Notemos algo. El hombre podrá ser lo que se
quiera. Podrá ser el bípedo implume de
Platón, el ser moral de Kant, el animal racional de
Aristóteles, el instrumento que habla de los esclavistas.
Formalmente caven muchas definiciones del hombre. Pero hay que
estar de acuerdo con Franklin cuando lo define como el animal que
fabrica instrumentos ("a toolmaking animal"), pues fue en la
fabricación de instrumentos y en la utilización de
ellos en la actividad, es decir en el trabajo, donde se
transformó de animal en hombre. Podemos distinguir al
hombre de los animales por la conciencia, por la religión,
por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los
animales a partir del momento en que comienza a producir sus
medios de vida (1). El propio hombre se comienza a diferenciar
del resto de los animales en la medida en que pasa a fabricar
instrumentos y a utilizarlo de forma regular en su actividad
(trabajo). Esta es, pues, la definición esencial. El
trabajo creó al hombre (2).
La utilización de objetos de la naturaleza, a
similitud del instrumento, con utilidad inmediata para la
actividad vital es una característica propia de un
círculo amplio de animales. Pero la actividad que se
desarrolla con estos objetos en estos animales no rebasa el marco
de lo contingencial. Ella toma la forma de necesidad sólo
en aquellos animales que hacen del modo de vida instrumental su
modo de vida. El tránsito de su forma contingencial a la
forma de necesidad es un salto en la naturaleza, un rebasamiento
de la medida, que marca la aparición del instrumento
mismo. Desde este punto de vista, la producción del primer
instrumento fue obra no del hombre sino de la propia naturaleza.
La naturaleza lo produjo y, al producirlo, produjo al propio
hombre y, con él, su conciencia. Veamos esto más
afondo.
Tomemos un objeto producido por la naturaleza, por
ejemplo una piedra. ¿Qué diferencia hay entre una
piedra en la mano de un mono y una piedra en la mano de un
hombre? Por sus propiedades químicas, físicas,
etc., no hay ninguna. Por su composición material la
piedra es la misma en la mano del mono que en la mano del hombre.
Es, desde el punto de vista material, una y la misma piedra. Se
puede tratar, incluso, de un cambio de manos. Pero sin duda que
la piedra en la mano del hombre difiere de la piedra en la mano
del mono.
La primera diferencia que vemos es que el animal la usa
de forma contingencial, mientras que el hombre la usa como
necesidad, como regularidad. El mono ve, por ejemplo, el palo, el
mango, etc.; toma el palo, tumba el mango y se lo come. Pero a
continuación abandona el palo. No lo retiene como
necesidad en su mano, no lo guarda para una actividad futura.
Esto significa que en la mano del hombre es instrumento mientras
que en la mano del mono no. ¿Qué es un
instrumento?, ¿qué hay en un caso que la hace ser
instrumento mientras que en el otro no? Sin duda, lo que hay es
la idea, la idea del instrumento.
Analicemos un instrumento cualquiera, por ejemplo una
palanca. Una palanca puede ser de madera. Si tomamos un madero
para mover una piedra, entonces este madero hace de palanca. Pero
podemos tomar un bisturí para sacar un alfiler de una
rendija. ¿Cómo se comporta en este caso el
bisturí? Se comporta como palanca. Si palanqueamos con
él para sacar el alfiler, se comporta como palanca. En
esta relación el bisturí no es tal bisturí.
Aquí el no actúa como cuchillo para cortar en
cirugía. Si le llamamos bisturí es por una
cuestión de costumbre o porque sabemos que su finalidad
fundamental es otra. Pero en esta relación no es
bisturí. Es palanca. Por tanto, lo que llamamos palanca no
es una cosa material, sino una idea: la idea de la palanca. Y el
que la palanca concreta sea de madera, de metal o de otra cosa
concreta es una cosa que depende de la relación concreta
en que nos encontremos.
Pero si el instrumento es tal en la medida en que es
idea hecha cosa, entonces la primera idea será el primer
instrumento. Al producir los primeros instrumentos, la naturaleza
produjo las primeras ideas. El cúmulo inicial de los
primeros instrumentos es el cúmulo inicial de las primeras
ideas. Es de suponer que estos primeros instrumentos, y con ellos
las primeras ideas, andaban no esencialmente el la cabeza de
nuestros antepasados; sino en sus manos. Cargaban con sus
instrumentos, y con ello con sus ideas, como el que carga con un
fardo. La forma originaria de la conciencia es la forma
originaria de los instrumentos, y tiene una forma esencialmente
objetiva. Existe bajo la forma física del
instrumento.
De este modo, el punto de partida de lo ideal es el
estado O, que coincide con el estado de la idea bajo la forma
física del instrumento. La acumulación de los
primeros instrumentos es, a su vez, la acumulación de las
primeras ideas. Este es el primer hecho histórico de lo
ideal.
¿Cómo es que, entonces, pasamos de esta
acumulación originaria al proceso de circulación
espiritual? El paso de la forma objetiva a la forma subjetiva es
el segundo hecho histórico en torno al surgimiento de lo
ideal. Es de esperar que en un inicio nuestros antepasados
cargaran con su conciencia como el que carga con sus
instrumentos. La forma inicial de conciencia es la forma objetiva
del instrumento. Pero pronto esta carga se tornó un tanto
pesada. En la medida en que el instrumento se hacía
más complejo y en la medida en que aumentaba su
número (cantidad) nuestros antepasados se vieron en la
necesidad de superar la dificultad. La necesidad, como siempre en
la naturaleza, crea el órgano. Surge, entonces, el
lenguaje articulado: la palabra.
La palabra, como vimos, sustituye como signo al objeto.
La palabra "la piedra" sustituye en la psiquis la
representación sensible de la piedra física. Al
inventarse la palabra articulada, nuestros antepasados tuvieron
la posibilidad de arrojar la piedra (como objeto físico) y
conservar en su psiquis solamente la palabra "la piedra". Ya no
era necesario retener la piedra física, con la palabra se
retenía la idea de la piedra.
El lenguaje existe ya en la naturaleza anterior al
hombre. En el parloteo de los monos hay todo un sistema de
lenguaje. El lenguaje articulado del hombre es el fruto de la
evolución natural del sistema de señales propio del
reino animal. Lo que el lenguaje articulado aporta a este sistema
de señales es, precisamente, el designar no sólo
cosas; sino también, y esto es lo fundamental, ideas. Al
designar una idea (por ejemplo, la idea de la piedra), nuestro
antepasado pudo deshacerse del instrumento que la piedra
física representaba y conservar la idea del instrumento
bajo la forma sensible de la palabra.
Como vimos, la forma en que la idea existe en la
subjetividad no es otra cosa que la representación
sensible de la frase (signos del lenguaje) que tiene la
significación de la cosa. Por ello, gracias a la
formación del lenguaje articulado la conciencia deviene de
su estado O a su estado S. La historia de la formación del
lenguaje articulado no interesa aquí. Lo que nos interesa
es su resultado. El hecho de que bajo la forma del lenguaje
articulado la idea pasa de su estado O a su estado S.
Notemos algo. La formación del estado S tiene, en
determinado sentido, ventajas con relación al estado O, en
lo que se refiere a la actividad. La idea del instrumento bajo la
forma de la palabra es superior, en relación a la
actividad, a la idea del instrumento bajo la forma física
de la cosa. Con el concepto (forma psíquica de la idea
bajo la forma sensible de la palabra) el hombre puede unir el
pasado, el presente y el futuro en una sola realidad. Mientras
que no haya una conciencia individual, bajo la forma de la
subjetividad, no puede haber una integración de la
realidad en forma de conciencia de esta realidad. Mientras la
idea del instrumento se lleve, sí y sólo sí,
en la mano o en la bolsa de cuero no puede haber
evocación. Sin el concepto subjetivo, ante una fruta
presente (en su radio de acción sensoperceptual), como por
ejemplo un mango, no se puede recordar el instrumento pasado, por
ejemplo un palo, que sirvió para tumbar el fruto en
cuestión (el mango) y unir estas dos realidades (el pasado
y el presente) en una sola. Cuando la idea es concepto subjetivo
(existe bajo la forma sensible del signo en calidad de
representación), ante un mango presente se puede asociar
la idea del palo y salir a buscar el palo en cuestión.
Aquí ya hay evocación.
Tenemos, de este modo, dos hechos: la formación
del estado O y el tránsito de este estado O al estado S.
Resta descubrir cómo de este estado S se pasa a la forma
O*, para completar la forma "O-S-O*". ¿Cómo es que,
entonces, del estado S inicial surge la plus-idea, que da lugar
por medio de otra metamorfosis a la forma O*? La simple forma
inicial S no puede aportar la plus-idea. A lo sumo, el simple
tránsito de S a O (circulación simple, pero no
ampliada), pero no a O*. Veamos.
Si nuestros antepasados sólo pueden cosificar lo
ideal bajo la forma del instrumento y descodificarlo y así
sucesivamente, entonces es imposible pasar a la
reproducción ampliada de la conciencia social. La
producción de más y más instrumentos,
aún bajo formas cada vez más complejas, no puede
implicar este paso, pues el instrumento es siempre
acumulación originaria. Evidentemente, se tuvo que dar un
tercer hecho histórico.
De suerte que el hombre desarrolla sus fuerzas
productivas no sólo con la fabricación de nuevos
instrumentos, sino también bajo la forma de la
división del trabajo (tanto la natural o social, como la
técnica o no-técnica). Cada división del
trabajo es una fuerza productiva más. Al especializarse en
una tarea, el hombre potencializa sus capacidades físicas
y mentales. No importa que al especializarse en una
dirección se limite en otra y quede atrapado en la
división del trabajo. El resultado es que la sociedad en
su conjunto incrementa sus fuerzas productivas a costa de la
especialización del individuo. El descubrimiento de una
división del trabajo es, a la par, una idea más.
Para dividir el trabajo hay que formar idea del trabajo en
cuestión y formar idea de cómo hacerlo bajo la
forma de la nueva división. Es aquí donde entra a
jugar parte el tercer hecho histórico: el primitivo
descubre la división del trabajo.
El descubrimiento de la división del trabajo es
un hecho histórico. Mientras que se trataba de fabricar
instrumentos, era la propia naturaleza la que intervenía.
Pero ahora, al dividir el trabajo es el individuo, ya no en
calidad de naturaleza sino en calidad de sujeto, el que
interviene. Se trata aquí de la producción de una
idea no por obra de la naturaleza, sino por obra del propio
sujeto, por obra de la conciencia individual, o por obra de su
acción mancomunada. Para descubrir cómo dividir el
trabajo no se requiere de una facultad especial. Es como
cualquier otro descubrimiento. El descubrimiento de la utilidad
de un árbol caído para sentarse es, por ejemplo, un
hecho histórico desde el punto de vista de la
gnoseología, pero desde el punto de vista de la historia
del instrumento no lo es. El árbol caído (el
instrumento) lo fabrica la naturaleza. El hombre descubre su
utilidad. Es así como se inicia la formación
originaria de la conciencia social. El hombre, a lo sumo,
descubre la utilidad de las cosas (por ejemplo, la del
árbol caído). Pero el descubrimiento de la utilidad
de la división del trabajo (de este o aquel trabajo), que
es un descubrimiento como cualquier otro descubrimiento, es un
descubrimiento de lo social. Es el descubrimiento de algo
fabricado no por la naturaleza, sino por el hombre. Por tanto,
hay aquí una plus-idea.
Si ahora cosificamos esta idea en la propia
división de este o aquel trabajo, entonces hemos creado
una nueva idea en la conciencia social (la idea de cómo
dividir este o aquel trabajo). Esta cosa, que es la
división así de este o aquel trabajo, es, a su vez,
una idea cosificada más. Por tanto, tengo ya un estado O*.
Con esto he completado el ciclo "O-S-O*".
Desde este punto de vista, las primeras ideas producidas
por el hombre (las primeras plus-ideas) son las ideas acerca de
la división del trabajo, de cómo dividir este a
aquel trabajo. Es así como se inicia el ciclo ampliado de
la reproducción de la conciencia social, como proceso de
desarrollo de las fuerzas productivas, bajo la idea de la
división del trabajo. Este es, pues, el tercer hecho
histórico a considerar.
Este es un hecho significativo que acarrea varias
consecuencias. En primer lugar, bajo la forma inicial de la
producción de sus medios de vida, el hombre primitivo (que
a lo sumo portaba una conciencia gregaria) era idéntico al
grupo. Su conciencia individual coincidía con la
conciencia social. Aquí la conciencia individual era no
otra cosa que la suma de los instrumentos de que disponía
el grupo. Por tanto, conciencia social y conciencia individual
coinciden aquí. Pero al desarrollarse la división
del trabajo, al punto y al grado en que ya no es posible hacer
coincidir ni en principio la actividad del individuo con la
actividad genérica del grupo, entonces la conciencia
individual no coincide con la del grupo (conciencia social). La
división del trabajo ha roto esta identidad. En segundo
lugar, ahora el individuo debe pensar (tomar conciencia) no
sólo de la actividad que ejecuta y del instrumento que
esta actividad acarrea, sino que tiene que idealizar el entronque
de su actividad con la actividad genérica del grupo. Su
conciencia individual y su actividad específica, que
ejecuta bajo la división del trabajo, no coinciden. No
coinciden porque mientras su actividad es específica a la
división del trabajo, su conciencia desborda el marco de
su actividad y se interna en el sistema de las interconexiones,
que esta división del trabajo acarrea.
Notemos algo. En el animal superior, la actividad
psíquica y la actividad física coinciden. El mono
ve el palo, ve el mango, toma el palo, tumba el mango y se lo
come. Es evidente que antes de hacer esta actividad
físicamente, tuvo que imaginar la actividad en
cuestión (hacer la representación sensorial de la
actividad que ulteriormente ejecutará). Pero su actividad
psíquica y la actividad física, que después
desarrollará, son coincidentes. La una sólo puede
ser el paralelo de la otra. En el hombre, en cambio, la actividad
psíquica y la actividad física discrepan
sustancialmente.
Estas tantas divisiones del trabajo son, como el
instrumento, de naturaleza ideal. Son ideas cosificadas de
cómo producir más y mejor, de en qué forma
producir, de cómo potencializar las fuerzas productivas.
Son ideas que el hombre elabora al descubrir la utilidad de una
forma de producir. De este modo, al producir y reproducir sus
medios de vida el hombre produce y reproduce la división
del trabajo, pero con ello no hace más que producir y
reproducir lo ideal.
Ya aquí no interesa la forma en que se va dando
la acumulación originaria de lo ideal, interesa que el
hombre se ha transformado de sujeto pasivo en sujeto activo, en
sujeto productor de lo ideal. Por tanto, el proceso productivo
tiene un carácter ampliado. A nivel de la conciencia
individual, y de su acción mancomunada, tiene lugar la
producción, también, de lo ideal. Desde este punto
de vista, el proceso de producción de lo ideal tiene la
forma
O – S – O* – S – O** – S – O***
– . . .
Aquí el asterisco significa la forma ampliada que
tiene el proceso productivo
Capítulo VI.- El
acto de la producción espiritual propiamente
dicha.
El hombre (o su conciencia
individual) produce lo ideal porque al producir los bienes
materiales crea nuevas necesidades (3).
Tomemos un objeto cualquiera, digamos la mesa.
¿Qué significa producir materialmente la mesa?
Producir la mesa no significa producir materialmente esta o
aquella mesa. Es en el proceso productivo material donde se crea
el género de las mesas. Pero recordemos, en este proceso
no se produce la idea de la mesa. La idea de la mesa sigue siendo
una y la misma. En el proceso de producción de bienes
materiales el hombre lo que hace es cosificar una y otra vez la
idea de la mesa. ¿Qué significa consumir
materialmente la mesa? Consumir materialmente la mesa no
significa consumir esta o aquella mesa, consumir mi mesa o la de
otro cualquiera. Al devaluarse con el uso esta o aquella mesa no
consumo el género de las mesas. A la par que tiene lugar
el consumo material de las mesas, tiene lugar el proceso de
producción de las mesas, con lo que el género de
las mesas sigue estando en pié. Consumir materialmente la
mesa significa consumir todas y cada una del género de las
mesas. Pero para que esto ocurra el hombre debe dejar de producir
la mesa. Por otra parte, para dejar de producir la mesa el hombre
tiene que abandonar la idea de la mesa, renunciar a la idea de
cosificar la idea de la mesa.
¿Cuándo es que el hombre renuncia a una
idea, es decir entrega al olvido una idea? Cuando ya en su lugar
tiene una nueva idea que suple las funciones sociales que la idea
anterior satisfacía. En este caso no podemos decir esto de
la idea de la mesa, pues el hombre sigue produciendo
materialmente la mesa. Pero podemos decirlo de todas las ideas
que han pasado al olvido. ¿Cuáles son
éstas?, no lo podemos decir, pues de decirlo ya no
serían ideas olvidadas. Pero sabemos que muchas ideas han
sido tiradas al olvido.
Por otra parte, consumir una idea no significa
necesariamente entregar al olvido la idea en cuestión.
Puede suceder que el hombre modifique el significado social de la
idea. Puede pasar que lo que en un inicio era una idea que
satisfacía determinadas necesidades materiales, pase con
el tiempo al baúl de los recuerdos como un objeto
museable. Esta es la forma más común de consumir
una idea. Como norma, el hombre no olvida sus ideas, sino que las
pasa a pasivo y las deja como componentes de la conciencia social
en forma de recuerdo, como parte de su cultura. Pero,
¿cuándo es que el hombre pasa a pasivo una idea?,
cuando en su lugar hay una nueva idea que suple las necesidades
materiales que la idea anterior satisfacía.
Al producir y consumir los bienes materiales, el hombre
produce (crea) nuevas necesidades, tanto materiales como
espirituales. Si lo que se necesita es una idea, entonces la
necesidad es espiritual. Si lo que se necesita es una cosa,
entonces la necesidad es material. Pero para producir una cosa
cualquiera es necesario idealizar esa cosa. Es decir, darle
existencia ideal a la cosa antes de su existencia material. Por
eso, la necesidad material va acompañada de la necesidad
espiritual. Las mercancías no van solas al mercado.
Necesitan de sus guardianes, los poseedores de mercancías
(los hombres), para ponerse en movimiento. Son los hombres los
que ponen en movimiento las cosas, por ejemplo las
mercancías. El bien material surge (se mueve) porque los
hombres lo ponen en movimiento. Pero para ello hay que tomar
conciencia de esta necesidad.
El descubrimiento de estas nuevas necesidades es un
hecho gnoseológico como otro cualquiera. El resultado
indirecto del mismo es la producción de una nueva idea.
Las necesidades en el hombre, por muy elementales y materiales
que estas sean, siempre es un hecho espiritual. El hombre toma
consciencia de sus necesidades, tanto materiales como
espirituales, de forma ideal. La toma de conciencia de estas
necesidades reviste la forma de la idea. Así acontece con
una necesidad material cualquiera, como por ejemplo la de tomar
agua. El hombre se hace idea de la necesidad de tomar agua y,
entonces, es que puede pasar a satisfacer la necesidad. Al
producir nuevas necesidades, el hombre, por ello, produce nuevas
ideas. ¿Cómo es que el hombre satisface las nuevas
necesidades?, con la producción de nuevas ideas. Al
producir nuevas ideas y pasar a su cosificación el hombre
satisface las nuevas necesidades.
Retomemos, una vez más, la producción
espiritual, pero ahora en su relación con el consumo. Toda
producción implica un consumo, al producir necesariamente
consumimos. Esto es válido para la producción
material y lo es, también, para la producción
espiritual. Claro que aquí, en la producción
espiritual, no se trata del consumo material, sino del
espiritual. ¿Cómo es que en la producción de
las ideas tiene lugar, a la par, el consumo de las propias
ideas?
Supongamos que producimos una idea, por ejemplo la de la
máquina computadora. A primera vista nos parece que la
idea de la computadora no acarrea consumo de ideas.
Evidentemente, al producir la idea de la computadora no
"destruimos" físicamente otras ideas, como hacemos con el
acto de producción material. Para producir un bien
material, por ejemplo un par de zapatos, hay que consumir
(destruir) cuero, pegamento, hilo, etc. Producir el bien material
significa consumir de forma productiva. Pero con la idea no
sucede así. Al producir una idea no consumimos otras ideas
en calidad de materia prima. Pero sí consumimos.
¿Cómo es que, entonces, tiene lugar este
consumo?
Al producir una idea depreciamos moralmente las ideas
precedentes. ¿Cómo se deprecian moralmente las
ideas precedentes?, como disminución de su
significación social. Al aparecer la computadora, la
máquina de escribir convencional, por ejemplo, se deprecia
socialmente, pierde valía o utilidad práctica. Pero
la idea nueva no deprecia moralmente esta o aquella idea en
específico, sino todo el resto de las ideas anteriores.
Ella, la idea nueva, se refiere a las demás ideas
–las anteriores- como lo nuevo, y las demás aparecen
ahora como lo viejo. Claro que deprecia en mayor o menor medida
esta o aquella idea. Pero se refiere no a una idea en
específico, sino al resto de todas las ideas. Es como si a
cada una de estas ideas anteriores le correspondiera una cuota de
depreciación moral. La proporción de esta cuota es
específica a cada idea, pero se refiere a un conjunto y no
a una idea en específico. La aparición de la
computadora, por ejemplo, deprecia no sólo la
máquina de escribir convencional, sino también el
teléfono, etc. Cada nueva idea repercute sobre las
demás, unas veces directamente otras indirectamente, de
forma tal que le va restando valía al resto de las
ideas.
De este modo, dosis a dosis una idea en concreto va
siendo consumida espiritualmente en el proceso social de la
producción de la conciencia social. El final de este
proceso, es el consumo total de la idea en cuestión. Y
coincide con el momento en que la idea pasa a pasivo o queda
olvidada en la historia de la conciencia social.
Surge una cuestión a saber: ¿de
dónde brota la nueva necesidad espiritual?,
¿cuál es el estímulo fundamental de la nueva
idea? Es evidente que, en el ámbito de la
producción material, al producir un bien material surge a
la par la necesidad material de su producción a escala
ampliada. Por ejemplo, la invención de la
televisión crea la necesidad de la producción
industrial del televisor. Los hombres, al descubrir el televisor
quieren disponer del televisor de forma generalizada. Por eso
pasan a su producción industrial. Lo que en un inicio era
un televisor aislado (un único ejemplar) se convierte, con
la producción a escala industrial, en todo un
género de objetos. La necesidad material surge así
de la producción material precedente. Pero surge pasando
por el prisma de la conciencia, pasando por la fase de necesidad
espiritual y de la invención de la idea. Es evidente que
la producción material actual crea, a su vez, la necesidad
ulterior, la necesidad de ampliar el proceso productivo en
cuestión. Pero esto es factible cuando la idea en
cuestión está producida. La necesidad material
consiste básicamente en la necesidad de cosificar
(producir materialmente) más y más una misma idea.
Por eso, la producción material crea nuevas necesidades
materiales, pasando por el prisma de la conciencia. Pero,
¿la necesidad espiritual de dónde brota?
Desde este punto de vista, la producción material
y las necesidades materiales guardan una mutua dependencia. La
producción crea nuevas necesidades y las necesidades crean
un nuevo ciclo productivo. Si designamos a la producción
por P y a las necesidades por N, se tiene, entonces, la
cadena
. . . – P – N* – P* – N** – P** – N***
– . . .
Notemos que el asterisco representa el incremento de la
producción y las necesidades que tiene lugar en el proceso
productivo material. Nótese, además, que es la
nueva necesidad la que crea un nuevo ciclo productivo y no a la
inversa.
La fórmula anterior se refiere, esencialmente, al
proceso material. Pero con relación al proceso espiritual
no acontece del todo así. La producción de ideas no
tiene su fuente intrínseca en las ideas precedentes. En el
mundo de las ideas no hay inmanencia. Las ideas no brotan de las
ideas anteriores como si de éstas "nacieran" ideas. No se
trata de un proceso de auto gestación de lo ideal. Las
ideas no tienen una historia auténtica. No tienen su
propia historia ni su propio desarrollo (4). La idea, por
sí sola, es indiferente a la necesidad espiritual. Del
proceso de producción espiritual, del acto de la
producción de una idea, no puede brotar, entonces, la
necesidad espiritual de una nueva idea. Las ideas no crean
necesidades. La necesidad espiritual no nace de las ideas
precedentes. Por tanto, no nace directamente del proceso de
producción espiritual. Pero si la necesidad espiritual no
nace directamente del proceso de producción espiritual,
entonces la necesidad espiritual debe brotar de fuera del proceso
espiritual.
Es evidente que la idea del televisor es la que crea la
posibilidad de su producción material. No se puede
producir lo que no se ha idealizado. El hombre antes de ejecutar
la construcción de algo lo proyecta en su cerebro. Al
final del proceso de trabajo, brota un resultado que tenía
ya existencia ideal. El hombre no se limita a hacer cambiar de
forma la materia que le brinda la naturaleza, sino que realiza en
ella su fin, fin que sabe que rige como ley las modalidades de su
actuación y al que tiene que supeditar su voluntad (5).
Para producir el televisor, por ejemplo, tiene, por tanto, que
producir previamente la idea del televisor. ¿De
dónde nace, pues, la necesidad de la idea, digamos, del
televisor?
De la reproducción simple del proceso de
producción material no puede ser. La reproducción
material simple precedente sólo crea la necesidad de la
producción material del género de la cosa (es
decir, de cosificar más y más la misma idea) en la
misma proporción en que es consumida, pero no la necesidad
de la producción de una nueva idea. La producción
de una nueva idea, lo que crea a su vez como norma un nuevo ciclo
productivo material, parece que surge del ciclo ampliado del
proceso de reproducción material. Pero este ciclo ampliado
presupone, a su vez, la idea nueva, que es la que amplia el ciclo
en cuestión. Para ampliar el ciclo productivo material a
nuevas formas de mercancías hay que crear previamente la
idea de la cosa como tal. Entonces no puede nacer del ciclo
ampliado de la producción material. Pero si no es del
ciclo simple ni del ciclo ampliado, entonces debe nacer fuera del
proceso productivo material. El ciclo de la producción o
es simple o es ampliada. No hay otra opción. Notemos,
además, que el ciclo de la producción material
contiene como momento suyo al ciclo de la circulación. Por
tanto, en el proceso ampliado de la producción material se
contiene toda la vida material de la sociedad.
Hemos llegado a un resultado antinómico. La
necesidad espiritual no nace directamente del proceso productivo
material, debe nacer fuera de él. Pero tampoco nace
directamente, como vimos, del proceso de producción
espiritual. Nace fuera de él. Pero tiene que nacer en
ellos. La actividad del sujeto o es material o es espiritual. No
hay otra opción. Nace, por ello, dentro y fuera al mismo
tiempo. Nace dentro y fuera del proceso de producción
material, y nace dentro y fuera del proceso de producción
espiritual. Nace en su unidad. La necesidad espiritual es un
descubrimiento, un descubrimiento práctico (a escala de la
conciencia individual y de la actividad del sujeto). Nace de la
práctica del sujeto.
La práctica es un tipo de producción que
tiene la peregrina cualidad de producir más necesidades
que las que se satisfacen en el acto productivo en
cuestión. La práctica, como actividad
idealomaterial concreta del sujeto concreto (el hombre de carne u
hueso), es, en una de sus determinaciones, pensamiento,
conciencia en acción, y éste (el pensamiento
concreto) tiene, al igual que la conciencia (el pensamiento es
conciencia en acción), la peregrina cualidad de producir
más ideal, más necesidades (en este caso
espirituales) que las que se satisfacen en el acto productivo
concreto, es decir en el acto de actividad idealomaterial en
cuestión.
De la práctica brota el estímulo
fundamental para el surgimiento de la nueva idea. El problema se
plantea a la par que se resuelve. De la práctica brota el
conocimiento y es en la práctica donde surge la necesidad
de este conocimiento (idea). La práctica, en tanto que
todo tipo de actividad humana, es la unidad de lo material y lo
espiritual, es actividad material y es actividad espiritual.
Según Descartes, en el hombre, más exactamente
– decimos nosotros – en su actividad, se da la unidad de la
extensión (lo material) y el pensamiento (lo ideal) (6).
Por eso la necesidad espiritual de la idea en cuestión
nace dentro y fuera al mismo tiempo de los dos procesos, nace en
los dos procesos al mismo tiempo y fuera de cada uno de ellos por
separado, al mismo tiempo. Nace en la práctica. Recordemos
que la conciencia individual tiene la peregrina cualidad de
producir más ideal del que se invirtió en su
producción. Por ello, es en la actividad del sujeto (en su
actividad consciente) la que crea la nueva necesidad, pero esta
actividad del sujeto (la consciente) es esencialmente
práctica.
El problema de la necesidad de la producción de
una nueva idea, de este o aquel descubrimiento, es un problema
práctico. Es en la práctica (de la cual la
producción de bienes materiales es un núcleo
fundamental), donde se crea las premisas para el surgimiento de
esta necesidad. Normalmente, un descubrimiento prepara el terreno
para otra nueva necesidad, que trae un nuevo descubrimiento y
así sucesivamente. La toma de conciencia de la necesidad,
tanto material como espiritual, es otro descubrimiento. No hay
diferencias sustanciales entre la toma de consciencia de la
necesidad material y la toma de consciencia de la necesidad
espiritual. Y no hay diferencia de principio entre el
descubrimiento de la necesidad espiritual y el descubrimiento de
la idea.
Por otra parte, al ampliarse la práctica social,
tanto en extensión como en profundidad, se prepara el
terreno para la formación de las nuevas necesidades
espirituales. Al incorporar la materia exterior, la naturaleza, a
la práctica transformamos la cosa en objeto, es decir en
ente para el acto gnoseológico. Mientras que la cosa yace
fuera de la práctica, no es posible el descubrimiento de
la necesidad de su conocimiento. Es menester incorporar la cosa a
la práctica para poder conocer sus propiedades, y para que
surja la necesidad de su conocimiento. Por ello, lo que crea la
necesidad espiritual es la incorporación del objeto a la
práctica.
La incorporación del objeto a la práctica
es otra necesidad práctica. Es la práctica la que
tiene sustantividad. Es la práctica la que tiene auto
desarrollo. La fuente de este desarrollo hay que buscarlas en las
contradicciones que yacen en la propia práctica,
contradicciones que son internas a la práctica y que no
marcan como si fuesen desde fuera la génesis de su
desarrollo.
El proceso de transformación práctica del
objeto es un proceso complejo. La práctica comprende todo
tipo de actividad con el objeto, para el objeto y sobre el
objeto. Pero esencialmente el proceso práctico es un
proceso de análisis y síntesis, y de
abstracción y concreción. En la práctica
desintegramos al objeto en sus partes y lo integramos en una
totalidad. Tiene así lugar el proceso de análisis y
síntesis. El análisis y la síntesis del
objeto son precedidos o acompañados de los procesos de
abstracción y concreción. Al arrancar del objeto
una o varias de sus partes, hacemos abstracción. Al
incorporar las partes al todo, hacemos concreción. Estos
procesos permiten separar lo esencial de lo contingencial, lo
necesario de lo casual, etc. Los procesos de análisis,
síntesis, abstracción y concreción arrojan
el conocimiento, las ideas, las necesidades, etc., propios del
proceso espiritual. En ella, en la práctica, se da el
proceso de ascenso de lo abstracto a lo concreto (7).
La práctica es, a la par de los procesos
espirituales, un proceso material. El análisis y
síntesis mental se corresponde con el análisis y
síntesis material, etc. La práctica es un
metabolismo donde sujeto y objeto se integran en una sola
realidad. Aquí lo material y lo ideal coinciden. La
actividad material en el proceso práctico coincide con la
actividad ideal en el propio proceso práctico. Por eso
también, la necesidad espiritual coincide con la necesidad
material. Mientras que se analice la producción material
al margen de los procesos espirituales, no podemos entender
cómo de la producción material nace la necesidad
espiritual. El problema del desarrollo social, tanto material
como espiritual, es un problema práctico. Si
trazáramos dos rectas: una para designar la
producción espiritual y otra para designar la
producción material, veríamos que en un punto se
cortan. Este punto de intersección es la práctica,
es decir la actividad del sujeto movida a fines. Aquí
coincide lo material y lo espiritual. Por eso en la
práctica la necesidad espiritual nace al mismo tiempo en
los dos procesos y al mismo tiempo fuera de ellos.
Notemos algo. Plantearse el problema de desarrollar una
actividad especial, encaminada a obtener nuevos conocimientos (es
decir, la ciencia), puede ser sólo el resultado de un
largo proceso de desarrollo de la división social del
trabajo. Una actividad así es sólo posible, en lo
fundamental, cuando se separa el trabajo físico del
intelectual. En su forma histórica, el conocimiento
aparece no como ciencia, sino como conocimiento práctico
del objeto, que nace de la producción material
natural.
En la producción material natural la cosa, que es
incorporada a este proceso, actúa como medio o
instrumento, como objeto o materia prima y como resultado o
finalidad del trabajo. Por tanto, sólo en el accionar
práctico con la cosa (instrumento), sobre la cosa (objeto
de la producción) y para la cosa (producto del trabajo) es
que puede darse el proceso espiritual de la cosa. El fruto de
este proceso es la producción de las ideas propiamente
dichas y de las necesidades espirituales.
Capítulo VII.-
La distribución espiritual y la conciencia
social.
Las ideas, una vez producidas,
deben ser distribuidas El movimiento de la idea del lugar en que
es producida al lugar en que es consumida coincide con el proceso
de distribución de la idea. No podemos confundir la
distribución espiritual con la circulación
espiritual. Para que exista distribución, debe haber
circulación. La circulación es un momento de la
distribución. Pero la distribución contempla,
además de la circulación propiamente dicha, el
momento del consumo. La forma en que las ideas llegan a los
hombres para ser consumidas es lo que entendemos por
distribución espiritual.
Podemos comparar la distribución espiritual con
el proceso de distribución material. En cualquier
régimen social, el contenido del proceso de
distribución material de productos consta de las
siguientes cuestiones: ¿quién se apropia de los
productos?, ¿a quién van a parar en definitiva?, y
¿cómo y qué parte se destina al consumo
productivo y qué parte al consumo improductivo (personal)?
Notemos algo, antes de que la producción sea
distribución de productos, es distribución de los
instrumentos de producción, distribución de la
materia prima (objeto de trabajo) y distribución de los
miembros de la sociedad entre los distintos tipos de
producción. Por tanto, la distribución de productos
materiales es sólo el resultado de la distribución
en general. La distribución espiritual no gira, como la
material, en torno a instrumentos. Toda persona en su sano juicio
está en condiciones de poder producir espiritualmente,
dispone de los instrumentos necesarios. Estos son dados por
"naturaleza". La distribución espiritual tampoco interesa
por ahora desde el punto de vista de la distribución de
los hombres entre los distintos tipos de producción. Se
supone que la producción espiritual es una. No interesa,
aquí, su división en ramas. Por tanto, lo que
interesa es ¿a dónde van a parar, en última
instancia o en definitiva, las ideas?
Sólo puedo distribuir lo que se produce. Pero por
el mero hecho de que se produzca una idea no quiere decir que
necesariamente se consuma, o que se consuman de forma igual todas
las ideas.
Supongamos que todas las ideas producidas circulan
libremente, de modo que a una conciencia individual arribe por
medio del proceso de dobles metamorfosis todas y cada una de las
ideas producidas. Desde este punto de vista, la conciencia
individual en cuestión coincidiría con la
conciencia social en general. Denotemos a esta conciencia
individual por X. Pero las ideas apropiadas por la conciencia X
son el resultado del proceso de producción de otras
conciencias. Supongamos, además, que la conciencia que
produce estas ideas es, como la conciencia X, coincidente con la
conciencia social. Para simplificar, supongamos que estas
conciencias individuales se reducen a una, sea la conciencia
Y.
Desde este punto de vista, la distribución
espiritual se circunscribe a la relación entre la
conciencia X y la conciencia Y. La conciencia Y produce la idea
en cuestión y la conciencia X la recepciona. Si ahora la
conciencia X produce una nueva idea, que a su vez circula
libremente, y la conciencia Y la recepciona; entonces se produce
el consumo espiritual.
¿Cómo es que tiene lugar este consumo?
Como proceso que se ejecuta paralelo en las dos conciencias al
unísono. Al producir la idea la conciencia Y,
devalúa las ideas que tiene la conciencia X. Pero
devalúa las ideas que, con anterioridad a la
producción de la idea en cuestión, tenía la
propia conciencia Y. La devaluación es general, aunque la
producción es individual. De suerte que lo que una vez
hace la conciencia Y en otra ocasión lo hace la conciencia
X. La conciencia X puede, a su vez, producir una nueva idea y
devaluar las ideas propias y las ideas de la conciencia Y. Desde
este punto de vista, la producción es compartida por ambos
sujetos y el consumo es, también, compartido.
Si la relación entre la producción y el
consumo en torno a la distribución espiritual se redujese
a la relación entre la conciencia X y la conciencia Y, no
existiría el problema, entre otros, de la
sedimentación de lo ideal y su transformación en
una fuerza objetiva.
Toda nueva fuerza productiva trae, por principio, como
consecuencia un nuevo desarrollo de la división del
trabajo (8). La sociedad no puede desarrollar las fuerzas
productivas sin desplegar a una escala superior la
división del trabajo. La condición básica de
la práctica humana es desarrollar continuamente a escalas
superiores las fuerzas productivas. La verdadera finalidad de la
producción es servir al consumo y, sobre todo, al consumo
improductivo, al consumo personal que crece continuamente a
escalas superiores. Por ello, desarrolla continuamente la
división del trabajo. ¿Qué consecuencias
sociales trae el desarrollo de la división del
trabajo?
Al dividir el trabajo, como forma de desarrollo de las
fuerzas productivas, los hombres se sitúan unos con
respecto a los otros en distintas posiciones, asumen relaciones.
La relación social es eso: la posición que asumen
los hombres los unos con respecto a los otros en lo tocante al
material de trabajo, los instrumentos de trabajo, el producto del
trabajo y el trabajo mismo (9). En unos casos las relaciones son
puramente técnicas (se trata de las disposiciones con
respecto al trabajo mismo), en otros de propiedad (no
técnicas). Se trata de las disposiciones respecto a los
instrumentos, el material y el producto del trabajo.
Las relaciones las encontramos ya en el mundo animal. En
la manada de monos encontramos todo un sistema de relaciones
bióticas, por ejemplo tanto en torno al objeto sexual como
en torno al producto alimenticio. Las relaciones en el hombre
sólo vienen a desarrollar el sistema de relaciones
bióticas que encontramos ya en nuestros antepasados. A
este subsistema de relaciones bióticas hay que
añadir el subsistema de relaciones sociales, que la
división del trabajo acarrea. Pero hay que señalar
que al humanizarse el animal presocial, este sistema de
relaciones bióticas se humaniza. Por muy elemental
(biótica) que sea la relación que el hombre
establece, ésta siempre toma un carácter ideal. El
objeto sexual y el producto alimenticio, por ejemplo, en el
hombre sólo se pueden distribuir de forma ideal, bajo la
forma de la idea del cómo hacer las cosas, del cómo
distribuirlos.
La división del trabajo (de esta o aquella
división), tanto en lo tocante al trabajo mismo como a lo
tocante al instrumento, el producto y el objeto (material del
trabajo), es otra idea más. Los hombres sólo pueden
dividir el trabajo, en cualquiera de sus dimensiones, de forma
ideal. Del simple proceso productivo material, como vimos, no
puede surgir la necesidad material sin tomar la forma de
necesidad espiritual e idea. La división del trabajo es
siempre un proceso ideal. De aquí que las relaciones
sociales, que son consecuencias de esta división, sean
también de naturaleza ideal.
Comúnmente se piensa de forma distinta. Se piensa
que las relaciones sociales son una forma de lo material. Esta
concepción parte del supuesto de que por cuanto estas
relaciones son objetivas, entonces son materiales. Pero ya
nosotros vimos que lo ideal es, en una de sus dimensiones, tan
objetivo como lo material. Lo material no es sólo realidad
objetiva, sino también realidad sensible. Lo ideal, en
tanto que objetividad, no posee, en cambio, la propiedad de la
sensibilidad. Es espiritual. Precisamente, el cuerpo fundamental
de la conciencia social es su cuerpo objetivo. Por ello, por el
hecho de que las relaciones sociales sean objetivas, no se puede
concluir que sean materiales. Son objetivas; sí, pero
ideales.
Son ideales porque se desprenden de la división
del trabajo la cual es una idea más. Pudiera pensarse que
este argumento no es suficiente para reconocer el carácter
ideal de las relaciones sociales. Se podría argumentar que
de un acto espiritual se puede desprender una consecuencia
material. Evidentemente en ocasiones sucede así, pero de
lo que se trata en la división del trabajo, en la idea de
dividir el trabajo de este o aquel modo, es de establecer
precisamente este o aquel sistema de relaciones sociales. Las
relaciones sociales, consecuencias de la división del
trabajo, son la división misma del trabajo. Dividir el
trabajo es tomar conciencia de la necesidad de establecer este o
aquel sistema de relaciones sociales en lo tocante a los
componentes del trabajo (es decir, en lo tocante al instrumento,
al producto, al material y al trabajo mismo). No es que la
división del trabajo va por un lado y las relaciones
sociales por el otro. La división del trabajo, el dividir
el trabajo de este o aquel modo, es la idea de establecer este o
aquel subsistema de relaciones sociales. Las relaciones sociales
son la división misma del trabajo. División del
trabajo y relaciones sociales son dos formas de llamar a los dos
aspectos de un mismo proceso.
Ahora bien, la división del trabajo, o
dígase en su lugar las relaciones sociales, una vez
establecida toma objetividad. Se trata aquí, en la
división del trabajo, de la cosificación de una
idea. Es un concepto plasmado como actitud, como "postura" (en
tanto que acto consciente) entre los hombres. No hay nada de
extraño en el carácter objetivo de las relaciones
sociales. Toda idea plasmada, "cosificada", etc., es objetivada.
La idea de la división del trabajo lo es también,
lo que en este caso en forma de relaciones sociales. Y como cada
división del trabajo es una fuerza productiva más,
y como el hombre no puede renunciar a sus fuerzas productivas,
entonces produce y reproduce continuamente estas relaciones
sociales o, en su lugar (que es lo mismo), la división del
trabajo.
Señalemos lo siguiente. Carlos Marx coquetea con
el carácter ideal de las relaciones sociales, en
particular con el carácter ideal del valor. Casi lo
descubre. El nos dice: "estas formas –y aquí parece
que se refiere a la mercancía, el valor, el dinero, etc.-
son precisamente las que constituyen las categorías de la
economía burguesa. Son formas mentales aceptadas por la
sociedad, y por tanto objetivas, en que se expresan las
condiciones de producción de este régimen social de
producción históricamente dado" (10). Es decir,
reconoce que son "formas mentales", en otras palabras ideas. Pero
antes y después de decir esto, vuelve a la idea de que el
valor, la mercancía, el dinero, etc., son
"materializaciones" de trabajo humano y que, por tanto, estas
categorías (y las relaciones sociales que ellas
representan) son materiales. El mismo nos dice: "recordemos, sin
embargo, que las mercancías sólo se materializan
como valores en cuanto son expresión de la misma magnitud
social; trabajo humano, que por tanto, su materialidad como
valores es puramente social" (11). Aquí, en la frase
anterior, declara que el valor es una relación social
material. Marx descubre que el valor es una relación
social, pero lo considera material porque en su momento el dinero
(la mercancía-dinero) era el oro y aquella, la
mercancía-dinero, no se había desprendido de su
cuerpo material; el oro. El mismo dice: "para simplificar, en
esta obra –se refiere a El Capital- partimos del supuesto
de que la mercancía-dinero es el oro" (12). Mientras que
la mercancía-dinero se identificaba con el oro, no era
posible descubrir el carácter ideal del valor (se trata
del valor de las mercancías). Si el dinero es la
mercancía que monopoliza la forma equivalencial del cambio
(porque todas las mercancías la reconocen como forma
equivalencial universal), y la mercancía que monopoliza en
la concreta esta forma es el oro; entonces el oro es la
mercancía-dinero por excelencia. Aún en 1944 el oro
era la mercancía-dinero por excelencia. En Bretton Woods
en EE.UU. el 27 de julio de 1944 se acordó que el
dólar fuera el dinero mundial, con un respaldo de 35
dólares por onza de oro. Según este acuerdo, 35
dólares y una onza de oro eran la misma cosa. El
dólar era otra forma de llamar al oro. Este acuerdo
obedecía a la necesidad de estabilizar la economía
mundial a raíz de la segunda guerra mundial y las ideas
fundamentales venían del economista John Maynard Keynes.
Después de Bretton Woods, EE.UU. adquirió el
privilegio de emitir la moneda de reserva de la economía
mundial. El sistema funcionó más o menos bien hasta
los años 60, en que la economía de Estados Unidos
cae en crisis por la guerra en Vietnam. Las cosas cambiaron
radicalmente en 1971. En esta fecha, el presidente Nixon
quitó el respaldo en oro del dólar. Ya el
dólar no era algo equivalente al oro. Esta medida fue
unilateral por parte de EE.UU. (13). Ahora quedaba claro que el
dinero, que ya no era el oro sino el papel moneda, no era
material sino ideal. ¿Qué quedaba en pié del
dinero si ya no era el oro? Un simple billete de papel verde, que
se fundamentaba y se respaldaba en la credibilidad en el estado
de Estados Unidos y en su economía. Como puede verse del
simple análisis, esta credibilidad es una idea, un
concepto más. Es, por tanto, un acto ideal.
¿Qué es el dinero sino una idea objetivada,
plasmada, "cosificada" y petrificada como relación social?
Pero es una idea (un concepto) que si el hombre renuncia a ella,
entonces tiene que recomenzar por el inicio de nuevo y volverla a
reproducir necesariamente. Es una idea, un concepto que el hombre
reproduce todos los días en el sistema de relaciones
sociales. Por otra parte, si el dinero (dígase el
dólar) no es material, sino ideal; entonces el valor (del
cual el dinero es su expresión más acabada) es
ideal también. Pero si el valor no es material (sino
ideal), y si el valor es la relación social fundamental de
la sociedad moderna (contemporánea); entonces el resto de
las relaciones sociales, que sobre el valor se levantan,
también serían ideales. Desde este punto de vista,
el sistema de las relaciones sociales es ideal. Marx no puede
descubrir el carácter ideal del valor, y con él el
de las relaciones sociales, por razones históricas.
Sólo después de 1971 y sólo después
de que se hizo evidente que este orden de cosas instaurado en
1971 era estable se puede llegar a la idea de que el dinero, el
valor, etc. (y todas las formas de la economía burguesa)
son ideales.
De este modo, el hombre al venir al mundo se encuentra
con un mundo de relaciones sociales "cosificadas" con las cuales
tiene que interactuar y en las cuales tiene que ensamblar,
relaciones sociales que son ideales, pero objetivas y
petrificadas por el proceso de producción y
reproducción de su práctica social, en particular
de producción y reproducción de su vida material.
Si ahora, por razones de su origen social, de economía,
etc., se ve arrojado a un lugar dado del sistema de las
relaciones sociales; entonces quedará atrapado en la
división del trabajo. Quedará atrapado y, en muchos
casos, de forma desventajosa.
¿Qué quiere decir desventajosa?, quiere
decir desfavorable, perjudicial, etc., en particular en
relación al proceso de distribución espiritual.
Hasta dónde puede un hombre apropiarse las ideas de la
conciencia social, de modo que reproduzca y produzca su
conciencia individual de forma ventajosa, es una cosa que depende
del lugar que ocupe en este proceso de distribución
espiritual. Pero este lugar en la distribución espiritual
es función del lugar que ocupe en la división
social del trabajo, es decir en el sistema de relaciones
sociales. El sistema de relaciones sociales es una cosa que
encuadra al individuo a vivir una vida acotada por esta propia
división del trabajo. Por tanto, la vida espiritual de un
hombre cualquiera (sus necesidades, sus posibilidades, su
consumo, etc.) es una cosa que depende del lugar que ocupe en la
división del trabajo.
Pero hay más. No sólo la división
del trabajo acota la vida del hombre, lo encuadra, lo sujeta,
etc.; sino que también lo aliena, lo enajena. Si la
consecuencia de la división del trabajo se redujese a eso:
a acotar la vida del hombre, la situación se pudiera
revertir con un acto de voluntad o con un acto revolucionario.
Bastaba con escapar de este o aquel lugar de la división
del trabajo y ocupar, en la medida de las posibilidades, el lugar
que nos convenga, o, por medio de una revolución, romper
con esta o aquella división del trabajo, y rehacer la
situación. Pero la división del trabajo
–además- aliena, enajena, etc., al hombre.
¿En qué sentido lo enajena, lo aliena?, en el
sentido de que los productos de su cabeza (y de las cabezas de
los demás) se transforman en una fuerza que domina sobre
su propia cabeza (y la cabeza de los demás
también). Es como aquel sujeto que ante un pantano en su
camino opta por quitarse los zapatos y pasar el pantano descalzo.
El zapato, concebido para cuidar de sus pies, acaba siendo el
objeto que hay que cuidar. Lo mismo pasa con las ideas. Las
ideas, una vez producidas y "cosificadas" en la conciencia
social, se transforman en una fuerza que mora como un duende
sobre las cabezas de los hombres. Cobran realidad objetiva y lo
dominan. El hombre acaba postrado ante los productos de su
cabeza: las ideas. Pongamos por ejemplo el dinero.
¿Cuántos utópicos no se han roto la crisma
luchando contra el dinero?
No hay como escapar a esta fuerza, más
allá de las posibilidades que estas propias fuerzas
brindan. El desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas de
una sociedad dada cualquiera es el fruto del desarrollo de la
división social del trabajo. Cada división social
del trabajo es una fuerza productiva más. No podemos
renunciar al desarrollo de las fuerzas productivas. Por ello, no
podemos renunciar al desarrollo de la división social del
trabajo. Renunciar a la división del trabajo es como
comenzar de nuevo. El resultado, de comenzar de nuevo, es el
mismo: el grado actual de la división social del trabajo.
Pero la división social del trabajo es el fruto de la
cabeza de los hombres. Son ideas plasmadas y petrificadas como
relaciones sociales. Por tanto, estas relaciones sociales, que
son otras tantas ideas, son una potencia ante los hombres. Si el
hombre las derriba, ellas reaparecen, se rehacen. El hombre las
reproduce al producir y reproducir su vida práctica, en
particular su vida material. Por ello, estas ideas, nacidas de la
cabeza de los hombres, son potencias ante la espiritualidad y la
esencia humana.
La distribución espiritual, por ello, no es la
simple relación entre la conciencia X y la conciencia Y.
La verdadera distribución espiritual es un conjunto de
conceptos (ideas) objetivados, plasmados, cosificados,
petrificadas y sedimentados en la conciencia social, de modo que
no son consumidos como las otras ideas restantes. ¿A
dónde van a parar en definitiva las ideas producidas? Van
a parar no a la conciencia X ni a la conciencia Y, sino a la
conciencia social. Esta conciencia social es, en su cuerpo
fundamental, realidad objetiva y no subjetividad en X o en Y. La
distribución espiritual es más bien un sistema
objetivado, plasmado, cosificado y petrificado de conceptos,
ideas, etc., es decir de relaciones sociales, relaciones sociales
que limitan al hombre y lo dominan de forma enajenante. Estas
relaciones sociales, que son otros tantos conceptos, determinan
de antemano el contenido de la conciencia de los hombres, su
esencia. Ya los hombres no son lo que son por su propia voluntad,
sino que son lo que son por mandato de la división del
trabajo. Su contenido de conciencia depende del lugar que ocupa
en esta división del trabajo, es decir por el lugar que
ocupan en el sistema de relaciones sociales. Su propia esencia no
es más que el conjunto de estas relaciones sociales (14),
objetivadas de antemano.
En la producción, los hombres no actúan
solamente sobre la naturaleza, sino que actúan
también los unos sobre los otros. No pueden producir sin
asociarse de cierto modo para actuar en común y establecer
un intercambio de actividades, es decir no pueden dejar de
establecer relaciones de producción. Las relaciones de
producción forman en conjunto lo que se llama las
relaciones sociales, la sociedad en el sentido pleno de la
palabra (15). Esta sociedad es, como las relaciones sociales o la
división del trabajo, un concepto (idea) objetivado,
plasmado, cosificado y sedimentado, o, en el mejor de los casos,
un conjunto de estos conceptos. ¿Qué es la
sociedad, cualquiera que sea su forma?, el producto de la
acción recíproca de los hombres (16). En otras
palabras, un sistema de formas de actividad (conceptos)
plasmados, cosificados y sedimentados en forma de relaciones
sociales, de conciencia social, es decir hechos
sociedad.
Ya Hegel, a su manera, en sus estudios lógicos
había descubierto esto: el hecho de que la sociedad (el
estado, la moral, la propiedad, etc.) es pensamiento objetivado,
materializado. Hegel ve la lógica como pensamiento sobre
el pensamiento y a este último en forma de todo el
organismo de la civilización. El fue el primero de los
lógicos profesionales en hacer a un lado el secular
prejuicio de que el pensamiento aparece ante los investigadores
sólo en forma de lenguaje (exterior o interior, escrito u
oral). El lenguaje, el habla, no es, según Hegel, la
única forma observable empíricamente en que se
manifiesta el pensamiento humano. El pensamiento de que habla
él se revela en los hechos humanos no menos evidentemente
que las palabras. Es más, en los asuntos reales,
según él, el hombre demuestra el modo verdadero de
su pensamiento mucho más adecuadamente que en sus relatos
sobre los mismos. Pero si esto es así, entonces las cosas
que ellos crean es manifestación de su pensamiento, son
actos de plasmación de su pensamiento en forma de cultura,
en forma de todo el cuerpo materializado de la sociedad. Es el
cuerpo inorgánico del hombre, incluyendo aquí los
instrumentos de trabajo, las estatuas, las catedrales, las
cancillerías estatales, los sistemas legislativos,
etc.
En este punto de vista, en la concepción
hegeliana del pensamiento visto así y hasta aquí,
no hay misticismo ni idealismo alguno. Su idealismo hay que
buscarlo en otra parte. Por el contrario, este punto de vista es
un paso hacia el verdadero materialismo (eso le permite
investigar las categorías de la dialéctica como
categorías lógicas y plantear el problema del
objeto de estudio de la lógica en otro plano distinto al
de sus predecesores).
Señalemos algo. El materialismo ingenuo (el que
no está a la altura de la comprensión cabal del
pensamiento, que cree que el pensamiento es sólo
subjetividad, individualidad, etc., y no ve que el pensamiento es
también sociedad, objetividad, etc.) cree ver en los
objetos sociales (las constituciones, el estado, la moral, la
escuela, etc.) cosas que tienen ser en sí y por sí
(ser efectivo), de modo que supuestamente se puede desarrollar
una investigación científica al estilo de
cómo la ciencia investiga la naturaleza (lo que no quiere
decir que no se pueda investigar, sino que ésta ha de ser
distinta). Aquí se crea la ilusión de que estos
objetos son cosas "primarias", cosas que existen antes que el
pensamiento e independientemente de él, sin darse cuenta
(este materialismo) que lo que se trata es de realizaciones del
pensamiento. Hegel, que no tenía nada de materialista
ingenuo, ve en estas realizaciones una forma de pensamiento
objetivo. Pero ve en este pensamiento, en el pensamiento
codificativo de la civilización, un pensamiento que es
primario con relación al personal, individual, subjetivo,
etc. Por eso antepone la lógica objetiva a la
lógica subjetiva (y aquí si hay idealismo y
misticismo). Pero, de lo que se trata –decimos nosotros-,
es de que el pensamiento objetivo hace al subjetivo en la misma
medida en que el subjetivo hace al objetivo. Por eso, no hay que
anteponer uno al otro ni viceversa, sino comprenderlos en
unidad.
Hasta dónde la sociedad es, siguiendo a Hegel, un
concepto objetivado, plasmado, cosificado, petrificado y
sedimentado es una cosa que lo demuestra la historia social, en
particular la historia de la sociedad socialista.
La construcción de la sociedad socialista, con
sus logros y sus reveces, muestra que esta sociedad es una obra
humana, consistente en la objetivación, plasmación,
cosificación, petrificación y sedimentación
de un conjunto de conceptos. Se trata, como lo dice la palabra,
de una construcción. El socialismo, al menos el del siglo
XX, es siempre y en todas partes un proyecto social construido a
partir de la cabeza muerta de la sociedad capitalista. Se trata,
en la construcción del socialismo del siglo XX, de un acto
de voluntad, en particular de voluntad política. El
socialismo –este socialismo- comienza por la toma del poder
político y termina en el acto consciente de la
construcción económica de la nueva
sociedad.
También la sociedad burguesa es un acto de
construcción, es decir la objetivación y
plasmación de un concepto. La construcción del
capitalismo en la Europa Oriental, a raíz del derrumbe del
campo socialista, muestra que se trata de la construcción
de un concepto. El capitalismo fue (o es) implantado, ahí,
de forma voluntaria. En estas sociedades, las relaciones
socialistas de producción son suplantadas por relaciones
de economía de mercado, economía de mercado que en
muchos casos (en la mayoría) es impuesto en un acto de
voluntad política consciente. Se trata de la
construcción de la sociedad capitalista por medio de un
acto de voluntad política, sobre la cabeza muerta de la
sociedad socialista.
Lo que decimos del socialismo o del capitalismo
postsocialista (del impuesto en los países exsocialistas),
lo decimos también del capitalismo presocialista. El
capitalismo vino al mundo (no ya el que se impuso después
del derrumbe del campo socialista, sino el que se impuso a partir
de la cabeza muerta del feudalismo) como la construcción
de un sistema de conceptos, lo que de forma paulatina, de forma
cuasi natural. En estas sociedades primero se impusieron las
relaciones económicas capitalistas de producción y
después se tomó el poder político. Pero
tanto las relaciones burguesas de producción como las
formas políticas asociadas a ellas se impusieron como
conceptos objetivados y cosificados. La forma burguesa de
producción (el capital) es un concepto más,
concepto que se abre paso en el seno de la sociedad feudal
durante toda la edad media. Es el hombre el que asume en un acto
de voluntad la forma burguesa de producción. Es el hombre
el que asume la capitalización de su economía de
forma consciente. Pero acto de voluntad y acto conciente impuesto
por la necesidad, en particular por la necesidad
económica. El capitalismo se impuso en toda Europa por
fuerza económica. Las revoluciones burguesas, en
particular las revoluciones inglesa y francesa, impusieron el
capitalismo como un concepto en toda Europa después que
estas relaciones de producción ya se habían abierto
paso. De Europa el capitalismo pasó a América (y al
resto del mundo) como un concepto más. Véase como
se le impuso el concepto de propiedad privada burguesa al
indígena americano. Lo que decimos de estas sociedades, lo
decimos del resto. La sociedad, cualquiera que ella sea, es
siempre y en todas partes un concepto objetivado, pero concepto
impuesto por la necesidad.
Señalemos algo. Una sociedad puede ser construida
sobre la cabeza muerta de la sociedad anterior sólo si se
dan las premisas necesarias para la obra en cuestión,
sólo si hay una conexión histórica que
permita la realización del concepto. La historia es un
proceso conexo. En ocasiones los hombres, no conformes con el
curso de la historia, se proponen deshacer (desobjetivar,
descodificar, etc.) determinado concepto, que ya ha sido hecho
sociedad y entonces chocan con determinadas dificultades. En
primer lugar, tienen que desenhebrar, destejer, etc., el sistema
de relaciones sociales hasta el punto en que el concepto en
cuestión sea extirpado (desobjetivado, descodificado). En
segundo lugar, tienen que cosificar, plasmar un nuevo concepto:
el concepto sustituto del concepto desobjetivado, de modo que
aquel (el nuevo) sea (en tanto que concepto hecho sociedad) un
desarrollo de las fuerzas productivas superior al alcanzado por
el concepto anterior. Surge la cuestión a saber:
¿se puede realizar a la postre dicha operación?,
sí y no. La respuesta es "no", si es de forma nihilista.
La respuesta es "sí", si es de forma dialéctica.
Para implantar un nuevo concepto en forma de sociedad a partir de
la cabeza muerta de la sociedad anterior hay que proceder de
forma dialéctica, es decir en forma de negación
dialéctica y no de forma nihilista.
La conciencia individual hace a la social en la medida
en que la construcción conceptual (de esta conciencia
individual) es función de la lógica objetiva de la
conciencia social. Esta conciencia social (o esta sociedad
determinada) es determinante en relación a la conciencia
individual. La conciencia social determina, por génesis u
origen, el contenido de la conciencia individual.
Por tanto, en la distribución espiritual hay una
orientación, una dirección privilegiada para el
movimiento de las ideas. Es la sedimentación de un
conjunto de ideas (conceptos) en forma de conciencia social, es
decir de sociedad (en otras palabras, de relaciones sociales), y
es la determinación de la conciencia individual por parte
de la conciencia social.
Destaquemos algo más. El hombre, en
relación al mundo de los animales, es un ser, como ya
vimos, universal. Al producir el instrumento, produce cualquier
modo de vida animal. Pero en relación a los otros hombres,
el hombre no es un ser universal, sino singular. Al desarrollarse
en una dirección, la división del trabajo lo limita
en otra. Por eso no es universal. Pero tampoco es libre, al menos
de forma absoluta. La libertad, que es, según Hegel,
siempre la posibilidad de actuar con conocimiento de causa con el
fin de realizar la voluntad sobre las cosas (17), es sólo
un fenómeno a escala social. Es la sociedad la que es
libre, al menos en mayor o menor medida. Es la sociedad la que se
eleva sobre la naturaleza y la somete. El hombre individual, en
cambio, es víctima de las potencias sociales, y su dominio
de la naturaleza es sólo en la medida en que personifica
la sociedad. Entre las potencias sociales que someten al hombre,
un lugar meritorio lo ocupa la enajenación social. De
suerte que la sociedad al liberarse y someter más y
más la naturaleza (este es un proceso
histórico-natural) libera al hombre individual, lo hace
cada vez un poco más libre. La desenajenación del
hombre es un proceso que transcurre paralelo al proceso de la
liberación del propio hombre. El uno es inversamente
proporcional al otro, y es su reverso. El proceso
histórico, proceso que por demás es cuasi natural
(es decir, "casi" natural), es un proceso que coincide con el
proceso de liberación del hombre.
Capítulo
VIII: la conciencia individual o la
mente.
El hecho de que la sociedad sea
un concepto (idea) objetivado no debe extrañarnos mucho.
En general, todas las ideas (conceptos) existen preferentemente
(con excepción de las ideas somatizadas y las que son
contenido de la subjetividad) fuera de la conciencia del hombre
(fuera de la cabeza), es decir objetivadas. Es más, la
relación que hay entre la idea y el cerebro es como la que
hay entre la mano y la silla real.
La mano fabrica la silla, pero la silla existe fuera de
la mano. Por más que estudiemos la mano (en un
microscopio, con reactivos químicos, etc.), no vamos a
encontrar rastros de la silla real en ella. También la
idea existe fuera del cerebro. La idea de la silla existe
plasmada en la silla real. En mi cerebro (y en el cerebro del
carpintero que fabricó la silla) no existe la idea de la
silla, como algo que se encuentra dentro de él, como algo
que sea fisiología, anatomía o algo material por el
estilo. Lo que existe es la representación sensible del
signo (la representación sensible de las ondas
mecánicas del aire o de la tinta en el papel, etc.). Y
como la representación sensible del signo porta un
significado (el significado es inherente al signo), de ese modo
(como significado) tengo la idea de la silla en mi cerebro. Pero
no dentro del cerebro, sino con ayuda de él. Al modo como
tengo la silla en la mano.
Esta idea ya la adelantó, dentro de lo posible
para su época, Spinoza. Para éste el pensamiento
(es decir, la mente) y la extensión (es decir, la materia)
son dos atributos de una y la misma sustancia (18). Para Spinoza
el pensamiento (léase los procesos mentales) son una
función de la materia altamente organizada, que se dan en
la unidad que representa el hombre como parte de la misma
naturaleza. Según él, es la naturaleza la que
piensa por medio del hombre.
E. V. Ilienkov refleja esta dialéctica de la
siguiente manera. El nos dice: la investigación de los
mecanismos, materialmente determinados espacialmente, con cuya
ayuda se realiza el pensamiento en el interior del cuerpo humano,
el estudio anátomo-fisiológico del cerebro, es un
problema científico interesantísimo, pero ni su
éxito más completo tiene relación directa
con la respuesta a la pregunta hecha ¿qué es el
pensamiento? Pues aquí se pregunta otra cosa. Se pregunta
no acerca de cómo están estructuradas las piernas,
capaces de andar, sino ¿qué es el andar?
¿Qué es el pensamiento como acción, que si
bien es inseparable de los mecanismos materiales, con ayuda de
los cuales se realiza, no es idéntico en absoluto a estos
mecanismos? En un caso se pregunta sobre la estructura del
órgano, y en el otro sobre la función que
desempeña. Se comprenderá, naturalmente, que la
estructura debe ser tal, que pueda realizar tal función.
Sin embargo, la más completa descripción de la
estructura del órgano no le da derecho a hacerse pasar por
aquella, la función que el cumple, por descripción
del acto real que él hace. (19).
Indudablemente, este autor se acerca a la
solución del problema macho más que todos sus
predecesores. Pero Ilienkov no comprende aún exactamente
la dimensión del problema. No comprende el carácter
ideal del pensamiento. El pensamiento es ideal, los procesos que
transcurren en el cerebro mientras pienso son materiales, pero
éstos no son el pensamiento aún. En el cerebro
transcurre lo proceso propio de la representación, el
proceso representatorial (el psiquismo). Este proceso, el
psiquismo, es, verdaderamente, una función del cerebro.
Pero el pensamiento, la mente, va mucho más allá:
es ideal. El pensamiento no es un acto fisiológico del
cerebro. El, el cerebro, tiene las estructuras
anátomo-fisiológicas que posibilitan la
somatización de determinadas estructuras ideales, que son
las estructuras de conciencia, con ayuda de las cuales pienso.
Pienso no tanto con ayuda del cerebro, como con ayuda de las
estructuras de la mente (la conciencia). Con ayuda del cerebro
desarrollo la función psíquica, la actividad
representatorial, que es el soporte material de la
mente.
El concepto de un objeto existe en mi cerebre como
representación del signo que designa al objeto en
cuestión. A lo sumo existe como representación
sensible de los signos del juicio (de la expresión verbal
en la que afirmo o niego algo) o de los signos del discurso. Pero
esta representación, la representación sensible en
cuestión, que es psiquismo, es material. Ahora bien, la
representación del signo arrastra un significado. Este
significado es, a su vez, ideal. No existe como
configuración de la materialidad en el cerebro.
Está fuera del cerebro. Existe como cultura.
Preferentemente está fuera del cerebro no porque es ideal,
sino que es ideal preferentemente porque está fuera del
cerebro. Y si existe como subjetividad es porque la subjetividad
es una idea más, lo que somatizada.
La analogía con un disco duro de computadora no
funciona aquí. El materialismo vulgar quiere encontrar, de
algún modo material, la idea en el cerebro (como campo
electromagnético, como diferencias de potenciales, etc.).
Pero la idea (que está en el cerebro bajo la forma de
significado) es, como su nombre lo indica, ideal. El cerebro lo
que hace es evocar este significado. La computadora (al menos por
ahora) no evoca significado alguno. El significado evocado por el
cerebro no existe, a su vez, como existe la información en
el disco duro de la computadora. En el disco duro de la
computadora, la información existe como materialidad. Por
esa razón, la capacidad de almacenamiento de
información en el disco duro es limitada, a diferencia de
la capacidad de almacenamiento de lo ideal en el cerebro, que es
ilimitada. Se trata aquí, en esta comparación, de
dos procesos totalmente distintos por su contenido, aunque
coincidentes en lo fundamental (si se mira a la computadora hacia
el futuro) por su forma. Por su forma son coincidentes, pues se
trata de la modelación del pensamiento.
Este proceso de evocación es, en lo fundamental,
a su vez ideal también. Para conocer este proceso hay que
indagar en las estructuras de conciencia y su funcionamiento. Las
estructuras de conciencia que propician esta evocación
son, como dijimos, otras tantas ideas, lo que en este caso
somatizadas, es decir hechas (estas sí) fisiología,
anatomía, etc. El estudio neurofisiológico,
anatómico, etc., puede mostrar estas estructuras (y de
hecho lo muestra). Pero el resto de las ideas que son contenido
de conciencia (se trata de la conciencia individual) no existen
dentro del cerebro. Existen dentro de la conciencia (de la
individual o la mente), pero no dentro del cerebro. Dentro del
cerebro, como anatomía o fisiología de éste,
tengo la representación sensible del signo (que nace y
muere en el acto representatorial) o, mejor dicho, la parte
sensible del signo (como la tiene el animal superior, por ejemplo
el perro) y las ideas somatizadas. El significado de la
representación en cuestión (de la
representación sensible del signo), en cambio, se
encuentra fuera del cerebro (fuera de su anatomía y
fisiología). Este, el significado, es el cuerpo
inorgánico del hombre, que existe a lo sumo en el hombre
como subjetividad (que es una idea somatizada
más).
El fisiólogo, el neurólogo, el
científico naturalista, etc. (y junto con ellos, el
materialista vulgar) lo que puede encontrar en el cerebro son la
función representatorial y las ideas somatizadas. El resto
de las ideas, es decir el cuerpo fundamental del contenido de
conciencia, se encuentran fuera del cerebro, en este caso como
cultura. ¿Cómo es que el hombre, con ayuda del
cerebro, se "proyecta", "agarra" y "opera" con ellas (con las
ideas), es decir como es que evoca, al estilo de cómo la
mano se proyecta, agarra y opera con la silla real, es una cosa
que no interesa aquí. Este asunto es objeto de la
psiquiatría y de sus ciencias afines.
Pero podemos aventurar algunas ideas. Por ejemplo, la
ira, desarrollada socialmente, es una idea. La idea de la ira
existe en el individuo, en muchos casos, somatizada. La
somatización de esta idea es un proceso aprendido (no
tanto y sólo gnoseológicamente, sino también
y fundamentalmente como proceso descalificativo de las relaciones
sociales). Pero la estructura anatómica, el aspecto
fisiológico y el aparato psicológico donde tienen
lugar esta somatización son (en lo fundamental)
congénitos. Las tiene el individuo, si es normal, por
biología, dadas desde la concepción y por ontogenia
biótica (sin negar que se desarrollaran
filogenéticamente). Ahora bien, el grado y la profundidad
de esta somatización depende de dos factores: a) del grado
y profundidad del proceso de aprendizaje y b) de la facilidad y
velocidad, que los componentes psicológico y
anátomo–fisiológico posibilitan este proceso.
De modo que si el individuo es irascible es porque, en primer
lugar, lo aprendió y, en segundo, porque su
anatomía, fisiología y psicología lo
posibilita. Se comprenderá que un individuo que tenga
estas componentes (el anatómico, el fisiológico y
el psicológico) más prominentes,
hiperdesarrollados, etc., será un hombre potencialmente
irascible. Aprenderá más fácil, más
rápido, más profundamente que los otros hombres el
concepto de la ira. Necesitará menos energía
descodificativa para lograr un optimo tal, que lo que
necesitará el individuo de estructuras normales o
hipodesarrolladas. Los componentes psicológico,
anatómico y fisiológico desarrollados son
condición necesaria, aunque no suficiente, para ser un
individuo irascible. Pero la ira misma, en tanto que concepto, es
aprendida. El cuerpo psico- somático donde se somatiza la
ira es dado por naturaleza (si ignoramos lo que puede
desarrollarlo el entrenamiento social); la ira, en tanto que
concepto, es adquirido socialmente.
Señalemos algo. Desde este punto de vista, un
trastorno psiquiátrica cualquiera puede tener dos bases
distintas (o la combinación de las dos): a) ideal, si se
trata de un trastorno con base en el plano de las ideas, b)
material, si se trata de un trastorno con base en el cuerpo
psico-somático, y c) la combinación de ambas. Se
comprenderá que, cualquiera que sea la base del trastorno,
éste tiene siempre una expresión en el plano ideal
(el trastorno puede tener base material, pero su
expresión, manifestación, etc., será -si es
de interés para la psiquiatría- en el plano de las
ideas). A la psiquiatría le interesa los trastornos de la
mente, es decir del campo de lo ideal. A la filosofía le
compete sólo mostrar el carácter ideal de la mente,
su entronque con la conciencia social y su entronque con su
cuerpo material (el cuerpo psico- somático). La
psiquiatría, es decir la rama de la ciencia de la salud
que trata del estudio, tratamiento y prevención de los
trastornos mentales (20) o, lo que es lo mismo, que trata del
diagnóstico y tratamiento de los trastornos
psiquiátricos (21), debe tener por fundamento la rama del
saber que trate sobre el estado saludable de estos procesos. El
estudio de la enfermedad presupone el conocimiento del estado de
salud. Bien miradas las cosas, la psiquiatría
deberá estudiar no sólo la enfermedad, sino
también la salud, en este caso de la mente. Ya que la
psiquiatría es una rama de la medicina, entonces debe
pretender no sólo curar y prevenir las enfermedades, sino
también promover salud. Esto último presupone el
conocimiento del estado de salud o, lo que es lo mismo, el
estudio de la mente en su estado normal. Esto hace que la
psiquiatría tenga un objeto de estudio más amplio
del que comúnmente se cree: estudia la mente, es decir la
conciencia, lo ideal. Para muchos, para la inmensa mayoría
de los psiquiatras, la ciencia de la conducta (es decir, del acto
consciente), en particular la psiquiatría, se halla
todavía en fase paradigmática a causa del
desconocimiento, entre otras cosas, de la relación
mente-cuerpo, desconocimiento que refleja la dificultad de
definir su centro de atención, su metodología, sus
límites y sus relaciones recíprocas (22). Pero una
vez que se interpretan los procesos mentales (conscientes) como
ideales salta a la vista la relación recíproca
entre psicología y psiquiatría y entre
psiquiatría y filosofía. Las formas del reflejo, de
las cuales la mente es una de ellas, asciende por la escalera
siguiente: de las formas físicas a lo químico, de
lo químico a lo orgánico, de lo orgánico a
lo biótico, de lo biótico a lo psíquico, y
de lo psíquico a lo consciente (es decir, al reflejo
ideal). Si la psiquiatría estudia la mente, como forma del
reflejo ideal, entonces tendrá a la psicología como
una ciencia básica, al estilo de la fisiología o
neurología, y a la filosofía como teoría
general, una vez que ésta (la filosofía) es la
encargada de estudiar lo ideal como tal ideal.
Notemos algo más. La psiquiatría del siglo
XX estuvo estrechamente entrelazada con la psicología. Se
puede decir que buscaba en ésta su fundamentación
teórica. Y en cierto sentido, la encontró hasta
ciertos límites. El yo y la personalidad individual es el
punto culminante de las modernas teorías
psicológicas (23). Pero el yo y la personalidad no se
pueden entender a plenitud desde posiciones netamente
psicológicas. Su comprensión cabal implica, de
alguna forma, penetrar en el entramado filosófico de la
realidad, en particular en la comprensión de lo ideal. El
yo, el súper-yo, el inconsciente, el contacto con la
realidad, la razón, la fe, la sensibilidad (en tanto que
facultad intelectual), la voluntad, la pasión, la
subjetividad, etc., son otras tantas ideas, lo que somatizadas.
Son las estructuras de conciencia que están hechas
fisiología, anatomía, organicidad, etc. Pero no
pasan, a la postre, de ser eso: ideas, que como tales se
subordinan al proceso de producción y circulación
espirituales. Desde este punto de vista, la personalidad es
esencialmente ideal. La esencia de la personalidad no es otra
cosa que el conjunto de ideas somatizadas en el cuerpo
psicológico y biológico (es decir, orgánico)
del hombre. El hombre tiene tres dimensiones: el soma, la psiquis
y la conciencia. No hay porqué identificar el psiquismo
con la conciencia. Los animales superiores (las aves y los
mamíferos) tienen psiquis, pero no tienen conciencia. La
conciencia (en su sentido más estrecho, es decir entendida
como la mente) es de naturaleza ideal. La psiquis, en cambio, es
de naturaleza material. El vínculo de la
psiquiatría con su fundamento no siempre fue así.
Históricamente no fue así. Antes estaba unida a
otras ramas del saber, en particular a la filosofía. La
psiquiatría ha sido la última especialidad que se
ha incorporado al campo general de la medicina, hace
aproximadamente menos de dos siglos. Como rama de la medicina,
como ciencia sobre el hombre y la sociedad, es humanista (24) y,
por tanto, está entrelazada no sólo con la
psicología, sino también con la filosofía y
las ciencias sociales. De lo que se trata aquí no es de
suplantar la base psicológica de la psiquiatría. La
psiquiatría tiene que fundamentarse en un número
relativamente amplio de ciencias, entre otras en la
psicología. Los trastornos psiquiátricos tienen
distintas bases: orgánica, psicológica, etc. Pero
tienen, también, una base ideal. Es necesario la
cooperación en múltiples frentes (clínicos,
psicológicos, filosóficos, bioquímicos,
etc.) para conocer mejor esta delicada materia: la mente o el
complejo mente-cerebro (25), Por tanto, de lo que se trata es de
ampliar la base teórica de la psiquiatría,
extendiendo esa base a teorías
filosóficas.
Hasta los días de hoy es la filosofía la
que se encarga del estudio de lo ideal como tal ideal. Las otras
ramas del saber tocan lo ideal, es decir la conciencia y la
mente, de pasada. Le toca a la filosofía, entonces,
analizar la naturaleza de lo ideal, que es lo que intentamos
aquí.
Conclusiones.
Es evidente que
sobre los procesos mentales se puede escribir mucho más
que lo dicho anteriormente. Pero de lo que se trata es de dar una
idea de conjunto sobre estos procesos, cosa que pensamos se
logra. Por otra parte, lo espiritual, es decir la forma que
reviste en el hombre los procesos mentales, no se agota con unas
pocas cuartillas. Al mismo tiempo, el lector tiene que estar de
acuerdo con nosotros en que, en el trabajo que termina, nosotros
mostramos la lógica interna y el movimiento de lo ideal en
su forma elemental y sui generis. De lo que se trata es de
desencarnar el concepto mismo de lo ideal, y con él el de
la mente. Eso sólo se logra, sí y sólo
sí, en el discurso, que es lo que tratamos de hacer en las
líneas anteriores. Hasta dónde este discurso se
logra aquí, el lector podrá juzgar.
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Autor:
Evelio A. Perez Fardalez
Biografía del autor: nací en
Sancti Spíritus, Cuba. Mis estudios iniciales fueron de
economía industrial, en la universidad de Las Villas
(Santa Clara). Después curse estudios de filosofía
en la Universidad Estatal de Moscú. Me gradué en
1984. Desde entonces trabajo como profesor de filosofía en
el instituto de medicina de Sancti
Spíritus.
Dado en Sancti Spíritus, 13 de mayo de
2008.
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