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Descripción mágico-médica de la lepra desde la antigüedad al S. XVIII (página 2)



Partes: 1, 2, 3

Aunque tsara´ath se suele interpretar por lepra,
tsara´ath ha-metsah es la lepra leonina.

El hecho de curar la tsara´ath en días o semanas
indica que no siempre se trataba de lepra.

También se hace distinción en los textos
bíblicos entre tsarúa (luético o bejel,
frambesia o pinta) y metsorá (leproso). Los griegos
conocieron la verdadera lepra y la describieron con el nombre de
elefantiasis, debido a la deformación facial producida por
esta enfermedad, cuyos nódulos o lepromas, al ir creciendo
y confluyendo, recordaban el aspecto de la piel del
elefante.

Luego, cuando los árabes comienzan a hacer traducciones
de los autores griegos, surge la segunda confusión al
interpretar la palabra elefantiasis por «Dal-Fil» que
significa «pata de elefante».

De aquí que hayan surgido en la historia de la
Medicina términos diferentes para designar a la
verdadera enfermedad de Hansen: elefantiasis graecorum y
elefantiasis arabum.

Los hebreos usan la palabra juzam para describir la
elefantiasis griega o lepra moderna y juzam será traducida
al latín por medio de la palabra griega lepra, la misma
palabra usada por los antiguos griegos para designar una serie de
diversas lesiones de la piel.

Lucrecio y Celso harán el distingo entre elefantiasis
graecorum o elefantiasis de los griegos y lepra graecorum, o sea
psoriasis y enfermedades afines.

Poco a poco el sonoro nombre de lepra fue reemplazando al no
menos sonoro, pero más largo de elefantiasis graecorum, y
hoy tiene carta de naturaleza.

ANTIGÜEDAD
DE
LA LEPRA

Estudiando los textos antiguos de las diversas culturas de
Oriente, se ha podido observar y anotar descripciones de esta
enfermedad ya en documentos tan
antiguos como el Papiro Brugsch (2.400 a.C.).

Por su parte las obras de Susruta, en la India (Susruta
Samhita), y Charaka, dos de los más famosos médicos
hindúes (500-100 a.C.), ya mencionan una enfermedad
infecciosa, una de cuyas variedades producía la
«pérdida del sentido del tacto», clara
alusión a la lepra anestésica.

En China se la
menciona en varios Pen-tsaos y en los Anales de Confucio (600
a.c.). El antiguo
Testamento (Pentateuco, Levítico) establece el
concepto de
leproso.

Tomando en cuenta la antigüedad de cada uno de los
testimonios documentales, una primera impresión parece
demostrar que desde tiempos muy remotos fue conocida en Egipto y
Oriente (Mesopotamia e
India), más tarde aparece por un lado en China y Japón y
el Occidente en Grecia, la
Península Itálica y Norte de Africa, y ya en
la Edad Media se
extenderá por toda Europa.

Pero puntualicemos más detalladamente esta primera
impresión.

Los Vedas de la India recogen ideas y tradiciones orales muy
antiguas que se remontan hasta 6.000 a.C.

Ya en los Vedas se puede observar la idea de lepra, la idea de
la existencia de esta enfermedad en Asia en tiempos
muy remotos.

La medicina
hindú conoció la lepra verdadera y su atención médica con métodos
que podemos calificar de «modernos», esto en una
época en que aún no se tenía noticia de ella
en Grecia, o al menos no existe constancia documental, ya que no
existen fuentes
escritas con esa antigüedad en Europa.

En el Atarva-Veda y en el Manava Darma Castra, se describen
los síntomas de la lepra verdadera (1500 – 500 a.C.)
recomendándose diversas medidas profilácticas
contra esta enfermedad. En el Susruta Samhita (600 – 100
a.C.) se cita la lepra con el nombre de Vat-Rakta, Vat-Shomita y
Kushta, recomendándose para su curación el aceite de
chaulmoogra.

En la India se conocía desde esa gran antigüedad
la palabra kushta que englobaba una gran cantidad de enfermedades
cutáneas entre las que predomina la enfermedad de
Hansen.

En China existió desde tiempo muy
antiguos un término, li o lai que englobaba lesiones de
piel también muy variadas desde el psoriasis al prurigo y
eczema, y posiblemente la lepra.

También en sánscrito existe la palabra kilasa
con la que se designa la leucodermia.

En los viejos textos chinos como el Shan-Han-Lun y el
Kun-Yin-Chen-Sien-Chuan se describe una enfermedad que cubre el
cuerpo con úlceras con aspecto y olor repugnantes. No
menos de 15 palabras chinas se han identificado para designar
lesiones de la piel compatibles con lepra. Los más
aparentemente significativos son los citados términos li y
lieh, lieh-Fang y Wu-chi, que aún siguen
utilizándose para designar la lepra.

En los textos chinos, además de las descripciones de la
lepra, se trata ésta con purgantes, diaforéticos y
arsénico.

Se dice que uno de los discípulos de Confucio, de
nombre Pe-Nieu, murió a causa de la lepra.

La crónica de la dinastía Chu contiene una
detallada descripción de la lepra verdadera.

Hua-To, el famoso médico-cirujano chino que fue
decapitado por uno de los emperadores chinos, que pensó
que le quería matar al recomendarle para su
curación una trepanación craneal, en el año
190 a.C., en su obra «Remedios secretos completos»,
hace una descripción minuciosa de la lepra y sus formas,
detalla las lesiones nodulares, la ronquera, la anestesia y la
contagiosidad del mal, así como la influencia de la falta
de higiene, la
suciedad, la superpoblación, la promiscuidad y el contacto
prolongado.

Entre malayos e indonesios, la palabra que designa a la lepra
es kusta.

Es interesante hacer notar que esta palabra no es de origen
malayo, sino un préstamo cultural hindú.

Con la invasión hindú y el hinduismo,
penetró en estas islas también la lepra a la que se
dio el nombre que ellos no tenían, el de kusta, que es la
forma suavizada de kushta.

En Japón su antigüedad es de varios siglos y las
fuentes documentales más antiguas ya la designan con el
nombre de tsumí.

En Angkor (Camboya) se han hallado bajorrelieves en las ruinas
de algunos de los templos que representan evidentes lesiones
mutilantes y deformantes de lepra.

En Mesopotamia, entre asirios, babilonios, acadios, elamitas y
sumerios, se usó la palabra saharsubbu e isurbaa para
significar «cuerpo cubierto de costras», plagado y
también cubierto de polvo, pero además se
conoció la palabra eqpu para designar una enfermedad que
destruía cara y cuerpo, contaminaba al paciente y le
hacía impuro y horrible a la vista de los demás,
era la lepra, el peor castigo que los dioses podían enviar
al hombre.

La palabra bennu en Mesopotamia también se usó
para designar la lepra.

Ya Herodoto, el gran historiador y viajero, había
observado durante sus viajes por
Persia, que ciertas personas que sufrían esta enfermedad,
que los llenaba de pústulas y les daba mal aspecto, eran
aislados fuera de las ciudades.

Eran probablemente leprosos unas veces y otras enfermos de
dermatosis o dermatopatías en general o infecciones
cutáneas diversas.

Herodoto, que escribe 170 años antes de Jesucristo,
considera a la India como el lugar de donde procede la lepra.

Antes que él, Ctesias, que fue también un gran
viajero griego (s. V a.C.), sustenta esta misma teoría.

En Egipto, el papiro de Ebers (1300-1000 a.C.), además
del de Brugsch citado, que recoge muy antiguos conocimientos de
Egipto, describe la lepra en sus formas tuberculoide y
lepromatosa, con los nombres de tumores de Chous y mutilaciones
de Chous.

LA
ENFERMEDAD-PECADO

Desde un punto de vista antropológico, el origen de la
enfermedad, de las enfermedades en general, es atribuido por las
diversas culturas a varias causas:

1. Ofensa a la divinidad.

2. Ofensa a los antepasados en cierto modo deificados.

3. Hechicería o malas artes de una persona con
poderes para ello.

4. Transgresión de un tabú o prohibición
cultural.

5. Penetración de un cuerpo extraño, visible o
invisible.

6. Rapto del alma.

7. Causas sobrenaturales en general.

8. Causas naturales.

En el Ayurveda se describen 18 variedades de lepra,
considerando que una es de origen venéreo, otra por ser
cruel por los animales, otra
producida por haber ofendido a los padres, a los antepasados o a
las divinidades, por causa de picaduras de animales venenosos,
por avaricia, por gula o ingestión frecuente de alimentos.

Sea la transgresión de una ley o
tabú, sea la ofensa a la divinidad, el culpable queda
manchado, impuro, contaminado.

Se ha considerado como oriental este concepto, y decir
oriental es algo muy vago, sobre todo después de haber
observado, estudiando grupos
étnicos en América, Africa, Oceanía y
Asia, que todos los que llamamos primitivos tienen esta idea como
elemento común entre sus tradiciones más
arraigadas.

Entre los sintoístas del Japón, el pecado mancha
el alma y el cuerpo.

Si aparece una enfermedad de la piel, y en especial tsumi o
lepra, la impureza por el pecado acompaña al enfermo
mientras le dure la enfermedad.

La misma actitud se
manifiesta en el Tibet, Nepal, Indochina, Birmania, Siam y Corea:
todo aquel que presenta una enfermedad repugnante de la piel es
porque ha pecado.

La enfermedad-pecado, la enfermedad-culpa, la
enfermedad-mancha, que requiere purificación, purga,
limpieza, es un concepto arcaico, de los más arcaicos en
la humanidad.

Probablemente el estudio y el
conocimiento más antiguo de las costumbres de Oriente
ha hecho que en la literatura antigua europea
se haya atribuido a los orientales esta idea, pero después
de conocer a los que llamamos «primitivos» en todos
los continentes, podemos asegurar que esta idea está
presente en la humanidad desde una etapa prehistórica y
preliteraria.

No podía ser, por lo tanto, ajena a este concepto de
enfermedad-impureza o enfermedad-castigo de Dios la
tradición hebrea.

El estudio de esta tradición, contenido en el Antiguo
Testamento, y su difusión no sólo entre el pueblo
hebreo, sino después en las religiones
derivadas,
cristianismo e
islamismo, hace que se manifieste con toda su fuerza esta
idea de la enfermedad-castigo de Dios.

2.000 años a. de C. los hebreos salen de Ur, en Caldea,
para atravesar por espacio de casi tres siglos el Medio Oriente.
Seguramente llevan consigo la lepra y la idea de
enfermedad-pecado, enfermedad impureza-castigo.

Lo demuestran los libros
más antiguos de los israelitas.

Después de su cautiverio en Egipto se produce el
éxodo, y aparece el Levítico, otro de sus libros de
leyes, escrito
por Moisés, en el que codifica y reúne cuantos
conocimientos médicos habían adquirida en Egipto,
preventivos, curativos y religiosos.

La suciedad a que forzosamente se vieron abocados los hebreos,
por falta de agua al
atravesar zonas desérticas, debió ser causa de
múltiples y frecuentes enfermedades de la piel, y
ésta fue la razón de que Moisés dedicase tan
extenso capítulo a las afecciones cutáneas que
agrupó bajo el denominador común de zara´ath
o tsara´ath.

Menciona la lepra del hombre, la de los vestidos y la de las
viviendas, y relaciona todas con el pecado (Lev XIII, 2-7, 9-17,
25).

La lepra ha de ser diagnosticada por el sacerdote que declara
impuro al que la padece (Lev XIII, 28, 47-59, 35-36).

El significado religioso de la lepra continuará
existiendo en Occidente a partir del conocimiento
bíblico y propagado por el concepto levítico de
impureza.

Del Antiguo Testamento pasará al Nuevo, en el que
continúa la idea de que la lepra se purifica, aunque
Jesús cura a los leprosos (Luc V, 12-16) separando por
primera vez los conceptos curación del cuerpo y salud espiritual por la
fe.

Así continuará este concepto de enfermedad
religiosa en el cristianismo por muchos siglos.

PRIMERAS DESCRIPCIONES
EN EUROPA

La palabra lepra, que como se dijo es griega, se encuentra ya
en el «Corpus Hippocraticum» (Aforismos, III, 20;
«De Usu humidorum» y «Epidemias», 21,
pero asociado al psoriasis, eczema y otras
dermopatías.

La verdadera lepra que es ya conocida por los griegos, se
describe, como ya se dijo, con el nombre de elefantiasis.

En tiempos del emperador Augusto, CELSO hace una
descripción clínica detallada de la verdadera lepra
o «elefantiasis graecorum» (III, 251. Dice así
Celso: «Una enfermedad casi desconocida en Italia, pero muy
extendida en ciertos países, es la que los griegos llaman
elephantiasis”, que se cita entre las afecciones
crónicas.

Afecta a toda la constitución física del paciente,
a tal punto que incluso se alteran los huesos.

La superficie del cuerpo está sembrada de manchas y
tumores numerosos, cuyo color rojo
adquiere gradualmente un tono negruzco.

La piel se torna desigual, grasa, delgada, dura, blanda y como
escamosa; el cuerpo adelgaza, la faz se hincha, así como
las piernas y los pies. Cuando la enfermedad ha adquirido cierta
duración, los dedos de los pies y de las manos desaparecen
en cierto modo bajo esta hinchazón».

Otra descripción es la que hace Areteo de Capadocia de
la enfermedad a la que llama leontiasis, que son las lesiones de
la lepra verdadera en la cara que, además de adoptar un
aspecto parecido a la cara de un león, sufre destrucciones
de los huesos. También la denomina satiriasis, por la piel
apergaminada y el apetito sexual que se observa en los
pacientes.

Plinio, en su Historia Natural (XXVI, 51,
señala que la elefantiasis era una enfermedad nueva en
Italia, importada de Egipto en tiempos de Pompeyo el Grande
(10-48 a.C.)

El árabe Abulcasis describe cuatro variedades de lepra:
leonina, elefantina, serpentina y vulpina.

Su descripción es minuciosa y exacta, anotando la
destrucción de la nariz que tiene lugar en ocasiones, la
alopecia o caída del cabello, la pérdida de la voz
y la aparición de úlceras por todo el cuerpo,
así como la lenta destrucción de las extremidades
junto con el fetor oris.

Otra descripción clásica de la lepra se debe a
Gilberto Anglicus, (1180-1250), famoso médico de la
Escuela de
Salerno, que participó en la III Cruzada,
descripción que incluyó en su «Compendium
medicinae».

Galeno no habla mucho de la lepra. Como dirá Mettler en
su época comenzaba la confusión entre elefantiasis
y liquen de los griegos.

En la Edad Media europea, la mejor descripción de la
lepra será la que hace Guy de Chauliac en su obra
«Inventarium sive Collectorium Partis Chirurgicallis
Medicinae», publicada en 1363, que fue el texto
médico y quirúrgico por excelencia en Europa por
mucho tiempo.

ETIOLOGÍA

Históricamente debemos mencionar la creencia ya
mencionada de enfermedad por castigo de los dioses ante una
ofensa o transgresión de la ley.

Albucasis pensaba que puede heredarse o adquirirse por la
ingestión de alimentos corrompidos, como carne de vaca o
cabra, y por medio de la respiración y el aliento.

Serapion considera que la lepra se debe a trastornos del
hígado y también que puede adquirirse por contagio
sexual (esto nos hace sospechar que había confusión
entre las lesiones leprosas y sifilíticas).

El médico salernitano Roger o Rogerious también
hizo hincapié en que la lepra se podía adquirir por
el coito, y describe lesiones genitales, lo que sigue
haciéndola sospechosa de sífilis.

Los médicos medievales en Europa pensarán que la
causa de la lepra es el pescado y la leche.
Engelbreth creía que la causante era la leche de cabra, en
la idea de que la lepra era una variedad de la tuberculosis de
la cabra.

No será hasta el siglo XIX que se piense en una
especial susceptibilidad individual, y será descubierto el
bacilo de Hansen, responsable directo de la enfermedad.

LA LEPRA EN
LA BIBLIA

Aparte de la legislación sobre la lepra contenida en el
Levítico, ya citada, y en Pentateuco, ya se dice
también que «Muchos leprosos había en
Israel en
tiempos del profeta Eliseo» (Lucas 4, 27).

Para el diagnóstico de la lepra, el Levítico
da ciertas reglas a los sacerdotes. «Cuando uno tenga en su
cuerpo alguna mancha escamosa o blanca, si los pelos se han
vuelto blancos y la parte afectada está más hundida
que el resto de la piel, es plaga de lepra», y por lo tanto
el enfermo es considerado como impuro y por esta circunstancia
tenía que vivir separado de los demás, fuera del
campamento.

Las más notables citas de la Biblia en relación
con la lepra son: La de Moises (Exodo 4, 61. “Le dijo
Jehová a Moisés: Vuelve a meter tu mano en tu seno.
Y él volvió a meter su mano en su seno; y cuando la
sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la
nieve».

Y dijo: «Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él
volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo
del seno, he aquí que se había vuelto como la otra
carne».

Las Sagradas Escrituras, en el libro del
Levítico, (cap. 13, 1-9 y 44-46) definen el doble carácter de la lepra que abarca aquella que
se extiende por la piel cubriéndola en su totalidad, de
pies a cabeza, y habla de la lepra inocentísima por
haberse convertido toda ella en lo mismo, siendo entonces aquel
hombre declarado limpio. Al contrario, si se dejaba ver en
él la carne, sería declarado impuro por el
sacerdote, porque el salpicado de lepra era considerado inmundo.
“Yavé habló a Moisés y Aarón,
diciendo: Cuando tengo uno en su carne alguna mancha escamosa, o
un conjunto de ellas, o una mancha blanca, brillante y se
represente así en la piel de su carne la plaga de la
lepra, será llevado a Aarón, sacerdote o a uno de
sus hijos sacerdotes. El sacerdote le examinará la piel de
la carne y si viere que los pelos se han vuelto blancos y que la
parte afectada está más hundida que el resto dela
piel, es la plaga de la lepra y el sacerdote que le haya
examinado le declarará impuro.” En cambio, nos
relata la Biblia, que si la mancha encontrada era de color blanco
y no se hundía la piel ni el pelo cambiaba de color, solo
se recluiría al paciente durante siete días,
examinándolo nuevamente al cabo de este plazo a fin de
verificar que el mal no se extendiera. De ser así, se
recluiría otros siete días más, hasta un
segundo examen por parte del sacerdote, declarándolo puro
si las características de la lesión no se
extendían en ese lapso. Al contrario, de haberse
extendido, sería declarado el paciente impuro, ya que eso,
sin dudas, se trataba de lepra.

El hecho de presentar una enfermedad escamosa que cubriese
completamente al paciente de los pies a la cabeza y lo hiciera
verse blanco, haría que el paciente fuera considerado puro
ya que el blanco ha sido desde tiempos inmemoriales el color de
la pureza. En cambio, las zonas de carne viva, se interpretaban
como impuras y quienes las padecieran, debían vivir fuera
del campamento.

La Biblia nos habla de María, la mujer de Aaron
(Nm 12, 9), que hablando con su marido había murmurado de
Moisés. «La ira de Jehová se encendió
contra ellos y la nube se apartó del Tabernáculo y
he aquí que María estaba leprosa como la nieve; y
miró Aarón a María y he aquí que
estaba leprosa, y dijo Aarón a Moisés: ¡Ah,
Señor mío, no pongas ahora sobre nosotros este
pecado; porque locamente hemos actuado y hemos pecado. No quede
ella ahora como el que nace muerto, que al salir del vientre de
su madre tiene ya medio consumida su carne».

Moisés pide a Jehová que la sane y éste
le responde que antes deberá permanecer fuera del
campamento por siete días, después de los que
volverá a la congregación. A1 cabo de ese tiempo,
María se reúne con ellos, pero no nos dice la
Biblia si regresó curada o no.

Otro caso de lepra bíblica es el de Naaman el sirio (2
R 5, 1-7), «General del ejército del rey de Siria,
que era varón grande delante de su señor, y lo
tenía en alta estima, porque por medio de él
había dado Jehová salvación a Siria. Era
este hombre valeroso en extremo, pero leproso».

Una muchacha israelita, que tenía cautiva como
sirvienta de su mujer, le
aconsejó que llamase al profeta de Samaria y entonces
«él lo sanaría de la lepra».
Naamán, al saberlo, se lo comunicó a su
señor y éste le dio licencia para que fuese a
Israel y fuese curado, enviando cartas para el
rey de los israelitas y dando a Naamán dinero y
provisiones para el viaje.

En la carta
decía: «Yo envío a ti mi siervo Naamán
para que lo sanes de su lepra».

En Israel, Eliseo, el profeta, le ordena lavarse siete veces
en el Jordán, «Y tu carne se te restaurará y
serás limpio».

Esto no agradó mucho a Naamán, que esperaba que
con el contacto de la mano del profeta de inmediato
sanaría su enfermedad. A pesar de su disgusto
obedeció al profeta, “y su carne se volvió
como la carne de un niño y quedó limpio».

A1 presentarse a Eliseo, éste le pone como
condición final que sólo adorará a
Jehová, el Dios de Israel.

En el mismo episodio bíblico, Giezi, el criado de
Elías, al ver que éste no ha querido cobrarle nada
por la curación, despertada su avaricia, por medio de un
ardid, logra que Naamán le dé dos talentos de plata
y dos vestidos nuevos.

Pero Elías descubrió su engaño y le
castigó diciéndole: «La lepra de
Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para
siempre. Y salió de delante de él leproso, blanco
como la nieve».

Este párrafo
hace una clara alusión a la contagiosidad de la lepra y a
la heredabilidad, aunque no se trate de lepra verdadera, cosa
siempre dudosa en estos pasajes bíblicos en los que se
dice que la piel se pone blanca, cosa que hace pensar en un
psoriasis por ejemplo.

Leemos también el caso del rey Azarias (2 Re, 15, 51),
a quien «Jehová hirió con lepra, y estuvo
leproso hasta el día de su muerte y
habitó en casa separada, y Jotán, hijo del rey,
tenía el cargo del palacio, gobernando al
pueblo».

El rey Uzías u Ozías (Cr 26, 21-23) «fue
leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso
en una casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de
Jehová». Este Uzías u Ozías, con
nombre diferente es el mismo Azarías de 2 Re, que cuando
se sintió poderoso «se rebeló contra
Jehová». Se llama Azarías al sacerdote del
templo que critica al rey por haber quemado incienso en el
templo, cosa que correspondía a los sacerdotes.

El rey Uzfas montó en cólera
«y en su ira contra los sacerdotes, la lepra le
brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la casa
de Jehová, junto al altar del incienso».

Le hicieron salir del templo y él «se dio
también prisa en salir, porque Jehová lo
había herido. Así el rey Uzías fue leproso
hasta el día de su muerte y habitó leproso en una
casa apartada, por lo cual fue excluido de la casa de
Jehová; y Jotan, su hijo, tuvo cargo de la casa real,
gobernando al pueblo de la
tierra».

Hay también cuatro hombres innominados leprosos (2 Re
7, 3) en la puerta de Samaria. Llega un momento en que al parecer
se cansan de vivir excluidos, fuera de la ciudad, y se dicen el
uno al otro: «¿Para qué nos estamos
aquí hasta que muramos? Si tratásemos de entrar en
la ciudad, por el hambre que hay en ella, moriríamos
también; y si nos quedamos aquí, también
moriremos». Deciden marcharse al campamento de los sirios,
donde prefieren arriesgarse a que los maten, ante la posibilidad
de encontrar alimento.

La enfermedad de Job pudo ser lepra, pero esta palabra no
consta en las ediciones traducidas del hebreo.

Sin embargo, cuando Satanás dice a Jehová que le
castigue en su propio cuerpo y «toque su hueso y su carne
para probar su fe», Jehová le da permiso para que
Satanás le pruebe.

E hirió a Job «con una sarna maligna desde la
planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza», lo que
le debió de producir mucho picor, pues Job llegó a
tomar un tiesto para rascarse.

«Ando ennegrecido y no por el sol»,
dirá Job hablando de su enfermedad, y repite “mi
piel se ha ennegrecido y se me cae, y mis huesos arden de
calor».

En el Nuevo Testamento, Jesús sana a un leproso (Mateo
S, 1-41: “Y he aquí que vino un leproso y se
postró ante él diciendo: Señor, si quieres,
puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y le
tocó diciendo: Quiero; sé limpio.

Y al instante su lepra desapareció. Entonces
Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie, sino vé,
muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que
ordenó Moisés, para testimonio de ellos».

Este mismo episodio lo cuentan Marcos (Marcos 1, 40-45) y
Lucas (Lucas 5, 12-161. En Mateo (Mateo 11, 51 se dice que
«los leprosos son limpiados por Jesús».

Por último, otro personaje en relación con
nuestro tema es Simón “el leproso” (Mateo 26,
61,14, 3).

Ambos textos bíblicos se refieren a que «estando
Jesús en casa de Simón el leproso», en
Betania, se le acercó una mujer llamada María y le
ungió los pies. Es de suponer que, si fue leproso,
quedó curado, de otra manera no podría haber
permanecido en su casa, según la ley.

La lepra no fue rara en la India, tan lejos como en el siglo
XV antes de Cristo (Ctesias, Pers., xli; Herodian, I, i, 38), y
en Japón durante el siglo X antes de Cristo. De su origen
en estas regiones poco es lo que se conoce, pero Egipto siempre
ha sido estimado como el lugar desde donde la enfermedad alcanzo
el mundo Occidental. Es bien conocido en el país,
evidenciado por documentos del siglo XVI antes de Cristo (Papiro
de Eber); antiguos escritos atribuyen la infección a las
aguas del Nilo (Lucretius, “De Nat. Rer.”, VI, 1112)
y de la insalubre dieta de la gente (Galen). Varias causas
ayudaron a diseminar la enfermedad mas allá de Egipto.
Primero entre las causas, Manetho pone a los hebreos, que de
acuerdo con el, eran una masa de leprosos, de los cuales los
Egipcios se los desembarazaron de su territorio Aunque es un
romance, no hay duda que al Éxodo, la
contaminación había afectado a los Hebreos.

Desde los marinos egipcios fenicios que
trajeron la lepra a Siria y los países con los cuales
ellos han tenido relaciones comerciales, de allí el nombre
de “enfermedad Fenicia” dada por Hipócrates,
esto parece haber nacido por el hecho que se encontraron rastros
a lo largo de la costa oeste de Grecia alrededor del siglo XVIII
antes de Cristo y en Persia hacia el siglo V antes de Cristo. La
dispersión de los judíos
luego de la Restauración (siglo quinto) y de las
campañas de la armada Romana son sostenidos como los
responsables de la propagación de la enfermedad en Europa
Occidental: así en las colonias de Romanos en España,
Galia y Bretaña rápidamente fueron infectados.

En los tiempos Cristianos los cánones de los primeros
concilios (Ancyra, 314), las regulaciones de los Papas (por
ejemplo la famosa carta de Gregorio II a San Bonifacio), la ley
promulgada por el Rey Lombardo Rotar (siglo séptimo), por
Pepin y Carlomagno (siglo octavo), el levantamiento de las casas
de leprosos en Verdun, Metz, Masstricht (siglo séptimo),
San Gall (siglo octavo), y Canterbury (1096) dan testimonio de la
existencia de la enfermedad en Europa Occidental durante la Edad
Media. La invasión de los árabes y, luego en las
Cruzadas se agravo grandemente el flagelo, que no respetaba
ninguna etapa de la vida y atacaba aun a las familias reales. Los
leprosos estaban sujetos a las más astringentes
regulaciones. Ellos estaban excluidos de la Iglesia por
una Misa funeral y una inhumación simbólica. En
cada comunidad
importante de los asilos, la mayoría dedicados a San
Lázaro y atendidos por religiosos, fueron levantados por
las infortunadas víctimas.

VÍAS DE
DISPERSIÓN DE
LA LEPRA

Revisando los caminos de la historia, vemos que a veces
coinciden con los caminos de la lepra. Así se considera
que la lepra ha tenido varias grandes oportunidades de penetrar
en Europa: con los soldados romanos que estuvieron en las
campañas de Oriente y que luego llegaron hasta las Galias
y las Islas Británicas y Germania, y naturalmente las
penínsulas Itálica e Ibérica. Los soldados
romanos probablemente extendieron las fronteras
geográficas de la lepra.

Los vikingos llevarían la lepra desde Inglaterra hasta
el Norte de Europa (Escandinavia).

Los egipcios llevaron a Grecia la lepra o, mejor, los griegos
adquirieron la lepra en Egipto y la llevaron a Grecia. Las
caravanas venidas de Oriente traían junto a sus productos
comerciales, entre otras enfermedades, la lepra.

Judíos y gitanos, los primeros durante la diáspora que se produjo a la caída
de Jerusalén, y los segundos en sus sucesivas y
nomádicas migraciones, se instalaron en diversos puntos de
Europa y todos procedían de regiones donde la lepra era
endémica.

Por último, y no la última, se ha atribuido la
gran extensión que alcanzó la lepra por toda
Europa, a las Cruzadas. Los soldados que participaron en ellas
adquirieron en Medio Oriente la lepra y, a su retorno, la
extendieron por toda Europa.

La extensión de la lepra en América, donde no se
conoció hasta el año 1492, se debió
probablemente a los descubridores o a los esclavos negros
llegados de Africa.

En Oceanía no se conocía, al parecer, tampoco
hasta que no llegaron a ella los hindúes (importaron
también el término kusta a las lenguas malaya
e indonesio-filipinas) y los chinos, que la extendieron en
época más tardía al resto de Polinesia
(recuérdese que en Hawai, Tahití, se la llama
enfermedad china, “mai pake”.

Sin embargo, este esquema aparentemente tan simple es mucho
más complejo, dependiendo en primer lugar de que el
diagnóstico de la lepra está viciado desde la
antigüedad con la confusión existente entre las
diversas dermatopatías de variada morfología
y con la propia sífilis con la cual se ha confundido
indudablemente.

Es posible que nunca se llegue a saber la absoluta verdad de
lo que sucedió en aquellos remotos tiempos, y por ello tan
sólo cábalas y suposiciones han sido emitidas.

La respuesta a muchas de las interrogantes sobre la
extensión y antigüedad de la lepra está bajo
tierra. Es un
problema arqueológico y de interpretación paleopatológica. Esto
no son conjeturas.

El hallazgo de esqueletos con lesiones leprosas en fosas
nasales y extremidades en excavaciones de cementerios de
Inglaterra procedentes de los s. IV-V a.C., como los cementerios
romano-británicos de Poundbury Hill, en Dorset, en
1966-73, es la demostración de lo que puede hacerse. El
pasado, la historia, está aún en gran parte
escondida bajo tierra, conservada allí como en una antigua
biblioteca.

Los estudios realizados por el danés
Müller-Christensen en 1944, en las excavaciones del
monasterio agustiniano de Aebelholt, 30 millas al norte de
Copenhague, donde encontró su primer esqueleto leproso, y
las que más tarde continuaría haciendo, son otra
prueba evidente de lo que se puede llegar a hacer.

Entre los que consideran que la lepra se extendió con
los cruzados por toda Europa tenemos a Ralph Major, quien asegura
que era una enfermedad rara en Europa al comienzo de la Edad
Media, mientras que era muy común en el Medio Oriente.

La lepra penetró en Europa, según estas ideas,
en los siglos VII y VIII. Zaambaco Pacha (1914) opinaba que
fueron los fenicios los primeros agentes de propagación de
la lepra a los países con los que comerciaban. Por eso
hubo focos de endemia leprosa en todas aquellas colonias o
puertos fenicios o que en otro tiempo fueron fenicios.

Los ejércitos de Alejandro
Magno trajeron la lepra de Asia a Grecia, y los veteranos de
Sila y Pompeyo fueron los que la llevaron a las Galias,
España y Germania.

LEPRA
MEDIEVAL EN EUROPA

Se ha repetido insistentemente que la lepra fue traída
a Europa, como se dijo anteriormente, por los cruzados.

Sin embargo, ya en Inglaterra existían hospitales de
leprosos antes de que los marinos ingleses fueran a las Cruzadas
en 1096, según refleja el historiador Richards.

Por ejemplo, el lazareto de Horbledown, cerca de Canterbury,
fundado por el obispo Lanfranc en 1089.

El nombre islandés para la lepra (Likprar) derivado del
anglosajón likprowere (sufrir), es antiquísimo, muy
anterior a las Cruzadas. Richards cita otro hospital para
leprosos fundado en 1087, en Northampton: el hospital de San
Leonardo.

Major (1954) considera que la lepra penetró en Europa
en los siglos VII y VIII, llegando a constituir una amenaza
pública, como puede verse por los decretos del rey
Rothari, de los Lombardos (644), los de Pipino, rey de los
Francos (757), así como de Carlomagno (789), cuyos
cartularios ponen en vigor las antiguas ordenanzas del concilio
de Lyon (583).

En el siglo IV era muy frecuente la lepra en las Galias. En el
siglo V ya había hospitales de leprosos en lo que
sería Francia, y en
el siglo VI los concilios de Orleáns (459) y de Lyon (583)
decidieron que «en cada ciudad habrá un alojamiento
separado para los leprosos, que serán alimentados y
vestidos a expensas de la Iglesia para que no tengan que
mendigar».

Ya por entonces la lepra era común en Galicia y en toda
la Península Ibérica. Las peregrinaciones a
Santiago de Compostela, durante siglos, trajeron leprosos de toda
Europa. Para ellos se habilitaron lazaretos o malaterías
en muchos lugares del Camino de Santiago, junto a los
monasterios, cerca de las iglesias y fuera de las ciudades.

Las invasiones árabes del siglo VII fueron otra
vía de la lepra en Europa, y no olvidemos la que fue
probablemente más importante vía de
penetración: las invasiones de los Hunos, que traen
consigo la lepra; los judíos, durante la diáspora,
y los gitanos, que venían de la India seguramente
contaminados.

La lepra explosiva, pandémica, posterior a las
Cruzadas, que alcanza su punto culminante en el siglo XIII,
probablemente no fue lepra, sino sífilis, según
muchos autores.

Esto también se ha discutido mucho si la sífilis
vino de América con el descubrimiento, o ya existía
en Europa, Asia y Africa.

La primera Cruzada tuvo lugar el año 1096, la segunda
en 1147, la tercera de 1189-1192, la cuarta de 1202-1204, la
quinta de 1217-1221, la sexta de 1227-1229, la séptima de
1248-1254 y la octava en 1270, último esfuerzo por
reconquistar los Santos Lugares.

Hay suficiente testimonio para demostrar que la lepra estaba
ya bien arraigada en Europa hasta el último confín,
mucho antes de la primera Cruzada. Pero en los siglos XII y XIII
aparece una pandemia que se califica de «lepra».

Una combinación de superstición religiosa (masa
de fieles incultos, conocimiento confuso de la infección
hanseniana, el propio concepto de leproso y el hambre que se hizo
crónica en el mundo occidental), todo se unió para
producir un verdadero terror, al que los cruzados darían
la puntilla y, según los partidarios de esta
teoría, «abrieron las puertas de Europa al B. de
Hansen» .

Mateo Paris (1197 – 1259) apenas estimo el numero de
casas de leprosos en Europa en 19.000, Francia solo tenia cerca
de 2000, e Inglaterra mas de cien. Estos leprosos como no estaban
confinados dentro de asilos tenían que vestir un atuendo
especial, y acarrear “un palmoteador de madera para
dar aviso a los que se acercaban. Ellos tenían prohibido
entrar a las posadas, iglesias, molinos, o panaderías,
para tocar personas sanas o comer con ellos, de lavarse en
riachos, o caminar en estrechos senderos”

En un ambiente de
celo religioso, de ansias de santidad, de demonios y
ángeles, de pecado y culpa, no es extraño que se
considerase como un «síndrome religioso» y que
la lepra fuese producto de la
cólera divina para aquellas gentes, proyectando sobre el
Creador la idea antropocentrista del malhumor, incompatible con
la suma perfección de Dios.

Al investigador llama la atención una serie de hechos
que, analizados uno por uno, y luego todos en conjunto, nos
permiten extraer una serie de conclusiones que quizá
permitan aclarar más el oscuro tema de la lepra en la
historia.

Estos hechos son:

1. La existencia indiscutible de lepra verdadera en Europa por
lo menos 500 años a. de C.

2. Posibles medios de
difusión a partir de Oriente:

a) por el comercio
fenicio y sus colonias.

b) las campañas de los griegos en Oriente
(Alejandro).

c) las campañas de las legiones romanas en Medio
Oriente y Egipto (Octavio y Pompeyo).

d) las invasiones musulmanas de España y sur de
Francia.

e) la diáspora judía.

f) las invasiones de los hunos.

g) los gitanos procedentes de la India.

h) las expediciones de los vikingos.

i) las invasiones germánicas.

j) las Cruzadas.

k) otras.

3. La confusión bajo el nombre de lepra de otras
enfermedades de etiología muy distinta, con evolución diferente, períodos de
incubación muy distintos y características
epidemiológicas en general muy polimorfas.

4. Los hallazgos paleopatológicos que confirman la
existencia de lepra en Egipto en el Bajo Imperio (Nubia) (Ruffer,
Smith , Derry). Hallazgos de lesiones leprosas en la momia de
Tutmosis II (Zambaco Pacha, Dawson, Thorwald). Descripciones de
Lucrecio de la lepra en Egipto al principio de nuestra Era. Las
descripciones de lepra en los papiros de Brugsh y Ebers (2.400
a.C.).

5. La mención de hospitales para leprosos (leprodochia)
por Gregorio de Tours (en 560)según Garrison. Las
leproserías que alcanzarían un número
extraordinario.

6. Los factores atípicos que menciona Mettler en 1947
como son el distinto grado de contagiosidad según las
épocas, distinto de la teoría humoral de los
griegos, que entonces era un axioma. El número de personas
afectadas por la lepra en algunos períodos de la historia,
así como la rapidez de curación de algunos de ellos
y la casi desaparición de la lepra cuando surge la
sífilis como entidad nosológica bien
identificada.

7. El rápido incremento de la sífilis desde el
comienzo de nuestra Era hasta el siglo XIII y la
declinación hasta tener que cerrar los hospitales para
leprosos o destinarlos a otros fines del siglo XIII en
adelante.

En el Renacimiento,
la lepra había casi desaparecido.

8. El hecho de que el médico chino Huang Ti, 2.600
años a. de C., «curaba la lepra» con un
tratamiento a base de mercurio.
Sabemos que la lepra no se cura con mercurio, pero la
sífilis sí.

La existencia de leprosos en Europa, de lepra verdadera, antes
de la Era cristiana, es un hecho indiscutible.

La existencia de lepra en Oriente por lo menos 2.600
años a. de C., así como en Egipto y Medio Oriente,
es otro hecho indiscutible, demostrado por los documentos y
hallazgos arqueológicos y paleontológicos.

Las vías de difusión de la enfermedad son
hipotéticas, pero lógicas, sin excluir otras
posibles vías no detectadas aún.

La confusión existente sobre la lepra, su
denominación y su identificación en la
antigüedad, los problemas
relacionados con la traducción de una lengua a otra,
así como de la confusión con otras enfermedades de
la piel, es otro hecho indiscutible.

La existencia de hospitales para leprosos en los primeros
siglos de nuestra Era es otro hecho incuestionable ante los
testimonios documentales existentes.

La existencia de un ambiente de superstición, de temor
religioso, de falta de higiene y obras de saneamiento, de
infraestructura en las ciudades, lo que predisponía para
la extensión de cualquier enfermedad epidémica o
mantenimiento
de las endémicas, es otro hecho cierto.

Era costumbre de la época el tirar la basura a la
calle, lanzar aguas sucias, excrementos y orines por las ventanas
y deambular toda clase de
animales por las calles, que se convertían en verdaderos
muladares.

Lo que requiere una aclaración a la vista de estos
hechos es la pandemia de lepra que tuvo lugar en la Edad Media.
Hay algo que no encaja con esta pandemia, y es la baja
contagiosidad que sabemos tiene la lepra, el largo período
de incubación que requiere para su aparición, para
su desarrollo. No
parece estar de acuerdo el que vayan los Cruzados a Oriente,
regresen contagiados y produzcan una rápida
aparición de lepra en toda Europa. Esto se parecerla
más a una epidemia de sífilis, por ejemplo, en
aquellos tiempos en que no existía ningún
tratamiento especifico para esta enfermedad. Pero esto
está en oposición con la idea de que la
sífilis vino de América, y hasta de que hubo una
mutación genética
del Espiroqueta, en su variedad americana, que se
transformó en la variedad europea.

Y otro hecho aún más notable es la
desaparición casi tan rápidamente como su
aparición. Como vemos, hay algo que no encaja cuando se
conoce la epidemiología de la lepra.

Algunos autores atribuyen a las medidas de aislamiento
adoptadas con los «leprosos», siguiendo las ideas
expresadas en el Antiguo Testamento, la detención de la
lepra, pero hay otros autores que consideran otras razones
más poderosas; por ejemplo, la «Muerte Negra»,
que asoló la Europa Medieval, produciendo una mortandad de
1/4 de la población: 25.000.000 de víctimas
sólo en Europa en brevísimo espacio de tiempo. En
total, en el mundo se calcula que hubo 60.000.000 de
víctimas.

La «Muerte Negra» se presentó en Europa el
año 1348, después de haber devastado Asia y Africa.
Fue uno de los mayores horrores que ha sufrido la humanidad,
almacenándose los muertos putrefactos en las calles y
casas sin que nadie fuese capaz de enterrarlos.

La pestilencia y la desesperación eran generales.
Manchas oscuras en la piel, hemorragias y destrucción
gangrenosa de los pulmones, paralizando cuerpo y mente, eran los
síntomas, así como lesiones ulceradas axilares e
inguinales. Chalin de Vinario describió con detalle la
epidemia de 1382 en su libro «De Peste».

A partir de esta epidemia, repetida en 1403, se comenzó
a practicar lo que desde entonces se llama cuarentena, porque los
viajeros de los barcos debían permanecer aislados en un
hospital por 40 días.

Además de la «Muerte Negra», se
presentó en Europa la epidemia de hambre.

Todo esto y las muertes que se produjeron hizo disminuir
notablemente la población y, al parecer, por su falta de
resistencia a la
epidemia, los primeros que fueron cayendo eran los leprosos.

A ello, pues, se atribuye el que la lepra casi desapareciera
después de estas grandes pandemias.

Por otra parte, la mayoría de los autores que han
tratado sobre el tema, están casi de acuerdo en reconocer
que el aislamiento y los medios represivos tomados contra los
leprosos han tenido el efecto contrario al deseado, pues la
ocultación de la lepra tiene que haber sido grande ante el
temor de ser separados de la familia y
de sus hogares, lo que determinó un mayor contacto y
más prolongado con el enfermo sin que nadie se diera
cuenta de ello.

Además, es sabido, por otra parte, que un leproso puede
vivir mucho tiempo con personas sanas sin contagiarlas.

La lepra se contrae en la juventud y se
manifiesta en la edad adulta en muchos casos.

Lo cierto es que en el siglo XV, la lepra era vista rara vez
por los médicos, y Fracastoro podía decir en el
siglo XVI: «La lepra es enfermedad rara vez vista entre
nosotros».

LA
LEPRA Y
SUS NOMBRES

Aparte de los ya citados de elefantiasis de griegos y
árabes, el de tsara’ath en hebreo, a la lepra se le
llamó «mal de San Lázaro» o
«enfermedad de San Lázaro» por Lázaro
el mendigo, que en la parábola evangélica, cubierto
el cuerpo de úlceras, tenía que disputar a los
perros las
sobras de la mesa del rico (Luc. 16, 19-311.

Pero otro hecho notable en la historia de las enfermedades es
que este mendigo Lázaro es identificado no se sabe
cuándo ni cómo con otro Lázaro
evangélico, el Lázaro de Betania, el amigo de
Jesús, hermano de Marta y María, al que resucita
Jesús en otro pasaje evangélico (Ju 11, 1-44). De
aquí que algún hospital de leprosos en Inglaterra
como el de Sherburn, que fue muy famoso, se le llamara
«Hospital de San Lázaro y sus hermanas María
y Marta», y en otros lugares de Inglaterra, desaparece el
nombre de San Lázaro para quedar sólo el de Marta y
María, bajo cuya advocación se coloca a la
mayoría de los leprosos y los hospitales de leprosos de la
Inglaterra medieval. Luego a María se la identifica con
María Magdalena y desaparece el nombre de Marta y
así surgen los hospitales de «La Magdalena» y
«Mawedelyn» o «Maudlin», que en Francia
serán «La Madeleine». Ejemplo el hospital de
leprosos de Santa María Magdalena de Totnes en Devon.

En otros muchos lugares surge como defensor de los leprosos
San Jorge, por aquello de la lanza y el dragón al que
destruye. Se vió en esta escena alegórica la viva
representación de lo que se quería hacer con la
lepra, de la lucha contra la lepra. Será en los
países nórdicos de Europa donde los hospitales de
leprosos se ponen bajo la advocación de San Jorge y se le
toma por patrón de los leprosos.

En España se llama a los enfermos del mal de San
Lázaro, lazrados, y también malatos, de donde
lacería y malatería, nombres aplicados a los
hospitales de leprosos o lazaretos.

Gafo ha sido otra palabra muy usada para designar a los
leprosos y gafedad a la lepra, por la mano gafa o en
flexión forzada de los dedos sobre la palma, aunque no
sólo este tipo de lesión se presenta en la lepra
sino en otros procesos
patológicos como el reumatismo crónico
deformante.

La voz gafo y su derivado gafe, se utilizó como
término despectivo y equivalente a persona que trae mala
suerte. Ser gafe es como ser jetattore o ser malasombra.

Quizás derivada o en relación con ésta es
la voz cahot o cagot o cacot usada en Francia y Pirineos
españoles para designar a los leprosos y por
extensión a un grupo
étnico, los agotes o agotak, grupo marginado, considerado
como raza maldita durante mucho tiempo que habita en los valles
profundos de los Pirineos. También se les llamó
christiaas, cailluands, colliberts y caeths.

Durante mucho tiempo estuvieron bajo la protección de
algún señor feudal, otros fueron siervos de la
Iglesia, y se les solía colocar como distintivo especial
una pata de ganso o de ánade (patt d’oie) en
paño rojo cosido sobre la espalda izquierda, viviendo
apartados de los demás y careciendo de derechos públicos o
dedicándose al oficio de verdugos. Se ha pensado que este
apartamiento tuvo lugar por ser sospechosos de padecer lepra.

Los agotes españoles o gafos o cagots franceses,
llamados también cabaneurs y nioleurs que habitaron los
pantanos de Sévre y Lay tendrían una especial
conformación del cráneo que los hace distintos
antropológicamente a los demás habitantes de las
regiones vecinas.

Lo de capotes o agotes vendría por haber sido
cristianos fervientes en las épocas de las invasiones. Cap
Gott (cabeza de Dios) por lo que también se les ha llamado
christiaas.

También se ha creído que fueron en tiempos,
Cruzados que vinieron contaminados de lepra y se aislaron en los
profundos valles pirenaicos. En Francia se llamó
también a los leprosos cacous, cagous, caquins, caqueus,
colliberts, capots, cassots, caffots, gabets, crétins,
ghésitains, gavaches (de ahí el nombre despectivo
usado por los españoles de la Independencia
aplicado a los franceses, gabachos), mesel, mezel, méseau
o mesiaus, homines de lége, chretiens, crestats,
crestiaas, kakods, gaffots,ladres.

También se ha llamado a la lepra, ladrérie,
malum mortuum, malau, mal de loup, mezaelerie, mal de Saint
Ladre, etc.

Se confundió a los judíos con los leprosos por
ser muy frecuente que los judíos padeciesen lepra y
así en Francia se puso a los leprosos un distintivo
especial azul o rojo, como a los judíos se les puso en
Francia en la Edad Media una rueda amarilla, o un casquete, gorro
o sombrero amarillo.

El amarillo era el color más usado por los
judíos.

Esto que en Francia se hizo durante la Edad Media, los
alemanes lo harían en toda Europa durante la última
guerra
mundial, colocando a los judíos el distintivo amarillo
que era la estrella de Sión con la palabra jude en su
interior.

En España se llamó a la lepra ladre, landre,
alborozo, laceria, gafedad, mal de San Lázaro.

La palabra francesa cacou, se considera derivada del griego
kakósis, mal o enfermedad.

También porque se les obligaba a llevar un barrilito
donde la gente echaba sus limosnas o las mercancías
compradas para que ellos no tocasen nada.

A este tonelito se le llamaba precisamente caque.

También cagot se ha hecho derivar de canes goths o
perros godos, injuria atribuida a los descendientes de
visigodos.

Lai en China, tsumi en Japón, isurbaa y eqpu en
Mesopotamia, kushta en India, Kusta entre malayos e indonesios y
filipinos, likprar en Islandia, mai-pake (enfermedad china) en
Hawai.

En Portugal a la lepra se le ha llamado alvaraz, elefancia dos
arabes, mal de San Lázaro, gangrena seca, Pida, figado,
gafa, gafeira, gafem, guafem y gafidade. A los afectados por esta
enfermedad se les llamaba elefantiacos, leprosos, gafos,
lázaros, lazarinos y manetas.

Gafedad y gafo son términos ya empleados en la
ordenación de Alfonso el Sabio (1256) donde se dice que
estos términos son antiquísimos cuyo origen se
ignora.

LOS HOSPITALES PARA
LEPROSOS

Ya los menciona Gregorio de Tours el año 560 con el
nombre de Leprodochia como ya dijimos, o leproserías. Su
número fue aumentando probablemente a medida que la lepra
se fue extendiendo y los casos eran más numerosos.

En Inglaterra y Escocia según Garrison hubo hasta 200
de estos hospitales, en Francia la cifra llegó a 2.000 y
en Alemania
según Virchow (1860) cada pueblo tenía su hospital
para leprosos.

Es indudable que la construcción de leproserías
constituyó una auténtica revolución
desde un punto de vista social e higiénico y tanto si se
mira desde un punto de vista de la profilaxis como desde el de la
caridad humana en opinión de Garrison.

Pero cuando se estudian las crónicas de la
época, sentimientos encontrados nos hacen dudar a veces de
los verdaderos motivos que empujan a realizar el tratamiento del
leproso.

Sabemos que tanto en Asia como entre los hebreos mismos, la
aparición de un caso de lepra iba de inmediato seguida del
decreto de separación y expulsión del enfermo fuera
de los límites
del poblado, campamento o ciudad.

En Oriente se sometieron a tratamiento con diversos productos,
desde el mercurio al aceite de Chaulmoogra (China, India).

La separación de los leprosos de la gente sana era
utilizada como medio de profilaxis o para que la impureza del
afectado (castigado por los dioses) no llegara a los sanos.

Las personas sospechosas de padecer lepra eran denunciadas a
las autoridades de la ciudad, que a través de un jurado, a
veces municipal en la ciudad medieval. o los mismos sacerdotes en
tiempos bíblicos, tenían que diagnosticar la
condición, la veracidad de la denuncia y actuar en
consecuencia.

El jurado fue eclesiástico en muchas regiones de
Europa, en otros lugares se pedía el diagnóstico de
un médico que debía de expedir un certificado al
presunto enfermo.

En el occidente cristiano, se establecen los hospitales de
leprosos que son simplemente depósitos de enfermos. En
Inglaterra, en los siglos XIII y XIV había 200 hospitales
de leprosos como se dijo entre los cuales fueron los más
famosos Hanbledown cerca de Canterbury y Sherburn cerca de
Durham, que albergaban a 100 y 65 leprosos respectivamente.

La Iglesia se hace cargo de estos hospitales en los primeros
tiempos. La mayoría de estos hospitales de leprosos tienen
una capilla administrada por un cura y la capacidad de estos
centros de aislamiento suele ser para 10 leprosos.

Se cree que en los siglos XIII y XIV, vivían
hospitalizados no más de 2.000 leprosos para una
población de 3.000.000 de habitantes en Inglaterra y en
este país ya había tenido lugar la
disminución de la lepra antes de la aparición de la
«Muerte Negra».

La extensión de los hospitales al comienzo de la Edad
Media, nos está indicando que la enfermedad existía
por todas partes. Muchos de estos hospitales no pasan de ser una
capilla fundada por un alma piadosa, capilla adscrita a una
vivienda dispuesta para albergar a 10 ó 12 leprosos
pobres, siendo administrada por un capellán que
tenía a su cargo decir misas y rezar a perpetuidad por el
alma del fundador.

Algo así como un seguro para
alcanzar el cielo y que después de la muerte
hubiese quienes pidieran por el alma de quien creó tal
obra piadosa.

El dinero ganado en la tierra era así bien invertido
para lograr la paz eterna.

Era común por aquel entonces que se añadiesen
algunas cláusulas a los testamentos en las que se
especifica que se dejaban cantidades «por la
salvación de mi alma» y a veces «por la de mi
alma y la de aquellos que me han precedido o que me
sucederán».

A veces se acuerdan del rey los señores agradecidos y
dedican una parte «para la salvación del rey y por
su alma después de su muerte».

Así cree Richards que los hospitales medievales
«fueron esencialmente la expresión de la caridad
engendrada por el deseo de alcanzar el cielo y no por el
espíritu da defensa de la salud
pública».

Los leprosos tenían que rezar por el alma del fundador.
Era la condición por la que eran admitidos en aquellas
instituciones.

En el siglo XV se siguieron multiplicando las
leproserías en algunos países, pero su dirección pasó de las manos
eclesiásticas a las manos de los civiles, los llamados
«alcaldes de la lepra».

Major da la cifra de 19.000 leprosos en los países
cristianos durante el siglo XIII. San Francisco de Asís y
Santa Isabel de Hungría fueron los dos grandes defensores
de los leprosos.

Nunca tuvieron temor a curarles con sus propias manos. Santa
Isabel sería adoptada como patrona de los leprosos.

También la historia de los caballeros de la Orden de
San Lázaro está muy estrechamente unida a la
historia de la lepra.

Fundada en Jerusalem por los Cruzados en 1120 con el objeto de
atender a los peregrinos y cuidar a los leprosos, el gran maestre
de la Orden era un leproso.

A su marcha de Jerusalem, pasaron a Francia, donde obtuvieron
tierras cerca de Orleans, otorgadas por el rey Luis VII.
Continuaron en Francia su labor de asistencia a los leprosos.
Durante la revolución
francesa casi desaparecieron para hacerlo definitivamente
bajo el reinado de Luis Felipe.

Las denuncias de los casos de lepra por parte de vecinos con
el objeto de que fueran inmediatamente aislados los enfermos, se
prestó a verdaderos abusos y fraudes.

Bourges anota el hecho de que “herederos impacientes
lanzaban el sambenito de leproso sobre el familiar al que se
quería excluir de la sociedad para
heredarle más rápidamente”.

La razón de esto es que el leproso, señalado
oficialmente como tal era convertido en un muerto en vida. Hubo
papas que los excomulgaron, otros les negaron los sacramentos.
Algunos les permitieron que asistieran a los oficios, pero
escondidos tras una celosía para que nadie pudiese verlos.
Por eso, cuando alguna persona era reconocido como leproso era
como sentenciarlo a muerte.

Surgen los rituales especiales para los leprosos, que tienen
como base el enterramiento simbólico del enfermo (Ritual
de Reims, Ritual de Saint Brieue de 1603, el de Rennes de 1541,
el de San Julián, etc.).

Después que un jurado decidía la existencia de
lesiones leprosas, el cura de la parroquia se hacía cargo
del enfermo. La Iglesia debía asegurar la ejecución
de la sentencia de separación. El enfermo tenía el
derecho de recurrir de la decisión del tribunal. Algunos
lograban obtener un certificado médico de no padecer
lepra.

Los expertos de la época disponían de una serie
de pruebas para
asegurarse de que se trataba de lepra verdaderamente. Una de
ellas consistía en extraer sangre del
enfermo que pasaban a través de un tamiz o tela. En caso
de lepra, quedaban sobre la tela después de filtrada la
sangre, una serie de corpúsculos blancos y brillantes como
granos de mijo.

Otra prueba consistía en extraer sangre al enfermo que
se mezclaba con unas gotas de aceite. Si transcurrida una hora la
sangre presentaba un aspecto «cocido», el enfermo era
declarado leproso.

Otras pruebas como la de frotar sangre del supuesto enfermo
sobre la palma de la mano para ver si daba la impresión de
estar seca, en cuyo caso era positiva la prueba, fue uno de los
métodos preferidos por médicos del siglo XIII y XIV
como Arnau de Villanova y Guy de Chauliac.

Otra prueba famosa fue la de la piedra de mármol.
Consistía en colocar acostado al supuesto enfermo sobre
una gran losa de mármol. El frío de ésta
acentuaba por vasoconstricción o cianosis las manchas
leprosas o aumentaba la anestesia cutánea de las zonas
afectadas.

La frase «pasar por la piedra» ha quedado desde
entonces en el vocabulario popular, muchas veces sin saber de
dónde procede. Una vez que el jurado determinaba que un
caso era lepra, pasaba a la jurisdicción
eclesiástica. El cura del lugar anunciaba desde el
púlpito el día de la ceremonia.

Según los rituales establecidos que diferían en
poco unos de otros, el cura iba a buscar al leproso quien
esperaba en su casa previamente advertido. Revestido el cura y
precedido de cruz alzada, le dirigía unas palabras de
consuelo para confortarle, diciéndole que su enfermedad
del cuerpo le serviría para obtener la salvación
del alma y alcanzar la vida eterna. Luego, aspersión con
agua bendita y acto seguido era conducido a la iglesia, precedido
siempre por la cruz y el cura que iba cantando el «Libera
me Domine». En la iglesia se había preparado delante
del altar el paño mortuorio entre dos hachones. El leproso
se arrodillaba y oía misa devotamente. Terminada
ésta, se le rociaba de nuevo con agua bendita y precedido
por la cruz, era conducido al lugar previsto donde debía
de vivir en adelante. Antes se le decía: «Muere para
el mundo, pero resucita para Dios».

A1 despedirse el cura, le leía las prohibiciones que
debía de observar de allí en adelante como no
entrar en la iglesia, mercados,
molinos, ferias o reuniones, ni lavarse las manos en fuentes o
riachuelos. Sólo podía beber agua en su propio vaso
o en un barril propio. Debía llevar constantemente el
hábito de leproso y no marchar con los pies descalzos. No
podía tocar los objetos, sino señalarlos con la
punta de un bastón que debía llevar siempre
consigo. No podía entrar ni en las tabernas ni en las
casas. Si compraba alguna cosa, no podía tomarla con la
mano sino que tenían que ponérsela en su barrilete
que llevaría siempre colgado al cuello.

Debía llevar una esquila o una carraca para anunciar su
paso, su presencia. No podía caminar por los caminos o
senderos, sino fuera de ellos, para no encontrarse cara a cara
con nadie. No podía tocar las pertenencias de la gente
sana sin guantes. No podía tocar jamás a los
niños
ni a los jóvenes ni darles nada que le perteneciese, ni
comer ni hablar con nadie que no fuesen leprosos como
él.

No podía al morir ser enterrado con los demás en
cementerio común, sino junto a la leprosería.
Debía de cubrirse la cabeza con un capuchón.
Tenía que vivir separado de la comunidad, bien en un
hospital de leprosos si existía o bien en una casa
aislada, en la que tuviese su propio pozo, su mesa, su silla, su
cama y los utensilios que le fueran necesarios.

En caso de muerte, el cura debía atender al leproso,
sin repugnancia de tocarle o acercarse a él “ya que
esto es útil para la salvación de su alma”
(la del cura). Se hacia especial hincapié en esto. Se
prohibía a todo el mundo injuriar de palabra o de hecho al
leproso. Los familiares eran exhortados a hacerle
compañía por lo menos por 32 horas para que el
cambio de vida y la soledad no le afectasen tanto.

Los hijos de los leprosos no podían ser bautizados en
la misma pila común sino aparte.

El rito de pasar al leproso por el paño mortuorio (rito
de paso de van Gennep) tenía el mismo sentido que para los
religiosos de hoy día.

La misma advertencia se hace a los que profesan en una orden
religiosa en nuestros días. Como una consagración
religiosa se dice: «Muerto para el mundo, resucitado en
Dios».

Si el leproso entraba en una leprosería era costumbre
que llevase una cantidad de dinero consigo que debía de
entregar para organizar una fiesta como celebración de su
llegada.

El equipo del leproso constaba de: Lazarea, vestís o
leprosería, vestís humilitatis, toga, stragula, que
todos estos nombres se han dado al hábito pardo o
grisáceo según el lugar, región o
país.

Tunica el clamis, o vestido gris, Capucim camelini o capucha,
de tejido hecho de pelo de cabra, mezclado con seda y lana,
debidamente mezclado y teñido. Solutares, que eran unos
zapatos adecuados, Chirotecae, los guantes.

Modiolus, una especie de barrilete colgado del cuello o en
bandolera para depositar en él objetos o alimentos que le
dieran.

Carraca o esquila o chanutella, para avisar de su presencia.
Sobre la esclavina debía llevar además una pieza de
tela roja, que era una marca para
identificarle, lo que parece querer decir en cierto modo que su
uniforme no era muy distinto al que podían llevar los
caminantes de aquellos tiempos o los propios frailes.

Unos llevaban la señal azul, otros roja, según
la región. Otros la pata de ánade, como es el caso
de Francia, donde esto fue signo de infamia durante mucho
tiempo.

En ciertas épocas los leprosos andaban mendigando, en
otras se les prohibió salir de las leproserías
cuando éstas existían.

A veces sólo dos tenían permiso para ir a la
ciudad a pedir. En ocasiones el permiso era para pedir en la
puerta de la leprosería pero con absoluta
prohibición de entrar en la ciudad. Unas veces vivieron de
la caridad pública, otras de la dotación que almas
caritativas dejaban para atención de la leprosería.
La mayor parte de las veces los leprosos allí alojados no
estaban en disposición de trabajar.

Hubo entonces personas que por caridad unas veces, otras a
sueldo, trabajaban para ellos, e incluso convivían en las
leproserías. A veces fueron particulares, a veces
órdenes religiosas, órdenes menores o
voluntarios.

En algunas circunstancias se prohibía expresamente a
los leprosos tener tierras propias que cultivar. En otros casos,
por el contrario se les permitió disponer de sus propias
tierras que en ocasiones hacían producir lo suficiente
para abastecerles y aún sobrarles.

Había ciertos oficios que les estaban reservados
permitiéndoles desempeñarlos como los llamados
infamantes, tales el de sepultureros, el de recoger animales
muertos, hacer cordeles para fabricar sogas que se usaban para
los condenados a muerte o para las campanas de las iglesias,
fabricaban campanas para las iglesias o cortaban la madera con la
que se hacían los cadalsos.

La lepra fue en algunas épocas causa de
disolución del matrimonio. Sin
embargo San Gregorio consideró que esto iba contra los
principios
cristianos, y mientras el Concilio de Compiégne en 756
autorizó la disolución matrimonial, el Papa
Alejandro III permitió incluso que los leprosos pudiesen
casarse con una mujer sana si ésta le aceptaba, en cuyo
caso el matrimonio era indisoluble.

Lo cierto es que la Iglesia nunca se opuso al matrimonio entre
leprosos. En el Concilio de Letrán se dispuso que todo
leproso podía libremente contraer matrimonio.

En cambio en algunas leproserías aun cuando marido y
mujer fuesen leprosos, tenían que vivir separados y les
estaba prohibido hacer vida en común. Sólo
podían comer juntos los domingos.

Las mujeres no podían entrar en dormitorio de los
hombres.

A partir del siglo XVII ya incluso la Iglesia permitió
el bautismo de los hijos de leprosos en la pila común y
enterrar a los leprosos en los cementerios comunes. Pero para
llegar a esto hubo que vencer no pocas resistencias y
costumbres establecidas por parte de la población.

En Bretaña, refiere Trevien que a pesar de que la
Iglesia aceptó enterrar a los leprosos en el cementerio
común, el pueblo no quería y en algún lugar
como Pluvigner, fue llevado el cadáver de un leproso hasta
la puerta de la iglesia según estaba estipulado.

Allí les esperaban los vecinos con piedras que lanzaron
sobre el cortejo, que como pudo se refugió en la iglesia.
El cura párroco fue alcanzado por una piedra. Tuvo que
huir el cortejo de leprosos abandonando el ataúd que los
rabiosos vecinos cargaron, tirándolo al camino de la
leprosería. El féretro se abrió y el
cadáver rodó por el suelo. Tuvieron
que enterrarlo en la leprosería.

Pocos días después, calmados los ánimos
hubo otro leproso muerto. El cura creyó que podía
enterrarse. Así se hizo sin aparente peligro de ser
apedreados, pero no contaban con los más rebeldes del
pueblo. Un grupo de vecinos se presentó en el cementerio,
desenterraron el cadáver y lo arrojaron al camino de la
leprosería.

Los prejuicios estaban demasiado enraizados en el pueblo y no
era fácil hacerles cambiar de parecer. A1 cabo del tiempo
las cosas cambiaron y la gente llegó a ser convencida de
que no había peligro para nadie.

El temor a la lepra fue tan grande en muchas épocas de
la historia que una cláusula testamentaria corriente era:
“que quienes no cumplan esta voluntad sean destrozados por
la lepra”.

Y en carta que dirigía a San Luis, rey de Francia, el
señor de Joinville le decía que prefería
tener 30 pecados mortales que ser leproso.

Sin embargo las leproserías no eran siempre lugares
sórdidos como se podía pensar por la mala prensa que ha
tenido la lepra. Había leproserías que eran
edificios bien dotados, confortables, en los que no sólo
leprosos, sino personas de gran santidad eran admitidas y
pedían terminar allí su vidas dedicadas a cuidar a
los leprosos, dejando todos su bienes y
pertenencias para la institución.

Sin embargo, es preciso señalar que las
leproserías, durante siglos han sido en verdad
depósitos, lugares de retiro y aislamiento y no centros
clínicos hasta el siglo XVI en que aparecen los primeros
hospitales generales o especializados en enfermedades
venéreas, de la piel y lepra.

La circunstancia de que ciertos hospitales de leprosos que
tenían sus reglas estrictas, llegasen a expulsar de su
seno a pacientes que no las cumplían, parece demostrar que
la razón de ser de algunos de estos centros, no fue la de
prevenir la extensión de la infección como ya
apuntamos, sino lugar de retiro más bien religioso.

Buena prueba es que se les exigía hacer votos como a
los clérigos o frailes, tal el de obediencia por ejemplo.
Se trataba pues, de verdaderas comunidades religiosas.

Este autor al mencionar el hospital de Sheburn en Inglaterra,
cuenta que el leproso tenía que rezar 16 paternosters a
laudes o maitines, 14 a prima, 14 a nonas, 18 a vísperas y
14 a completas, más 25 por sus propios pecados y otros
tantos por las almas de los obispos de Durham, en total 161
paternosters diarios.

Esto no era todo ya que a la muerte de un hermano de la
comunidad, se tenían que rezar cada uno 300 paternosters a
su memoria durante
los siguientes 30 días. La cosa se complicaba cuando
morían tres o cuatro leprosos, pues no daba tiempo a rezar
los 1.200 paternosters extra.

En Dover eran aún más exigentes. Había la
obligación de rezar 200 paternosters y avemarías
diarios y otros tantos por la noche.

Y si alguno, sin causa justificada, olvidaba sus devociones
era castigado teniendo que hacer pública confesión
de su falta y como si fuera un niño de escuela cogido en
falta de ortografía, rezar el doble de
paternosters.

En el siglo XVI los hospitales de leprosos van pasando
paulatinamente de la
administración eclesiástica a la civil.

En España coincide el fin de siglo con la
creación de hospitales generales, con la fusión
de los pequeños hospitales que vivían una
existencia lánguida o difícil a pesar de albergar
sólo 10 ó 12 enfermos.

En Madrid,
específicamente, el hospital de San Lázaro
existente desde tiempos remotos en las afueras de Madrid, fuera
de la muralla, al final de la cuesta de la Vega, pasará a
integrarse en el de Antón
Martín donde se atenderán desde entonces las
enfermedades venéreas, de la piel y la lepra.

Esta es la época en que la lepra se va haciendo rara en
Europa y los hospitales de leprosos van quedando vacíos.
Se creyó por un tiempo que a medida que iba aumentando la
tuberculosis iba disminuyendo la lepra.

Lo cierto es que la disminución hasta casi desaparecer,
de la lepra, se hace patente en Inglaterra, donde en el citado
hospital de Sheburn de 65 leprosos que había en 1434, baja
a fines del siglo XV a 2 y a mediados del siglo XVI no quedaba ya
ningún leproso, por lo que se dio albergue a pobres no
leprosos.

En algunos hospitales que fueron para leprosos se llegó
a olvidar el motivo por el que fueron fundados.

En Dinamarca se hizo tan rara la lepra que los hospitales de
leprosos fueron destinados a albergar enfermos comunes y alguno
para hospital psiquiátrico. En el norte de Europa
desapareció de Suecia la lepra casi por completo quedando
confinada en algunas regiones de Noruega.

DIAGNÓSTICOS Y
TERAPÉUTICA DE
LA LEPRA.
OJEADA
HISTÓRICA

Desde las antiguas prácticas y medidas de higiene y
profilaxis por el aislamiento, el incendio de las casas donde
hubiese habitado un leproso, hasta nuestros días, muchos y
variados han sido los ensayos para
tratar y curar la lepra.

En la antigua China se usó la acupuntura, así
como diversas substancias minerales entre
ellas el arsénico, para curar la lepra. En el siglo XIX se
creyó que el caldo de culebra, en especial la majá
o boa de Cuba era
excelente remedio para la lepra, así como el caldo de
tortuga.

En la India fue utilizado con éxito
desde tiempos remotos el aceite de Chaulmoogra, que ya al parecer
conoció Rama con el nombre de kalow, y con el cual
según el Ramayana de Valmiki se curó a sí
mismo la lepra contraída que le obligó a apartarse
de los humanos y vivir por en medio de los bosques.

Éste kalow de Rama ha sido identificado con una planta
de la familia de las
Flacurtiáceas, el Taraktogenes kurzii. En Birmania se
usaron los extractos de Hydrocarpus wightiana. Ambas plantas producen
aceite de Chaulmoogra.

Parece extraño que a Europa llegasen las especies y no
llegase sin embargo de Oriente el aceite de Chaulmoogra que se
conocía desde tan remota antigüedad. Sólo en
el siglo XIX y gracias a la observación hecha por el inglés
Mouat en 1854 otros dicen que Roxburg en 1814 ya lo había
observado, quien comprobó el efecto curativo de este
tratamiento que los hindúes conocían nada menos que
hacía 2.000 años.

Parte de la terapéutica una vez hecho el
diagnóstico y como consecuencia de la diseminación
de la lepra en Europa, la legislación prevista contra la
diseminación de la enfermedad (la cual fue considerada
contagiosa) y las regulaciones concernientes al casamiento de
personas leprosas, así como su segregación y
detención en instituciones – las cuales eran mas
filantrópicas y de caridad que medicas –implicaron
la creación de hospicios o asilos de ancianos – que
gradualmente entraron en operación. Las investigaciones
históricas de Virchow concernientes a casas de leprosos
(leprosarios) han establecido el hecho que estas instituciones
existían en Francia tan temprano como en el siglo siete en
Verdun, Metz, Mastricht,, etc., y que la lepra podría aun
haber sido diseminada. En el siglo ocho, San Othmar en Alemania y
San Nicolas de Corbis en Francia, fundaron casas para leprosos, y
algunos de estos existían en Italia. (ver Virchow en
Archivo de
Anatomía
Patológica”, XVIII – XX, Leipzig, 1860.) El
establecimiento de leyes contra el casamiento de leprosos, y
proveyendo para su segregación, eran hechos y reforzados
tan temprano como en el siglo séptimo por Rothar Rey de
los Lombardos, y por Pepin (757) y Carlomagno (789) para el
Imperio de los Francos. La temprana cuenta del hallazgo de casas
de leprosos en Alemania, se da en los siglos ocho y nueve; en
Irlanda

(Inisfallen), 869; Inglaterra, 950; España, 1007
(Málaga) y 1008 (Valencia); Escocia, 1170 (Aldnestun); los
Países Bajos, 1147 (Ghent).

El hallazgo de estas casas no tuvo lugar hasta que la
enfermedad se había diseminado considerablemente y se
habían convertido en una amenaza de la salud publica.
Se ha dicho que es la mas prevalente en el tiempo de las
Cruzadas, asumiendo proporciones epidémicas en algunas
localidades: en Francia solamente, al tiempo de la muerte de Luis
IX se computó que fueron cerca de doscientas de estas
casas, y en toda la Cristiandad no menos de diecinueve mil. Esto
es, además, buena razón para dudar de la seguridad de las
figuras anteriores como se estimo por nuestros informantes
medievales. Excepto, “esto podría ser un
error”, escribe Hirsch , “para inferir de la
multiplicación de las casas de leprosos, que esto fue un
incremento de casos correspondientes, o tomo el numero de los
primeros como la medida de la extensión en la cual la
lepra fue prevalente, o concluir, como algunos han hecho, que la
coincidencia de la Cruzadas implica alguna conexión
intrínseca entre las dos cosas; o que el aumento del
numero de casos fue asociado a la importación de la lepra a Europa desde el
Este.

Partes: 1, 2, 3
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