El amor no es
una epidemia, el amor no es un
hábito, quizás el amor sea una rosa y un clavel,
una amapola,
un cundeamor, una flor amarilla del
camino…
La seducción es la tarea favorita del ser humano,
en permanente celo, sin su ejercicio y ejecución no
tendría sentido la vida ¡Vive la différence!
dicen con erótica razón los franceses, esos francos
que tienen el gallo como símbolo de patrio orgullo
ancestral. El jactancioso gallo galo canta cococorico y no
kikiriki como los pendencieros gallos de Carora porque el
calor y el
diablo alteran todo, hasta la onomatopeya, incluyendo
también las hormonas de
hombres y mujeres que sólo se reconocen mujeres y hombres
en la cópula bienvenida, en el orgasmo compartido, en el
coito que diferencia e integra a la vez.
Francisco nos traslada con reales y vividas imágenes,
sin metáforas pudibundas, sin parábolas puritanas,
sin alegorías mojigatas, a una sexualidad
ajena y personal que pone
sobre la página saliva, sudor y semen cuado de sexo puro y
simple se trata, así como candor, inocencia e
ilusión cuando es un adolescente enamoramiento el
conductor de sus letras. Amor con sexo, sexo sin amor, ejercido
por un gallo inconfundible, con G mayúscula, acicalado con
doradas espuelas y soleadas crestas que adornan sus galantes
dotes de caballero andante, y sus recias habilidades de jinete en
la montura de su negro caballo moteado y de las incontables
mujeres de diferente sabor de boca, tamaño de pie y
color de tez que
bien hablan de su canto cumplidor en corrales criollos y de
ultramar.
Conoce el escritor que en sus recatados caseríos,
en las reducidas comarcas, en las menguadas villas interioranas,
el sexo, su placer y su disfrute, el personal y el de
contárselo a los demás compinches que escuchan
embobados las aventuras sexuales reales e imaginarias del
adolescente fanfarrón, es una sucesión de actos que
va in crescendo: se inicia con la candidez de la
imaginación, continúa con la reiterada paja,
aumenta con el polvito fugaz con las puticas del pueblo y se
consolida con el orgasmo adulto con la puta de verdad, la sabia y
sabida, la amiga y respetada como tal, antes de ser oficio
plenamente conocido para ser ejercido con maestría con
cualquier hembra aquende o allende.
Dejemos que la pluma de Francisco sea esta vez la chula,
la alcahueta, la pantalla de de nuestro voyeurismo, de esa
curiosidad malsana, pornográfica sin dudas.
- La imaginación de la cópula:
Figurando la relación con la hembra comienza la
práctica del sexo: "Francisco liquida el
sueñito y sacude la perecita, cuando el brazo derecho se
libera de su oficio de almohada y su brazo izquierdo resiste la
tentación de conducir la mano a la ingle, a esa palomita
lampiña, como una tripita estirada, el cuello y el pico
de una tortolita con sus dos huevitos en el nido, entre las
piedras calientes del segundo patio, donde las tortolitas se
picotean, se tocan las alas, se jurungan las plumas y hacen sus
cositas para poner huevos en sus nidos donde nacen los
pichones." - La paja: Ampliamente practicada por adolescentes
y adultos sexualmente estimulados por un sueño, una
imagen, una
lectura, un
recuerdo, una conversa, unas ganas momentáneas, un
picón, una teta de mujer, un
vellón púbico, unas nalgas paraditas,
también conocida como Manuela, la puñeta, o amor
propio en las comarcas carorenses y cuiqueñas, en todo
el país, es el recurso más literalmente a mano
con que cuenta un apasionado varón púber e
inexperto como Francisco, a fin de catequizarse en la muerte
pequeña del orgasmo: "– Chelena me enseña
las piernas, Antonio. – ¿Y el culo no te lo
enseña? – ¿Cuál es el culo?, vale. – El
culo, pendejo, cuál va a ser pues. – Tú dices las
nalgas blanquitas de Chelena. – No, chico, el culo es lo de
adelante, por donde se coge a las mujeres ¿tú no
has cogido a Chelena? – No vale, cómo me la cojo, yo no
sé coger, Antonio, por eso me hago la paja de noche, en
el patio, cuando Chelena me deja verla desnuda. – Y Chelena
deja que la veas desnuda, en el patio, ah diablo, y no te
descubren en la casa. - Las puticas: Orgulloso y conocedor informa el
Jefe Indio de la cuerda de Francisco en la villa: "las putas de
Carora son las siguientes, en primar lugar, la Vieja Zoila que
cobra un fuerte por fila de a diez, Dorita Lameda que hace la
paja gratis en el cine
Salamanca a todo el que se le arrime, La Loba que deja la
marca de sus
fuerzas con los arañazos donde se quiera, a real por
arañazo, Angélica en Campo Lindo, detrás
de la planta eléctrica, a un bolívar, la Goya que tira en El Matadero,
detrás de la quebrada, sólo con goditos porque
cobra dos bolívares y si el godito es poeta se lo da
gratis, como Luis Alberto La Lagartija, la Güicha no se
acuesta con mocosos, sólo viejos, godos y ricos
(…) quién más, Jefe Indio, sigue, se
levantó el griterío de la república de los
muchachos de la Plaza Bolívar, La Cara – e –
chivo, mamá de la Loba y su maestra, y por
último, la que tenemos reservada los jefes como yo,
Bartola La Bellísima, alta color claro cariblanca, en el
Barrio Torrellas. Cuando terminó de hablar Oscar Oviedo
la república de los muchachos del sexto grado no
aguantó más, a carcajada batiente (…)
salió corriendo todo el mundo (…) a vagabundear
al río; corrió toda la república hacia los
resbaladeros del pozón La Rosa, rápido, vuela a
cogerse las putas de Carora con la imaginación, pintadas
en el barro a la orilla del río, total ya vamos a ser
hombres y al carajo los Obispos." - La puta amiga: Sin lugar a dudas, sin
vacilación alguna, este sitial de honor le corresponde a
María Casquitos: "para qué nos vamos a hacer la
puñeta si para eso está María Casquitos",
la prostituta amiga, quien lasciva y conocedora, "escucha
atentamente y sabe. Ese ruido, esa
algarabía, ese tropel es ciertamente suyo, el que a ella
corresponde porque ya va a ser mediodía, de una parte, y
porque hoy es sábado, de la otra. María Casquitos
se alboroza, levanta orgullosamente la cabeza, alza sus
hermosas orejas tibias, cubiertas de un vello fino y blanco,
las cálidas orejas de María Casquitos quieren
cantar con la risa de su fiesta. Cuando siente la
cercanía de sus amigos todo el cuerpo de María
Casquitos se pone tenso y en posición de jolgorio. Mueve
las piernas, las levanta, coquetea con ellas, estiradas,
redondas, María Casquitos saborea el juego
semanal, los gloriosos sábados en medio de sus amigos.
Ellos, los amigos, aman el tiempo de
estar con la amiga, en la sombra de los cujíes, cerca
del río, el calor se amortigua por el ruidito suave del
agua turbia,
arenosa, perezosa (…) En cuanto los oye venir, en cuanto
los siente llegar, corre, en trote ágil, en altivo
galope sensual, hacia el lugar de la cita. Nunca permite que
ellos lleguen antes. María Casquitos es gentil, buena
anfitriona, delicada en sus modales. Ella estará en su
casa a la ansiosa, hermosa espera de sus amigos, los muchachos
de sexto grado de la Escuela
Egidio Montesinos."
En las comarcas de Trujillo, por los lados de Cuicas,
Arenales y Las Virtudes, por Carache, Chejendé y hasta los
lejanos Puertos de Altagracia en el estado
Zulia, quien anda suelto no es el Diablo como en Carora, sino El
Gallo de las Espuelas de Oro, muchas
veces confundido por crédulos, inocentes o ignorantes con
otros seres, animales,
entidades fantasiosas, bragueteras y culiadoras también,
que se dan a la tarea de preñar mujeres advertidas o
carajitas sin advertencia, aquí, allá y
acullá. Francisco explica prontamente cuáles son
las características y habilidades de esos personajes para
que, en ningún momento, ni por equivocación, sean
confundidas o comparadas con el inimitable y exclusivo Gallo de
las Espuelas de Oro, el de El Tendal. Aclara el escritor hechos,
circunstancias y personajes que pudiesen prestarse a
confusión:
- "Teresa Querales oyó, como si viera, cuando
El Salvaje tomó posesión de Teresa
Querales, allí mismo, sobre las hojas de maíz,
sobre las tusas apiladas, sobre el maíz desgranado.
Llegaba la hora de morir, cuando El Salvaje, silencioso,
salía del monte, a la hora del desayuno tardío, a
tomar posesión de Teresa Querales Entonces se
repetía la historia, eternamente,
Teresa Querales dejaba la sala, Teresa Querales dejaba la
cocina, Teresa Querales dejaba el patio y volvía a estar
cada una en su sitio, quince años, preparadas para
cuando volviera El Salvaje desde el monte a lo
suyo." - "Estefanía Carrasco baja a la quebrada, donde
el agua es
más limpia que el agua de la pluma pública.
Estefanía Carrasco es mujer silenciosa, ni chispa de
embusterías en su boca. Estefanía Carrasco sube a
su casa con la tinaja sobre el rodete de su palo negro, que
cuando se suelta el pelo le llega hasta los tobillos, La mano
derecha de Estefanía Carrasco está abierta sobre
la panza de la tinaja, qué palmera ni qué
palmera, un arco iris el brazo. El Silbador silbó
a Estefanía Carrasco y sin tocarle una uña la
dejó lista para parir." - "Ramona Trompetero vive alegremente. En su
jardín que está en los maceteros, en las paredes,
en los techos, hay magnolias. Las palchacas, grandes como
auyamas, saben a vino crudo o más bien será a
chicha vieja, no lo sé. Pero Ramona Trompetera no es
mujer de soledades, Vive con mucha gente en una casa entejada,
enladrillada, empuertada y enventanada, de Arenales. Muchos
ojos siguen sus pasos por todas partes. Pero nadie vio al
Chivo Negro que en el trapiche de enfrente
encontró sola a Ramona Trompetero." - "El gallo de Filadelfa Ramos se llama Pico de
oro porque tiene el pico amarillo; también son
amarillos los ojos". Aclara nuevamente Francisco para
diferenciar y poner los gallos en su sitio, que este "gallo
rijoso, pataruco, muy picotero, muy bravo, pero que no
sabía coger gallinas ni cantar : Era (…) un gallo
clueco, se conformaba con poner las alas tiesas, alzar la
cabeza, como si se preparara para la pelea del amor, como si
quisiera hacer creer que era capaz de enfrentarse a otro gallo;
su rijosidad era sólo aspaviento" no tiene "nada que ver
con el Gallo de Las Espuelas de Oro y de la Cresta de
Oro que sale en el Tendal." (las negritas son
nuestras)
Ciertamente, no existe en gallinero alguno del planeta,
del sistema solar,
Gallo como el de de las Espuelas de Oro y la Cresta de Oro.
Dejemos que Morón, en esta suelta, alabanciosa y elocuente
cita nos describa, caracterice, precise, ordene, las virtudes y
dones de este libertario trujillano que no soporta corral y no
hay gallo que no le tema ni gallina que se le resista: "Es un
gallo muy fino, siempre derechito, limpio, tiene el pecho
colorado, las plumas de las alas son negras, el lomo plateado,
los ojos brillantes, alumbran de noche como si fueran dos
candelas en el cielo; el Gallo de las espuelas y de la cresta de
oro tiene su casa tejida por rayos de sol en lo más
recóndito del monte (…) el gallo vive solo, tiene
la particularidad que nunca duerme, ni de noche ni de día,
pero no le hace falta el sueño, siempre está fresco
y descansado, por el día no duerme y por la noche no
duerme porque su casa está hecha con rayos de sol. El
gallo de las espuelas de oro se gana a todos los gallos
(…) Otras veces el Gallo de la cresta de oro se aparece en
los pueblos donde hay fiesta (…) se aparece en forma de
hombre, con
flux de lino blanco, zapatos negritos y brillantes, la blusa
cerrada con quince botones de oro, un bastón
también de oro y lo que es más lindo, con todos los
dientes de oro, en la noche no hacen falta las luces en la sala
de baile porque el Gallo de El Tendal, como si fuera un hombre,
ilumina todo, y canta y baila y habla como si fuera un bachiller
el condenado, cuando se fue de Las Virtudes dejo preñadas,
sin que nadie se diera cuenta a todas las mujeres del pueblo
– menos a la Niña Chita para quien no tuvo canto
el gallo, ¡hélas! acotamos nosotros –
porque el Gallo de las espuelas de oro es un gran
empreñador, todos esos muchachitos blancos y pelo amarillo
que hay entre El Vigía y Arenales, y por los lados de El
Empedrado y todos los muchachitos pelo amarillo de Carora y de
Trujillo que a veces vienen a pasear en Cuicas, es porque el
Gallo de El Tendal echa sus caminaditas por esos mundos, porque
entra a las casas aunque las puertas estén trancadas, las
ventanas bien cerradas y aunque no haya ni un resquicio en el
techo de las casas, el gallo de las espuelas de oro y de la
cresta de oro es el mismísimo diablo que tiene su casa de
sol en lo más tupido del monte, en El Tendal."
Con la madurez de cama y lecho en el texto, la
experiencia orgásmica en la carilla, la diversidad
femenina en su respectivo catálogo, los sucesos de
chinchorro y las aventuras de hamaca bien documentados, el
escritor aprendió en sus avatares de gallo rural, citadino
y cosmopolita que mujeres hay muchas y variadas, empero, al
final, hay sólo dos categorías de hembras en el
mundo: las que están muertas y las que se dejan
seducir, con excepción por supuesto, de Doña
Helena la Pelona "que siempre está escorada en la ventana
de su casa de la calle Bolívar, cerca de San Juan, con su
camisón blanco, las manos alargadas, sin dientes, coco
raspado (…) los muchachos le tienen pavor a Doña
Helena la Pelona, pero no pueden dejar de atender a la pobrecita
que lo que está es loca porque la dejaron soltera sus
papás y sus hermanas que sí se casaron esas
condenadas dice Doña Helena con sus ojos saltones," o de
"Carmencita Zubillaga, la más dulce de las mujeres viejas,
Francisco incluso escucha su rezo, la ve cubierta como si
estuviera en la Iglesia, con
su rosario enredado en la mano derecha, una casa sombreada, de
paredes gruesas, olorosa a pan fresco, con algunas flores cerca
del comedor, las dos Zubillaga, viejitas, bellas tan feas de
rostro que no se les nota de buenas que son, viven todas
allí con sus recuerdos (…) Carmencita Zubillaga la
más bella de todas las feas de la ciudad
antigua."
Francisco, lenta, pacientemente, a fuerza de
precaria memoria y con el
prodigioso condimento de la imaginación, va construyendo,
una a una, su personal e intransferible catálogo de las
mujeres, de las suyas y de las ajenas. Son el gozoso inventario de las
aventuras cortesanas, verdaderas y de ficción, de un gallo
tricolor que voló alto, más allá de las
nubes, como cóndor paramero, para cruzar primero el mar
por donde llegó en carabela el primer Morón por los
lados del Tocuyo, y después a más altura
todavía, a toda ala, cruzó la mar Océano
para arribar al Puerto de Palos, donde se inició la
temeraria travesía que le permite ser lo que ahora es:
caroreño, cuiqueño, venezolano, gallo de El
Tendal.
Muchas son las historias de lecho y cama que Francisco
Casanova recoge en sus memoriosas y eróticas
páginas para lujuria ajena: nombres, lugares,
nacionalidades, color de piel, maneras
de tener sexo, de hacer el amor, y las insólitas y
variadas tácticas que utiliza el gallo dorado para que las
gallinas cacareen de placer, en diferentes idiomas, pueden ser
apreciadas en este plural Catálogo de las mujeres, que es
también el elenco de su varonía.
Acompañemos al Gallo de las espuelas y la cresta
de oro, en su vuelo por vetustas huertas, olvidados
caseríos y ancestrales cortijos, donde quedó
servida en algún fugaz gallinero una mujer de sonoro
nombre, fruto de un picotazo aquí, de un aleteo
allá, de un revoloteo más allá, en fin, de
ese irresistible canto mañanero y seductor que despierta y
aviva las ganas de yacer con hombre en la mujer, porque
así como hay beatas y santas, vírgenes y feas,
doncellas intocadas, también las hay, aquí y
allá, en Arenales, Cuicas, Carora, en Londres, Munich o
París, féminas brinconas y alebrestadas,
indómitas e insaciables, ninfómanas con
vocación de amante efímera, de puta de oficio,
gustosas de variar de lecho y de disfrutar a gusto, toda para
ella, de la paloma pelada, de la pinga enhiesta, de la
rígida tranca : "Fue así, día a día,
noche a noche, como Juan Pérez se acostumbró a
Olegaría Marchena. Pero el amor no es una costumbre. El
amor es el amor. Como el sexo es el sexo, esa cuchumina que yo
tengo es independiente de mi voluntad, está ahí, se
duerme a veces, pero despierta a cada rato y yo no sé lo
que le pasa, como una culebra se despierta, como una gata se
despierta, y se pone a gritar sus groserías y a llamar al
hombre, a cualquier hombre, la soledad es como una gran sed, como
una candela, yo siento cuando la cuchumina se despierta, no soy
yo, es mi cuerpo, yo tengo que trabajar, yo tengo que barrer la
casa y el patio y la culata, agarro duro la escoba y barro, y
barro, y cuando todo está limpio y oigo berrear esa
lavativa que no está dentro de mí, pero sí
está, como el diablo, como calcula que es el diablo,
calcula maldito convertido en cuchumina, independiente de mi
cuerpo y de mi pobrecita alma,
tendré más bien sólo el cuerpo, el alma es
la cuchumina que no se queda quieta, que arde como una brasa de
guayabo, arde, arde, días enteros, sin llegar a
convertirse en ceniza, yo quiero apagarla, le digo ternezas,
cuchumina bonita, estrellita azul, pajarito del monte, caballito
del pozo, mariposita amarilla, pedacito de arepa, y como ella
sigue con sus ladridos, la insulto, piedra negra, pozo oscuro,
perra caliente, burra sin burro, bosta seca, yagrumo, gusano, y
ella vive, late, grita, furia que no soy yo, menos mal que
llegaste Juan Pérez porque la cuchumina no me deja
trabajar."
Cuenta Francisco que en sus mozos años de escuela
rural conoció a Jelitza, muchachita honesta que
"asistió a la escuela con espantosa puntualidad (…)
En el primer grado Jelitza asistió a la escuela con
silenciosa puntualidad (…) En el segundo grado le
ocurrió a Jelitza un solo cambio
importante. Y fue un lacito azul agarrado en las greñas
del lado izquierdo (…) En el tercer grado hubo cambios
relevantes en la
personalidad de Jelitza, indicadores de
su futuro y buen porvenir. Primero y principal Jelitza se
peinó, una raya blanca, con tiza, en la mitad de sus dos
crenchas que no eran trenzas. Segundo y muy importante el lacito
azul creció como una mariposa y cambió de lugar,
entre la derecha y la frente, en un difícil equilibrio. Y
al camisón de Jelitza le nacieron pliegues y un faralao
verde como amarrado, más que cosido, en algunos puntos del
ruedo. ¡Notable cambio en Jelitza! En el cuarto grado se
pudo notar cómo se abultó la barriguita, otrora
plana, de Jelitza. Fue el comienzo de una radical
transformación, ocurrida en el quinto grado cuando Jelitza
se puso verde en lugar de morenita; se le rompió el
camisón y le colgó el faralao. La barriga de
Jelitza trastornó el orden de toda la escuela hasta el
final (…) En el sexto grado la naturaleza
hizo sus operaciones. Los
puntos clave de Jelitza llenaron de asombro mis preocupaciones y
un cierto desasosiego se posesionó de los varones
más altos de la escuela. La mamá de Jelitza (era de
nuevo diciembre) me hizo de nuevo el reclamo. Ella estaba
tranquila con sus lombrices. Ahora no para de hombre, porque ya
cogió el oficio."
El Gallo ya no vuela alto y altivo como antes, ahora
más bien planea y evoca, no madruga, duerme la siesta, se
acuesta tarde, añora, se entremezclan, se le confunden,
las hembras y las circunstancias, rememora, gallina criolla
menos, gallina forastera más: la insípida belga, la
frígida bretona, la bizca germana, la pícara
parisina, la virgen inglesa, la mullida alemana que no pudo
montar Francisco porque no se le paró el pico y se le
fueron los gallos, la complaciente rumana, la olorosa italiana,
la rústica magiar, la sapiente salmantina, la chismosa
catalana, la ruidosa andaluza, la gala con morbo,
¡zápe! Francisco reconoce sus falencias y angustiado
se pregunta: "Yo conocía los nombres. ¿Por
qué los habré olvidado? Había especialmente
uno de ellos, los nombres. ¡Si pudiera recordarlos! Debo
escribirlos, como hacía ella, en papelitos recortados, en
los márgenes de los libros, en las
orillas del periódico,
en pedazos de sobre cuyas señales
ignoro, en programas de
teatro, en la
parte en blanco de propagandas sin interés,
debo escribir los nombres olvidados". Y un nombre con apellido
acude lejano desde el caserío de Cuicas para
acompañar a otro también remoto procedente de la
villa de Carora, llegan súbitos ambos para aletear los
recuerdos y lagrimear el texto, el Gallo a sus ocho
décadas "se empeña en darle rienda suelta a
la memoria
hija de la imaginación" y por azar deliberado aparecen
juveniles, bellas, risueñas y vaporosas:
- Imelda Moraúr: "tiene el pelo rojo.
Cuando se suelta el moño de ir a la escuela, muy bien
tejido y aderezado con un lazo rosado que no termina de encajar
en la cabeza toda colorada, como la cara, el pelo rojo de
Imelda Moraúr se riega como un chorro de candela por la
espalda, por los hombros y por los pechos de esta carajita de
catorce años. Levanta el rostro y se ríe sin
carcajada. La boca está hecha de pomarrosas. Es ronquita
su voz para echar los cuentos de
aparecidos y para repetir las historias de los libros de
primaria. Imelda Moraúr llena toda la primera
página, con moño y sin moño, camina con la
cabeza levantada, piernas firmes, llenas, adosadas al cuerpo de
guayaba pintona. Un día Imelda Moraúr
esperó a la puerta de su casa, sin rubor. Se
había soltado prematuramente el pelo rojo. Estaba
allí, en la puerta franca de su casa, como una estrella.
Imelda tocó mi rostro con ambas manos. Desde entonces no
he vuelto a llorar con tanto gozo." - Hilda Romero: Francisco, Guillermo, el Gallo,
también lloró, ya no de gozo sino de nostalgia,
la tarde en que recuperó del olvido a Hilda Romero para
ahogarla por siempre en el festivo pozón caroreño
de sus más juveniles ardores. Recuerda el escritor: "la
casa de Hilda Romero no está en la calle de San Juan
(…) Encima del dintel, así se llama en Carora la
parte alta de las puertas, del contraportón no se
encuentra una imagen del Sagrado Corazón
de Jesús, pero sí un letrero pintado por el
propio Pastor Mister Jordán, tarea que lleva a cabo cada
vez que logra conquistar a una familia entera
para su Iglesia Nueva de Jesucristo. El letrero está
pintado con letras muy claras y alargadas, recta la leyenda y
no en arco como se pone en las casas tradicionales y
católicas: ésta es una familia católica;
en cambio el letrero de Mister Jordán expresa una
propiedad
especial Dios está en este hogar evangélico. Esto
significa que Hilda Romero se bautizó dos veces, la
primera en el pueblo de La Candelaria, en La Otra Banda" y la
ultima de cuerpo entero en el Pozón de
Chicorías.
"Mi querida Maricuca hoy cumplo ochenta años,
pero no me rindo", un mozo de apellido Viloria, que es del mismo
linaje trujillano de Escuque y también tiene familia en la
Ciudad del Portillo de Carora, está escribiendo un
libro sobre lo
rural en mi obra. Enrique Viloria Vera escribe mucho, demasiado
dicen sus amigos, hace unos días me encomendó un
prólogo para uno de sus libros y con gusto escribí
lo siguiente: "En Salamanca, donde el magnífico poeta y
lúcido prosista Alfredo Pérez Alencart le sigue la
historia a las luces y a las sombras de la ciudad y de las
Universidades, estudió El Tostado. Recuerdo las
conversaciones que, en los años cincuenta poco más
o menos, sostuve en la biblioteca de
Rafael Cansinos Assens (1883-1964), un erudito sin tregua,
conocedor de idiomas antiguos y modernos, traductor para la
Editorial Caro y Ragio y también para la de nuestro
gigante Rufino Blanco Fombona (1874-1944), la famosa en aquellos
largos años desde 1914 hasta más acá de
1936, cuando trabajó en Madrid,
Editorial América. Don Rafael se refería a Don
Rufino con la frase "era un Tostado".
Sucede que también él lo fue. Se
refería a la fama de Alonso de Madrigal Tostado de Rivera,
un Teólogo nacido en Madrigal de las Altas Torres, quien
vivió tal vez entre los años 1400 y 1455. Fue
Rector del Colegio de San Bartolomé en la ciudad de Fray
Luís de León (1527-1591), de Miguel de Unamuno
(1864-1936), de Antonio Tovar y de Don Alfonso Ortega Carmona,
perínclitos varones de la inteligencia y
de la cultura si no
resulta un pleonasmo eso, inteligencia y cultura, ya que
perínclito es un superlativo de rango aquí bien
usado. Parece ser que la fama de El Tostado se asentó no
sólo en sus actuaciones que lo llevaron a formar parte del
Concilio de Basilea en 1437-1444 y a ser Obispo de Ávila
en 1449, sino por su extraordinaria capacidad para escribir con
erudición y memoria que asombra a los
bibliógrafos y a los
diccionarios,
pues sus Comentarios a la Sagrada Escritura llenaron
veintiún tomos. Su extensa bibliografía se recoge en
el Manual del Librero Hispanoamericano de Antonio Palau y
Dulcet (Madrid-Barcelona, 1954-1955, tomo octavo, págs.
58-61). Quien escribió también "más que El
Tostado" fue Don Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912),
sin que se le quede atrás el Insigne Don Francisco
Rodríguez Marín (1855-1943) cuya edición
de Don Quijote de la Mancha, en los diez tomos de 1950,
tiene un "comento refundido y mejorado con mas de mil notas
nuevas". ¿Y don Enrique de Gandía en Argentina?
"Escribe más que El Tostado" es, o era, una frase de
elogio a los maestros de las letras, eruditos, sabios en
humanidades que fueron y son en la larga tradición de la
lengua
española. Pues toda esa parrafada se debe al asombro que
me produce este escritor, nacido ayer en Caracas, esto es en
1950, no llega a los sesenta años y ya ha publicado
más de cien títulos que usted podrá contar
al final de esta nueva obra, ilustrada, esto es, bien documentada
y muy bien escrita."
Ahora Don Enrique, agradecido, me dice que quiere
escribir igualmente un poema para Usted, mi querida Maricuca, mi
Doña Mary de siempre y hasta la tumba, y me pregunta si
puede. Yo le respondo que: "la empedernida palabra que ayer
despertaba los recuerdos, ponía en rojo la memoria,
acentuaba la sensación de ausencia, cuando era menester
hablar a solas, decirle mira tú ese color, fíjate
cómo el pueblo parece hablar, esto que aquí
está adentro y puede notarse fuera es lo que en mi tiempo
llamábamos amor, no le hagas caso a esos ruidos,
más importante es un verso" y Viloria escribió el
poema y te dedico estos versos que yo autorizo como si
también fueran míos, de mí para
ti:
Eres (II)
A Doña Mary.
Con la vena y la venia de don
Guillermo.
Eres mi pozón de
Chicorías
olorcito de arepa
cabeza de ovejo
primer café
cuajada tierna
cocuy de Siquisique
estallido de luz
caballito trotón
Flor del araguaney
agua de quebrada fresca
río crecido
campanario
tapia de convento
yabo del origen
crepúsculo larense
Divina Pastora en
procesión
Princesa de un reino en desuso
Goda de Carora
Cacica de Cuicas
En Moncloa te encontré
Todo eso y más
mi Majestad
eres
Yo imaginaba más bien otros animales. Ni
siquiera pensaba yo en las palomitas del mediodía, medio
escondidas en el solar de la casa, mimetizadas con el cují
enano, escoradas en el bojotico de la escobilla, a la sombrita de
un palo tieso. preocupaba, ayer por
la tarde, el tuqueque asomado a la piedra de un
tinajero.
Dicen que el tuqueque larga el rabo cuando se
enfurece y el otro día un rabo de tuqueque se le
clavó en el ojo a una
mujer de Aregue que vivía en público
concubinato
con un sobrino suyo, de nombre Agapito.
Guillermo Morón, como Esopo, Jorge Luis
Borges, Antonio Arráiz, Eugenio Montejo, Rafael
Arráiz Lucca, Vladimir Acosta o quien este texto escribe,
también tiene su bestiario exclusivo, un personal
zoológico de ciertos animales criollos y propios a los que
el escritor le atribuye defectos y virtudes, vicios y moralejas,
perversiones y bondades intrínsecas al ser
humano.
Fabula con sus bestias el narrador, las hace cercanas y
afectivas, no les altera su esencia física, pero les
inventa otra alma, otro sustrato, una forma de ser, una
idiosincrasia, una índole, una personalidad,
para, con sus animales, muy suyos y particulares, formar un
ejército sin armas que
sólo empuña la palabra – la más destructora
de todas las máquinas
concebidas para la guerra – en
forma de ironía, de sátira, de puya, de sarcasmo,
de socarronería, a objeto de ridiculizar personas que
apuestan a ser personajes y de criticar, por mampuesto, conductas
y actitudes
impropias de lo humano. Morón nos recuerda que
ningún soberano transita desnudo, que ningún
político camina en cueros. Confirma el escritor: "No soy
yo quien pone los nombres. No soy, ciertamente, un inventa
nombres. Los nombres ya estaban allí cuando llegué
para recogerlos y animarlos un poco con estos recuentos. En tales
circunstancias se podrá notar fácilmente que si no
invento los nombres es porque los encuentro ya
inventados."
La codicia, la solidaridad, la
avaricia, la gula, la amistad, el
engaño, la componenda, la caridad, el amor, el abuso de
poder, la
injusticia, los celos, la inocencia, el pudor, la lujuria, la
hipocresía, la suficiencia, el desprecio, la equidad, el
abuso, el respeto por el
otro, la consideración, la condolencia, la
compasión, el odio, la protección, el chisme, el
elogio, la adulancia, la soberbia y la jaladera de bolas,
según el caso y la circunstancia, acompañan, para
retratarlos, a los animales del zoológico personal de
Morón, sito en la comarca de su fértil
imaginación."No tengo por qué atender a quienes me
critican por el desorden con que escribo. Me interesa sólo
la verdad, la calidad de mi
trabajo, el
empeño que en él pongo, la dignidad de su
estilo y composición y la propiedad con que se emplea cada
palabra en cada frase. Y mi nombre Claudius Aelianus, nacido en
Praeneste, ciudadano romano del Siglo dos, De natura
animalium que escribí en griego. No se asusten, pues,
los animales de hoy."
Acompañemos al escritor ecologista, al narrador
guardián de bestias con alas y bichos con uña,
agarrados de su fantasía, sin susto ni miedo ni pánico
ni pavor, pero sí con mucha curiosidad, para de buena
tinta conocer, ver de cerca, sin tocarlos, darles de comer o
perturbar su ecosistema,
algunos de estos animales criollos, una docena de ellos, no todos
que muchos son y urbanos también hay, sino los rurales
más bien, por aquello de asegurar la coherencia del tema,
la pertinencia del análisis, el rigor de la exposición
¿verdad, doña Chayo?
- El conejo: "El conejo – a quien un escritor,
llamárase Antonio Arráiz bautizará como
Tío Conejo – es un animalito sumamente libidinoso,
sexópata pudiera ser el término apropiado. Esa es
la razón por la cual el conejo, que tánto abunda
por allí, se vuelve loco cuando va tras la
hembra." - El ceril y el alción: "El ceril y el
alción no sólo comen juntos, como buenos
pájaros que son, sino que viven juntos. Quiero decir que
el ceril y el alción conviven, aunque no por ello pueda
asegurar que pertenecen a una misma familia. Cuando el ceril
llega a la vejez
(porque es el primero en tener tal ocurrencia) y no puede
valerse por sí mismo, de puro débil, entonces
sucede que el alción lo toma a su cuidado. No
sólo lo carga en sus espaldas, sino que lo protege con
sus plumas más entrañables, que son la medias de
su cuerpo." - El cachicamo: "Está aquel lento animal
llamado cachicamo. Dice el pueblo campesino:
cachicamo trabaja para lapa. Quiere decir que el primero
fabrica y limpia la casa y la segunda se queda con ella. Dice
el pueblo urbano: cachicamo diciéndole a morrocoy
conchudo (…) Cuentan con fuertes voces en la tertulia
ganadera el percance de las muertes por haber comido cachicamo
cuatro personas. Sucede que en esta tierra,
donde hubo un río, el cachicamo come culebra. Junto a
este de la historia apareció – cuenta el narrador
– una coral. ¿Y el veterinario que guisó
una cascabel como si fuera conejo, para servirla a sus amigos?
Es que los animales caroreños son muy
especiales." - El Rey de los Lagartos: "Asomó el
primero su altiva cabeza por el borde izquierdo del barranco.
Movió, altanero, el rostro; la mirada al frente,
avanzó luego a paso firme, como si aplanara la trocha,
casi a marcha de vencedor, Ágiles los nerviosos cuerpos,
en fila india,
ascendieron por el flanco derecho entre los matorrales, los
cinco de un pelotón delgado. Pequeño, liso,
frágil el delantero, los ojos precavidos y alerta.
Más fuertes, como peones mal entrenados, los
compañeros de ruta. Otro solitario, acomodó todo
el cuerpo, a cuatro patas, en la piedra ancha que parte en dos
la geografía bajera del lugar, unas tunas,
arena gruesa de volcán, chamizal tieso de largos
días sin lluvia, cantos rodados con viejas nostalgias de
nubes, rocas
ancianas, pedrugones mozos. Uno chiquito, con los ojos
apagados, parece tomar el sol en una
pala del tunero. Mueve sigilosamente la cola aguda, verde la
cola como aguja de cardón. Los ojos sumidos, ojos de
barro seco, de un pequeño ejército, se mueve con
ruido ligero por la retaguardia, de improviso, en escaramuza,
guerrilleros de sombras apretadas, de dos en fondo, a la
ofensiva. Los lagartos del barranco se han dado cita para
escuchar a sus dirigentes. El Rey de los Lagartos, que es
general, los vio congregarse y creyó que venían
para aplaudirle y rendirle pleitesía. Por eso se
asomó a la ventana, levantó las delanteras,
sonrió complacido y se disponía a echar un
discurso.
Pero los lagartos se dedicaron a lo suyo, esto es, a comer
conchitas de pan y hojitas verdes y granitos de arroz blanco.
El Rey de los Lagartos, que es general, volvió a dormir
su siesta, después de cumplir con sus hábitos,
beber cerveza, comer
arepa tostada con caviar y tomar el sol en la terraza. En el
barranco, donde viven los lagartos, todo quedó
nuevamente en paz y buen calor." - El Burro Hechor: "No se había puesto el
sol cuando el caballo Siempreviva entró al corral,
desnudo, sonó todo el cuerpo, sacudió las crines,
levantó las orejas, arqueó la negra cola
brillante, pandeó las patas traseras, orinó
fuerte y seguido, y dijo altanero, yo soy el mejor caballo del
universo mundo.
El burro hechor no se dignó mirar, cuando seguro de sus
potencias, con tranquila certidumbre, musitó, ah, bicho
bien boludo ese Siempreviva. Pero las yeguas pusieron atención, oyeron, entre orgullosas y
ofendidas. Las yeguas de Las Virtudes murmuraron durante largas
horas, sin poder dormir esa noche." - La iguana: "Si silban todos a la vez, las
iguanas se espantan, corren por las ramas de los árboles como los lagartos grandes por la
playa Cartago, dan un gran salto y caen al río y ya no
se aparecen más, confundidas con las guabinas y los
bagres, van para arriba, contra la corriente, camino de Los
Chorros, donde hay muchos robles iguaneros. Pero si el negro
Miano silba sólo un valsecito compuesto por el negro
Tino Carrasco, tocador de mandolina, entonces las iguanas se
asoman por detrás de las horquetas de los árboles
y la asamblea dispara sus hondas, nunca le pegan a la iguana,
porque no se cazan con piedras, sino con silbidos, hay que ir a
la pata del yabo, del dividive, del roble, silbar un rato
largo, largo, hasta que la iguana se enamora del Negro Miano y
cae muerta de amor a los pies del árbol." Pero si Usted
prefiere detenerse en un relato de antología universal
lea con detenimiento el lírico y feraz retrato de la
iguana, el único ser que sabe que va a morir cuando
el hombre
silba, en el cuento de
nuestro escritor: Los Presagios más
altos. - La Hormiga roja: "Un día se
apareció por la ciudad socialista de las hormigas, un
ser mesiánico que lo sabía todo porque todo
estaba y salía de su cabeza. Al principio parecía
una hormiga mayor, una hormiga roja, con la habilidad de
moverse más ágilmente. Dijo que era
sociólogo y podía explicar por qué las
hormigas eran como eran desde siempre. Dijo que era economista
y podía regular el transporte,
la circulación, el acarreo de los alimentos, el
precio de
las hojas, el tamaño de los palitos, todo cuanto las
hormigas conocían normalmente. Y dijo también que
era político y que podía gobernar la ciudad que
se había gobernado eternamente por sí misma.
Resultó ser un monstruo de dos cuerpos, cabeza y
abdomen, con ocho patas. Su habilidad era tánta que
convirtió en tela de araña y en trampa todo
cuanto tocó." - Los zamuros. "Pero un día se ha podido
averiguar con gran dificultad, los zamuros se adueñaron
de la isla, porque confundieron con carroña un
estiércol llamado petróleo. Entonces los gobernantes
cambiaron de nombre. Aunque ya no fue posible mantener la
libertad,
sino que vino la tiranía. El tigre merodea
todavía por los aledaños." - Los caribes: "Los caribes convocaron asamblea
en la capital de
las provincias, reinos y
ciudades" Hablaron, discursearon, contendieron, discurrieron,
riñeron, argumentaron, propusieron una y otra vez.
"Agotados los caribes no sintieron la llegada del Rey
Pavón y sus hoplitas. Llegó por mar desde las
hiperbóreas tierras heladas que están al norte.
En las provincias, reinos y ciudades gobiernan ahora las Nuevas
Tribus de los pavones. Y ejercen el poder sin
condominio." - Las cucarachas: "Las cucarachas llaneras
fueron las primeras en darse cuenta de aquella anormalidad
(…) Ya no hay héroes, por eso las cucarachas
llaneras se dedicaron a la vida rutinaria, dejaron pasar la
oportunidad y el tiempo. Pero se dieron cuenta (…) Y las
cucarachas comenzaron a buscar un héroe, con desfiles,
concentraciones, cerveza, carne asada, güisqui, todas las
orquestas y cantantes, busca que te busca. En eso estaban las
cucarachas de toda la tierra,
cuando comenzó el baile de las gallinas." - Mapurite Embajador: "Muy antigua es la fama de
la tribu mapurítica como para tener necesidad de
recordarla. Entre todos los habitantes de esta podrida tierra y
provincia de los animales, el pueblo de los mapurites sobresale
por la precisa condición de su hábito.
Seguramente la estofa mapurítica se habría
mantenido al margen de la historia, si no hubiera ocurrido el
insólito acontecimiento que, no sólo permite,
sino obliga al historiador, en su condición de
historiador, a registrar el hecho (…) Y todo porque el
Rey de los Mapurites, es decir, el más peorro, fue
Embajador. Allá estuvo, en la Corte del Rey, donde se
cree a pie juntillas que toda la vieja y noble provincia de los
animales criollos es ágrafa, empecinadamente
ágrafa; que toda la rica gama de culturas formadas por
los animales criollos, República, Gobierno,
Pueblo, Congreso, Universidad
y cotarro de letrados, es estofa
mapurítica." - Fábula del Pájaro Carpintero:
"Carpintero, pájaro carpintero. Eso soy ahora,
aquí en mi árbol, porque he construido nidos para
el amor, porque la carpintería, poesía, escritura,
filosofía, es toda la esencia de las aves, de los
seres inmortales llamados hombres, yo los he visto, eternos
sobre la tierra, ahora, para estar en paz con ellos, soy
solamente lo que soy, carpintero en mi carpintería,
pájaro carpintero."
Morón reposa activo entre el carajitero y sus
animales, solazado en el recuerdo de su madre maestra, evocando
travesuras de todo tipo, materiales e
intelectuales,
sin temor ni a las espuelas del gallo ni a la crecida del
río, porque a lo único que ciertamente teme el
escritor, le tiene culillo, ejercen sobre él un pavor
inmenso, arquetípico, atávico, es a las
palabras que son como avispas africanas. Confiesa el escritor
como siempre, como es su gallarda usanza, sin tapujos, sin
melindres, sin medias tintas, el porqué de ese
pánico, la razón de ese espanto. "La culpa es de
las palabras: No ve usted que las palabras se me alborotan en la
cabeza como si fueran un avispero alborotado. Sólo que si
uno echa a correr, después de darle una pedrada al cacuro,
las avispas se quedan con las ganas, Pero las palabras, como
avispero, se alborotan en el cacuro, en el avispero que
está dentro de mi cabeza. Entonces yo salgo corriendo para
que no me piquen. Pero las avispas están ahí, en la
cabeza, y ellas son la que tienen que correr para que yo no las
mate. Y la mejor manera de matar esas avispas es
pronunciarlas."
Por eso las sabias palabras de Guillermo Morón
saben a la miel de la matejea.
Autor:
Enrique Viloria Vera
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