El manejo de
materiales radioactivos y el valor
impreciso de las pruebas
psicológicas
En el año de 1962 (durante la "Crisis
Cubana"), yo servía como Oficial Médico-Psiquiatra
para la Estación y la Base Naval, en Charlestón,
South Carolina.
La Base Naval, era una instalación gigantesca, en
la cual se alojaban varios comandos navales,
anfibios y un astillero. Los comandos más notables eran
los de un Escuadrón de Submarinos Nucleares armados con
los Proyectiles Teledirigidos Polaris, los del
Escuadrón de Barreminas para la Flota del Atlántico
y servirle como Puerto de Origen a la más revolucionaria
de las embarcaciones que, en aquellos tiempos, pertenecían
a la Armada Norteamericana: la fabulosa Fragata Nuclear USS
Bainbridge. El Oficial Médico asignado a esa nave y yo
nos hicimos amigos, se llamaba Harold (Hal) Compton, nativo de
Kansas.
Harold, me informó una mañana, que yo
había sido elegido para participar con él en un
curso intensivo en, lo que se llamara ABC Warfare
(Atomic Bacteriologic and Chemical Warfare) o
Guerra
Atómica Bacteriológica y Química.
No siendo, oficial de carrera en la Marina de Guerra
Norteamericana, mi selección
para este curso me llenó de sorpresa — pero, de la misma
manera, me atraía el prospecto de aprender algo
nuevo.
Muy poco tiempo
transcurriría desde que el curso se clausurara, para que
yo entendiera la razón por la cual a mí se me
hubiese entrenado en este tipo de conocimiento.
USS Bainbridge CGN 25
Sin tener parámetros existentes (porque entonces
aun no los habían) para lo que me habían
encomendado cumplir: yo debía de entrevistar a
miles de marineros, con el propósito de
administrarles cualquier examen psicológico, que
yo considera juicioso, para evaluarlos del modo más
efectivo y práctico, para eliminar tripulantes de buques
(enlistados y oficiales) quienes en mi opinión
psiquiátrica no deberían ser asignados a un
navío equipado con armas
nucleares.
El
dilema
En cierto modo yo tenía que asumir una responsabilidad extraordinariamente grave en sus
complejidades. En mis manos se habían depositado el
destino de las carreras de aquellos miembros de la Marina, a
quienes yo eligiera rechazar. Un rechazo en el dossier de
cualquier personal naval
significaría que las oportunidades de avance en su carrera
habrían terminado efectivamente. Además de eso,
había otro asunto de mucha mayor relevancia; este siendo
el hecho de que si yo permitía que alguien quien no
pertenecía entre los rangos de esta elite militar
permaneciera a bordo de una de esas naves, que el potencial para
la pérdida de vidas sería, verdaderamente, tan
serio como realista.
Muchos meses pasaron para el cumplimiento de esta tarea.
A medida que yo examinaba más individuos, mis habilidades
de discernir crecían. A veces, tuve que entrevistar de
nuevo a candidatos cuyas respuestas no me dieran sosiego;
mientras que en otros casos, las acciones
mismas de algunos aspirantes (como fuese el acto de alguien
pegarle fuego a su propio colchón a bordo de su buque) me
ayudarían a resolver mis dilemas en esta situación
tan especial.
Hasta este mismo momento, aun me da pena cuando tuve que
recomendar que se le diese de baja a un oficial de carrera,
graduado de la Academia Naval de Anápolis, cuando me lo
refirieran por haber sido reportado durmiendo cuando debía
de estar de vigilia. Este capitán de corbeta sufría
de depresión
un "pecado" intolerable para los militares de esos
días.
Fue también, cuando comenzara a involucrarme en
los conocimientos y en el estudio de las teorías
que se usaban entonces y que se utilizan hoy, para tratar de
predecir y para pronosticar el curso de los comportamientos
humanos.
Página siguiente |