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La revolución en marcha: Entre el reformismo, el populismo y el continuismo político (Colombia en los años 30) (página 2)



Partes: 1, 2

 

La República
Liberal (1930).

Antecedentes y peculiaridades..

Para la tercera década del siglo XX la vida
política,
social y económica de Colombia se
encontraba en una etapa de significativos cambios, los cuales
apuntaban, según algunos de sus contemporáneos,
hacia un desmoronamiento del mismo sistema
político que, desde 1886, venía
sosteniéndose de manera estable. Sin embargo, una de las
peculiaridades de este sistema
político lo constituía, para esos años, el
culto a la institucionalidad democrática que albergaban
tanto conservadores como liberales. Las pugnas de ambos bandos,
que en ocasiones fueron muy sangrientas, derivaban
fundamentalmente de intereses regionales. El régimen
instaurado en 1886, conocido como la Regeneración,
había sentado las bases de un poder central,
que a la larga resultó ser el más conveniente para
el juego
político en un ambiente de
tolerancia y
paz entre las cúpulas partidistas.

El partido liberal acepta incorporarse a la nueva
dinámica política, obteniendo como
compensación una participación en calidad de
minoría en los gobiernos conservadores. Esta
participación fue más efectiva durante el gobierno del
General Reyes Reyes (1904-1909) y Carlos E. Restrepo (1910-1914),
llegando a ocupar algunos de sus dirigentes importantes cargos
ministeriales, pero a partir de la presidencia de José
Vicente Concha (1914-1918) hasta Miguel Abadía
Méndez (1926-1930) la participación liberal fue
meramente simbólica. Este era un indicativo de la
consolidación del partido conservador, el cual
hábilmente había logrado integral a sus adversarios
a un sistema político creado por ellos, instrumentado con
un carácter doctrinal. Para los liberales la
cada vez mayor marginación del centro del poder
político no representó suficiente motivo para
concitar una crisis, ya que
en esencia las libertades públicas se mantuvieron
indemnes.

También resulta peculiar el hecho de que la
década de mayor prosperidad económica para Colombia
haya sido a su vez el peor momento para el partido conservador.
Después de la primera guerra
mundial este país experimentó un importante
crecimiento de las exportaciones del
cafeto, dinamizando la explotación de tierras
baldías, así como confiriéndole al Estado una
mayor capacidad fiscal, cuyos
recursos fueron
invertidos principalmente en infraestructuras. Las inversiones
extranjeras, las cuales fueron dirigidas hacia la
extracción petrolera y las plantaciones de bananos,
apuntalaron dicha prosperidad. A esto hay que agregar el pago de
las indemnizaciones por la secesión de Panamá,
que arribaron a un monto de 25 millones de dólares, pago
que comenzó a efectuarse en los años
veinte.

La prosperidad económico se tradujo en un
crecimiento de los centros urbanos; las inversiones en
vías férreas y carreteras estimuló la
emigración rural hacia Bogotá, Cali y
Medellín, entre otras ciudades de menor importancia. La
demanda de
fuerza de
trabajo en los
transportes, puertos y en la expansiva industria
textil, así como en las exploraciones y explotación
petrolera y las plantaciones extranjeras del banano
originó la formación de un proletariado que
ascendía a decenas de miles de obreros. El crecimiento de
la burocracia
estatal y de los servicios,
tales como la banca y el
comercio
vinieron a sumarse a ese conglomerado concentrado en las
ciudades.

Las demandas de tipo económico y político
de la emergente realidad urbana se hicieron sentir con fuerza a
partir de la tercera década. Una ascendente aleada de
huelgas obreras, reprimidas violentamente, marcaban los signos de
cambios, incomprensibles o inaceptables para la tradicional
dirigencia política. Un caso simbólico lo
constituyó la masacre de las bananeras en 1928: la
intransigencia de la United Fruit Company ante la demanda de los
trabajadores desembocó en una represión del
ejército con un saldo de miles de vidas. La
agitación cada vez más virulenta se trató de
contener con una nueva Ley (Heroica) de
orden público, la cual también censuraba la
actividad de los grupos
subversivos. Pero, en realidad, el régimen conservador no
alcanzaba a comprender que los cambios eran irreversibles. La
nueva realidad económica entraba en conflicto con
una estructura
política de corte tradicional. Esta carencia de
visión del contexto que se atravesaba no era privativa
solamente en el seno del conservatismo, sino también
dentro de la tradicional dirigencia del partido
liberal.

Fue justamente del partido liberal de donde se desprende
una tendencia que se hace eco de las nuevas realidades, y que a
su vez emerge de las mismas. La creciente dinámica urbana
nutre a un nuevo liberalismo,
con planteamientos que estuvieron a tono con las corrientes
ideológicas que empezaban a prevalecer para entonces. La
crisis de 1929 favoreció el encumbramiento de estos
liberales con propuestas renovadas, tendentes a impulsar un
cambio
político. Pero hay que enfatizar que los cambios no se
llegaron a propugnar en los términos de una ruptura con
las estructuras de
poder creadas por el régimen conservador, ya que,
realmente, el sistema político colombiano, para 1929, no
presentaba los síntomas de una crisis de quiebre. Lo que
se cuestionaba era la forma de hacer política, más
no la institucionalidad. Esto lo demuestra la transición
pacífica y legal de lo que se conoce como la
República Liberal en 1930.

I.I El dilema del
liberalismo: Entre el

tradicionalismo y el socialismo.

El partido liberal distaba de ser una organización armónica. El
fraccionalismo desgarraba su fuero interno. Tres tendencias
pujaban por despuntar. Las mismas reflejaban a su vez diferencias
de tipo generacional. La primera era representada por el General
Benjamín Herrera, máxima figura del partido. Su
prestigio se debía a la aureola que lo cubría desde
la Guerra de los
Mil Días. Encarnaba al liberalismo
histórico. Otra tendencia, generación
intermedia, estuvo personificada en figuras como las de Nieto
Caballero, Eduardo Santos y Enrique Olaya Herrera. Formaban parte
de una tendencia conocida como liberales civilistas.
Siendo destacados periodistas, desde los medios
impresos, defendían el libre juego democrático y la
participación de los liberales en los gobiernos
conservadores, además de que cuestionaban el liderazgo de
Benjamín Herrera. Por último, se encontraban un
sector considerado como la izquierda liberal, de más
reciente formación, años veinte, influenciada por
los acontecimientos y tendencias ideológicas
internacionales. De allí surgen figuras como Alfonso
López Pumarejo, Alberto Lleras, Darío
Echandía, Gabriel Turbay, Jorge Eliécer
Gaitán, entre otros. Esta tendencia llegaría a
disputarle la primacía a las otras.

Las elecciones de 1922 marcaron un momento crucial para
el partido liberal. El General Benjamín Herrera
proclamó el rompimiento de todo vínculo con los
conservadores y el lanzamiento de un candidato propio, él
mismo, para enfrentarse a Pedro Nel Ospina. Los resultados fueron
una derrota aplastante, avivando amargamente el fraccionalismo
dentro del partido. El General Benjamín propuso volver a
la lucha armada, pero no fue tomado en cuenta. Para algunos
críticos el partido se había reducido a una mera
fachada, carente de contenido y propuestas.

La juventud
liberal, que engrosaba la izquierda del partido, comienza a tener
un cauce desbordante, más allá de los límites
doctrinales del liberalismo, acercándose a posiciones de
corte socialista. Alfonso López Pumarejo advierte sobre
este deslizamiento, en un artículo publicado en El
Tiempo
, de enero 1 de 1926:

"Es útil y oportuno invitar a nuestros
jóvenes radicales socialistas a que regresen de la estepa
rusa y de las ricas campañas francesas a levantar sus
campos de observación en las sabanas nuestras, donde
señorean la ignorancia y la pereza de los patronos y los
siervos de la gleba".

El partido socialista, que ya venía actuando
desde 1919, pero que en 1926 fue refundado bajo el rótulo
de Partido Socialista de los Trabajadores, se había
constituido en un serio rival para el liberalismo. Los
socialistas estaban tomando la delantera en la fundación
de sindicatos y
muchos conflictos y
huelgas fueron liderados por ellos. Debido a la inercia del
partido liberal muchos jóvenes de esa tolda abandonaron
la
organización para engrosar las filas del partido
socialista. López Pumarejo, pese a no mostrar ni
aversión ni hostilidad hacia los socialistas, le
angustiaba el que el partido liberal perdiera su tradicional
influencia en algunos sectores de la población o de que el mismo terminara
fusionándose con el partido socialista. En uno de sus
discursos,
abril de 1928, señala lo siguiente:

"El partido liberal está domesticado: limpio de
ideas liberales, falto de arresto para la lucha política,
satisfecho con su porción de prebendas, a gusto en la
condición de partido de minoría. No aspira alternar
con el partido conservador en el poder, ni cree tener en la
actualidad mejor derecho a la confianza del país. En su
actividad política observa hoy las mismas
prácticas, adopta los mismo procedimientos y
persigue los mismos fines que su adversario
tradicional".

Y, más abajo continúa:

"Los socialistas ganarían mucho reforzando sus
filas con las masas liberales, ahora inutilizadas para la lucha
cívica por la miopía de sus caudillos militares. Y
el liberalismo propiamente dicho, reducido en sus proporciones
numéricas, quedaría acendrado para hacer las
criticas de las tendencias opuestas y secundar las iniciativas
que mejor consulten al bienestar común".

La crisis de 1929 brindó la oportunidad al
partido liberal de ser una alternativa de poder después de
casi cincuenta años. Ya se había producido la
masacre de las bananeras y el ambiente social tendía a
caldearse. El partido conservador interpretaba la
situación como un complot de origen externo para subvertir
al régimen, con lo cual se justificaba una mayor
represión. Pero los efectos fueron contrarios: al no
interpretar la situación como una necesidad de cambio
político caía en un atolladero cuya consecuencia
inmediata fue el fraccionalismo dentro del partido. La
víspera de las elecciones de 1930 avivó la
división interna. Los liberales por su parte aprovecharon
los desajustes de su adversario. López Pumarejo, en la
Convención Nacional del partido liberal, celebrada el 19
de noviembre de 1929, planteó que había llegado el
momento de tomar el poder. En un intento por fijar
posición ante los remisos, escépticos o aquellos
que rechazaban su persona y la
tendencia que representaba dijo:

"Hace tiempo se han
marcado en el liberalismo seis o siete clases de liberales que
procuraré de clasificar: liberales reaccionarios,
conservadores, liberales gobiernistas, socialistas y
revolucionarios. Estos últimos, a los cuales pertenezco
yo, somos los que queremos tumbar al régimen
conservador".

Semejante postura seguramente concitó mayor
incertidumbre y desconfianza entre los liberales. Al final de
cuenta, por razones tácticas, López Pumarejo
secundó la escogencia de un candidato de consenso,
propuesto por los liberales civilistas, Enrique Olaya Herrera.
Finalmente el liberalismo obtuvo una importante victoria en los
comicios de 1930, pero lejos de apaciguar la conflictividad
política y social no hizo más que acentuarla, dadas
las expectativas creadas.

Así lo entendió Olaya Herrera, quien
veía acercarse una guerra civil. Ya de antemano
había proclamado realizar un gobierno de
Concentración Nacional, con participación de
los conservadores, respetando las instituciones
y los intereses creados por la
Regeneración.

El gobierno de Olaya se desenvolvió en medio de
la depresión
mundial. Su gestión
se concentró en levantar la economía, más en los aspectos
sociales apenas abordó algunas mejoras laborales, mientras
que en lo político reglamentó el sistema de
cedulación para votar. Sin embargo, estas reformas
estuvieron lejos de atenuar el malestar social; el alto nivel de
desempleo, el
enfrentamiento violento entre liberales y conservadores en
pueblos y caseríos, conllevó nuevamente a una
grieta dentro del partido. En 1933 Jorge Eliécer
Gaitán se desprende del liberalismo y funda la
Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR).
Mientras tanto, López Pumarejo lleva a cabo una
sistemática crítica
y ataques al gobierno de Olaya. Con ello buscaba desmarcarse
personalmente y, a nivel partidario, de lo que consideraba un
fracaso del presidente, debido, entre otras razones, a la
presencia conservadora en el gobierno. Mantener el caudal del
voto del partido era el principal objetivo, pues
el sector de izquierda aspiraba canalizar las aspiraciones de la
masa liberal.

La insistencia en la prédica en contra del
sistema imperante se pusieron una vez más de manifiesto en
López Pumarejo, al decir:

"Los principales yerros y vicios de nuestra democracia
surgen, en mi sentir, de una falla fundamental en las relaciones
de las clases directoras del país y las masas populares.
La facilidad y la costumbre de constituir gobiernos de casta han
venido desligando a la primera de la segunda. No encuentro en la
historia nacional
el ejemplo de un gobierno que no se haya constituido como una
oligarquía más o menos disimulada"

Esta posición le valió al líder
liberal el ser proclamado por su partido como candidato
presidencial de manera unánime. Con él el sector de
izquierda dentro del liberalismo había obtenido un
triunfo, suscitando con su radicalismo grandes expectativas. El
partido conservador previendo una segura derrota decide no
participar en los comicios. De esta manera, las elecciones de
1934, más que una gesta electoral, representó un
plebiscito, que, de antemano, aprobaba la gestión del
gobierno entrante sin oposición constitucional. Si
embargo, el nuevo estilo del presidente Alfonso López,
así como su revolución en marcha o reformas
radicales, levantaría una polvareda en el ambiente social
y político del país.

II. La Revolución
en Marcha: Entre

el reformismo y el populismo.

El programa de
gobierno del presidente Alfonso López Pumarejo sin duda
tuvo un carácter reformista, pero añadirle que tuvo
rasgos de populismo
también sin duda se presta a levantar polémicas.
Definir dicho término resulta complicado. Diversos
enfoques acerca del mismo probablemente coincidan en un aspecto:
la acción
de las masas como actores en la vida política y la
relación de éstas con el líder o caudillo.
Esta relación se basa no solo en el carisma sino
también en la articulación de un programa que
suscita grandes expectativas, las cuales son manipuladas por el
caudillo como instrumento político en aras de alcanzar los
fines trazados. López Pumarejo presenta las
características de un caudillo, y se puede afirmar que su
liderazgo estuvo por encima de su partido. La Revolución
en Marcha en esencia fue su propia concepción en cuanto a
las transformaciones que Colombia tenía que sufrir. Supo
interpretar las realidades cambiantes, y con sus reformas
aspiraba a que los cambios se realizaran sobre cauces legales y
pacíficos. Siendo una figura que rendía culto a la
institucionalidad difícilmente se pueda estimar que se
haya valido conscientemente de las masas para imponer
arbitrariamente sus reformas. Pero, inevitablemente, el
carácter de las mismas y su propio discurso
levantaron una oleada de adhesiones de los sectores populares,
tanto urbanos y, en determinado grado, rurales, así como
una reacción furibunda de parte de los intereses
afectados. El presidente López se ve sobrecogido por la
conflictividad y polarización social que, desde sus
inicios, genera su programa de cambios. Pero veamos algunos
aspectos de los mismos.

Las reformas en su conjunto presentaban una
peculiaridad, y es que en ellas se reflejan realidades que se
superponían, unas arraigadas desde el siglo XIX, otras
más contemporáneas. Por un lado se encuentran las
reformas típicamente liberales, tales como la
separación del Estado-iglesia,
específicamente en temas relacionados al matrimonio,
la
educación y el Concordato. La presencia de la iglesia
en el Estado y la
sociedad lejos
de debilitarse se había consolidado a lo largo de casi
cincuenta años, gracias a la consagración que le
otorgó el régimen de la Regeneración. Por
otro lado, las reformas anti-liberales, propias del contexto de
esos años, en lo concerniente al papel interventor del
estado, en áreas como la política tributaria, la
industrialización, la relación Estado-sindicatos y
la reforma
agraria. Los intereses afectados obviamente
atañían tanto a los conservadores como a los
sectores tradicionales del liberalismo. Tan es así que el
primer gabinete del nuevo gobierno renuncia hacia fines de 1934.
El presidente reestructura su gabinete con figuras que
mantenían desde antes afinidades con él, siendo los
más cercanos: Darío Echandía, Alberto
Lleras, Gabriel Turbay. El mismo Gaitán se reincorpora al
partido liberal para luego ser elegido como Alcalde de
Bogotá. Una vez asegurada la lealtad en su equipo de
gobierno, el presidente Alfonso López emprende la reforma
constitucional, ya para finales de 1935 y 1936.

La Revolución en Marcha contó desde sus
inicios con una oposición tenaz, el primer mandatario
estaba consciente de los intereses afectados e insistía
que los cambios eran inaplazables. Los sectores contrarios a sus
reformas le impusieron al presidente ser más
explícito en cuanto a quienes se beneficiaban con las
reformas: el pueblo y, específicamente, los obreros y
campesinos. El reconocimiento y respaldo al derecho de huelga,
así como el de las ocupaciones de tierras ociosas por
parte de los trabajadores del campo fueron consagrados en la
reforma constitucional. Para López Pumarejo estas políticas
eran no solamente justas sino que también
respondían a un imperativo para la
economía:

"Así, los millones de campesinos jornaleros y de
obreros sin calificación que pueblan las chozas rurales o
urbanas, al aumentar en número, mantienen muy bajo el
precio del
trabajo; pero al propio tiempo reducen su capacidad consumidora a
proporciones verdaderamente insignificantes"

La participación del pueblo, entendiendo como tal
a las capas más modestas, formó parte del discurso
político del presidente casi hasta el final de su
mandato. La movilización popular en respaldo a su
gestión iba en ascenso. Mientras más se arreciaban
los ataques de los conservadores, la iglesia, e incluso de
liberales afectados, más presionaban las masas para
impulsar las reformas. Indudablemente López Pumarejo
requería de un respaldo social, e inevitablemente su
discurso y el quehacer político contenía un efecto
populista, que recababa ese respaldo, pero lo que no
habían previsto él y sus allegados es de que las
masas se hacían más independiente, es decir, el
partido liberal iba siendo rebasado por las mismas, con lo que la
clase
política, tanto conservadores como liberales, empezaban a
percibir que la Revolución en Marcha se estaba
transformando en un proceso ajeno
al proyecto
liberal.

II.I Del Frente
Popular a la pausa.

El año 1936 fue decisivo para la
Revolución en Marcha y para la misma carrera
política de Alfonso López Pumarejo. Circunstancias
externas recaen sobre la dinámica interna del país,
contribuyendo a que el proceso de cambios sea identificado como
una extensión de los conflictos externos. Sin embargo, es
de destacar que el proceso histórico colombiano de los
años treinta fue a su vez producto del
contexto de la época. En tal sentido, dos acontecimientos
marcaron el curso de las reformas del presidente López: la
guerra civil española y la formación del Frente
Popular en Colombia. El primero tuvo una significativa
repercusión dadas ciertas particularidades que asemejaban
a España
con Colombia: una de ellas y, la más importante, el
conflicto con el clero. Los intentos de desarraigar a la iglesia
del Estado y la sociedad eran vistos por los afectados como una
recreación de lo que ocurría en la
península, en donde las iglesias eran quemadas y los curas
fusilados; se identificaba a los liberales con los republicanos.
Los liberales de izquierdas se hacían solidarios de
éstos últimos y enfilaban sus ataques en contra de
la "reacción". La formación del Frente Popular vino
a confirmar para los adversarios de la Revolución en
Marcha de que efectivamente Colombia se encaminaba hacia una
guerra civil.

Un indicativo, según lo ya afirmado, de que la
movilización de las masas iba sobrepujando al liderazgo
liberal, lo constituyó la creación del Frente
Popular (FP) por iniciativa de los comunistas. Nace a raíz
de la concentración del primero de mayo, como una
manifestación de apoyo a las reformas del presidente
López. Dos meses después se reúne en
Medellín un congreso sindical, fundándose la
Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC),
constituyéndose ésta en el principal instrumento
del FP. El que este movimiento
haya sido iniciativa de los comunistas o que haya sido producto
de la política sindical concebida por el presidente es
motivo de polémica. Roll, Davis (2001) cita a Marcel
Silva, quien afirma:

"cuando López necesita la movilización de
los trabajadores en la Revolución en Marcha la
Confederación impulsa la movilización y las
huelgas, pero cuando el presidente decide hacer una pausa en
la revolución en marcha
la central prohíbe las
huelgas, declara huelgas locas a las que se realizan
durante la prohibición, les quita todo el apoyo y propaganda,
para finalmente ahogarlas".

Acertada o no, esta afirmación no deja de
estamparle a López Pumarejo el carácter populista
de su gestión y de la misma Revolución en Marcha.
La ambigüedad acerca del papel de las masas en el curso del
proceso, porque López Pumarejo nunca se concibió
asimismo como un caudillo de masas, conllevó a que fueran
los comunistas los que se colocaran al frente de las mismas. La
inercia del partido liberal tuvo esas consecuencias, y la alarma
que comienza a cundir en su seno se refleja en un intento, a
través de sus medios impresos y por boca de sus
principales voceros, de restarle importancia al FP. En un
editorial de El Tiempo, mayo 3, se trata de aclarar
que:

"La inmensa multitud que recorrió las calles de
Bogotá el primero de mayo, fue ante todo una muchedumbre
liberal (…) los gritos que anunciaban la reforma social no
deben entenderse como que el liberalismo no es sino un partido en
transito fugaz para abrirle las puertas al poder a los partidos
de izquierda".

Otro diario liberal, El Espectador (junio 5) enfila sus
ataques contra el propio gobierno:

"(…) el liberalismo es entre nosotros y en las
actuales circunstancia un partido de extrema izquierda, obligado
a incorporar en su propio programa de realización
inmediata la mayor parte de las aspiraciones de los impacientes
grupos de vanguardia"

"El partido comunista tiene tres o cuatro figuras de
categoría intelectual que han sido antes y serán
después elementos dirigentes del liberalismo como lo
fueron, después de hecho la misma fugaz experiencia,
Armando Solano, José Mar, Alberto Lleras, Darío
Echandía, Gabriel Turbay".

Para los conservadores la división del partido
liberal constituía una mayor oportunidad para arreciar sus
ataques contra el gobierno. Ya en 1934 había hecho causa
común con el sector tradicional del liberalismo al fundar
la Acción Patriótica Económica Nacional
(APEN) para enfrenarse a las reformas; en esos años de
mandato de López Pumarejo también fueron creadas
con el mismo fin: la Liga Nacional para la Defensa de la Propiedad, el
Sindicato
Central de Propietarios y Empresarios Agrícolas. La
iglesia por su parte no ocultaba sus disgustos y lo hacía
público en palabras y hechos: amenazó con
excomulgar a los padres que retiraran a sus hijos de los colegios
religiosos para inscribirlos en los públicos; hizo un
llamado a los católicos a no reconocer las reformas;
fundaron la Universidad
Pontificia Bolivariana como alternativa a la educación
superior laica.

El ambiente de conflictividad fue delineando posiciones
manifiestamente antagónicas dentro del partido liberal.
Eduardo Santos se perfila como un polo de oposición y se
revela públicamente contrario a las situaciones generadas
por las reformas, aunque sin mencionarlas directamente. Denuncia
las claras intenciones de los comunistas de trasladar a Colombia
las experiencias de los frentes populares de Francia y
España.Por otra parte, Santos se cuida de señalar
responsabilidades por parte del gobierno, ya que para él
mantener la unidad del partido era más importante e
intenta que éste reaccione y abandone los derroteros que
los comunistas le deparan, pero en el fondo era una manera de
atacar a las reformas de López Pumarejo, pues lo que
pretendía no era otra cosa que defenestrar la influencia
de la izquierda liberal del seno del partido.

De esta manera la Revolución en Marcha encuentra
en el propio partido liberal una oposición que resultaba
más amenazadora que la misma oposición
conservadora. La situación creada coloca inevitablemente
al presidente López ante el dilema en cuanto a las
lealtades, es decir, ser consecuente con las masas que le
respaldan, sobrepasando a su partido, o simplemente plegarse a
éste en aras de la unidad partidista. Por un cierto tiempo
se inclina por la primera. Así lo da a entender en una
entrevista
concedida al diario La Razón en septiembre de ese
año 36:

"Tampoco de esa actividad desarrollada por las clases
populares en defensa de su economía puede permanecer
ausente ningún gobierno o partido, a menos que deseen ser
desalojados de la actividad democrática el día en
que el socialismo u otra agrupación cualquiera puedan
reemplazarlos eventualmente en el poder".

"El gobierno como tal, está en el deber de
participar en la actividad sindical, bien sea para apoyarla en su
gestión, para regularla, o para reprimirla si abandona los
cauces legales"

Según Roll Davis las reformas sociales
respondían a su vez a la necesidad de fortalecer el
mercado interno
en provecho de la industrialización, lo cual se
lograría ampliando el sistema
educativo, capacitando a los trabajadores y protegiendo desde
el Estado a los sindicatos. Si la movilización de las
masas tuvo ese propósito, según el autor, sus
consecuencias sobrepasaron las estimaciones de su
inspirador.

El presidente López y los personeros de su
gobierno terminaron por desechar el respaldo del Frente Popular
y, lo más importante, ya entrado el año 37, deciden
darle una pausa a las reformas. Los prohombres del liberalismo no
estaban dispuestos a marchar al ritmo del gobierno, y para ese
mismo año, cuando entró en discusión el tema
de la candidatura presidencial, se entabla una agria
discusión entre quienes postulaban la candidatura de
Enrique Olaya Herrera y el candidato propuesto por el gobierno,
Darío Echandía. Eduardo Santos de manera
intransigente amenazó con dividir el partido si la
candidatura de Olaya no triunfaba. En ese sentido no tuvo
objeciones, ya que la mayoría de la dirigencia liberal se
pone de su lado, con lo que la tendencia de izquierda no tuvo
más remedio que aceptar los hechos.

  1. Crisis y
    continuismo político

Diversas crisis se han asomado en la vida
política, económica y social de Colombia a lo largo
de su vida republicana. Pero ninguna fue lo suficientemente
estremecedora como para socavar los cimientos de la
república. De hecho en Colombia no se registra un
gobierno o régimen que haya establecido un sistema
enteramente liberal o conservador. La readaptación de las
élites políticas, y lo que éstas
representan, en los momentos críticos, constituye una de
las peculiaridades más notables de la historia de ese
país. Otra peculiaridad lo representa el papel que han
desempeñado las tendencias moderadas dentro de los
partidos
políticos, las cuales han evitado los antagonismos
insalvables cuando se han presentado los conflictos; éstas
tendencias han propugnado por la inclusión política
del adversario derrotado. Asimismo tenemos que las crisis han
generado internamente en los principales partidos
políticos agrias pugnas, pero que en cuyas consecuencias
éstas no han conducido a divisiones irremediables.
Aquellas pocas que se han producido, y en donde se han
desprendido grupos para formar otras organizaciones,
han tenido una vida efímera, pues los disidentes no han
tenido más remedio que volver. Esta realidad evidencia la
solidez del sistema bipartidista colombiano.

Se puede considerar a la destacada figura de Rafael
Núñez como el principal arquitecto del sistema
político moderno colombiano. Formado en las filas del
liberalismo propugnó en 1885 un pacto con los
conservadores en aras de liquidar las guerras
civiles y la anarquía del país. El resultado de ese
pacto fue la supresión de la república
liberal
, instaurada desde 1863, para dar paso al
régimen de la Regeneración. Fue plenamente
una concesión a los conservadores, los cuales aspiraban
establecer un sistema centralista con un Estado fuerte. Por otra
parte, por primera vez se produce la transición de un
gobierno liberal a otro conservador de forma relativamente
pacífica. El régimen de la
Regeneración, en cuya cabeza se encontraba el
conservador Miguel Antonio Caro, termina por excluir al partido
liberal del juego político, reanimándose la guerra
civil. Del descontento se hace eco una tendencia moderada dentro
del mismo partido conservador, los llamados
históricos, los cuales fustigan el excesivo
centralismo y
la exclusión de los liberales. Para evitar el escalamiento
del conflicto los históricos intentan deponer al
presidente San Clemente (1899), pero fracasan. La guerra de
los mil días
(1899-1903) puso en máxima
tensión al sistema político colombiano, pero
éste logró solventar la ruptura gracias a un hecho
significativo: el presidente Marroquín, sucesor de San
Clemente, pone a disposición del General liberal
Benjamín Herrera un ejército gubernamental para
evitar la secesión de Panamá.
Fue un gesto conciliador.

Este gesto lo va a continuar el General Reyes Reyes
(1904-1909) quien incorpora a su gobierno a personalidades
liberales, recibiendo un ferviente beneplácito de los
generales Benjamín Herrera y Rafael Uribe. Asimismo
había incluido a conservadores históricos,
inclinados hacia una pronta normalización de la situación. No
obstante, la actuación del General Reyes tenía un
carácter personalista, generando una reacción en
sectores de ambos partidos. De esta manera se forma una nueva
coalición, creándose el partido republicano
(1909) con personalidades de ambos partidos, los cuales llevan a
la presidencia a Carlos E. Restrepo (1910-1914). Las divergencias
en torno al
funcionamiento del sistema político habían sido
nuevamente allanadas, gracias a la intervención de los
sectores moderados del liberalismo como del conservatismo. El
partido republicano por su parte se desintegraría poco
después de concluida la presidencia de Restrepo, volviendo
sus integrantes a sus respectivos partidos. En adelante, en el
transcurso de veinte años, el sistema funcionaría,
no sin tropiezos y dificultades.

Los años veinte fueron para Colombia una etapa de
cambios y agitaciones político-sociales. Esta realidad se
reflejó en el seno de los partidos tradicionales en donde
se vuelven a manifestar tendencias radicalmente opuestas. Del
partido conservador resurge la ortodoxia doctrinal, en la persona
de Laureano Gómez, quien apela a la civilización
cristiana para hacer frente a los grupos de izquierda y a la
anarquía, contando con el pleno apoyo de los miembros de
la iglesia. Mientras que del partido liberal, como ya se ha
descrito, el sector de izquierda propugna romper con el pacto
bipartidista. El triunfo electoral de Olaya Herrera en 1930 fue a
su vez una victoria del sector moderado del liberalismo, cuyo
propósito no era otro que el de evitar la ruptura con los
conservadores. El gobierno de Concentración
Nacional
del presidente Olaya respondía a ese
imperativo, es decir, volver a la convivencia institucional
establecida en 1910 era su mayor prioridad. Pero la tentativa
fracasó, ya que no lograron evitar que los liberales
radicales se impusieran con el ascenso a la presidencia de
Alfonso López Pumarejo. Ante esta situación, la
negativa de los conservadores a participar en el gobierno, y ni
siquiera en el parlamento, constituyó un llamado a la
confrontación y una ruptura de la convivencia, con lo que
las tendencias más radicales de ambos partidos ocuparon la
escena política durante esos años. La
resolución del presidente López de impulsar las
reformas puso en peligro al sistema político, con lo que
se hacía difícil la cordura entre las partes
involucradas. Pero, no obstante, en los momentos más
críticos, se vuelven a imponer los factores que
venían evitando las crisis y la ruptura del sistema
bipartidista. Eduardo Santos tuvo precisamente esa misión.

Su participación como factor de entendimiento era
más que conocida, desde 1910, cuando formó parte
del mencionado Partido Republicano. Fue el principal
promotor de las candidaturas de Olaya Herrera en 1930 y en 1937.
Su prestigio como periodista lo hizo acreedor de una
incuestionable autoridad en
el partido liberal. Durante esos años dedicó su
labor periodística a fustigar a las tendencias
extremistas, y sus desacuerdos con el gobierno no los
ventiló con ataques directo al presidente López,
sino indirectamente al señalar a los grupos de izquierda
como los responsables de desviar la gestión del gobierno.
Este señalamiento tenía el propósito de
cambiar la correlación de fuerza internamente en el
partido a favor de los moderados. En el congreso tuvo la audacia
de tomar la iniciativa de auspiciar la candidatura de Olaya. En
su intervención, agosto de 1936, puso el asunto en el
tapete:

"La candidatura de Olaya Herrera es sencillamente la
candidatura del partido liberal de Colombia (…) El partido
liberal tiene en el Congreso alrededor de 170 voceros y
más o menos 160, desde la izquierda liberal y quiero
subrayar esta palabra, hasta el más moderado sector del
liberalismo, apoya y respalda con sus firmas y con su voluntad
esta candidatura"

La problemática en torno a la candidatura fue el
aditamento para agudizar la crisis política; el sector de
izquierda había postulado a Darío Echandía,
colaborador cercano al presidente, y fiel continuador de las
reformas. Eduardo Santos arremete y amenaza con trastornar el
partido. Esta situación colocaba al gobierno en medio de
tres extremos: desde la izquierda con el frente popular, los
ataques desde la derecha por los conservadores, y ahora su propio
partido. El presidente López no tuvo más remedio
que retirar su candidato, a la vez que se vio obligado a detener
el proceso de reformas en 1937. En adelante el sector de
izquierda del liberalismo no haría más que
retroceder. Con la muerte
prematura de Olaya Herrera, y la postulación de Eduardo
Santos, la tendencia que abogaba por un retorno de la convivencia
y el continuismo bipartidista finalmente se impone.

La gestión de Eduardo Santos (1938-1942),
aún cuando no llegó a desconocer algunas conquistas
de los trabajadores, se enfocó hacia los problemas
económicos, promovió el retorno de la confianza de
los empresarios, tendió un ramo de oliva a los
conservadores, y desechó vincular a los comunistas, y
otros grupos de izquierda, con el gobierno. Acabar con las
perturbaciones y serenar las aguas constituyó su prioridad
como presidente. La coyuntura histórica en que le
tocó regir los destinos de Colombia le favoreció en
su prédica de unidad nacional, al señalar que el
principal peligro que debía enfrentar la democracia
colombiana provenía de afuera. De tal modo que Eduardo
Santos logró desarmar por el momento a las tendencias
más extremas. Por último, ya para finalizar, es de
destacar un aspecto relacionado con el hecho de que las crisis en
Colombia no son el preludio de inminentes cambios, sino que a
éstas le han sucedido diversas combinaciones
políticas que terminan garantizando la continuidad del
mismo sistema político. Esta aseveración tiene su
basamento en hechos muy concretos en la historia de ese
país.

CONCLUSIONES

A manera de conclusión puede afirmarse que la
continuidad del sistema político colombiano se puso
nuevamente de manifiesto durante la caldeada década de los
años 30. Ciertamente la Revolución en Marcha
propició involuntariamente tendencias populistas, las
cuales se perfilaban contra el sistema político. Pero fue
un proceso involuntario ya que López Pumarejo de
ningún modo se vio asimismo como un caudillo predestinado.
Esencialmente, como se viene señalando, Alfonso
López era una figura política formada en el
sistema, respetuoso de las normas
constitucionales de la democracia colombiana. En gran medida
él mismo contribuyó a la continuidad del
tradicional sistema político de su país. De
él dependía fundamentalmente esa continuidad, pues
de haber sido persistente en impulsar sus reformas, con el
respaldo de las masas, y de haberlas concretados, inevitablemente
las bases económicas y sociales del país hubiesen
sufrido significativas transformaciones, con lo que el sistema
político hubiese naufragado. Pero esto implicaba una
guerra civil, y López Pumarejo no estaba dispuesto a que
esto ocurriera.

Sin embargo, el hecho de que las reformas no se hayan
concretado, en los aspectos más acuciantes, como la
reforma agraria, dejó en pie la aguda conflictividad
social colombiana, la cual alcanzará posteriormente una
virulencia sin precedente. El mismo López Pumarejo, en su
segunda presidencia (1942-1945), se vio impotente en evitar la
violencia. Las
tendencias más radicales de ambos partidos
terminarán imponiéndose para bañar en
sangre a
Colombia a partir de 1948. Es así como el sólido
continuismo político de ese país viene teniendo
como su contraparte, hasta la actualidad, a la violencia
política, como una expresión de su
negación.

 

 

 

Autor:

Carlos Omar Rodríguez

Profesor invitado UCV

Partes: 1, 2
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