Las máscaras cuestan mucho porque son ineficaces
para evitar realmente el dolor; sólo lo desplazan o lo
postergan para, al final, hacerlo más grande.
Este proceso genera
una percepción
negativa del mundo y de la vida, que se autosostiene en el
inconsciente y se retroalimenta con las experiencias que por
sí mismo sigue generando. Como resultado, la felicidad y
el disfrute se reducen a momentos esporádicos y
transitorios, por la necesidad de estarse cuidando y defendiendo
de un enemigo imaginario.
Este enemigo es el recuerdo del dolor del pasado y la
consecuente hostilidad propia, proyectados en las personas del
presente, a las que casi nunca nos permitimos conocer de manera
realista. Si pudiéramos resumir en un problema
característico a todas las complicaciones en el
área de las relaciones
humanas, quizá la falta de autenticidad sería
lo bastante representativa.
Usualmente las personas a quienes se acaba de conocer,
nos representan un cúmulo de recuerdos, expectativas,
prejuicios y conflictos
inconscientes, mismos que condicionan la calidad del trato
y la convivencia prácticamente desde el momento mismo en
que las relaciones inician.
En las relaciones al paso del tiempo, los
problemas
típicos proceden de malos entendidos, de suposiciones
erróneas, de cosas que alguien esperó del otro
aunque este jamás las hubiera planteado; de situaciones
que simplemente se dieron por sentado. Al paso del tiempo, la
gente se da cuenta de que en realidad no se conoce entre
sí a fondo; o lo que es peor, que no se conoce a sí
misma. Comprende que creyó cosas de alguien por mera
suposición.
El contexto de las relaciones de pareja, debido a la
inclusión de la esfera de intimidad personal, es el
que más riesgos supone
para el equilibrio
afectivo de los participantes. Inicialmente es
característica la presencia de intensas ilusiones y
expectativas tanto conscientes como encubiertas, pero al igual
que estas, también surgen y se activan defensas y temores
profundos: emociones que
pasan desapercibidas generalmente.
Si algo contamina de manera severa una relación
amorosa, son las luchas por el poder y el
dominio de uno
o ambos miembros, aunque estas peleas suelen aparecer disfrazadas
como preocupación o interés
elevado por el otro.
El control, la
supervisión, los reclamos y las exigencias,
van sustituyendo poco a poco a los momentos románticos y
placenteros.
La confianza inicial va siendo desplazada por la
sospecha de infidelidad, por el miedo al abandono, a la
pérdida del otro como si fuera una posesión; la
libertad de
las decisiones se restringe y las necesidades mutuas dejan de ser
escuchadas entre si.
Las propias debilidades son inconscientemente
proyectadas en la pareja, y lo que empezó como un acto de
amor se
transforma en una relación de dominio y control, en donde
los sentimientos genuinos de afecto, se restringen como
sinónimo de debilidad, y las máscaras se apoderan
de la escena.
Además de las máscaras, también han
aparecido los miedos más profundos que permanecían
sumergidos tras una aparente actitud
desenvuelta y despreocupada.
Así podemos entender que la falta de autenticidad
o las máscaras, y los intentos de control y dominio,
esconden algo muy poderoso: el miedo. Miedo a
perder al otro, a que su amor se acabe, a ser engañados o
a ya no ser tan importantes para la pareja.
El dominio y las exigencias acaban por destruir la mayor
parte de las relaciones de pareja, según las estadísticas sobre divorcio y
desintegración familiar. Un miedo intenso dirige esta
conducta
controladora. Entonces cabe preguntarnos ¿Qué es lo
que hace tan poderoso a este miedo en los seres humanos?
¿Qué lo origina y cómo puede ser tratado? El
único camino posible es de regreso.
Retornar a la esencia, soltar lo que no somos,
despojarnos de las máscaras, vivir sin la paranoia
de estar defendiéndonos de la gente, atrevernos a
ser nosotros mismos, soltar el conformismo, dejar de pedir
limosnas emocionales, dejar de mendigar el afecto y percibir la
felicidad como un asunto interior que ya ha sido dotado en el
espíritu mismo.
Necesitamos del silencio y la autoobservación
constante para no vivir detrás de las costosas
máscaras de las apariencias, dejar de vivir para darle
gusto a los demás.
En ese camino del autodescubrimiento, y donde participa
el terapeuta humanista, la persona aprende a
darse cuenta de que nada puede realmente hacerle daño,
de que el sufrimiento es creado y permitido por la
mente.
Aprende sobre todo la experiencia más grande que
puede ser comprendida: el Espíritu Humano es
Indeformable.
Bibliografía sugerida para
consulta: El Proceso de Convertirse en Persona, Carl
Rogers, Editorial Paidós. / Autoliberación
Interior, Anthony de Mello, Editorial Salt Terrae. / Rompe el
Idolo, Anthony de Mello, Editorial Salt Terrae / Dentro y Fuera
del Tarro de la Basura, Fritz
perls.
Autor:
Lic. Gabriel Rubio Badillo.
Lic. en Psicología – Director
de la Asociación de Psicología Humanista
Integrativa
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