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Introducción




Enviado por mmacera



Partes: 1, 2


    1.
    Introducción. Interrogantes, y ejes articuladores del
    trabajo.

    2. El marco histórico
    general.

    3. Periplos hacia el terror: Populismo,
    desarrollismo y autoritarismo

    4. Ser joven y adolescente antes del
    Proceso: del las resistencias del ´60 a la ofensiva de los
    ´70

    5. La idea del "adolescente y
    joven" del proyecto educativo autoritario mentado por el Proceso
    de Reorganización Nacional, de
    1976-1978.

    6. Testimonio: estudiar en
    el Nacional Buenos Aires en los Años de plomo. Cómo
    se veía un adolescente a sí
    mismo.

    1. Introducción. Interrogantes, y ejes
    articuladores del trabajo.

    ¿Qué cambios se dieron en las concepciones
    hegemónicas sobre los sujetos sociales entendidos como
    "jóvenes adolescentes"
    destinatarios de la educación media en la
    Argentina
    posterior a 1976, por parte de los que elaboraron el proyecto
    autoritario del período más oscuro de la historia
    argentina, el bienio 1976-1978 y cómo recibieron esos
    jóvenes la propuesta dictatorial? ¿Qué tanto
    se articulan estas transformaciones con las teorías
    y concepciones pedagógicas de las elites intelectuales y
    civiles que apoyaron a las fuerzas militares que usurparon el
    ejercicio del poder en esa
    época y que pretendieron reorganizar la educación en
    función
    del proyecto represivo? ¿En qué medida este
    conjunto de teorías
    y necesidades políticas
    derivadas del
    disciplinamiento social anhelado por los estrategas Proceso de
    Reorganización Nacional, se tradujeron en prácticas
    y discursos de
    enseñanza/aprendizaje
    autoritarios en dentro de las aulas en la enseñanza
    juvenil? Por último, ¿qué consecuencias
    tuvieron esas concepciones y estas prácticas en las
    relaciones dadas dentro del aula, en esa manifestación de
    micropoder que es el vínculo de los alumnos con sus
    docentes en términos de democratización de la
    enseñanza, luego de la represión?

    Las interrogantes siguen la secuencia bajo cuyo
    ordenamiento quiere darse con este trabajo un abordaje
    histórico para responderles, acudiendo a los
    investigadores de diversas disciplinas especializados en el
    período y el entrecruzamiento de discursos de
    sujetos que vivieron en esos días en su calidad de
    alumnos, apelando a registros de los
    protagonistas del período inmediatamente anterior y a
    otros adolescentes
    durante el 76-78.

    En efecto, una vez que sea situado y caracterizado en
    sus términos históricos más generales el
    denominado por sus mentores "proceso de
    reorganización nacional", se pondrán de relieve:

    Las principales identidades elaboradas con los
    significantes ´juventud´ y ´adolescencia´ a la sazón empleados en
    los proyectos
    pedagógicos que anteceden al golpe militar; su
    resignificación y usos por los militares y funcionarios
    que mentaron el proyecto educativo autoritario del Proceso de
    Reorganización Nacional

    La traducción de este proyecto en rituales,
    prácticas, hábitos coherentes con este terrorismo de
    Estado entre
    docentes y en la relación docente/alumno. Se
    atenderá, bajo los apartados correspondientes a este eje,
    el tipo de participación civil, política y cultural
    aceptados como legítimos por las dirigencias políticas
    y militares según el sujeto configurado en el imaginario
    subyacente en construcción de cada discurso
    pedagógico e instituido en sus políticas educativas
    que se anticiparon y las que se consagraron en el Golpe de Estado
    de 1976; también, los contrastes y resistencias
    presentados por las prácticas reales en las escuelas,
    acudiendo a testimonios presentados en la bibliografía y otros
    registros
    orales obtenidos mediante entrevistas,
    destacando la experiencia de un caso del Colegio Nacional
    Buenos
    Aires.

    2. El marco
    histórico general.

    La crisis y las
    transformaciones de los regímenes
    políticos-económicos de América
    latina en los ´60.
    Los cambios sociales.
    El militarismo, un elemento constante en el tiempo y en el
    espacio

    En lo que sigue se trazarán las principales
    coordenadas históricas para situar la respuesta
    autoritaria a la crisis de
    los valores
    culturales y educativos derivados de la resignificación de
    colectivo juventud
    durante el tercer cuarto de siglo XX.

    Cuando en las primeras mañanas otoñales de
    marzo de 1976 en Argentina,
    ráfagas repentinas, secas y frías comenzaron a
    desprender las hojas más secas y débiles de los
    fresnos y plátanos del centro de la ciudad de Buenos Aires, el
    súbito tiritar de millares de bancarios, oficinistas,
    funcionarios y taxistas acompañó la
    adaptación inerte a un cambio
    estacional más en los alrededores de la Casa Rosada. Y
    sólo pocos, muy pocos de los que recorrían
    rutinariamente esas calles percibieron las oscuras señales
    del invierno más sórdido de los jamás
    vividos en la historia del país,
    precipitado no tanto por la crisis y presiones de los ciclones y
    anticiclones del hemisferio sur, como por los más ocultos
    reductos de inteligencia y
    operaciones
    militares, los comités e instituciones
    de una democracia
    resignada y la anuencia por omisión de millones de
    ciudadanos agotados e indiferentes.

    De esta manera, mientras los árboles
    perdieron aquello que los distingue de un esqueleto inerme, con
    la fría regularidad de los acontecimientos naturales, para
    luego recuperar su lozanía pasada la saludable tormenta,
    desde amplios sectores de la sociedad civil
    diversos factores contribuyeron a legitimar una usurpación
    política
    basada, precisamente, en una concepción orgánica
    del poder, que
    debía eliminar a sus enemigos, como un organismo elimina a
    los cuerpo extraños que ponen en peligro su
    subsistencia.

    Lejos de ser un fenómeno aislado, procesos
    similares se dieron en Bolivia (golpe
    del general Hugo Banzer Suárez, ex alumno del Colegio
    Militar argentino); Chile (el 11
    de setiembre de 1973, el hoy liberado por la justicia
    británica Augusto Pinochet lideró el derrocamiento
    de las autoridades legítimas, con explícito y
    fuerte apoyo norteamericano); Uruguay (tres
    meses antes al golpe chileno, una coalición
    vico-militar toma el gobierno y
    disuelve el congreso, para luego en 1976 ser tomados por las
    Fuerzas Armadas exclusivamente hasta 1985); Paraguay (donde
    el régimen autoritario de Alfredo Stroessner sirvió
    de refugio a nazis y dictadores perseguidos de amplio origen); y
    Brasil, por
    citar otro caso paradigmático (donde las políticas
    progresistas de Getulio Vargas y sus sucesores provocaron la
    reacción militar con apoyo de los EE.UU. que derivó
    en la toma del poder por las fuerzas armadas desde 1964 hasta
    1985).

    Las similitudes y correlatividades espacio-temporales en
    cuanto a la militarización del ejercicio de la
    política en la vasta extensión geográfica
    latinoamericana no debe, sin embargo, remitir a una causalidad
    homogénea del tipo de las elaboradas en el 60 con la
    pretensión de "teorías generales" que intentaron
    dar cuenta del desarrollo
    político y económico subcontinental desde
    racionalidades generalizadoras y sistematizantes, a las que
    aquí renunciamos, por otra parte, de utilizar. Y en
    además, es el mismo proceso de eliminación y
    derrota de los movimientos populares y de las experiencias
    democráticas en los ´70 la que ha hecho perder
    fuerza a esas
    miradas holísticas ("teoría
    de la dependencia", "desarrollismo", "tercermundismo", "marxismo",
    "teología de la liberación" y otras tantas
    elaboraciones teóricas, más o menos
    eclécticas, de las que brevaron los trabajos
    académicos, los actores políticos, sociales y
    culturales de las décadas del ´60 y ´70, y que
    coincidieron en contemplar América
    latina como una realidad homogénea).

    Pero no, entre las venas abiertas de América
    latina, el militarismo escribió páginas
    individualizadas dentro de cada frontera nacional. Es el caso
    argentino el que interesa, y en este trabajo, la
    configuración autoritaria del sistema educativo
    consecuente.

    Emergencia ideológica y política del
    "desarrollismo"

    Para comprender la emergencia de estos estados
    militarizados, represivos en todos los niveles sociales y, en
    casi todos los casos, aniquiladores de las disidencias
    ideológicas, las nuevas líneas de investigación tomaron los aportes de F.H.
    Cardoso y, sobre todo, Guillermo O´Donnell para focalizarse
    en cómo la crisis de modernización planteada en la
    región por el ingreso tardío al capitalismo,
    generó ámbitos de marcada autonomía
    política en los sectores militares y civiles entre los
    sectores dominantes, quienes más o menos estrechamente
    articulados, delinearon un derrotero muy particular de los
    sistemas de
    dominación en cada nación,
    aunque con una serie de características comunes que sí deben
    destacarse:

    • La centralidad del Estado en el desarrollo
      económico y el control
      social.
    • La motorización de una profundización
      de la estructura
      capitalista de las sociedades
      en su seno.

    Este fuerte intervencionismo estatal en la economía, en una
    época de innovación tecnológica,
    alentó nuevos discursos políticos impregnados de
    argumentos amparados en el desarrollo de
    las ciencias
    económicas y sociales de corte funcionalista-liberal,
    creándose cientos de organismos estatales que impulsaron
    las promesas políticas desde las nuevas racionalidades
    técnicas, intentando alejar de la lucha
    política ámbitos que, para el
    desarrollo-tecnocratismo, obedecían a las leyes del
    desarrollo en sí y no a la posición
    ideológica de sus impulsores.

    Eficiencia, competitividad, planificación, medición y control, fueron
    los términos propios de los cenáculos gerenciales
    de la multitud de empresas
    transnacionales que comenzaron a protagonizar y liderar muchos
    departamentos estatales económicos de la
    región.

    Resignificados o no, esos conceptos y criterios se
    compartieron y emplearon sin discreción por los
    funcionarios políticos e intelectuales que operaban desde
    multitud de centros de apoyo a estos gobiernos (OEA, UNESCO,
    ONU, FMI, CEPAL;
    BM…). Estos organismos, a su vez, financiaron proyectos de
    modernización en un espectro tan amplio como el que va del
    desarrollo de represas hidroeléctricas hasta planes de
    formación y evaluación
    docente, delineando un estrecho vínculo con los gobiernos
    primero desarrollistas y luego autoritarios de la región,
    reforzando una interdependencia mutua.

    Argentina-mundo

    Se ha dicho, empero, que en "la profundización
    del capitalismo,
    en el caso argentino, no se verificó; la política
    económica del gobierno militar
    de los 60 introdujo profundos cambios en el sistema
    productivo y en la redistribución del rédito, sin
    alcanzar los resultados esperados en términos de eficacia y
    competitividad."

    Este fracaso económico marca la
    especificidad argentina (la aplicación radical de las
    recetas friedmanianas en Chile, y el
    alto crecimiento industrial en Brasil demuestran
    políticas y resultados diferentes); es una derrota desde
    la cual las clases dirigentes no pudieron hacer frente a las
    presiones redistributivas de los sectores más afectados y
    de los nuevos que habían crecido bajo la ampliación
    de las ramas de producción y servicios en
    los ´60.

    Cíclicas y profundas crisis sociopolíticas
    consecuentes alentaron la radicalización de las
    prácticas sindicales para la consecución de
    objetivos
    laborales, que no tardaron en articularse con la creciente
    radicalización de movimientos políticos y
    culturales, donde a su vez confluían las tensiones y
    tradiciones de violencias emergentes de la denominada resistencia
    peronista, el movimiento
    estudiantil laico y las juventudes católicas. Para las
    elites será, también, pues, un fracaso en el
    control social.

    Más allá de los malos resultados
    económicos de los esfuerzos modernizadores de los
    gobiernos del ´60, el impacto de las transformaciones
    motorizadas se dejó sentir en diversos planos, pues muchos
    de los resultados sociales de esas políticas fueron todo
    lo opuesto a lo que sus impulsores podían imaginar. Pues,
    "después del golpe de estado
    del 28 de junio de 1966, dicha reorganización
    tecnocrática se inscribe aceleradamente en una zona de
    guerra
    ideológica cuya expresión más evidente la
    constituía la actividad comunista, entendida como el
    peligro máximo contra el sistema cultural argentino y en
    él, los sujetos sociales más frágiles: los
    jóvenes".

    Los jóvenes son entendidos como un colectivo
    peligroso, sin matices, sin diferenciaciones cuando se muestran
    rebeldes, demsiado vulnerables a la ideologización de sus
    naturales rebeldías.

    Y en cada polo urbano e industrial amenazado por la
    recesión fue, al mismo tiempo, el lugar
    donde la radicalización de esos jóvenes
    podía encontrar y encontraba un potencial revolucionario
    inusitado.

    Esta guerra,
    primero ideológica, se tradujo a leyes, decretos,
    derogaciones, cárcel, y proscripción de los
    disidentes que los militares del 60, amparados por la doctrina de
    la seguridad
    nacional que le daba fundamento, emplearon para crear,
    detrás o directamente en el poder, una zona de marginalidad, de
    expulsión autoritaria que también fue asumida por
    el sistema educativo. En él será, precisamente,
    donde se comienza a rechazar de plano multitud de ideales y
    objetivos
    juveniles que, por otra parte, se consolidaban con el influjo
    creciente de los medios de
    comunicación desde los cuales se divulgaban los
    procesos de
    descolonización, la Revolución
    Cubana, el mayo francés o la Revolución
    Cultural China. A cada
    hora cátedra de despolitización le bastaba una sola
    letra de canción, o tan sólo unos minutos de
    noticiero para mostrar nuevas realidades basadas en principios
    opuestos a los del sistema social y económico
    vigente.

    Se trataba de fenómenos que a finales de la
    década dee 1960, contribuían a modificar
    profundamente la propia realidad juvenil, la forma en que
    comienzan a verse a sí mismo dentro de la familia y
    la sociedad,
    profundizando una transformación masiva de sus
    hábitos de socialización hacia la vida adulta, tal y
    cómo más adelante se analizarán, en un
    proceso jalonado de múltiples y nuevas
    utopías.

    En la época de la Revolución
    Argentina (gobierno dictatorial operante entre 1966 y 1973), esos
    cambios se sumarán a otros tantos factores que confluyen
    para alentar la creciente militancia política de los
    jóvenes:

    "1) …la eliminación de la autonomía
    universitaria por la designación estatal de personal
    administrativo y docente…provocó la
    solidarización de diversos grupos de
    izquierda hasta entonces altamente discrepantes…y desligaron a
    los estudiantes políticamente motivados de las
    responsabilidades en los gremios universitarios
    impulsándolos al ámbito político
    externo.

    2)…la política
    económica del régimen militar puso en aprietos
    al estudiantado: la desocupación creciente, el aumento del
    costo de vida y
    los transportes les afectan igual que a la clase baja alentando
    los acercamientos. A esto se agrega la privatización de los comedores
    universitarios y la perspectiva de que se limitara el
    número de ingresos en la
    facultades.

    3) El tercer factor lo constituye una serie de
    personalidades y países: Castro, Camilo Torres, el
    Che Guevara;
    Cuba, China y
    Vietnam…que liberaron en los estudiantes un gran potencial
    motivador y activante…

    4)…Perón y
    sus ideas:…fue descubierto como modelo y
    mentor espiritual."

    Los jóvenes pasan a la acción. Y en pocos
    años –1968-1974, de la contestación
    espontánea se pasa a la guerra de guerrillas sistematizada
    y según modelos
    conocidos.

    Frente esta radicalización pronunciada de los
    fines de los ´60, y por las dificultades de la creciente
    inflación y recesión económica, el gobierno
    de la Revolución Argentina consiente en dejar el poder en
    manos del líder
    del movimiento
    político más importante, fragmentado, e
    ideológicamente diverso de la Argentina, hasta entonces
    perseguido y proscripto: el peronismo. Juan
    Domingo Perón
    comienza a representar la esperanza de múltiples sectores,
    entre ellos los militares en el gobierno.

    El temporario repliegue ejecutivo de las fuerzas armadas
    a partir de 1973, sin embargo, no se tradujo en el abandono en su
    seno del desarrollo sistemático de la elaboración
    de estrategias,
    tácticas, e inteligencia
    general ligada a la supuesta escalada revolucionaria
    marxista-leninista de nuevo cuño que amenazaba al tercer
    mundo en general y que implicaba una configuración militar
    adecuada.

    En definitiva, se preparaban para una potencial
    contrainsurgencia desde la caída misma del primer gobierno
    peronista, con un fuerte apoyo de los Estados Unidos,
    país que, con recursos,
    información y entrenamiento
    militar, posibilitó la coordinación represiva en el
    subcontinente.

    Así, desde 1955 a 1976, a la crisis de
    hegemonía planteada por la no conformación de un
    bloque de poder homogéneo que le brindara un sustento
    sólido al Estado desarrollista y luego el
    burocrático autoritario de Argentina para coordinar y
    sostener la modernización del capitalismo local, se
    sumaron las tensiones planteadas por las grandes masas juveniles
    urbanas que crearon nuevos espacios de participación
    cultural y sociopolítica con la bandera del regreso o no
    del general Perón, muchos de las cuáles, desde el
    punto de vista de las elites latinoamericancas alineadas a
    Estados
    Unidos, representaron la configuración en la sociedad civil de
    ideologías funcionales a los objetivos de la
    expansión soviética, China, o de la IV
    Internacional, y por lo tanto adquirían un peligroso
    carácter de valor
    estratégico-geopolítico.

    De hecho, entre jóvenes, intelectuales y artistas
    se multiplicaron las adhesiones a esos modelos de
    desarrollo socioeconómicos alternativos por parte de
    movimientos sociales y políticos de ideologías
    homogéneas o eclécticas y asistemáticas, que
    viraban a veces de una identidad a
    otra, pero cristalizando núcleos de discursividad
    críticas respecto a las propuestas gubernamentales y la
    cultura
    oficial, más consagrada a la labor de
    represión.

    Entonces, mientras los militares latinoamericanos
    cerraron filas detrás de los principios
    contrarrevolucionarios (los que no dejaron de inculcar desde los
    centros de formación –Colegio Militar- en sus
    tropas), los noveles movimientos culturales y políticos
    contestatarios establecieron solidaridades que surcaron el
    Atlántico de Sur a Norte y de este a oeste. El mundo
    bipolar se capilarizaba a cada suburbio, a cada área de
    fábrica, a cada pabellón de barrio
    popular.

    Contextualmente una larga cita de Eric Hobsbwam permite
    destacar que durante la década anterior al período
    analizado en este trabajo:

    "En cualquier caso, el tercer mundo se convirtió
    en la esperanza de cuantos seguían creyendo en la
    revolución social. Representaba a la gran mayoría
    de los seres humanos, y parecía un volcán esperando
    a entrar en erupción o un campo sísmico cuyos
    temblores anunciaban el gran terremoto por venir…El tercer
    mundo no sólo era importante para los viejos
    revolucionarios en la tradición de octubre [revolución
    rusa], o para los románticos, que estaban en retroceso
    desde la próspera mediocridad de los años
    cincuenta. La izquierda, incluyendo a los liberales humanitarios
    y a los socialdemócratas moderados, necesitaba algo
    más que leyes de seguridad
    social y aumento de los salarios reales.
    El tercer mundo podía mantener vivos sus
    ideales…¿Cómo, si no, podemos explicar la
    pasión por ayudar a los países del tercer mundo en
    esos bastiones del progreso reformista que son los países
    escandinavos, Holanda y el Consejo Mundial de Iglesias
    (protestante)…?"

    Si bien en términos militares la amenaza de los
    movimientos guerrilleros fue modesta, entre el ´50 y el 70
    las luchas se reprodujeron en todo el tercer mundo por millares,
    generando sus propias mitologías y panteones, sus propias
    literaturas y canciones, las que eran recepcionadas por
    múltiples sectores sociales con mayor o menor
    adhesión ideológica constituyendo, en cualquier
    caso, una subcultura revolucionaria y terrorista. El mate
    campamentero, la barba inspirada en el siempre lampiño
    Che Guevara,
    la guitarreada de protesta, el trabajo social en
    barrios humildes o de frontera, la participación
    política ingenua o conciente en los frentes creados con
    fines tácticos por esos movimientos, la actitud
    contestataria, se sumaron e interpenetraron como prácticas
    e ingredientes de una cultura de
    rupturas que también se dio en los ámbitos de las
    tradiciones familiares, sexuales, intelectuales y
    artísticas.

    "Los mismos libros
    aparecían, casi simultáneamente, en las
    librerías estudiantiles de Buenos Aires, Roma y Hamburgo
    -continúa en la página 445 el historiador inglés-,…Era la primer generación
    de la humanidad que daba por supuestas las telecomunicaciones y unas tarifas aéreas
    baratas; los estudiantes de los últimos años
    sesenta no tenían dificultades en reconocer que lo que
    sucedía en la Sorbona, en Berkeley o en Praga era parte
    del mismo acontecimiento en la misma aldea global en la que,
    según el gurú canadiense Marshall McLuhan (otro
    nombre de moda en los
    sesenta), todos vivíamos".

    El plano educativo

    A los efectos de este trabajo sobre la práctica
    de la enseñanza y los aprendizajes bajo el terrorismo de
    Estado en 1976-1978, lo que se ha pretendido destacar es, hasta
    aquí, el contexto internacional y sus vinculaciones
    latinoamericanas en el cuál los acontecimientos de
    creciente violencia
    social, paramilitar y de los grupos
    revolucionarios constituyeron la muestra cabal de
    las rupturas e impedimentos para la conformación del
    conjunto de significaciones centrales coherentes –en el
    sentido castoridiano-, con los proyectos de dominación
    política y económica de las elites,
    expresión también, de una crisis de
    hegemonía recurrente.

    Por lo esbozado, en Argentina de finales del ´60
    esas crisis se dan en el seno de las simbolizaciones y
    prácticas sociales enmarcadas por el peronismo y
    antiperonismo, como nuevo ámbito privilegiado de conflictos
    sociales, económicos, generacionales. Y esos antagonismos,
    alternancias y rupturas se traducen mientras también se
    generan multitud de proyectos educativos encontrados.

    3. Periplos hacia el
    terror:
    Populismo,
    desarrollismo y autoritarismo

    Antagonismos, tensiones y crisis políticas y
    simbólicas específicas

    La presión
    sobre las elites provocada por los movimientos contestatarios en
    América
    latina, sumados al potencial de desestabilización geopolítica del statu quo deseado por la
    principal potencia
    occidental (EE.UU) para América latina serán, pues,
    los elementos que enmarcarán el proceso que terminan en la
    militarización general de la política en la
    región y, específicamente en Argentina, la que a
    mediados de los setenta deviene en la desaparición forzada
    de personas, tortura, muertes y
    neutralización/aniquilación de las propuestas y
    actores populares conformados en el lustro anterior, quienes
    alcanzaron su máximo éxito
    en la introducción de políticas socializantes en
    todos los ámbitos, tras el retorno de los gobiernos
    peronistas a partir de 1973.

    En efecto, la República Argentina transcurre la
    segunda mitad de la década del sesenta el doble proceso
    general de radicalización de las propuestas
    políticas y la concentración del poder del Estado
    tecnocrático autoritario, que tiene sus raíces, por
    lo antes expuesto, en los malos resultados económicos de
    estos proyectos y las tensiones emanadas de la
    proscripción del peronismo. Mientras los militares se
    habituaron a participar de la administración industrial, política
    y burocrática, en diversos sectores sociales se conforman
    subculturas contestarias, liderazgos basados en la lucha armada
    contra el régimen.

    El fracaso económico de estos gobiernos no tarda
    en ser fracaso político bajo el cual se articulan otros
    conflictos de
    tipo sociales, sindicales y culturales que propician la
    transformación de los componentes materiales e
    institucionales de la sociedad a partir
    de los lineamientos planteados por las transformaciones en el
    imaginario, sobre todo, de las nuevas generaciones. Waldmann
    llama a esto, estado de anomia social, la falta de una
    jerarquización clara de las normas y de su
    aplicación de acuerdo a una racionalidad unívoca
    (democrática). Entre las grietas de los espacios
    normativos tradicionales dadas por la crisis de hegemonía,
    tiene lugar la transformación de la juventud, que no
    espera, que siente que no se puede perder el tiempo.

    En el decir y hacer de los jóvenes, `grupo´
    comienza a reemplazar a `familia´ o
    al `proyecto de vida individual´, la `calle´ a la
    `escuela´,
    la música
    o el arte al estudio,
    el sexo libre al
    matrimonio, el
    sentir al racionalizar, la ropa informal a los uniformes y
    trajes, el pelo suelto y largo, al corto y prolijo; ello
    testimonia en el universo de lo
    simbólico manifiesto y de los gestos percibibles,
    radicales transformaciones en los planos de la psicología individual
    y colectiva que exponían a la eliminación misma no
    sólo, en los casos revolucionarios, de la sociedad
    capitalista tal y como hasta allí pretendían
    desarrollarlas las elites económicas, sino también
    de los considerados pilares básicos del progreso "personal" o
    "nacional": la familia, la
    escuela, las
    instituciones,
    la fe y la Nación.

    Como el tema específico del trabajo es mostrar
    como esa prolongada y profunda crisis de la Argentina como
    entidad histórica es experimentada en el sistema educativo
    de educación
    media y la reacción de los jóvenes frente a ella,
    se hace pertinente brindar los antecedentes más
    importantes en cuánto al desarrollo de los discursos
    dominantes en el terreno de las políticas educativas
    creados para dar consenso social a esos pilares considerados
    esenciales de la argentinidad y la buena ciudadanía, las
    prácticas pedagógicas asociadas, los tipos de
    sujetos docentes y juveniles incluidos en ellas, y lo que
    realmente aconteció en las aulas, en los intentos
    oficiales por vehiculizar los cambios en las generaciones
    jóvenes en función de los proyectos
    hegemónicos.

    En otras palabras, destacar las diferentes funciones
    sociales asignadas a la educación, cómo la
    implementaron las instituciones y cómo las vivieron los
    sujetos.

    Génesis y clausura del normalismo: la vena
    nutriente del autoritarismo

    Ningún partido o sector social ha podido superar
    la estabilidad lograda por la oligarquía terrateniente de
    la "generación del ochenta" en el siglo XIX y las elites
    dirigentes políticas asociadas de Argentina para crear un
    Estado a favor de sus intereses, incluyendo un sistema de
    educación centralizado, homogeneizador de contenidos,
    rituales, y prácticas sociales disciplinantes, al punto
    tal que muchos especialistas de la educación acuerdan en
    afirmar que, superado el orden conservador con la emergencia del
    peronismo a mediados del siglo, la inercia y poder del normalismo
    mantuvo su vigencia, aún frente a las transformaciones de
    la posmodernidad
    y las presiones de la
    globalización.

    En efecto, con la implementación de la Ley Nº 1420
    se instauraron normas y
    prácticas que regularon los lugares del docente, del saber
    y de los alumnos, y una institucionalización fuertemente
    jerarquizada para que el sistema cumpliera con la misión
    asignada desde el Estado para
    convertirlo en un instrumento de inclusión
    ideológica y civil de acuerdo a los principios
    legitimadores esbozados por la generación
    ochentista.

    Tanto en los contenidos como por los hábitos de
    enseñanza promovidos puertas adentro de las escuelas
    (normales, secundarias y primarias), "democracia"
    significó un ideario de homogeneidad social e igualdad ante
    la ley impregnado de
    retórica formalmente coherente, pero sin sustancia en
    cuanto a su praxis ni en las escuelas ni en la sociedad, dentro
    de un orden social que fijaba rígidamente la
    ubicación política de los sujetos y los
    conocimientos, así como los vínculos admitidos,
    mientras se restringía férreamente la
    participación política efectiva y la
    democratización del acceso a las instancias de
    poder.

    Bajo los lineamientos curriculares correspondientes a
    este normalismo, el que estudia va a la escuela para aprender lo
    que a su vez el docente aprendió para enseñar.
    Paralelamente, éste es inspeccionado para controlar si
    cumple con aquello que previamente se programó como
    contenido de enseñanza por los responsables de la
    conducción del régimen escolar.

    Nación, Estado, Gobierno, área educativa,
    subáreas de supervisión, directores, docentes crean
    esferas superpuestas del poder admitido y organizado, cuyas
    rupturas son severamente neutralizadas por toda una red de prácticas
    explícitas y ocultas (curriculum
    oculto), bajo un imaginario instituido de ascetismo
    político.

    Para los educadores del orden conservador–y sus
    sucesores de todo el siglo XX-, la racionalidad de la
    civilización descansaba en la instauración de la
    racionalidad en todos los resortes de la sociedad del Estado, por
    lo que desde la escuela se atacaron las entendidas como creencias
    irracionales o arcaicas proclives a los gobiernos de los tiranos
    (estaba fresco aún el recuerdo del deterioro grave del
    sistema educativo bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas en los
    ´80), entendiendo por tales cualquier adhesión de
    manifestación política personalista dentro de las
    aulas, con mecanismos de control pedagógico centralizados
    a escala
    nacional.

    Pronto, esas prácticas cerraron la escuela a la
    discusión política y le permitieron constituirse en
    nodos de transmisión de saberes y valores
    tradicionales, que reproducían, principalmente, los
    anhelados por los políticos conservadores de turno. La
    escuela, pletórica de solemnidades y rutinas de
    carácter ritual (símbolos nacionales visibles,
    cantos patrióticos en festividades y horas
    predeterminadas, formalidad en el trato entre pares, y una
    gélida y profunda distancia entre el que enseña y
    el que aprende), enseña, sin proponérselo muy
    concientemente, la adhesión al autoritarismo de las
    formas, de los gestos, de los saludos, de la distancia, de los
    prejuicios.

    Su primer objetivo fue
    la población nativa, y luego el inmigrante, a
    quienes debía despojarse de cualquier costumbre o
    práctica que contradijeran el curso de la democracia
    civilizatoria o alterara los principios patrióticos de la
    argentinidad que les daba cabida.

    El sistema educativo argentino se forjó
    así para "enseñar", desalojando de las aulas
    cualquier intento de crítica global al contexto
    político-social, los que además eran duramente
    reprimidos por el Estado
    entre los adultos (Ley de Residencia, represión
    anarquistas y socialistas, etc.)

    Los nacionalismos del veinte al cuarenta acentúan
    el rol normalizador de es sistema educativo, con el agregado de
    múltiples desarrollos en el terreno de las ciencias de la
    educación que subtendían a situar al docente en el
    lugar del apostolado, otorgando a la enseñanza un sentido
    misional (verbigracia, el sustento teórico de este
    fenómeno fueron tanto el espiritualismo o
    trascendentalismo pedagógicos, como el liberalismo
    conservador de viejo cuño).

    Se crearon así las condiciones para que se
    produjera la mayor crisis en el sistema educativo con la
    irrupción del peronismo –fenómeno que en
    sí mismo representa la crisis de consenso de las
    élites tradicionales-, bajo cuyos primeros dos gobiernos
    no hubo reparos en introducir contenidos políticos y
    propagandísticos entre los materiales de
    enseñanza y aprendizaje
    escolar, considerar al docente un "trabajador" y resignificar el
    sentido de la niñez –"los únicos
    privilegiados son los niños",
    y de la juventud –los "muchachos peronistas"-.

    También, tuvo inicio el proceso por el cual,
    desde la posición de misioneros del saber, muchos docentes
    tomaron partido por nuevas opciones políticas y sindicales
    que devendrán, a principios del setenta, en la
    creación de la CTERA (Confederación de Trabajadores
    de la Educación de la República Argentina). Este
    conjunto de procesos simbólicos y pedagógicos
    comienza a dar por tierra muchas
    de las prácticas habituales e inauguran el denominado
    proceso de clausura del normalismo.

    Sólo uno de sus pilares fundacionales más
    fuertes resiste hasta fines de siglo: su pretensión de
    imponer la independencia
    política en las escuelas, una declamada impolución
    que entonces generó entre los mismos docentes una de las
    más fuertes oposiciones al partido
    justicialista.

    Maestros y profesores resistieron cuanto pudieron la
    implementación entre sus prácticas de las
    devociones personalizadas impulsadas por el gobierno de Juan
    Domingo Perón y su esposa Eva Duarte, y no tardaron en
    deshacerse de todos los rasgos peronizantes al ser derrocado el
    nuevo caudillo social, de lo que se dio muestras manifiestas en
    la primaria, la secundaria y la universidad.
    Otros, empero, se incorporaron y autorreferenciaron a partir de
    entonces como trabajadores de la educación, y comenzaron a
    percibir y criticar las distorsiones del sistema de
    enseñanza tal y cómo el normalismo lo planteaba,
    participando en el desarrollo de nuevas pedagogías o
    nuevas prácticas sindicales en sus lugares de
    trabajo.

    Los periódicos cambios de gobiernos
    postperonistas implicaron la sucesión de diversos
    proyectos pedagógicos, todos eclécticos en cuanto a
    sus fuentes
    teóricas aunque con fines educacionales que dieron sentido
    a sus políticas en este plano: el tecnocrático de
    corte desarrollista y de corte autoritario; el peronista
    corporativista; el peronistas revolucionario y, en el
    período en que se sitúan los objetivos de este
    trabajo, el dictatorial-autoritario.

    El primero de ellos tiene lugar tras el ´55,
    cuando, con el objeto de desperonizar las prácticas
    políticas en la sociedad civil, los militares dieron
    origen a la política del deróguese, la
    supresión semántica en los marcos regulatorios y
    las prácticas cotidianas de todos los vestigios del
    regimen político anterior, lo que impactó,
    también, en la vida áulica con todo un folclore de
    cuadros arrancados, libros
    desmembrados, cánticos omitidos. Esto replegó los
    sentimientos y las solidaridades políticas peronistas a la
    esfera de lo privado con tanta ferocidad, que pronto
    cristalizaría en diversas formas de resistencias
    políticas, culturales y armadas y una nueva subcultura de
    la clandestinidad (la "resistencia
    peronista").

    Es el pathos de "matar al disidente" que algunos autores
    proclaman nota característica de la lucha política
    en Argentina, práctica que en este caso se manifiesta no
    con el asesinato (no se puede eliminar físicamente a todo
    el colectivo "peronista" de una vez y para siempre), cumple en
    estigmatizar su manifestación verbal y
    gráfica.

    En este marco, las radicalizaciones que en el 60 toman
    también un tono marxista tanto en la práctica
    política como en las fuentes del
    saber social, agudizarán la represión reactiva que,
    en el campo educativo, "estaría expresado por familias de
    palabras antagónicas: derogar, proscribir, reprimir,
    liberar, liberación." Se derogó para liberar de la
    tiranía. Se dijo lo que no se hizo. Y no será la
    única vez.

    Ello alentó las fracturas y contradicciones de
    las políticas educativas del periplo político que
    terminan en el 73, pese a la rápida pacificación
    anhelada por los mentores de la Revolución Libertadora,
    tanto por dentro como por fuera de las escuelas, y tanto en las
    políticas educativas, como en la
    autorreferenciación de los docentes, y las teorías
    educativas en boga.

    En los ´60, por otra parte, enriquecidos los
    ámbitos de educación media al calor de los
    debates y nuevos hábitos de participación
    política y cultural por fuera de la escuela, y, como se
    mencionó más arriba, potenciados por el crecimiento
    de los medios de
    comunicación y difusión
    internacional de los conflictos y sustentos ideológicos de
    los movimientos nacionalistas y revolucionarios del tercer mundo
    y de Europa, pronto
    comenzaron a tematizarse en las aulas nuevas realidades,
    volcándose en la relación de los profesores con los
    jóvenes adolescentes.

    A su vez, ambos actores sociales entonces están
    adquiriendo nuevos roles en el proceso de modernización
    social y económica, y las transformaciones en las
    prácticas y concepciones familiares tradicionales. Se
    habla de crisis, pero es una crisis con causas.

    Crisis hegemónica y crisis en la
    educación

    La recurrencia de las crisis políticas y
    sociales, ponen en evidencia la crisis de los bloques de poder
    desde donde se generan y desarrollan los consensos
    ideológicos de la labor del estado como impulsor de
    políticas positivas de control de sus instituciones y
    represión de las instancias que considera
    adversarias.

    Tras la caída del peronismo, el creciente
    tecnocratismo en boga sustentado por los gobiernos
    latinoamericanos encuentra en Argentina la lucha tradicional
    entre el espiritualismo pedagógico de raíz
    católica y los liberales conservadores, que se desenvuelve
    en diversos caminos pedagógicos, y cuya más clara
    manifestación fue el conflicto
    entre educación laica o libre a fines de los cincuenta y
    principios de los sesenta.

    Luego, los desarrollistas, contemplando a la sociedad
    como un capital humano y
    a la gente como un recurso para el sistema económico, se
    propusieron maximizar los resultados de la enseñanza,
    planificando sus acciones,
    monitoreando su desempeño y tecnificando los discursos
    empleados en este control.

    Si bien este no pretende ser este el lugar en el cual
    reproducir los choques políticos y teóricos de las
    luchas de funcionalistas, católicos, tecnocráticos
    por hacerse de los puestos académicos y gubernamentales en
    el territorio de la educación tras la caída de
    Perón, cuenta sí evidenciarlos como muestras de la
    crisis de hegemonía, mirada que permite entender las
    disensiones de los sectores dominantes argentinos, resultando en
    la fragmentación de los discursos con los cuáles se
    pretendía unificar el rol de la red de escolarización
    y formación de profesionales.

    Las contradicciones discursivas terminan por alentar
    todos los resultados inesperados y no queridos por
    técnicos, pedagogos y docentes. Se comenzó a buscar
    la calidad de la
    enseñanza para alentar el desarrollo
    económico al elevar el nivel de lo aprendido y
    articulándolo con las necesidades de la microeconomía, pero en momentos de profunda
    desigualdad social y de tradiciones escolares galvanizadas en
    torno al
    enciclopedismo, la enseñanza memorística, y la
    rigidez en el trato docente.

    "Dado que no puede existir cantidad sin calidad
    (economía
    sin cultura, actividad práctica sin inteligencia y
    viceversa), cualquier contraposición de los dos
    términos es, racionalmente, un contrasentido. Y realmente,
    cuando se contrapone la calidad a la cantidad…lo que en
    realidad se hace es contraponer cierta calidad a cierta calidad,
    cierta cantidad a otra cantidad, esto es, se hace una determinada
    política y no una afirmación
    filosófica"

    El desarrollismo educativo, alterna con otros discursos
    relacionados con tradiciones filosóficas consolidadas en
    la pedagogía tradicional, sobre todo el
    espiritualismo de raíz católica. La alternancia de
    teorías y políticas, muestra pues, la
    falta y alternancia en la definición del tipo ideal de
    sujeto/individuo/ciudadano buscado para establecer una ideología hegemónica que sustentara
    las prácticas de dominación instauradas en el
    ámbito educativo, dejando esta búsqueda, como
    tantas otras, en el territorio del conflicto, la
    negociación y la ruptura, y generando una
    gran espacio en cada establecimiento de enseñanza para la
    autonomía de prácticas y perspectivas
    diferentes.

    No es un fenómeno exclusivo del período.
    Desde el punto de vista de las políticas emanadas del
    poder "el currículum escolar tendió a adoptar un
    marcado carácter ideológico y que, frente al mismo,
    ha predominado la destrucción de determinadas
    prácticas curriculares sobre la construcción de un nuevo orden
    hegemónico". En lo que los alumnos estudiaban en los
    ´60 esto se tradujo más en la desaparición de
    enunciados y prácticas, en lo que no se aprendía,
    que en lo que sí se enseñaba.

    En el sistema educativo en general, y en los de
    enseñanza media en particular, aún en la
    actualidad, esa crisis se manifiesta en que "ningún sector
    puede identificar como propio –y menos aún sentir
    conformidad- frente a lo que sucede en las escuelas. Quienes
    controlan el poder formal sólo consiguen imponer pautas
    explícitas que son neutralizadas por la burocracia, por
    los docentes o por la disociación de sus propuestas
    respecto de las pautas vigentes fuera de las
    escuelas".

    Hay en la escuela, pues, factores exclusivamente
    institucionales que la predisponen para configurar resistencias,
    resignificar o modificar sentidos y regulaciones que le vienen de
    pertenecer a ámbitos privados o públicos de mayor
    alcance al que se les asigna el deber de controlarla y darle el
    rumbo. Tendencialmente, entonces, la escuela no es ni ha sido una
    isla, pero tampoco, y por más que se lo ha pretendido, un
    regimiento, o una brigada obediente de sus comandantes y
    jefaturas.

    Empero la fragmentación de las políticas
    para la puesta en marcha de la modernización educativa
    basada en el desarrollismo de los sesenta, dejó su huella
    en las prácticas y concepciones de las políticas
    educativas posteriores, autoritarias y peronistas del ´70
    en un aspecto: serán los funcionarios tecnocráticos
    los que elaborarán el último de los
    diagnósticos sistemáticos y orgánicos sobre
    la enseñanza media y, con base en él, se
    introducirán nuevas reformas en el sistema.

    Siguiendo a Tedesco, en su necesidad de medir, antes de
    controlar, los desarrollistas:

    "-Desde el punto de vista de los contenidos, el diagnóstico modernizante ponía
    énfasis tanto en la obsolescencia como en el predominio de
    los enfoques enciclopedistas y humanistas clásicos en
    lugar del paradigma
    científico técnico. (N. De A: por lo que de "sujeto
    alumno que debe pensar, trascender, o redimir" se pasa a un
    paradigma de
    "sujeto para hacer, trabajar o transformar").

    -Las prácticas pedagógicas vigentes dentro
    de la enseñanza media fueron caracterizadas como
    fundamentalmente verbalistas y memoristas. Los docentes
    aparecían con serios déficits en su
    formación pedagógica, portadores, además, de
    escalas de valores
    tradicionales (desprecio al trabajo manual,
    burocratización, autoritarismo, etc.). (N. De A.: por lo
    que la formación docente pasa de los valores y
    las humanidades a la psicologización de los
    vínculos, la introducción de Piaget, la
    capacitación sobre temas referidos a los
    ámbitos disciplinares específicos, etc.)

    -Desde el punto de vista organizativo, el ciclo medio
    fue caracterizado por su escaso grado de flexibilidad y
    articulación interna como con el resto del sistema
    educativo." (N. De A.: por lo que se pretende desde entonces una
    muy proclamada articulación de prácticas y
    contenidos desde la primaria hasta la Universidad.)

    El resultado de esta evaluación
    será la implementación de una educación
    diversificada (diferenciando la enseñanza comercial, de la
    técnica y dentro de éstas, en sucesivas divisiones:
    química,
    electrónica, mecánica, entre otras) con el objeto de
    elevar el nivel de capacitación específica de los
    egresados de las escuelas medias en relación con la
    demanda de
    personal de las empresas.
    Cualquier similitud con las orientaciones que se le pretende dar
    a la educación actual, segurmanente no será mera
    coincidencia, pero la explicación escapa a este
    trabajo.

    Por estas características, la denuncia global
    más importante contra el sistema educativo de los
    desarrollistas es su inadecuación con respecto al aparato
    productivo.

    Sin embargo, desde diversos sectores culturales y
    académicos, el desarrollismo educativo comenzó a
    recibir fuertes críticas, sobre todos entre los
    intelectuales que luego trabajarán en las políticas
    educativas del peronismo en el 73-74. La oportunidad de traducir
    esas críticas en políticas educativas operantes se
    dio tras la victoria del peronismo en las elecciones que
    recuperaron la democracia en Argentina en 1973.

    Las pedagogías rupturistas y la escuela como
    agente transformador en los setenta

    Siguiendo al sociólogo de la educación en
    el que se está apoyando este tramo del trabajo, pedagogos
    y especialistas de la educación peronistas y no peronistas
    críticos del desarrollismo conservan de este modelo el
    objetivo de
    articular la enseñanza con el sistema
    socioeconómico, pero efectúan un diagnóstico diferente:

    "-La inadecuación con respecto al aparato
    productivo no está caracterizada como un simple problema
    del ajuste entre oferta y demanda
    sino, fundamentalmente, como una manifestación
    específica de dependencia económica que caracteriza
    a los países periféricos. (N. De A: no se trata, como en
    el desarrollismo, de formar un recurso humano, sino a un
    ciudadano conciente y capaz de transformar y participar él
    mismo, como sujeto interdependiente del pueblo, de sus
    condiciones sociales de vida).

    – La diferenciación institucional y por
    modalidades no expresa una respuesta a los cambios en la estructura de
    la demanda de
    trabajo y una jerarquización disfuncional con respecto a
    los requerimientos productivos. Implica, además, una
    manera de reproducir las diferencias sociales y de fortalecer las
    desigualdades. Desde este punto de vista, el diagnóstico
    populista puso énfasis mucho más notorio que los
    planteos anteriores sobre muchos de los problemas de
    rendimiento diferencial según el origen social de los
    alumnos. (N. De A: el docente no es pues un sujeto pasivo en la
    institución o en la relación con sus alumnos
    respecto al saber y la realidad, sino un auténtico
    operador social que emplea sus habilidades y conocimientos al
    servicio de
    una causa extraescolar, que es la superación de esas
    desigualdades que la escuela hasta entonces no hizo más
    que reproducir. Tiene lugar, pues, el desarrollo de
    pedagogías nuevas: las freirianas-, que sitúan la
    escuela como un agente de mediación más en el
    camino de la liberación social, o las pedagogías
    desescolarizantes, que desestimaron en absoluto las capacidades
    de la escuela como tal para introducir cambio alguno
    y conformaron prácticas no formales de enseñanza y
    alfabetización en barrios, villas y ámbitos
    rurales, tanto para niños, como jóvenes y
    adultos).

    -La inadecuación institucional y la vigencia de
    prácticas tradicionales fueron analizadas no en
    términos de funcionalidad y eficiencia sino
    en términos del mayor o menor nivel de
    democratización introducido en las relaciones
    pedagógicas. De allí que la "adecuación"
    fuera expresada…por una mayor participación tanto en el
    proceso de aprendizaje como en la dinámica institucional." (N. De A.: tiene
    lugar, pues, en el ámbito de cada escuela la
    introducción de los conflictos gremiales de los docentes,
    la conformación de CTERA, la formación de Centros
    de Estudiantes articulados horizontalmente con otros centros y
    verticalmente con partidos, sindicatos,
    organizaciones
    no gubernamentales y los grupos entonces
    radicalizados)

    Desde el plano de las políticas educativas que
    intenta poner en juego el nuevo
    peronismo triunfante en los ´70, o mejor, en virtud de este
    nuevo diagnóstico, se puso más énfasis en la
    democratización del acceso y de las prácticas
    internas de los docentes con sus pares y con sus alumnos, que en
    el desarrollo de la enseñanza media en sí, lo
    cuál es uno de los aspectos educativos de la
    política peronista más importantes en
    relación con este trabajo.

    En la implementación de estas prácticas,
    por ejemplo, tiene lugar la transformación de la imagen y rol
    adquiridos por muchos centros de enseñanza basados en las
    exigencias de excelencia que los exámenes de ingreso
    representaban, y la connotación de elitismo
    subyacente.

    En este nuevo diálogo de
    las escuelas con la sociedad, impulsadas por políticas que
    subtendían a un horizonte de reforma social radical,
    desdibujó el sentido de la pertenencia o no a ciertos
    ámbitos académicos específicos en los
    universitario, y en lo que aquí interesa, en la
    enseñanza media. No importaba el origen, sino las
    finalidades políticas.

    En efecto, y bajo el principio personal de considerar a
    la docencia una actividad fundamental de la democracia, al
    analizar las prácticas reales dadas en una escuela de
    enseñanza media se pretende poner de relieve en
    qué punto la relación docente/alumno sirvió
    para la creación de conceptos y usos de ciudadanía
    democráticas, y cómo las múltiples formas en
    las que estas nuevas cristalizaciones de redistribución y
    horizontalización de poder -que a partir de 1973 abrieron
    literalmente las puertas de las escuela para que docentes y
    alumnos establecieran vínculos directos con protagonistas
    sociales y políticos, individuales y colectivos, del resto
    de la sociedad-, fueron reprimidas y eliminadas (neutralizadas o
    aniquiladas) tanto física (con la
    desaparición de docentes y alumnos de compromiso firme con
    la democratización del poder tanto por fuera como por
    dentro de la escuela), como simbólicamente (en el sentido
    de las retóricas, prácticas, institucionalizaciones
    de los roles democratizadores y democratizantes en el seno de las
    escuelas).

    Y por ello, tras situar hasta aquí las
    coordenadas históricas generales y su manifestaciones
    básicas en las transformaciones institucionales del
    sistema educativo argentino, se presentarán ahora las
    respuestas específicas a los tres puntos propuestos como
    objetivos de este trabajo que, recordamos, son:

    1. Empleo y resignificación del significante
      ´joven´y `adolescente´ tanto por los mentores
      ideológicos de los proyectos que antecedieron
      inmediatamente a la irrupción del Proceso de
      Reorganización Nacional como por los individuos
      afectados por esos términos ("los chicos", "los
      alumnos", "los jóvenes" y "adolescentes").
    2. Los usos discursivos hegemónicos y los roles
      reales que finalmente se impusieron con aquel.
    3. Las consecuencias empíricas de las
      significaciones dadas a la juventud y adolescencia
      en las escuelas, con atención a un testimonio del Colegio
      Nacional Buenos Aires.

    4. Ser joven y adolescente
    antes del Proceso: del las resistencias del ´60 a la
    ofensiva de los ´70

    "Joven" y "adolescente" son dos términos,
    significantes, nada más. Palabras. Como tales, pueden
    perderse en el mar de las retóricas y prácticas
    comunicacionales que, con el desarrollo de la sociedad de
    consumo a
    mediados de siglo, tendieron a complejizarse en multitud de
    emisiones: márketing empresario, publicidades, roles
    ficcionales en películas cinematográficas o
    novelas
    televisivas, grupo
    artísticos y culturales, y espectadores pasatistas pasivos
    de todos estos desarrollos.

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