada por Quillabamba, por donde ustedes van a ir. Pero
también hay guardianes. Allí los guardianes son
víboras. Ahí no dejan pasar las víboras. Hay
una catarata y por ahí hay que pasar, pero están
las víboras. Se necesita un gran pago. Sí, de
ahí salen cáscaras de plátanos,
cáscaras de naranja y demás desperdicios.
¿Por qué? Porque ahí existen los incas.
Más adentro, en la selva, del otro lado, hay gente y son
incas"[12].

Una vez más, la leyenda del Paititi impactaba en
nuestros oídos y en el sitio menos pensado. La voz de
chamán se unía, así, a las voces del
imaginario colectivo arrastrándonos hacia una selva que,
desde hacía siglos, escondía mucho más que
animales y
sociedades
extrañas.

Dejamos la casa del altomesa con más dudas y
suspicacias que respuestas ciertas. No pertenecíamos a ese
mundo; y el corto abordaje hecho en él nos revelaba mucho
acerca de la importancia de la creencia. Habíamos
intentado abrir un poco nuestras mentes a experiencias fuera de
lo común, pero sólo conseguimos crear una angosta
rendija, aunque lo suficientemente profunda como para permitir
que nos introdujéramos en una realidad mágica de
leyendas y
mitos.

EL ORO MALDITO

Muchas personas arrastradas por un excesivo espíritu de
resistencia, siguen afirmando que el Paititi no es una ciudad
muerta, sino un centro urbano que todavía congrega a una
importante comunidad de incas vivientes que, protegidos por la
selva, han podido resguardar sus costumbres, rituales y creencias
de un modo intacto. Un Mundo Perdido. Tal como nos lo describiera
Don Salvador, el chamán.

Además, en la zona de Chinchero y Urubamba (muy
cercanas al Cusco), o la región del valle San
Miguel-Kiteni (al norte de Quillabamba, en plena selva tropical),
los aborígenes creen que el Paititi es el verdadero
refugio de los últimos incas y que aún están
escondidos en la selva. Incluso, sostienen que algunos de ellos
se han podido comunicar con las gentes del Paititi, aunque no
conocen el sitio donde está.

Mientras nosotros encaminábamos nuestras botas hacia
las ruinas Vilcabamba "La Vieja" pudimos colectar variadas
versiones sobre el tema, y en todas ellas advertimos dos
denominadores comunes: uno, es el temor que el Paititi despierta;
y dos, el respeto y admiración que se siente por algo que,
hasta ahora, es sólo un nombre.

En cierta oportunidad nuestro guía, Francisco "Pancho"
Cobos Umeres (natural del valle del Vilcabamba y gran conocedor
de la zona) nos relató:

"Según la narración de muchos moradores del
valle, el Paititi es una ciudad perdida bajo tierra [nueva
versión] que está encantada, en las altas
montañas del Kiteni-San Miguel; y mucha gente cuenta que
han llegado, pero apenas están arribando empieza a cambiar
el clima, se nubla,
comienza a llover… Y también hay muchas víboras
en el camino. Pero, así todo, hay personas que han
entrado, que lograron traspasar la primer puerta, que es muy
linda, hermosa, de piedras finísimas. Adentro es todo un
edificio como un palacio, una vivienda inca. Y es muy
difícil penetrar porque está lleno de serpientes y
víboras venenosas. La gente que ha retornado de ese lugar
ha sido picada. Esta es la historia que cuentan muchas
personas sobre el Paititi, la ciudad perdida. Yo todo esto lo
sé a través de hechos verbales, de historias
contadas por mis familiares, abuelos y tatarabuelos que han
conocido este lugar (Vilcabamba) y son moradores desde el 1700.
Mi abuelo era de los 1800. Ellos me contaron todas estas
historias." [13]

Los elementos y las alimañas parecen proteger al
Paititi. Al respecto quisiera transcribir la charla mantenida en
Lucma con un abnegado profesor rural
(Samuel), en la que se condensan muchas de las creencias
populares que guardan relación con la legendaria
ciudad.

"Los hombres y mujeres del lugar no se acercan a las ruinas
que están en la selva. Les temen a los aukis
[espíritus]. Les pueden agarrar una enfermedad si el auki
se enoja. Y si van a las montañas, comienza a llover; y
esto sí es un problema porque sus ganados empiezan a
desbarrancarse y mueren.

(Pregunta: ¿No se puede solucionar el tema con
"pagos"?).

Claro, con "pagos" sí. Pero hay que "pagar" a
la tierra
delante de ellos [se refiere a los campesinos], sino no le
creen.

(Pregunta: Es decir, que temen meterse en esos
lugares…).

Sí, mucho. Difícil se atreven.

(Pregunta: En lo que respecta a religión, son
católicos, ¿verdad?).

Sí, la religión es católica, Con poca
"mezcla", muy poca… bueno, quizás en estos
últimos años… pero no tanto. Todos son
católicos. Aquí se vienen haciendo las fiestas
patronales, el culto a los santos, los cargos, etc…

(Pregunta: ¿Se han encontrado momias por la
zona?).

No, por aquí no. Pero, justamente, yo mismo estoy
inquieto sobre dónde han podido enterrar los incas sus
restos en Vilcabamba [se refiere al valle y no a las ruinas de
Espíritu Pampa]. No creo que los hayan tirado a una laguna
o al río, debe haber una zona donde han podido enterrar, y
debe existir aquí en Vilcabamba… ¡Pero tan
oculta!…

(Pregunta: Y sobre Wilkapampa La Grande o el Paititi,
¿nunca hablaste con los hombres mayores sobre
ellas?).

Si hablamos, pero ellos desvían el tema, Dicen que
si vas a esas tierras mueres. Por eso no se entra, casi. Yo tuve
la oportunidad de hablar con dos personas sobre eso. Me contaron
que sus tíos, o abuelos, iban a buscar ruinas.
Tenían que pasar por montañas y pantanos. Y fue
ahí donde uno de ellos murió, se ahogó. Del
miedo se rehusaron a volver, y hoy día no se atreven a
buscar la Wilkapampa La Grande o el Paititi. Es zona
prohibida.

(Pregunta: ¿Prohibida?, ¿Por
quién?…).

Los protectores serían los pantanos, las
víboras, el rayo, el trueno, la granizada y la lluvia.
ésos son los protectores.

(Pregunta: ¿Y vos que opinás de todo
eso?).

Yo creo que si hubo esto. Si, hubo… hay. Es que nuestros
conquistadores no quisieron avisarlo, y los abuelos nos han
dicho: "Nunca avisen a nadie". Y eso quedó para siempre:
no contar a nadie.

(Pregunta: ¿Crees que la gente de la zona [Lucma,
valle del río Vilcabamba] sostenga que haya incas
escondidos por aquí?).

¿Incas?…No. Sólo ruinas, restos. Esos si
que han quedado ocultos. Hay mucha riqueza oculta…

(Pregunta: ¿Qué podés decirme acerca
de los "tapados" [tesoros] en la región?).

Eso existe aquí. ¡Claro!…Aquí existe
en cantidad. Si tu te quedas unos días verás que
hay llamas que arden en la montaña. Cuando arde una llama,
hay riqueza oculta debajo. Si no es riqueza de la conquista, que
han ocultado los mismos españoles, son los incas los que
la ocultaron para no dársela.

(Pregunta: ¿Conocés a alguien que haya
descubierto un "tapado"?).

No han descubierto… ¡Han sacado! ¡Han sacado
pequeñas riquezas! Por eso muchos se fueron. En algunos
casos porque los vecinos los han amonestado diciéndoles:
"Si otra vez sacas, ¡mueres!"…Pero, ¡si han dejado
tantos tapados los españoles!…Contaminados, claro… Los
han dejado siempre con algo. El Inca ha sido inteligente: "Quien
saca, muere", dicen. "Quien toque eso va a morir". Y eso sucede
con muchos. Muchos aquí mueren… los que sacan. Se dice:
"Sacó el tapado, por eso se murió sin disfrutar las
riquezas". Todo esto, aquí, es natural. Quien tiene suerte
saca. Quien no tiene suerte muere.

(Pregunta: Esos fuegos que se ven arder, ¿se
observan sólo en las montañas? ¿Se
relacionan sólo con el Paititi?).

No. Podemos tenerlos en cualquier lugar; en las
montañas también o aquí en esta zona
[señalo un amplio llano]. Hay bastante riqueza
aquí. El Paititi, o Espíritu Pampa deben estar
llenos de oro."[14]

Este interesante fragmento de la conversación corrobora
la vigencia de una larga tradición, seguramente venida de
Europa y mezclada
con elementos propios del mundo prehispánico. En el Viejo
Mundo los tesoros escondidos eran custodiados por dragones o
serpientes con garras y alas, grifos (mitad águila y mitad
león), monstruos varios, espíritus o demonios.
Común en España,
estas creencias tenían también en el fuego, la
llamas y llamaradas de los lugares altos, a verdaderos faros que
revelaban la existencia de tesoros enterrados. En América
del Sur, especialmente en las regiones andinas, las riquezas
ocultas tienen centinelas de fuego, que son los que
constantemente señalan el sitio de tesoros escondidos y
encantados[15].

Como escribió Daniel Granada:

"Todo lugar que ofrezca alguna particularidad
extraña o sorprendente, que infunda pavor o recelo, todo
lugar donde en forma alguna se manifieste el movimiento de
la vida de la naturaleza y que sea poco frecuentado o menos
accesible […], despierta en el alma del
hombre […] la idea de misterio. De ahí nace el encanto
del que, juntamente con la imaginación, nacen los diversos
fantasmas que
pueblan y acompañan a cerros, cavernas, ruinas, selvas,
montes y
lagunas."[16]

Pero en el caso del Paititi , sus protectores no
sólo son serpientes venenosas, truenos o rayos. Como ya
hemos mencionado anteriormente, se dice que tribus
salvajes impiden el ingreso al perímetros de la ciudad
(?). Algunas de ellas tienen una existencia comprobada, otras son
de carácter tal elusivo como las ruinas que protegen. En
este último rubro se ubican los Paco-pacoris.

Nos comentaron en el Cusco:

"Cuando los incas se internaron a todas esas zonas 
llevaron a sus mejores guerreros y la selva los ha ido mestizando
con las comunidades nativas, y al final se han transformado en
chunchos. Ellos son ahora los celosos guardianes de las
ciudadelas. Hoy se habla de los machiguengas, de los
huachipaires, de los paco-pacoris, de los piros y otras tribus
más de la zona de la meseta de Pantiacolla. Los
Paco-pacoris son los directos (hasta donde la tradición
informa) guardianes de las principales ciudadelas incas que han
quedado en la selva. Ellos han sido escogidos por ser los
más leales guardianes de los incas.

Los incas eran hombres corpulentos. Se habla de soldados de
2,20 metros, de 2,10 metros… y esos eran los paco-pacoris. Eran
los "comandos del
inca", y han sido los que estuvieron en primera fila en la ida a
la selva. Y ellos serían los encargados, los celosos
guardianes, de las entradas a las ciudadelas.

(Pregunta: ¿Y se los ve seguido?).

Se tiene unas tres o cuatro referencias de personas de todo
crédito, en las que han hecho
alusión a la crueldad y también a la severidad de
estos Paco-pacoris. Los testigos son gente que están
ligada a la ceja de selva cercana al Cusco, pero hay otra
versión aislada, casi segura, que los ubican por la zona
de Riberalta (Bolivia).No
aceptan intrusos. No aceptan exploradores."
[17]

Debo confesar que el comentario nos dejó un tanto
intranquilos, máxime si tenemos en consideración
que otra versión sostenía que los Paco-pacoris eran
los "fieros cuidantes de las ruinas de
Vilcabamba
"[18].

En síntesis, se podría decir que, con o sin oro,
alimañas o indios protectores, la tradición oral le
da al Paititi dos posibilidades: la primera (más lógica
y posible), que sea uno o varios yacimientos arqueológicos
(ruinas) perdidos en la selva; y la segunda (más
imaginaria, pero con una fuerte dosis inconsciente de
resistencia), que sea una ciudad en la se conservan los
auténticos incas descendientes del viejo Tahuantinsuyu,
esperando el momento adecuado para reeditar el perdido
esplendor.

 

 

 

 

 

Autor:

Fernando Jorge Soto Roland

Profesor en Historia

OCTUBRE 2008

* Imperio de los Incas.

[1] Flores Ochoa, Jorge A.,
"Taytacha Qoylluriti. El Cristo de la Nieve
resplandeciente",
en El Cuzco. Resistencia y
continuidad
, Editorial Andina SRL. , Cusco, Perú,
1990, pág. 74.

[2] Caunedo Madrigal, Silvia,
"De las Hijas del Sol a las Vírgenes Criollas", en
Las Entrañas mágicas de
América,
Editorial Plural, Barcelona,
España, 1992, pp. 93-105.

[3] Palomino Díaz,
Enrique, Qosqo, Centro del Mundo, Imprenta
Yáñez, Cusco, Perú, 1993, pág.
19.

[4] Eliade, Mircea, El
Chamanismo y las Técnicas Arcaicas del
éxtasis
, Fondo de Cultura Económica,
México,
edición
1982, pág. 22.

[5] Véase: Sharon,
Douglas, El Chamán de los Cuatro Vientos,
Editorial Siglo XXI, México, 1978.

[6] Brundage, Burr C.,
Empire of the Inca, Norman
, Ok. , Oklahoma University
Press, 1963, pág. 47.

[7] Rostworowski, María,
Estructuras Andinas del Poder. Ideología religiosa y
Política
, IEP, Instituto de estudios Peruanos,
Lima, Perú, 3º edición 1983, pp. 9-10.

[8] Testimonio oral recogido en
la ciudad de Cusco de boca del ingeniero Enrique Palomino
Díaz. Archivo personal del
autor.

[9] Véase:
Núñez del Prado, Juan Víctor, "El Mundo
Sobrenatural de los quechuas del sur del Perú a
través de la comunidad de Qotobamaba"
,
Allpanchis Phuturinqa, 2, 1970,pp. 57-119. –
Véase también: Gow, Rosalind y Bernabé
Condori, 1975, Kay Pacha, Editorial de Cultura
Andina, Cusco.

[10] Véase: Eliade, M.,
op.cit. pp.101-102.

[11] Polo de Ondegardo, Juan,
1916, "Los Cerros y supersticiones de los indios sacados del
tratado y averiguaciones que hizo el licenciado Polo",
Colección de libros y
documentos
referentes a la historia del Perú
, editado por
Horacio H. Urteaga y Carlos A. Romero, primera serie, vol.3,
pp3-43, Lima, Perú.

[12] Testimonio oral recogido en
una sesión chamánica en la ciudad de Cusco de boca
del Altomesa Don Salvador Blas. Julio de 1998. Archivo del
autor.

[13] Testimonio oral recogido de
boca del guía y baquiano local Francisco Cobos Umeres.
Archivo del autor.

[14] Testimonio oral recogido en
el poblado de Lucma de boca del profesor a cargo de la
pequeña escuelita rural del sitio. Archivo del autor.

NOTA: Como hemos dicho en un párrafo
anterior, la obsesión por los tesoros
perdidos es un hecho cotidiano en varias regiones del
Perú. Nuestro guía, Pancho Cobos, nos
explicó bien cómo se destapan los tapados:"La
gente, especialmente en la montaña y en la selva,
todavía vive con la aspiración de querer encontrar
un tesoro, porque estamos en lugares incaicos, y los incas
dejaron todas las riquezas en estos sitios. Entonces, si se
quiere oro, hay que salir a medianoche e intentar ver, en
algún lugar, como se encienden llamas de fuego, que no son
otra cosa que el antimonio del oro, del tesoro. Entonces hay que
tratar de ubicar el lugar exacto en donde se ve la luz, y al
día siguiente se va a excavar, a huaquear. Y si tienen
suerte y lo encuentran, para que todo salga bien, se debe 
hacer un "pago" a esa tierra: bien se agarra un animalito, un
perrito, un gatito y lo sacrifican. Pero, y esto es
verídico mi Jefe, algunos se llevan un peón, al
campesino
más cholo y, después de que éste los ayuda a
sacar el tesoro, para que la fortuna sea bien recibida, el "pago"
lo hacen con el peón. Lo entierran vivo". (
Estos
relatos los he podido escuchar tanto en la costa como en la
sierra peruana). Archivo del autor.

[15] Granada, Daniel,
Supersticiones del Río de la Plata,
Editorial Guillermo Kraft Ltd., Buenos Aires,
primera edición de 1896, pp. 97-99.

[16] Granada, D. Op.cit.,
pág. 139.

[17] Testimonio recogido de boca
del ingeniero Enrique Palomino Díaz en Cusco. Julio de
1998. Archivo del autor.

[18] Neuenschwander Landa, C.,
Paititi en las brumas de la historia. pág.
40.

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