- La Iglesia, los
curas y otras autoridades
Hay que ser ciego, sordo y tonto para no mirar,
oír la fama y comprender lo que tánto ha predicado
la tradición católica de esta católica
ciudad de Carora, de tradiciones muy bien ordenadas en el santo
temor de Dios, en procesiones recogidas y suntuosas en Pascuas,
Cuaresmas, Sanjuanes y Sanpedros y Romerías de todo recato
y santidad, desde la mayordomía, de Juan de la Cruz Oviedo
del Barrio de la Cañada, hasta cuando yo vine ordenado,
Mardoqueo Perera de cura, párroco y padre de toda la
feligresía, amén.
Nuestra Venezuela
rural estaría incompleta, inconclusa, existiría a
medias sin la presencia altiva y orgullosa de la iglesia
parroquial y su multilingüe campanario – "Mano Suncia
toca primero a las tres, con la campana grande para que la voz
desmesurada retumbe por todo el pueblo y los caseríos
vecinos, la gente despierta con la campanada y con el gallo de la
casa que de todos modos canta; Mano Suncia toca segundo a las
tres y media con la campana chiquita y aguda (…) Mano
Suncia toca dejar, que es tercero, con las dos campanas
alborotadas en el campanario nuevo" – y sin la también
omnipresente figura del cura, del sacerdote, del párroco
casto o braguetero, según las circunstancias de lugar,
hembras y murmuraciones: "son muy chismosas chismeaba mi
mamá todos los días, imagínate cómo
serán de chismosas que ya andan diciendo lo del Padre, que
sí toda su preocupación por terminar la Casa Cural
es porque compró una cama matrimonial en Valera, vieron
cuando bajaban la camota del camión de estacas de Artigas
(…) y para qué va a necesitar una cama matrimonial
un cura, los curas deben dormir en catre bien duro, para
olvidarse de que son hombres, para mortificar el cuerpo y
ocuparse solamente de salvar el alma."
Francisco guarda en el último recoveco de sus creencias
una vocación de sotana, una tentación de tonsura,
un sino litúrgico, una predestinación para la
palabra santa: "de tal manera que Pedro Manuel Riera, Domingo
D’Apolo, Juan Lucena, Aristóbulo Peña y
Antonio Morello, la flor y nata de los muchachos de esta
parroquia y pueblo de Cuicas fueron cristianamente conquistados
para ingresar este mismo año, pues ya terminan el sexto
grado de primaria, al seminario
diocesano de Mérida. Francisco demostró así
mismo su mucha devoción, su vivaz inteligencia,
su capacidad para hablar y discurrir correctamente y el
conocimiento que tiene del catecismo, que recita todo entero,
de pe a pa, pero su señora madre, la maestra de escuela, es muy
pobre y no puede sufragar los gastos de viaje
ni de su ropa y sotana ni menos los trescientos bolívares
mensuales de pensión, ya que la maestra está vieja,
muy mísera de ir a misa y muy mísera sin un real,
qué pena."
En sus frenéticos y variados viajes a la
población de Nuestra Señora de la
Madre de Dios de Carora, en burro, a caballo, en mula, en brazos
de su madre, en el camión de estacas, a pie, en carro
propio o de alquiler, en autobús, en cola, o volando en
avión o con sus propias alas de cardenalito en
extinción, el escritor ha tenido el don divino de verlo
todo, oírlo todo, contemplarlo todo y narrar todo lo que
acontece en su villa natal, desde las mismas alturas a que ha
llegado por causa de su trabajo
tesonero y de su inagotable imaginación. Así que
Morón no tiene, ni nunca ha tenido, dificultad,
impedimento alguno, para citarnos de memoria no
sólo las nombres de las calles y los números
identificadores de las doscientas casas sagradas de la ciudad,
sino también los templos, los zigurats, las mastabas, las
mezquitas, las pagodas, que en la villa de su nacimiento se
llaman piadosamente iglesias o capillas – lo mismo da a la hora
del fervor – porque Carora es sumamente católica,
apostólica y romana, y si lo duda, dejemos que el propio
Guillermo – Francisco conduzca este tour eclesiástico que
emprendemos, en silente devoción y comprensible estupor,
para conocer los sagrados lugares del credo y los bizarros
representantes de Cristo en esta tierra
caliente, con su diablo suelto, más parecida al denostado
infierno que al mismo cielo.
Sobre las iglesias y capillas de la villa, Francisco,
historiador civil y religioso, arquitecto apasionado, afirma y
narra: "No es ciudad vulgar esta de Carora, pues tiene levantados
sus templos, el principal es el dedicado a su titular San Juan
Bautista, fabricado con tapias, rejas de cantería, fuertes
paredes de más de una vara de grosor, treinta y tres varas
hay desde el presbiterio a la puerta principal de madera bien
labrada que cae sobre la calle llamada real antiguamente,
travesera de norte a sur, y de ancho tiene el templo diez y siete
varas y media; la puerta mayor, que mira al occidente como queda
dicho, tiene portada de piedra bien labrada que le sirve de
guarnición y de soporte y es agradable de ver y airosa.
Arco toral de ladrillo sentado también hay en este templo.
La Ciudad mide su devoción y su interés
como población de rango por las capillas que se han
levantado en su ámbito, en primer lugar, la Capilla del
Calvario, con tapias, rafas, tejas sobre varas redondas cortadas
en los bosques vecinos, a orillas del río Morere, y
encañado el techo. Al frente de la Capilla del Calvario,
límite de la ciudad en el Sur, que es salida para Carache,
está la Ermita de San Dionisio, que ya es Templo completo,
altozano de tapias y rafas, cornisa y banda de ladrillo, en forma
de baúl. Está el hospital de la Santísima
Cruz, donde se mueren los pobres, y el convento de San Francisco
con obras pías. Y están además la Capilla
del Barrio La Cañada, el oratorio de Curarigüita, la
Capilla de los Arangues, la Capilla de Urujuy, la Capilla o
más bien el oratorio de las Cofradías y una llamada
Cerrito de la Cruz, más allá de un templo en ruinas
frontero en el Norte, por el viejo camino de Aregue, con la del
Calvario, llamada de la Divina Pastora."
En la iglesia mayor y en la capilla principal se organizan por
igual los oficios para los vivos y para los difuntos, se llevan a
cabo las tareas sacramentales y eucarísticas, la gente se
casa ante el altar, se bautiza en la pila, hace la Primera
Comunión vestido de azul y vela, comulga sin tocar la
hostia, se confirma para renunciar, no al Diablo de Carora sino a
Satanás, a sus pompas y sus obras, se confiesa para
arrepentirse, y, en las últimas manda a alguien para que
el cura salga en volandillas a imponerle los santos óleos
y a darle la bendición postrera y definitiva. Las campanas
del templo repican escandalosas para llamar a la
feligresía a reportarse ante Dios, los curas demoran en
ponerse todos los trapos, y Francisco escucha, pícaro e
interesado, el melodioso y seráfico canto de las Hijas de
María: "En mayo florido las Hijas de María cantan
en el coro. (…) Las Hijas de María son inmaculadas,
todas blancas y en todo caso, cuando se justifica apropiadamente
olvidar, cuando se le pasa un paño mojado a la memoria,
puede formar parte de la procesión, de la misa, del coro,
del vestido puro y blanco y de la corona de azahares, una
muchachita decente, aunque pobre, hija legítima eso
sí, cuyos papás sean católicos fervientes y
practicantes, que además han creído conveniente
pagar este año todas las festividades, desde la cera y el
vino y el aceite, hasta
los costos de la
música y
una contribución especial para los gastos ordinarios del
culto; no, al Club Torres no puede ser invitada, porque no debe
confundir la gimnasia con la
magnesia, en la Iglesia muy bien y tal vez al almuerzo de caridad
en una de las casas sagradas de La Cañada, muy bien, ya
que los papás han decidido correr con los gastos, pero no
podemos permitir que se rompa la tradición, el almuerzo
debe tener lugar en una casa decente, conocida, imposible que
nuestras hijas vayan a comer a una casa sin abolengo, no, es una
buena gente, pero no aparecerán nunca en la
Genealogía de las Familias Caroreñas."
Francisco asiste a los oficios del domingo, reza, pide por la
salud y felicidad
de la madre maestra, y por el éxito
en sus estudios superiores, encomienda a la Niña Chita y a
Don Felipe y a Don Armando y a Oscar, Mano Cai, a la
protección de Dios, allá en las alturas
celestiales, donde reposan todos como si estuvieran conversando
¡ah mundo! en los chinchorros de la casona del Calvario;
ofrece también promesas a la milagrosísima Divina
Pastora para que mano Pancho se deje de esas vainas comunistas
que lo que puede es terminar en manos de La Sagrada, peinillado y
en el retén. Poco a poco, se acerca a la Palabra del
Señor, se interesa en los asuntos de la eternidad.
Además de militante feligrés se hace también
devoto monaguillo, asiste al cura en la misa, toca la campanilla,
prepara el incienso y lo esparce, canta cuando es menester,
recoge la copa del agua y el
cáliz del vino, el desaparecido Santo Grial, se arrodilla
y se persigna cuando pasa frente al Sagrario donde reposa,
blanco, insípido, aplastadito y redondo, el Cuerpo de
Cristo, se confiesa y, sin prudencias como corresponde a un
auténtico fabulador le cuenta, sin recato, ingenuo, a su
mamá los resultados de la visita al confesionario: "porque
imagínese que en el primer viernes del mes pasado el Padre
Niño me tocó la paloma y me preguntó si yo
pecaba con eso y yo le dije que si orinar era pecado, luego me
agarró las nalgas con las dos manos, porque como ellos
confiesan delante del confesionario a los muchachos y muchachas y
no por los lados como a la beata Dominga y a las mujeres mayores
pues es fácil que el Padre Checlemente le ponga a uno la
mano encima del hombro y le acaricie a uno la cara que parecen
manos de iguana, entonces el padre Niño me agarró
las nalgas y me preguntó si yo cometía pecados por
la parte de atrás yo le conté la carrera que
pegué desde la trastienda donde están los libros y le
pregunté si evacuar era pecado."
Del susto al salto y de éste al vuelo pasó
Francisco en un santiamén y voló, curioso y
experto, por la ciudad caliente que cuando oscurece se vuelve
todavía más ardiente, hierven los cuerpos de
pasión, los hombres verriondos huelen el almizcle de las
mujeres que cocean ansiosas en los potreros de la villa en espera
del Burro Hechor, del Gallo de Las Espuelas de Oro, del
pío sacerdote que las reconforte y las redima de los
pecados de la concupiscencia, de las debilidades de la carne, de
las tentaciones del lecho, porque como ya sabemos: Carora "una
ciudad tan ilustre está llena de curas, como es de uso y
costumbre en las repúblicas pías temerosas de
Dios." Examinemos con Francisco los resultados de su vuelo
litúrgico para entender mejor la labor pastoral de los
sacerdotes de la Santa Madre Iglesia, Católica,
Apostólica y Romana en la villa de Nuestra Señora
de la Madre de Dios de Carora.
- El Padre Riera: "El Padre Riera es el cura del
Calvario, sacerdote de la ciudad, siempre ha habido sacerdotes
caroreños santos, buenos, honrados, que confiesan a los
hombres y a las mujeres, a todos los pecadores y a los que no
son pecadores, perdóneme padre que anoche sentí
una comezón por el cuerpo y tuve que hacerme la paja,
pero fue sin querer padre, fue que se me paró la paloma
porque soñé con Dorita y la mano cayó sola
allí, en la paloma, padre, eso es un pecado muy grave
hijo mío, a ver, con qué mano fue, con esa mano
pequeña, lisa, vibrátil, sana y suavecita, no
puede ser hijo, a ver tu palomita pecadora, no me la toque
padre que me la vuelve a parar, bueno hijo mío, que yo
te calmó esas inquietudes. Francisco vio la luz prendida en
el corredor del Padre Riera (…) de pronto Francisco ve
cómo se levanta la sotana blanca manchada el Padre
Checlemente, la acomoda sobre un palo grueso entre las piernas,
sin quitársela, la sotana se acomoda encima de la vera
del Padre Niño, que no tiene calzoncillos, sólo
las piernas peludas y el palo entre las piernas, se acerca el
Padre a tocarle las nalgas a Dorita, pero no es Dorita es
María Casquitos, tampoco es María Casquitos, es
la cabra, la chiva de grandes tetas llenas de leche que
está en el patio nocturno de Don Pedro Riera, abiertas
las patas traseras como si la fueran a ordeñar, el rabo
chucuto deja afuera, al aire, el culo
alargado y con la barbita húmeda de la chiva, acomodada
para el ordeño en el patio, la leche de la
mañanita para el Padre Checlemente. Francisco mira
cómo la vera del padre Niño entra por el culo de
la cabra y Don Pedro se camba, suelta la sotana, agarra las
tetas de la chiva y se queja, Francisco voltea la cara para no
ver, timonea su vuelo para otra parte. Este cura, don Pedro
Riera, vive mal con Doña Ocanto, su prima hermana,
soltera, de 48 años; también se tiene por omiso
en la
administración de los sacramentos, quiere decir que
puede cogerse a la burra en el patio." - El Padre Adames: Continúa su acrobacia el
escritor adolescente para confirmar de oídas en la mayor
plaza de la villa acerca de este curita hijo y padre del
pueblucho mestizo: "como ya no hay convento de San Francisco,
el padre fray Francisco Adames vive en la casota de La Paduana
(…) El Padre Adames se quedó en la ciudad
después de haberse caído la última teja
del convento, cuando comenzaron a crecer los cujíes en
las celdas y a llenarse de paja arisca las arboledas de
granados y mamones que tenían los franciscanos
(…) Allí estaba en La Paduana el padre fray
Francisco Adames, religioso franciscano que vive mal con la
mulata Rosa María Conde, la querida del Padre Lozada,
jugador de gallos, Francisco escuchó la historia en la Plaza
Bolívar, mientras se decía la misa
del domingo." - Fray Ildefonso Aguinagalde: En el viejo convento
franciscano "el último fraile importante fue Fray
Ildefonso Aguinagalde, quien resistió la batida del
Presidente Guzmán Blanco por todos los conventos, que no
quede ni un solo fraile en todo el país, dijo el General
Antonio Guzmán Blanco (…) El último en
irse de Carora fue Fray Ildefonso Aguinagalde, que era liberal,
federalista, mejor que se fue, salió montado, como
Jesús en lo que quedaba del florido cenobio." - El Padre Montes de Oca: Presbítero
también muy peculiar de la ciudad, párroco de San
Dionisio, "regaña directamente a todos los pecadores de
la maldita carne, carne que los llevará directamente al
infierno, al más profundo averno, hombres y mujeres
revuelos (…) Qué hará el Padre Montes de
Oca de noche (…) ese santo varón cascarrabias,
bravucón, buenazo, jodidísimo, amadísimo
(…) duerme a pierna suelta en un chinchorro de la casa
que heredó en la Calle San Juan, más limpio que
talón de angelito, más bueno que un dulce de
lechoza, pero sumamente godo. Francisco observa cómo
duerme el Padre Montes de Oca no duerme desnudo, ni en piyama,
sino ensotanado y con las botas puestas (…) Hay un gran
silencio en la casa del Padre Montes de Oca. Vive solo, sin
hombres y sin mujeres." - El Padre Don Francisco Antonio Álvarez: Godo
recalcitrante. Borracho consuetudinario, ludópata
confirmado, "vive mal en perpetua fornicación con
Candelaria Chaves, blanca, soltera, además se la pasa
jugando siete y media y a los dados como un tahúr
cualquiera con los negros, los sirvientes, con los indios, con
todo pelagato de la ciudad y echando maldiciones cuando pierde
(…) cobra un real de limosna para absolver a los
pecadores y tener con qué pagar el chinchorro a Mano
Tolo cuando fornica con las puticas pobres de los
barrios." - El Padre Domingo Álvarez: Perteneciente
también a la más rancia godarria caroreña,
este prelado se la pasa también borracho siempre,
"perdido en los botiquines, en las bodegas de los pueblos,
jugando gallos y bebiendo cocuy." - Don Francisco Antonio Alvarado: "jugador,
alborotador, echador de pestes y malas palabras aunque cargue
el viático para los moribundos." - El Cura Don Ignacio Hoces: "que es más
comerciante que sacerdote." - Don Pedro José Ferrer: Minado por el vicio de
la pereza, picado de galbana, ahíto de flojera, se la
pasa "arrecostado en su silla de cuero a la
puerta de la casa todas las tardes, se desnuda para coger el
fresco, su barrigota grasienta, su molicie ilustrada, sabe
cosas viejas del Orinoco, cuenta geografías lejanas,
escribe unas cortas páginas en latín bueno y
otras en español malo, pero lo mata la pereza,
como es gordiflón, su panza no le permite verse el
tronquito que no le sirve para nada, aunque quisiera, pues el
esfuerzo resulta muy grande." - Don José Bernardo Daboín: Es el cura
de Aregue, previsivo, calculador y mujeriegazo, experto
fornicador, "se queda por la noche en su iglesia para
planificar el vicio que acostumbra con mujeres de toda calidad y
variado rango." - Don Pedro Pascasio Meléndez: Consumado
bandido, eminente contrabandista, "su almacén
está en su propia casa, ropas, joyas, cintas, cocuy de
Siquisique." - El Padre Ferraro: El cura del pueblo de Cuicas, no
de Carora, el Padre Ferraro fue quien dio la noticia a la
Niña Chita de su salida de Arenales, es el dueño
del caballo rucio para las primicias, obsequio de Don Armando,
el padre de Francisco. Hay ciertos y endemoniados días
que el sacerdote de Cuicas los pasa, jinete o caminante, dando
virondas, caminando de un lado al otro del pueblo, por efecto
de las atrevidas lecciones que la maestra Doña Chayo
dicta a sus sorprendidos alumnos en relación con el
origen del
hombre ¿Dios mío, cómo queda entonces
lo de Adán y Eva? Al Padre Ferraro "hay dos maneras de
verlo entrar en la plaza. Una, sí asoma el bonete por la
parte de abajo, primero el bonete y su borla a la izquierda, al
frente, a la derecha, a la espalda; después la sotana
como un filo, una ringlera de botones pardos y por
último los zapatos choretos. Otra, si los
choretísimos zapatos vienen del altozano, luego los
botones y al final el bonete. Parece un manteco, largo, largo,
un palo ensebao. Al final del palo está una sonrisa y un
bonete torcido."
En Cuicas, vinculado a la iglesia y al culto, con el noble
oficio de sacristán, encargado también de
tañer las campanas del templo para convocar a la
feligresía a escuchar la Palabra del Señor y
recibir, confesados, puros e impolutos, el cuerpo y la sangre del
Redentor, de espaldas a la nobleza del Padre Ferraro, vive,
repica y hace también sus travesuras Mano Suncia, que no
tiene malas mañas, pero sí "ciertas inclinaciones
que le han traído muchos sinsabores. La cuerda de
muchachos de Campo Lindo, un día bajaron al pueblo, es
decir, a la plaza, se quedaron hasta tarde los muchachos de la
cuerda, le pusieron conversa a mano Suncia, primero en los
bancos de la
plaza, después en el Callejón del Cementerio, y al
final en la propia casa de Mano Suncia, que es la última
del Callejón, apartada de la Jefatura Civil y de la
pulpería de Nazario Bravo, alumbrada sólo por el
fogón que el sacristán de la iglesia y campanero
del Ángelus mantiene encendido toda la noche, porque no
tiene lámparas ni velas, aunque pudiese llevarse un cirio
de la sacristía si Mano Suncia no fuera tan bueno y tan
honrado, sólo que padece de una debilidad que le
proporciona algunos sinsabores. Como el último, con los
muchachos de Campo Lindo, toda una trulla como de ocho, se
quedaron un rato en la casa fea de Mano Suncia, se bajaron los
calzones y mostraron sus trancas paradas, se le aguó la
boca a Mano Suncia, se le saltaron los ojos que casi se le van de
las cuencas para mirar de cerca, le temblaron las manos, se le
estremecieron las piernas, se puso medio loco con tanta tranca
templada, por eso se quedó de una vez en pelota y se
agachó como un mono para empezar la fiesta. Entonces
sintió el sinsabor más amargo de su vida, debido a
su inclinación y debilidad de carácter, que es como él mismo se lo
explica al Padre Ferraro en la confesión de los primeros
viernes. Porque Adelis Valera, que sí quería
cogerse de verdad a mano Suncia, vos sos marico bien marico, le
reclama Matachinos, saca el rabo de cachicamo que llevan
preparado, ensebado para que entre suave, y entra suave pero para
sacarlo las escamas hacen su mal en la pobre cagalera de Mano
Suncia, muertos de risa se hacen la paja los trulleros de Campo
Lindo."
Pero no creamos que Francisco ha visto y oído todo
lo referente a la curia y su administración, a la nunciatura y su
gobierno, a la
iglesia y su representación, en las afectivas y extendidas
comarcas del escritor, no, aún nos faltan las andanzas y
hechos del celebérrimo e incomparable Padre
Montero, quien "tiene el cuerpo recortado y los ojos saltones
muy propios de toda su etnia, una
etnia enmascarada por los muchos años de estar encerrados
en los campos y en la pequeña y modesta ciudad (…)
Padre Montero, yo vivo en pecado mortal, pero usted muy bien sabe
cuánto he sufrido desde cuando se murió mi marido y
me dejó sola, preñada, sin herencia, por eso
tuve que aceptar vivir con ese marido más joven que yo, es
cierto, pero buenísimo y quiere mucho a mi hija que ahora
es una niña de quince años, él la cela, no
la deja salir de la casa y la niña me ha hablado de no
sabe qué caricias que mi marido le hace en varias partes
del cuerpo y ya no sólo en su cabeza rubia, dígame
qué debo hacer Padre Montero. Y como de costumbre hubo que
hacer una nueva confesión, esta vez de la niña de
quince años, bien inocente, mira mijita, conmigo no es
pecado porque ya los sacerdotes nos podemos casar en secreto, no
se lo digas a nadie, somos marido y mujer (,,,)
Marianela Echenique es negra, como puede verse desde lejos.
Marianela es alta, delgada y sonriente. No entró a la
iglesia porque no tiene ni un pañuelo para cubrirse la
cabeza y así, su pelo enrosquetado, podría
disimularse; lo que no se puede disimular es el donaire, las
piernas largas y relucientes, las nalgas echadas al viento de la
procesión, los brazos desnudos y el vientre pegado, con
sus limones ya maduros a sus quince años (…) Dios
te bendiga mijita cómo es que no te confiesas, yo no
sé confesarme padre, no puede ser hija, ven esta tarde
después del rosario, no tengo andaluza padre, no importa
tú no necesitas andaluza y en un santiamén
Marianela Echenique aprendió a confesarse y a culiar muy
bien enseñada por el Padre Montero que es un experto en
ambos menesteres (…) Zoraida Briceño tiene los ojos
claros y grandes de los hijos de don Sancho, la nariz bien
griega, perfecta sin agudezas ni torcedura (…) Zoraida
sobresale por los dos hermosos pechos como dos morros esbeltos en
la gran sabana de su torso el Padre Montero casi se desmaya
cuando la vio en misa, Dios mío y esto qué es dijo
en voz alta, justo cuando levantaba la Sagrada Forma,
creyó la beata Engracia que el Padre Montero estaba en
trance de santidad y la beata Engracia se orinó
místicamente; las otras gracias de Zoraida Briceño
no necesitan mención de honor (…) imagínese
Padre Montero que voy a ser yo solita con mis hermanos chiquitos,
todo se gastó en los entierros, se compadeció el
Padre Montero hasta los tuétanos llegó su
sentimiento paternal, no te preocupes mijita, yo me
ocuparé de ti de ahora en adelante, yo pagaré
la hipoteca de tu casa, tengo que ponerla a mi nombre por razones
legales, ya tú sabes lo mala que es la gente, pero
tú te puedes quedar a vivir en esa casa en las afueras del
pueblo y atiendes a tus hermanitos; que vayan a la escuela, claro
tú ya no puedes seguir yendo a la escuela para ocuparte de
la casa, yo te pasaré cuatro bolívares diarios y te
vendré a visitar de tarde en tarde para evitar los
chismes, también el rostro de Zoraida Briceño es
como una flor de campo, perdone la cursilería, que para
componerla el Padre Montero acudió esa misma tarde,
después de la siesta con la huérfana al vicio de la
escritura."
Conmovida por las continuadas tropelías del sacerdote,
la enardecida comunidad
parroquial, la congregación de ofendidos fieles,
pasó de chismosa malediciente a denunciante activa, de
agraviada divina a exigir justicia
terrena, y en sentida demanda
colectiva y escrita a la mayor Autoridad
Eclesiástica del país, el Señor Arzobispo,
ese Príncipe de la Iglesia, que está en su trono en
Caracas, por encima de todos los obispos, curas, diáconos,
monaguillos, arcedianos, sacristanes y campaneros, e incluso de
la feligresía toda, le exponen y comentan las
felonías de Montero, porque Padre de la Iglesia
Católica, Apostólica y Romana no puede seguir
siendo ese azufrado bicho con cachos, ese padre sacrílego
papá.
Así los más afectados, Juan María,
Aurelio y Pedro, "con nombres prestados tomados del Santoral y
del Almanaque de los Hermanos Rojas", con toda la humildad y la
arrechera del caso, se dirigieron por escrito a su
Señoría El Arzobispo para que se enterase a
plenitud de los hechos blasfemos, sacrílegos, viles y
corruptores cometidos por el Padre Montero, de sus goces carnales
e infamantes, de sus placeres de cama, de sus aventuras sexuales
con las adolescentes
del pueblo de Aregue y sus cercanías: "el incesto, el
estupro y el escándalo, empleó medicamentos
abortivos, creyendo sumir en las tinieblas un alumbramiento
preventivo (…) Tantas maldades juntas en un solo cuerpo y
en una sola alma, si es que la tiene este lucifer, no pueden
quedar impunes, sin castigo en esta vida, pues en la otra lo
espera sin duda alguna la quinta paila del averno"
En consecuencia, los padres agraviados por la lujuria de
Montero demandaban firmes, exigían decididos, la
aplicación de todo el peso de las leyes: la penal,
la civil, la canónica, la divina, sobre el cuerpo y el
alma del satánico prelado: " Un sacerdote, quién lo
creyera, nada menos que un Ministro de Nuestra Santa Madre
Iglesia y maestro que debiera ser de la Moral
Cristiana, es la causa de nuestros dolores, de nuestros
padecimientos, de nuestra lágrimas de sangre, quien sin
ningún género de
miramientos, sin ninguna misericordia, sin una migaja de piedad,
nos atropella, nos infama, y todo lo sacrifica al desahogo brutal
de sus torpes apetitos, tirando con desprecio una mancha
indeleble sobre nuestra familia, sobre
nuestra buena sociedad,
sobre nuestro árbol genealógico y convirtiendo en
criminal a una inocente niña que siempre vivió
llena de rubor y recogimiento (…) Os pedimos,
Señor, por Vuestro Sillón que el Padre Montero sea
legalmente encausado y castigado, lástima grande que se
haya extinguido el Tribunal del Santo Oficio de la
Inquisición; con tal objeto, el del castigo, hemos querido
que tamaños delitos
cometidos por un sacerdote no pasen desapercibidos de su
Señoría Ilustrísima, así nuestra
vergüenza y dolor queden marcados en esta memoria escrita
para la historia y el catálogo. Necesario es el desagravio
de la moral y la
expiación de tanta culpa. Y firmamos la presente de
nuestro puño, letra y sangre mancillada."
Estaba el Arzobispo sentado en su trono, entre dormido,
haciendo la siesta del desayuno, cuando arribó la carta –
bomba, esa misiva no traía "las noticias que
le caen lentas, continuas, monótonas, sobre los chismes de
los señores curas párrocos de esta capital de la
República donde se anudan todos partes de la guerra y la
anhelada paz de los pueblos." No, esta vez, al Arzobispo se le
revolvió el estómago, corrió, sotana
arremangada, báculo en mano, como un espíritu
celeste más, directo a la poceta mayor del Arzobispado,
expulsó el perico, el jugo de guayaba, las caraotas
refritas, el pedacito de aguacate, el queso blanco rallado, las
cachapas de hoja, el café
marrón con tres cucharaditas de azúcar,
que había ingerido hacía menos de quince minutos.
La carta que
llegó desde nuestra amada ciudad de Carora lo había
purgado.
Exánime, exhausto, exangüe, con las piernas
temblorosas y las manos frías, se sentó ahora en el
Sillón de Providencias que le otorga mayor autoridad
arzobispal, leyó de
nuevo tres veces la carta, sin salir de su asco y del asombro.
Calmado ya, decidió entonces, escriba Secretario de la
Archidiócesis: "Vista con acerbo dolor de Nuestro Corazón la
procedente queja comisionamos al Vicario foráneo del
Partido para que haga reconocer las firmas de aquellos notables y
calificar su exposición
a los que representan y además tome ex – oficio
informes y
declaraciones de personas fidedignas; y resultando ciertos los
crímenes de que se acusa al Presbítero Montero le
notificará que en el término de la distancia se
presente ante Nuestro Provisor a contestar los cargos que contra
él resulten, apercibido de que si dentro del tercer
día después de notificado no se pone en marcha para
esta capital quedará incurso en la pena de
suspensión de oficio y beneficio ipso facto."
Mientras el mensajero ensillaba y partía, el indiciado
Montero se fue de visita a Baragua, pasando por Aguada Grande y
Siquisique, con el objeto de comprar "unas tierras más
bien malas, donde se cría un hato de chivos criollos y
alguna que otra res, pero tienen el encanto de una hermosa mujer
llamada Francisca doña Francisca por todo el mundo, vive
muy recogida en su casa donde el señor cura, montado en
buena bestia, va a visitarla con frecuencia; antes de morir claro
está, se sintió viejo el padre Montero y en el
testamento deja como su principal heredero a Alejandro
José, hijo muy querido de doña Francisca (…)
En esta ocasión el Padre Montero no quiso escribir ninguna
página literaria, porque tuvo necesidad de fajarse a
contestar la providencia, sin viajar a Caracas, lo cual fue un
desacato muy singular y criticado, por lo que se quedó sin
el curato de Aregue y ya sin la menor posibilidad de llegar a ser
Vicario de Carora; fue entonces cuando arreció su
ánimo de escribir planfetos, creció su avaricia y
no le dio tregua a la lujuria, el número de hijos
alcanzó una cifra que, de acuerdo con la memoria de los
cronistas, duplicó la fortaleza de Don Juan Vicente y
aún la legendaria destreza de don Virgilio Mendoza."
Concluye Francisco su litúrgico vuelo por Carora y sus
alrededores, por sus curas y sus hechos; enterado al detalle
Francisco, adolescente ingenuo, piensa que, ahora sí, todo
lo sabe, que lo ha oído todo, que todo lo ha visto y que
todo ha sido contado, acerca de las andanzas sicalípticas
e inmorales de los eclesiásticos, sacristanes,
diáconos, arcedianos, monaguillos, acólitos,
arciprestes, ayudantes, prelados, misarios, feligresas y
feligreses, primo comulgantes, catequistas, Hijas de
María, de la católica comarca. El escritor mozo,
incrédulo, atónito, estupefacto, boquiabierto,
constata desengañado que "la ciudad nocturna, despierta a
medias, en puntas de pie, los viejos antiquísimos pecados,
repetidos, perdonados, vueltos a cometer, yo te absuelvo en
nombre del Padre, cada generación con su
fornicación, en el nombre del Hijo, la soberbia, la
avaricia, el empecinamiento, y del Espíritu
Santo, el desprecio, la burla, los tirapiedras, la falacia,
el golpe de pecho, amén."
Convocado por su inteligencia, disciplina,
constancia y buena letra a máquina, Francisco está
ahora, en el Archivo
Parroquial de Carora, en el lugar donde se encuentran, bien
resguardados de la malsana curiosidad pueblerina, los libros de
bautismos y nacimientos de las familias que tienen
genealogía en la villa. Absorto y boquiabierto el
inesperado escriba, por encargo del genealogista de la ciudad,
copia las partidas, las de los hijos legítimos, no las de
los naturales, los pecaminosos. En esos menesteres se encontraba
el mozo escribano cuando escuchó, sin querer queriendo, la
conversación del Ilustrísimo Obispo de la
Diócesis con el párroco Montes de Oca sobre un
todavía más desconocido y reservado libro escrito,
décadas ha, por el también Obispo Don Mariano
Martí:
el espeluznante y fascinante Libro Secreto sobre las
Fornicaciones en la Ciudad y Pueblos de Carora. ¡Na
guará!
Resulta ser entonces que, en una memorable visita pastoral a
Carora y sus caseríos aledaños, el Obispo Martí
se dedicó a "averiguarlo todo, mi querida mamá, no
sólo el estado de
los edificios santos, no sólo cuántos cuadros,
libros viejos, atriles, tejas y altares hay en cada lugar, sino
también los pecados públicos, yo creo que sobre
todo Su Señoría Ilustrísima averigua las
vidas privadas de los feligreses y va tomando notas" para el
siniestro y mentado libro.
En efecto, de acuerdo con lo escuchado por Francisco; "Su
Señoría Ilustrísima se quedó en
Carora cinco meses seguidos, está muy a gusto con la
tranquilidad del pueblo, el Señor Obispo se siente muy
bien servido por la nobleza de los godos caroreños, lo que
pasa es que el recato de las mujeres y los dulcitos de leche, de
guayaba, de mango, de lechoza, de membrillo, de cerezos, le han
parecido a Su Señoría, los mejores del mundo". Sin
embargo, nadie entendía muy bien la razón del
Obispo para permanecer en medio de ese calorón
que es Carora. A pesar de la tórrida canícula "Su
Señoría Ilustrísima terminó las
visitas de todos los templos, capillas, oratorios, hospital y
convento en los primeros días, que para eso viaja
acompañado de Don Hilario, su secretario, del Escribano,
de los Sacristanes, sus consejeros, menestrales, Cabos de la
Santa Hermandad, pajes, indios, negros, Pero se quedó por
otras poderosas razones, las cuales quedaron al descubierto
sólo al final (…) Su Señoría
decidió quedarse para escuchar, anotar y prohibir. Por la
tarde Su Señoría escribe EL Libro Sumamente
Secreto, también llamado Libro de las Prohibiciones y
Fornicaciones en la ciudad de Carora. Aquí, en estas
anotaciones, no interviene la letra de Don Hilario ni la del
Escribano de visita: Su propia señoría lleva el
cuaderno en sus alforjas de viaje. Muchos pliegos llenó
con las denuncias de pecados públicos, notorios,
escandalosos, y de mal vivir de los caroreños.
Tachó algunos por caridad. En la noche, después de
cenar volvía el Señor Obispo a su escritura
secreta, lleno de santo pavor y de altísimo temor a Dios,
esta grey puede perderse si continúa en esta convivencia
con el mundo, el demonio y la carne, el diablo, sin duda, el
calor y el diablo tienen la ciudad tomada. La mano escribe con
firmeza apostólica. Nos por la gracia de Dios y de Su
Santa sede Apostólica Obispo de esta diócesis, los
curas, los frailes, los doctrineros, cómo es
posible…"
Cuentan que Su Señoría Ilustrísima cuando
terminó de escuchar, preguntar, inquirir, confirmar,
contrastar, carear, repreguntar, volver a oír, anotar,
tachar, borrar y escribir para obstaculizar, vedar,
imposibilitar, en fin, prohibir, cerró el libro,
salió a hurtadillas de madrugada de la Casa Cural de
Carora, mal abrigado, solo y sin tomar café, tomó
el camino del Norte y se fue a pie, andando, a carrera viva,
hasta la isla de Cuba y
abordó, sin pensarlo dos veces, el Galeón de Manila
que andaba, como el Obispo, extraviado por esos rumbos del
Caribe. Al llegar a puerto seguro en
España,
Su Señoría Ilustrísima se dirigió
inmediatamente al Escorial donde se enclaustró para la
eternidad.
El Obispo Martí todas las noches reza por la salud de
su Majestad Felipe II e implora por la salvación del alma
de los ciudadanos de Carora, y en especial, por la muy festiva de
los curas de la comarca.
En todos los playones quedaron las muestras de aquella
aguazón tan grande, Madre de Misericordia, que nos vamos a
tragar el pozón, o más bien que ya ni sé lo
que digo, más bien será que nos ahogaremos en el
solo pozo que hay desde El Calvario hasta San Dionisio y desde la
Divina Pastora hasta el Cerrito de la Cruz.
El Morere es río hipócrita: calmo, se agazapa
para sin aviso ni protesto embestir a raudales, luego, furibundo,
engulle, devora, a su paso de marabunta, en su vuelo de
hambrienta plaga, todo lo que encuentra en tierra, hasta la
propia alma sin hueso ni músculos de la gente. Apacible,
sus playones y pozos son lugar para el solaz, la conversa y
el amor.
Furioso, su invencible corriente, su enardecido torrente, es
látigo sangriento, mapanare engatillada, bestia malandra
negadora de lo humano y de lo divino.
Cuentan los venerables ancianos caroreños que cada
crecida arrolladora de su farsante río es obra del
mismísimo Anticristo, venganza del propio y mañoso
diablo que anda, suelto y sin control, desde
hace siglos por la villa: "La ciudad de Carora ha experimentado
una grande y lastimosa ruina. Una inundación sin ejemplo
del río que la baña, cuando el río Morere en
lengua ajagua,
superior a cuanto se creyera posible, ha anegado toda la
población, poniendo en consternación a toda la
ciudad y sin dar tiempo para
extraer de las casas los efectos de más precio."
Un buen día, imprevistas como siempre, a chorros,
inadvertidas e inoportunas "las aguas llegaron en silencio a la
ciudad. Fueron las aguas de octubre, en la oscurana de la
medianoche, llegaron sin previo aviso, tomaron todas las entradas
y todas las salidas (…) todas las boca – calles, a
todos los barrios, lentamente, con paso de gato deben haber
llegado porque nadie las sintió sino cuando
comenzó, de una sola vez, el asalto a la casas." Porque el
Morere es así, rencoroso, malévolo, vengativo,
carente de sentimientos y de fidelidad, resentido, cuando se
enfurece no hay dique, ejército, barreras, oraciones,
penitencias, promesas a la Divina Pastora que lo regresen,
amansado, domado, a su aparente sereno cauce.
Los caroreños no miden el paso del tiempo por
calendarios lunares ni solares, tampoco se refieren, como en
Cuicas o Arenales, a cuando pasó el cometa y mucho
menos llevan a su boca la caraqueña expresión de
cuando la peste. Para los siempre pendientes del
río, el tiempo se calcula por las imprevisibles y
mortíferas crecidas del Morere: "a Don Nemesio (…)
la inundación le tumba la casa, pero la vuelve a
construir, carajo, 1825, 1848, en mayo fue la vaina, en mayo
florido, mes de María, llovió como los mil diablos
tres días seguidos, 1893, carajo, la guerra civil desde la
independencia,
Joaquín Crespo, ese ladrón, es el Presidente, y de
ahí para acá pura inundación, 1916, 1922,
1933, qué vaina, ése es el siglo de las
inundaciones, once meses de sequía y un mes de
inundación, la república tiene la culpa,
carajo."
Desde la fundación de la villa en 1569 por Juan del
Tejo, los naturales de Carora han sido bañados por el
sudor y por el río, ambos han definido el ritmo de la
vida, el tono de la ciudad, el quehacer de los caroreños.
El calor es constante y permanente, conocido y sin afeites, se
aguanta estoicamente, se soporta en el chinchorro, en la
infaltable siesta vespertina, de dos a cuatro, la hora del burro,
se refresca con ventiladores y abanicos, se sobrelleva vistiendo
ligeras ropas, tejidos
benévolos como el blanco dril o el inmaculado algodón. El río es ambivalente,
camarada franco y dadivoso la mayor parte del año, notorio
y puñetero traidor cuando se le sube la marea, se le
obnubila la corriente y se olvida de sus orillas: "no hay peor
cuchillo que el propio amigo" sentencia conocedora la popular
sabiduría.
En efecto, desde su fundación, en 1569, y sobre todo en
su refundación, por Juan de Salamanca, en 1571, el
río bribón ha sido un torrente de agua necesario no
sólo para calmar la sed y tranquilizar el calor sino
también para establecer límites,
marcar fronteras, delimitar linajes y genealogías. El
Morere es "por muy variadas razones común, comunero
(…) porque desde antaño, desde la segunda
fundación en el lejanísimo año de 1571, el
río común, comunero, ha servido para diferenciar a
los caroreños. En primer lugar porque los fundadores,
seleccionaron la llanada más sombreada para construir el
convento viejo de San Francisco, cuyo huerto se llenó con
los árboles
frutales que sirvieron de buena y grata comida a las primeras
familias que daban de comer al convento para que el convento
diera de buen comer a las primeras familias. Cuando las tapias
del convento se rajaron porque las primeras familias no pudieron
darle de comer a los frailes, entonces se quedó el bosque
entre las viejas paredes del viejo convento y la calle
Falcón que es un nombre desaparecido, aunque en la
Jefatura, en el Concejo y en el Juzgado, pero no en la Parroquia,
se siga poniendo al pie de todas las escrituras públicas y
privadas Dios y Federación, porque Dios se ha ido de
Carora, por lo visto allí no convive con el diablo, ya que
nadie pregunta por el Dios de Carora y todo el mundo sabe que el
diablo de Carora sí existe y allí tiene su morada
permanente (…) El río Morere común,
comunero, nació allí para diferenciar precisamente
a la comunidad. Claro está que ya no hay río, sino
en las crecidas, cuando el diablo de Carora decide darle unos
carajazos a los caroreños, por malucos y por
muérganos y por haber echado al fraile y al boticario,
riéndose de ellos a carcajadas, con una procesión
que hicieron las familias principales para burlarse del
último franciscano, el último fraile del viejo
convento, salieron en procesión al mediodía, cuando
nunca jamás se hacen procesiones a mediodía, con
tanto calor debajo de los mesones donde se mecen los santos
(…) porque también las familias principales y
fundadoras la cogieron con el boticario, muy buen caroreño
y muy buen católico, enemigo del diablo de Carora, pero no
es antiguo, ahora el boticario creció, creció y
creció tanto que tiene la casa más alta de la
ciudad, la Azotea, entonces se quiso hacer otra procesión
al mediodía, pero como todo el mundo recuerda los inmensos
calorones y sopores que empaparon la ropa de las familias
principales y fundadoras cuando lo del fraile, prefirieron hacer
en esta oportunidad una procesión que comienza con el
fresco de la noche, que comenzara a las ocho y terminará a
las diez, porque las familias deben recogerse temprano; la
procesión fue muy divertida, comenzó con una velada
para honrar a la Virgen
María, con un verso compuesto para la ocasión;
continuó con una pedrea que le echaron a la Azotea todos
los muchachos de la Plaza Bolívar, menos Francisco que
lloró amargamente durante una semana porque ya no
podía comer mangos en el bosque de San Francisco ni
practicar en la botica del boticario Doctor Emil, claro, se trata
también de que el boticario debe ser turco o algo peor,
judío (…) el boticario salió corriendo, las
familias principales y fundadoras no quisieron beber cerveza ni cocuy
ese día, sino suero y tisana, que ambas bebidas son muy
digestivas, muy buenas para dormir sin pesadillas."
No vayamos a creer que el río travieso y jodedor que
inunda la ciudad de Carora es un inmenso mar de agua dulce como
el deslumbrante y excepcional torrente que contempló, con
sus ojos enrojecidos y aguardentosos, el Almirante genovés
en uno de esos viajes largos, corajudos y en carabela, cuando
después de virar del rumbo de Trinidad, se topó
inopinadamente con las aguas revueltas y tumultuosas de un
río milenario e ignoto que no podía ser sino uno de
los cinco que riegan los jardines del Edén, esta Tierra de
Gracia.
No, el Morere es modesto, pero jodido; chiquito, pero
cumplidor; pequeño, pero embraguetado. Tampoco pensemos
que es un solitario cascarrabias que no tiene afluentes ni otros
torrentes secundarios que lo alimentan siempre, demasiado en
ciertas épocas de lluvia, cuando las aguas de cielo y
tierra lo alebrestan, alborotan y encabritan para envalentonarlo
y ponerlo belicoso, envalentonado cabrón: "este río
chiquito (…) echa inundaciones sólo por joder la
pita cuando le sale de las bolas, tiene sus nacimientos en
ciertos escondites de las estribaciones andinas, pero toma la
mayor parte de sus oscuras, espesas aguas, de las quebradas,
zanjones y rendijas y huecos más diversos. Están,
por ejemplo, el incógnito río Camoruca con sus
fuentes en la
serranía Jirajara, como quien va para el Zulia, y la
escondida Quebrada del Pescado en la raya de la zona de los
Estados Federales de Lara y de Zulia (…) Y ambas aguas se
dan un pequeño, cordial y todavía fresco abrazo por
las cercanías de Puricaure (…) y, juntos río
y quebrada, se constituyen legalmente en Quebrada de Agua Blanca,
cuya corriente ya empieza a calentarse, aumenta el caudal del
río común, comunero, que ya adquirió su
legítimo nombre desde el pueblo de Gamelotal y cuando pasa
por Burere, antes del encuentro, tiene ya su fama y forma de
Morere, por la margen izquierda le han caído el río
Diquiva, la quebrada de Pedregosa, la de Mogollón, la
Patillal, la Tetona, y cuanta seca, arenosa quebrada tragadora de
lluvias labra las sabanas caroreñas, para no mencionar el
río Los Bucares que da su lento asalto por la derecha. Muy
ruidoso fue el río en ciertas ocasiones, cuando aguantaba
un barquito de madera en su desembocadura en el río Tocuyo
que se lo lleva para la mar, la cama común (…) El
río le coge la medida a la ciudad a su paso, lento paso,
manso paso, del agua mansa líbrame Dios, el Diablo no
duerme, sólo se hace el dormido, el río parece
tonto pero no es, allí se acomoda para que la ciudad pueda
conocer sus alcances, en menos de cuatrocientos años,
septiembre de 1569, septiembre de 1935, la ciudad, los
caroreños que es lo mismo, se han bebido toda el agua."
El escritor en ciernes, acostumbrado al río manso,
amigo, jovial y juguetón, no puede, a sus nueve
años de edad, entender la razón de tanta furia
escondida, de tanta ira contenida, de tanta venganza almacenada
por parte del río de sus infantiles aventuras. Rememora
Morón preocupado mientras Francisco, festivo, escribe a
Doña Chayo, mortificada allá en los altos
trujillanos de Cuicas: "se hizo necesario suspender las clases,
mi querida mamá, porque como usted sabe la Escuela Egidio
Montesinos está en la calle del Comercio
(…) Yo no sé si usted sabe, mi querida mamá,
que la inundación es una gozadera, porque el agua llega
hasta la calle de San Juan, la Plaza Bolívar se llena toda
como si fuera una playa y en la esquina de la Ceiba se hace un
gran pozón, donde nos bañamos, todos los muchachos
de la escuela, en calzones y sin blusa, pero con las alpargatas
puestas (…) el agua mojó las paredes,
despintó las paredes, es como una fiesta mi querida
mamá (…) nos bañamos de verdad, nos tiramos
desde la acera de la pulpería, porque el agua casi nos
tapa (…) nadamos por en medio de la calle, por donde
están las pulperías que son las mejores casas de
comercio, imagínese mi querida mamá, que de la
tienda de Mon Meléndez salían las jamugas para
burros sin que nadie las tirara, porque la inundación le
llegó por detrás a la tienda, por los solares, como
a la pulpería de los Arispe, Mi Tin Arispe salía de
la pulpería con los casimires y los driles en la cabeza
(…) porque yo no sé si usted sabe que la
inundación es porque hay una quebrada llamada el Chorro,
que está en las cabeceras del río Morere, por
allá muy lejos (…) la Laguna de la Cabra se llena
hasta los topes, la quebrada El Chorro comienza a crecer,
será con la lluvia de Cuicas, porque como allí
llueve tanto, entonces el agua rueda por los cerros de El
Empedrado hasta llegar a Carora donde nunca llueve, sino un
poquito, las aguas llegaron anoche, mamá, sin lluvia y se
quedaron tres días en la esquina de la Ceiba,
parecía una fiesta la inundación (…) Dice El
Diario que Carora está inundada y que esta casa se
cayó debido a las inundaciones (…) Claro
está mi querida mamá, que El Diario dice siempre la
verdad, aunque la diga al día siguiente."
La verdad verdadera es que la inundación, según
parte oficial de la época, desentrañado del polvo y
los hongos por el
acucioso y detallista Morón que, cual Belalcázar en
el Marañón, remontó los cauces del
río enardecido para conocer mejor las fuentes que dieron
origen a la crecida irresponsable, responsable de
inconmensurables perjuicios a viviendas, plazas, jardines,
gentes, máquinas,
reptiles, semovientes, potreros, pulperías, escuelas,
iglesias, insectos, capillas, pájaros, animales de
corral y utensilios de muy diferente uso y fin como el alma de la
gente; fue simple y llanamente una verdadera calamidad, a
pesar de la fiesta que armaron los desentendidos muchachos y del
comprensible júbilo de Don Filemón de Arucas, quien
se echó también a la calle "en calzoncillos, con su
palomita fruncida y con las nalgas deseosas de tragarse toda la
inundación con todos los muchachos deliciosos que le
entren por su cagalera blanca y ansiosa, la inundación es
una gran oportunidad que Don Filemón no se resiste a dejar
de aprovechar con todas las consecuencias catastróficas
que su noble acción
pueda acarrearle, a coger muchachos se dijo Don Filemón y
se echó a la calle con el agua hasta las nalgas y en
calzoncillos."
El Morere además de hipócrita es hermafrodita:
falo y vagina, pinga y crujía, pene y útero,
cuchilla y jícara, penca y ponchera, regato y laguna,
ambos géneros es el río a la vez. Ambivalente,
dual, se rebosa para colmarse en solitario orgasmo, existe para
ser indistintamente espermatozoide y ovario, testículo
y trompa, tranca enhiesta y cuca benevolente. En fin, el
río bisexual de la Emperatriz Carora es así de
contradictorio: inundación y remanso, desbordamiento y
receptáculo, arisco y querendón, recio y
obsequioso. Sin embargo, dándoselas de macho río
presuntuoso no quiere ser confundido, identificado, asociado con
las pozas, en femenino, y por eso, para resguardar su torrentosa
virilidad, se alboroza porque los caroreños jueguen y se
bañen en sus masculinos pozos, en sus vigorosos pozones, a
saber:
- En el primer pozón, "contando de Norte a Sur,
es decir, desde el sitio donde el río se despide de la
ciudad, adiosito, pues, me voy a río Tocuyo, y no vuelvo
porque el amante que me daba ya no me da, se bañan las
gentes que viven regadas en las faldas del Cerrito de la Cruz,
donde está la capilla; también acuden a La
Chorrera los muchachos de la Playa de Freites, que extiende sus
tejos resquebrajados, sus cujizales y cardonales, detrás
de las ruinas de la Divina Pastora." - En el segundo pozón, la sociología caroreña adquiere una
peculiaridad difícil de clasificar, tal vez porque es el
predio de Rafael Mejías y la cuerda del Trasandino. En
el pozón de Los Saucitos fue donde aprendió a
nadar Francisco (…) del pendejo empellón que le
dio Rafael Mejías, no para que se ahogara, sino para que
aprendas a nadar, a dar ripatazos, a zambullirte, a saltar de
los sauces que por eso se llama así este pozón,
por los sauces de la orilla, uno puede encaramarse como la mona
de Tarzán, porque ni Tarzán es capaz de tirarse
de cabeza desde el sauce más alto, aquí donde se
bañan los muchachos de esa parte de la ciudad que han
crecido hacia las afueras, el Trasandino, Pueblo Aparte, Pueblo
Nuevo, la Calle Carabobo, y El Cementerio Nuevo, puros
cipotones que parecen bandas de alcaravanes cuando bajan por
las calles centrales, por la Torres, la Bolívar y la
Lara, desde donde ya desnudos se lanzan a las aguas turbias,
arenosas y espesas del río podrido de peces
muertos o borrachos, porque de pronto sin ser
inundación, el Morere da su crecidita, y ésa es
la época de la muchachera nueva, atrevida, guapos todos
se van a nadar al pozón de Los Saucitos, las clases
insurgentes, el porvenir de la ciudad, los muchachos –
dice con voz suave Don Agustín Oropeza – que
serán los profesionales, los nuevos dirigentes de
Carora, ahí van, salidos de no se sabe dónde, a
desnudarse en público sobre el Puente Bolívar, a
la vista de la ciudad, desde la baranda del puente se tiran de
cabeza y nadan, poderosamente, alegremente, a la mierda de la
ciudad para salir en el pozón de Los Saucitos." - El pozón de La Rosa: "está escorado
detrás del acueducto, donde el río le hizo una
mala jugada a la vieja ciudad, por vengarse del acorralamiento
que los fundadores de los apellidos le hicieron a los
franciscanos del Convento. El río, después que se
cayeron las paredes de San Francisco, después que
echaron a Fray Ildefonso, decidió cubrir toda aquella
vasta memoria del pasado, se dio una curveada, se comió
la orilla derecha, les tumbó las patas a los robles,
para que los robles cayeran sobre los techos del viejo
convento, siguió empujando el río, pasó
por encima de las ruinas, las deshizo, pudrió las
maderas de los techos, se lambió los altares, hizo
ñoña de los sillares, ultrajó lentamente
las imágenes, volvió a la tierra
todas las tejas, todos los ladrillos, todos los adobes de las
paredes y convirtió en greda el espacio de claustros,
capillas, corredores, cocinas, patios, ya nadie puede imaginar
dónde floreció el viejo tamarindo del convento
(…) porque el río decidió cambiar su
camino, pasar sus aguas arenosas por encima del convento y de
la calle más antigua, la vieja calle principal, llamada
del sol, por el mucho que sobre ella caía al
mediodía, achicharrante, inclemente, blanco de tan sol
que era, la primera calle real que ahora es el pozón de
La Rosa, donde se bañan sin desnudarse, las muchachas y
las señoras blancas de la plaza (…) Y se llama de
La Rosa, porque mano Ton La Rosa estaba en un roble por la
miradera, y no aguantó tánta belleza, quiso
desabotonarse la bragueta, no pudo sostenerse con las otras
tres manos y cayó, desde bien alto, al pozón, en
medio de las mujeres, y claro, salieron corriendo como gallinas
cuando entra el zorro, todas las mujeres, pero el zorro se
ahogó, por mirón."
Pero ningún pozón, poza, charco, pozo, como el
de Chicorías que, en emotiva opinión y festiva
vivencia es añorado por el escritor "como el más
famoso y el más hondo de todos los pozones en que se
divide el río Morere y la sociedad caroreña. Su
fama proviene de las asambleas que aquí terminan a
ripatazos, a trompadas, a puños de arena y a malas
palabras entre los grupos que
conforman la asamblea de muchachos"
El pozón de Chicorías, la otra ágora, el
foro republicano de la
Carora juvenil, la asamblea compartida por Francisco y sus
compinches, es también como la placita inventada, el
cabildo acuático de toda la muchachada caroreña,
sin distingos de raza, sexo, credo o
condición social: "siempre está lleno, es el
más hondo, el más ancho, el más movido,
grandes orillas, fondo arenoso para las peleas de las bandas que
aquí se retan, la asamblea de la Plaza Bolívar, con
lo más granado de las dos Escuelas juntas, unidos los
blancos de la plaza, pobres y ricos juntos, zapatudos y
alpargatados del origen común, pelo – amarillos y pelo
– negros de genealogía confundida en los abuelos
comunes."
Ese festivo pozón debe su nombre a Francisco Arias, el
célebre artesano y gran cazador de iguanas, que era
más conocido como Chicorías "por abreviatura,
apócope, remoquete, apodo y verdadero nombre" como suele
ocurrir con todos los naturales de la villa que ven sus nombres y
apellidos originales transformados en un alias que sustituye
pronta y definitivamente a los legales y familiares de por vida y
más allá de sus muertes. El mentado
Chicorías "se bañaba en el pozón todos los
días del mundo, como hacen todos los caroreños, por
el calor claro está. En el pozón de
Chicorías se ahogó Chicorías en la
inundación que hubo cuando Juan de Salamanca tuvo que
refundar la ciudad porque la anterior se la había llevado
el río con vigas, paredes, gallinas, puercos y todos los
loros y víveres que entonces tenían los
caroreños. Por eso es tan antiguo, famoso y hondo el
pozón de Chicorías, donde se reúne la
asamblea de asambleas de los muchachos de Carora."
El pozón es paradójicamente famoso, por la risa
y el llanto, por la celebración de la vida y la
lamentación de la muerte, por
su anchura espiritual y su hondura física, en él
además de Chicorías se ahogaron "Las Hermanitas,
que eran todas de una sola casa y de una sola escuela fundada
exclusivamente para ellas, por una maestra traída
expresamente desde Curazao con ese objetivo, el
de darles clases a las veinticinco hermanas (…) Un
día la maestra convenció a la mamá de la
conveniencia del sol para que Las Hermanitas no fueran tan
pálidas. A coger sol se fueron a la orilla del río,
cerca de los resbaladeros del pozón de Chicorías.
Como había mucha soledad la maestra se desnudó para
coger mejor el sol. Y
también se desnudaron las veinticinco Hermanitas. La
maestra de Curazao se sentó a la orilla del río, en
la parte alta de los resbaladeros que se llaman así porque
la arena es suavecita, húmeda y lisa y sirve para
resbalarse desde arriba, de la orilla, hasta el pozón de
Chicorías, pero la maestra no lo sabía, se
sentó desnuda y, por supuesto, sin que nadie la empujara,
se resbaló como si fuera un tobogán de Curazao,
porque en Carora no hay toboganes; entonces las veinticinco
Hermanitas creyeron que ellas debían seguir a la maestra
de francés, y como estaban desnuditas, hicieron lo mismo
se resbalaron por el resbaladero llenas de risa que
todavía la tienen pintada en el monumento que les hicieron
– menos a la maestra – en el Cementerio Viejo, un
monumento de mármol blanco con letrero así:
Ahogadas en el pozón de las Chicorías el 24 de
enero de 1848, con maestra y todo."
Otra joven y agraciada adolescente que se ahogó,
recién, en el Pozón del Olvido de Chicorías,
después de una viva recordación, de una intensa
pesquisa por los derroteros de la memoria del escritor y la de
sus amigos de la pequeña Carora de entonces, luego de unos
ansiados deseos de hallarla, de ubicarla, de saludarla nuevamente
¿Dónde está? ¿Qué
fue de ella? por parte de Francisco, su pueril y callado
admirador, fue Hilda Romero: "He vuelto a la ciudad,
inesperadamente. Desde la acera de Che Torres a la acera de mi
casa (…) Fue cuando divisé nuevamente a Hilda
Romero, porque ya era de día, en la puerta de su casa. Me
vio bajar, limpiamente, frente a ella. Entonces me
acarició con las dos manos. Y me dio la noticia: Hace ya
mucho tiempo me ahogué en el pozo de
Chicorías."
El río chiquito, hipócrita, dual, insolente, el
Morere, también es pícaro, ladino, voltario,
vacilador. En unas épocas del siglo se va de aguas para
inundar todo y a todos, y en otras, se deja de ellas para
chupárselas todas hasta atorarse y dejar, avieso e
indolente, que la sequía se instale en Carora a sus
anchas, con su presencia generalizada, ubicua, indeseada, para
que todo se seque, se seque todo: "Todo seco el seco paisaje. Un
árbol seco. Un tunero seco. La sequedad más seca.
El güeco seco del jagüey. Los huesos del chivo,
secos. Pelada la laja seca. El corral encagarrutado, reseco. La
tinaja áspera, agrietada, seca. Ni un solo movimiento en
el aire, el aire seco. La playa agrietada, tejos secos. Un yabo
ayagrumado, seco. Las raíces secas del cují. Se
secó el loro, sin lengua. El camino pálido, secado.
Se tostaron las páginas del libro, secas. Se secó
la última lágrima. Quedó roto el cuatro,
seca la segunda y la cuarta. El sombrero de paja seca. Seca la
suela de la alpargata. El bastón quebrado de secura. Se le
secó la mirada. La mitad de la tapara de suero, resecada.
Seco el suero. Sin sal la seca mochila. Cacuro la matejea, seca.
Enteca la chicharra seca en el techo seco. Seca la pared. Tapia
seca, cal. La paja chiquita, amarilla, secano, Retostado el seco
almanaque, página final. El retrato seco. Seco el
recuerdo. Olvidado el seco olvido. Seco el recuerdo. Olvidado el
seco olvido. Sequedad de la memoria. Historia lapidada con seca
piedra. La pelada cabeza seca del catalejo. Lagarto parado en
seco. Detenido el río seco. Viejo seco. La lengua seca. La
ciudad muerta en seco. Arenal, sequedad. Seca el alma seca.
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