1.
Introducción
2. Marco
Cronológico
3. Rosas Y Los
Historiadores
4. Las Bases Económicas Del
Régimen Rosista
5. Las Ideas
Políticas De Rosas
6. Las Intervenciones
Extranjeras
8.
Conclusión
Este trabajo persigue la finalidad de conocer uno de los
períodos más controvertidos de la historia
argentina: aquel que se extiende desde la asunción del
gobierno
bonaerense por Juan Manuel de Rosas hasta su
caída.
Cuando Rosas asume el poder, la
provincia había perdido su hegemonía por la
caída del régimen unitario rivadaviano. Cuando
Rosas cae, Buenos Aires
vuelve a perder momentáneamente la hegemonía sobre
el país. Entre ambos sucesos, se consolidó en el
país el orden social heredado de la colonia: de las
premisas de mayo de 1810 sólo había quedado en pie
la independencia
del poder colonial
español.
En un período en el cual se consolidaba el capitalismo en
Europa y
tendía sus redes a todo el mundo, estas
tierras se debatían entre revolucionarios, reformadores y
reaccionarios. Aquí se intentarán dar algunas
pautas para conocer por qué no pudo la patria evolucionar
al capitalismo
desde sus propias entrañas. Conocer el porqué del
fracaso de unitarios y federales en constituir una nación
desarrollada y unificada. Y cómo, desde el seno de esta
sociedad puede
nacer un personaje como Don Juan Manuel, símbolo de un
momento particular de nuestra historia.
Antecedentes de Juan Manuel de
Rosas
Juan Manuel de Rosas nació en Buenos Aires el
30 de marzo de 1793, de padres pertenecientes a familias de ricos
y poderosos terratenientes. Permaneció en su estancia de
Rincón de López durante los sucesos de la revolución
de mayo. En 1820 se casó con Encarnación Ezcurra,
con quien formaría luego un compacto equipo
político. Se asoció con Juan Terrero para
establecer un saladero (Las Higueritas) cerca de Quilmes; cuando
el gobierno lo
clausuró, compraron una estancia y comenzaron uno nuevo.
Luego fundaron Los Cerrillos sobre el Río Salado. Se
unió al ejército de Martín Rodríguez
en Buenos Aires para luchar en la campaña contra
José Miguel Carrera, Carlos de Alvear y Estanislao
López. En noviembre de 1820 se estableció la paz
entre Buenos Aires y Santa Fe con una donación de 25.000
cabezas de ganado que Rosas aportó (Tratado de Benegas).
En 1821 renunció al ejército, regresó a Los
Cerrillos, instaló fuertes a lo largo de la frontera e
hizo acuerdos con los indios.
Se convirtió en enemigo de Rivadavia y
pasó a ser comandante de la milicia (los "Colorados del
Monte"). En 1828, cuando Lavalle, instigado por los unitarios,
destituyó y fusiló a Dorrego, gobernador de Buenos
Aires, Rosas dirigió sus hombres contra aquel, lo
venció en Puente de Márquez el 26 de abril de 1829
y en junio negoció una tregua con su vencido, en
Cañuelas, por el que ambos rivales se comprometían
a concurrir a las elecciones bonaerenses con una lista conjunta
conciliadora. Sin embargo, los unitarios presentaron una lista
propia y vencieron en unas elecciones violentas. Lavalle las
anuló y pactó en Barracas la designación de
Viamonte como gobernador provisorio. El 1ro. de diciembre de 1829
se reunió la Legislatura y eligió gobernador a Juan
Manuel de Rosas.
Rosas gobernador de Buenos Aires
(1829-1852)
El primer gobierno de Rosas (1829-32) se
caracterizó por el orden administrativo, la
exaltación del partido federal porteño y la
represión a los unitarios golpistas (aunque no a Lavalle,
con quien Rosas había acordado). En líneas
generales, respondió bien a los intereses de
terratenientes y comerciantes bonaerenses, que integraron su
gabinete. Por este desenvolvimiento se lo declaró
"Restaurador de las leyes" (que
habían sido quebradas por el golpe unitario).
En otro aspecto, el gobierno bonaerense debió
luchar contra el poder creciente que se había constituido
en el Interior al mando de José María Paz, que
había combatido, como Lavalle, en la guerra contra
el Imperio brasileño y había retornado al
país con su división veterana, enarbolando las
banderas del unitarismo, aunque con talante provinciano. En 1829
Paz ocupó Córdoba y venció a Bustos, su
gobernador, en San Roque. Luego se enfrentó con Facundo
Quiroga, caudillo federal-localista de La Rioja y lo
venció en La Tablada y Oncativo (1830). Paz tenía
dominado el Interior del país: los unitarios ocuparon
Catamarca y Santiago del Estero (J. López); San Juan y La
Rioja (Lamadrid); Mendoza y San Luis (Videla). El 5 de julio se
conformó la Liga del Interior y el 31 de agosto todas las
provincias excepto las del Litoral le concedieron a Paz el
Supremo Poder Militar, con plenas facultades para dirigir la
guerra.
En respuesta a la amenaza del interior, Rosas
negoció con las provincias litorales y finalmente
acordó con Santa Fe y Entre Ríos un tratado
ofensivo-defensivo el 4 de enero de 1831 (Pacto Federal). Ese
mismo año se reanudaron las hostilidades. El rosista
Pacheco venció a Pedernera en Fraile Muerto; Quiroga
tomó Río Cuarto y luego avanzó sobre Mendoza
derrotando a Videla (su gobernador) en Rodeo del Chacón.
Las victorias de los federales (apoyados por los gobernadores
depuestos del Interior) complicaron a Paz, quien fue apresado en
el campo de El Tío por una partida federal. Pronto la Liga
del Interior se disolvió y los caudillos triunfantes
volvieron a tomar las riendas de las administraciones
provinciales. López, Rosas y Quiroga quedarían como
los tres más importantes señores del
país.
En 1832, Rosas renunció al cargo de gobernador
debido a que no se le renovarían las facultades
extraordinarias que había disfrutado en sus tres
años de gobierno. Balcarce ocupó el cargo.
Inmediatamente, Rosas organizó una campaña contra
los indios de la frontera sur, nombrando a Quiroga comandante
supremo. Partieron tres columnas desde Cuyo, Córdoba y
Buenos Aires, llegando esta última hasta el Río
Negro, sometiendo a los indígenas y obteniendo tierras
para los ganaderos bonaerenses.
Mientras tanto, en Buenos Aires estalló el
conflicto
entre los partidarios de Rosas o "Apostólicos" y los
federales doctrinarios o "Cismáticos", acaudillados por
Balcarce y Martínez. En 1833, instigada y preparada por
la mujer de
Rosas, Encarnación, se produce una sublevación de
tono popular conocida como "Revolución
de los Restauradores", después de la cual Viamonte, un
moderado, es elegido gobernador.
Finalmente, el 30 de junio de 1834 la Legislatura
eligió a Rosas, quien se negó a ocupar el cargo.
Maza fue designado provisoriamente. En ese momento (febrero de
1835), Quiroga, quien había mediado en un conflicto
entre caudillos federales del interior, era asesinado en Barranca
Yaco. Se adjudicó el crimen a los hermanos Reinafé
y a López, a tal punto que los primeros fueron condenados
y ejecutados por orden del gobernador porteño. Frente a la
incertidumbre política, Rosas
resultará elegido gobernador porteño con poderes
prácticamente discrecionales: la sume del poder
público. El conjunto de la población de la provincia iba a ratificar
la elección casi por unanimidad.
En 1835 se dictó la Ley de Aduanas que
aumentó las tasas de algunos productos de
importación. En 1836 se disolvió el
Banco
Nacional. Ese mismo año se alzó el gobernador de
San Juan e intentó apoderarse del gobierno riojano, pero
fue derrotado junto con Ángel Vicente Peñaloza y
emigraron a Chile. Desde
Salta, F. J. López invadió Tucumán, fue
derrotado en Famaillá y fusilado. El rosista Heredia
ocupó el norte.
Mientras tanto, en Uruguay, el
caudillo Fructuoso Rivera, aliado de los unitarios, se enfrentaba
con Oribe, futuro protegido de Rosas. Al enterarse de las
conexiones entre Rivera, los franceses, los unitarios y el
gobierno de Andrés de Santa Cruz de Bolivia, el
gobernador bonaerense se unió con Chile y
declaró la guerra a los bolivianos en 1837. No obstante,
la victoria chilena fue rápida y la intervención
rosista poco significativa.
Ese mismo año se publica el primer número
de "La Moda",
periódico literario redactado por
jóvenes intelectuales que luego se recordarán como
la "Generación del 37" (Juan Bautista Alberdi, José
María Gutiérrez, Vicente Fidel López,
Esteban Echeverría) y que con el tiempo se
convertirían en acérrimos opositores al
régimen rosista.
A principios de
1838, los franceses, comandados por el Almirante Le Blanc,
establecen el bloqueo de Buenos Aires, que duraría casi
tres años. López enviará a su ministro
Cullen a interceder ante Rosas para acabar con el conflicto, mas
al poco tiempo
López falleció y Rosas destituyó a Cullen de
su flamante puesto de gobernador (colocando en su lugar a un
adicto, "Mascarilla" López) y lo fusiló en Buenos
Aires.
En 1839 las posiciones de Rosas sufrieron una merma: en
Salta, en donde Heredia fue asesinado; en Corrientes, donde el
gobernador Berón de Astrada se sublevó; en la
propia Buenos Aires, donde se urdió una
conspiración en su contra y entre los hacendados del sur
de la provincia. Esta gran "confabulación general" no
estaba totalmente desconectada de la presencia francesa en el
Plata, con ambiciones colonialistas.
La disidencia correntina fue aplastada en Pago Largo el
31 de marzo, la conspiración fue desbaratada con el
fusilamiento de Ramón Maza
y la rebelión del sur fue destruida en Chascomús el
7 de noviembre. Entretanto, Lavalle iniciaría una
campaña apoyado por los franceses. Se dirigió a la
Mesopotamia y fue
derrotado por Echagüe en Sauce Grande, en 1840. Luego
pasó a San Pedro y se disponía avanzar sobre Buenos
Aires cuando los franceses pactaron con el gobierno de Rosas,
dejándolo a la deriva. Rápidamente se reunió
en Córdoba con Lamadrid.
En el norte los gobernadores de Tucumán, La
Rioja, Catamarca y Salta habían formado la "Liga del
Norte". Los enfrentamientos entre los rosistas Oribe, Pacheco y
Benavídez y los coligados Lavalle, Lamadrid y Acha fueron
favorables a los primeros (Quebracho Herrado, Rodeo del Medio). A
fines de 1841 sólo quedaban en pie dos enemigos para
Rosas: los correntinos y los uruguayos de Rivera. En Corrientes,
Ferré le encomendó a Paz la
organización del Ejército.
Paz comenzó venciendo a Echagüe en
Caaguazú (28/11/1841). Pero las diferencias entre
"Mascarilla" López (pasado al bando opositor a Rosas),
Paz, Ferré y Rivera terminaron favoreciendo a las tropas
rosistas que vencieron ampliamente a los disidentes en Arroyo
Grande (1842).
Con esta victoria, Oribe inició el sitio a
Montevideo, que duraría más de ocho años. A
su vez, el rosista Urquiza persiguió y venció a
Rivera en India Muerta
en 1845. El unitario se refugió entonces en Brasil. Sin
embargo, la "pacificación" de la Mesopotamia no
había sido aún lograda. En Corrientes, los hermanos
Madariaga nombraron a Paz "Director de la guerra en nombre de la
provincia de Corrientes y de la revolución argentina".
El 23 de setiembre de 1845, Francia e
Inglaterra,
conjuntamente, declaran el bloqueo de todos los puertos
argentinos y uruguayos. En noviembre, la flota anglo-francesa
remontó el Paraná y tras un largo combate en la
Vuelta de Obligado, lograron forzar el paso y adentrarse
río arriba, para regresar con innumerables dificultades
debido a la resistencia.
El 4 de diciembre el gobierno de Paraguay, en
alianza con el de Corrientes, declaró la guerra a Rosas,
nombrándose a Paz jefe de las fuerzas conjuntas. En enero
de 1846 Urquiza invadió Corrientes y logró apresar
al hermano del gobernador Madariaga. Pero, perseguido por Paz,
regresó a Entre Ríos e intentó negociar con
los correntinos, firmando los pactos de Alcaraz, por los que
Corrientes se comprometía a reintegrarse al Pacto Federal
de 1831.
Finalmente Rosas negoció con Inglaterra y
Francia en
1849 y 1850 respectivamente, y consiguió la paz interna y
externa. Sin embargo, el dominio exclusivo
de los ríos despertó la oposición de las
provincias del Litoral, especialmente de Urquiza, que en 1851
lanzaría su pronunciamiento y el 3 de febrero de 1852 lo
vencería definitivamente en Caseros. Rosas se
exilió en Inglaterra hasta su muerte en
Southampton en 1877.
Concepciones historiográficas
argentinas.
Hay que destacar tres tendencias diferentes en cuanto al
tema del período rosista y de la historia
argentina en general.
La primera, conocida como liberal, ha sido la más
difundida incluso hasta hoy. Nace en el momento de la
conformación del Estado
oligárquico liberal-conservador a fines del siglo XIX y
destaca la labor organizativa y modernizadora del nuevo estado,
execrando a Rosas como tirano, dictador, ultracentralista y
déspota, enemigo de la patria y derrocado con justicia para
dar origen a una nueva nación federal y
democrática, que contrastaría con el absolutismo
rosista. Es por lo general una historia de las instituciones,
que desembocan brillantemente en la organización constitucional de 1853.
También se la suele conocer como defensora de la
línea Mayo-Caseros, haciendo alusión a los dos
grandes movimientos que esta línea pondera y defiende
desde una perspectiva aristocratizante.
La segunda, llamada revisionista, que comienza ya antes
de la muerte de
Rosas y que va cobrando vigor recién promediando el siglo
XX. (Hará eclosión con la llegada al poder por el
peronismo, y
cristalizará en la línea San
Martín-Rosas-Perón).
Esta corriente insiste en que la historiografía liberal ha
falsificado la verdadera historia y presenta a Rosas como un
adalid de la causa nacional y popular, destacando la
acción contra las potencias colonialistas como
antiimperialista, su apego a la tierra y su
respeto por las
costumbres autóctonas y por las instituciones
hispánicas y católicas que han forjado durante el
período español a la "nación" argentina.
Y finalmente, el materialismo
histórico ha aportado una interpretación basada en
los intereses de clase que se mueven detrás de las
opiniones políticas
en pugna, que identifican a Rosas como líder
indiscutido de la clase terrateniente porteña, que se
opondrá a las ambiciones de las oligarquías del
interior, a los "doctores" unitarios, no menos
aristocráticos, y a las potencias capitalistas europeas,
en lo que constituye su mayor mérito
histórico.
Cabe destacar las diferencias que presentan internamente
estas corrientes, a veces muy dispares, pero en líneas
generales este es el debate sobre
la cuestión.
4. Las Bases Económicas Del Régimen
Rosista
El circuito económico:
latifundio-saladero-comercio de
exportación
"¿Quién era Rosas? Un propietario de
tierras.
¿Qué acumuló? Tierras.
¿Qué dio a sus sostenedores?
Tierras.
¿Qué quitó a confiscó a sus
adversarios? Tierras."
Con estas frases podemos comenzar con el análisis de la sustentación
económica del gobierno de Rosas. Don Juan Manuel, como
afirma Paso, está emparentado "con el más
aristocrático abolengo español", beneficiario de
los repartos de tierras en la conquista y base de la clase de
ganaderos latifundistas que ya era fuerte en 1810. Además,
habrá que tener en cuenta que le fue siempre fiel a su
clase, y esta actitud
marca todo su
accionar en el campo de la política externa y
externa mientras duró su dominio en Buenos
Aires.
El circuito principal que se desarrolló en Buenos
Aires, fomentado por terratenientes y comerciantes nativos e
ingleses, fue el que tenía como unidad de producción a la estancia, gran propiedad
territorial, en donde se criaba el ganado vacuno. Este circuito
se completaba con los saladeros (grandes establecimientos en
donde se mataba a las bestias, se extraía el sebo, se
salaba y secaba la carne y se preparaban los cueros crudos para
la exportación) y finalmente con la
conexión de los grandes comerciantes, intermediarios de la
demanda
inglesa devoradora de materias primas y exportadora de productos
manufacturados (principalmente telas). Además, el negocio
se completaba con el dominio total de los ingresos de la
Aduana de
Buenos Aires, que monopolizaba el comercio exterior
y cuyos dividendos formaron el grueso de las ganancias de la
provincia porteña.
De esta manera estaba planteada la situación de
los hacendados latifundistas de la campaña bonaerense, que
crecieron no sólo en su poder sobre el resto de la
población sino también hegemonizando
la economía
del país, que solo podía conectarse con el exterior
por medio de Buenos Aires y dependía de sus decisiones en
materia
económica. Como afirma Gastiazoro:
"El accionar de los terratenientes y comerciantes
bonaerenses, asegurándose por la fuerza la
exclusividad de su puerto y el manejo de las rentas nacionales,
fue modelando todo el desarrollo del
país de acuerdo con sus intereses particulares"
Entre los nombres más salientes y poderosos de
esta clase destacan los Anchorena, los Álzaga,
García Zúñiga, Unzué, Martínez
de Hoz, Vela, Arana, Díaz Vélez, Rojas Aguirre y
Miller como terratenientes, y fuertes comerciantes extranjeros,
como Dickson, Grogan y Morgan, Lumb , Growland, Thompson,
etc.
Durante su acción pública, Rosas dio
muestras evidentes de la importancia de las tierras:
En 1833, la expedición que dirigió contra
los indígenas y que logró conseguir dos mil
novecientas leguas cuadradas tenía por finalidad principal
la consecución de tierras explotables por los ganaderos
que necesitan expandirse y fomentar la base económica de
su negocio.
En 1836, Rosas dicta una ley que permite
vender las tierras hasta entonces arrendadas en enfiteusis, y que
ya acaparaban grandes latifundistas. Así, la
acumulación de tierras que acentuó la enfiteusis de
Rivadavia se vio confirmada con las medidas del Restaurador, que
colocó en el mercado vastas
extensiones de tierras a precios bajos,
fácilmente accesibles a la oligarquía ganadera,
contra quien no se podía competir.
Y finalmente, como premio por servicios
prestados frente a unitarios y otros opositores, Rosas
emprendió un sistema de
reparto de certificados de tierras por cuestiones militares,
vieja costumbre feudal, que ponía de manifiesto el
carácter de la tierra como
prácticamente único bien económico de
categoría. De cualquier manera, no serían los
soldados los beneficiarios finales de estas concesiones, debido a
la imposibilidad de acercarse a la capital para
reclamar los títulos o al propio servicio
militar que cumplían. Al final, los certificados
terminaban o acumulados o vendidos a bajo precio. John
Lynch afirma:
"La tierra se
convirtió casi en moneda o en fondo de salarios y
pensiones"
El segundo elemento a tener en cuenta es el saladero. Y
bien vale la descripción de Alcides
D’Orbigny:
"De una cuchillada le abren la piel a todo el
largo del vientre, (…) desuellan al animal y, sobre la misma
piel,
comienzan a carnearlo. Los cuatro cuartos son sacados con una
asombrosa destreza y transportados al tinglado, donde son
colgados en ganchos destinados a recibirlos. (…) Una vez que
todos los animales muertos
son así carneados, los peones llevan los cueros al
tinglado y sacan la carne de arriba de los cuartos, siempre con
la misma destreza, arrojando, a medida que lo hacen, las carnes
de un lado sobre los cueros y los huesos del otro
(…) Una vez terminada dicha operación, se extienden los
cueros en tierra y se
los cubre con una gruesa capa de sal (…) se expone diariamente
la carne al aire, sobre las
cuerdas, hasta que quede seca del todo, lo que la hace menos
pesada y fácil de transportar."
Podemos observar cuál es el grado de
"industrialización" que tenían nuestras pampas en
este momento. El predominio aplastante y absoluto de la actividad
ganadera frenaría incluso a todas las producciones que
pudiesen diversificar en algo el sistema
económico: la agricultura
era el hombre
olvidado de la historia, ya que los labradores debieron sufrir la
intromisión omnipotente de los grandes
latifundistas.
Y el último eslabón, el comercio de
exportación, fue favorecido en todo momento
por Rosas apoyado por la oligarquía terrateniente, y se
mantuvo incluso en grandes picos hasta en 1849, incluso durante
los bloqueos. Veremos que las medidas "proteccionistas" de Juan
Manuel no contradirían sus estrechas relaciones con el
comercio inglés
ni sus prerrogativas de gran señor feudal.
Finalmente, la política financiera de Rosas tuvo
como principal aporte las divisas de la Aduana, pero en
esos momentos de bloqueo llegó a recurrir a contribuciones
directas a los propietarios (por cierto ínfimas); o
simplemente a la emisión desenfrenada de bonos y de
papel moneda
(lo que provocó una desvalorización del papel y una
redistribución de los ingresos
desfavorable a los sectores pobres), o al recorte de gastos en
materia de
educación
y obras públicas.
La ley de Aduana: más que
proteccionismo, "librecambismo mitigado"
En 1835, el gobierno provincial de Rosas dicta una ley
de Aduana que marcará un cambio en la
ultraliberal política comercial exterior de esta
región del globo.
Esta ley dispondrá de un considerable aumento en
los derechos de
importación o la prohibición de introducirlos para
variados artículos que entraran por el puerto de Buenos
Aires: manufacturas de hierro y
hojalata, coches y ruedas para los mismos, zapatos, ponchos,
ceñidores, fajas, ropas hechas, frazadas, velas, peines,
sillas de montar, legumbres, maíz,
papas, harina y trigo, azúcar,
alcoholes,
sidra, cerveza… (los
aforos van del 25 al 50%). Evidentemente, estas medidas
serían bien recibidas por algunas provincias del interior,
que veían languidecer sus incipientes artesanías
bajo la arremetida de la producción masiva de ingleses y franceses.
José María Rosa interpretaría esto como una
prueba más de la voluntad de Rosas de constituir la unidad
nacional y de promover a la industria en
su conjunto para construir una nación independiente,
golpeando al "imperialismo"
dominante. Sin embargo, la aplicación de esta ley no
tendrá los efectos que algunos imaginaron por las
siguientes causas:
- Permite a los extranjeros (fundamentalmente ingleses)
mantener sus posiciones en el mercado
interior y exterior del país, lo que no facilita la
independencia. - Mantiene el exclusivismo del puerto y de la Aduana en
manos de Buenos Aires, generando un reparto desigual entre las
provincias de la Confederación y cerrándole el
paso a las provincias litoraleñas. - No aplica ningún plan de fomento
industrial interno, manteniendo a las artesanías en un
nivel primitivo. - Como ley provincial, también demuestra
estrechez de miras cuando impone aforos a la producción
de yerba mate de Corrientes. - Su aplicación sería errática, y
con el tiempo el mismo gobierno rosista iría mitigando
sus estipulaciones, hasta que en 1847 el comercio
exterior estaría funcionando casi como en
1835.
En definitiva, si bien esta ley pudo haber dado el
puntapié inicial a la industrialización, el
mantenimiento
del aislacionismo provincial, el predominio de los terratenientes
y la estrechez localista de sus miras impedirían un
verdadero salto cualitativo que pudiera haber creado, en un
proceso, una
industria
nacional fuerte, punto clave para la independencia
económica de la nación.
Como vimos, la economía bonaerense
crece al ritmo de la expansión y explotación de
tierras dedicadas a la cría y comercialización del ganado
vacuno.
Las actividades económicas del Interior, ya sin
conexión con el mercado de mulas altoperuano, pasan a
estar conectadas con el renacer minero y agrícola chileno,
motivado por el descubrimiento de un nuevo yacimiento de plata y
por la creciente demanda del
mercado surgido en derredor del ciclo californiano. Así
crecen producciones ganaderas y agrícolas (alfalfares
especialmente) que tienen como destino abastecer al mercado
chileno y llegan incluso a despojar a pobladores
rurales.
Hemos visto que las artesanías del interior solo
recibieron un muy leve impulso, con las leyes aduaneras
de Rosas, pero siguieron el rumbo que habían comenzado con
la apertura comercial con la Europa
industrial. La economía retrogradaría desde
incipientes industrias
domésticas a una producción agrícola y
ganadera más primitiva como hinterland chileno.
La economía del Litoral crecería en la
misma producción que Buenos Aires: la hacienda y el
saladero comienzan a producir cuero, sebo y tasajo, que se
trasladan, por ejemplo, desde los puertos entrerrianos hasta
Montevideo por el río Uruguay (menos
controlado por Rosas). Será Entre Ríos el
más beneficiado por la falta de control previa a
los acuerdos con Inglaterra y Francia, y la vuelta a "tomar las
riendas" con el cierre de los ríos por parte del gobierno
porteño motivaría la ruptura con el entrerriano
Urquiza, que se pronunciaría contra Rosas en
1852.
En definitiva, las economías regionales se
vinculan con economías limítrofes extranjeras,
manteniendo en todo el país el atraso de la
producción, basada tan solo en la tierra y el
ganado.
Las relaciones sociales en la
época de Rosas
Relaciones feudales de
producción y paternalismo
En principio, quiero recordar lo que entiendo por
relaciones de producción feudales, siguiendo la famosa
definición de Maurice Dobb: "…una obligación
impuesta al productor por la fuerza, e
independientemente de su voluntad, de cumplir ciertas exigencias
de un señor, ya cobren estas la forma de servicios a
prestar o de obligaciones a
pagar en dinero o en
especie (…) Esta fuerza coercitiva puede ser el poder militar
del superior feudal, la costumbre respaldada en algún tipo
de procedimiento
jurídico o la fuerza de la ley." De esta manera, el
feudalismo es una
formación económico-social dominada por el modo de
producción feudal, de la misma manera que el esclavismo es una
formación dominada por la esclavitud, tal
como existió en Grecia y
Roma.
Entendemos por feudales a aquellas sociedades en
las que la clase dominante extrae el plustrabajo de los
productores directos mediante una coacción
extraeconómica, porque los trabajadores tienen
algún grado de control
(posesión) de los medios de
producción necesarios para su tarea. De esta manera, la
explotación se materializa fundamentalmente, en estas
sociedades
agrarias, en una renta (en especie, trabajo o dinero,
según el caso).
En estas sociedades, los productores directos tienen, en
general, el control sobre sus instrumentos de trabajo,
algún derecho práctico sobre el pedazo de tierra
que cultiva (como miembro de la aldea, de la antigua comunidad, como
pequeño propietario o arrendatario), etc. Y, al mismo
tiempo, deben pagar al jefe de estado o al propietario de la
tierra un fuerte tributo (que podrá variar entre sacos de
grano y trabajos "públicos" obligatorios)
reconociéndole el carácter de "propietario
eminente" de la tierra.
Para introducirnos en el mundo de las relaciones de
producción y sociales en nuestras tierras en los tiempos
del rosismo, es ilustrativo el relato que presenta Lucio
Mansilla, que narra un suceso visto por el señor Mariano
Miró. Un día, en la estancia "del Pino", Rosas
conversaba con Miró cuando descubrió a un cuatrero,
lo capturó, lo estaqueó y lo mandó azotar.
En la cena lo invitó a la mesa y le ofreció ser
padrino de su primer hijo, y darle unas vacas y unas ovejas y un
pequeño lugar en su campo, para que su "nuevo socio"
estableciera un rancho. El gaucho asiente y Juan Manuel agrega:
"Pero aquí hay que andar derecho, ¿no?". Y Mansilla
añade:
"Y don Mariano Miró, encontrando aquella escena
del terruño propia de los fueros de un señor feudal
de horca y cuchillo, muy natural, muy argentina, muy americana,
nada vio…"
Aquí tenemos un claro ejemplo que nos demuestra
que las relaciones entre los propietarios y los productores
directos eran de carácter feudal, basadas en la
coerción extraeconómica y en el paternalismo como
suavizante para mantener al peón sujeto a la estancia.
Allí es donde aparece el "populismo" de
Rosas, similar al de otros caudillos federales del interior y del
litoral: él tuvo que "hacerse gaucho como ellos" para
conseguir "una influencia grande sobre esa gente para contenerla
o para dirigirla" siempre en interés de
los terratenientes latifundistas. Rosas utiliza una
identificación cultural entre el peón campesino y
el patrón "rural", que comparten ciertas tradiciones,
formas de vestirse y de hablar, oponiéndolas a las
costumbres y a la cultura del
otro sector de la élite: los unitarios, los "doctores" de
galera y de ciudad, que siempre habían despreciado al
pueblo campesino.
El peonaje rural como relación de
producción es muy controvertido, debido a su complejidad y
contradicciones internas. Ha llegado a ser definido como
"esclavitud por
deudas de jornaleros rurales", expresando así toda la
riqueza conceptual del término "peón". La gran
discusión aparece centrada en su caracterización
como relación feudal o capitalista. Así que
decidimos pesar aquellas características propias de la
producción feudal y aquellas propias del régimen
burgués. Entre las primeras aparecen: a) la dependencia
personal, es
decir, la dependencia de un hombre atado a
otro por vínculos sociales, afectivos, militares, etc. y
b) la sujeción a la tierra, que ata al productor a un
lugar, una estancia, una parcela de la que se alimenta, etc.
Entre las segundas, sólo descubrimos la existencia de
pagos o jornales.
Respecto de la dependencia personal y la
sujeción a la tierra, las hallamos en forma muy
clara:
- Aplicación sistemática de penas y
torturas (cepo, estaqueamiento, castigos corporales, etc.) a
los gauchos que hubiesen cometido "faltas" a juicio del
patrón. - Derechos medievales, como el de pernada: "Era la
servidumbre, ¡y qué servidumbre! El patrón
o sus representantes podían cohabitar con las hijas y
hasta con la mujer del
desdichado…" - Compulsión legal, teniendo en cuenta que la
ley que promulga Oliden, gobernador porteño, en 1815, es
confirmada por el gobierno rosista. Esta establecía el
control riguroso de la mano de obra rural, exigiendo la
"papeleta de conchabo" (o contrato) a
todo gaucho. Este sistema preveía penas severas (como el
traslado a la frontera a servir en los fortines) a todo aquel
que fuera de "la clase de sirviente" y que no estuviera bajo la
dependencia "contractual" con ningún estanciero. El
capítulo IV del reglamento de Rosas para el gremio de
los abastecedores se refiere al peón de la siguiente
manera: "el peón vendedor no tendrá derecho a
dejar a su patrón sin un justo motivo, del cual
entenderá exclusivamente el juez nombrado". De
más está decir que los juzgados de paz, creados
en 1821 en reemplazo del viejo aparato estatal colonial, eran
cómplices o instrumentos de los estancieros. A esta
particular relación de peonaje Eduardo Azcuy Ameghino la
ha denominado peonaje obligatorio. - Es muy frecuente el endeudamiento, típico en
la hacienda latinoamericana, por el cual e peón compra
en la pulpería o almacén
de la estancia a cuenta, y luego las deudas se van sumando.
Así, el patrón tiene un poderoso mecanismo
usurario para mantener al peón por la fuerza en su
estancia. Es lo que se llama peonaje por deudas. - La presencia psicológica del paternalismo
creaba entre el "padre-patrón" y la peonada un
vínculo muy fuerte y duradero, que ataba a los
dependientes, incluso bajo la relación de padrinazgo,
común en la época entre patrones y
primogénitos. El vínculo de fidelidad entre
señor y vasallo se asienta tanto en la
"dominación tradicional" (porque siempre había
sido así) como en la "dominación
carismática" (por admiración al
"caudillo-héroe"). - La inseguridad
propia de la frontera y la precariedad de la vida movieron a
muchos a subordinarse o "encomendarse" a un vecino poderoso.
Como afirma John Lynch:
"Por lo tanto, el estanciero era un protector,
dueño de suficiente poder como para defender a sus
dependientes de las bandas merodeadoras, sargentos reclutadores y
hordas rivales. Era también un proveedor, que desarrollaba
y defendía los recursos locales,
y podía dar empleo, comida
y abrigo. De esta manera, el patrón reclutaba una peonada.
Y estas alianzas individuales se extendían para formar una
pirámide social ya que, a su vez, los patrones se
convertían en clientes de
hombres más poderosos, hasta que alcanzaba la cumbre del
poder, y todos pasaban a ser clientes de un
superpatrón, el caudillo."
Además, si a esta relación
patrón/cliente le
sumamos la entrega de tierras por acciones
militares, podemos ver claramente conformada una relación
muy similar a la "feudo-vasallática" europea
medieval.
Otra atadura básica es la fuerza de la costumbre,
el "derecho consuetudinario", que crea en el peón un
sentimiento de arraigo a esa tierra que lo vio nacer y crecer y
que le ofrece "todo", ya que el abastecimiento lo consigue dentro
de la hacienda que, aunque "abierta" al mercado mundial,
está "cerrada" para la peonada.
Hay también, en muchos casos, un acceso estable a
medios de
producción (pequeñas parcelas, algún ganado)
y a medios de subsistencia (carne, yerba) dentro de la estancia.
Así, puede interpretarse a la jornada del gaucho como una
renta en trabajo, que realiza además del trabajo en su
pequeña actividad "propia".
Todas estas características hacen del pago del jornal o
"salario" un dato
totalmente subordinado a la coacción
extraeconómica: el peón no va a trabajar por el
salario, sino que
es forzado a trabajar y a mantenerse bajo la égida de un
patrón. Frente a esta situación, la influencia de
la ley de la oferta y la
demanda en la fijación del precio de la
fuerza de trabajo es irrisoria, porque si el gaucho no quiere
trabajar por un salario bajo, es forzado a hacerlo, haya mucha o
poca gente dispuesta a trabajar. Recién los terratenientes
podrán transformar al gaucho-peón en asalariado
común cuando hubieren podido apropiarse de toda la tierra,
someter a los aborígenes y terminar con la frontera que
permitía al viejo gauchaje apropiarse de ganado libre o
"cimarrón" o cazar por su cuenta.
Se observará que detrás del paternalismo
no existió ningún sentido "democrático", ya
que no hay ningún reparto de tierras entre los peones ni
ningún intento de concederles mayores libertades
cívicas: el dudoso derecho al voto oral controlado por los
patrones es la máxima libertad
otorgada. No debemos olvidar que la rebelión campesina e
indígena de 1829 fue utilizada por Rosas para acceder al
poder, transformarse en heredero político del dorreguismo
y luego eliminarla para restaurar la "disciplina del
trabajo".
También merece un párrafo
la esclavitud, que siguió manteniéndose, aunque
crecieron en cantidad los esclavos libertos, que
permanecían en la mayoría de los casos
también sometidos a la dependencia personal con aquellos
que habían sido sus amos. Frente a ellos también
Rosas desplegará la misma estrategia que
con sus peones, al identificarse con sus bailes y sus fiestas,
dándole a la ciudad porteña un tinte popular al que
no se habrían atrevido los doctores unitarios.
"La campaña de 1833 constituye el primer
eslabón del proceso de
exterminio de las comunidades indígenas libres de la
llanura, cuya culminación, la llamada "conquista del
desierto", no fue más que el mazazo definitivo sobre
culturas agotadas y diezmadas después de más de
medio siglo de permanentes conflictos
armados. Fue una campaña que hizo escuela: ‘A
mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea
extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del
Río Negro, es el de la guerra ofensiva que fue seguida por
Rosas, que casi concluyó con ellos.’."
Este comentario sintetiza la acción de Rosas en
la campaña de 1833, que tenía como fin la
obtención de tierras para alimentar las necesidades de la
oligarquía ganadera.
Aun así, autores como José María
Rosa reivindican la política de "acuerdos" que
realizó el Restaurador, con una gran visión
política, entre los indígenas, para garantizar,
aunque fuera en forma momentánea, a la "tranquilidad" en
las fronteras. En este contexto se explica la oposición
entre Rosas y Martín Rodríguez en la anterior
campaña de la década del veinte. Mientras que
Rodríguez propugnaba la conquista lisa y llana, Rosas
alentaba los "tratados" para
pacificar la frontera y tal vez poder incorporar a los
indígenas como mano de obra en las crecientes estancias de
la campaña. Sin embargo, la imposibilidad de la
sumisión pronto alentó en Rosas el deseo de una
campaña militar, y en 1833 la llevó a cabo. Los
objetivos de
Don Juan Manuel eran claros:
"Pasan de mil los [indios] que han fallecido en
sólo el año de 1836, según consta de las
partes y hechos públicos, un esfuerzo más y se
acabarán de llenar los grandes objetos e inapreciables
bienes de esa
campaña feliz".
Es decir, lo principal era ampliar y "limpiar" su fuente
de riqueza, la tierra, de cualquier "intruso", pero a la vez
intentar mantener en las tierras todavía no conquistadas
una tranquilidad que permita el afianzamiento de la riqueza
pecuaria. Lynch aprecia esta situación:
"Era imposible expandir las tierras desplazando la
frontera y mantenerse en paz con los indios. ¿Cómo
se podía ocupar sus territorios y esperar que ellos
quedaran satisfechos parlamentando?"
La famosa paz entre Rosas y Calfucurá de 1835 fue
tensa y muchas veces rota. Incluso en 1836 Rosas cae con sus
fuerzas sobre las comunidades ranqueles que no querían
"negociar" con el gobernador, a cuyo frente estaba el cacique
Yanquetruz.
Además, cabe tener en cuenta el rol disociador de
Buenos Aires dentro de las comunidades aborígenes y la
influencia de las luchas políticas
nacionales en la política indígena interna; vemos
que en 1835 Rosas apoya la creación de la
Confederación de Salineros contra los ranqueles; que logra
una alianza con los tehuelches contra los vorogas y araucanos; o
que los propios ranqueles atacan las ciudades gobernadas por
federales en alianza con los unitarios.
En definitiva, el indígena pasaba a ser un
engranaje más en las luchas políticas y en las
ambiciones económicas, tanto de unitarios como de
"federales". Este comportamiento
dejaría a las comunidades indígenas en una
situación de subordinación, marginación e
indefensión cuando fueran "incorporadas" al Estado
centralizado en la última parte del siglo XIX.
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