La vida de Flora Tristán fue muy compleja, ha
sido calificada como socialista, positivista, romántica,
feminista, etc. Es labor fundamental de este trabajo
conocer holisticamente la vida y obra de esta controversial
mujer, para
así a través de sus textos y escritos, conocer cada
uno de los enfoques e ideologías presentes en su obras
para luego, consecuentemente, poder conocer
su pensamiento,
comprender su realidad y así formar las concepciones de
sociedad y
sujeto que tuvo Flora a través de su corta pero nada
fácil existencia.
La paria Peregrina
Por Nelson Mendez. (Profesor
Titular UCV)
La Historia Oficial poco o nada
suele ocuparse de rebeldías indoblegables, de pensamientos
audaces y de mujeres libres, mucho menos de alguien que
reúna con plena consecuencia esas tres condiciones. Es ese
el caso de esta extraordinaria mujer, que al no poder ser
ignorada, ha querido reducirse a un plano puramente
anecdótico, a la categoría de tema de disertaciones
eruditas, o hasta a presentarla como protagonista de
abortados best-sellers, cuando lo cierto es que sus
lúcidas ideas, sus propuestas de acción
y su ejemplo vital siguen teniendo pleno valor para
quienes aspiramos a la libertad e
igualdad
reales.
El relato de la vida de Flora Tristán (1803-1844)
está lleno de circunstancias que parecen arrancadas de la
novelística romántica al gusto de la época y
son de irresistible referencia. Nació en Paris, hija mayor
de Mariano Tristán, rico aristócrata peruano, y
Thérèse Leisné, plebeya que había
vivido emigrada en España. Al
hogar son asiduos algunos viajeros americanos como el joven
Simón Bolívar
(cuya amistad con
Thérèse hará correr ríos de tinta
histórico-chismográfica) y su maestro Simón
Rodríguez. Luego vendrían las guerras
napoleónicas y la muerte del
padre (en 1808), perdiéndose el contacto con la parentela
peruana y cesando el envío de dinero, lo que
inicia una etapa de pobreza para la
viuda y sus dos hijos, mitigada por la ilusión del futuro
acceso a la fortuna familiar cuando pudiesen viajar a América.
Entre penurias, la madre procura darles un nivel de
instrucción digno, pero la necesidad se impone y en 1820
la ya hermosa muchacha debe trabajar como obrera en un taller de
litografía, cuyo joven propietario —André
Chazal— se prenda de ella. Huyendo de la miseria y sometida
a la presión
materna, Flora accede a casarse en 1821; vienen 2 hijos y 1 hija
—Aline, futura madre del insigne pintor Paul Gaugin—,
pero en 1826 ya no soporta aquella unión sin amor y
convencional, abandonando el hogar e iniciando una agria disputa
legal y personal que se
prolonga los siguientes 12 años, hasta que Chazal casi la
asesina y es condenado a 20 años de trabajos
forzados.
Esa vivencia personal será sin duda un
estímulo para que afloren un pensamiento y una
acción que será referencia importante para el
movimiento
feminista, pues es figura de excepción que denuncia con la
más sentida sensibilidad los padecimientos de la mujer de su
tiempo,
planteando reivindicaciones que siguen siendo
actuales.
La esperanza por la herencia paterna
se quebrantará definitivamente cuando Flora viaje a
Perú en 1833-34, pues aún siendo atendida por sus
parientes, la respuesta es fría al pedir un reparto justo
de la riqueza familiar, cediendo apenas en la concesión de
una modesta pensión anual, que le retirarán tiempo
después al evidenciarse su compromiso político.
Retorna a Europa
reafirmándose en las convicciones igualitarias radicales
que viene madurando desde 1825, con la lectura de
autores como Saint-Simon,
su discípula Aurora Dupin, Fourier, Considérant,
Owen y con los contactos directos con el movimiento obrero de
ambos lados del Canal de La Mancha, pues tendría varias
estancias prolongadas en Gran Bretaña.
Además, el viaje a América sirve para que
perciba sus raíces personales y los objetivos de
sus posteriores combates de un modo distinto, llegando a
identificarse a sí misma como «La Peruana» y,
más aún, como «La Paria», en una
proclamación pionera del carácter internacional del socialismo y sus
luchas.
En 1835 publica su primer folleto, dedicado a la
situación de las mujeres extranjeras pobres en Francia; en
1837 sale el segundo, en pro del divorcio; en
1838 les siguen los dos volúmenes de su diario de viaje a
América, dedicado a los peruanos y firmado por
«vuestra amiga y compatriota»; su título es
Peregrinaciones de una paria y le da gran renombre en los
medios
literarios parisinos, reafirmado meses después con
la novela
Mephis o El Proletario, que como escritora la eleva a la
categoría de rival de la célebre George Sand.
Prosigue en 1839 con una selección
y traducción al francés de cartas del
Libertador, y en 1840 sus impresiones críticas de la
sociedad capitalista inglesa dan pie a Paseos por Londres.
Al mismo tiempo, aquella mujer cuya belleza y talento
encandilaban a literatos y periodistas, profundiza su
empeño activo con las luchas sociales más radicales
de entonces, en primer lugar por la emancipación real de
la mujer y de la clase obrera,
pero también por la abolición de la pena de muerte
y de la esclavitud,
contra el oscurantismo religioso y en muchas otras causas,
destacando siempre por su dedicación plena e ideas
agudas.
Como presintiendo la muerte
cercana, los dos años postreros de Flora Tristán
son de plenitud en labor y pensamiento, siendo una imaginativa
influencia que se percibe hasta en los poco románticos
textos de Karl Marx, que la
conoce en esos días.
Es entonces cuando escribe La unión obrera
(publicada en 1843) y La emancipación de la mujer
(inédita hasta 1846), obras que marcan su madurez
intelectual y política;
además, emprende por toda Francia la tarea de organizar
esa Unión Obrera que recogía la experiencia inglesa
de las Trade Unions, aunque con un énfasis
internacionalista y socialista radical que hacen justa la
apreciación de quienes ven en ella la olvidada precursora
de la I Internacional, como su biógrafo peruano Luis
Alberto Sánchez, quien afirma: «Aquella
Asociación Internacional de Trabajadores era la vieja
Unión Obrera, amplificada, ecuménica y viril,
trocada en lógica
—acaso por lo mismo menos penetrante— al pasar a
cerebros masculinos, emergiendo del impetuoso fervor de una
mujer. Nadie recordó a la precursora en la célebre
asamblea de Albert Hall. Pero ella, con su pensamiento y ejemplo,
estuvo presidiéndola desde lejos, desde la eternidad o la
nada. Tal vez, si con alguien se identificaba más su
espíritu, era con el de cierto hombre de
barbas confusas y verbo ardiente, que solía discrepar
rudamente de Marx: Miguel
Bakunin».
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