En medio de este derrotero, el amor, pero
el amor sublime,
esa luz del
espíritu que se niega a la bastarda costumbre de consumir
los sentimientos como bienes
gananciales.
"Evita… " es, además, una historia de violencia,
sexo y
muerte-como
sabemos, excluyente trilogía de la idiosincrasia literaria
española-eje sustancial de la impronta de sus
protagonistas.
Aglutinando todo – como una inasible niebla -, se
percibe la ominosa presencia de un poder mundial
encubierto; un supra-gobierno de las
sombras denunciado por el autor, como una especie de hermandad
secreta que controla y manipula la vida con propósitos
elaborados con precisión de laboratorio.
Eduardo Gudiño Kieffer
Capítulo I: Bach, la muerte y
los cuentos
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del
pasado.
El viento del Oeste bate los riscos de la lejana
cordillera y se cuela a través de la calle solitaria.
Escucha su presencia sibilante sobre los techos de las casas; lo
imagina un bisturí helado sobre cada uno de los
piqueteros que a esa hora mantienen cortada la
ruta.
Por momentos, tiene la impresión que los
espíritus de los incas muertos
rondan en la penumbra de la pieza, aunque sabe que las osamentas
de los antiguos moradores del imperio se corroen entre el
detritus, debajo de las plantas de sus
pies.
Detrás de la ventana de la cocina, Gregorio
Alonso Lama siente que los pasados fantasmas de
la muerte adquieren identidad en
las figuras desdibujadas e inasibles de los seres desaparecidos.
Muertes sin velorios ni entierros. Muertes virtuales sin
el consuelo cristiano del abrazo final o la fraternal palabra de
despedida; llevando como pesada mochila en el espíritu,
cada uno de los imaginarios ataúdes, velando, sí,
velando sólo él a esos muertos sin
certificado, todos los días, a lo largo de los
últimos 25 años de su vida.
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del
pasado.
Desde el grabador, la Toccata en Re de Juan
Sebastián Bach torna más dramáticos los
dramáticos recuerdos; por momentos también, los
fantasmas de sus hermanos y de Alejandra, se instalan en
algún intersticio de su cerebro,
fagocitados por la presencia activa de su memoria. Los
presiente detrás de él, de pie sobre uno de
los flancos de la mesa del comedor, aguardando el ritual del
encuentro obsesivo y repetido. Entonces – como una forma de
burlarse de la muerte-, su propio diagrama
verbal descolgará en silencio sus mensajes, hasta el
instante preciso en que las sinapsis neuronales se abran para
generar el sonido imaginario
que los muertos ya no pueden emitir.
A tono con el entorno melancólico, el cargo de
conciencia se
hace presente con el pase de factura
repetido: "si yo no hubiera entrado al movimiento
montonero, ustedes estarían con vida". Pero al igual
que otras veces, resultarán inútiles los descargos
de sus hermanos a favor de su inocencia: Matías, acotando
su militancia en un grupo
político de la Facultad, y María, señalando
que a ella la tenían marcada desde el momento en
que empezara a alfabetizar ? a través de campañas
de esclarecimiento político- a los habitantes de la villa.
Sólo Alejandra parecía congraciarse con los
reproches, manifestando en su dura mirada lo que él no se
atrevía a decir desde aquella noche en que Ellos la
habían chupado en los pasillos del teatro
Colón.
Llueve.
Han vuelto a él los muertos del
pasado.
Cierra los ojos. Alejandra y sus hermanos vuelven a las
tumbas virtuales que el cerebro ha instalado en su memoria. Sabe
que cuándo abra los ojos, aparecerán frente a
él los otros muertos, los reales; los muertos velados y
enterrados: su abuelo orensano- republicano y
justicialista-, el de la increíble historia de amor con
Evita; su queridísimo padre, orensano también pero
franquista, ambos, como partes opuestas de aquella vieja España
citada en los versos de Machado.
Ve a su madre sentada a la mesa; el rostro sereno
y la mirada luminosa, pese a que su frágil figura se ha
ahuesado por culpa de los malditos eritrocitos que le han
envenenado la sangre.
"-Tienes que darte paz, hijo. Debes perdonar como yo a
los que se llevaron a tus hermanos y a Alejandra"
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del
pasado.
¿Cuántas veces había hablado
con su madre después de muerta? ¿Cuántas
veces la frase textual – sello de un corazón
extremadamente generoso-, se había abierto paso en su
atormentada psiquis? Bálsamo inútil para él,
incapaz de comprender semejante grandeza moral. Mucho
menos las frases del remate que aún se resisten al olvido
en una amarillenta carta que tiene
entre sus manos, una de las pocas recibidas durante su exilio en
Estocolmo. Lee: "Sé que es difícil de aceptar,
pero en gran medida no somos responsables de nuestros actos. La
maldad y la bondad condicionan nuestra conducta,
según el código
genético que la naturaleza nos
ha asignado, hijo. Mozart puede
convocar de manera sublime a un espíritu, pero puede
resultar indiferente a otro. Y ambos son espíritus
humanos. De la misma manera, algunos se horrorizan frente a un
crimen, y otros- como Josef Menguele, por ejemplo- pueden
convivir cotidianamente con él, incluso con la
convicción de que están realizando una tarea en
aras del bien común. Eso explica la falta de
remordimientos; ni siquiera el mínimo cargo de
conciencia.
Por alguna razón misteriosa, esos
espíritus insensibles (de acuerdo con el patrón de
nuestro pensamiento),
están desamparados por la misericordia. Recuerdo que a
propósito de esto, tu abuelo siempre se quejaba del
Creador: " ese cabrón de Dios es el culpable de traer
mal paridos al mundo. Mira hija: a ti no te entiendo. Entre tu
devoción cristiana, tus estudios de teosofía, y
esos libros de
antropología que os tienen en vela muchas
noches, se te ha distorsionado la realidad. Según tu
manera de ver las cosas, no existen los culpables.
¡Coño! Nadie es inocente de sus actos. Los hijos de
puta son hijos de puta y saben lo que hacen cuando el mal les
corroe el corazón". El mal les corroe el
corazón… Ya ves hijo mío; tu abuelo comulgaba
con la verdad, sin que él mismo tuviera noción de
la misma".
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del
pasado.
Siente cada gota de lluvia como parte de las incontables
lágrimas derramadas en silencio: en Buenos Aires,
antes del exilio, cuando aún no estaba muerta la
esperanza; cuándo aún era posible que sus hermanos
y Alejandra, pudieran aparecer un día por la casa
dónde el dolor ya velaba anticipadamente las
desapariciones definitivas de sus queridos muertos.
Lágrimas de vergüenza y dolor derramadas
frente a Ernesto
Sábato, en aquella esperanzadora entrevista en
la Comisión Nacional del "Nunca más".
Lágrimas lloradas y derramadas antes en Estocolmo,
sólo en la habitación, contemplando las heladas
aguas del Báltico, o compartiéndolas con algunos de
los otros exiliados latinoamericanos. Lágrimas
también a su paso fugaz por Barcelona, y lágrimas
al fin, en el Madrid de la
Cibeles, durante incontables tardes en que se sentaba, solitario,
en cualquiera de las tascas que se cruzaran en su
camino.
Gregorio Alonso Lama pliega las arrugadas y amarillentas
hojas de la
carta.
Siempre había pensado que su madre
pertenecía a una categoría exclusiva y casi
incognoscible del pensamiento y el sentir humano. Y si bien en
cierto sentido compartía su visión
escatológica – en el caso de ella, con el contrapeso de la
redención en Cristo-, le resultaba inconcebible el hecho
de que una madre pudiera perdonar a los asesinos de sus propios
hijos. Y no por falta de amor hacia ellos precisamente. Todo lo
contrario: las lágrimas de su madre podrían
haber inundado la habitación de la vieja casona de la
calle Mendes de Andes; sólo que era un amor diferente, sin
raíces pegajosas y viscerales; amor de entrega pero a la
vez, de absoluto y sublime desprendimiento. El mismo
desprendimiento que la llevó a pedirle que buscara la
salvación del exilio, antes que Ellos vinieran por
él.
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del
pasado.
Pero sabe que no transará jamás con
los infames sicarios del Imperio; con los militares que
habían deshonrado a San
Martín, con civiles y soldados que hablaban de la
defensa del mundo occidental y cristiano, cuándo en
realidad- ahora lo comprendía muy bien -, la gigantesca
redada de la muerte no era más que otra de las acciones del
terrorismo de
Estado, a
instancias de un plan de
dominación impuesto por las
grandes corporaciones industriales y financieras: Un
supra-gobierno de las sombras, que se manejaba con absoluta
libertad
política,
controlando incluso a los propios líderes políticos
del llamado Primer Mundo, gerentes todos al servicio de
los intereses opresores de siempre :homo homini, lupus
est.
No; él no transaría jamás con los
postulados sentimentales y clericales del perdón. Ni
olvido ni renuncio de venganza.
Llueve.
Han vuelto por él, los muertos del
pasado.
Un cuarto de siglo después, las lágrimas
ya se han vuelto pastosas; se retuercen en las cuencas de los
ojos como perlas diminutas, endurecidas por el clima destemplado
de ese ignoto paraje salteño en el cual ha recalado como
corresponsal de prensa de
medios
españoles para cubrir periodísticamente un nuevo
fenómeno social llamado piquetero.
El viento golpea las celosías y se filtra por los
orificios y hendijas de puertas y ventanas; el mismo viento
desolado que acompañara su infancia en
medio del paisaje húmedo de su Galicia natal.
Aún se percibe en el aire el olor a
pólvora y azufre que unas horas atrás ha desatado
la violencia represiva. Como antes. Como siempre.
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del
pasado.
Bach gime entre fusas y corcheas su dolor y su
esperanza, la otra impronta ancestral escrita en los genes de la
raza.
Acaba de despachar a través del correo
electrónico, la primera crónica sobre las
violentas protestas sociales.
Necesita un respiro.
Llueve.
Han vuelto a él, los muertos del
pasado.
Se sienta a la mesa. Tiene ante sí, la carpeta
con los primeros cuentos
terminados para enviar al concurso literario en España,
como parte de su vieja profesión de escritor tantas veces
postergada.
Desde la ruta, los gritos piqueteros han comenzado la
ronda de la noche. Otros muertos. Otras
lágrimas.
Es hora de empezar a leer a modo de repaso.
(Fin capítulo I)
Autor:
José Manuel López
Gómez
El autor agradece comentarios de la obra a:
lopezgomez7[arroba]hotmail.com
Página web del
autor: www.sanesociety.org/es/JoseManuel
Para bajar la novela o
adquirir edición
impresa: www.lulu.com/content/660535
Anexo: Nota al Autor realizada por el Diario Argentino
Clarín, el miércoles 16 de Marzo de
2005.
(Imagen en
archivo
adjunto).
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