Redivivo regresa entonces el narrador a la aldehuela
de sus mocedades trujillanas, lo primero que hace, luego de
años de ausencia, es visitar la soleada plaza "frente
a la Iglesia de
San Rafael porque San Rafael es el patrón del pueblo"
y escuchar regocijado el vuelo de las campanas de la Iglesia
que al viento, con magistral oficio, echa Mano Suncia: "el
Ángel del Señor anuncia como si fuera una
rumbera a María, ya no suenan las campanas para las
cuatro esquinas de la plaza sino que suben, calle arriba, por
todo el pueblo, primero se meten en La Joya donde vive
Trinidad hacedora de chimó, curvea el repique hacia el
rumbo izquierdo, atraviesa la quebrada sin mojarse, alerta a
Rafaela Cañizales que en ese momento saca una acema
aliñada del horno, sigue por el empedrado que llena el
gran recodo del pueblo dominado por las tiendas,
pulperías y portones de los Lucena, los hombres de
negocio se paralizan a la entrada de sus pulperías y
ablandan el gesto, la canción campaneril de Mano
Suncia sigue su camino por la mitad de la calle, detiene el
torno de
Don Diego Picón cuando remata tres trompos de guayabo
ya listos para enclavar, las dos campanas se oyen en la
Capilla del Calvario, donde Francisco Ochoa está
sentado sobre la media pared de cemento a
la espera del grito de la Negra Vargas es hora de cenar y el
repiqueteo sube por los potreros del solar de Don Cleofe
López hasta llegar a las Cuatro Esquinas; Santos
Vargas endereza su silla, se pone de pie y también
saluda el Ángel del Señor anunció a
María, todo el pueblo se detiene, en los portones de
las casas, en la escalera de las aceras de los Martos, en las
pulperías, en las cocinas con fogón, en las
plumas de agua que
son dos en todo el pueblo, en la subida por el camino de la
quebrada, paralelo y por detrás de la calle real, se
santiguan las mujeres, se santigua Don José
D’Apollo el letrado y consejero legal, se santigua el
Coronel Paredes amigo y compadre del Teniente Vizcaya, los
muchachos detienen los trompos delante de la casa de las
Coronado que son un mujerío…"No hay caserío sin sus mujeres hacendosas y
peculiares, las doñas y las misias que con su donaire,
su garbo, su tolerancia,
su apostura o su bondad, contribuyen a conformar la
idiosincrasia del poblado, el espíritu del lugar, ese
elemento inmaterial e intangible que se convierte a la larga
en signo inequívoco de que se está en ese sitio
y no en ningún otro. Morón así lo sabe y
así lo registra: "Estaban las mujeres del pueblo. Se
quiere decir aquí que sin las mujeres el pueblo no era
el pueblo. El mujerío que se reúne en la misa,
en aquella iglesita fundada por las mujeres (…) Porque
son las mujeres las que llenan la vida del pueblo. Estaban
doña Emeteria, doña Ramona, doña Chagua,
doña Ezequiel, doña Catalina, mamá vieja
sentada en su mecedora, en el zaguán, la
bendición mamá vieja (…) Y Doña
Josefina, doña Olga, Estefanía, Filadelfa,
Honorina también doña, y doña Dolores,
doña Amalia, doña Pascuala. Fíjate,
todas las mujeres en fila para la misa de seis. Las mujeres,
sin cuyas largas faldas, y el romantón, y las negras
"andaluzas" para ir al templo no tiene nada de sabor el
pueblo."Tampoco hay poblado trujillano: Boconó,
Miticún, Guaramacal, Niquitao, Batatal,
Motatán, Escuque, Betijoque y hasta el mismo Cuicas
que no se precie de su quebrada de agua límpida,
fría y jovial: "La Quebrada, ése es su nombre
único y ésa es su presencia en la tierra
fértil de la
memoria, La Quebrada es el referéndum del pueblo,
pues de ella, de su ruido
diurno y de su murmuración nocturna, vive el pueblo
todo; yo creo desde toda la vida que si no fuera por el
permanente referéndum de La Quebrada este pueblo de
Cuicas no existiría; si se fundó, fue para eso,
para que La Quebrada le diera vida y viceversa, el pueblo se
fundó, para darle existencia a La Quebrada:"
Así que con todo el tiempo que
un caserío sin prisas permite, el reaparecido
andariego toma el camino de La Quebrada, de la suya, que no
es como la Quebrada de San Miguel, ni la de Cote, ni la de
Segovia, ni la de la Encomienda, pero tampoco nada tiene que
envidiarles. Relata entonces nuestro visitante, transfigurado
ahora en su fraterno Oscar, que: "Baja de su casa, por la
bajada de frente a las Ramos, silba cuando pasa frente a
donde vive el señor Manzanilla que le cortaron una
pierna gangrenada, sin dormirlo, sólo borracho con el
miche que le dio Don Virgilio para cortarle la pierna con
cuchillo de matar reses, llega a la pulpería de Roque
y se va por la pluma de agua, que está cerca de la
quebrada, por detrás de las casas de la Calle Real,
hasta enfrente de El Recreo, porque se ahorra camino por la
vereda hasta llegar a la casa de Doña Eleuteria, la
mamá de José Róger, Oscar va a jugar con
el morrocoy de José Róger (…) El
morrocoy de José Róger camina por el patio, con
su concha como una jamuga de burro; el morrocoy de
José Róger camina con Oscar encima, como si
fuera un burro rucio, lo pasea por el patio, arre morrocoy,
arre burro, arre mono, burrito, el animal levanta su lenta
cabeza y camina despacio, con Oscar encima, sentado, por todo
el patio de la casa de José Róger, cerca de la
quebrada".Tiempo y más tiempo dedica el retornado vivo,
y no como muerto para Cuicas, a jugar y jugar, a
divertirse sin limitaciones. Se distrae con el morrocoy –
burro ajeno, come guayabas verdes, con gusanos y sin ellos,
se admira y comparte la habilidad de su amigo Pedro Carrasco,
quien con su honda artesanal – "de goma gruesa de tripa de
caucho, de
caucho de camión, dos tiras de goma negra (…)
se la fabricó él mismo, con cuero de
res pelada, cruda, la honda para las piedras, una horqueta de
guayabo cortada (…) alisada por el propio Pedro
Carrasco, las gomas de caucho de dos jemes amarradas con
guaral a las puntas de la horqueta" – calcula, apunta,
se asegura, y ¡zás! dispara la guaratara para
cazar a su antojo "conejos, perdices, arditas y
pájaros de todos los colores de
Cuicas y en todos sus caseríos, incluido
Arenales."Cuando se aburre de tanto divertirse en la
magnética quebrada, en la quebrada embrujada,
hechizada, encantada, de su pueblo: "vos habéis visto
los caballitos del diablo en el pozo de la quebrada cuando
vais y cuando venís de Arenales a pie, o en burro, los
caballitos del diablo revolotean siempre en la quebrada, se
paran en las piedras resbalosas, se paran en las hojas de
guaje, se pasean por las orillas del monte, revolotean encima
del agua y se paran en el agua
sin mojarse", Francisco, Oscar, Guillermo, el que antojado
pretenda ser el escritor en esos intransferibles momentos de
infantil evocación, se va a los matorrales del otro
lado del pueblo a comer frutas de árboles de enrevesados nombres y
prolijo color; con
el cuidado debido para que no se peguen a su cuerpecito las
garrapatas que se chupan, ávidas y desaforadas, la
sangre de las
vacas que pastean en los potreros vecinos, se encamina hacia
los jumangales, cerca de Las Frutas Coloradas. Para llegar
hasta allá, a ese pequeño paraíso en
medio del edén de Cuicas, el narrador, baquiano
experimentado, explica: "hay que bajar detrás de la
casa del Calvario, por el camino de las vacas de Don Cleofe,
pasar por debajo del manzanito que echa manzanitas amarillas
(…) y más allá están los
jumangues, las frutas coloradas, jugositas, dulces, los
árboles como si fueran guayabos, pero colorados los
troncos, las ramas, las hojas y los jumangues, cuando hay
jumangues no hay manzanitas."Hasta el bienvenido cansancio infantil, una y otra
vez, incesantemente, exhausto de felicidad, recorre
alborozado el escritor los conocidos y circunscritos espacios
urbanos del caserío para recrearse a sus anchas fuera
de ellos, especialmente en las rurales cercanías, en
sus encantados alrededores, en sus maravillosas proximidades:
"el empedrado abarca como tres cuadras de la calle, aunque en
este pueblo de Cuicas no se cuentan las distancias por
cuadras (…) las distancias se cuentan por nombres,
Pueblo Abajo, La Joya, El Quebradón, Pueblo Aparte,
Pueblo Arriba, El Calvario que es por donde viven las Vargas,
Campo Lindo y sigue hacia arriba, por el cerro todo el
caserío, en el otro solar es donde está la
memoria,
aquella casita que construimos Mano Chuy y yo cuando
éramos muchachos, para jugar de
verdad…"Pero ninguna felicidad es eterna, invariablemente
llega el momento de alzar velas, de decir adiós y
dejar atrás ternuras, amores y afectos, la seguridad
y la certeza de lo conocido, para coger el hatillo personal, los
escasos bártulos, y partir solitario en busca de un
mejor futuro que haga valedera la esperanza. Así un
día de un mes de agosto, Francisco se despidió
del pueblo de Cuicas. "Subió en el camión de
estacas de Víctor Artigas. No se despidió de
Celmira, ni del busto de Simón Bolívar. Cuando atravesó el
puente por donde se van los cuiqueños para no volver
jamás, vio a Juan Lucena tirado en el suelo,
amanecido con moscas en la cara, muerto de tanta
porquería bebida en el garito de Benita (…) Se
lo comieron las moscas durante tres días con sus tres
noches en las últimas vacaciones de Francisco en la
casa de su pueblo trujillano, mucho juicio hijo mío
dijo la maestra, tú eres pobre, pero honrado, trabaja
mucho, estudia mucho, aquí estaré esperando tu
regreso. Ya eres un hombre."Lustros después, estudiando mucho
latín y griego en plena bruma londinense, el escritor
compara inviernos y rememora el día de su partida de
Cuicas para Carora: "no tienen hojas los árboles de
Londres, en todo caso se secan por este tiempo llamado
invierno aunque no llueva, lo cual es también una gran
diferencia porque invierno allá en Cuicas significa
lluvia, un aguacero del diablo, de día y de noche,
llovió mucho en Cuicas cuando Francisco se fue del
pueblo, como si se hubieran puesto a llorar, todo el
día y toda la noche, mamá dijo en su carta que
aquí comenzó a llover y no escampa, de triste
que se puso todo el mundo por la noticia de aquella partida
sin regreso; en los árboles pelones de Colville
Garden, que se ven desde esta ventanita del altillo cuando
hay luz, no cae
la lluvia de Cuicas ni mis lágrimas de lejanía
y soledad, sino que le caen encima las propias nubes llamadas
curiosamente la nieve del invierno."En sus maduras recordaciones, Morón tiene
también presente otros caseríos "con sus
ringleras de casas de palma, muy poquitas, de paja brava casi
todas", y, en especial, un rancherío que
difícilmente alcanza la ya reducida categoría
de caserío de la que goza con toda propiedad
Cuicas y tantos otros de la comarca del escritor. En efecto,
en la vivencia y opinión del escritor sobre Arenales,
el trujillano, ese poblacho "de arenas secas, gruesas,
amarillas", porque que en las sequedades de la geografía nacional hay otros Arenales
esparcidos por estos senderos patrios que nada tienen que ver
con este también caserío afectivo de
nuestro narrador: "…Melanio es el más viejo del
pueblo, suponiendo que este pedazo de pueblo de Arenales sea
un pueblo y no un rancherío, bueno vamos a darle la
importancia que tiene de caserío con sus cuatro casas
grandes de tejas, un chiquero para los puercos que tampoco
son muchos y un gran pajonal que sirve de potrero, para
cuando llega un viajero con su caballo, o una mula, o tal vez
un par de burros cargados con sal, quién sabe para
qué sirve la sal, aquí comemos todo simple,
hasta el caldito de caraotas con plátano sancochado
nos lo comemos simple."Además de Cuicas es la villa Nuestra
Señora de la Madre de Dios de Carora la población que convoca los recuerdos
más sentidos y emotivos del escritor que hizo
también de ella auténtica patria chica y
orgulloso gentilicio estricto. Esa ciudad habitada por "godos
grandes carajos, por cara – coloradas hijueputas", fue
la que albergó tanto las travesuras naturales como las
lecturas decisivas de nuestro narrador, quien a muy temprana
edad "estuvo en la tienda de Polo a buscar un libro de
Historia, los
libros
están apilados en la trastienda, sopotocientos libros,
impresos en España, impresos en una ciudad que es
la más grande de todas las ciudades fundadas por los
españoles cuando fundaron también a Carora,
llamada Buenos Aires."Carora se jacta de conservar intactos los mismos
linderos desde su fundación, el 15 de octubre de 1569,
así como de exhibir el linaje de unos apellidos
– Riera, Zubillaga, Perera, Oropeza, Álvarez,
Herrera y los que faltan para completar los veinte recogidos
por el genealogista de la villa – que se mezclan entre
sí, se entrecruzan una y otra vez, para dar origen a
ese caroreño blanco, godo, colorado y peculiar, muchas
veces genuino pero no legítimo: " de sangre azul
conocida, cristianos viejos probados, ni turcos ni negros ni
judíos ni indios ni protestantes,
Jesús amén, sólo caroreños
antiguos y principales " y nunca a los otros, los
ilegítimos, los pecaminosos, "los hijos naturales ni
los pardos del siglo XVIII que aunque se hacían pasar
por honorables y blancos eran todos negros, descendientes de
esclavos, que las familias les permitían usar sus
nombres y apellidos."En fin, ese caroreño genuino, blanco y
legítimo también se caracteriza por proferir
palabras gruesas y agresivas, no necesariamente malas
palabras, aunque sí gritadas: "como si tiraran
pedrugones con la lengua."
En efecto, recuerda el escritor: "cuando un Álvarez
habla por el teléfono de manigueta desde la hacienda
que tienen en El Blanco, en las cabeceras del río, se
escucha el escándalo en Carora y en los pueblos
vecinos, no necesitan usar el teléfono ni mandar
recados para los peones, se ponen a gritar y todo el mundo se
entera de que no llueve en la hacienda, que los pozos de agua
están secos, de que esos carajos peones son unos
perezosos, que si no aumenta el precio de
la leche a
esto se lo llevó el diablo, que cómo va a ser
eso de dejar entrar al Club Torres a ese negraje de Barrio
Nuevo, Carora se acabó, no puede ser, entonces nos
tendremos que ir de aquí, los vozarrones de los
Álvarez aumentan el calor de
la ciudad, ah buena vaina, carajo."Carora es sinónimo de agobiante e inclemente
calor – "continuo, día y noche, desde enero a
diciembre, apenas bate el viento por la tarde, con cierto
ruido de borrasca" – sólo comparable con el de los
desiertos más inclementes del planeta: el conocido
Sahara, el inquieto Sahel o el más lejano Gobi:
"Porque lo que pasa lo sabe todo el mundo, aquí abajo
en esta maldita tierra y
allá arriba en ese maldito cielo, un cielo maldito,
que no hace sino relumbrar, echar sol como si no tuviera otro
oficio, como si en lugar de ser el cielo fuera el infierno."
Francisco ha sudado ese calor, a chorros lo ha sentido correr
por su pequeño y enjuto cuerpo de niño precoz,
dotado de "unas nalgas poco atractivas, más bien
flacas, los huesos se
adivinan debajo del pantalón sin calzoncillos, carne
magra, como un firulí el cuerpo pequeño de
Francisco, pero reluciente el rostro, ágiles los
movimientos, oscuros y brillantes como estrellas los ojos, el
pelo negro, el perfil de su abuela materna, respingada la
nariz, te pareces a Simón Bolívar le dijo la
maestra Teresa Molero y desde ese día sus
compañeros le pusieron chapa de oro con el
está bien, Bolivita, hola Bolivita, Francisco tuvo que
agarrarse de nuevo cuatro horas en El Pajón con
Amorfiel Martínez para quitarse la chapa de
encima."Un calor permanente y un río agazapado
caracterizan a esa villa de Carora que Francisco se conoce de
memoria, al dedillo, de pe a pa, en cada uno de sus detalles,
de tanto recorrerla, caminando, dando brincos, saltando de
una acera a la otra, a pleno sol o en la cómplice
oscuridad de las sombras, volando ligero: "tomé la
decisión de mirar desde arriba todas las casas, en
vuelo despacio, no como los pájaros, sino agachado,
agarradas las piernas con las dos manos. Pero la mano
derecha, suelta para pasar por encima de las maporas de la
plaza y más alto que la torre de San Juan", en fin,
vagando a sus anchas por unas calles que conoce al pelo y que
puede recitar, una a una, con los ojos cerrados, visitarlas
de nuevo con la imaginación como si estuviera
consultando un preciosista portulano o las vías
mostradas en pantalla por el más eficiente buscador
satelital. Rememora Francisco las calles de la ciudad de
poniente a naciente: "la calle Bolívar, la Zamora, la
Torres, la Carabobo (…) la calle de La Paz, la
Miranda, la Democracia
que le cambiaron el nombre, la Libertad
que también le pusieron otro nombre por si acaso y no
se alcen los caroreños son todos gobierneros, por eso
hay que mudar los nombres federales de las calles
transversales, la Calle Falcón, ¡quién ha
visto! que es la primera cerca del río, paralela claro
está a la calle del Comercio
las dos capillas en sus puntas, luego la calle real y
principal, que es la de San Juan, toda hecha con casas
sagradas (…) la calle Bruzual quién será
ése, la Sucre más arriba que no le han cambiado
el nombre al Mariscal de Ayacucho, Monagas cuál de los
dos será, debe ser el libertador de los esclavos, que
nos echó ese tronco e vaina de dejarnos sin esclavos,
la calle Federación ésa sí ya
dejó de llamarse así (…), y la
última que era la calle Independencia, porque de ahí para
arriba ya es el trasandino y la carretera trasandina de
tierra…."Pero no hay calle verdadera, genuina, sin sus
habitantes y sus moradas, esas edificaciones, esas viviendas
de particular estilo que le otorgan especial identidad
a Carora, verdaderas casas sagradas que el escritor visita
con ánimo de urbanista del espíritu, de
antropólogo de la historia caroreña. Siempre
dispuesto a trasladarnos vivazmente a la villa de sus afectos
a través de sus emotivas evocaciones, Morón
explica minucioso, detallista, reparón, que una casa
sagrada caroreña tiene: "portón y
anteportón, con lo cual se da existencia de presente
al zaguán. Las casas sagradas de la ciudad, donde
viven los godos, tienen todas zaguán (…) todas
las casas caroreñas tienen y deben tener esa entrada
entre el portón que es la puerta principal de la
morada y el contra – portón o segundo
portón que es la puerta con acceso final hacia el
interior sagrado de la casa (…) en Carora hay como mil
casas, unas doscientas serán casi sagradas, donde
viven los blancos de la plaza, las diversas clases de godos,
que unos son llamados Chuios y otros son llamados Chuaos, eso
no quiere decir gran cosa sino que unos son más godos
que otros, no es que sean más blancos ni más
caracolorás, sino que lo hacen para pelear los puestos
públicos."El sol y el calor de la ciudad son objeto de
variadas y sudorosas imágenes que dejan su indeleble mancha
sobre las páginas que garrapatea el escritor.
Morón advierte con estricta crudeza acerca de las
consecuencias fatales que pueden producir los furibundos
rayos solares del cielo de Carora sobre cualquier mortal
negligente o irreflexivo. Para que estemos prevenidos
aconseja: "a las diez aprieta el sol, hay
que llevar sombrero aludo porque de lo contrario se
achicharra la cabeza y se pueden quedar los huesos pelados
entre los tejos de la playa, como huesos de chivo muerto, se
mueren de sed, se los comen los zamuros y se quedan los
cachos en la cabeza pelada en un sitio, más allacita
las costillas y por los lados, todos regados, los huesos de
las patas, todos ruyíos, desmigados por el calor, por
eso hay que ponerse sombrero de cogollo bien alón,
para que el sol no haga de las suyas y lo convierta a uno en
chivo muerto."Las villas poseen para temor de niños y adultos sus propios
espíritus, sus apariciones o aparecidos, sus fantasmas:
El Silbón, La Llorona "que llora inconsolablemente
la muerte
de su hijo muerto sin haber nacido porque ella misma le dio
un gran manotón y el hombrecito (porque era macho,
veis) le gritó desde adentro, ¿por qué
me matáis antes de tiempo?", el hombre
del carretón, El Salvaje, La Sayona, El Maniador, pero
solamente Carora muestra con
orgullo a su espanto fundamental y sin comparación: el
mismo Mandinga, un demonio sin amarras, el propio Diablo que
todavía anda suelto en Carora. A tenor de lo narrado
por Morón, la presencia permanente y libertaria del
diablo en la ciudad infernal se debe justamente al calor
insoportable que la define y le es consustancial: "El calor
se aposentó en la ciudad, el calor soltó al
diablo, el diablo estaba bien amarrado en el solar del
convento de Santa Lucía, el convento franciscano;
allí lo había dejado tuerto Santa Lucía
de un bastonazo que le dio, cuando el diablo entró al
oratorio donde estaba la santa dedicada a sus oraciones
(…), en el convento estaba amarrado el diablo desde
cuando se fundó el convento, tuerto y amarrado con
fuertes cadenas en el tronco de un cují seco, con el
rabo mocho, un franciscano se lo pisó, cuando Santa
Lucía le saltó un ojo de un bastonazo, y entre
los frailes lo dominaron a palos, lo amarraron con las
cadenas de amarrar negros y lo dejaron en el solar, amarrado,
sin darle de comer, más de doscientos años
estuvo el diablo amarrado en el convento, hasta que se
soltó y la culpa la tiene el calor, porque el
día en que se soltó el diablo en Carora
hacía más calor que en el propio infierno,
cómo haría de calor que los caroreños,
se acostaron, desnudos, empapados en sudor, a las diez de la
mañana, como si fueran las dos de la tarde, que es
cuando se duerme la siesta después de almorzar
mondongo de chivo, cabeza de ovejo, caraotas caldúas,
lomo prensado, longanizas, tajadas fritas, suero, queso
raspado, arepas, y un chocolatico caliente, como hacía
tanto calor, los caroreños decidieron desayunar como
si fuera el almuerzo y todo el mundo se echó en sus
chinchorros a dormir la siesta con ese inmenso
calorón, todas las barrigas caroreñas repletas
de mondongo ocuparon los chinchorros, sin una gota de
aire,
caliente el sol, despiadado encima de las tejas, implacable
en la plaza y en las calles, los árboles se quedaron
pasmados de calor, un gran silencio entró a las casas
sagradas, el silencio del calor y de la siesta, todo el mundo
con la barriga desnuda, la paloma apagada, los brazos
colgando fuera del chinchorro, el calor se hizo dueño
de la ciudad, para que el diablo soltara sus amarras, para
que el diablo endemoniara el convento, nueve muertos con
calor y sudor dejó el diablo en Carora el día
que se soltó y ya no lo han vuelto a amarrar, porque
el convento se cayó, los godos de Carora expulsaron al
último fraile y Santa Lucía se quedó
ciega…"Sin embargo, otros entendidos en el asunto del
Diablo de Carora como Don Pedro Nolasco de Álvarez
dicen, en boca de Francisco y con los presuntos cachos del
diablo bien sujetos en sus manos: "El diablo se soltó
de sus cadenas. Y comenzó a realizar acciones
heroicas, de muy diversa naturaleza. Para vengarse de Santa
Lucía que lo había amarrado en el tronco del
cují, en el patio de su convento, comenzó a
poner ciegos a todos los curas de la ciudad, y principalmente
al Padre Francisco Ramos, que era Doctor en cánones,
para que no pudiera ver quién era quién y
así mandara para el infierno a los inocentes y
remitiera en sacos de lona a los culpables para el cielo;
luego el diablo confundió a unas autoridades con
otras, para que se mataran entre sí. A unas
autoridades con otras, para que se mataran entre sí,
como en efecto se mataron, los Alcaldes Ordinarios pasaron
por las armas al Juez
de Comisos y el teniente Justicia
de la Compañía de Volante, que también
era el Buenaventura, le dio de puñaladas a los presos,
de tal manera que se armó la sampablera. Y
también el diablo, sólo por fuñir, sin
otra intención, comenzó a cogerse a todas las
mujeres de la ciudad, de lo cual se aprovecharon algunos
maricos viejos y sabios y otros maricos jóvenes e
inexpertos para hacerse pasar por mujeres, sólo por
aprovechar. De modo que el convento de la Consolación,
fundado en el barrio de la Greda, donde la ciudad
repetiría su propia historia, con casas y todo, tuvo
muchas reclusas santas, hijas adulterinas del diablo. Nada de
esto se puede decir en voz alta porque es absolutamente
pecaminoso y forma parte del Capítulo Décimo
titulado De las Prohibiciones y Fornicaciones
en el Libro Secreto escrito con mucho cuidado, amor de
Dios, santo celo y curiosa preocupación, por el
Ilustrísimo Señor Obispo Don Mariano Martí, cuyo capítulo se refiere
íntegramente a la ciudad de Carora visitada por el
Obispo, inmediatamente después de la fecha en que el
diablo se soltó en Carora."Sea como sea, cuéntese como se cuente,
entiéndase como se entienda, nárrese como se
narre, desde aquellos lejanos, confusos y aciagos días
en el convento de Santa Lucía, ningún visitante
de la villa pregunta por el Dios de la ciudad, sino por el
distinguido, célebre, famoso y suelto, Diablo de
Carora.Culminados con excelencia sus estudios en la ciudad
donde el diablo continúa suelto: "yo soy estudiante de
puros veintes en todo, también en conducta,
aunque tengo que pelear en el recreo", más adulto,
más persona,
más seguro, con
la indoblegable esperanza puesta, desde el instante mismo en
que partió de Cuicas, en el logro de un porvenir
diferente, el escritor, al momento de pasar por el Trasandino
con destino a Caracas, en la parte alta de Carora, no quiso
divisar la villa de su adolescencia: "no quería ver las casas
sagradas, cuando sea rico y doctor volveré, dijo a los
catorce años Francisco, camino de la flor amarilla del
araguaney, la flor del araguaney es amarilla, florea el
árbol todo entero, se caen las hojas y la flor
amarilla llena frondosamente las ramas. La flor del araguaney
se cae al suelo a los quince días. Sólo quince
días dura la flor del araguaney. Francisco no tuvo
tiempo de recordar su infancia."- La maestra
ejemplar
…y es en la pensión Bolívar
donde vive la maestra más bella del mundo, la maestra de
pelo largo, no se lo puedo
contar a mi mamá, porque es en la
Pensión Bolívar donde vive y espera a Francisco,
todos los días, la maestra
Teresa Molero.
Entre maestras y profesores discurrió, desde su
propio nacimiento, la existencia del escritor, hasta llegar
él mismo a convertirse en un maestro, en el sentido
más estricto del vocablo, reconocido por la calidad y
pertinencia de los múltiples y variados productos de
su conocimiento e
imaginación, como bien lo define el DRAE: "Dícese
de la obra de relevante mérito entre las de su clase". Su
mismísima madre, Doña Rosario, acunó, desde
muy joven la vocación espiritual por el magisterio que
luego, producto de
las circunstancias de la muerte de la
abuela de Guillermo Francisco, tuvo que ejercer anticipadamente y
sin aviso previo.
Imagina el narrador una supuesta pero muy posible
conversación de sus abuelos acerca del eventual destino de
la hija, su madre: "La maestra de escuela no era
todavía la maestra de escuela. En aquel tiempo era
solamente la hija. No ve usted, doña Rosarito, que la hija
no pasa sino en eso de leer todo el tiempo. Ya se leyó los
libros que hay en la alacena y también los que
están en la repisa (…) que te digo yo que esa
niña va a ser maestra de escuela, mira tú que ya
escribe versos y todo".
Esa pasión temprana por el saber, ese deseo
irrefrenable de conocer, de adentrarse en la pulpa de las ideas,
llevo a Doña Rosario, la madre de Francisco, a ser en el
Colegio La Esperanza de Carora: "la única estudiante del
sexo femenino,
delante de todos los demás que eran varones, dos varas
delante de la primera fila, con su camisón largo, de medio
luto, con la cabeza cubierta con su media mantilla recogida en
nudo al cuello como corresponde a una señorita decente,
que usa botines y medias para ocultar, en lo posible todo el
cuerpo y dejar descubierto solamente el rostro, reflejo de las
virtudes de nuestra sociedad,
católica, apostólica, romana, republicana y
federal." Esa joven y talentosa estudiante era llamada por don
Ramón
Pompilio, el sempiterno maestro, "al frente, para que dé
la lección rosa, rosae, rosarum."
Pero la fatalidad arriba, súbita,
despeñada, el día menos pensado, y cambia el curso
de ríos, rutas y vidas: "ya llega Zapata por el camino de
Carache para dar el aviso, no necesita Zapata dar ningún
aviso, trae la mala noticia escrita en su cara, el caballo
trotón de Zapata (…) el caballo de Zapata trae
pintada la mala nueva en la frente y en los ojos, y usted
señorita, ha quedado marcada por la prematura muerte de su
mamá".
Rosario la joven, la maestra anticipada, la madre
después, doña Chayo para la familia.
tuvo entonces que hacer pronta y efectiva la temprana y
manifiesta vocación por el saber para convertirla
abruptamente en docente oficio, todavía recuerda el
escritor lo que le dijo sin reservas el boticario en Carora, no
el de Cuicas: "usted lo conoce mamá, porque él me
lo dijo el otro día, mírame a ese muchacho tan
inteligente y tan estudioso, me dijo, también felicito a
tu mamá que tenía su escuelita para niñas,
allí mismito, cerca de mi casa en el Calvario, esa casita
azul en la esquina de la calle Contreras."
Y casa tuvo también la madre maestra, la maestra
madre, en Cuicas, sita en la misma orilla del empedrado de la
calle se alzaba la casona siempre presta a recibir a las
niñas del caserío para enseñarles el noble
arte de leer
la palabra, escribir el verbo y multiplicar el número a
las hijas de Cuicas, a sus propios hijos y a las hijas de Don
Armando, hermanas de Francisco: " porque papá era como
era, doña Chayo, aquí le traigo esta muchachita de
diez años para que usted me la críe y me la
enseñe a leer y a escribir y también a rezar, esta
muchachita la tuve yo antes de casarme con usted allá en
Carora y como su mamá se murió en el filo de
Curuviche, ella no puede vivir sola y así usted
tendrá que criarla junto con los muchachos que
todavía no tienen hermana ni creo que la van a tener,
porque siempre es así, luz de la calle y oscuridad en la
casa, se llama Teresa Villegas porque así es el apellido
de su mamá y no tenemos para qué
cambiárselo, cuando el hombre tiene hijos varones en el
matrimonio,
las otras mujeres le paren hembras, fíjese cómo en
Carmen que también es hija mía allá en
Carora cuando yo vivía solo, un día mi papá
se alzó con una goda de El Tocuyo que le gustaba mucho,
entonces la maestra de escuela no dijo nada y parió al
quinto y último de los hijos cuando ya no se pare en
ninguna parte, a los cuarenta y dos años, un muchacho para
Don Morón cada dos años en la casa
legítima."
Rememora Morón la casa – escuela de su madre en
Cuicas, donde fue hijo y alumno a la vez: "No, no era una casa
cualquiera. Tenía aquella inmensa sala como de cien
metros, donde ella daba la escuela ¿Le recito yo primero
la lección, doña Rosario? Está bien, Imelda,
comienza tú, pero no por el cinco que ya te lo sabes muy
bien, sino por el nueve, y entonces me atraganté toda con
el condenado nueve que es tan difícil, nueve por nueve
ochenta y uno. La sala tiene cuatro puertas, una para la calle,
una para el patio del portón, una para las habitaciones
donde duermen todos, una para el aguamanil. En el aguamanil hay
una ventana para el patio de atrás, donde está la
pluma de agua, que es el baño y el lavadero; y una puerta
para el otro patio donde esta el anón. Desde el aguamanil
se abre una trampa con escalera directa al comedor y a la cocina.
Nadie tiene una casa como ésta, con un comedor que
está debajo del aguamanil y que tiene otro patio con una
tamaña piedra desde donde se ve toda la casa de las Ramos
y todo el pueblo abajo (…) Fíjate bien porque no es
una casa cualquiera."
Quien sí no tuvo casa para su escuela sino la
llevó a cuestas, a lomo de sí mismo, por zanjones,
quebradas y serranías, fue el maestro Eulogio Carrasco el
que vivía "al lado derecho de la quebrada si vos
venís desde las Cuatro Esquinas". El maestro ambulante, el
docente portátil, el profesor
itinerante, el buenazo del maestro Carrasco, más bueno que
un amasijo y más dulce que pan de Tunja, "enseña a
leer, escribir, contar y rezar, bien hecho todo, como Dios manda,
porque ésos son los fundamentos de la instrucción.
No tiene escuela el maestro; va de casa en casa, todo de dril
blanco, el calzón y la blusa abrochada hasta el cuello,
recio bastón de guayabo, como cayado, anteojos al aire,
con zancadas llega a la puerta, buenos días niños,
fíjate que no usa alpargatas, que el maestro Eulogio
camina descalzo por ese piedrero del pueblo." Sin embargo, la
superstición, el miedo, la murmuración, el
misterio, pueden más que la buena voluntad y los afanes
apostólicos, en Cuicas "hay una casa donde no entra el
maestro Eulogio. (…) Hay grandes cuartos oscuros, hay una
trilla dicen, y un patio, dicen, más grande que la plaza.
Por la tarde llegan los arreos de burros, las mulas y los
caballos, sin cesar los arreos que cargan café,
maíz,
morocotas, panelas y también el diablo. El Recreo es casa
endemoniada, donde no duerme mujer de noche."
Chita, la Niña Chita, "quien tiene su nombre bien
extendido por todos los pueblos altos y bajos, su buen nombre y
fama", la hermana de doña Rosario la madre, la tía
por antonomasia de Francisco, también fue celebrada
maestra rural y formó parte, como su hermana de sangre y
tantas otras abnegadas mujeres de nuestros caseríos y
villas, de ese anónimo pelotón de educadoras que
ayudaron a instruir a los venezolanos de principios y
mediados del pasado siglo.
Entre lujurioso y enternecido, admirado, rememora
Francisco a la Niña Chita: "es delgada como la palmera
solitaria que se fue a nacer y a vivir en el conuco de Don
Santiago Marquina; todo el mundo conoce a la Niña Chita,
la única Señorita de espiga que ha venido a
enseñar a estos mocosos de los pueblos más cerriles
del Municipio, de espiga como las que echa el maíz cuando
crece en todos estos conucos, espiga blanca con barba amarilla,
como el pelo de la Niña Chita, relumbroso por la
mañana, cuando sale, se asoma pues, a la puerta de su
escuela, los arrieros se inquietan en el patio de la
pulpería, la que está al frente de la casa de la
escuela, porque no hay hombre ni viejo ni joven, arriero,
peón, conuquero, pulpero o lo que sea, que no le tenga el
ojo puesto a la Niña Chita, delgada, finita como una vara,
blanquita, con su pelo negro para desyerbarlo, y su sonrisa. La
Niña Chita, mansa como el jagüey, tiene siempre una
sonrisa, pero también tiene los brazos desnudos,
redonditos, y esas tetas derechitas, como si fueran a
disparar."
Con todos sus innegables y apetecidos atributos
físicos y espirituales, la Niña Chita no pudo ser
seducida, muy a su pesar, por el fascinante Gallo de la Espuelas
de Oro, pero eso es otro contar; volvamos a nuestra historia
acerca de las andanzas pedagógicas de esta educadora
ejemplar en los muy desenterrados caseríos de Arenales y
Las Virtudes, quien se vio también, de la noche luctuosa a
la mañana fatal, convertida en maestra por
destinación: "y ahora que se ha muerto su mamá en
Carache (…) hay que prepararse para la vida, dijo el
abuelo, todas van a ser maestras de escuela, por eso aquí,
aunque sean tan bonitas como Chita y Nona, porque desde aquel
día en que se decidió su destino ya no se llama
Carmen, ni Carmencita, sino Chita, la Niña Chita, que
espera a la puerta de su escuela, en Arenales, con el sol
amarillento, un sol amarilleante, es el sol de los
venados."
Y ahí está – ¿satisfecha,
resignada? – la Niña Chita en Arenales, cumpliendo a
cabalidad, la petición urgente de los cincuenta hombres
con sus bestias, que como montonera libertadora en son de paz, se
dirigieron hacia la calle del Comercio en Carora a solicitarle su
concurso a Rosario, la maestra, la hermana de Chita, la madre de
Francisco, para "que venga usted doña Rosarito a fundarnos
una escuela en el pueblo, donde nadie sabe leer ni escribir y hay
que mandar los tripones a Carache para que sean desburrados, pero
a las triponas no se las puede exponer a esos peligros de vivir
fuera de sus casas, porque ahora no hay respeto como
antes, pueden perderse en el camino y regresar
embarrigonadas."
Complacida la petición civilista, la tropa de
padres angustiados se puso presta, manos a la obra, a fin de
construir rápidamente, en convite, la casa donde ahora
habita la niña Chita con su escuela para niñas –
"un caney grandote, con todo su espléndido techo de palma
seca, la mejor palma tejida porque es la casa de la escuela" – en
la misma la entrada del caserío de Arenales.
En su recinto escolar, la maestra Niña Chita
enseña lo que es menester enseñar: "Usted se
aprende de memoria, rugió el leoncillo y sacudió
orgulloso la melena, diez veces léalo y ahorita mismo me
lo recita de memoria. Te fijas la maestra se pone brava de
embustes, porque no está colorada ni agarró la
palmeta, dijo con el decir de la lección que era esa del
leoncillo con rugido y con melena. Pero en el charal no hay
leones sino monos peludos y zorros y tigres bien chiquitos, dijo
también y leyó de nuevo para aprenderse de memoria,
rugió el leoncillo y al sentirse fuerte sacudió
orgulloso la melena. Así está mejor, con sonrisa,
ojos claros, nariz suave, larga cabellera de treinta años
que muerden la boca del estómago, la maestra tan blanca
que no es de aquí, la niña Chita olorosa
dijo."
Pensando en su futuro, imaginando el destino que le
espera, "ya que cada quien tiene su suerte en esta vida", la
Niña Chita educa y enseña a las niñas de
Arenales, consumiendo sus mejores años en el laberinto del
abecedario, en los recovecos de la tabla de multiplicar,
analizando "su mala suerte con los hombres (…) La soledad
de hombre de la Niña Chita toca ya los treinta y tres
años". Sólo se acuerda de uno, allá en
Carora, "espaturrado, cambeto de ambas piernas, los brazos largos
como una rama de cují, las manos grandes, grandes, grandes
que podían cubrirle el cuerpo agachado a José el
mudo. Lo recuerda bien porque ese hombre se le acercaba y le
decía Niña Chita cásate conmigo; se lo
decía a media lengua – Ni ta te migo – , porque
José el mudo, no era mudo, sino tartamudo, media lengua
(…) Pero después ya no ha habido hombres en la
suerte de la Niña Chita".
Sin embargo, la Niña Chita sabe que en el
caserío, agazapado, en espera de cogerla por donde sea y
como sea, se encuentra, en permanente acecho, en celo manifiesto,
"el Teniente José del Carmen Vizcaya, que es el
dueño de la casa de teja, pulpería y posada,
nuestro Jefe Civil de Arenales", quien, ante la ausencia de un
pizarrón de veras como el ofrecido a la maestra para la
escuela de Arenales, garrote civil en mano, en plan de
interesada ayuda, había ya, rijoso y calculador, visitado
a la Niña Chita "para ofrecérselo un día de
éstos, en cuanto haya pizarrones en Carache, gratis para
la escuela, bueno la verdad verdadita Niña Chita es un
regalo mío personal que usted me tiene encandilado y sin
sentido y hago por usted lo que usted quiera."
Así transcurren los aburridos años
escolares en el impasible caserío de Arenales para la
Niña Chita, aguardando un desconocido galano que le cambie
el rumbo a su existencia pueblerina, en sigilosa espera de un
bienvenido imprevisto que la libere de ese villorrio caliente,
calmo y silencioso, donde nada sorprendente ocurre, donde todo
siempre pasa igual; inconmovible aldea polvorienta, arrinconada,
desértica, alejada de las perturbaciones que alteran el
pulso y avivan el corazón:
"En Arenales el tiempo es un hábito. Un hábito de
ver; un hábito de oír; un hábito de hablar.
Todo el pueblo sabe cómo ayer fue un día que
empezó a las seis de la mañana, cuando sale el sol,
y terminó a las seis de la tarde, cuando se oculta el sol.
Todos saben que la noche empieza a las seis de la tarde, cuando
se recogen las gallinas y termina a las seis de la mañana,
cuando se ordeñan las vacas. Nadie tiene dudas sobre
cuándo es hoy ni sobre cuándo fue ayer. Ni interesa
mucho cuándo será mañana. El tiempo es un
hábito."
Sin embargo, el 30 de agosto de 1935, Día de
Santa Rosa, se convirtió en una jornada memorable para
Arenales, una jornada de esas donde los no puede ser,
quién lo hubiese dicho, tan calladito que se lo
tenía. Ese 30 de agosto, en la alegre y multitudinaria
velada de celebración del día de la santa
protectora del pueblo, hubo dos extrañezas, dos sorpresas,
dos acontecimientos, que dejaron a todo el caserío mudo,
estupefacto, turulato, atónito: "La primera fue un poema
que el niño Francisco vino de Cuicas a pasar unos
días de sus vacaciones y se los va a recitar de memoria,
Francisco se encaramó en la mesa que se trajo con ese
objeto y entonces rugió el leoncillo y al sentirse fuerte
sacudió orgulloso la melena (…) Y la otra sorpresa
fue la intervención en público, por primera y
última vez, de la propia Niña Chita, de pie,
delgada, como un rayote de sol metido por una rendija, ligero
temblor en los labios, tan delgados, que no podía caber en
ellos una inocente mentirita, por eso el Día de Santa Rosa
de Arenales de 1935 terminó con un gran llanto de todas
las niñas de la escuela, con lágrimas silenciosas
de todas las mujeres de Arenales, con un no se me vaya
Niña Chita que fue lo único que pudo decir,
roncamente, como un grito y sollozo, María Coronado, y un
coño, qué buena vaina, carajo, que esa noche,
desvelado, atragantó al Teniente Vizcaya, Jefe Civil de
Arenales."
La Niña Chita había guardado, reservada,
discreta, prudente, el secreto que le había confiado en
una de sus raras visitas al pueblo el Padre Ferraro, su mudanza
de Arenales a un pueblo más grande, Cerro Libre, "donde el
maestro Don David Vargas tiene una escuela federal rural de
varones, pero lo promueven para la Escuela Federal No 41." La
Niña Chita le agradeció el milagro al Padre
Ferraro, y éste, al bendecirla, le contestó de
nada, a nombre de Santa Rosa la milagrosa
Nuevamente, larga y fina, se instala la Niña
Chita, "como un rayo amarillo de los que entran por las rendijas
del empalmado del techo", en la puerta de su escuela de Las
Virtudes. Niñas y niños, la mitad de los cuales son
hijos "legítimamente naturales de Don Pedro María
Lucena, llamados en su honor de su padre padrote las Luceneras".
Vuelve la Niña Chita a sus tizas de verdad y pizarrones de
mentira, a los pupitres bulliciosos que acogen alertas una nueva
generación de mi mamá me ama, yo amo mucho a mi
mamá, de seis por ocho cuarenta y ocho, ¿de
qué color era el caballo blanco de Bolívar?, en
medio de la insondable y extendida oscuridad dominante en ese
nuevo caserío donde "no hay lámparas de Kerosene ni
siquiera de carburo y las velas de sebo escasean. La muchachera
recoge cocuyos y gusanitos de luz en todo el caserío,
porque todo el caserío es un gran montarral. Con diez
cocuyos en una botella clara, de las que sirven para el miche, se
crea una lámpara con un tapón de palo y ya
está la linternita de diez cocuyos, que alumbra muy bien
los caminos de la noche. Con los gusanitos de luz es más
difícil, porque diez gusanitos de luz se prenden y se
apagan, nunca están los diez prendidos ni los diez
apagados, es una lámpara chueca, intermitente dice la
Niña Chita."
En medio de la oscurana del villorrio, la maestra brilla
con luz propia, poco a poco, con donaire, como sabe hacerlo, va
ganándose el respeto y la consideración de alumnos,
autoridades, padres y representantes, en fin, de todos los
conciudadanos del poblado. Tal como aconteció en Arenales,
sus atributos y virtudes en las Virtudes convocan la curiosidad,
la admiración, la lujuria, de todos los varones del lugar,
menos la del forastero de las espuelas de oro. Indiferente, el
hombre pasó de largo, sin detenerse apenas. Haciendo uso
del pudor y la decencia inculcados en su infancia
caroreña, la casta y virginal maestra, La Niña
Chita, en esa oportunidad, sólo atinó,
tímida y balbuceante, a ofrecerle al seductor y fugaz
forastero una humilde jícara de café que el gallo
– jinete bebió antes de partir de Las
Virtudes.
El anónimo visitante no se percató de los
ojos absortos, de la mirada suplicante, no te vayas por
favor, que la Niña Chita, recatada, comedida,
disimuló, ocultó. "En la sala de la casa de Cuicas,
donde se reúnen las mujeres para conversar, la Niña
Chita le cuenta a su hermana, mientras no está presente
Francisco ni ninguno de los muchachos, el percance del forastero
(…) Su hermana Rosario la escucha en silencio y adivina,
sabe más bien, lo que hay dentro de la Niña Chita,
ya cumplió los treinta y cinco años sin olor a
pantalones, sin faena de sudor de varón en la casa, el
pelo de la Niña Chita comienza a parecerse a las barbas
del maíz jecho, cuando se dobla la mata de maíz
para secar la mazorca antes de cosechar el grano. Dice: creo que
debes de casarte con tu teniente Vizcaya. La boca de la
Niña Chita se quedó sin saliva, como un jagüey
seco. Y ese mismo día, antes del Domingo de
Resurrección, regresó a Las Virtudes: Tal vez
vuelva el hombre del caballo negro."
Transcurren los días, las semanas y los meses,
monótonos, impasibles, en la escuela de Las Virtudes; en
tozuda castidad, en pertinaz soledad, en terca clausura, la
Niña Chita, "belleza melancólica, disimulada la
tristeza y también la belleza, por el recato aprendido,
los ojos no deben demostrar continuo gozo de la vida", se niega a
celebrar su aniversario, el trece de junio, el Día de
San Antonio:
¿para qué?, yo ya no cumplo años, le
responde apesumbrada a su insistente hermana Rosario, Chayo,
quien aconseja maestramente a su hermana maestra: "lo que debes
hacer es casarte con Vizcaya, o con cualquier otro, o
bañarte con agua fría y limón."
En el pueblucho sin relevantes acontecimientos, sin
extrañezas, empero, "un suceso sí sucedió" –
como el que había soñado, intensamente,
apasionadamente, vehementemente, la Niña Chita – y tuvo
lugar en la colorida fiesta que en honor a la ejemplar maestra
del caserío, organizó en la propia escuela, la alta
sociedad de Las Virtudes: "fuera del desmayo inadvertido de la
Niña Chita, en cuanto Antonio Gallo entró a la sala
de baile que todo el mundo se dio cuenta. Ocurrió que las
cuatro lámparas de aceite,
lámparas de mariposa, hechas por la Niña Chita para
alumbrar la escuela, se apagaron al mismo tiempo (…) Cuando
Antonio Gallo entró sin sombrero, también se
metió de sopetón un vientecito frío de
montaña, y apagó las lámparas de aceite, las
lamparitas de mariposa. Antonio Gallo dijo, hablando por primera
vez en Las Virtudes, no se preocupen señoras,
señoritas y caballeros, la mejor luz de Las Virtudes
está en la sala y es la virtuosa señorita la
Niña Chita (…) Y el baile que la sociedad de Las
Virtudes, es decir, Don Pedro María Lucena, El
Cúchare y un metiche que vino y se marchó, todo en
un santiamén, brindó a la maestra única que
ha habido en el caserío continuó hasta muy entrada
la noche, o mejor dicho hasta que la noche entró y
salió que fueron las seis de la mañana, a la salida
del sol (…) Cuando el vientico frío se coló
por la puerta y por las ventanas de la sala que estaban abiertas
apagó las taritas de luz en las lámparas de aceite
de coco. Antonio Gallo desplegó su sonrisa y le
relumbraron los dientes, no hay que preocuparse avisó, yo
traje a mis negros para esta eventualidad de noche oscura,
diciendo y haciendo, cuatro negros del mismo tamaño y
porte de Antonio Gallo, que es bien blanco y sólo tiene el
pelo negro hasta la nuca, como las mujeres de pelo corto,
aparecieron en la sala, de a negro por rincón, debajo de
cada rinconera con lámpara apagada, y le dieron luz a la
sala con los dientes pelados, como si rieran sin reírse, y
con las dos manos alzadas a la altura de los hombros, el blancote
de las ocho manos y de las cuatro risas iluminó el baile
de la Niña Chita, su primer baile y su último
baile, cuando salió la noche y entró el día
desaparecieron los negros sin que nadie los viera entrar ni salir
y Antonio Gallo, fresquito, como recién bañado sin
echarse un trago, bailó con la Niña Chita todos los
valses tocados por el conjunto de los turpiales de Minunboc, y a
eso de las cuatro de la tarde, cuando la maestra se asomó
al silencioso domingo de Las Virtudes, después de
bañarse con agua fría y limón en la culata
de la casa, vio pasar al hombre con su sombrero, y el caballo
moteado, rumbo a la bajada del cerro, yéndose de Las
Virtudes y dejando intacta la virtud de la virtuosa maestra
bailada.
- Adiós, virtuosa señorita.
- Adiós, Señor Gallo.
- Encantado de haberla conocido.
- Encantada me quedo en Las Virtudes."
Prosiguió así, en la soledad más
desoladora, parecida a la soledumbre de Pérez
Alencart, su titánica tarea de enseñar a las
niñas y los niños del pueblo, a los innumerables
descendientes del patriarcote Don Pedro María Lucena,
concentrada en su labor pedagógica, la Niña Chita
insiste, repite, pregunta, examina, repasa, explica, aconseja,
vuelve a leer, pregunta de nuevo, explica otra vez. Pero "la
escuela mixta de Las Virtudes no termina de cuajar, las
niñas salen preñadas antes de aprenderse de memoria
el alfabeto, los tripones asisten un día sí y el
otro tampoco, es imposible luchar contra las lombrices, contra el
tifus y sobre todo, mi querida Chayo, no se puede derrotar el
hambre."
Imposibilitado su trabajo
docente por la pobreza y el
hambre, acongojado el corazón por la partida sin regreso
de Antonio Gallo, objeto de las murmuraciones del caserío,
la Niña Chita busca en qué divertirse, presencia
los juegos de
bolos, le escribe a sus hermanas, reza y borda, asiste a los
velorios del pueblo "donde las mujeres no lloran a sus muertos,
manque sean sus hijos, los lavan bien lavados, los perfuman con
agua de olor hecha con flores, los visten y los bailan tres
noches seguidas, con música para que los
muertos echen una última gozadita, que más de las
veces es la primera."
Así discurre entonces la vida de la maestra Chita
en Las Virtudes, entre la escuela, el juego de bolos
que presencia admirada, el bordado, la misa, los entierros
bulliciosos y los rezos solitarios, y el recuerdo insistente de
Antonio Gallo que rápido quisiera convertir en olvido. Sin
embargo, otro día, de esos que se venían gestando
en las admoniciones y consejos de la hermana Chayo, y en los
apetitos y desvelos del Jefe Civil de Arenales, el Teniente
Vizcaya – "qué hará éste en Las
Virtudes" – llegó temprano a la bolera para decirle
implorando a la sorprendida maestra: "vengo a pedirle que se case
conmigo Niña Chita, por vidita suya."
La felicidad no es eterna, cada quien tiene su suerte;
impredecible el suceso sucedió, la mala nueva se
regó como pólvora en Las Virtudes, las
exclamaciones de estupor, las expresiones de no puede ser, las
preguntas de cuándo fue y cómo pasó,
circularon de boca en boca entre los estupefactos habitantes de
Las Virtudes hasta que llegó a Cuicas para instalar la
pena y el llanto en familiares y allegados: "La noticia de la
muerte de la Niña Chita en Las Virtudes llegó a
casa de Francisco en las vacaciones de julio y ya terminado el
sexto grado". Todos la lloraron, pero el que más
lloró fue Francisco, lloriqueó más que
nunca, las lágrimas se le acababan y debía aguantar
el jipeo hasta que volvieran copiosas, irrefrenables, a inundar
almohada, sábana, pañuelo, el vaso de cama, la
jícara del café, el tazón de peltre.
Plañidero, gemebundo, Francisco berreó la muerte de
la tía maestra más que la desaparición
temprana de su padre Don Armando, gimió más que
cuando su hermano Oscar se vino muerto desde Carora. Francisco
lloró a mares como el mar que todavía no ha
visto.
Arrecho, inconsolable, con ánimo de venganza y
esperanzado en la resurrección, Francisco comunica su
incontable pena, su recóndito dolor: "se murió por
haberse casado con el Teniente alpargatudo y panzudo de
José del Carmen Vizcaya que no es Jefe Civil ni es nada.
Al mes de haberse casado se murió la Niña Chita, no
aguantó el empujón de ese hombre perseguidor, el
virgo invicto en treinta y cinco años fue roto en la cama
de lona, un gran grito salió a medianoche de la escuela de
Las Virtudes, no se levantó más de la cama la
Niña Chita, perdió el pelo amarillo, se le cayeron
las uñas de las manos y de los pies, se encogió
como un guiñapito, como una muchachita viejita, a la
Niña Chita la enterraron recogidita en un pañuelo
los huesitos y la pielita arrugadita las paticas encogidas los
brazos deshilachados la barriguita fruncida el culito rotico la
enterraron amontonadita en un pañuelito porque no es
necesario hacer una urnita para un angelito porque la Niña
Chita es todo un montoncito de huesos, las niñas de la
escuela lloraron con sol y todo, los muchachitos de Las Virtudes
siguieron calladitos, las mujeres de Don Pedro María
Lucena hicieron fila para rezar, se les salió una
lagrimita a los jugadores de bolo, carajo dijo el Teniente
Vizcaya, nos quedamos de nuevo sin escuela murmuró Don
Pedro María Lucena, muy bueno que se haya muerto dijo
desde encima del caballo Juan Montilla, yo me voy de aquí
reventó el Teniente Vizcaya y al otro día lo
encontró Eleazario Roque comido de los gusanos en el monte
bien podrido se pudrió el Teniente Vizcaya, Francisco se
alegró del gusanero y lloró seguido toda la noche
por la muerte de la tía Chita, la pobrecita Niña
Chita que se murió en Las Virtudes picada de Vizcaya,
maldita sea."
De un brinco largo regresa Francisco a la calle de
Carora donde se ubica la Pensión Bolívar en la que
vive y lo espera, todos los días de clase, la maestra
Teresa Molero, la maestra más bella del mundo. Se solaza
el escritor en la evocación de aquella dicha infantil,
rememora su primer embelesamiento, "se chupa la respiración", revive la taquicardia primera
y emotiva, los apurados latidos del corazoncito del alumno, que
"ya siente la mano de la maestra que agarra suavemente la suya,
la maestra dice buenos días jovencito, cómo
amaneció usted hoy". Se le alborota el pelo a Francisco,
le sudan las manos, torpe se tropieza con el borde de la acera,
se atraganta, respira hondo, siente la mirada de todos los
vecinos, viandantes y compañeros de escuela, fija,
insistente, murmuradora, en la mano que agarra la mano de la
más bella maestra que existe sobre Carora, sobre la
tierra. Camina orondo Francisco, toma el lado de la calle, porque
la parte de adentro de la acera les corresponde a las damas
¿verdad mamá? Recorre la calzada infinita,
atraviesa la plaza Bolívar atestada de gente, cruza las
esquinas y toma la acera izquierda de la calle del Comercio para,
toñeco y contemplao, llegar a la casona "agarrado con su
mano izquierda de aquella dulzura que es la mano derecha, blanca
mano como un racimo de cambures titiaros, dulcitos con concha y
todo (…) Francisco siente el caminar de la maestra, camina
como una bandera, camina como una reina, como en las
películas mexicanas que uno se queda tieso de mirar
cómo es que camina ella, la maestra más hermosa que
ha habido en el mundo, se llama así de lindo, Teresa
Molero."
A paso de bella maestra llega Francisco a la escuela
Egidio Montesinos – ubicada en la vieja casona colonial que
perteneció a Don Felipe, el pulpero, el esposo de
Doña Rosario, la difunta en Carache, el suegro de Don
Armando, el padre de las maestras Chayo y Chita, en fin, el
abuelo del alumno – a objeto de continuar sus estudios de cuarto
grado de Primaria Elemental "derechito para el quinto grado y el
sexto grado que ya es la Educación Primaria
Superior donde se estudia la regla de tres compuesta, la
enseña el propio Don Pablo con la regla de cagar en la
mano, porque para ir al otro solar, mamá, aunque se tengan
muchas ganas y ya no se pueda más hay que caminar con las
rodillas apretadas y con la barriga en un vilo, que ya se va a
salir, no se puede ir sin pasar antes por la Dirección y pedirle permiso a Don Pablo,
pedirle la regla y uno se va corriendo con la regla en la mano,
para espantar los zamuros con la regla del Director."
Extasiado, embelesado, alucinado, embobado, pasa
Francisco la jornada entera, protegiendo su mano izquierda: la
guarda en el bolsillo de su pantalón, no deja que los
compañeros de clase la toquen, la siente vibrar en la
faltriquera de sus calzones de dril azul, le tiembla, le late;
cuidadosamente la saca, la desenfunda, la pone lentamente sobre
el pupitre "limpio, sin rajaduras, sin marcas de navaja
como los demás", y sin que la maestra linda ni los
tripones compañeros de aula lo noten, disimuladamente,
haciéndose el loco, la huele, "y se pone el hueco de la
palma frente a la nariz y le entra un desmayito y la vuelve a
guardar para que no se le ensucie y no se lava la mano hasta el
otro día, por la mañanita cuando tenga que
bañarse y limpiarse la mano, limpia, limpia, para que no
se ensucie la mano blanca y olorosa de la maestra Teresa Molero,
camino de la escuela.
Lo que pasa es que Antonio no puede hoy. Tampoco
podrá mañana ir a la escuela y no será
posible pelear en el río,en la Chorrera, que es donde están los de
Barrio Nuevo, tiradores de piedras y buscapleitos, como los
del Trasandino,que vienen tío Alfonso, hasta la placita
de Corpahuaico que es de nosotros, no ve. Y si vienen tenemos
que defendernosa pedradas y también a trompadas y
ripatazos.La plaza y las placitas han sido en aldeas y villas
de Venezuela
y del mundo, el lugar privilegiado de encuentro, el sitio
predilecto para la frecuentación, el terreno natural
de la igualdad,
aunque en las adrenalinas de la juventud
haya que defenderlas, en especial las placitas propias e
inventadas, como si se tratara de un preciado edén.
Cuicas y Carora no son la excepción, el escritor, en
sus errancias de la memoria, en las vagancias de su
imaginación, deja buen registro de
esos centros de civilidad que la ciudad previó o que
sus adolescentes se inventaron: "Ahí viene
el tapajoyo, gritaron los muchachos, reunidos en la placita
Corpahuaico, un terreno baldío, donde han crecido
algunos árboles por la sencilla razón de que
les dio la gana. Se llama Placita por un decir de los
muchachos, que la han cogido por reunirse ahí a
ciertas horas de la tarde cuando los sueltan de la escuela, o
de las escuelas más bien, hasta cuando se pone oscuro
porque no hay bombillos ni poste alguno de luz en la
placita."Cuando todavía no existía la
atracción de los insaciables malls, de los
ávidos outlets, de las insulsas
Galerías, de los atroces centros comerciales, la
Plaza, la Plaza Mayor, la Plaza Bolívar desde nuestra
independencia, era el humano y exclusivo recinto
público para el solaz, la conversa, el reposo y la
recreación. Rememora Francisco que en
la villa donde el diablo anda suelto: "la otra asamblea de
los muchachos de Carora tiene lugar en la plaza de verdad, en
la cuna de la ciudad, allí donde la llevó el
río Morere que de cuando en cuando crece y la echa una
mudadita a la ciudad (…) ya se sabe que por los lados
de de Juan del Tejo, río abajo, hacía
Río Tocuyo que está más allá de
Aregue, es por donde se fundó la ciudad la primera vez
que se fundó, ya está averiguado, en 1569, por
el primer fundador Don Juan del Tejo que no lo quieren
precisamente por eso, porque ya hace mucho tiempo de eso y
porque sólo llueve cada cuarenta años con
inundaciones. De modo que la Plaza Bolívar de Carora
está aquí sólo desde la fundación
de la ciudad."En la remembranza del escritor, la Plaza
Bolívar de Carora parece verdaderamente mayor,
adquiere dimensiones de verdadera ágora
mediterránea, proporciones de foro romano, distancia
de inmensa explanada des Invalides que Francisco
atraviesa, bajo la mirada envidiosa de sus compañeros
de clase, agarrado de la mano de su maestra bella, Teresa
Molero: "Veinte maporas por banda encuadran la plaza,
lanzadas al calor del cielo, eso es lo más alto que
hay en la ciudad y en todos estos alrededores, cujíes,
dividives, cardonales, tuneros, chiriguaritos, piquijuyes, ni
los robles de la Quebrada de los Robles les llegan por la
mitad, ni crecen tan arriba, los tamarindos, los cemerucos
son enanos, solamente estas ochenta maporas guardias de la
Plaza Bolívar, gruesa pata de cuatro abrazos de
muchachos, estirpe de centinelas, calle de San Juan presente
frente a la Iglesia, calle del Calvario, presente a que los
Arispe, calle Bolívar, aquí estamos los Matute,
calle Lara del Colegio La Esperanza, las maporas contadas
cada día, calor, mediodía hirviente, por la
mañana contadas las maporas de la plaza incontables,
altas, inmensas, arriba, en el cielo, más allá
del reloj y del campanario. Los esquineros son ceibas, rojos
botones, manos abiertas, sombras en las cuatro bocas, vientos
de las seis de la tarde, pasa María Zubillaga, florido
viento de la botica del Carmen, pierna arriba el
camisón del viento que sopló, oportuno desde
Juan del Tejo, anuncio de lluvia (…) Las piletas
también son ocho, para que haya agua y se orinen los
muchachos y a veces cumplan otros menesteres."En la Plaza con P mayúscula, se
reúnen, en pequeño y selecto cónclave
los alumnos de la escuela Teófilo Carrasco, la
aristocracia de los blanquitos del pueblo: "los muchachos
blancos y con árbol genealógico bien definido,
extirpados eso sí los brazos torcidos de la
genealogía, aquellos que desaparecieron, por ser hijos
naturales blancos, nacidos clandestinamente en las casas
sagradas y sobre todo en las casas de campo que están
en los tunales y otras cercanías de la ciudad." En la
Plaza Bolívar de Carora se congrega lo más
granado de la juventud caroreña que asiste a la
Teófilo Carrasco para estudiar, discutir y realizar
actividades religiosas, culturales, musicales, de pueblerino
alcance: "en diciembre se prepara para las misas de
aguinaldos, en julio la asamblea se apandilla a objeto de
preparar los exámenes finales, como si fueran
estudiantes serios de verdad, y para conversar sobre el
árbol genealógico de Cheluis." Aunque Francisco
asiste a la Escuela Federal Graduada Egidio Montesinos y no
ha estado
nunca en la Escuela para blanquitos Teófilo Carrasco
conoció, sin embargo, a Cheluis "en la asamblea de los
muchachos de la Plaza Bolívar, porque a esta asamblea
acuden de una y otra escuela, por la selección natural de las asistencias al
catecismo en la casa de Carmencita Zubillaga y también
porque la Plaza Bolívar no es para muchachos
realengos, sólo para los muchachos que van a las misas
de aguinaldos en diciembre y para los que puedan llevar
café, empanadas, arepas calientes con diablito
enlatado para embutir las arepas, a las tres de la madrugada,
para estudiar debajo del poste y discutir."Todo lo que ocurre y acontece en la Plaza
Bolívar de Carora es contemplado y vigilado por un
personaje sin igual, sin parangón, cuya sorprendente
labor no se encuentra incluida todavía en el Manual de
Artesanías, Profesiones y Oficios de la muy famosa
Organización Internacional del Trabajo,
mejor conocida como la OIT según los cables de
prensa,
con sede en la calvinista y neutral ciudad de Ginebra, donde
hace más frío que por los lados de
Jabón, de San Pedro de las Bocas, donde los godos de
Carora se van a invernar en la época más
caliente de la villa, que son todas. Nos referimos al Rey de
las Maporas. "Yo soy el Colega, placero mayor de esta plaza,
las maporas y las ceibas fijan los límites de mi reino, no las rejas
negras de dientes afilados, hierro
colado, ni las ocho puertas de entradas y salidas. Tengo un
quiosco para mi solaz, con música de retreta los
domingos y ciertos señalados días de fiesta
(…) El Colega tiene un tulipán en el ojal, el
placero se pasea, rey de la Plaza, y dice buenos días
colega al doctor Oropeza, buenas tardes colega a don Pedro
Álvarez, buenos noches colega a Don Jacobo
Mármol, sus colegas, el médico, el maestro, el
boticario, los que pasan por la plaza a cumplir oficios
menores que el mío, rey de este reino, pero
también gente útil, como yo, en esta ciudad
caliente, calor de maporas en la plaza."La Plaza Mayor de Cuicas no corrió con la
misma suerte de la Bolívar de Carora, no hay quien la
quiera ni la mantenga, ninguno la visita, hace tiempo que un
enamorado no besa con ternura a su enamorada, no hay anciano
que se repose, y mucho menos estudiante que repase la tabla
de multiplicar, la cartilla, el silabario: a de ala, y de
yunque, c de casa. El escritor con la gozosa esperanza
del que vuelve, transformada prontamente por la desidia y la
marginalidad
en tristeza, con letras amargadas el escritor afligido
informa. "Se quedó íngrima la plaza (…)
Se quedó íngrima la plaza, Porque antes estaba
Ramoncito el policía, escorado y orillero, por la
sombra de los carruzos (…) Se quedó
íngrima la plaza. Porque la banqueta de cemento se
rajó y se cayó, un grinalde desabrido la
tumbó el otro día. Francisco llegaba, soledades
suyas miche adentro, yo soy Francisco, el hijo de Verdiana,
yo solo empiezo mi estirpe, no te metáis conmigo
Ramoncito o te descubro tu secreto de amores, y vos tampoco
san Isidro si no quiere que envíe este sol, sol
soledades, allá adentro, a tu sacristía sombra
sacristía, y te mando también si queréis
estos azulejos que están aquí en el
único manzanito de esta plaza, decía Francisco
sin gritar, sin pronunciar palabras, miche, aguardiente,
fiebre
adentro, largamente sentado en el tronco que está
debajo, en la sombra del manzanito de la plaza. Para que la
placita regrese, miel de abeja, mi matejea, don Serapio y su
sombrero, San Isidro entallado en su talla, Ramona Carrasco,
vestida de carruzos, voy a escribir en el aire esta
elegía de Asio, mi otro yo, y Francisco puso las
palabras sin escribir, sin pronunciar:Cojo, marcado a fuego
viejo como un vagabundo,
fantasma, grima,
íngrimo, soliloquio
soledad."En Carora, existe también otra placita que no
está íngrima, sino yerma, pelada, sin un solo
árbol que brinde protección y cobijo al
viandante. Árida, desértica, desolada, es una
placita a vivo sol; pueblerina y contradictoria, llena de
cascajos, la reducida explanada es conocida,
paradójicamente, como la placita Riera Aguinagalde,
consagrado el cívico
espacio urbano al consistente y arrojado Padre Zubillaga.
Francisco, prolijo en detalles como es costumbre de su pluma,
explica, riguroso, la trama de la efigie en la placita, para
que sepamos, con propiedad, la razón de por qué
la plazoleta Riera está regida por un Zubillaga. En
fin, oigamos al narrador: "en la Placita Riera Aguinagalde
(…) los chivos le pasan la lengua al Padre Zubillaga a
ver si tiene una blandura por donde meterle el diente, porque
chivo es chivo y no tiene asco, se come cuanto sea blandito,
las tunas, los cujíes, los cotoperices, los mamones,
los cardones de la calle Torres, las cajas de madera de
la pulpería de Che Torres, el papel sucio de la plaza
donde el Padre Zubillaga aguanta sol y agua sin ponerse
negro, pero el padre Zubillaga no es blando, es muy duro, es
hombre como de acero,
dice Don Chío, mamá, que lo aguantó todo
menos que le saliera el tigre, porque imagínese
mamá, el Padre Zubillaga estaba predicando en San
Antonio, en frente, pues, en el Hospicio de San Antonio, pero
en la capilla y hablaba contra los ricos de Carora,
mamá, y por eso le salió un tigre, un tigre de
verdad, un tigre de verdad verdad, como el de los circos,
como el del Circo Razzore, mamá, el de mi tío
Foncho, y el tigre no se sabía de dónde
salió porque no había circo en Carora ese
día, sino chivos, en la placita Riera Aguinagalde, y
el tigre se le fue encima al Padre Zubillaga y el Padre
Zubillaga gritó, un tigre, un tigre, un tigre, y
salió corriendo con las ropas de decir misa, por toda
la capilla, el tigre detrás del Padre Zubillaga que lo
tocaba con los dientotes, le rompió la sotana de un
manotón, mamá, pero no lo alcanzó,
porque el Padre Zubillaga era un cipotón de hombre,
duro como el hierro, dice Don Chío, y se
encaramó de un brinco, antes que el tigre, en el
campanario y desde el campanario de la capilla de San
Antonio, que es más alto que una mapora saltó
de un solo salto, antes que el tigre, y del salto fue a dar
al centro de la Plaza Riera Aguinagalde y se convirtió
en estatua no pueden comer las cabras ni los cabrones,
mamá, de puro duro que es el Padre Zubillaga." He
aquí pues la explicación de estatua y
plaza.Ninguna plaza ni placita de la ciudad, incluyendo la
Torres que está situada en la esquina donde por
venganza del Diablo de Carora no se construyó el
celebrado y previsto convento, lo que queda es precaria
ruina, tiene la energía, el espíritu, el
poder de
convocatoria, de la Corpahuaico, inexistente y desconocida en
los planos oficiales de Carora, pero verdadera y legal en la
emoción de Francisco y sus compinches. La
democrática, igualitaria, festiva y evocada placita de
Corpahuaico, "que no es plaza ni es nada, sino un pedazo de
tierra con árboles, se reúnen, pues, los
muchachos blancos de la Escuela Teófilo Carrasco y los
muchachos café con leche de la Escuela Egidio
Montesinos, que es la escuela
pública (…) aquí en la placita, se
lleva a cabo la asamblea democrática de los muchachos
de las dos escuelas para varones de la ciudad. Aceptan de
manera espontánea, en la asamblea de muchachos de
escuela a todos los demás muchachos que se acercan
(…) ya vengan del Trasandino (…) ya vengan de
Pueblo Nuevo". No se excluye ni discrimina a nadie salvo por
razones de sexo, porque solamente los varones de las dos
escuelas se sientan a esperar a los otros machos de los otros
senderos de la ciudad, "en el suelo, debajo de los
árboles que son dos almendrones, un dividive y cuatro
cujíes, llenan la placita con su sombras, oscura
sombra en cuanto caen las seis de la tarde, mientras crecen
las voces, las cuchufletas, allá viene el tapajoyos,
alza la voz el negro Miano como si quisiera insultar a Oscar
Oviedo que también llega en ese momento y responde la
agresión, con voz más alta todavía, le
tapas el joyo a tu mama, gran carajo, como si fuera la hora
de empezar el pleito en la asamblea democrática de la
placita Corpahuaico. Pero no es hora
todavía."Juegan los adolescentes – los niños adultos,
los venerables imberbes – a ser más ellos en sus
infructíferas peleas atardecidas, combates al caer del
ocaso, caimaneras crepusculares, vespertinas iguaneras, en
fin, palios caroreños. Juegan indolentes los mozos,
inadvertidos, irresponsables, a inocentemente golpearla a
ella, la altiva, la apoltronada en sus alturas, esa
encrespada entidad mimética, camaleónica,
cambiante, adaptable, que sorda quisiera ser para no aguzar
sus oídos, escuchar los silbidos de la muerte, el
llamado del más allá; silban y silban,
convocándola a su propia expiración,
sacándola de su verde escondite allá arriba en
la copa más alta de yabos y almendrones: "Allá
vienen en griterío, hacia la playa, las grandes risas,
los zancos que son saltos, vienen de todas las escuelas, a
hacerle guerra a
las aguas. Y cuando vean mis habitaciones verdes y moradas,
entonces ocurrirá, todos harán silencio y
comenzará el irresistible canto. Ellos sí lo
saben. Silban y yo tengo que asomar mi encrespada cabeza.
Adiós peroles, hoy no tenemos que silbar. Ahí
está la iguana, desmayada debajo del yabo. Si se ha
muerto sola puede estar envenenada."Juegan con la vida y, en especial con la muerte,
Francisco y sus compinches de Carora: el Negro Miano, Oscar
Oviedo, El Mesie y Fumanchú Lameda, el más
extravagante y cruel de todos. Matan a los pichones y a los
mamones si es que matar un mamón es posible:
"Fumanchú se encarama en el primer mamón,
arranca los racimos de mamones con rama, se deja caer al
suelo con los brazos del árbol, para romperlos, de tal
manera que la mata de mamón se queda sin mamones y sin
ramas. Pero Fumanchú es además experto en
ahogar pichones (…) las palomas caseras crían
sus pichones dándoles de comer de boca a boca, de pico
a pico, hasta cuando están listos para abandonar sus
nidos, cuando ya los pichones están papujúos,
gorditos pues, listos para que Fumanchú y El Topo se
vayan a La Paduana a cazar pichones que es una caza facilita,
divertida, no hay más que agarrar a los pichones
mansitos en sus nidos. Comienza la fiesta de los pichones,
blanditos en la mano los pajaritos. El Topo y sobre todo
Fumanchú le aprieta las narices, con los dedos pulgar
e índice de la mano izquierda, porque Fumanchú
es zurdo, a ver quién mata primero al primer
pichón sólo por asfixia, se queda muerto el
pichón colgado del pico entre los dedos, a ver
quién mata cien pichones primero, los dos expertos
cazadores de la asamblea de muchachos contarán la
hazaña en la placita Corpahuaico, en la Plaza
Bolívar y en el pozón de
Chicorías."Francisco caza lagartijas porque le tiene grima a
matar un pichón con los dedos; a lo que no le tuvo
grima ni miedo el miembro de la asamblea de la placita y de
la Plaza y del pozo fue a visitar, adrede y encompinchado, el
cementerio para profanar una tumba ancestral. Los hechos
acaecieron así, a tenor de lo confesado por el
escritor en tardía esquela a su señora madre en
Cuicas. "Pues lo que ocurrió fue que Don Tita Franco
nos puso una composición sobre El Cuerpo
Humano para que escribiera cada quien en su cuaderno de
anatomía (…) Entonces Cheluis,
Nenel, Ique, Nacho, Joel, Chalo, Mayote y yo decidimos ver de
cerca el sistema
óseo, por lo que nos acordamos de los muertos que
están enterrados y solitos los pobres, en el
Cementerio Viejo, pensábamos que tal vez
teníamos suerte y encontrábamos los huesos de
un muerto bien viejo, como Don Juan de Salamanca, o Pedro
León Torres, o algo así, también
podían ser los huesos de los muertos que mató
el diablo cuando se soltó, lo cual podía servir
para constatar que las puñaladas eran con puñal
de candela. Cuando llegamos en trulla al Cementerio, por la
tardecita, después de clase, saltamos las tapias
porque son bajitas, aunque ya no hay portón en el
cementerio y si uno se va por detrás de las cruces sin
nombre entra facilito, pero entonces no era emocionante como
saltar las tapias que cuando brincamos ya nos habíamos
tapado la cara con el pañuelo como los bandidos del
oeste cuando van a matar indios o robarse un banco donde
los godos yanquis guardan la plata. Pero no encontramos
ningún muerto como Juan de Salamanca, ni a Pedro
León Torres, sólo las tumbas cerradas contra la
pared que aún quedan en pie, aunque casi todas se han
caído. Entonces, entre todos, con la cara vendada,
abrimos un túmulo que decía Doña Julia
Álvarez Álvarez de Álvarez y cuando
abrimos la tumba Doña Julia estaba enterita, menos la
pierna derecha, porque era coja Doña Julia. Cada quien
cogió el hueso que mejor se conocía, yo por
ejemplo me quedé con la cabeza porque yo me conozco
todos los huesos del cráneo, Cheluis se llevó
la pata mocha, es decir, el fémur derecho; pero
algunos huesos sobraron, los pusimos otra vez en la urna de
palo de vera y la regresamos al hueco donde Doña Julia
se había pasado como cien años de muerta. En
Carora se formó un gran escándalo y andan
diciendo que el diablo anda suelto otra vez haciendo
diabluras."Donde sí no hizo Francisco travesuras
memorables, rubieras ilustres, barrabasadas célebres,
fue en Cuicas, allá en el pueblo de su más
temprana y tierna infancia, el escritor jugaba con otros
compinches, con otra cuerda de muchachos que también
era muy grande pero menos traviesa, entre ellos Francisco
recuerda a "los tres Carrasco, Pedro, Ángel y Claudio,
y los Rodríguez y alguno de Campo Lindo, aunque en
Campo Lindo quien tiene cuerda es el hermano de Francisco,
con los muchachos grandes que ya usan revólver y
navaja."No sólo de varones era la cuerda de amiguitos
de Francisco en Cuicas, a los niños con pipí,
había que sumar también a las hembras con
totona, con las que el escritor estudiaba y de lejos se
enamoraba ya de pequeño, porque sepa UD que en
enamoramientos también ha sido maestro el maestro
Morón: "conversé en la puerta de la escuela con
Carmen Alicia y con Carmen Oliva la Niña Negra y la
Niña Blanca (…) me dan ganas de pedirles un
beso como en las películas, paro no me
atrevo, huyó la voz garganta abajo, hacia la boca del
estómago y tuve que guapear para no desmayarme, las
dos me saludaron como si fuéramos amigos, pues aunque
las he visto muchas veces en sus casas, en Carora es muy
difícil tener amigas para jugar; no es como en Cuicas,
en las vacaciones jugamos lotería, jugamos la
candelita, jugamos a los bandidos, todos juntos, con las
muchachas también."Quien sí fue el compinche por antonomasia, el
preferido del escritor Guillermo que ahora se llama
también Francisco, en honor y memoria de su hermanazo
del alma.
Francisco Arroyo, el "gran mano Pancho Arroyo que sabe
más que un libro y tiene por dentro un sentimiento muy
bueno, ama a su mamá Verdiana Arroyo y quiere
más que el carrizo a ese pendejo de Francisco, medio
caroreño y medio cuiqueño (…) Francisco
Arroyo habla maracucho, porque estudia en el Zulia, donde
vive por temporadas su mamá Verdiana Arroyo, la mujer
más linda de este pueblo de Cuicas, Francisco Arroyo
es amigo de Francisco, curruñas más bien, pasan
todas las vacaciones juntos, en la plaza conversan de vos y
tú, de un libro peligrosísimo del escritor
llamado Vargas Vila o Vargas Llosa, que escribe sobre mujeres
desnudas, sobre borracheras, sobre la revolución que es una mala palabra muy
grande y otras peligrosidades (…) Francisco Arroyo no
se alarma, no se exalta, permanece con su parada
característica en la Plaza Bolívar de Cuicas;
Pancho Arroyo no se echó los pantalones en un Colegio
de Trinidad, a donde lo mandó su mamá Verdiana
Arroyo para que estudiara inglés desde chiquito y desde chiquito
usa pantalones largos como los muchachos de Caracas que no
tienen necesidad de llegar a hombres con el sexto grado, sino
que siguen siendo niños con pantalones largos de puro
patiquines y mariconzones que son, mano Pancho Arroyo es al
revés, es hombre de verdad desde chiquito porque ha
viajado mucho, sabe inglés, bebe con los grandes, se
ha leído los libros prohibidos, por eso se para
así, retrecheramente, con el dedo pulgar en la correa,
el zapato izquierdo bien limpio delante, sacado el pecho, la
boca con sonrisa de bandido en las películas, el
cigarrillo Lucky Strike entre el dedo índice y el dedo
corazón de la mano izquierda."Con ese mismo Mano Pancho, Guillermo, ahora
Francisco de nombre como su hermano Arroyo, de afectiva e
indeclinable adopción, sostuvo una breve e
interrumpida disputa acerca del comunismo
y la pobreza – "de
allí vengo yo también de ese costado herido de
la pobreza" – , en ocasión de preguntarle a su
curruña del alma si el escritor Gallegos Mancera era
familia del
otro escritor Gallegos, Rómulo, a lo que Mano Pancho
respondió, para sorpresa del compinche Guillermo que
efectivamente era escritor: y además informó:
"es camarada mío, es comunista como yo, y qué
es eso mano Pancho, pues qué va a ser, la
fórmula para construir un nuevo pueblo donde no haya
curas, ni hacendados, ni ricos; entonces, pregunta Francisco,
todos vamos a ser pobres siempre; qué pasa con la
pobreza, nosotros somos pobres a mucha honra, levanta la voz
reivindicadora, con ansias de discurso,
mano Pancho Arroyo; pero Francisco lo ataja, está
bien, está bien entonces nos quedaremos pobres toda la
vida, entonces para qué vamos a estudiar ni a
trabajar, ni a ser hombres, no chico, yo no quiero que mi
mamá siga pobre hasta la muerte, yo como que no te voy
a acompañar en eso mano Pancho, se abrazaron los dos
amigos, mano Pancho le dijo a Francisco, adiós
hermano, no me olvides; Francisco le dijo a mano Pancho, no
me olvides tú, mañana me voy para
Caracas."- La Plaza, las
placitas y los compinches
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