El término, fue acuñado por el entomólogo
de la Universidad de
Harvard, E. O. Wilson, quien al publicar, en el 1975, su famoso
libro,
Sociobiology…, introdujo al mundo de la ciencia los
avances teóricos, que hasta entonces, al respecto,
existieran.
Un aspecto de lo que Wilson comunicara entonces, y que
llamaría mucha atención desde su introducción, fue la importancia del
estudio del fenómeno colateral del altruismo animal, el
cual, hasta el momento, permaneciera poco entendido y durmiente,
en la desidia provista por la ciencia de la
biología
evolutiva de entonces, a cuyo campo perteneciera.
El altruismo
El altruismo animal, por su parte, hoy se define como
cualquier acción
que hace que un recipiente de la misma, mejore sus chances de
supervivencia, mientras que, a la vez, reduce las posibilidades
del éxito
reproductivo del otorgante.
En otras palabras, quien confiere, al dispensar, renuncia a
algo muy importante: Disipa la oportunidad de reproducirse y de
pasar sus genes a generaciones futuras.
Representación artística de la
mente
Con esta definición, parece que se contradice el
propósito establecido para el rol de la selección
natural, ya que se considera que esta última brega
solamente para lograr el éxito reproductivo, garantizando
el proceso de
pasar los genes propios a generaciones futuras. Por la
razón expresada, parecería que el altruismo no pudo
haber evolucionado para beneficiar otros al detrimento propio.
Sin embargo y, a pesar de este razonamiento, el altruismo hacia
otros existe, y parece ser fenómeno muy generalizado.
éste se evidencia observando desde el cuidado esmerado que
los progenitores dedican a sus críos, hasta la abnegada
devoción que las hormigas obreras dedican a sus colonias
— lo que nos impide pensar que es concepto
ilusorio.
Aquí omitiremos el sacrificio heroico de quienes
ofrendan sus vidas, en el campo de batalla, para lograr preservar
las vidas de otros.
Entonces. Estamos de acuerdo, con que el altruismo existe —
de ello, no cabe duda. Pero, ¿cuál es la
razón para su existencia?
Veamos explicaciones posibles
En las etapas tempranas de la difusión de este
concepto, se ofrecieron dos hipótesis para solventar el problema. La
primera explicación fue llamada "la
selección del parentesco" (kin
selection), propuesta en el 1964 por W. D. Hamilton, quien
razonara que la transmisión de los genes no
dependía solo en sus efectos en el éxito
reproductivo del animal que los pasaba, sino que asimismo
estribaba en el efecto positivo que ejerciera en los familiares
próximos del mismo individuo, ya
que éstos acarrean los mismos genes. En consecuencia, un
gen cuya acción le causara a su dueño la
posibilidad de costarle la vida para salvar las de varios
parientes — cada quien de entre ellos teniendo un chance del
50% de acarrear el mismo gen — se propagaría
rápidamente en la población, aun, si como secuela, este acto
le causara a quien lo acarrea, la posibilidad de morir sin
haberse reproducido — concluyendo con la realización de
que genes pueden extenderse ayudando a que se produzcan copias de
ellos mismos en los cuerpos de familiares consanguíneos.
(Véanse mis artículos acerca de las acciones de la
epigénesis).
¿Programa
genético o epigenético?
Pero existían limitaciones en esta
explicación
La teoría,
que Hamilton avanzara, explicaba el altruismo en individuos que
estaban relacionados estrechamente, pero no contribuía en
nada al entendimiento de la existencia del mismo entre individuos
que no son miembros de la misma familia, donde
sabemos que también se manifiesta.
He aquí donde entra la segunda conjetura propuesta para
explicar este fenómeno.
En el 1971 Robert Travis, planteó la noción de
que el altruismo puede ser una actitud
facticia, ya que al final resulta ser no más que un
intercambio mutuo de favores bilaterales. Trivers lo llamó
"altruismo recíproco" y argumentó que la
apariencia de generosidad es debido a que la
compensación no es siempre inmediata y por lo tanto, no
aparenta ser palmaria.
Por ejemplo, un murciélago vampiro puede compartir
parte de su comida con un compañero hambriento, en una
ocasión determinada, sin evidencia de recompensa
inmediata, pero solamente lo hace porque espera que en el futuro,
este favor sea devuelto.
Las teorías
de la selección del parentesco y la del altruismo
recíproco han desencadenado mucha investigación importante en el área
del comportamiento
animal. Sin embargo, cuando los resultados obtenidos por estas
indagaciones se aplican al proceder humano, muchas controversias
se despiertan.
Tomemos el caso del concepto original de la
Sociobiología avanzado por Wilson. Este último
provocó un torrente de críticas acerbas cuando su
libro famoso se publicara. Wilson dedicó en su volumen solo un
pequeño capítulo a consideraciones del comportamiento
humano, pero, el debate que, a
pesar de ello, esto desencadenara enfocó exclusivamente en
la posibilidad de poder aplicar
las formulaciones sociobiológicas a los seres humanos. Los
científicos dedicados a las ciencias
sociales, en especial, objetaron a estas especulaciones
argumentando que éstas no hacían justicia a la
enorme y rica variabilidad de los comportamientos culturales y
artísticos de nuestro género.
La disputa por Jan Steen
En otras palabras que aunque seamos animales iguales
a los demás. Que en nuestro caso único, parece que,
como animales iguales, somos más iguales que
los demás.
Cuando las polémicas desatadas se calmaron y los
frenéticos representantes de la ciencia retornaron a su
juicio, todos aceptaron, de una u otra forma, aunque, a
regañadientes, el nacimiento de una nueva disciplina,
ahora conocida como la "psicología evolucionista".
La psicología
evolucionista, aunque retoño directo de la
sociobiología, difiere de ésta en que destaca
primordialmente el rol de los mecanismos psicológicos que
median las presiones selectivas de la evolución y del comportamiento como
proceso. Resultando ser más mentalista que la
sociobiología, derivando de la última, herramientas
de investigación procedentes de las ciencias cognitivas,
como sería, por ejemplo, el uso de sus principios para
definir la mente.
Difiriendo en muchos aspectos de los científicos
cognitivistas, los psicólogos evolucionistas descartan la
noción de un elemento ejecutivo central, existente dentro
del cerebro,
contendiendo en su lugar, que los comportamientos coordinados de
este órgano emergen dentro de una colección de
mecanismos, ninguno de los cuales está en "control", pero
que, se cree, que fueran diseñados por la selección
natural para resolver problemas
adaptivos que nuestros antepasados confrontaban
recurrentemente.
Por ejemplo, se ha teorizado que existen módulos
cerebrales para todos los comportamientos posibles.
(Véase mi artículo: De cómo la Regla del
DNA gobierna un mundo de Incertidumbres Ciertas… en
monografías.com).
Síndrome de Williams
Prosigamos con aplicaciones clínicas de estos
conceptos
Como animales sociales que ya entendemos que somos, los
psicólogos y neurocientíficos cognitivos piensan
que han logrado localizar las diferentes partes del cerebro que
nos asisten en la interacción y en la comunicación
social entre nosotros.
La investigación del cerebro social
Una estrategia
importante utilizada para el estudio del "cerebro social" es el
análisis de la actividad cerebral de
personas que sufren de trastornos del desarrollo
neural y que, como consecuencia, evidencian habilidades sociales
atípicas, como resulta ser en los casos del
síndrome de Asperger, del autismo y del
síndrome de Williams — este último reconocido
como un trastorno poco común de origen genético.
Véanse mis artículos acerca del autismo, y del
síndrome de Asperger en especial: Lección 34 –
Anorexia y
otros temas de importancia, encontrados en ).
Cerebros sociales
anómalos
Cuando se estudian en conjunto, el síndrome de Williams
y los de Asperger y el autismo éstos nos proporcionan una
mescolanza de contrastes informativos muy interesantes.
(Véase asimismo mi artículo, El Retardo
Mental en monografías.com).
Los individuos con autismo y Asperger tienden a ser distantes,
carecen de habilidades sociales y les resulta muy difícil
entender los que otros piensan o sienten. (Véanse mis
artículos acerca de TOM y de la empatía).
Por contraste, quienes sufren del síndrome de Williams
son a menudo híper-sociables, poseen destrezas
lingüísticas adecuadas, y sobresalen en el
entendimiento de ciertas señales
afectivas como son las expresiones faciales. Por estas razones se
postula que el síndrome de Williams está situado en
el extremo opuesto del espectro de la expresión de
emociones —
contrapuesto al autismo y Asperger.
Los científicos realizan que el logro de un
entendimiento de estas condiciones ampliaría el fondo de
nuestro discernimiento en lo que respecta al desarrollo social
normativo.
Pero, ¿cómo lograr este propósito?
Entra la técnica que inspecciona el movimiento de
los ojos (eye tracking)
Eye tracker
La medición de los movimientos oculares
establece, como práctica, el punto donde se estaciona la
mirada, o el lugar donde una persona fija la
vista. Este método
permite a los investigadores monitorear el enfoque atencional del
individuo sin necesidad de que éste exprese lo que
está haciendo o aun sin que entienda lo que hace. Esta
tecnología
proporciona una ventana de observación dentro del mundo social de
otras personas — quizás siendo lo más
próximo a poder ser capaces de ver el mundo a
través de los ojos de los demás.
Trabajos previos han demostrado que las personas autistas le
prestan menos atención a las partes sociales relevantes de
cualquier situación en la que se encuentran. Por ejemplo,
una persona con autismo que está viendo una escena, de
película cinematográfica, en las que se ven
personas en una habitación, dedicará más
tiempo
observando los objetos no-sociales presentes — como mesas y
sillas — estando asimismo más inclinado a prestar
atención a las bocas y los cuerpos en lugar de los ojos de
a quienes observan.
Adaptando las técnicas
de monitoreo de los movimientos oculares usando un
electro-oculograma los científicos detectaron que las
víctimas del síndrome de Williams, por contraste
con las de Asperger y autismo, dedicaban más tiempo
dedicando atención a los ojos de otros — lo que nos
asiste en comprender la razón por la cual estos
últimos gozan de mayor habilidad social.
Asimismo, los hallazgos de los investigadores han sido
consistentes con la evidencia de que los movimientos oculares de
los pacientes autistas son diferentes de los que exhiben otros
grupos. Como
era de esperarse, los autistas dedican menos tiempo observando
rasgos faciales. Por contraste, los pacientes con el
síndrome de Williams, consagran más tiempo a la
observación de las expresiones faciales,
proporcionando mucha mayor atención a las mismas,
especialmente a los ojos.
Los ojos son muy importantes en estos estudios, porque nos
permiten entender los estados mentales y emocionales de nuestros
semejantes, lo que decisivamente aclaran las diferencias que
existen entre los pacientes de Asperger, los autistas y los de
Williams, por contraste.
Ahora retornamos a un principio de lógica,
ya mencionado en ponencias pasadas.
La Navaja de
Occam
La navaja de Occam ("Navaja de Ockham" o principio
de economía o de parsimonia) hace referencia a
un tipo de razonamiento basado
en la simple premisa que reza: "En igualdad de
condiciones la solución más sencilla es
probablemente la correcta". Este postulado en latín
es: "Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem", o
"No ha de presumirse la existencia de más cosas que las
absolutamente necesarias".
Para proseguir, en el párrafo
anterior, hemos invocado algo que nos ayudará a entender
las proposiciones que más adelante
avanzaremos.
La reciprocidad entre la expresión facial y el cerebro
como posible fuerza
evolutiva… Así lo observaría Darwin
Por una gran parte de su vida, Darwin demostró un mayor
interés
en la observación de las facciones humanas, como espejo de
nuestras emociones o como (nos dice la vernácula) "como
retrato del alma".
En una visita que hiciera al zoológico de Londres, el
padre de la teoría de la evolución, le
suministró espejos a un par de orangutanes mientras los
observara haciendo muecas, frunciendo los labios y distorsionando
sus semblantes al tanto que se deleitaban admirando sus propias
reflexiones. En otras ocasiones, Darwin dedicaría su
tiempo al estudio de fotografías de bebés llorando
o de mujeres riendo. Otras veces mostraba a sus amigos fotos de un
hombre cuyos
músculos faciales fueran retorcidos por
varios métodos,
incluyendo por choques eléctricos, mientras tanto que los
interrogaba acerca de las emociones que el pobre sujeto de la
foto sentiría.
Para mejor entender si todos los seres humanos expresaban
sentimientos de manera similar, Darwin escribió una lista
de 16 preguntas. Las que enviara a docenas de amigos alrededor
del mundo.
Así comenzaba la lista:
1.
¿Es la perplejidad, expresada, por los ojos y la boca
abierta ampliamente, o por las cejas elevadas?
2.
¿Es posible que el bochorno estimule un rubor cuando el
color de la
piel lo
permite y, especialmente, cuán por debajo de la cara se
extiende este sonrojo?
3. Cuando
un hombre está indignado, ¿es típico que
éste frunza el entrecejo, mantenga su cuerpo y la cabeza
erectos, cuadre sus hombros y cierre con estreches los
puños?
Darwin tomó las respuestas que recibiera de
correspondientes de lugares tan remotos como Borneo, Calcuta y
Nueva Zelanda y los combinó con el resto de sus propias
anotaciones acerca de las expresiones faciales, para publicar, en
el 1872, su famoso libro: The Expression of Emotions in Man
and Animals.
La mayoría de los científicos durante los
tiempos de Darwin consideraban la cara un misterio,
creyendo que sus expresiones habían sido
establecidas, por Dios, durante la Creación. Pero, sin
embargo, el prominente sabio discutía que las
manifestaciones de tristeza o felicidad en el semblante de una
persona era un producto de la
evolución, de igual manera que nuestras manos se
desplegaron de las aletas de los peces.
Como resultado de su encuesta,
Darwin concluyó que todas las personas por todas las
partes del mundo usan los mismos patrones básicos de
contracción muscular para expresar emociones, comenzando
en la infancia. En
su libro Darwin incluyó láminas de personas
recibiendo choques eléctricos, tomadas por el galeno
francés Guillaume-Benjamin-Amand Duchenne, durante sus
propios experimentos.
Este último, pasando corrientes eléctricas a
través de distintas regiones del rostro de una persona
lograría reproducir expresiones de felicidad, miedo, ira y
disgusto artificialmente.
Estas expresiones, de acuerdo a lo que Darwin creyera, no eran
más que resultado de la actividad de patrones instintivos,
inscritos en nuestras caras y cerebros — lo que confirmaba que
Duchenne estaba muy por delante de la ciencia de sus
días.
Para trazar la historia de nuestras
fisionomías, Darwin escribió, que solamente tenemos
que observar nuestros animales domésticos. Aunque las
facciones humanas son únicas en algunos respectos, las
mismas proyectan semejanzas conspicuas a las de otras especies:
"Quien observa un perro preparando un ataque contra otro perro o
ser humano, y el mismo animal, cuando está siendo
acariciado por su dueño; o evalúa la
expresión de un mono cuando es molestado por alguien o
cuando es mimado por su cuidador, será forzado a admitir
que los cambios de expresiones y gestos en ambas situaciones son
casi tan expresivos como los nuestros".
Darwin describió las expresiones faciales como el
"lenguaje de
las emociones". Aduciendo que éstas nos servían en
el pasado remoto como un modo de comunicación antes de que fuésemos
capaces del uso de la palabra hablada. Los cambios en la
fisiognomía no solo nos permitirían comprender las
emociones de otros sino que nos permitían compartirlas con
los demás — proponiendo, en anticipación, la
teoría de la mente y la existencia de las neuronas espejo,
sin entender la trascendencia premonitoria de sus ideas.
Darwin asimismo anotó que "la expresión
espontánea, por medio de la manifestación visible
de una emoción, la intensifica"; añadiendo que "aun
la simulación
de una emoción tiende a estimularla reflejamente en
nuestras mentes".
Las ideas postuladas por Darwin fueron proféticas. De
modo palpable, cuando se lee The Expression of
Emotions… uno queda impresionado por la originalidad
de sus investigaciones.
Lampreas
Hoy, los científicos que exploran las expresiones
faciales recurren a métodos más precisos, como son,
el proceso del desarrollo total de la cara en embriones, grabando
escáneres cerebrales mientras se estudian cambios en la
fisionomía de sujetos voluntarios, calibrando las
actividades eléctricas de los músculos de esta
región, y contrastando emociones, sonrisas y gestos de
disgusto grabados en videos de alta velocidad.
Nuestros rostros se cree que evolucionaron sus
características básicas hace de ello más de
500 millones de años. Entonces eran los tiempos cuando los
precursores de los peces conocidos, evolucionaron músculos
en sus cabezas para absorber agua y comida.
Todos los músculos faciales, por su parte, emanaron de una
cinta celular situada en la base de la cabeza del embrión
— exactamente como sucede en las lampreas — uno de los
linajes de vertebrados más antiguos que aun existen entre
nosotros.
La transición de los seres vivientes del agua hacia
la tierra
trajo consigo cambios de gran magnitud en la anatomía de la cara
de nuestros antepasados. Ellos dejaron de extraer oxígeno
a través de agallas y los músculos que soportaban
las branquias adquirieron nuevas funciones, como
sería el desarrollo de una garganta para deglutir lo
comido. Simultáneamente los músculos que
movían las mandíbulas crecieron a medida que los
vertebrados terrestres tuvieron que desarrollar una mordedura
más poderosa para defenderse y para atacar sus
presas.
Cuando nuestros predecesores se convirtieron en mamíferos, las características
faciales cambiaron de nuevo. Nuevas conexiones musculares se
establecieron entre los maxilares y la piel. Estas últimas
incrementaron las habilidades sensoriales de algunos animales, ya
que músculos en los lados de la cara podían apuntar
las orejas en la dirección de señales de peligro,
mientras que otros músculos, alrededor de los hocicos
controlaban los pelos de los bigotes. Pero, los mamíferos
no solo podían utilizar dichos músculos para
explorar sensoriamente el entorno, sino que asimismo
podían usarlos como métodos de comunicación.
Por ejemplo, una bestia podía desnudar sus dientes y mover
sus orejas hacia atrás para enviar señales
específicas a otros animales.
Sin lugar a dudas…
Las expresiones faciales de
los simios
Los primates y sus expresiones faciales son las más
sofisticadas del reino animal. Cuando estos animales
evolucionaron hacen unos 60 millones de años, porciones
grandes de músculos faciales se subdividieron en
fracciones pequeñas de tejidos
especializados. Unos de éstos se concentraron en fruncir
el ceño, mientras que otros plisaban los labios. Nuevas
prolongaciones nerviosas se desarrollaron a través de la
región facial para controlar los nuevos músculos,
mientras que de manera simultánea, las regiones en el
cerebro que gobiernan los movimientos faciales también
aumentarían en tamaño.
Antropólogos físicos, diseccionando las caras de
simios, han descubierto que las de los chimpancés poseen
músculos, anteriormente creídos que existieran
solamente en los seres humanos.
No es tan solo que los músculos en los monos
están situados en el lugar donde están los
nuestros, sino que estos simios los utilizan para expresar muchas
de las emociones correspondientes a las nuestras.
La pregunta que entonces nos formulamos es: ¿por
qué solamente un grupo muy
pequeño de los mamíferos desarrolló
semblantes tan sofisticados?
La respuesta, posiblemente tiene que ver con la vida social
tan intensa del grupo de los primates. La selección
natural puede haber favorecido monos que pudieran expresar una
gama amplia de emociones y que igualmente pudieran leer esas
emociones en otros.
Variedad de empatía
La interpretación de la expresión
adecuada podría resultar en la cimentación de un
nexo afectivo o en intimidar a un adversario hostil.
Igualmente se postula que esa capacidad de comunicación
entre simios garantiza sus supervivencias porque les facilita el
proceso comunicativo necesario para lograr establecer bandas
sociales organizadas.
Pausa
Las neuronas espejos
En este punto de nuestra exposición
es conveniente que recordemos que los descubrimientos
relacionados a la existencia de las neuronas espejo se hicieron
en monos de la familia macaco Rhesus. (Véanse mis diversos
artículos al respecto y relacionados a la
Teoría de la Mente en el portal www.monografías.com).
Prosigamos
Cuando nosotros reparamos en las caras de personas que nos son
familiares, no solamente las reconocemos sino que, a menudo,
nosotros imitamos las mismas facciones o repetimos las propias
expresiones percibidas. Por ejemplo, si vemos a alguien
exhibiendo una sonrisa muy amplia, los músculos de nuestra
cara comienzan a contraerse como sonrisa en fracciones de
segundos — lo que aflora igualmente cuando reconocemos
expresiones de furia o de pena.
Parece ser que imitar los semblantes de otros es un instinto
muy arraigado en nuestra especie. Y, es posible, que nuestros
antepasados hayan imitado sus expresiones mutuas por millones de
años. Los bebés y nuestros familiares cercanos —
los chimpancés — son, por su parte, asiduos
imitadores.
Para muchos psicólogos sociales, hacer mímicas
de las fisiognomías ajenas puede forjar las bases de la
empatía.
Cuando se analiza la mimesis, o mimetismo facial, asistidos
por los escáneres, varias regiones del cerebro se activan,
éstas son: El giro pre-central izquierdo, el hipocampo
derecho y la corteza cingular posterior. Asimismo se activa el
mesencéfalo dorsal que envía señales al
resto del cuerpo, despertando los elementos fisiológicos
que corresponden a las emociones experimentadas, como
sería la aceleración del músculo
cardíaco en caso del miedo a un semblante hostil.
Cuando imitamos las expresiones de otros, algo que
aprendiéramos a hacer muy temprano en nuestras vidas, no
es sólo que imitamos lo que otros sienten, sino que
terminamos sintiendo lo que ellos sienten. (ésta
reacción consiste en una forma de empatía).
La neurociencia y
el cerebro social
El cerebro vibra y se despierta cuando entra en
comunicación afectiva y verbal con otros seres humanos. Es
como, si, de veras, se establece una relación entre mentes
inconscientes. (Comunicación personal del
psicoanalista Louis B. Shapiro, 1969).
Un laboratorio
empírico para demostrar la validez de este concepto es la
apreciación de lo mucho que se transforman los cerebros de
los pacientes y de los terapeutas durante el proceso de la
psicoterapia.
(Véanse asimismo los trabajos de Eric R. Kandel).
Pero, antes de que entráramos formalmente en una
relación terapéutica, todos hemos tenido la
experiencia de habernos encontrado en la presencia de personas
cuyos talantes nos impartían goce y tristezas, dependiendo
de cómo ellos se sintieran. Lo que tiene enormes
repercusiones en las formulaciones y el entendimiento del apego
básico, como hemos visto cuando hemos descrito los
experimentos en monos de Harry Harlow, y las de John Bowlby y sus
asociados formulados en el niño.
Ya obedecía a una Teoría de
Mente
Recapitulando
Todas las relaciones
interpersonales con quienes nos asociamos íntima o muy
cercanamente — por ser nosotros básicamente seres
sociales — nos impactan de alguna manera, ya que, a su vez
determinan nuestras respuestas y tono emocional a las mismas.
Estas transacciones, a menudo subliminales, son de la mayor
importancia en construir algunas de las bases virtuales de
nuestra arquitectura
mental, la que está igualmente arraigada en las
actividades neuroendocrinas del cerebro — como órgano
del pensamiento y
de las emociones.
Desde el punto de vista de la neuropsiquiatría o del
holograma de la mente, como hemos aprendido de los trabajos de
Karl Pribram y de David Bohm, las interfaces sociales que
mantenemos forman parte de un todo de dimensiones infinitas que
abarca la totalidad nuestras experiencias sumadas.
Las nuevas investigaciones
Hoy sabemos que el cerebro social es la suma de los mecanismos
nerviosos que organizan nuestras interacciones, de manera que
cada vez que nos relacionamos con otro ser humano cara a cara, o
voz a voz, o piel a piel, nuestros cerebros sociales se
entrelazan. Estos principios, acoplados al examen de las
actividades humorales y eléctricas del cerebro
están arrojando nuevas luces en el camino hacia el
entendimiento de nuestras emociones y hacia las aplicaciones de
estos discernimientos en la práctica de la
psiquiatría clínica, especialmente en la
psicoterapia con personas víctimas de trastornos de
la regulación afectiva y social.
Nuevas vistas
En resumen
Las ciencias del comportamiento están avanzando
constantemente y sus áreas de aplicaciones e influencias
continúan dilatándose vigorosamente. Lo que nos
permite expresar un gran optimismo en el futuro de nuestras
labores y en los beneficios que todos derivaremos con la llegada
de la alborada del día en que tendremos una verdadera
Psicología Científica, como Freud la
soñara.
Mientras esperamos, pensemos en otras áreas de
interés a ser exploradas como serían la
teoría de la mente, la empatía y las neuronas
espejo y su desarrollo en personas que son ciegas. (Véase
mi artículo, Las anorexias postreras, las precoces, las
atípicas y sus sorpresas en psikis.cl).
Bibliografía
·
Wilson, E: (1975) Sociobiology: The New Synthesis Belknap
Press
·
Pinker, S: (1997) How the mind works Penguin
·
Larocca, F. E. F: (2008) La Neurocienciade la
Psicoterapia (en proceso de publicación)
·
Freud, S: (1894 – 1950) Project for Scientific
Psychology SE
Bibliografía adicional: Se suministra por
solicitud.
Autor:
Dr. Félix E. F. Larocca
República Dominicana
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