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Don Vasco de Quiroga



Partes: 1, 2

    1. Misión y
      civilización
    2. Don
      Vasco de Quiroga (+1565)
    3. Carta
      de la reina Isabel
    4. Dificultades
      abrumadoras
    5. Pueblos-hospitales
    6. Una
      utopía cristiana
    7. La
      región rebelde de Michoacán
    8. Pacificación
      de Michoacán
    9. Primer obispo de
      Michoacán (1538)
    10. La
      sede episcopal de Pátzcuaro
    11. El
      Seminario «Colegio de San
      Nicolás»
    12. Fundador de
      pueblos cristianos
    13. «Información
      en Derecho», y en amor
    14. Reglas y
      ordenanzas de los pueblos-hospitales
    15. Muerte
      pacífica
    16. Santa Fé
      de La Laguna

    Don Vasco de Quiroga fue sin duda alguna el personaje
    más importante e influyente para la historia de Pátzcuaro
    a principios de
    la época colonial. Nació en la villa Madrigal de
    las Altas Torres en España.
    Fue instruido como abogado. Este hombre sabio y
    dedicado llegó a la Nueva España en el año
    1531, a la edad de 60 años y como miembro de la segunda
    Audiencia, un cuerpo administrativo y judicial enviado por la
    corona para gobernar la colonia. Dicho grupo fue
    comisionado para organizar el territorio y reparar el daño
    hecho por la primera Audiencia, presidida por el inescrupuloso
    Nuño de Guzmán, quien fue capaz de utilizarla para
    obtener el poder y
    control que luego
    aplicó en su beneficio personal. Fueron
    las noticias de la
    llegada de la segunda Audiencia las que provocaron la brutal
    estampida de Guzmán hacia lo que ahora es
    Michoacán.

    Dos años después de su llegada, en 1533,
    don Vasco de Quiroga organizó su primer pueblo
    experimental llamado Santa Fe de México,
    nombrado así por su ubicación cerca de la ciudad
    capital. En
    ese mismo año fundó otro en la ribera del Lago de
    Pátzcuaro y lo llamó Santa Fe de la Laguna, lugar
    que puede ser visitado y admirado aún en la actualidad.
    Posteriormente fundó los hospitales de Tzintzuntzan,
    Pátzcuaro, Uruapan, Acámbaro y Cuitzeo. Este tipo
    de comunidades fueron esencialmente centros para peregrinos
    provenientes de otros lugares del país.

    Siguiendo su nombramiento como el primer Obispo de
    Michoacán, hacia 1538, don Vasco tuvo la oportunidad de
    llevar a cabo plenamente sus intenciones de rehabilitar a los
    Purhépechas y elevar sus niveles de vida y cuidados. Sus
    planes incluían el reforzar las comunidades, en las cuales
    la tierra
    pertenecía a todos y cada familia
    tenía su propia vivienda y parcela privados. La labor en
    los campos y granjas comunales se realizaba de manera rotatoria,
    lo que permitía a los indígenas ser autosuficientes
    y a la vez tener tiempo libre
    para recibir instrucción y práctica espiritual,
    también para trabajar en industrias
    especializadas, a través de las cuales podían
    negociar mutuamente.

    Así, don Vasco – luego mejor conocido
    cariñosamente entre los nativos como "tata" (papá)
    Vasco – continuó estimulando a los desmoralizados
    Purhépechas para formar comunidades y desarrollar
    diferentes actividades en cada una. No pasó mucho tiempo
    antes de que cada población se dedicara a un determinado
    producto o
    artesanía, enriqueciendo algunas de las técnicas
    introducidas por "tata" Vasco con las propias técnicas
    prehispánicas y viceversa. Aún ahora y a
    través de los siglos es posible admirar el policromado de
    las lacas de Uruapan (cuya técnica es
    prehispánica), escuchar el rítmico golpear de los
    marros que forjan el cobre en Santa
    Clara (hoy Villa Escalante). Es más: en algunos de los
    comedores más elegantes de nuestro país y del
    extranjero se sirven las viandas en la finísima loza de
    Patamban y los excelentes trabajos que se realizan en madera y
    cerámica dan vida a la decoración de
    miles de hogares en muchos lugares del mundo.

    Don Vasco de Quiroga murió en la ciudad de
    Pátzcuaro el 14 de marzo de 1565 a la edad de 95
    años, con lo que se cerró uno de los más
    importantes capítulos de la historia de Michoacán,
    pues a su muerte la sede
    de la diócesis fue transferida a Valladolid, ciudad
    favorecida por los virreyes para convertirse en la nueva capital
    de la provincia.

    Sus restos descansan ahora en la Basílica de la
    Virgen de la Salud, que el mismo
    fundó en Pátzcuaro. Según la creencia de los
    naturales de la región, el espíritu de "tata" Vasco
    aún se percibe por los lagos, valles y montañas de
    esta tierra que
    tanto amó.Ha habido pocas personas a través del
    tiempo que hayan logrado tanto en lo que pudiéramos llamar
    el "ocaso" de la vida. La veneración que el pueblo
    Purhépecha prodiga a don Vasco hace de él mucho
    más que una figura del pasado histórico. Su
    memorable ejemplo, las instituciones,
    especialidades y comercio que
    él creó aún persisten y se han enriquecido
    de diferentes maneras, lo que hace de este hombre, alguien fuera
    de lo común, que forma parte de un vivo
    presente.

    Misión y
    civilización

    En su libro Misión y
    evangelización en América, Pedro Borges pone de
    manifiesto tres cosas muy importantes: Primera, que en las Indias
    el esfuerzo evangelizador fue siempre acompañado por un
    denodado esfuerzo civilizador, según el cual se adiestraba
    a los indios en letras y oficios diversos, tratando de elevarlos
    a formas de vida personal y comunitaria más perfectas.
    Segunda, que ese empeño civilizador no trató de
    hispanizar al indígena, sino de introducirlo en una
    civilización mixta. Y tercera, que toda esa obra educadora
    de los indígenas fue directamente destinada a la fe, pues
    estaban convencidos los evangelizadores de que un cierto grado
    mínimo de elevación humana era condición
    necesaria para el cristianismo.

    En 1552 escribía al respecto Francisco
    López de Gómara: «Tanta tierra como tengo
    dicho han descubierto, andado y convertido nuestros
    españoles en sesenta años de conquista. Nunca
    jamás rey ni gente anduvo y sujetó tanto en tan
    breve tiempo como la nuestra, ni ha hecho ni merecido lo que
    ella, así en armas y
    navegación, como en la predicación del santo
    Evangelio y conversión de idólatras; por lo cual
    son los españoles dignísimos de alabanza en todas
    las partes del mundo. ¡Bendito Dios, que les dio tal gracia
    y poder! Buena loa y gloria es de nuestros reyes y hombres de
    España, que hayan hecho a los indios tomar y tener un
    Dios, una fe y un bautismo, y quitándoles la
    idolatría, los sacrificios de hombres, el comer carne
    humana, la sodomía y otros grandes y malos pecados, que
    nuestro buen Dios mucho aborrece y castiga. Hanles también
    quitado la muchedumbre de mujeres, envejecida costumbre y deleite
    entre todos aquellos hombres carnales; hanles mostrado letras,
    que sin ellas son los hombres como animales, y el
    uso del hierro, que
    tan necesario es al hombre; asimismo les han mostrado muchas
    buenas costumbres, artes y policía para mejor pasar la
    vida; lo cual todo, y aun cada cosa por sí, vale, sin duda
    ninguna, mucho más que la pluma ni las perlas ni la plata
    ni el oro que les
    han tomado, mayormente que no se servían de estos metales en
    moneda, que es su propio uso y provecho, aunque fuera mejor no
    les haber tomado nada» (Hª de las Indias, I p., in
    fine).

    Y en 1563 decía Martín Cortés al
    Rey en una carta: «Los
    frailes, ya V. M. tiene entendido el servicio que
    en esta tierra han hecho y hacen a Nuestro Señor y a
    Vuestra Majestad que, cierto, sin que lo pueda esto negar nadie,
    todo el bien que hay en la tierra se debe a ellos, y no tan
    solamente en lo espiritual, pero en lo temporal, porque ellos les
    han dado ser y avezádoles a tener policía y orden
    entre ellos y aun obedecer a las audiencias» (+P. Borges,
    Misión VII).

    Pues bien, uno de los modelos
    más perfectos en México de esta acción
    a un tiempo civilizadora y evangelizadora lo hallamos en don
    Vasco de Quiroga (ib. 97-103). Éste fue el primer obispo
    de Michoacán.

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