Vigencia del pensamiento de Marti y Fidel Castro en política medioambientalista
El pensamiento
martiano y el medio ambiente
La acción
del hombre sobre
la naturaleza se
ha ido tornando cada vez más ofensiva y depredadora,
predominando finalmente el interés
económico y comercial, unido a la ausencia durante siglos
de leyes o formas
proteccionistas que ayudaran a atenuar los fuertes y en ocasiones
irreversibles impactos ambientales negativos que se
producían, ante la indiferencia de los hombres. Y entonces
recordamos a Martí
cuando expresó: "Se nace siempre bueno; el mal se hace
después". O sea, aquél ser humano inicialmente
inofensivo con la naturaleza, dejó de serlo
definitivamente.
Resulta verdaderamente significativo el talento de
José Martí,
cuando constatamos que prácticamente, no quedó
ninguna esfera del conocimiento
humano que no estuviera representada o por lo menos
reseñada en su basta obra. Martí consideró
al tiempo como lo
que es, una dimensión irrepetible, cuya utilización
eficaz permite al hombre, diariamente, la creación de
valores
materiales y
espirituales para sí y para los demás, de
ahí la afirmación de que el tiempo es siempre
diferente y tiene una sola dirección.
José Martí, desde los 70 del siglo XIX,
apreció como la vertiginosa marcha del capitalismo se
tornaba cada vez más devastadora. Invocó entonces
un reservorio de la naturaleza original dentro del paisaje donde
incluyó a las planta y a los hombres desaparecidos por
causa de inhumanidad y la ambición de los potentados de
entonces, como herederos desde la infame colonización de
nuestros pueblos. Y afirmó "La hermosura de un pueblo
¿no es el deber de utilizarla? Lo aborda en otros
momentos con una certera visión muy adelantada para la
época donde ante la escasez de
maíz y
la abundancia de caña expone "de esto viven; del coco, de
la yuca del plátano (agricultura de
subsistencia muy limitada).
Desde niño, cuando su padre le llevara una
temporada al agreste Hanábana (Matanzas), José
Martí se entró en el paisaje cubano, y el paisaje
entró en él, con una pasión tan secreta como
decisiva. La incandescencia poética, que en Martí
fuera un íntimo sello personal y
afán siempre nostálgico, cifró la naturaleza
isleña con una gloria demasiado sedienta en el estilo de
su vida toda. El amor al
paisaje natal, acrecentado en el exilio, sobre todo cuando
la tierra
amada padece bajo el dominio
extranjero, deviene angustia cerrada para los hombres con
demasiado sueño (con demasiada vida) en sus frentes. Para
Martí Patria y palmeras blancas, abiertas y sonando a la
brisa matutina, se confundían en un solo cuerpo luminoso,
arrastrador.
Martí se sentía muy atraído, tanto
por su Patria políticamente opresa como por el paisaje
delicioso que la centraba, fijado en su niñez de pupilas
absortas ya para siempre vencidas por el monte mágico. Es
de notar que en la carta escrita
a su madre, a los nueve años de edad, desde
Hanábana, el primer elemento de paisaje que nombra es
"río", un río crecido. También será
el último que nombre, horas antes de caer en Dos
Ríos.
En sus campañas revolucionarias por la América
toda, las alusiones al paisaje cubano, en medio de sus
prédicas guerreras, surgían fascinantes, llenando
de nostalgia a los cubanos expatriados, tocados por el verbo
martiano que hacía como vibrar en las mudas salas las
pencas de las palmas y los finos ramos, rumorosos, del rojo ateje
y la baría blanca.
En su añoro al paisaje
isleño Martí llegó a un extremo delirante.
En unos versos muy ardientes escritos en su exilio, se
expresaba:
¡Sólo las flores del paterno prado
tienen olor! Sólo las ceibas patrias del sol
amparan!
Fue Martí nuestro mayor exponente de la
utilización fértil y casi perfecta de cada minuto y
segundo de su fecunda existencia, para poder legarnos
ese patrimonio que
constituye su prolífica obra, cimiento inconmovible de
nuestro proyecto
revolucionario.
Y en ese deambular del conocimiento martiano repartiendo
verdades y enseñanzas por doquier, encontramos referencias
y pronunciamientos muy precisos sobre un ámbito que
está exigiendo cada día una mayor atención de gobiernos, organizaciones no
gubernamentales, así como de la propia comunidad mundial
en su conjunto por su deterioro creciente y acelerado: nos
referimos a la naturaleza, incluida hoy en un concepto
más integral: Medio Ambiente.
La defensa de la naturaleza por Martí está
expresada nítidamente en múltiples publicaciones y
correspondencias, principalmente entre 1874 y 1894, demostrando
una vez más su alta sensibilidad humana y su apego a lo
bello, por considerar la belleza fuente del conocimiento, aunque
sea una simple flor quien lo represente, de ahí su certero
pensamiento cuando escribió: "Esto es una ley: donde la
naturaleza tiene flores el cerebro las tiene
también".
Tanto en la prosa como en el verso, José
Martí, reflejó a lo largo de su obra elementos del
Medio Ambiente
como flores, plantas y
animales.
Para el Maestro, la Naturaleza era el rayo de
luz que
penetra las nubes y se hace arco iris; el espíritu humano
que se acerca y eleva con las nubes del alma, y es
bienaventurado.
Su concepto al respecto es amplio: "Naturaleza es todo
lo que existe, en toda forma, en espíritus y cuerpos;
corrientes esclavas en su cauce; raíces esclavas en la
Tierra; pies,
esclavos como las raíces; almas, menos esclavas que los
pies.
Definió a la Naturaleza como el misterioso mundo
íntimo, el maravilloso mundo externo y dejó sentada
su coincidencia en que la botánica es la base de la ciencia
médica en todos los pueblos, elemento casi único de
la sabia terapéutica china y
exclusiva en el sistema de
curación de los indígenas.
El presidente Fidel Castro
corroboró esa idea cuando en un discurso del
cinco de abril de 1987 aseguró que hay muchos de esos
economistas de pacotilla que NO entienden que haya nivel de vida
en la existencia de un botánico.
En 1874 Martí planteó: "La naturaleza hace
bien en echar sobre los hombres las catástrofes, porque
levantan en ellos virtudes que se les igualan y los doman". Este
pensamiento trata de mostrarnos que debemos modificar nuestra
actitud de no
creer en los problemas que
provocamos al medio, hasta que no somos víctimas de
nuestro propio actuar.
Está comprobado científicamente por los
estudiosos que cada acción humana tiene sobre la
naturaleza consecuencias ecológicas, por lo que se hace
imprescindible abrir un espacio a esta realidad en la conciencia
cotidiana para que no se continúen afectando los atributos
y valores que esta nos brinda y que forman parte de nuestra vida
material y espiritual.
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