Resumen:
Destrucción de archivos probatorios del ingreso
de criminales de la guerra nazis a la Argentina.
El sol de la mañana entraba temerosamente por lar
rendijas de la vieja ventana tratando vanamente de aliviar el
frío de la habitación.
Era inútil. Las grandes y altas paredes
retenían las bajas temperaturas, sobre todo nocturnas, a
pesar de todo.
¿Cuándo habrían de arreglar la
calefacción?, se preguntó.
Siempre la maldita burocracia; cambiaban las
administraciones, se hacían infinitas promesas de cambio,
de mejoras presupuestarias que nunca se efectivizaban, y todo
seguía igual.
Pensaba muchas veces que quizás todo se
debía a que nadie importante venía a visitarlo.
¡Cómo podrían entonces comprender sus
padecimientos, lo lúgubre del lugar, el polvo de
décadas, las ratas, las pulgas…!
Bueno, pensó, si le asignaran alguna tarea
más importante podría llegar a aspirar a mejores
cosas, pero, desgraciadamente, se encontraba enterrado en ese
mausoleo que lo hundía, más y más,
día tras día, en la desolación y la
desesperanza.
La humedad, producto de alguna filtración del
caño maestro había deteriorado completamente la
pared de enfrente. Las manchas, siniestramente, iban con el
correr de los meses dibujando distintas figuras
fantasmagóricas que contribuían a hacer más
espectral el paisaje.
¡Como le dolían las manos! La artrosis
incipiente se hacía sentir en estos días de
invierno produciéndole punzadas y calambres que le costaba
cada vez más soportar dignamente.
Se dijo que este iba a ser el último año,
que pediría el traslado, que ya iban a ver cuando se
decidiera a hablar con el director.
Pero, todos los años pensaba lo mismo y nada
sucedía. Como un eterno volver a empezar todo
volvía repetirse como en una mala
película.
El tic tac persistente y monótono del reloj de
pared lo sacó de su ensimismamiento.
Eran ya pasadas las diez y debía comenzar su
rutinaria tarea de alguna manera.
Apuró los últimos sorbos de su
café, apartó a un lado la taza y dirigió su
atención a la canasta donde se acumulaba el trabajo
pendiente.
Tomó el sobre. Tenía el membrete del
Ministerio del Interior y el sello que indicaba que era
confidencial.
Lo abrió, extrajo la nota de su interior y la
leyó detenidamente.
La misma hacía referencia a cierta
documentación almacenada en varias cajas apiladas en aquel
rincón, que había traído un ordenanza ayer
por la tarde en varios viajes.
Se le indicaba que en razón de cierto proyecto
Testimonio, dicha documentación debía ser
destruida.
Lamentó no contar con las herramientas necesarias
para el caso aunque dicha tecnología hubiese desentonado
con el lugar, pensó amargamente.
Preparó la salamandra a su máxima potencia
verificando que hubiera suficiente combustible para la tarea a
realizar.
Las llamas comenzaron a crepitar amenazadamente
reclamando las víctimas prometidas.
Abrió las cajas y comenzó a separar los
papeles en bloques que pudieran ser fácilmente entregados
al holocausto por venir.
Pudo observar con curiosidad que se trataba de papeles,
amarillentos por el tiempo, correspondientes a permisos de
desembarco de ciudadanos de origen alemán y croata en
tiempos inmediatamente posteriores a la finalización de la
segunda guerra.
Algunos de los nombres quedarían en su mente:
Gregor, Clement, Olmo. Es que las fotos que
acompañaban a los trámites de pasaporte y
solicitudes de ciudadanía le resultaban
familiares.
También observó la presencia de otros
documentos más actuales que correspondían a
artículos de diarios y otros medios agrupados en distintas
carpetas.
Abrió una de ellas que ostentaba un nombre para
él desconocido: Carlos Fuldner.
Tomó uno de los artículos de esa carpeta..
En la parte superior estaba resaltada la fuente remarcada con un
fuerte marcador rojo.
Comenzó a leerlo:
"Clarín.com » Edición
Domingo
22.11.1998 » Zona » 110
por ciento nazis
UKI GOÑI: Autor del libro "Perón y los
alemanes. "
…
Que un capitán de las SS y espía de
Heinrich Himmler tras la guerra se convirtiera en el agente
principal de la División Informaciones de la Casa Rosada
durante la primera presidencia del general Juan Perón
parece extraído de una novela sobre ODESSA. Sin embargo
así ocurrió. Horst Alberto Carlos Fuldner era
consciente que rescatar de los tribunales de Europa a sus ex
camaradas nazis podía crear dificultades de conciencia a
algunos. Sin embargo, actuaba siguiendo instrucciones del propio
presidente de la Nación, como declaró en 1949 en un
sumario secreto de la Dirección de Migraciones que ha
sobrevivido en el Archivo General de la Nación. Nacido en
el barrio de Belgrano en 1910, de padres germanos, Fuldner
viajó a Alemania en 1922. Ingresó a las SS a los 21
años. Al recibir el llamado para cumplir el servicio
militar en Buenos Aires, en 1931, presentó una carta ante
la Embajada argentina en Berlín. Decía que a pesar
de seguir siendo argentino en el corazón ahora era
ciudadano alemán y los deberes y derechos como argentino
no son más los míos.
La Embajada le contestó fríamente que la
patria era irrenunciable. Cuando intentaba fugarse de Europa en
1935, tras protagonizar defraudaciones y estafas en Hamburgo,
Fuldner fue recapturado en alta mar frente a la costa de Brasil,
llevado a Alemania y su anillo con la calavera de las SS
ritualmente fundido. Pero para marzo de 1945, Fuldner revistaba
como agente secreto del servicio secreto de Himmler, el temible
SD, partiendo de Berlín a Madrid en una misión
programada para después de la guerra, como pudo constatar
el espionaje estadounidense en España. Traía
abundante dinero, un avión cargado de objetos de arte, su
pasaporte alemán y el argentino. En Madrid se
reunió con otros fugitivos que pronto se trasladaron por
avión y barco a la Argentina. Así fue como el
croata de la Luftwaffe Gino Monti de Valsassina; el ex embajador
croata ante Hitler, Branco Benzon; el criminal de guerra belga
Pierre Daye; el colaboracionista francés Georges Guilgaud
Degay; el criminal francoargentino Charles Lescat y el polaco
Czeslaw Smolinski sesionaron durante 1947 con Perón en la
Casa Rosada, planeando bajo el paraguas de la División
Informaciones el rescate de sus compañeros que
permanecían en Europa. Algunos de ellos estaban
relacionados con nacionalistas argentinos.
Lescat en particular con Cosme Beccar Varela y Juan
Carlos Goyeneche, habiendo el último sido colaborador del
SD en Europa durante la guerra, cuando se reunió con el
mismo Himmler y donde habría conocido a Fuldner. Para
cumplir su misión a favor de los nazis, Fuldner
retornó a Europa desde el 16 de diciembre de 1947 hasta el
16 de octubre de 1948, operando desde una oficina abierta
secretamente por el ex coronel del GOU Benito Llambí,
ahora convertido en embajador argentino en Suiza, en la calle
Merktgasse 49 de Berna. Fuldner -con el apoyo desde Buenos Aires
del jefe de la División Informaciones Rodolfo Freude-
cruzaba a sus clientes clandestinamente de Suiza a Alemania,
transportándolos a Génova y de allí por
barcos de la línea Dodero a Buenos Aires.
Durante 1947 y 1948 partieron hacia la Argentina un gran
número de criminales de guerra, colaboradores del nazismo
y ex agentes del SD, entre ellos Dinko Sakic, Erich Priebke, Ante
Pavelic, Walter Kutschmann, Friedrich Rauch, Milan Stojadinovich,
Erich Schroeder, Eduard Roschmann y Fridolin Guth. Gerhard Bohne,
a cargo del programa de eutanasia de Hitler, nombró como
referencia en el Consulado argentino en Génova al
secretario de Aeronáutica. Fuldner por aquella
época era agente de la Aeronáutica argentina en
Europa. Otros como Josef Schwamberger, Adolf Eichmann y Josef
Mengele embarcaron entre 1949 y 1950, tras haber iniciado sus
gestiones de ingreso ante las autoridades argentinas en Europa
durante 1948. El soberbio e intrigante Fuldner y sus socios Georg
Weiss y Herbert Helferich eran considerados 110 por ciento nazis
por los diplomáticos suizos en Buenos Aires, quienes el 15
de noviembre de 1948 informaron a Berna que el patrocinador de
Fuldner era Freude, secretario privado del presidente
Perón.La legación suiza en Buenos Aires consideraba
extraordinariamente delicado actuar contra Carlos Fuldner sin
arriesgar lastimar los sentimientos del muy influyente Dr.
Freude.En Berna, Fuldner era también asistido por el
diplomático argentino Enrique Moss, cónsul en
Berlín durante la guerra, y por el polaco
Smolinski.Quizás por la presión suiza o porque
había caído en desgracia con Eva Duarte, a mediados
de 1948 Freude comunicó por carta secreta a Llambí
que Fuldner cesaba su misión en Europa,
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