Etnomedicinas, antropología aplicada y enfermos crónicos (página 2)
La ciencia
surge en Europa a partir
de la confluencia y evolución de premisas culturales e
históricas muy concretas. El matemático y
prehistoriador franco-chino Antony Tao (2003) señala que
fueron los griegos, considerando el universo y la
naturaleza
regidos por leyes que el
pensamiento es
capaz de descifrar y entender, los que sentaron las bases de la
ciencia. El
judaísmo y el cristianismo
contribuyeron sustituyendo la creencia en un dios inmanente por
la creencia en un dios trascendente, descartando así toda
animación de la naturaleza, siendo ésta susceptible
de ser conocida y entendida a través del pensamiento
racional. Los progresos del Renacimiento y de
la
Ilustración hicieron el resto. No quiere decir esto
que en Europa desapareciesen las tradiciones con la revolución
científica. Aquéllas siguieron existiendo dando
lugar a manifestaciones culturales muy diversas (locales). Los
pueblos que no tuvieron influencia grecolatina, que no tuvieron
arraigo y desarrollo del
judaísmo o del cristianismo, que no participaron en las
manifestaciones socioculturales de la Edad Moderna,
que no llevaron a cabo la revolución
industrial y el desarrollo
económico a la europea, siguieron sus propios caminos
de progreso, sus líneas naturales de evolución, en
lo social, en lo económico y en lo cultural. Desarrollaron
así modos de atención de los problemas de
salud enraizados
en sus culturas (medicina
tradicional china,
medicinas tradicionales mexicanas, medicina ayurvédica),
sistemas
terapéuticos adaptados a las características de
cada pueblo. Este hecho se dio de manera paralela al desarrollo
de la ciencia en Europa. Algunos pueblos musulmanes fusionaron
sus tradiciones terapéuticas, sus logros y sus
descubrimientos en el terreno de la curación, de la salud
y el bienestar en general, con los grecolatinos,
aproximándose a la línea racionalista que
desembocó en la ciencia. La forma de entender la salud y
la terapéutica en los pensamientos tradicionales es
esencialmente diferente a la que se da en el pensamiento
científico. Pero no por ello se puede decir que los
pueblos no occidentales estén en fase de desarrollo
precientífico (Geertz, 1990). Ninguna cultura es
superior a otras, señaló el antropólogo
Franz Boas (1993). Las respuestas terapéuticas a los
problemas de salud se adaptan a las especificidades culturales de
los pueblos (Brown, 1988). La antropología reconoce esas diferencias y
defiende el derecho a existir y la continuidad de las mismas. El
colonialismo y la hegemonía occidental en el mundo
han impuesto modelos
sociales, económicos, políticos, religiosos,
culturales y científicos; y han creado corrientes de
pensamiento de corte etnocentrista entre muchos eruditos y gente
común (Aparicio, 2007). Ningún pueblo originario
del Amazonas, de Mesoamérica, de Sri Lanka, de China o de
cualquier otra parte del mundo ha seguido o seguirá los
mismos caminos que llevaron a Europa a la revolución
científica. Tampoco es una condición necesaria para
que exista progreso (entendido sin restricciones). Cada uno ha
alcanzado su progreso siguiendo las propias líneas
(naturales) de evolución. El colonialismo y la
explotación occidental del llamado tercer mundo han sido
los responsables de la desestructuración de pueblos y
culturas a lo largo del planeta. A ello contribuyó la
Iglesia
católica con la evangelización y con la
imposición de una idea ajena sobre las locales (Aparicio,
2007). A la vez, se han creado fusiones cuyas
expresiones culturales híbridas aún no han
manifestado todo su potencial. Esa desestructuración (por
ejemplo, la surgida en América
indígena a partir de la Conquista, o la surgida en Siberia
a partir de la expansión rusa), ha hecho perder a los
miembros de sus sociedades el
lazo de unión con la fuente de equilibrio que
significaba la tradición y la
organización tradicional. Las consecuencias son:
la pobreza, la
miseria, las enfermedades. La sociedad
occidental, por su parte, no sólo no perdió el
contacto con su fuente de equilibrio sino que la reforzó.
Seguros y
fuertes, los occidentales impusieron sus criterios por doquier.
Se fabricaron ideas erróneas al comparar la
situación de las gentes desarraigadas de sus tradiciones
con la de los occidentales. En tiempos de Marco Polo, Oriente
había alcanzado un desarrollo dentro de su propia
línea de progreso que luego perdió (en parte) al
imponerse (dependiendo de lugares y contextos sociales) lo
occidental. A pesar de todo, las medicinas tradicionales y
naturales, tanto en los países no occidentales como en los
países europeos, continuaron su existencia llegando a
nuestros días con un buen grado de salud. Tal es el caso
de la medicina tradicional mexicana, de la medicina
tradicional china o de la medicina ayurvédica. Y en
Occidente, de los diversos modos naturales-tradicionales de
atención y cuidado de la salud.
Decimos que existen muchos puntos en común y
grandes parecidos entre todos los sistemas de salud tradicional y
natural, pero conviene que sepamos que hay:
- Etnomedicinas no occidentales y,
- Sistemas tradicionales y naturales
occidentales.
Las primeras surgieron, y se dan, en culturas
tradicionales no europeas. Por ejemplo: medicina china, medicina
mapuche, medicinas mexicanas, ayurveda; y más.
Las segundas nacieron en Europa siguiendo esquemas
tradicionales y/o filosóficos locales, y se diferencian
del sistema moderno,
convencional, alopático. Entre ellas tenemos la
naturopatía, sistemas de atención manual o la
propia homeopatía.
Detrás de sistemas, modos, prácticas,
ideas, organizaciones,
etcétera, relacionados con la salud y el bienestar, con el
desarrollo autóctono en paz y con el equilibrio,
están las personas, en la cultura occidental o en otras
culturas. Todos los seres humanos tienen el derecho a seguir
las tradiciones que definen la identidad de
su cultura y sociedad. Cualquier otro ser humano, grupo o
sociedad que lo impida se convierte en agresor (aunque
esté apoyado por leyes).
En muchos aspectos, y a pesar de que haya diferencia de
tiempo en el
surgimiento de unas y otras (etnomedicinas en general), respecto
a la concepción de salud, enfermedad y modos de curar, hay
parecido entre ellas. En los sistemas tradicionales no
occidentales y en los naturales occidentales, los enfermos son el
objetivo,
antes y/o a la vez que los males que padecen. Se estudian las
personas enfermas; no se suele generalizar a partir de la
observación y de la experiencia. Más
bien, se particulariza, porque se entiende que cada persona es
única; y su mal, en cierto modo, también. Esa
comprensión singular de las personas enfermas aporta no
obstante conocimientos vitales, precisos y necesarios para
entender a otras personas con males parecidos. Las alteraciones y
problemas instalados en el interior de la persona,
permitiéndola vivir pero con dolores, restricciones y
sufrimiento moral,
resultan complicados de resolver a la luz de cualquier
sistema curativo. Los enfermos crónicos viven una
"normalidad patológica" difícil de invertir. Se
entiende que un problema crónico fue primero
agudo.
Pasó el tiempo y se hizo parte del enfermo. O que
se desarrolló y se mantuvo debido a las
características constitucionales-naturales de la persona.
Según la mayoría de las etnomedicinas, la
solución al mal mantenido en el tiempo (que no
necesariamente ha de entenderse como cura total) pasa por
invertir el proceso
convirtiéndolo en agudo para, de esta manera, y a
través de la potenciación del sistema defensivo, de
la autoestima,
etc., intentar conseguir el reequilibrio. Pero eso puede
conllevar peligros, optándose a veces por una línea
de actuación prudente y realista, ayudando en lo posible a
mejorar y mantener un nivel de bienestar y una calidad de
vida aceptables en la persona enferma crónica.
Lo mejor puede ser peor que lo bueno, resulta una
máxima muy tenida en cuenta en las terapéuticas
tradicionales. Muy apropiada a la hora de aconsejar y de aportar
ayuda a los enfermos crónicos.
El fracaso de un tratamiento de la medicina convencional
o el fracaso de una ayuda tradicional/natural en los que el
enfermo depositó su confianza y su fe conllevan
consecuencias negativas difíciles de precisar. La
pérdida de confianza del sufriente lo aleja de nuevas
propuestas de ayuda y de quienes las proporcionan. Por el
contrario, la puesta en práctica de concepciones de ayuda
y la aportación de soluciones
escalonadas, bien estudiadas, adaptadas a la individualidad de
quien las recibe, con acercamiento personal de los
profesionales, que tengan como objetivo levantar al
paciente, reforzar su confianza en la curación, mejorar
poco a poco su estado, son,
no sólo desde el punto de vista antropológico,
más aceptables y útiles sino también desde
el punto de vista práctico y de los resultados.
En las medicinas tradicionales se tiene muy en cuenta la
referencia vivencial y la experiencia de la enfermedad. David Le
Breton opina que el dolor no es un hecho fisiológico
sino un hecho existencial (Le Breton, 1995). Sobre la
enfermedad, dice François Laplantine: Alors que
l´intervention médicale officielle prétend
seulement fournir une explication expérimentale des
mécanismes chimico-biologiques de la morbidité et
des moyens efficaces pour les maîtriser, les
médecines populaires apportent une réponse
intégrale à une série
d´insatisfactions (non seulement somatiques, mais
psycologiques, sociales, spirituelles pour certains, et
existentielles pour tous) que le rationalisme social n´est
pas prêt sans doute d´éponger (Laplantine,
1992: 352) ("Mientras la intervención médica
oficial pretende únicamente proporcionar una
explicación experimental de los mecanismos
químicobiológicos de la enfermedad y de los
medios
eficaces para dominarlos, las medicinas populares aportan una
respuesta integral a una serie de insatisfacciones –no
solamente somáticas sino también
psicológicas, sociales, espirituales para algunos, y
existenciales para todos- que el racionalismo
social no está dispuesto a incorporar"). Para el
Dr. Edward Bach (1997) es fundamental contar con la
narración del paciente acerca de la vivencia personal e
interior de su mal. A. Kleinman (1980) también considera
esa necesidad. La forma de vivir los males, de soportar el
sufrimiento, de caminar con el peso de los problemas, son muy
valoradas y analizadas a la hora de aportar la ayuda más
conveniente a los enfermos crónicos dentro de los sistemas
tradicionales y naturales. La persona, padeciendo largo tiempo un
problema, se desanima, se vuelve desconfiada, pudiendo llegar a
la desesperación.
David Le Breton señala que la alegría y el
placer se dan y se viven en la vida cotidiana como una
experiencia familiar, mientras que el dolor y el sufrimiento se
ven y se viven como algo ajeno y extraño que rompe el
tejido de las costumbres y hábitos que destilan el placer
de vivir (Le Breton, 1995). Sobre los dolores crónicos
subraya que marcan a menudo la impotencia de la medicina para
comprenderlos y curarlos. Continúa diciendo que afectan a
un gran contingente de pacientes designados con la
expresión elegante de "enfermos funcionales". Ils
souffrent, mais les praticiens ne trouvent rien (Le Breton,
1995: 50), ("Ellos sufren, pero los profesionales no encuentran
nada").
Las medicinas tradicionales y los sistemas naturales de
atención y cuidado de la salud, más que "atacar al
malo", intentan "defender al bueno", potenciar su fuerza vital,
mejorar su sistema inmunológico, aportarle ayudas que le
permitan dar la vuelta a la situación y, si posible,
curarse. En cada campo de salud profesional han de respetarse los
modos propios de trabajo.
Hablar de patologías y de tratamiento de las mismas
corresponde a un modo de entender y proceder del sistema
alopático-occidental-científico. Hablar de
desarmonías, de ausencia de salud, de
desequilibrios, es propio de las etnomedicinas tradicionales. Los
médicos convencionales intentan curar con medicamentos "de
patente", actuando contra la causa específica del mal que
han aislado e identificado.
Todo esto corresponde a una forma de entender el cuerpo
y la terapéutica contenida en los currículos de los
estudios y programas
formativos correspondientes. Los médicos tradicionales
hablan, estudian las relaciones del problema con el resto de la
integralidad de la persona en relación con su medio
(social, natural y cultural). Luego proponen ayudas y soluciones
para toda la persona con la idea en mente de que alcance la
regulación y el equilibrio. Este proceder corresponde a
cosmovisiones diferentes y a modos de entender y alcanzar el
bienestar distinto, no enseñado generalmente en las
universidades y escuelas a través de currículos
concretos. La medicina tradicional china se estudia en la
universidad y en
centros especializados poseyendo un "corpus" teórico que
la define como lo que es, con sus diferencias de la occidental y
de otros modos tradicionales. Ningún sistema, en teoría,
está reñido con otro (sea natural, tradicional o
convencional moderno). En principio, todos los recursos pueden
complementarse, aportando lo mejor de cada uno de ellos en pos de
la recuperación del enfermo. También los
profesionales de la medicina convencional saben que cuando
recetan un medicamento están poniendo en marcha un
mecanismo, no exclusivamente físico, en el enfermo, capaz
de ayudarle. Es el mecanismo de la confianza y del deseo de que,
con ese medio, el problema disminuya o se vaya. Algunos
etnomédicos afirman que no son los remedios los que curan
sino la actitud del
enfermo, asociada a ellos. Por eso, en muchos problemas
crónicos, es necesario potenciar la actitud
más, o a la vez, que el uso de la química (o
las plantas). Son las
organizaciones, los Estados y las personas trabajando desde unas
u otras posiciones los que pueden hacer que las asociaciones (de
ideas y de recursos) funcionen o no. Habrá que buscar los
elementos compatibles y aplicarlos sabiamente, acompañados
de políticas
de acercamiento intercultural entre concepciones de salud y
medicina capaces de eliminar barreras etnocentristas y posiciones
hegemonistas (casi siempre de raíz política y
economicista).
La ciencia antropológica se construye sobre
pilares de reconocimiento de la pluralidad y sobre el abandono de
posiciones fijas y rígidas. Señala Bernard
Traimond: La force de l´anthropologie a toujours
été dans sa capacité de prendre en compte la
parôle des autres (Traimond, 2005: 10) ("La fuerza
de la antropología siempre ha residido en su capacidad de
tener en cuenta la opinión de los otros"). La
tendencia de las medicinas tradicionales a convertirse en
medicinas interculturales no sólo muestra un avance
y una adaptación a la nueva sociedad internacional; es un
ejemplo de humildad (son las medicinas de los pobres). La
antropología de la salud y de la medicina valora todas las
concepciones, aportaciones y sistemas capaces de ayudar a la
persona enferma a reconquistar su bienestar. La medicina
convencional es igualmente valorable. Aquí el problema
no está en el sistema curativo sino en algunos de quienes
lo practican; y en algunos de quienes legislan únicamente
en su favor.
La antropología aplicada a la salud puede
proponer, de acuerdo con los principios
básicos de la antropología, soluciones y planes
globales y conjuntos,
coordinando aportaciones de los profesionales y representantes de
las etnomedicinas naturales y tradicionales (locales) y
aportaciones de los profesionales de la medicina convencional (de
extensión universal). Es una línea de trabajo muy
valorada por la Organización Mundial de la
Salud.
Ayudar al enfermo a alejarse del aislamiento que le
impone el sufrimiento y el dolor, reintegrándolo a sus
proyectos,
ilusiones y a la relación saludable con los demás
es el objetivo principal de los sistemas médicos
tradicionales en los problemas crónicos. No se trata
únicamente de poner en marcha tratamientos y planes
dirigidos al cuerpo sino de conseguir que la ilusión
perdida de la persona vuelva. Y eso a veces se puede conseguir de
otra forma que recetando química, o de manera
paralela. La douleur est comme une version de la mort dans le
vif du sujet ("el dolor es como una versión de
la muerte en
vida"), expresa David Le Breton (2006: 37). Y añade:
Quand la douleur perdure à l´infini dans son
horreur quotidienne, elle est comme une avancée de la mort
dans l´existence ("Cuando el dolor perdura hasta el
infinito en su horror cotidiano, se convierte en un avance de la
muerte dentro
de la existencia") (Le Breton, 2006: 38).
En general, los profesionales y practicantes
tradicionales y naturales, lejos muchas veces de pretender por
sistema y a priori la cura total del enfermo crónico,
intentan ayudarle a vivir con su problema, a entender y
encajar con dignidad su
dolor, su sufrimiento y su merma de capacidad. Para los
médicos étnicos mazatecos, zapotecos o mixes,
enfermedad no siempre equivale a mal exclusivamente. Hay
ocasiones en que el mal (sufrimiento y alteración
funcional o física del cuerpo)
sirve, en el modo de ver de ellos, como medio para progresar a
través de la reflexión que suscita.
En el mundo occidental, el planteamiento de ayuda
tradicional y natural para quienes sufren desde hace largo tiempo
por causa de la enfermedad pasa por la reflexión conjunta
(terapeuta-enfermo) sobre diversos ámbitos y aspectos de
la persona afectada en su relación con los demás y
consigo misma. El estudio de la actitud del enfermo es
crucial para lograr la salida del "hueco oscuro" en el que
reside. El repaso de su vida, de su conducta, de su
modo de vivir; y la toma de conciencia de
esos hechos y sus implicaciones con el mal que padece son vitales
para perfilar, si no la vuelta atrás, al menos el alivio
necesario para vivir con dignidad, trabajar, sonreír de
vez en cuando y tener la satisfacción de "engancharse" de
nuevo al "carro" de la sociedad. Y saber qué quiere, es
una necesidad antes de iniciar cualquier ayuda. El enfermo
crónico necesita de los demás, no sólo de
pastillas o hierbas; necesita sentirse útil, valorado,
apoyado, querido y respetado como tal. Por encima de "enfermo" es
"fulanito de tal", como cualquiera. El reconocimiento oficial
de un crónico supone a veces una etiqueta que se asimila
como un estigma social que le aísla de la posibilidad de
curación. Un enfermo es como cualquiera, sólo
que con ciertas "cosas" que le impiden realizar la misma vida que
sus vecinos, familiares y amigos. A veces, a todos nos ocurre que
tenemos días peores que otros; y en esos días "no
damos una". Todo el mundo lo entiende. La enfermedad es un hecho
que "vive" con el ser humano desde el principio de su existencia.
No es nada "raro", por tanto. Enfermo y terapeuta han de
conseguir equilibrar en el "sufriente": lo que se quiere, lo
que se puede y lo que se debe. Los demás medios y
recursos terapéuticos intentarán hacer lo que
falta, repito, no para la cura total si ésta no puede
alcanzarse, sino para la consecución de una mejora capaz
de animarlo y disponerlo para compartir una existencia más
normal y aceptable.
Las medicinas tradicionales no suelen tener ni mostrar
una actitud paternalista. La atención dentro de ese
contexto es más bien una ayuda. Se caracteriza,
además de por proponer al enfermo remedios naturales que
tienen como misión
mejorarlo, limpiarlo y fortalecerlo, por hacerle ver la parte de
responsabilidad que tiene en su padecimiento
además de la necesidad de su implicación para
acabar con él.
El buen médico tradicional, más que
un prescriptor de medicinas contra la enfermedad, suele ser un
educador, algo recalcado ya por Edward Bach en los
años treinta del pasado siglo. Así he visto
trabajar a etnomédicos zapotecos, chatitos y mixes en las
montañas de Oaxaca. Así he visto trabajar a
etnomédicos chinos en los hospitales de MTC de Beijing.
Así he visto trabajar a etnomédicos ayurvedas en
Colombo (Sri Lanka). Así he visto trabajar a
etnomédicos tradicionales en diversos lugares de mi
Comunidad,
Castilla y León. La educación para la
salud es una de las líneas de trabajo de la
antropología clínica.
El terapeuta tradicional es un asesor, no es quien debe
solucionar el problema. Su labor es aportar luz, informar,
proporcionar medios que el enfermo encaje con su actitud de
cambio, con su
deseo de mejora y su voluntad de trabajo para conseguirlo. No es
mucho pedir teniendo en cuenta que todo es gradual, y los
"deberes de casa" que tiene que hacer el enfermo siempre se
adaptan a sus posibilidades y capacidades. La persona que lleva
tiempo sufriendo un problema de salud y pretenda curarse, o
mejorar, sin poner nada de su parte, esperando que se lo den
todo, considerando que es deber exclusivo de la ciencia o de la
tradición solucionar su problema, no lo logrará (o
le costará más). Las actitudes
rígidas por ambas partes (el enfermo que espera que los
demás hagan el trabajo de
su curación; y el terapeuta que, por él mismo o por
el sistema al que representa, muestra una actitud profesional
hierática, cerrada, orgullosa e inamovible) no funcionan
frente a los problemas crónicos. No son actitudes
antropológicas sino todo lo contrario. Se alejan de la
consideración dinámica de la vida, del ser humano y de su
salud; no contemplan la necesidad de interacción con el medio y, sobre todo, no
se muestran con la flexibilidad que precisa la atención y
la ayuda para mover el "peso muerto" del dolor y el
sufrimiento.
Las medicinas tradicionales nunca fueron
hegemónicas. Mas bien, a partir de la expansión de
la cultura occidental, o se mantuvieron enquistadas en sus
diferentes unidades culturales y etnias o fueron perseguidas,
maltratadas, difamadas y aplastadas por el poder y por
los sistemas dominantes (incluida la iglesia), de corte
occidental y economicista. Tal vez ese hecho les
permitió ser flexibles y dinámicas; condiciones
que, como he expuesto antes, son necesarias para la
consecución de buenos resultados con los llamados enfermos
crónicos. Las medicinas tradicionales hoy día
están saliendo de sus contextos originarios y, como le
ocurre a la medicina tradicional china, al contactar con culturas
diferentes, se están convirtiendo en medicinas
interculturales (Aparicio, 2004). La oferta de la
medicina tradicional china es amplia en todo el planeta. Se trata
de una ciencia milenaria, pero no deja de ser una medicina de los
pobres, lo que en el mundo occidental aún se ve por
ciertos sectores (conservadurismo e "integrismo
científico") como peyorativo o de baja calidad.
Sin embargo, cada vez más gente demanda ayuda
a la medicina tradicional china, a las medicinas indígenas
en los países latinoamericanos, a la naturopatía en
Europa y países occidentales, a la homeopatía,
etcétera. Esto quiere decir que a la gente le interesa la
variedad en la oferta terapéutica y en los modos de cuidar
su salud. No se puede ir por ahí contestando a los
sistemas tradicionales y naturales desde la prepotencia y la
arrogancia de los títulos universitarios argumentando que
única y exclusivamente lo científico cura y salva.
Eso es acercarse mucho a actitudes que en un pasado relativo
tuvieron los representantes represores de la iglesia y de la
religión.
La libre elección permite probar y ver resultados; y todo
el mundo tiene todo el derecho a elegir (al menos así reza
oficialmente en los principios de nuestras democracias
occidentales).
Mucha gente con padecimientos crónicos ha
mejorado con las medicinas tradicionales, o compatibilizando
éstas con la convencional-alopática cuyos aportes
son fundamentales y perfectamente combinables con los de la
terapéutica tradicional. La medicina moderna (convencional
occidental) se ocupa de los problemas del cuerpo. Las investigaciones
en el tratamiento del dolor avanzan cada día, existiendo
centros especializados con personal formado que aportan una ayuda
eficaz a miles de personas a través de procedimientos
diversos y uso específico de determinados compuestos
químicos. Hay enfermos crónicos como el Sr.
Fernández (informante) que valoran positivamente la
atención recibida en la Unidad del Dolor que visita dos
veces al año: En los últimos tiempos, parece que
han acertado con el tratamiento. Dolores sigo teniendo, pero no
tan fuertes. Ello me anima y me permite vivir un poco
mejor.
En el presente trabajo analizamos las etnomedicinas y
sus posibilidades frente a los problemas crónicos;
considerando la necesidad de adaptar las ayudas a las
individualidades de las personas (cuyas experiencias del dolor y
el sufrimiento también son individuales; por tanto,
diferentes). La medicina convencional (extendida por todo el
mundo) presenta diferencias con respecto a las etnomedicinas de
las sociedades tradicionales. Sin embargo, resulta
ridículo seguir alimentando el discurso de
conflicto al
hablar de unas y otras. El problema, como he dicho, no
está en los sistemas; ni siquiera en muchos profesionales
y practicantes sino en las políticas de los Estados; y en
la tendencia hegemonista de la sociedad y de la cultura
occidental, apoyada por leyes que favorecen la economía capitalista
y el contexto mercantilista de las compañías
multinacionales. También la iglesia de Roma aporta su
grano de arena a lo anteriormente expuesto; es decir, al
"dominio
occidental".
3.
ANTROPOLOGÍA APLICADA A LA SALUD Y ETNOMEDICINAS.
CÓMO PUEDEN COMPLEMENTARSE PARA MEJORAR LA VIDA DE QUIENES
PADECEN LARGO TIEMPO PROBLEMAS DE SALUD
Aplicar la antropología no significa proponer
recetas y soluciones sino nuevas maneras de concebirlas,
señala Bernard Traimond (2005). Ángel Espina
escribe: La antropología permite poner de manifiesto
otras formas de abordar los problemas corrientes de la vida
humana evitando el estancamiento y la rigidez (Espina, 1997:
35).
En el epígrafe anterior hemos hablado de la
manera abierta y flexible de trabajar que tienen las medicinas
tradicionales y los sistemas de atención y cuidado
natural, sin menospreciar el sistema convencional. La
antropología aplicada a la salud no es una ciencia
estricta que sólo redacta informes y
realiza proyectos para la mejora de las condiciones de vida de
los seres humanos del tercer mundo. Al menos, no debe ser
así. La antropología parte de una visión
amplia de la persona en relación con su entorno (social,
natural, cultural). El análisis de la realidad vivencial (narrada
por sus propios protagonistas) da la posibilidad de hallar
soluciones no fabricadas a priori. T.J. Keptchuck subraya
el rasgo creativo de la terapéutica tradicional china
(Keptchuck, 1995). Frente a un enfermo concreto,
varios médicos de la medicina china elegirán (o
podrán elegir) aplicaciones diferentes, de principios
comunes.
Existen múltiples maneras de formular la ayuda,
de componer el puzle terapéutico, de combinar los
principios y los recursos según elecciones previas del
ámbito de la persona sobre el que se quiera trabajar (en
la terapéutica china). El enfoque de la ayuda, de la
atención, dependerá de la visión, de la
posición, de la óptica
desde la que se efectúe el estudio y el análisis
del problema y el enfermo. La medicina tradicional china es una
medicina antropológica. La mayoría de las medicinas
tradicionales lo son.
Representan abanicos de posibilidades, según la
posición de acceso al conocimiento
del mal y de quien lo padece. La medicina tradicional china es
utilitarista y pragmática, como otras medicinas
tradicionales. Utiliza el simbolismo como herramienta de
comunicación y ayuda. No establece protocolos
inamovibles y universales. Se adapta a la individualidad de cada
paciente, modificando la primera propuesta con los cambios que
aquél va experimentando. Es, en esencia, lo dicho para la
antropología por el profesor
Espina (1997): diferentes formas de abordar los problemas
cotidianos con flexibilidad. La antropología aplicada
a la salud y en concreto la antropología clínica,
proporcionan a los profesionales una perspectiva más
amplia de la enfermedad, del enfermo y de las posibilidades para
ayudarlo. Aportan nuevas ideas de cómo hacer para obtener
mejores resultados; o, al menos, obtenerlos mínimamente
satisfactorios.
En los enfermos crónicos se da un simbolismo muy
particular, relacionando sus males con espacios sin luz, con
gente que no se comunica, con ámbitos cerrados, cargados,
asfixiantes. Todas esas imágenes
traslucen la fabricación de "guetos culturales" alrededor
de la imposición de algo (tiranía del dolor), de la
falta de salud y disfrute de la vida. Ningún medicamento,
por sofisticado que sea, devuelve el bienestar unilateralmente a
quienes han tejido una percepción, un concepto de la
existencia y una vivencia dentro del circuito cerrado de la
enfermedad. Poco a poco, el tiempo se ha ido convirtiendo en el
enemigo solapado de la recuperación. No tenerlo en cuenta,
no contar con él (el tiempo) a la hora de elaborar el
plan de ayuda
supone un error. Alguna vez he oído decir
que un mal que no se cura sitúa a quien lo padece en medio
de un lago oscuro y neblinoso. No ve las cuerdas que le lanzan.
En otras ocasiones espera salvavidas que no llegan. En medio de
ese silencio, rodeado por la bruma fría del sufrimiento,
el enfermo se asusta y se cansa; se distrae y pierde capacidad
para comunicar con el exterior y establecer pasillos para la
recepción de ayuda. Cuando el Sr. Fernández
refiere la mejoría obtenida a partir de su
inclusión en un programa de
tratamiento del dolor (sistema público), no sólo
está hablando del beneficio de los medicamentos y los
procedimientos especiales sino del refuerzo personal que conlleva
la atención.
El hecho de pensar que dos veces al año es
recibido en la Unidad del dolor le aporta seguridad,
respaldo y sentimiento de verse atendido y cuidado. Una parte de
él se potencia, crece
su ánimo y el interés
por las cosas sencillas que le rodean. Su viejo rescoldo de
ilusión se aviva, conversa más, opina, disfruta de
la comida, de la lectura. Es
como una bola de nieve; cada nueva consecución en su
interior es un apoyo y un acicate para nuevas consecuciones de
bienestar.
Otros casos que conozco no han tenido la
evolución positiva del Sr. Fernández. Sin
embargo, en él, la atención dentro del sistema
convencional ha supuesto un empujón que lo ha sacado de la
"habitación en penumbra" del frío sufrimiento
diario. Él depositó su confianza desde el principio
en dicha atención. Hablamos en este artículo de las
posibilidades de ayuda de las atenciones naturales y
tradicionales para los enfermos crónicos; pero
deberíamos decir, en realidad, que cualquier
atención (no convencional, convencional) es válida,
o puede ayudar más, cuando el sufriente deposita en ella
su confianza.
La antropología puede ayudar a idear y encontrar
modos que despejen la situación. Teniendo en cuenta que el
enfermo crónico está unido al dolor físico,
al sufrimiento moral, al desánimo; la antropología,
estudiando el significado del simbolismo individual de esos
términos y de las experiencias a las que representan,
puede aportar recursos de información que ayuden a los profesionales
de la salud a encontrar soluciones más
útiles.
La antropología aplicada puede proponer
vías alternativas y/o complementarias a las soluciones y
propuestas convencionales y unívocas. La
terapéutica tradicional es una de ellas. Es cierto que la
ciencia moderna y la tecnología han
conseguido que muchas enfermedades no concluyan ya con la muerte
inmediata, confinando al paciente a un "pabellón sin
ventanas" de su existencia (caso del SIDA).
Cronificado, el problema se sobrelleva con ayuda de medicamentos
fuertes. La persona, atada al remedio, vive, pero con un disfrute
bastante mermado y recortado de la vida, esperando siempre, en el
mejor de los casos, un medicamento nuevo que le saque
definitivamente de la enfermedad. En otros casos, la vivencia
está teñida de falta de esperanza. El concepto que
el enfermo crónico se forja de sí mismo es narrado
y comunicado a través de diferentes discursos y
expresiones. En muchas ocasiones, el propio discurso se convierte
en un muro que le encierra más y le impide valorar y
escuchar propuestas nuevas de ayuda. Muchos enfermos
crónicos no escuchan. La antropología puede
estudiar y buscar una vía de acceso al interior de la
persona enferma a través del mundo de intereses del
paciente. Cada enfermo tiene un matiz propio en la cultura de
vida de su enfermedad. Si se conoce ese matiz, existen
posibilidades de que las ayudas sean rentables. Los métodos
antropológicos pueden ayudar a conocer los matices
culturales de los enfermos crónicos. Si recordamos, hemos
dicho que para las medicinas tradicionales es vital tener en
cuenta la individualidad de la enfermedad. La antropología
puede aportarnos esa información.
Hemos de distinguir, a la hora de enfocar un estudio
antropológico con fines prácticos (en el terreno de
la salud) entre:
a) Planteamiento para ayudar a llevar a cabo un
plan-proyecto
previo.
b) Planteamiento para elaborar un plan nuevo o readaptar
otro antiguo añadiéndole nuevos elementos, si
necesario.
En el primer caso, la antropología estudia al
enfermo en relación con su hábitat
de origen (si es extranjero, si se ha desplazado de otras
regiones), con su adaptación al nuevo medio (laboral, social,
natural, cultural). Se indaga sobre la incidencia de los cambios,
sobre los simbolismos particulares del paciente y sobre su manera
de interactuar con el entorno desde su experiencia de la
enfermedad. Todo ello puede servir a quienes se encargan de
dispensarle una atención oficial para adaptar la propuesta
terapéutica, los recursos y los medios, a su
individualidad. Se trata de rentabilizar una atención
preestablecida, consiguiendo que sea lo mejor recibida posible
por el enfermo.
En el segundo caso, el planteamiento
antropológico será estudiar al enfermo en
relación con su entorno, sus ideas, sus símbolos, etcétera, sugiriendo
diversas posibilidades terapéuticas y una atención
global, dirigida a la integralidad del enfermo y a la vez
compuesta por recursos diferentes de procedencias y
ópticas terapéuticas distintas (entre las que puede
figurar la del propio lugar de origen del enfermo). La
antropología, en este caso, articula, relaciona, aproxima
lo complementario; permitiendo hacer un trabajo intercultural,
dinámico y flexible a todos los trabajadores de la salud.
No sirve a intereses del contratador, no es un recurso utilizado
para lograr unos fines desde un poder, una estructura o
un sistema organizados (planteamiento oficial de la salud de un
país).
Es más normal y frecuente que la segunda
opción encaje en el terreno privado de la salud, y que la
primera lo haga en el público en los países
occidentales (cuando se plantee la colaboración con los
antropólogos).
Se puede utilizar la antropología para encontrar
el mejor modo de cumplir unos objetivos, es
decir, ayudar a conseguir un fin preestablecido; o se puede
utilizar para proponer distintos caminos y alternativas, ayudando
a construir una oferta de salud intercultural.
Son bastante parecidos algunos métodos y
procedimientos para entender y diferenciar una alteración
de otra en las medicinas tradicionales. La medicina tradicional
china usa: la observación, la interrogación, la
palpación, la palpación especial de los pulsos, la
olfación, la auscultación y la observación
especial de la lengua. La
observación y la observación participante, junto
con la entrevista
y la recopilación de información
(bibliográfica, otros informantes) son instrumentos de
indagación usados por la antropología.
Señalan Hammersley y Atkinson (1994) que en etnografía el instrumento de investigación por excelencia es el
etnógrafo. En muchas etnomedicinas tradicionales, se
considera al terapeuta como un catalizador de la
terapéutica cuya labor empieza en el primer encuentro con
el enfermo, con la primera entrevista.
En la práctica se puede organizar el estudio y la
terapéutica para los enfermos crónicos desde la
antropología aplicada a la salud, admitiendo el concurso
de distintas visiones y propuestas médicas y naturistas
que, en ningún caso, serán las encargadas de
solucionar los problemas por sí solas. Su labor, su
aportación práctica, se complementarán con
la tarea del propio "sufriente", implicado responsable y
necesariamente en el proceso de la curación-reequilibrio.
Aportes profesionales, aportes de medicamentos y otros elementos
de cura y/o reequilibrio (remedios, medio social, medio natural,
medio cultural, economía, trabajo…) completarán
un abanico lo suficientemente amplio como para adaptar a cada
caso la solución que requiere. Otra posibilidad es
intervenir, eligiendo soluciones concretas extraídas del
abanico anterior. El antropólogo clínico, previo
estudio de la realidad, contando con el apoyo auxiliar de otras
ciencias y
profesionales, compone medidas de corrección concretas
(dependiendo también de su formación
complementaria) para ser puestas en práctica frente al
problema que se quiere resolver, en este caso de salud en las
personas con padecimientos crónicos.
4. ASÍ HABLAN
LOS PROPIOS ENFERMOS.
El Sr. Fernández, al que nos hemos
referido ya anteriormente, es un enfermo crónico de 80
años de edad. Largos años de sufrimiento y dolor
por causas y alteraciones diversas (problemas degenerativos
óseos, incorrecta ubicación personal en su espacio
social y vida laboral, alteraciones cardiacas, intervenciones
quirúrgicas, problemas psicoafectivos) le han llevado a
una postura poco receptiva de opiniones y soluciones nuevas. Se
suele mostrar pesimista. Se oculta tras una expresión
triste y doliente. Por su lugar de nacimiento, por sus
costumbres, por su formación y por la influencia cultural
de la sociedad occidental, considera la medicina
convencional-tecnológica-moderna, la más
importante; admitiendo las propuestas llamadas "alternativas"
como un complemento que, si bien no le va a curar, tampoco le va
a hacer mal. Reconoce, sin embargo, que en las ocasiones en que
ha usado la acupuntura, o la fitoterapia, frente a problemas
agudos que se le han presentado (dolor de un hombro, dolor de una
muñeca, dolor lumbar, alteraciones gastrointestinales,
dificultades digestivas, problemas para ir al baño), el
uso de la terapéutica tradicional le ha ayudado, mejorado
o curado.
El Sr. Fernández recorre una y otra vez
distintos hospitales, consultas y centros especiales (por
ejemplo, de tratamiento del dolor) dentro de la medicina
convencional, obteniendo beneficios momentáneos
según sus palabras, pero sin hallar la tan ansiada
solución para el sufrimiento y el dolor que "muerden" su
cuerpo y su alma.
Últimamente refiere encontrarse mejor por la
atención recibida en la Unidad del dolor. El Sr.
Fernández vive dentro de una contradicción;
te habla de una manera u otra según le interese, pero en
todo caso trasluce una clara expresión de malestar y
asqueo. Su deseo mayor sería no sufrir, obtenido a
través de los medios de la medicina (cual fuera). Por su
cuenta, poco hace para colaborar e indagar sobre lo que le pasa.
El acercamiento antropológico al Sr.
Fernández, nos revela la dificultad de compaginar
soluciones diversas dado que él se considera a un lado del
quehacer terapéutico, según él, "cosa de
otros".
Con ayuda de familiares se le han acercado ayudas
variadas, próximas a los planteamientos tradicionales y
naturales. Se ha reflexionado con él sobre su papel en la
mejoría de sus males. Se ha logrado, al menos, que
colabore en pequeños aspectos de alimentación, de
estilo de vida
y de relación con los demás (que sea más
abierto, que no se enfade tanto, que comunique, que acepte
consejos). El Sr. Fernández sigue teniendo dolores,
unos días más que otros. Por su parte sigue
buscando soluciones dentro de la medicina convencional,
depositando cada vez más confianza en quienes le atienden
en el centro especial de tratamiento del dolor; en el que,
según él ha conseguido los mejores resultados, sin
ser perfectos. En cualquier caso, no se rinde, lo que le hace
levantarse cada día con la capacidad para luchar y seguir
adelante.
La Sra. González pasa de los cuarenta,
como dice. Enferma de fibromialgia desde hace años, ha
recibido tratamientos diversos de la medicina convencional que le
han resuelto problemas puntuales y agudos, pero que no le han
librado del "peso muerto" del sufrimiento y de las molestias
alternantes. Desde hace siete años, reflexiona e intenta
ver sus propias implicaciones en su mal. Acude regularmente a la
ayuda de la fitoterapia y a los consejos y remedios de la
medicina tradicional china, utilizando la convencional cuando lo
ve necesario. Se relaciona con otros enfermos de fibromialgia a
través de la asociación de su localidad, realiza
acciones de
voluntariado, dialoga con su familia, sale al
campo, intenta comer bien y sacarle el jugo a la vida (fundiendo
en la práctica los consejos que le dan y los suyos
propios). Confiesa que, si bien sigue viéndose mermada en
sus capacidades físicas y sintiéndose "atascada"
(dolorida, cansada, decaída) en numerosas ocasiones, la
vida le ha cambiado enormemente. Para ella, el presente es
llevadero, más ligero que el pasado y con esperanza en el
futuro.
El planteamiento antropológico de la
curación contempla la necesidad de articular todos los
ámbitos de expresión y relación de la
persona enferma. Alguien que sufre por causa de su dolencia y a
la vez por causa de la incomprensión ajena (a su modo de
ver) no se cura sólo con un medicamento. Necesita
interactuar con la familia,
con el grupo afín a su mal, con el medio laboral, con la
comunidad, con el medio natural, con las costumbres y la cultura.
Necesita el medicamento, la acupuntura o la fitoterapia tanto
como compartir experiencias y responsabilidades en el medio
social. Necesita sentirse útil, válido, apto en la
comunidad. Esta trascendencia social es un valor
importante, necesario. Las
enfermedades/desarmonías no son entes abstractos
que se "agarran" a las personas, son situaciones complejas y
polivalentes que trastocan la ubicación del individuo en
su medio (social, natural, cultural). Cuando la persona
enferma equilibra lo que quiere, lo que puede y lo que debe,
consciente de la dimensión comunitaria de su ser, de su
bien y de su mal, el tratamiento médico convencional
hará mejor efecto y la ayuda natural-tradicional
aliviará la carga del dolor y el sufrimiento. La Sra.
González sigue considerándose enferma de
fibromialgia, pero en un grado distinto a cómo se
consideraba al principio. Ahora, pese a sus limitaciones, es
capaz de reír, de trabajar, de poner en práctica la
autocrítica, de criticar lo que le rodea, de buscar en
diferentes fuentes, de
exigir a quienes gobiernan que la entiendan. Esa actitud
antropológica, global, amplia, flexible, crítica, le posibilita disfrutar de mejor
calidad de vida.
El planteamiento de la Sra. González lo he
observado en otros enfermos crónicos, sobre todo de
fibromialgia. Ese planteamiento abierto y flexible lleva a
resultados positivos.
El planteamiento y la posición del Sr.
Fernández son más rígidos. Ello le
impide moverse hacia soluciones más satisfactorias. La
antropología aplicada a la salud sigue la primera
línea de planteamiento tanto para proponer soluciones como
intervenciones ante los males y problemas de salud. La ayuda para
la disminución del estrés y
la potenciación del bienestar general de la persona es uno
de los objetivos de la antropología clínica
según John Rush (1996). Las etnomedicinas, a pesar de
ceñirse a sus especificidades terapéuticas,
también contemplan la amplitud de posibilidades de
interpretación de la
enfermedad-desarmonía y la
cura-reequilibrio.
En el caso de la Sra. González, y de
otros/as enfermos/as de fibromialgia, la línea de ayuda
antropológica (amplia) casa con la de la
terapéutica tradicional y natural. También acuden a
la medicina convencional-alopática cuando lo consideran
necesario. Sobre la fibromialgia dice el Dr. André Mergui:
La fibromyalgie nous oblige ainsi à nous remettre en
question, à retrouver le sens du vrai, sans céder
aux sirènes de l´illusion. Elle nous apprend en
toute humilité qu´ il ne faut jamais perdre
confiance en soi ou en son créateur (Mergui, 2002:
190) ("La fibromialgia nos obliga así a preguntarnos sobre
nosotros mismos, a reencontrar el sentido de lo verdadero, sin
ceder a las sirenas de la ilusión. Nos enseña
humildemente que no hay que perder nunca la confianza en
sí mismo o en su creador"). L´intuition est notre
meilleur conseiller (Mergui, 2002:198) ("La intuición
es nuestra mejor consejera").
En una mayoría de los casos que conozco, el
resultado de la puesta en práctica de planteamientos y
planes complementarios de ayuda antropológica y
terapéutica tradicional conduce a la mejoría de la
situación particular que viven los enfermos
crónicos; sin olvidar que muchas mejorías requieren
a la vez de cambios económicos, laborales, y personales en
relación con el medio inmediato (social, natural,
cultural).
Poco tengo que añadir a este esbozo de la
validez, a la vez terapéutica, a la vez
existencial-vital, de la antropología aplicada a la
salud y de las etnomedicinas. Quisiera resaltar que la
dimensión del ser humano es de amplia y variada
expresión. Sus males y enfermedades, también.
El enfoque unilateral de la terapéutica en los
países occidentales, desde las ciencias
naturales, es insuficiente. El ser humano es un ser
social, no sólo un conjunto de estructuras y funciones que
conforman un cuerpo.La artrosis, la fibromialgia o el
cáncer no sólo tienen una dimensión
física, también la tienen moral, emocional,
social, cultural. Son esas interacciones las que hay que
tener en cuenta para afinar y acertar en la
terapéutica de los problemas
crónicos.El estudio cuantitativo de los males debe
complementarse con el aporte cualitativo de los enfoques de
las ciencias
sociales y de las etnomedicinas tradicionales. Todas esas
ciencias-líneas confluyen en el ser humano. Son
ciencias humanas donde "tanto monta, monta tanto". Las
sociedades y los gobiernos de la Unión
Europea deben abrirse al futuro de la interculturalidad,
de la riqueza de la vida en común dentro de las
diferencias. La verdadera democracia
debe construirse sobre bases de apertura, tolerancia,
respeto y
admisión de lo distinto construyendo en conjunto la
paz, el progreso y la convivencia; y esto reza igual para los
sistemas sanitarios. El futuro pide la apertura a la
interculturalidad.La Unión Europea no debe construir su futuro
sanitario sobre las únicas aportaciones de la industria
farmacéutica. La admisión en los sistemas
públicos de las propuestas antropológicas y de
las etnomedicinas y sus representantes, de equipos
multidisciplinares, de ópticas conjuntas de las
ciencias naturales y ciencias sociales sobre la salud puede
hacer:1º, Que los resultados frente a la enfermedad
sean mejores. Y,2º, Que el progreso sanitario se cimente en las
aportaciones equitativas de la diversidad, mostrando que no
sólo hay que luchar contra la enfermedad sino
también ayudar al enfermo a conocerse y darse cuenta
de su responsabilidad en el bienestar.Fuera de las ofertas públicas en la
Unión Europea, existe una realidad privada que
demuestra día a día el avance de ese camino
intercultural, con resultados muy válidos y
útiles para la salud, en este caso para la salud de
los enfermos crónicos. Interculturalidad en salud no
es sólo aceptar las posibilidades y ofertas variadas
de sistemas terapéuticos distintos sino también
a sus representantes profesionales. Abrirse al futuro no
significa que el Sistema apoye únicamente a los
profesionales alópatas para que se hagan cargo de la
oferta tradicional-natural. Los profesionales y formados
dentro de los sistemas tradicionales y naturales tienen igual
derecho a estar ahí. Es un camino abierto para todos.
La antropología aplicada a la salud tiene en cuenta
todas las aportaciones diferentes así como a quienes
las realizan.-Mi agradecimiento por su colaboración a
la asociación de enfermos de fibromialgia (AFACYL) de
Palencia (Castilla y León, España).- PUNTO
FINAL - BIBLIOGRAFÍA
-APARICIO M., Alfonso J.
-2004. Idea de salud intercultural. Una
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derivada de la medicina tradicional china en contacto con
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chinoise antique. L´Harmattan. París.
-TRAIMOND, Bernard. 2005. Anthropologia
appliquée aujourd´hui (Présentation).
Presse Universitaire. Bordeaux.
Autor:
Alfonso J. Aparicio Mena
Doctor en Antropología (Universidad de
Salamanca); Ph. D. en
Medicina Tradicional China). Docente (Junta de Castilla y
León) y miembro del Instituto de Investigaciones
Antropológicas de Castilla y León.
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