Además de ser Catalina el arquetipo de mujer en
búsqueda de liberación personal,
Andrés, su marido, es el prototipo del macho mexicano
envuelto en sus aventuras adúlteras y criminales (en el
nombre de este personaje principal encontramos un simbolismo
fuertemente marcado: Andrés proviene del griego
andros que significa "hombre" o
macho en esta ocasión; Ascencio es una
derivación del verbo ascender, que es la
única acción
en la cual ésta persona se
concentra). El rasgo principal de la liberación de
la mujer es la
manera en que Catalina critica la vida de sus compañeras
de estado,
quienes se contentan con la vida que el destino les ha dejado y
con la cual se sienten perfectamente cómodas, al contrario
de ella quien se pasa toda la vida intentando superarse, tanto en
sus habilidades en la cama, como en la cocina y en la vida en
sociedad, al
punto en que asume varias actitudes de
su esposo como es el adulterio y
una infinita capacidad para ocultarlo.
Posiblemente la crítica
personal más dura (y a la que menor atención se le presta) es cuando Catalina
declara que le gustaría ser una de las amantes de su
marido en lugar de la mujer legítima, puesto que de
él solamente conocería el lado amable y galante,
sólo viviría para complacerlo
(complaciéndose a su vez a sí misma) y, lo
más importante de todo, nadie la consideraría su
cómplice oficial, su esposa. A Andrés se le conocen
más de diez mujeres, entre queridas y amantes ocasionales,
las cuales gozan de la riqueza del hombre; Catalina llega a tener
dos amoríos
fuera del matrimonio, en
uno de los cuales entrega su corazón y
su alma al hombre
quien sería asesinado por los celos de su marido, y a otro
a quien le lloraría en la hora de su muerte,
causada de nuevo por el hombre
quien se dice su protector y amante.
Las envidiaba porque ellas
sólo conocían la parte inteligente y
simpática de Andrés (…) Me hubiera gustado
ser la amante de Andrés (…) librarme de la
Beneficencia Pública y el gesto de la primera dama.
Además, a las amantes todo el mundo les tiene
lástima o cariño, nadie las considera
cómplices. En cambio, yo era
la cómplice oficial.
Asimismo retrata como las acciones
emprendidas en su nombre para ayudar a la sociedad llegan a
considerarse frívolas y vanas en contraste con todo el mal
y destrucción que Andrés causa en su país.
Su adhesión a diversas asociaciones de ayuda a los
necesitados son tratadas de manera déspota por su marido,
vistas como excelsas por las patéticas poblanas
adineradas, y causa de burla y desesperación por Catalina
misma. Esta representación de lo que una limitada ayuda a
los necesitados en realidad provee puede tomarse como la misma
liberación femenina que en los años retratados por
la novela
(1930-1940) estaba en sus primeras etapas de gestación,
pero que de igual manera se mostraba inútil si no se
atacaban las verdaderas raíces del problema.
Y las raíz era la vida familiar. Y la raíz
era la vida social. Y la raíz era la vida escolar. Y la
raíz era la vida política. En
sí, las raíces se encontraban en todo lo que
constituía una vida cotidiana en este México
post revolucionario; no porque Catalina llegase a ser
"gobernadora" su vida era distinta de la de cualquier otra mujer
de su época, este aspecto solamente servía para
demostrar que no por estar entre gente de poder una
logra tenerlo, el respeto es algo
que se gana trabajando por él y no a expensas de los
demás. Y conseguirlo sola no es garantía de poder
demostrarlo, se necesita gente con quien compartirlo,
correligionarias que estén dispuestas, igual que la
protagonista, a arriesgarlo todo para poder abrirse camino en la
vida y de esa manera alcanzar la felicidad. Catalina Ascencio no
lo consiguió sino hasta el momento en que todo
ascender terminó en su mundo puesto que nunca
recibió ayuda de nadie, se mantuvo sola hasta el final
cuando ya había perdido mucho, pero tenía
aún más ganas de sostenerse: la felicidad estaba
tras su muerte, la muerte del
macho mexicano.
La crítica expuesta por Ángeles
Mastretta es cruda y real; como recurso para demostrar la validez
de su historia la
autora utiliza un lenguaje
cotidiano que carece de figuras retóricas, como si no
quisiera estorbar la visión de su obra plagándola
de elementos fuera de la realidad que desde su postura femenina y
feminista no existían. Los sonidos lejanos de la guerra civil
que acababa de pasar son los únicos que llegan a
interrumpir la triste melodía que Arráncame la
Vida es; un bolero mexicano único en su clase, con
altibajos como cualquiera lo es, y obviamente, con un final que
más que término, marca un nuevo
comienzo.
Palabras 1216
Autor:
Karla Herrera
Bachillerato Internacional
27 de enero 2008
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