Los antiguos mitologistas conceptúan a los egipcios
como los inventores del comercio y los
navegantes más antiguos, pues dicen que su dios Thoith es
el autor de la navegación, y que su otro dios Osiris
enseñó a los hombres el arte de comprar y
vender.
Dividíase el pueblo egipcio en dos castas superiores,
formadas respectivamente por los sacerdotes y los militares, y
una casta inferior constituida por los industriales; esta
última se subdividía en cinco clases: de labradores
y artesanos, de pescadores, de pastores, de comerciantes y de
intérpretes; siendo la más numerosa e importante de
ellas la de los labradores, ocupando la mayoría de los
brazos juveniles y mereciendo grandes consideraciones, pues
sabido es que la principal riqueza de Egipto se debe
a los desbordamientos anuales del río Nilo, los cuales
inundan los terrenos en una vasta extensión, depositan
sobre ellos un limo fertilizante, producen inmensas cantidades de
cereales y hacen a este territorio eminentemente
agrícola.
Entre sus productos
vegetales sobresalían el lino, el algodón, las maderas, las gomas, los
bálsamos y los granos; pero sobre todos ellos
aparecía el trigo, hasta el extremo de convertir este
país en uno de los cuatro graneros del mundo.
También tenían algunas minas, buenas
pesquerías y excelentes manufacturas, entre las que se
distinguían las telas, tintes, esencias, pomadas,
cristales y objetos vidriados.
Su población era considerable y su comercio
extenso, aunque no tanto como podía haberlo sido si no
hubiera estado
contenido por los obstáculos que le oponían el
fanatismo religioso, la aversión a los extranjeros y el
horror a la marina, al considerar a las aguas del mar como un
líquido impuro, no permitiéndose consumir el
pescado y la sal. Sin embargo, tenía importantes
depósitos mercantiles en Meroé, Tebas y
Ammónium; poseían un puerto comercial frecuentado
por muchas naves, que era el de Alejandría; contaba con
buenos caminos para sostener el tráfico interior, que se
extendían hasta el Fezzán y la Etiopía; y
eran dueños de numerosos canales que contribuían al
desarrollo de
sus riquezas, como los abiertos para el riego y la
navegación.
El comercio exterior
de Egipto fue pequeño durante largo tiempo, porque
la política
opresora de los Faraones cerraba las puertas del país a
los extranjeros; pero comenzó a desarrollarse cuando el
rey Sammético abrió las fronteras de las relaciones
internacionales; fue muy activo en la época de la
dinastía de los Eptolomeos, y alcanzó su estado
más floreciente bajo el reinado de Amasis, hasta que
conquistado este país por Cambises desaparecieron todas
las restricciones y quedó libre la navegación por
todas las bocas del Nilo.
3. FENICIA
La antigua Fenicia era un pequeño territorio de
veinticinco millas de largo y cinco de ancho, que forma una parte
de la Siria actual, el cual estaba bañado por el mar
Mediterráneo, surcado por el río Adonis y situado
en la vertiente de la cordillera del Líbano, entre la
Siria y la Palestina. Los habitantes de este país fueron
llamados primera-mente sidonios y cananeos, porque
descendían de Sidón, hijo de Canaán; pero
cuando fundaron la ciudad de Tiro, recibieron el nombre de
fenicios. Su
religión
primitiva fue el deísmo puro, que degeneró en
politeísmo; y formó su gobierno una
especie de federación, en virtud de la cual todas sus
ciudades y colonias se administraban con independencia,
aunque sujetándose a un pacto que tenía por objeto
constituir en su conjunto la unidad nacional.
Obligados a vivir en un reducido país que poseía
fabulosos bosques y excelentes fondeaderos, se aplicaron a
construir bajeles con los que se lanzaron al mar; y guiados por
su espíritu aventurero y su genio
emprendedor, se dedicaron primero a la piratería y después al comercio,
emprendiendo largas navegaciones por el Atlántico, el
Pacífico, el Mediterráneo y el Báltico, el
mar Negro y el Rojo, el golfo Arábigo y el Pérsico,
que les hicieron conocer muchos países hasta entonces
ignorados, con los que entablaron relaciones mercantiles, y que
ellos ocultaron con narraciones misteriosas para evitar que otros
pueblos se lanzaran a frecuentarlos.
Guiados por su afición marítima y su habilidad
política, eminentemente notables y únicas en la
historia de su
tiempo, erigieron ciudades tan importantes como las de Tiro,
Sidón, Trípoli, Sarepta, Aradio, Bérito y
Biblos; a la vez que fundaron colonias tan ricas como las de
Nisibis y Edessa en los caminos comerciales del Eufrates; Felus y
Aradus en las islas del golfo Pérsico; Chipre, Rodas,
Creta, Sicilia, Cerdeña, Malta y Baleares en las islas del
mar Mediterráneo; jartesia, Gades, Cartella, Malaca e
Hispalis en las costas de España; y
Adrumeto, Utica, Hippona, Lepis y Cartago en el continente de
África,
con cuyos poderosos elementos realizaron un tráfico
considerable que excede a toda ponderación y supera al de
todos sus coetáneos, pues llegaron a acumular capitales
fabulosos con la importación y exportación de múltiples
mercancías que iban a buscar a los países
productores, como las maderas del Líbano.
El coral de Malta, las telas de Persia y de India, el
oro de
África; la plata, el plomo y el hierro de
España; el trigo, el algodón y el lino de Egipto;
los granos, los vinos y los aceites de Palestina; los esclavos,
los caballos y las vasijas de Armenia; las drogas,
las esencias y las lanas de Arabia, y tantas otras cosas que
fueron el objeto de su especulación comercial y la base de
sus expediciones marítimas y terrestres, tan renombradas e
importantes que han valido a Fenicia el dictado de la Inglaterra de la
antigüedad; pero que empezaron a decaer cuando se
debilitó su liga colonial por la dominación de los
persas y que desaparecieron cuando Alejandro deshizo esta liga
con la destrucción de Tiro.
4. CARTAGO
Como antes hemos dicho, Cartago fue una colonia de Fenicia que
Dido, reina de Tiro, huyendo del usurpador Pigmalión,
fundó en la costa septentrional del continente africano,
en un lugar muy próximo al que hoy ocupa la ciudad de
Túnez; siendo su posición muy ventajosa por estar a
igual distancia de los diferentes extremos del
Mediterráneo, en un litoral frecuentado por numerosos
bajeles mercantes y sobre un fértil suelo que la
proveía de los cereales necesarios para su
subsistencia.
Durante algunos siglos su historia no ofreció nada de
particular y su existencia casi pasó inadvertida, pero
cuando comenzó a decaer el poder de los
fenicios por la dominación de los persas se inició
el engrandecimiento de los cartagineses por su aplicación
a la navegación, y cuando desapareció Fenicia se
constituyó Cartago en estado independiente, viniendo a ser
la
república cartaginesa heredera del poder comercial de
la confederación feniciana.
Como los cartagineses descendían de los tirios, nunca
desmintieron su carácter eminentemente fenicio, comprobado
por su espíritu comercial, su genio emprendedor, su
afición a la marina, su pericia en los negocios, su
ingeniosa previsión, su amor a la
riqueza, su incesante actividad y su política
económica; pues como ellos, realizaron largas navegaciones
que ensancharon el campo de los descubrimientos
geográficos, fundaron colonias en España, Baleares,
Malta, Córcega, Cerdeña y Sicilia; organizaron
caravanas para recorrer por tierra el
Africa, la Arabia
y el Egipto; y mandaron naves para traficar por mar con los
metales de
España, los hierros de Elba, los estaños de
Inglaterra, las pedrerías de Grecia, los
algodones de Malta, los trigos de Egipto, las mieles de
Córcega, los ganados de Baleares y los negros de Italia. Para
aumentar la cuantía de sus transacciones, crearon el
crédito
público por medio de pedazos de cuero grabado
a que asignaban determinado valor,
fabricaron la moneda metálica y celebraron muchos tratados de
comercio; pero en el afán de dedicarse exclusiva-mente a
sus negocios, descuidaron el cultivo de las ciencias, las
artes y las letras.
El comercio hizo tan poderosa a Cartago, que por espacio de
muchos años disputó a Roma el imperio
del mundo; pero al fin sucumbió en la lucha, pues la
posesión de la isla de Sicilia, que era considerada
entonces como la llave del Mediterráneo, originó
entre cartagineses y romanos las tres memorables guerras
púnicas, en la última de las cuales y
después de tres años de sitio, fue tomada y
destruida Cartago.
5. GRECIA
Estaba formada la Grecia por un gran número de ciudades
que presentaban caracteres muy distintos a causa de pertenecer
sus respectivos moradores a razas bien diferentes,
debiéndose a esto la división de sus habitantes En
Eolios, Dorios, Fonios y Aquiereos, a todos los cuales se
designó colectivamente con el nombre de Helenos. Esta
nación
rigió por espacio de muchos siglos los destinos del mundo
intelectual, pues se distinguió notablemente por sus
adelantos en el estudio de la filosofía, el derecho, la retórica,
la astronomía, la geografía y las
matemáticas. También fue una de las
principales potencias colonizadoras, pues fundó ciudades
importantes en los sitios más favorables para el
tráfico como las de Smirna, Sardes, Colofon, Cumas, Efeso,
Fócea, Mitilene, Boristenis, Hermonasa, Albia, Tanais,
Teodosia, Siracusa, Troya, Corinto, Ta-rento, Marsella, Sagunto,
Régium, Sibaris, Crotona
y Cirene, con las que sostenían un vasto comercio en
metales, pescados, ganados, pieles, mantecas, granos, vinos,
aceites, maderas, frutas, tejidos, vasijas
y otros muchos artículos. Ellos fueron los primeros
constructores de galeras a tres órdenes de remos;
fabricaron el famoso Argos, que fue el primer navío largo
que surcó las aguas de Ponto-Euxino; presentaron en la
expedición a Sicilia la escuadra mayor que tuvo ciudad
alguna; hicieron el viaje de descubrimientos de Piteas, que
creó el poderío comercial de Marsella; realizaron
la expedición de los argonautas a la isla de Colcos para
conquistar el vellocino de oro; inventaron las pesas y medidas
para las operaciones
comerciales; dictaron las leyes de la
navegación de Rodas, que fueron hasta la Edad Media el
Código
universal de los mares, y se distinguieron especialmente sobre
todos los demás pueblos por su hábil
política en el arte de gobernar.
El comercio de los griegos debió su origen al de los
fenicios, de quienes lo aprendieron, y si bien no fue tan extenso
como el de éstos, ni llegaron tampoco a ser tan
intrépidos navegantes y tan buenos constructores navales
como ellos, comprendieron mejor la influencia moral y social
del. tráfico, el cual fue muy importante, particularmente
en Atenas, que acumuló una riqueza asombrosa por sus
expediciones de cereales; en Rodas, que fue la potencia naval
más fuerte de aquellos tiempos, y en Corinto, que con sus
dos puertos sobre el istmo fue el verdadero centro mercantil de
Grecia; pero con la guerra del
Peloponeso recibió un golpe funesto, con la
dominación de Macedonia experimentó mayor quebranto
y con la conquista de
Roma se extinguió.
6. ROMA
Fundada la Roma primitiva o colonia de Alba Longa por
un descendiente de Eneas, llamado Rómulo, con sus soldados
y las sabinas, siete siglos y medio antes de la Era Cristiana,
permaneció obscurecida durante mucho tiempo y apenas
ocupó otra extensión que el monte Palanteo; pero
después fue poco a poco aumentando su población y
ensanchando su perímetro por los montes Capitolino,
Quirinal y Celio, hasta llegar en la época imperial al
grado máximo de su opulencia y esplendor. Fue la
dominadora del mundo por el poder irresistible de sus
ejércitos, la afición desmedida de sus conquistas y
la sed implacable de aventuras; sobresaliendo sus moradores en la
milicia, la estrategia, la
política, la oratoria, la
filosofía y la legislación, sin descuidar por eso
el estudio de las letras, las ciencias y las artes.
Este pueblo, que fue el más poderoso de la
antigüedad; que dominó al mundo por espacio de muchos
siglos y que tuvo tantas cualidades eminentes, no fue
jamás buen comerciante, pues en su primera época,
que se extendió hasta la caída de Cartago, se
dedicó con preferencia a las armas; en su
segunda, que duró hasta la terminación de la
República, se concretó a enriquecerse con los
despojos de los vencidos, y en su tercera, que llegó hasta
la traslación del gobierno a Constantinopla, se
contentó con sostener un gran comercio pasivo, que
concluyó por arruinarle.
Sin embargo, realizó algunos actos mercantiles
importantes, dignos de ser considerados; desarrollaron su marina
para destruir la alianza secreta de los tarentinos, tirrenos,
samnitas y galos; combatieron para acabar con la liga formada por
los piratas baleares, cretenses, panfilios, licios, cilicios y
corintios; derrotaron a los corsarios de Pompeyo, que
dificultaban los abastecimientos de Roma por el levante, el
occidente y Africa; auxiliaron la navegación con la
reconstrucción de puertos, instalación de faros y
concesión de primas; regularizaron las expediciones de
géneros de las provincias, instituyendo directores de
comercio en Egipto, Iliria, España y Ponto Euxino;
reglamentaron las extracciones de trigo de Alejandría y
Cartago, poniéndolas bajo la inspección de los
Prefectos del Pretorio de Oriente y del Pretorio de Africa;
establecieron transportes regulares de granos desde
Alejandría a Roma, por una flota a la que los
historiadores llamaron nodriza romana y los romanos sacra embole;
distribuyeron a los menesterosos grandes cantidades de cereales,
que en concepto de
tributo hacían venir de Sicilia, Africa y Egipto;
favorecieron el comercio con la institución de ferias,
mercados, gremios
y franquicias; y
en fin, traficaron en muchas mercancías, principalmente
con la plata y mieles de España; plomos y estaños
de Inglaterra, ámbares y vasijas de Germania, vinos y
aceites de Galia, granos y telas de Sicilia, bronces y
mármoles de Grecia, perlas y sederías de la India,
gomas y perfumes de la Arabia, esclavos y fieras de la
Etiopía, tapices y bordados de la Mauritania, vidrios y
papeles del Egipto, comestibles y pedrerías de Asia, cueros y
ganados de Africa.
Mas a pesar de todo eso, la ley flaminia
prohibió el comercio a los patricios, como
profesión humillante, reservada a las clases
sociales inferiores; relegaron la industria a
los libertos, que formaron nueve corporaciones obreras urbanas;
dotaron las tripulaciones de los buques con marineros oriundos de
las provincias, organizaron las colonias con un carácter
puramente militar, sostuvieron un comercio pasivo
acompañado de corrupciones, profesaron un paganismo que
admitía el horror de los sacrificios humanos,
circunscribieron su política a la máxima de pan y
espectáculos para entretener al pueblo, debilitaron su
poder a causa de la inferioridad de su constitución económica, degeneraron
sus bríos por efecto de la relajación de sus
licenciosas costumbres y concluyeron por desaparecer
víctimas de su propia decadencia al ser arrollados por las
legiones irruptoras de los bárbaros del Norte.
7. ESPAÑA
La primitiva población de nuestra península
es-taba constituida por tres razas principales, que eran: la de
los celtas, que ocupaban las partes septentrional y occidental;
la de los iberos, que se extendía por la meridional y
oriental; y la de los celtíberos, que era mezcla de las
dos anteriores y habitaba en la central. Su religión era
el paganismo, gozando gran consideración la
teogonía toda de aquellos tiempos; sus costumbres eran
bárbaras, entregándose a prácticas
extrañas propias de la escasa civilización de
aquella época; su carácter era belicoso, librando
con frecuencia luchas encarnizadas; su industria era escasa,
limitándose a la producción de los artículos
más indispensables para su vida frugal; y su comercio era
reducido, circunscribiéndose a la permuta del corto
número de artículos que se conocían en
aquella fecha.
Dedúcese de lo expuesto que el primitivo pueblo ibero
no era comercial; pero como su suelo presentaba grandes riquezas
agrícolas, y su subsuelo con-tenía enormes tesoros
minerales, fue
invadida la Península por varias razas extranjeras, que se
establecieron en sus costas para explotar las fuentes de
aquella riqueza; y al efecto, comenzaron a colonizarla los
fenicios en el siglo xv antes de Jesucristo, fundando entre otras
poblaciones a Cádiz, Málaga y Sevilla; diez siglos
después vinieron a habitarla los griegos, creando las
ciudades de Rosas, Ampurias y
Sagunto; tres siglos más tarde llegaron los cartagineses
para establecerse en ella, erigiendo a Barcelona, Cartagena y
Peñíscola; y más tarde arribaron los
romanos, para expulsar a sus antecesores y hacer de España
una provincia de Roma, fundando en ella muchas e importantes
poblaciones.
La injerencia extranjera modificó notablemente la
religión, la cultura, la
industria y el comercio de los iberos, difundiendo entre ellos
mayor civilización, mejores costumbres, nuevos
conocimientos y diversos adelantos, que dieron lugar al
desarrollo de sus industrias, entre
las que sobresalieron las fabricaciones de las telas de lino de
Setabis, de los paños de Galicia, de los vinos de
Tarragona, de las armas de Bilbilis y, en fin, de los metales,
aceites, salazones, lanas, mieles, ceras, púrpuras y otros
diversos artículos, que motivaron un comercio
considerable, monopolizado por los colonizadores, quienes
mejoraron la construcción de los buques mercantes,
enseñaron a la marina derroteros más seguros y
formaron los cargamentos de las numerosas naves que con destino a
los países de Levante salían continuamente de
Rosas, Barcelona Tarragona, Valencia, Alicante, Cartagena,
Málaga, Cádiz, Se-villa, Huelva y otros diferentes
puertos.
En resumen: España fue un gran centro comercial de la
antigüedad; pero los españoles no pueden ser
clasificados entre los principales pueblos comerciantes de
aquella Edad, puesto que dicho tráfico fue ejercido por
extranjeros, o sea por los fenicios, los griegos, los
cartagineses y los romanos.
BIBLIOGRAFÍA
Helguera y García, A. de la: (2006) Manual
práctico de la historia del comercio, Edición
electrónica gratuita. Texto completo
en www.eumed.net/libros/2006a/
Autor:
Julián Colorado
Colombia
Septiembre de 2008
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