Percibiendo Silvano acompañado de su bando,
corrió al encuentro de aquellos secuaces.
— pronto, maestro! El servicio
está hecho informó uno de los "secuestradores"
– ¿para dónde los conduciremos? Para el
grutón de Nirvana., ¡al camino! Satisfechos soltando
horribles carcajadas de placer anticipado, desaparecieron en la
primera esquina.
Uno de ellos le dijo al compañero:
— prefiero la
mujer.
— Prefiero el muchacho – optó el
otro.
— Reale quedó para atrás con su
inseparable amigo Fabricio
— Hoy, no estoy con mucha voluntad de ir al
grutón. ¿Preferiría visitar la ciudad.
– Quieres venir conmigo? – estoy cansado y con hambre
– respondió Fabricio
— descansemos en aquel restaurante que no cierran nunca
y ahí matarás el hambre.
El interior del estadero estaba repleto de bohemios,
viejos y jóvenes, hombres y mujeres, que en las mesas,
comían o bebían.
Aún mayor era todavía el número de
los habitantes de "más allá de la
sepultura".
Cada cual sintonizado según los pensamientos que
se reflejaban en la zona mental de uno y del otro, en forma de
imágenes que, asumía posiciones en
consonancia con las fuerzas volitivas y mentales de los
frecuentadores de la casa, agarrándose estos a unos y a
otros, que, identificados en el vicio y en el deseo, se
alimentaban o bebían del mismo plato o de la mima copa,
con una voracidad y avidez espantosa.
Al lado de una pobre mujer
decaída, entidades grotescas, bestiales y embrutecidas le
saturaban la atmósfera mental de
deseos renegridos, compeliéndola a actitudes de
libertinaje frente a los compañeros de aventuras
nocturnas.
Otras sombras vampíricas se divertían
haciendo apuestas sobre la manera como podrían poner
actuar a cualquier persona en esta o
en aquella situación.
Hecha la apuesta se aproximaban a la víctima. Se
tenía la impresión – cuando las traicioneras
o marrulleras entidades invisibles se aproximaban al blanco de
sus experiencias, que, inconscientes de su posición
mental, se lanzaban a la satisfacción de sus instintos
pervertidos – como si un pequeño motor de
débil potencial fuese excitado a funcionar, pues se
sentía como un zumbido de alas o el ruido
característico de una colmena en franca
actividad.
Aquí podíamos ver cómo los "vivos"
recibían órdenes de los vampiros.
Algunos se estremecían involuntariamente, como si
se sintiesen arrebatados de frío, llegando a
murmurar:
Voy a resfriarme. Estoy sintiendo que me tiembla todo el
cuerpo.
— es el tiempo –
respondían otros. – es debido a los cambios bruscos
de temperatura,
en nuestro clima nadie puede
huir a las gripas o a los resfriados.
— tómese una aspirina con un trago de
coñac. Es óptimo.
Relé y Fabricio reían de ver la inocencia
de los comentarios y de los malestares.
— empero… estoy con hambre, Realé
amigo!
— pues nos toca masticar. – ¡No tiene
dientes!
El espíritu no es vapor de agua,
¡no señor! Yo por eso no meto mi mano en tu boca.
Más… mire aquella mesa! ¡Tiene carnero asado,
lechón, gallina y pez! Se me está volviendo agua la
boca!
Se aproximaron a la mesa, donde diversas personas
inclusive mujeres, hacían una merienda extra.
— voy a servirme de esa mujer – dice Fabricio
– como si se fuera colando ajustándose a una
señora bien nutrida que devoraba una chuleta.
Realé tuvo la impresión de que Fabricio se
confundía con la mujer gorda, pues tenues hilos que
partían del campo mental de él, estrechaban a las
dos criaturas normalmente en la región del
tórax.
Inmediatamente, la comensal nocturna de aquel asadero
redobló su actividad con increíble voracidad, la
llevaba a devorar pedazo sobre pedazo de carne asada, al mismo
tiempo que tomaba largos tragos de cerveza y
vino.
Fabricio se engolosinaba "succionando" parte
considerable de los alimentos que la
mujer ingería. Realé, a su turno, se
aproximó de un hombre que
masticaba ruidosamente una pierna de gallina, el fenómeno
se repitió. Con la presencia de Realé con su
ligazón al hombre del plato de gallina, este
reclamó para devorar los platos con la rapidez de la
piraña.
En breve trecho, estaban llenas las dos "almas del otro
mundo".
Y cuando se desligaron de sus víctimas estas
dejaron pender las cabezas sobre la mesa, invenciblemente estaban
bebidas y repletas de alimentos indigestos. Reían
ruidosamente Fabricio y Realé y salieron.
La ciudad estaba quieta y adormecida. El Guaibá
reflejaba la luz de las
estrellas, serenamente. Uno de los vampiros
habló:
– -para dónde?
–para el grutón de Nirvana. Pienso que mejor
comparezcamos a la sesión, de ahora en adelante el jefe
llegará a llamar lista y nos echará de menos. Nada
de fallarle al viejo Nicolson. – Nos toca,
Fabricio…
— sin embargo, vamos a echarle una mirada al casino. Me
divierto mucho con esos caballeros que pasan la noche
jugando.
— Más no nos demoremos. Recuérdate que el
jefe no es de medianas medidas en las sesiones.
En breve estaban en el salón de juegos. El
casino repleto de hombres y mujeres elegantes alrededor de las
mesas de paño verde…Pararon a cierta
distancia
Realé habló:
— mira Fabricio, cómo aquel sujeto de corbata
encarnada, medio calvo, quiere hacerle trampa a los otros.
Fabricio concentró la atención en el mencionado
hombre.
Al rededor de su cabeza se bullían cartas mentales,
combinaciones numéricas, paralelamente a una
formación espesa y como viscosa, donde sobresalía
la propia figura del hombre, procurando, por medios
artificiales y bellacos, engañar a los
compañeros.
El espectáculo era chocante y a pesar de lo
repelente instructivo.
El individuo
arquitectaba mentalmente un golpe, cambiando la posición y
la disposición de las cartas de la baraja, de manera a
obtener una combinación que le diese un "triunfo"
arrasador. Que pícaro este! como ves,
Realé?
Aún he de mostrarte – prosiguió
Realé; cosas mucho más interesantes, cuando te
lleve a los salones de fiestas elegantes, palacetes,
residenciales, asambleas políticas
y particulares, hospitales, iglesias y ministerios,
cuando los hombres pretenden, a cualquier precio,
sobornar a Dios y quedar como sanos en la conciencia.
Realé, después de haber proferido la
última frase. Continuó:
Fabricio, aún eres novato en atrapar el pensamiento de
los encarnados, en una serie de fenómenos que se procesan
en el campo mental de los terrícolas.
— ¿Realé, todo eso que nosotros vemos y
vivimos es verdad?
— pues como no!, ¿no viste y no estás
viendo?— Somos aquello que queremos, hijo.
— ¿y por qué no somos ángeles?—
Acaso, no lo somos?
— ¿Nosotros?
— Claro joven, solo con la diferencia de que los
"otros" son del cielo y nosotros del grutón de Nirvana.
Ellos tienen alas y nosotros garras
Y rió desenfrenadamente y aligeraron el paso.
Más adelante, Fabricio indagó:
— escucha Realé, ¿cómo es que el
jefe nos gobierna a todos?
— por el poder. —
¿Qué poder?
— ¡Mayor capacidad de comprensión para el
mal!
¿Y Dios, Realé?
— No envuelvas a Dios en esas cosas, si es que crees en
Él – mi madre me enseñaba un rezo que el
padre decía en la iglesia.
– tontería de los padres, Fabricio. ¿Ya
viste a Dios?— ¿y ya viste al jefe?
– ya
— pues él es nuestro Dios, y nos toca esperarlo
en el grutón. Si llegásemos atrasados, iría
a suponer que estábamos traicionando la causa con los
habitantes del cielo.
— ¡te referiste a los Ángeles?— naturalmente, a los
ángeles buenos
Y se callaron apresurando el paso.
Fabricio iba pensativo, cabizbajo, ensimismado. A cierta
altura opinó:
— escucha, Realé ¿somos
espíritus?—- ¡por qué me lo
preguntas!
— interrogaba a su vez a Fabricio riendo
ruidosamente.
— porque si yo fuese espíritu, no tenía
sed, no tendría sueño, ni caminaría a
píe – volaba.
— es una torpeza Fabricio, discúlpeme el
elogio.
— Espíritu, compañero, no quiere decir
humareda, nube, como allá decía el viejo
Malaquías de Asís,
— ¿por qué?
— sólo los ángeles pueden volar de manera
admirable!…pues estos si no necesitan comer ni beber como
nosotros.
— ¿y nosotros no podríamos ser
ángeles?
— vaya pregúntale al jefe, si tienes valor para
eso, arriésgate
— En esa no caigo yo! Me esperaría la
penitenciaría de los escorpiones.- ¿Ya los
viste?
— me contó el guardacostas de Silvano, cuando
allá estuvo una semana entera, por haber dejado huir a
Malaquias con la madre de él.
— Aquello es un horror, Fabricio!
— ¿Cómo es que aquí hay cobras,
pájaros, bueyes, caballos y gatos?
— Joven, aquí no es un mundo de polvadera.
Cuando la gente está en la tierra,
piensa que "el otro mundo" es un lugar de fantasmas, o
de almas envueltas en paños blancos con capuchas de
algodón
para asustar niños.
Ahora, si esos animales, como
las cobras y los escorpiones muerden a la gente, vaya
pregúntele al viejo Malaquías que era doctor en
estas cosas y óptimo profesor de
biología
del más allá de la sepultura.
Fabricio quedó pensativo, en cuanto Realé
cantaba una zamba del último carnaval carioca.
— en veces, tengo deseos de huir de esta vida,
Realé!
— cállate, animal! No sabes que pueden
descubrirte los pensamientos?
— pues de ahí al jardín de los condenados
es un paso.
— ¿Cómo sabes tantas cosas y por
qué vives en una vida tan arriesgada y
peligrosa?
— indagó Fabricio a Realé.
— yo nací para esto, compañero. Por
más que yo me quiera regenerar o hacerme "ángel" de
alas grandes, no lo consigo, mi viejo.
— ¿vamos a intentar huir como el viejo
Malaquías?—- ¿y quién nos ayudaría
Fabricio?
— ¿Tú no tuviste una madre?
— ¿Y tú?
— la tuve, buena, cariñosa, tierna, que lloraba
cuando yo lloraba y reía cuando yo estaba
contento.
Realé no respondió, Caminaba en silencio
rumbo al grutón de Nirvana, con los pensamientos
distantes.
— Mi pobre madre no sabe ciertamente de
mí…
Y mudando bruscamente de entonación de voz,
habló enérgico:
— Camina Fabricio, que Nicolson y la hermosa Belatriz
no tardarán en llegar.
— qué mujer tan linda, es bella verdad
Realé?
— Muy bonita. Empero su belleza quiere decir maldad o
crueldad, pues yo nunca me casaría con una mujer de ese
tipo de belleza.
— será tanto así Belatriz
— hay! Hijo, yo ya vi a aquella mujer enfurecida!, si
el demonio existiese, Belatriz sería la diabla.
— pero es tan hermosa!
— estás apasionado por ella? Entonces has tu
testamento "espiritual" porque Nicolson es
Belcebú.
–apasionado ahora qué jugarreta! un
espíritu apasionado…
— ¿y es que el espíritu no es
gente?
— sí… es,… y debe
ser…
Y se callaron. Al aproximarse al grutón de
Nirvana, percibieron que el local de la sesión, estaba
repleto de criaturas monstruosas, repelentes e
infernales.
Grupos aquí y allí concertaban planes y
arquitectaban trabajos, en cuantos otros intercambiaban ideas en
cuanto al modo en que debían justificarse delante del
jefe, en caso de que este no juzgase eficiente el servicio
realizado.
— Fabricio, oye – habló Realé. Sino
nos incumben de cualquier tarea, vamos a recorrer muchos lugares
en los cuales observarás cosas. Necesito iniciarte en una
serie de trabajos bochornosos
— sabes que soy tu amigo – respondió
Fabricio.
— y porque sabes, quiero que me ayudes a buscar a una
persona que debe estar "enterrada" en un cuerpo, en la ciudad de
Puerto Alegre.
— ¿Para qué?
— fue mi mujer. La amé mucho y ella
también me amó; empero, como algunos años
después de casada se dio el lujo de creer en Dios, cuando
desencarnamos nos separaron aquí. Nunca más la vi.
Más Sóstenes me contó que ella estaba en
Puerto Alegre, después de varios retornos a la carne,
viviendo con su hijo, abandonada, en la mayor miseria.
— te traicionó entonces?.
— sí, me traicionó. Debió haberme
esperado, pues ajustaremos cuentas.
— pues si la amas, como vas ha hacerle el
mal?
— quien ama, castiga, allá decía el
profeta. No se cual de ellos, El padre Bautista decía
siempre eso, cuando había cualquier calamidad en la
tierra, para
justificar la cólera
de Dios.
— pues cuente conmigo Realé.
— He de iniciarte en la masonería de la vida
terrestre! Vas a ver!
— ¿qué masonería es esa?— La
masonería del mal
— entiendo menos! – exclamó Fabricio,
admirado.
— en esos momentos una especie de silbido que
partía de la entrada del grutón, advirtió a
los asistentes de la presencia de Nicolson, el gobernador del
gordemonio. Se verificó una carrera y todos penetraron
atropelladamente, en el local de la reunión, cada uno
ocupando sus lugares.
Se hizo absoluto silencio y entró el jefe,
acompañado de una joven mujer de belleza siniestra y
provocadora.
Nicolson, ahora posando sobre una tarima del
grutón, relanzó imponente mirada hacia los
súbditos, pobres victimas de su propia inferioridad. Su
aspecto era de ferocidad impresionante. Cabeza monstruosa,
miembros deformes, altura descomunal, el gobernador del
gordemonio dominaba por el terror que su figura infundía
en aquellas almas trásfugas y desgraciadas.
A su lado, Belatriz y dos individuos de fisonomía
y de fealdad absorbente se mantenían en actitud de
respeto y
miedo.
Nicolson resonó con voz lúgubre,
fría, terrible y cortante como un filo de
navaja:
— procede a la llamada de los comandantes de patrulla,
Remigio – ordenó, volviéndose para el
acólito de la derecha. Éste atento leyó la
extensa lista de los indicados por el jefe.
..
La mirada del Gobernador es de un jaguar acosado por
terrible ansiedad.
Reúne, aquí, ahora mismo, a todos los
miembros especializados de la cuadrilla.
— Quedamos por fuera, Fabricio – susurró
Realé al oído de su
camarada.
— Felizmente – dice Fabricio, casi en un
susurro…- Tu vas a ver quién es Nicolson –
advirtió Realé.
— yo siempre oí decir que el hechicero tiene
pacto con el diablo
— aventuró un vampiro al oído de una
mujer mala cuyos ojos brillaban de maldad.
Nuevo silencio. Silencio pesado y
angustiante.
Nicolson carraspeó y después con voz que
parecía provenir de las profundidades de su ser,
habló:
— hermanos! Hay patrullas de ángeles trabajando
contra nosotros. Es urgente que cada cual se distancie de esa
gente por el modo de actuar y de pensar. Dice los "electos" que
hacen el bien, y nosotros también, afirmamos eso. Y la
mejor arma es aún el pensamiento. Mejor que balas y
proyectiles magnéticos de esos que tanto usan ellos contra
nosotros. Si supiéramos pensar bien, en el sentido de
realizar obras contrarias a aquellas que ellos pretenden hacer,
estaríamos con el éxito
garantizado! Y hay de quien se dejare arrastrar de pensamientos
tontos de piedad y arrepentimiento!. — Los diversos
departamentos de regeneración ahí están para
recibir a los tránsfugas— y sus labios gruesos se
encresparon en una sonrisa de indefinible bestialidad.
Todos permanecieron quietos. Después de haber
focalizado la mirada sobre la asamblea, exclamó,
gesticulando como un general que trazase programa de
ataque, o estableciese normas
tácticas.
No quiero sentimentalismos en este plano. Aquí es
el lugar de los fuertes. Los persiguen?, Nos combaten? Empleemos
las mismas armas! y
venceremos!
Al proferir las últimas palabras un silbido
estridente, que se asemejaba a una sirena de alarma, avisara que
patrullas de espíritus dedicados al bien se aproximaban
sobre el local de la nigromante reunión.
Un haz de luz enceguecedora, una claridad inmensa
envolvió la caverna de Nirvana, llevando el pánico
a aquellas almas desviadas, empero infelices y embrutecidas o
malas.
Hubo carreras indescriptibles
Como si fuesen manadas de animales bravíos y
salvajes, aquellos entes animalizados, locos, invadieron los
ninchos del grutón y procuraban ocultarse, lo mejor
posible, a la vista penetrante de los patrulleros del
bien.
Se establece de inmediato, un silencio
sepulcral
El propio Nicolson y la hermosa Belatriz se refugiaron
en el sagrario – una especie de cobil hecho en el interior
de la roca que servía de antesala del grutón
– estaban aterrados invadidos de pánico y de
horror
Los patrulleros del bien, todavía pasaron como
indiferentes a la asamblea que se realizara en aquel celebre
sitio, según las tradiciones de los planos de la
espiritualidad.
Sin embargo, a los oídos de aquellas almas
tenebrosas llegó clara y vibrátil e inolvidable las
palabras del guía de los patrulleros del bien, en animada
conversación de instrucción con sus
compañeros:
— el mal es pasajero y efímero, por ser obra
eminentemente humana. Solamente el bien es eterno, fuera de
él, la felicidad es una utopía, un espejismo
desesperador.
Restablecido el orden entre los compinches de Nicolson,
éste volvió con Belatriz a su puesto, en medio de
la asamblea.
Fabricio y Realé aprovechándose del
momento, abandonaron la asamblea. En poco tiempo, alcanzaron la
corteza terrestre, localizándose en la calle más
transitada de Río de Janeiro, donde permanecieron en
animada conversación observando las escenas que se les
presentaran ante sus ojos.
— observa Fabricio amigo, – habló Realé
–, casi todos los encarnados tienen su
compañía o su "pareja" aquella viejota que va
allá adelante, conserva aún sus pensamientos presos
a los hechos y actos del pasado, cuando ella era joven y bonita.
Ahora mire más allá! – exclamó
Fabricio – el sujeto que va con ella nos está
haciendo gestos de atención.
Realé correspondió a los saludos,
explicando:
Es un viejo compañero de nuestras tareas, que se
encuentra disfrutando de vacaciones.
— y Nicolson?
— el jefe anda a estas horas gozando la vida con la
bella Belatriz.
— que moza tan bonita Realé!
— Ya te previne que tome cuidado con Nicolson. Aquellos
dos se complementan. Hay de ti si llegaran a traicionarte en
presencia del jefe!
— le gustaría usted volver a la carne con
aquella mujer! – y que tal que Nicolson se apareciese en
escena, sería usted un infeliz.
Fabricio se silenció – y siguió: –
yo desearía casarme con Belatriz, Realé, no lo
conseguiría?
— mire mi hijo, ese negocio de volver a la carne con
esta o aquella mujer, según oía decir al viejo
Malaquías exige tanto expediente en la colonia encargada
de esas reencarnaciones, que no es muy fácil
conseguirlo.
— Realé! – Exclamó Fabricio –
¿no estás viendo a aquellos sujetos preparando el
desastre del automóvil?
— ¡es usted como un niño! Todos los
días yo observo esos dramas!
– y Dios, ¿qué pasa con Dios
Realé?
— ¿Dios? Mire que pregunta! ¿Qué
tiene que ver Dios con la picardía de los
hombres?
— ¡pues Él debería evitar
eso!
— Fabricio, según el viejo Malaquías -,
Dios, todos los días, y a cada fracción de
segundos, advierte a los hombres por múltiples medios, sin
embargo, ellos igual que yo, no acreditamos en Dios y mucho menos
que un dolor de barriga o una uña encarnada puedan hacer
una señal de advertencia.
Fabricio oyó el estruendo de la colisión,
vio los pasajeros volar a distancia del carro, y escucho las
carcajadas de los espíritus resonar por los aires como una
girándula ensordecedora
— vamos, Fabricio!, las calles de la tierra presentan
espectáculos muy gustosos en las residencias como en los
lugares más "augustos" podrás saborear "platos"
mucho más deliciosos que estos. Traiciones, hurtos,
engaños de toda suerte, encuentros clandestinos, pasiones
"refrigeradas" o "conservadas" en el condimento de la espera o en
la nieve del tiempo. Ensayos de
prevaricaciones públicas y privadas. ¡Y los pobres
de los "mortales" piensan que hacen todo esto sin testigos!…son
muy ignorantes esos hermanitos… Fabricio! Si aquí
somos unos torpes, en la tierra son peor. Si supiesen que hay
ojos por todas partes "y que las paredes tienen oídos", y
que archivan en sí mismos sin saber su fraude, cuanta
dispersión en la hora!
— riéndose perdidamente de lo que acabara de
decir, tomó del brazo a Fabricio y se fue cantando una
pieza carnavalesca rumbo a los grandes casinos de la
metrópolis, para hacer – según afirmaba
– el jueguito al lado de los trajeados de todos los
matices.
— la tierra es aún la gran caverna de los momos,
de los arlequines y de las libélulas, porque los Francisco
de Asís, son muy raros o nadie los oye.
Cuando Malaquías terminó la
rememoración del sueño, retiró la mano de la
cabeza de Genovena y murmuró:
— usted está libre! -Genoveva quedó
admirada.
No sólo se había retirado todo el dolor,
sino que experimentaba una especie de reconstitución de
sus fuerzas decaídas por el trabajo y
el sufrimiento.
— ¿No será el señor un hechicero?
Preguntó Genoveva entre alarmante chanza.
— Soy un alma que mucho
erró y mucho tiene que sufrir. – ¿Cómo fue
que el señor aprendió a curar con las
manos?
— Jesús curaba poniendo sus manos
misericordiosas sobre la cabeza de los enfermos.
— entonces, fue Jesús!
— Él es el mismo, la verdad, el camino y la
vida
— Pues si Él es el camino y el Señor ya
está en el camino, voy a pedirle una limosna.
— ¿Qué limosna es esa
Genoveva?
— cuando mi protegido salga – yo voy con el
Señor aquí cerca, a una casa donde habita una pobre
mujer que tiene un hijito muy enfermo hace dos años,
desahuciado de los médicos. – ¿Quiere curar al
infeliz?
— yo no curo a nadie, Genoveva. Quien cura es
Jesús. Y mire que es la primera vez que me acontece esto,
de aplicar un pase.
— Ah!, ¿entonces ese es el tal pase de los
espiritistas?
— ¡Si, así es Genoveva!—Y…
¿Por qué se alarma?
— Porque yo no sabía que eso eran
pases.
— Pues es eso, mi buena amiga.
En la tarde, cuando Fabricio salió para tomar las
últimas providencias pertinentes a su regreso a la
hacienda, Genoveva llevó a Malaquías a la casita en
que habitaba Zaira, una infeliz madre, cuyo hijo, con casi dos
años, sufría de ataques continuos, impidiendo que
la pobre mujer se ausentase de la casa.
Entraron. Zaira ya prevenida, recibió a
Malaquías colmada de esperanzas.
— Tenía vergüenza de mí,
Señor Malaquías – sollozaba la
desgraciada.
— Que Dios se apiada de nosotros! Fue la respuesta del
médium.
— el ex – convicto, al encontrarse con el
niño, estacionó casi aterrado. Alrededor del
niño, sombras deformes y horrendas, como de manos cogidas
formaban un círculo negro en el entorno del hijo de
Zaira.
Malaquías contemplaba sorprendido, aquel cuadro
dantesco.
Olvidado de Genoveva y Zaira, apenas tenía
sentidos para aquel espectáculo horroroso. Sintió
una piedad inmensa de la pobre criatura; juzgó estar
socorriendo un hijo extremado que hace siglos se extraviara en el
torbellino de la vida.
Las entidades se movían alrededor del lecho del
niño, llevando a veces las manos hasta la altura de la
cabeza del hijo de Zaira, momentos en el que el enfermo
estremecía violentamente gimiendo.
Empero el asombro de Malaquias no duró mucho
tiempo
Volviéndose en pensamientos para Jesús
humilde y grande en su fe.
Lloró como nunca hiciera en toda su
vida.
— Gervasio – el niño, acostado en un
colchón se retorcía, espumeando como un animal a
quien se le hubiere infligido cruel castigo.
Malaquias se aproximó orando siempre y puso sobre
la cabeza del pequeño enfermo las dos manos
extendidas.
Después continuó a orar mirando para el
círculo negro formado por las extrañas entidades
del mal.
Poco a poco el círculo se desintegraba y las
sombras retrocedían sorprendidas de horror con atropello,
salían por las puertas y las ventanas como un bando de
animales espantados.
Malaquias, con la audición psíquica, puede
oír del vocerío infernal de las sombras que se
espantaban, estas palabras que lo hicieron estremecer: —
deprisa Realé! Mire ahí al viejo Malaquias y a la
lechuza vieja quien nos lo arrebató hace algunos
años!.
Y Zaira en un rincón al lado de Genoveva, ambas
extrañas a las escenas que se desenvolvía, alargaba
sus dolorosos pensamientos por el pasado, y vio la historia amarga de su
caída, como si extrañas fuerzas la sometiesen a
recordar un pedazo doloroso de su caminata planetaria.
Consultando el futuro.
La sala de "consulta" estaba bastante iluminada, apenas
una lámpara eléctrica que pendía del medio
del techo muy alto. La quiromante vestía una bata de
colores
chillones, y traía en el dedo anular de la mano derecha un
anillo en el que tenía diseñado una calavera roja
en medio de dos tibias en alto relieve. Sobre
la mesita del centro, un libro de
quiromancia estaba abierto en una página en que el autor
pretendía descubrir el futuro de las personas a
través del mapa complicado de las líneas de las
manos.
Kara, vestida con encantadora simplicidad se sentara al
frente de la "pitonisa" y le siguió con vivo interés
los movimientos más o menos desordenados naturalmente por
premeditación después de leer algunas
páginas del libro que estaba abierto en la mesita ovalada,
habló con voz pausada:
— déme su mano izquierda. Nosotros leemos
preferiblemente esta, porque la derecha no ofrece mucha seguridad, en la
interpretación de las líneas; es
trabajo tan
serio en cuanto lo que pretendo hacer en su beneficio.
Tomando de la mano delicada y bien cuidada de Kara, de
donde se desprendía suavísimos perfumes, se
absorbió enteramente en descifrar los enigmas de la vida
de la riquísima consultante.
Conociendo bien Madame Zaira, la moza que tenía a
su frente. Era la hija del mayor industrial de Purto Alegre,
hombre de una abultada fortuna.
Fea, muy fea era Kara, se casara con un aventurero. Un
pobre joven sin escrúpulo que apenas quería huir al
trabajo, para disfrutar de las alegrías fáciles de
los Clubes, de los salones y de las fiestas sociales, a las
cuales se ligara fuertemente.
Hijo único de padres honrados y laboriosos, que
lo mimaran desde la cuna hasta aquella edad,
satisfaciéndole los caprichos más extravagantes y
los deseos más absurdos y desordenados, al alcanzar su
edad de adulto era un fardo pesado para las parcas posibilidades
de los genitores.
Aún así no lo abandonaron los cuidadosos
padres.
Todo movilizaban para no faltar al hijo querido la ropa
bien limpia, la mesa, la cama, y las "necesidades" del
joven.
Doña Merenciana cocía y atendía los
quehaceres domésticos.
Y Florencio, en la fábrica, donde era contra
-maestro, recibía un salario que, si
no fuera por esa "obligación" de sustentar a Sostenes,
podía dispensar a la esposa de los trabajos manuales, con
cuyos provisiones ayudaba en las despensas de la casa; y Kara, la
joven esposa de Sóstenes, allí estaba de visita al
"consultorio" de una mujer de vida poco edificante, que
predecía el futuro de las personas que la buscaban
ávidas de esperanzas y consolaciones.
Madame Zaira aún se mantenía en intensa
"concentración". Después de algunos minutos,
auxiliada por un lente, comenzó a examinar la mano
pequeñita y frágil de Kara.
Recorrió con la punta de un lápiz, todas
sus líneas describiéndolas en voz
susurrante.
Esta es la línea de la vida. Muy larga,
contornando admirablemente el monte de Venus. Buena señal,
existencia larga, empero difícil en asuntos del corazón.
Ésta a la de la cabeza. Y esta otra la del corazón.
Línea del destino, muy pálida, imprecisa… y,
por ahí más allá anduvo la "pitonisa" con
interpretaciones quirománticas, más o menos
pretenciosas, vanidosas y alarmantes – ¡que destino
el suyo, mi hija! Y soltando la mano de Kara, suavemente,
fijó los ojos con firmeza impresionante en la esposa de
Sostenes, e indagó:
— Es infeliz en el matrimonio,
¿no es verdad?
Kara la miró también de frente, pero no
habló.
— La veo casada con un hombre perdulario, sin
profesión definida, sin escrúpulos. No le tiene
amor,
solamente apego a su dinero. Un
desalmado, sin conciencia ni corazón
— Señora! – exclamó Kara,
levantándose indignada. – yo no le vine a pedir
opiniones sobre mi marido, a quien amo, pero sí un
consejo, una palabra de esperanza y de ánimo!.
— No puedo atenderla, ..Madame! Es muy orgullosa y
altiva!
— Tengo dignidad!
– respondió con aspereza.
— Sin embargo Zaira percibiendo que aquella clienta era
diferente de las otras e inmensamente rica para dejarla ir en
paz, sin un pago recompensador, se adelantó, sonriendo
blandamente:
— perdóneme mi dama, – dice melifluamente.
– soy muy prudente, por lo tanto tengo óptimo
corazón, me apiado siempre de las criaturas que me buscan
con ansias de obtener consolación. Kara permanecía
de píe y silenciosamente, arrugando las cejas.
Tenía una voluntad enorme de abandonar aquella
casa, donde humillada tomaba conocimiento
por extraña persona de su infidelidad conyugal.
Más quería saber de cómo modificar
su destino, dando un nuevo rumbo a la vida de su
marido.
— Pobre Kara! Agotaba ya todos los recursos
humanos posibles!
Llegara ahora mismo a hablar a la suegra, doña
Merenciana, una buena mujer a quien la concepción herrada
que hacía de la sublime misión de
madre le opacaba el entendimiento, al extremo de hallar muy justo
que Sostenes, siendo pobre y casado después con una moza
riquísima, no debería incomodarse mucho con el
trabajo.
No lo sustentara ella, desde niño con el producto de su
esfuerzo honrado, ella que solamente tenía el día y
la noche y el pequeño sueldo de Florencio?
¿Y se quejó por ventura, alguna
vez?
¡Nunca! Por qué entonces exigir de Sostenes
– ahora que era el yerno del archimillonario Jakes de
Ramírez,
pues se casara con la hija única del conocido industrial,
una vida de trabajo, de cansancio y de sacrificios?
No! El dinero fue
hecho y puesto al mundo exactamente para dispensar a quien lo
tiene con abundancia, de la condenación del trabajo!
Hablar a los padres, a los amigos de ambas familias, por eso
Sóstenes, habituado desde niño a aquel vicio de
concebir la vida apenas con oportunidad de gozo y nunca de
sacrificios santificantes y salvadores, continuara impermeable a
cualquier modificación en su manera de encarar la
existencia
Tenemos aquí el cuadro patético de la
gran mayoría de la clase baja y
clase media baja, en la que los padres confundidos con la
libertad y el
modernismo
forman a sus hijos con una actitud permisiva demasiado tolerantes
y complacientes en exigencias de parte de los hijos que no va en
correspondencia al nivel económico de sus tutores trayendo
esto como consecuencia grandes sacrificios que más luego
redundan en desgracia para los "protegidos" debido al
desenfrenado libertinaje.
Sí no tengo tiempo ni de cumplir con mis deberes
sociales, los de comparecer a las reuniones elegantes, a las
fiestas mundanas, a los bailes, a los clubes – ponderaba
él – cómo es posible trabajar! No Kara,
amiga, no estás raciocinando bien! – Más vez,
Sóstenes – reaccionaba algo resentida -, que
estás derrochando dinero, que al final no es mío ni
tuyo, pero sí de mi padre. Si ese dinero fuese suyo, y por
más que lo gastase, nunca pudiese consumirlo, dada su
excesiva cantidad. Tal vez tuviese razón, por lo
tanto…caviló ella..
— ya se, ya se, Kara, lo que pretendes concluir. No es
necesario encerrar la frase. Por lo tanto, continúo yo
ahora la exposición
y la explanación – me casé contigo para
hacerte un favor, pues fea, horriblemente fea como tú
eres, ni el dinero ni nada sería capaz de llevar a un
joven a prenderse a su destino de mujer horrenda.
Kara, realmente era de una fealdad conmovedora, bizca,
de cabellos rubios como el fuego, rostro terriblemente picado por
las señales
de la viruela que la asaltara cuando jovencita; cabeza casi
pegada al hombro izquierdo, debido a una terrible quemadura con
agua hirviente, cuando era pequeña que le distorsionara
los tejidos del
cuello; boca rasgada, en la cual les parecía la
prótesis de
hábil profesional que le incrustara una dentadura
americana, Kara infundía, si no pavor, por lo menos
compasión y piedad.
Los milagros del maquillaje eran impotentes –
aunque manejados por los más competentes especialistas,
para atenuarle la fealdad aterradora. Era un conjunto de detalles
horrendos, robados aquí y allí a todas las
criaturas de la Tierra por un artista ilusionado que pretendiera
adornar el salón con la caricatura
grotesca de lo horrible.
— Habla pero no me ofendas – dijo al fin casi
tímida como si estuviese en una confesión
religiosa, la desventurada esposa de Sóstenes. Y se
sentó.
Por lo sabido anteriormente, Kara en la pasada
reencarnación, también fue la esposa de
Sóstenes, y ella obró de igual manera cuando este,
fue también hombre rico, y ella le despilfarró el
capital y le
pisoteo la honra.
Madame Zaire, tomó de nuevo, el lápiz e
inició la "revelación".
— Destino cruel e inexorable. .
Ama pero no es amada. Tiene un corazón generoso y
sensible, empero solamente ha encontrado espinas por el
camino.
Se callara, observando la mano pequeñita de la
consultante. Giró de un lado para otro. Examinó las
líneas secundarias, a la "pulsera", y trazó
arabescos, contorneando los montículos de Júpiter y
de Marte, revisó la palma de la mano de nuevo, y
meneó la cabeza, desconsolada:
— Nunca será feliz. — ¿No seré
madre?
— No. Ninguna señal de eso.
— ¿Viviré mucho?— Eso sí. Hace
parte de su destino.
Hay verdades en todas esas revelaciones?—- para
mí sí!. Para la señora…no
se.
— Está finalizada la consulta.
— Kara abrió la bolsa y retiró un fajo de
billetes, los lanzó encima de la mesa y salió sin
decir una sola palabra. En el recinto de espera, hace una
señal a su criada para que la acompañase. Su
empleada de confianza le siguió los pasos. Subieron al
auto que se movía enseguida rumbo al palacete residencial
del archimillonario Jaques de Pamires.
Kara se encontraba triste y derrotada. Y llevando el
pañuelo perfumado a los ojos, limpió las
lágrimas.
Valiéndose del pequeño espejo, se
miró demoradamente. Y lloró.
Resentida al lado del chofer, miró por uno de los
espejos del carro y dice para sí misma:
– ¡que el diablo se lleve las quirománticas
y también a todos los hombres del mundo!
Y de reojo miró hacia el chofer.
Zaira por lo tanto, contaba los billetes que la esposa
de Sóstenes le arrojara, cuando le golpearon pasito la
puerta.
La "pitonisa" escondiendo, precipitadamente el dinero en
un mueble próximo corrió a abrir la puerta del
"consultorio". En el quicio con un sombrero en la mano, un
caballero impecablemente vestido a la última moda
esperaba.
— Puede entrar señor.
El consultante entró y se sentó muy cerca
de Zaira
— Desea, tal vez…
— Sí – respondió el visitante
–, consultarla, por eso si , preferiría las cartas,
que la lectura de
la mano.
La quiromántica empujó la gaveta de la
mesita ovalada, y retirando de ahí pequeña baraja,
se sentó al frente del consultante del otro lado de la
mesa y comenzó a barajar las cartas.
— parta – pidió la
cartomántica
— El joven obedeció.
— repetida la misma operación por más de
dos veces, la "pitonisa" comenzó a colocar las cartas en
cruz.
A medida que las colocaba en posición
premeditadamente estudiada, señaló algunas,
diciendo que representaban figuras que se movían en el
ámbito social del consultante.
— ésta dama de oro es su
esposa. Riquísima entre otras cosas.
— ¿Como sabe que soy casado?
— El señor trae en el dedo el anillo de
matrimonio
— El consultante se dio cuenta de la observación.
Y Zaira sonrió de manera indefinible.
— No solo sé que es casado, como se que tiene
una pasión avasalladora por una joven de la sociedad de
Porto Alegre. Empero esa moza es casada.
— ¿Que debo hacer para que ella tome
interés en mí?
— Eso es cosa suya. Yo a penas revelo las
cosas.
— Me gustaría tener un amuleto, o un "hechizo",
cualquier cosa que la forzase a ser mía.
— ¿Por qué no se dedica a su
esposa?
— Veo que ella es criatura buena, extremadamente
infeliz por su indeferencia.
El mozo mira para Zaira, desconfiado y casi
irritado.
— No tenga cuidado por mi mujer. —- Pensé
que…
— pues no piense más.
Continúe!.
— Madame Zaire fue desfilando su rosario de
informaciones, de predicciones, con tamaña habilidad que a
la salida, logró del consultante más o menos lo que
recibió de Kara.
Después que Sóstenes dejó la casa
de los supersticiosos, Zaira entró a su cuarto, donde la
esperaba un hombre de más o menos 30 años, que
viéndola, corrió a su encuentro.
— ¿Entonces, Cuanto rindieron los dos
consultantes?— 600 cruceiros.
— ¿No está mintiendo?, mire que los
consultantes tienen bastante dinero.
— sabes que no miento, medrado, y si he
desempeñado ese innoble papel del cual me incumbiste, es
simplemente por amor a ti.
Más no niegues que soy yo quien consigue los
consultantes "pulpos"
— lo se Medrado; pero eso se va tornando insoportable.
No doy más para eso.
— en este caso, mi hija, va a vivir para tu canto, con
las "luces" de tu conciencia, y yo iré para mi lado. Dices
eso en cuanto tienes dinero. Después…
— ¿Después de qué?
— después, vuelves a insistir en que yo
continúe en ese trabajo que me cansa y me causa tanta
repugnancia.
— empero no dices que la quiromancia, tanto como la
astrología, son ciencias…
Ciencias pero no se de qué.– Me siento mal
explotando a mis semejantes.
— Medrado silenció. Guardó en la cartera
todo el dinero que Zaira le entregara, y se dispuso a
salir.
— pienso que ambos, en breve, nos debemos separar.
Tienes algún escrúpulo. Zaira estaba muda y de
cabeza pendida para el piso. Lloraba interiormente.
Se acusaba íntimamente, de un día haber
cometido en un gesto loco de arrebatamiento pasional, haber
abandonado al esposo honrado para seguir aquel hombre en cuya
compañía poco edificante, iba envejeciendo,
arruinando la salud y el alma.
— No hablas, criatura miserable
— Un momento Medrado, entonces para las criaturas
infelices como yo – miserable dijiste muy bien, Medrado
– en que el silencio es lenguaje
constructivo y reparador, la palabra más oída,
porque es más vibrante.
— Tienes la monomanía de las filosofías
baratas de tres por dos. Zaira no respondió
Medrado tomó el sombrero, se lo asentó
hasta las orejas, en un gesto característico en su momento
de irritación, y salió del cuarto.
Cuando alcanzaba la vía, Zaira oyó que
él silbaba un trecho de la canción "casta Susana",
cosas que siempre hacía para eludir pérfidamente,
la castidad de su amante.
Zaira, se encuentra a solas con sus pensamientos,
cayó en el viejo sofá y comenzó a
llorar.
Ya era el atardecer. La ciudad se cubría de
aquellos tonos de luz crepuscular, que alcanzando las aguas del
Guaibá quieto y poético, entrechocaba las
embarcaciones de los pescadores humildes, allá lejos, en
una nota melancólica de abandono y olvido.
Mi Dios!, como resolver mi problema – indagaba
angustiada, la infeliz.
El reloj de la torre de la iglesia próxima tocaba
las siete horas de la noche en aquel fin del día agitado,
más Zaira no estaba más allí, estaba
distante, muy distante, en una ciudadela de Sao Pablo.
Y se vio joven, muy moza aún, en el pretorio,
recibiendo los parabienes de los padres y de los amigos, por su
enlace con Jerónimo, noble joven de 25 años,
honesto comerciante de la ciudadela natal.
Después, en su casa llena y bien limpia, y
el amor
siempre renovado del marido afectuoso y bueno.
Después… después…
Ahí! Aquel hombre que Jerónimo trajera a
trabajar en su almacén…—Un
demonio…
Le despertara en el alma pusilánime un pasado que
no sabía explicar, en el cual se localizara con él,
entre noches de amor y libertinaje urdiendo intrigas amorosas y
despedazando afecciones. Ahora allí, a su lado,
enlazándola en los tentáculos de su
seducción.
El horror de la infidelidad y la amargura de las
primeras desilusiones.
Lo acompañó dejando el hogar – un
nido de amor y de felicidad. Hay! Como sufriera ya al lado de
aquel hombre!
Ya hacía ocho años que lo seguía.
Era una prisionera de su destino.
Un día sufrió las primeras sorpresas del
hambre.
¿Y su padre? ¿y su madre?
¿Qué habrá sido de Jerónimo, aquel
corazón amoroso y generoso?
En su larga peregrinación por tierras
desconocidas, conociera un día una mujer que le
enseñara las primeras nociones sobre quiromancia y
cartomancia.
Angustiados por el hambre, medrado la llevó a la
práctica de la quiromancia, arrebatándole los
lucros de tal singular profesión.
Y así llegaron a Puerto Alegre. Instalados en una
casita retirada, en el arrabal del niño Dios, allí
comenzó a atender consultas
Medrado se encargaba de la propaganda de
Madame Zaira en los medios aristocráticos de la ciudad, en
los cuales superabundan los que quieren rectificar el destino,
porque, en las altas esferas de la sociedad, es precisamente,
donde pululan los hambrientos de esperanza y sedientos de
consolación, pues en esos medios se instalan los que
fueran la mayoría de los deprimidos del
psiquismo.
Ahí, los dramas son más sombríos,
más terribles y más crueles, porque mueren
angustiados o se demoran hasta la muerte de
sus inconcientes actores, entre las paredes de suntuosos
palacetes.
Recordemos ese proverbio popular que dice: "los ricos
también lloran".
Medrado, parlanchín y bien apuesto, insinuante y
de buen estilo, invadió de manera osada y corajuda, los
clubes y los cafés, los bares y heladerías, los
puntos elegantes de reuniones de los "dueños de la vida",
y para luego, seleccionar los clientes. Desde
entonces, el dinero con que hombres y mujeres, ricos y
festejados, compraban las esperanzas de 24 horas, o apenas en un
instante, así canalizaba para sus bolsillos a
través de las manos "habilidosas" de la
quiromántica.
— Es preciso también mentir, – aconsejaba
M Medrado, a veces, cuando necesitaba, de dinero para sus noches
alegres. —- Yo solo miento por piedad – susurraba la
infeliz.
— ¿para hacerme agradable?—- No. A los
infelices que teniendo tanto, nada tienen.
— Tonterías… – arremataba
él.
Zaira rememoraba todo eso, aquella tarde en que fuera
buscada por la desventurada Kara.
— La noche descendiera enteramente sobre la ciudad. Los
tranvías, corrían apresurados, y los autos se
sentían a cada instante.
Su alma, Zaira la sentía en harapos. Se
recordó de Kara.
Tenía piedad de aquella moza tan rica, empero tan
desgraciada, según le contara a Medrado antes de la
consulta.
Su destino era casi igual al de ella. El dinero era la
única diferencia. Y es que siempre es la diferencia. Y
como siempre la diferencia para lo peor.
***
Después del pase magnético, Gervasio
dormía profundamente, y Zaira la pobre madre, con el
rostro escondido entre las manos continuaba ajena a lo que
sucedía alrededor, absorta enteramente en sus evocaciones
tristes y dolorosas.
Fue necesario que Malaquias la llamase a la realidad,
diciéndole en voz alta:
— su hijo, buena mujer, Jesús lo
curó.
Zaira estremeciera. Y como si fuera una criatura que
hubiese venido de sombras y dolores, miró a su alrededor
buscando al hijo enfermo y desgraciado. – mi hijo! Mi
hijo!, — su hijo duerme, pobre mujer! Agradezca a Jesús
habértelo curado.
Zaira se lanzó sobre la cama del niño, y
lo besó repetidas veces, el rostro, los labios y los
cabellos de Gervasio.
— Cómo es de bueno Dios!
— Bueno y misericordioso! – agregaba
Malaquías. Después de corto intervalo, habló
el expresidiario.
— Dejo a la señora, con la paz del
Señor.—- agradecida Señor! Jesús lo
recompensará.
— Ya me recompensó buena mujer, con la
alegría que experimenté en esta casa.
— Adiós señor!
Genoveva lloraba de alegría, cuando en
compañía de Malaquías regresaba a la casa de
su protegido.
— Malaquías – preguntó Genoveva,
tan luego llegaran a la casa -, ¿cómo es que el
señor adivinó para decir que el hijo de ella estaba
curado?
No adiviné nada. Nadie puede adivinar cosa
alguna. A penas sentí que Gervasio estaba
curado.
Y después de cierta pausa:
— Hay! Genoveva, cuando la gente aprenda a vivir, y
aprenda a pensar no seremos más estos desgraciados
caminante del mal y de la desconfianza. Todas nuestras
infidelidades en la tierra, resultan de la vida miserable que
llevamos. Vida de incredibilidad, de placeres mezquinos, de
vanidades tontas y de egoísmo cruel. Nos aferramos al
bienestar que el dinero y las pasiones nos dan y olvidamos que
todos somos hermanos y criaturas de Dios, desembarazados en el
cáliz del mundo para que dignifiquemos la vida y mejoremos
las condiciones sociales de los hombres, por la
cooperación, comprensión, respeto y
amor.
Es así Malaquías, empero quien es rico, no
se recuerda de quién vive como Zaira, abandonada al azar,
con un hijo enfermo, sin pan, sin ropa y sin remedios.
Y cuando alguien se recuerda de que hay criaturas
así de abandonadas – ponderó en actitud grave
el viejo Malaquías – queremos luego resolver todo por la
violencia,
apelando a medidas radicales que, puestas en práctica,
apenas invertirían la base del mundo económico: el
rico sería pobre y el pobre sería rico – un
cambio de
posiciones, con el espíritu en el mismo lugar, todo
continuaría igual como antes. No, mi buena Genoveva la
violencia no resuelve ningún problema humano. El amor,
sí; acredito que él solucionaría todas esas
cuestiones, porque el amor es, antes de todo, comprensión,
generosidad de sentimientos, bondad de corazones, salud y
equilibrio del
alma. Y las almas serían más sanas porque no
tendrían tristezas. ¿Y cuál es el remedio
específico para esas enfermedades? – el
amor. Inundándose el mundo las Zairas, las Genovevas y los
Malaquías no sufrirían más. Por lo tanto, mi
amiga, los hombres creen más en el odio que en el amor.
Usted que es religiosa, no ve que todos los religiosos viven
preocupados por el diablo, rezando, persignándose,
encendiendo velas y haciendo novenas, empero pocos, muy pocos son
los que piensan en Dios y le invocan el nombre bendito cuando
sufren?. Si amasemos como Jesús nos enseñó,
no sólo dejaríamos de tenerle miedo al diablo
– porque el diablo, Genoveva, somos nosotros mismos, yo,
usted y todos los que andan por fuera de la Ley – como
también no tendríamos necesidad de invocar a todo
momento el nombre del Señor, porque él
estaría en nuestros corazones, en el reino de nuestra
conciencia!
— Sabe el Señor que Zaira fue una moza de buena
familia, y
que, casada, se dejó seducir por un desalmado que la
explotó miserablemente, que la obligó a conseguirle
dinero con la "lectura" de
las manos y de las cartas, para después abandonarla,
cuando ella, arrepentida, no más se sujetara a las
exigencias del infame!
— sé de todo.
— ¿Cómo?, adivinó de nuevo!—-
"Adiviné", Genoveva — respondió riendo
Malaquías.
— ¿cómo fue que el señor
adivinó?
Genoveva estaba alarmada de aquel viejo de ojos dulces y
suaves gestos.
— Un día, Genoveva, yo le diré como
adiviné el caso de ella. Por ahora, no hablemos más
de Zaira.
Si fuésemos a "adivinar" la vida de nuestros
semejantes, nos olvidaríamos de "adivinar", las nuestras,
con gravísimos perjuicios para nuestra propia iluminación. El mayor error que la gente
puede cometer, más allá de muchos otros, es el de
pretender vivir la vida de los demás – por la
maldad, por la malicia y por la apreciación –
porque, en cuanto nos envolvemos en estos trabajos, perdemos
todas nuestras oportunidades de conocer todos nuestros defectos y
así las ocasiones de combatirlos sin piedad.
— El Señor debe tener razón. Yo no dije
eso con mala intención – lamentó
ella.
— Se que usted no lo dice con mal propósito.
Más tanto nosotros nos eludimos a nosotros mismos cuando
descubrimos o adivinamos los errores de nuestros hermanos, que
esa conducta se
transforma en vicio, y los vicios, Genoveva, de esa naturaleza,
son más difíciles de ser combatidos que el vicio de
beber, de jugar o de robar!
— ¿Estás adoctrinando
Malaquías?
Fue el saludo que Fabricio le dirigió a
Malaquias, al entrar en casa, después de haber tomado
todas las providencias para el regreso a la frontera en el
día siguiente.
— solamente conversando, doctor Fabricio. Aquí
con Genoveva.
— Pues entonces, preparémonos para dejar esta
casa, porque mañana a las once del día, tomaremos
el avión rumbo a mi casa. Ya providencié lo del
transporte de
nuestro equipaje más pesado, por la vía
férrea, y ya se hizo la compra de nuestros
pasajes.
Malaquías desde aquel momento, en que impusiera
las manos sobre la cabeza de Genoveva, en un impulso irresistible
de su espíritu, sintiera que un eje de facultades
supranormales se revelaba en todo su ser, no le restaba duda de
qué las bendiciones de la mediumnidad eran una
lección y un llamamiento. ¿Qué
estaría por sucederle, si, de improvisto se veía
como depositario de tamaño patrimonio,
que le revelaba compromisos anteriores?
Esa noche, Malaquías acompañó al
doctor Fabricio al club donde compartiría con su
círculo de amigos y personas de importancia, y su
despedida de la ciudad. Ahora, miremos como Malaquias se
dedicó a observar el ambiente en el
entorno festivo.
Se dejó arrastrar suavemente para otros planos de
la espiritualidad y medió las necesidades de fortalecerse
en la vigilancia y en la oración, para no faltar o mentir
a los compromisos asumidos. Entonces, dirigió la mirada
para la mesa de 6 hombres que se encontraban alegres.
Manchas persistentes y pesadas cercaban aquellas
criaturas tan aficionadas a las patrañas de la sociedad y
al "gozo" del mundo.
Sin embargo, en casi todas las mesas, nubes gruesas,
negras o parducientas volitaban entorno a las personas presentes,
a punto, a veces de no poder el viejo Malaquias distinguir
claramente sus vecinos de mesa.
Sobre el techo, por encima casi de todos, las sombras se
alargaban o asumían contornos compactos,
diseñándose en figuras grotescas en risotadas, con
cabezas deformes y miembros mutilados o descomunales.
De vez en cuando, descendían, se arrastraban por
el piso como larvas gigantescas, balanceando los brazos simiescos
y batiendo las mandíbulas, cuyos ruidos llegaban al viejo
Malaquías como el sonar de matracas monstruosas o sonidos
de instrumentos desconocidos.
Algunas de esas sombras se arrimaban a los bebedores de
licor y – cosa original! – como que acoplando sus
bocas a los frecuentadores del salón, sorbían, con
ansiedad y a largos tragos el bouquet del licor de los
alcohólicos.
Otros, más diestros o más versados en la
técnica de servirse por sí mismos, tomaban de las
copas y sorbían la bebida; más, – qué
fenómeno tan desconcertante! – las copas
permanecían rebosadas
Malaquías comenzó enseguida, a observar a
todos los presentes y hasta las personas que pasaban por fuera en
la calle, cada cual traía su apéndice de luz o de
tinieblas. Cada uno revelaba a los ojos maravillosos del vidente,
su propia historia a través de un juego de luz
y/o sombra. Uno a uno, sin él saber, decía quien
era. Por lo tanto, algunos estaban cercados de fajas de luz que
se observaban como las cintas fulgurantes de las instalaciones
eléctricas.
Malaquías "adivinaba" los pensamientos,
leyéndolos en la tela mental de los individuos que le
cercaban, a punto de exclamar para sí mismo.
Mi Dios, como somos de imprudentes para pensar y para
desear, en el trabajar y en el vivir, en el conversar y en el
actuar y hasta en la escogencia de los compañeros y
lugares de diversiones! Somos un mundo desconocido! Con
tamaño patrimonio porque no valoramos los poderes del
alma, dentro del infinito colaborando con Dios, cooperando con
Jesús?
Tengo la impresión – prosiguió
Malaquías hablando para sí mismo– de que Dios y
Jesús nos quiere más como trabajadores de las
tareas divinas, de la resurrección de nosotros mismos del
sepulcro de la animalidad, que como serviciales inconscientes de
su voluntad!. Más que inmensa e infinita incapacidad de
identificación de los poderes del cielo, en nosotros, que
nos lleva a la preferencia de los caminos donde solamente nos
movilizamos sobre el látigo del dolor!
Malaquias adquiría tal poder de
penetración psíquica, tan basta clarividencia, que
no solo sorprendía imágenes mentales de mucha
gente, como igualmente exhumaba antiguos recuerdos de algunas
personas, bastándole para eso colocarse en oración
consoladora y constructiva.
Desde el fondo del salón repleto, vio pasar por
allá afuera en la claridad de la tarde soleada, una
señora de sorprendente belleza, trayendo prendido al
brazo, sin que por eso se sintiese incómoda, a una entidad
extraterrena, un hombre de media edad, de aspecto bestial y
lúbrico, que, con el otro brazo le hacía caricias
en el rostro ovalado y hermoso. Atrás, observó un
bando de muchachas, con el séquito de sus
adoradores "difuntos", que indiscretamente gesticulaban y se
reían con voluntad incoercible.
Una niña, acompañante de su madre,
conservaba a distancia un personaje repelente y feroz.
Cada criatura que le pasaba sobre sus ojos, se
hacía acompañar de sombras o de haces de luz
espiritual. En los carros, tranvías, buses y en los taxis,
una multitud de almas "del otro mundo" viajaban contentas y
satisfechas.
Imágenes y creaciones mentales se destacaban de
la casa mental de los transeúntes, de los cuales el viejo
Malaquías sometía a la verificación de su
naturaleza sentimental.
Veía aún entidades desencarnadas,
solitarias, erectas, abrumadas, llenas de orgullo, "paseando"
dándose su importancia por las calles transitadas de las
ciudades.
Fijaba cuadros repelentes y escenas
chocantes.
"difuntos" andrajosos y sórdidos, de cabellos
greñudos, barbas descuidadas, sucias y crecidas,
corrían de aquí para allí, por las calles,
como si se quisieran esconder de personas conocidas, con el fin
de que estas no le viesen los harapos y la miseria.
— no me concedió Jesús estas
sorprendentes facultades sin un objetivo
sagrado – monologaba, bajito el expresidiario.
No dudamos de la extraordinaria facultad de
clarividencia y audición del personaje central de
éste Romance, pues yo recuerdo, hace unos seis años
tal vez, tuve una experiencia aunque dolorosa, muy significativa
que en mis apreciaciones fue una contundente
lección
En aquellos tiempos, me lamentaba por no ser poseedor
de la facultad de clarividencia de manera más concreta y
permanente, pues esta facultad por lo regular me surgía de
manera fugaz e intermitente. Muchas veces sentí el deseo
de ser un clarividente más efectivo para poder suplir ese
servicio mediante las tareas mediúmnicas, debido a que,
poco se cuenta con la buena voluntad de médiumns
preparados para estos menesteres. Sin embargo, una noche
habiéndose presentado pequeña desavenencia con mi
compañera, resolví trasladar una colchoneta para
una alcoba del segundo piso para dormir allí aislado del
resto de los convivientes. Aproximadamente a la 1 de la
mañana, sentí una sofocante pesadilla que
después de unos minutos me hizo perder conciencia para
más luego verme platicando sexualmente con una mujer de
unos 30 años aproximadamente; persona que en mis tiempos
de juventud
hubiera conocido en la ciudad de Cali y que aquella vez me dijera
ser oriunda de la ciudad de Pereira. Sin demora reaccioné
apartándome de inmediato hacia mi cama, pudiendo conseguir
la incorporación al vehículo somático,
despertando hasta alcanzar el total estado
conciente, sin que por esto dejara de seguir observando y
escuchando las ocurrencias de la otra dimensión. Quise
verificar si se trataba en realidad de un sueño
ilusión, si en verdad era una vivencia en la otra
dimensión, o si realmente me encontraba consciente y
despierto. Para esto abrí muy bien los ojos, sin embargo,
seguía viendo y escuchando. Cerraba los ojos, no
había ninguna diferencia en la apreciación de los
fenómenos. Me sorprendió observar al lado de la
cabecera a otra mujer de mediana estatura de unos35 años,
que a ésta también distinguí en el ejercicio
de la prostitución por lo menos unos 30
años atrás aquí en la ciudad de Neiva;
ésta, entidad en actitud aparentemente amigable y
sonriente insistía en invitarme a participar de la misma
aventura. Aún más sorprendido determiné
salir a la azotea y sentándome en una jardinera apreciando
una noche de plenilunio. Aún no acreditaba que ese drama
yo lo estuviese viviendo ya de manera consciente. Puse
atención hacia los movimientos de la vía
pública cuya avenida es muy transitada durante el
día, y pude percibir la pasividad en el tránsito;
no dudaba que era de noche. Resolví volver a la alcoba.
Nuevamente las encontré en la misma actitud y con los
mismos propósitos. Me devuelvo de nuevo hacía la
azotea y determino ducharme con el fin de eliminar el estado
mediúmnico que por lo prolongado y nítido se
tornaba para mí bastante angustioso. Después del
baño, volvía a la alcoba convencido de que mi
estado psíquico había cambiado, pues no fue
así. Allí las damas estaban en la misma actitud
persistente. Resolví prender la luz, ya no las vi. Me
acosté de nuevo y buscando dormir cómodamente
apagué el alumbrado, en la penumbra nuevamente surge el
fenómeno de clarividencia. Otra vez me levanté para
sentarme en la jardinera considerando lo terrible que
sería para una persona ser clarividente perenne obligado a
encarar fenómenos de baja calidad
espiritual; y fue cuando también recordé que muchos
años atrás habiendo asistido a un centro de esos de
mediunismo donde los participantes son más espiriteros que
espiritas. Un individuo que había pasado a la mesa de"
ensayos" para desarrollar facultad psicofónica, le
oí hablar decepcionado por no sentirse invadido por
entidad alguna. Fue cuando yo en esos tiempos le dije: –
déle gracias a Dios que usted no cuenta en el momento con
esa sensibilidad, contrariamente, podría ser usted
también otro de aquellos tantos locos que observamos
deambulando por las calles.
Y fue pensando en todos los problemas de
mediumnidad de prueba y en la necesidad de la moralización
de los mediumns que se me pasó el tiempo hasta la llegada
de la aurora, cuya claridad se confundió con la
iluminación de la luna. Fue cuando por última vez
ingresé a la alcoba para verificar la presencia de las
entidades que ya no pude observar más. Ese día, me
mantuve muy impresionado y aprensivo, pues tenía temores
por una nueva noche en la que el mundo espiritual se pudiera
develar como en la noche anterior. Hube de orar mucho,
reflexionar y tomar aún más interés por el
estudio doctrinario y el mejoramiento personal.
Cuando Malaquias viajó en compañía
de Genoveva y Fabricio hacia la ciudad fronteriza llegando a las
trece horas aproximadamente, partieron rumbo a la zona rural de
ese municipio.
Nicolson, Belatriz, Silvano (padre adoptivo de Belatriz)
capataz de la hacienda, y algunos empleados de la casa, esperaban
al viajero, nadie llegó a juzgar, que Fabricio se hiciese
acompañar de otra persona que no fuese
Genoveva.
— cuando vieron descender a Malaquías, se
interrogaron mutuamente con las miradas.
Fabricio, entretanto da explicaciones par deshacer las
dudas.
— Padre, le presento al señor Malaquías
de Asís, viejo amigo que habiéndolo convidado
aceptó generosamente en venir a pasar un tiempo con
nosotros. No es solamente el amigo dedicado y fiel, es el maestro
acatado y bueno.
Nicolson lo miró rápidamente y
sintió que aquel viejo no le era nada
extraño.
— El señor no me es del todo extraño
– habló Nicolson. – sea donde fuere yo lo
conocí, empero eso no importa. Sea bienvenido a esta casa,
que de hoy en adelante también es suya. Si es amigo de mi
hijo, también de mí.
— es todo mi deseo – respondió
Malaquías humildemente.
Belatriz, mi futura esposa – continuó
Fabricio, en las presentaciones.
— Mucho gusto, señorita.
Hechas las presentaciones, se dirigieron todos para el
interior de la casa, donde Genoveva ya conocedora antigua de la
confortable residencia de Nicolson, indicó los aposentos
reservados a Malaquías. Después de ligera
conversación, cada cual se recogió en su cuarto,
para reaparecer nuevamente al oscurecer, en la hora de la
cena.
Nicolson era un hombre de un poco más de 50
años. Alto, robusto e insinuante, era el tipo
clásico del hacendado gaucho.
Estudiando la doctrina de los espíritus, hemos
podido comprender, que muchos de esos adinerados y secuaces en
constante prosperidad, son criaturas, malvadas, explotadoras,
despiadadas y, que muchos observando la suerte de estos
personajes, se confunden en cuanto a la justicia de
Dios, Pues no entienden que estos seres vienen avalados y
protegidos por las falanges de espíritus inferiores de
esas colonias de donde ellos pertenecen. Como uno de los ejemplos
clásicos tenemos aquí el caso de
Nicolson..
No olvidemos que en las sombras también hay
gobierno y poder;
desde luego un poder efímero temporal, pues solamente en
los planos de vida superior, la sabiduría la gran fuerza del
amor y del bien, imperan por toda la eternidad..
Silvano, un tipo vulgar,
Miraba, esforzándose por no tornarse
inconveniente para el viejo Malaquías.
Belatriz, la belleza Típica de la
farándula,. Morena, basta cabellera crespa de un negro
brillante, esbelta, elegante, de ojos grandes, vivos, y
provocadores, como toda una clásica modelo
trajeaba en la hora de comer, un vestido de lana de color pastel,
pies adornados con zapatos de color marrón con suela de
caucho, y los
cabellos recogidos por una cinta larga, de un rosado casi
blanco.
— Es una tentación esa criatura – dijo de
manera graciosa Nicolson, cuando Belatriz, por el brazo de
Fabrico daba entrada al comedor amoblado con lujos
sorprendentes.
— una belleza seductora – agregó el viejo
Malaquías, en forma discreta y educada.
— Ustedes me hacen perder a Belatriz, y me hinchen el
corazón de celos – respondió Fabricio,
sonriendo, feliz, y besando los cabellos negros de la novia
querida.
— Estoy en una corte de adoradores – dice,
sonriendo con un aire provocante,
mirando a todos, empero particularmente a Malaquías y
Nicolson.
— A pesar de todo, adoradores sinceros –
ponderó Nicolson, mirándola de manera
singular.
— Dices eso todos los días, desde la
mañana hasta la noche, papá – se
chanceó Fabricio, – y por más que lo diga, no me
cansaré de afirmarlo.
Genoveva, mujer diestra en el oficio, iba y
venía, solicita en el desempeño de su menester.
— Aprovechando un espacio, cuando los comensales se
empeñaban en una disputa amistosa sobre los asuntos
rurales, Genoveva, al pasar por el lado de Malaquias, le
susurró en el oído:
— no le dije?.
Malaquías comprendió la alusión.
Instintivamente, comenzó de modo discreto a leer la tela
mental de los presentes.
Nicolson estaba rodeado de una neblina oscura, pesada
que recordaba una nube de humo.
Belatriz se le contorneaba la cabeza graciosa, con un
círculo mayor, una espesa y sombría nube como
pastosa, a recordar una masa etoplasmática, dentro de la
cual se destacaba la cabeza horripilante de una entidad
vampírica que se servía del cuerpo y del plato de
Belatriz con avidez e insaciabilidad.
Fabricio tenía a su lado el personaje de una
criatura bondadosa y tierna. Lo envolvía en una luz dulce
y cariñosa.
Silvano, padrastro de "Belatriz", tenía a la
altura de sus hombros largos, un rostro indefinible de viejo, a
recordar la cabeza de un ave de rapiña
gigantesca.
Sombras de diversos tamaños se encontraban por
todas partes en las ventanas de la sala, o iban y venían
por toda la casa, como personas familiares al ambiente
doméstico de Nicolson.
Belatriz y Silvano, desde el compromiso de matrimonio de
Fabrico, se mudaría para la residencia de Nicolson, donde
eran obedecidos por los servidores
sujetos al genio
irracional, prepotente y dominante del hacendado cuyas
órdenes nadie discutía.
Ocupaban padre e hija, dos amplios dormitorios en el
primer piso de la casa. Permaneciendo en el segundo piso los
aposentos de Nicolson y Fabricio.
Silvano, capataz de la riquísima hacienda, por
ahora era aún conservado entre la peonada vulgar y
despreciada, como el virrey de aquella opulenta propiedad.
A su turno, se tornó de humilde y servil, como un
elemento malo, intrigante, arbitrario y vengativo.
Nadie en la hacienda lo toleraba, y en la rueda del
fuego, en la hora de reuniones, los trabajadores arquitectavan
planes violentos de ataques despiadados contra el orgulloso
gerente de la
estancia.
En un ambiente de tamaña heterogeneidad de
actitudes mentales, no era de extrañar que
Malaquías localizase aquí y allí verdaderos
focos de infección moral.
La atmósfera mental de aquella casa, si
así se puede decir, era pesada y asfixiante.
Malaquías la sintió tan pronto traspuso el
umbral de la hacienda.
Silvano, alimentaba sentimientos de codicia
indisfrasable.
Nicolson lo sabía. Más como tenía
como suya a la hija del capataz, siempre lo dejaba entregado a
sus sueños de grandezas irrealizables…Fue cuando
Fabricio se apasionó por Belatriz.
De balde, Nicolson procuró convencerlo de la
desigualdad del matrimonio, en perspectiva, menos por una
cuestión de interés económico y social, pues
pensaba en que le huirían las oportunidades inconfesables
por Belatriz.
De esta ya se utilizara muchas veces, oponiéndose
a los escrúpulos de los honestos, apelando al dinero que
le vertía de las manos criminales.–Fabricio, por eso
insistió.
Belatriz, que alimentaba la pasión sórdida
de Nicolson, aprovechándole el dinero, operó el
cambio entre padre e hijo, para hacerse dueña del
corazón generoso y confiable de Fabrico, con la triple
ventaja de la juventud, del dinero y del diploma.
Para una persona que viviera en los ranchos de
"Santafé", barriendo el patio, durmiendo en lechos de paja
seca, y alimentándose de las viseras del ganado
sacrificado en el predio, porque la carne de buena calidad se
destinaba para el patrón; el futuro que se le desdoblaba
era semejante a los cuentos de mil
y una noche, a los tesoros de Ali Babá o a la
lámpara maravillosa de Aladino.
Convirtierase en la novia del hijo, más por una
cuestión de política "de buen
vecino" avalada por Silvano, continuaba a alimentar la
pasión desesperada de Nicolson.
— Si no procedes así, se nos volará el
dinero, y se nos escapará la hacienda – le
aconsejaba Silvano.
Y sonriendo de un modo significativo:
— de otro modo, el viejo, no le es del todo
indiferente…
Belatriz sonría, más entregada a sus
pensamientos sepultados en los dobleces insondables de su
espíritu.
— ¿no respondes, hija?
— papá – endulzaba las palabras -, usted
es un hombre que ve el futuro – respondía, dando
retoques a la cabellera opulenta y perfumada, con requintes de
mujer bonita.
Como anteriormente nos enteramos, Belatriz,
venía de una colonia de seres perversos, tenebrosos, sin
embargo, los genetistas, cirujanos plásticos
y otros técnicos de las sombras se preocupan por arreglar
el aspecto de estas criaturas haciendo que se conviertan en
verdaderas modelos,
actrices, algo así como esas que conocemos promoviendo
todo aquello que sea frívolo, inmoral, pero que
embarnizado de modernismo y libertad, solamente sirven para
promocionar todo lo absurdo y miserable de esta humanidad
enloquecida, que busca hacer cultura con
los vicios, la sensualidad y todo aquello, que hunde a las nuevas
generaciones en la senda oscura de la
perdición
Sin embargo, aquellos estudiosos y sensatos,
sabrán distinguir la belleza virginal de la belleza
diabólica, pues la primera refleja en su rostro y sus
líneas corporales la virtud, mientras la segunda es
símbolo de sensualidad, vulgaridad, violencia desorden y
toda clase de vicios.
Cuando el sentimiento Cristiano penetre de manera
consciente en toda la humanidad terrestre, ya no tendremos
Laisas, Madonas, Michel Jackson, Marilin Monson, Luis Alfredos
Garavitos y otros tantos anticristos existentes en este mundo de
expiación y de prueba..
****
Para finalizar este drama tan instructivo, queremos
enterar al lector sobre el triste final de
Malaquías.
Meses más delante de la llegada a la hacienda
y ya habiendo contraído matrimonio Fabricio con Belatriz,
Silvano fue removido del cargo de administrador por
orden de Fabricio, debido al mal trato y las injusticias
cometidas con los trabajadores del predio. Es por esto, que
Silvano planea con Belatriz asesinar a Nicolson de una manera
confusa en la que no se despertaría sospecha sobre la
autoría del crimen. Es así que Belatriz le
insinúa a Nicolson un encuentro en un lugar
específico del cafetal donde se encontraba atrincherado
Silvano, logrando de manera certera clavar un tiro de revolver en
la cabeza del patrón, y minutos más luego, como
cosas del destino, Malaqíias llegó al lugar de los
acontecimientos, observó a Nicolson muerto y tendido en el
suelo, y
solamente encontrando un revolver a su lado, el que había
sido colocado de manera hábil sobre la mano de Nicolson
para aparentar muerte por
suicidio; sin
embargo, en esos momentos Malaquias recogió el revolver y
cuando lo examinaba en sus manos fue encontrado por Fabricio,
quien de inmediato lo acusó como el asesino de su padre.
Enfurecido le propinó una atroz golpiza a Malaquias y
luego lo reportó a la cárcel del poblado donde
allí permaneció cerca de un año esperando la
sentencia que más luego, le fue dictada con la pena
máxima de 30 años más, siendo remitido
más luego y de nuevo, a la cárcel de Puerto Alegre
donde había pagado ya una condena de 30 años.
Malaqíias llegó en condición de enfermo
pasando a ser atendido en la enfermería
del penal.
***
En cuanto el fatal y desdichado Malaquías
arrastraba su pesada cruz, recluido al lecho, la hacienda de
Nicolson, allá en la frontera con la
república de Argentina, estaba a cargo de Silvano y
Belatriz, la hermosa esposa de Fabricio, desde que este sacudido
por la tragedia espantosa, vivía apenas para las
alegrías del padre y para los recuerdos de los dolorosos
acontecimientos en que se envolviera el "criminal de las
coincidencias".
Al joven médico le costaba creer en la inocencia
de Malaquías, pues se mostraba tan evidente su culpabilidad,
que cualquier otra conclusión no le era lícito
pensar. Sin embargo, alguna cosa le decía en el
corazón que Malaquías era víctima de
tremendo error judicial. Allá en la cárcel
solamente contó con las frecuentes visitas de la buena
Genoveva. Mientras tanto, en la hacienda, surgió este
drama:
— Silvano – habló Fabricio – quiero
que colabore conmigo como colaboró con mi padre de buena
voluntad, sin disgusto y sin rencores.
Mire doctor Fabricio – dice Silvano, ya
encolerizado como preparándose, y fijando al interlocutor
con arrogancia -, dispenso de sus consejos y de su falsa
voluntad. Ya estoy harto de toda esta farsa, que el señor
viene representando junto de sus esclavos. No fui hecho para
Santo, ni para vivir de la piedad hipócrita de los locos
como usted.
–Eso es, papá! -, aplaudió rencorosa,
Belatriz.
— y quede consciente – prosiguió violento
Silvano, de que ya tomamos las medidas necesarias para que el
señor no continué a desbaratar el patrimonio de mi
hija, que, desgraciadamente tuvo la infelicidad de casarse con el
señor, antes se hubiese casado con su padre, como era de
su deseo y el mío.
A ese insulto al padre muerto, Fabricio, perdiendo el
control para los
nervios, avanzó para Silvano, gritándole,
miserable! Osas insultar la memoria de
mi padre?
Silvano, de manera rápida dio un salto, como el
tigre que estuviese listo para el ataque, desenfundó el
revolver, más lo hizo con tamaña infelicidad que
resbalándose en el cuero de la
res que los serviciales de la hacienda habían acabado de
correr para un lado, a un paso, Silvano fue a caer boca bajo,
sobre el cuchillo acerado con que el matarife destrozaba el
animal abatido, el cual en aquel instante lo levantaba de punta
para arriba con el fin de cortar un pedazo de carne para el
habitual churrasco del medio día..
Silvano, con el vientre abierto, soltó más
que un gemido, un berrido desesperado, y rodó en el piso
de un lado para el otro, arrastrando en su caída al
carnicero que aseguraba el cuchillo homicida. Alguien tuviera la
impresión de que el despostador asesinara a Silvano, tal
la seguridad con que manejaba el cuchillo largo y
afilado.
El espectáculo aterrorizaba a todos por lo
imprevisto y por la brutalidad de la escena.
Fabricio corrió para Silvano, y pidiendo que le
trajesen el material indispensable, transportó al herido a
su propia cama, donde como médico hace las curaciones de
urgencia, hasta que la ambulancia de la hacienda fuese provista
de combustible para conducir al herido al hospital de la
ciudad.
Empero estaba escrito que Silvano no resistiría
por la gravedad de la herida.
Convencido de que iba a morir, miró demoradamente
para Fabricio, y con dificultad en presencia de más de 10
trabajadores, habló entre lágrimas.
— perdóneme doctor yo soy un demonio. Ahora
sé que vine de lejos, sembrando muertes, practicando
crímenes… acusando inocentes….
Fabricio no hablaba, Pensaba que, el paciente
está delirando.— decía entre sí
Empero Silvano continuó: – me recuerdo de muchas
cosas, un horror…!, allí estaba Belcebú y
todos los demonios del infierno.
Y desorbitando los ojos, desmesuradamente
confesó:
— allí está el Nicolson a quien yo
maté… allí! Él viene a matarme con
una lanza…por haber dejado que condenase al viejo
Malaquías… Malaquías, ese nombre no me es
extraño… yo ya lo oí, hace muchos
años… hace tantos años… a
dónde sería?.
Silvano, – gritó Fabricio en el auge del
desespero – Silvano! Diga quien fue el que mató a mi
padre!
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