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Persecución religiosa en Francia



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    1. Introducción

    2. Epopeya vandeana

    3. Mártires de la fe

    4. Genocidio

    5. Bibliografía

    "La Epopeya Vandeana"

    "Primera Cruzada Contra los "Sin
    Dios Jacobinos"

    "Primer Genocidio de la Modernidad»

    Insignia de los realistas durante
    la guerra de
    Vendée

    PRÓLOGO

    La Revolución
    Francesa, invocó los derechos del hombre para
    aplastar los derechos naturales de las personas humanas;
    alzó la bandera de la tolerancia para
    destruir a los discrepantes, y la de la libertad para
    practicar el terror y el genocidio. No obstante se la suele
    llamar "cuna del orden democrático actual"; pero en
    verdad la debemos considerar fuente del caos, de la
    subversión, del desorden, de los revolucionarismos
    totalitarios, hijos del jacobinismo galo, que como el comunismo y el
    nazismo,
    sembraron el terror, el genocidio, la guerra total, con millones
    de víctimas en su haber.

    Vaya este humilde aporte personal, que
    intenta rescatar el "Amor a Cristo Crucificado", de estos
    verdaderos "Amigos de la Cruz", para resaltar el obrar de
    quienes se ofrecieron en alma y cuerpo,
    desde sus sencillos lugares del hacer cotidiano, dando testimonio
    martirial, a fin de que no solo nos sensibilice sino, nos lleve a
    la modificación de nuestras conductas en el actuar diario,
    y exclamemos, junto a San Luis María Grignión de
    Montfort estos cuatro versos:

    "Escógete una
    cruz de las tres del Calvario;

    Escoge sabiamente,
    puesto que es necesario

    Padecer como santo o
    como penitente,

    o como sufre un
    réprobo que pena eternamente"

    Si bien todo se doblegaba ante los comisarios de la
    Convención, y se paralizaba por el terror instaurado,
    sólo en algunos Departamentos de Occidente hubo fuerza y
    valor para
    resistir, fortaleza sustentada en la fe y religión de los
    padres.

    Así, al norte del Loire, en la Bretaña y
    Normandía, país de los bretones y normandos, de
    sangre
    caliente, valerosa y de tenaz perseverancia, la agitación
    partió de la nobleza, que esperaba arrastrar consigo al
    pueblo.

    Al sur del Loire, al contrario, país descendiente
    de los antiguos vénetos, el levantamiento partió
    del pueblo y arrastró consigo a la nobleza.

    Ambos pueblos eran sencillos, laboriosos y píos;
    no corrompidos por el iluminismo ni por la literatura disolvente del
    siglo XVIII. La nobleza no se había arruinado por la
    prodigalidad y la frivolidad de aquella época,
    característica en París. Como bien nos
    señala en sus Memorias,
    Madame Larochejaquelein: "Los señores no cercaban su
    terreno; repartían la cosecha con el masovero que lo
    trabajaba; cada día tenían, por lo tanto, comunes
    provechos y relaciones que presuponían mutua confianza y
    honradez".

    "No deseamos la guerra, pero tampoco la tememos.
    Queremos volver a tener nuestros sacerdotes legítimos, y
    no intrusos, nuestros antiguos párrocos que eran nuestros
    bienhechores y nuestros mejores amigos, que compartían
    nuestras penas y afanes, y por su piadosa instrucción y
    sus ejemplos, nos enseñaban a soportarlas. Estamos
    dispuestos a derramar la última gota de nuestra sangre por
    la religión de nuestros padres. Queremos de nuevo la
    monarquía, no queremos vivir bajo un
    gobierno
    republicano, que no trae más que la división,
    confusión y guerra"
    , señalará un
    manifiesto recogido por Mortimer Ternaux, sintetizando el sentir
    de los campesinos.

    En la pureza de las costumbres y en la fe, ambos
    poseyeron la fuerza para acciones
    heroicas hasta el martirio, en defensa de Dios, de la
    Religión Católica, Apostólica y Romana, de
    la Santa Madre Iglesia y del
    Rey, pilares fundantes de la Francia Católica,
    Monárquica y Tradicionalista.

    Imbuidos de este noble espíritu de Amor a la
    Cruz, cierro con esas sabias palabras que el Santo de Montfort
    expresara para Los Amigos de la Cruz:

    "Decidíos, queridos Amigos de la Cruz, a
    padecer toda clase de
    cruces, sin elegirlas ni seleccionarlas; toda clase de pobreza,
    humillación, contradicción, sequedad, abandono,
    dolor psíquico o físico, diciendo siempre:
    Pronto está mi corazón,
    ¡oh Dios!- está mi corazón dispuesto

    (Sal. 57). Disponeos, pues, a ser abandonados de los hombres y de
    los ángeles y hasta del mismo Dios; a ser perseguidos,
    envidiados, traicionados, calumniados, desacreditados y
    abandonados de todos; a padecer hambre, sed, mendicidad,
    desnudez, destierro, cárcel, horca y toda clase de
    suplicios, aunque no los hayáis merecido por los
    crímenes que se os imputan. Imaginaos, por último,
    que después de haber perdido los bienes y el
    honor, después de haber sido arrojados de vuestra casa
    -como Job y Santa Isabel de Hungría, se os lanza al lodo,
    como a está Santa, o se os arrastra a un estercolero, como
    a Job, maloliente y cubierto de úlceras, sin un retazo de
    tela para cubrir vuestras llagas, sin un trozo de pan -que no se
    niega al perro ni al caballo-, y que, en medio de tales extremos,
    Dios os abandona a todas las tentaciones del demonio, sin
    derramar en vuestra alma el más leve consuelo espiritual.
    Ahí tenéis, creedlo firmemente, la meta suprema
    de la gloria divina y la felicidad verdadera de un
    auténtico y perfecto Amigo de la Cruz".

    «Mitis depone colla, Sicamber,
    adora quod incendisti, incende quod
    adorasti»

    Remigio, Obispo de
    Reims

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