"La filosofía no tiene un
valor de
supervivencia
más bien es una de las cosas que
dan
valor a la
supervivencia"
(C.S. Lewis)
Con el vertiginoso desarrollo de
la ciencia y
posteriormente de la tecnología, muchos se
desesperan por la sobrevivencia de la vetusta filosofía.
En una época dominada por el saber almacenado en
microdiscos de Alta Densidad, por
el lenguaje de
las estadísticas y por el criterio de la
aplicación, donde absolutamente todo tiende a "quemarse",
a capturarse y a volverse información, ¿qué afecto
puede aún despertar la filosofía?
¿Vale la pena estudiar, o sencillamente
interesarse en Filosofía, 2600 años después
de su fundación, cuando la ciencia y la
tecnología se anuncian como escobas del misterio, capaces
de barrer lo desconocido?
De hecho, entre las cosas que pertenecen al
ámbito de lo que sirve no encontramos la Filosofía,
sino una cantidad de objetos tales como el automóvil, la
calculadora, la informática, los cubiertos de plástico,
el horno de microondas, el
equipo de sonido, las
cremas humectantes, el filtro solar, las bebidas
dietéticas, el celular, y una larga lista de utensilios.
¿Para qué "sirve" entonces la Filosofía si
ni siquiera encuentra cabida entre las cosas que
sirven?
Si diéramos crédito
a los antiguos romanos que sostenían "primum vivere,
deinde filosofare" (primero vivir, después filosofar),
desde ahora mismo pudiéramos concluir que la
filosofía, en efecto, no sirve para nada y, por
consiguiente, reconocerla como una pieza inútil en el
teclado
moderno.
Sin embargo, hay otra razón más poderosa
por la cual la Filosofía, como subrayamos anteriormente,
no sirve. Se trata de una razón muy simple. La
Filosofía no sirve para nada porque no tiene
vocación para la servidumbre.
La palabra servir deriva del latín "servio" que
significa vivir en la esclavitud tener
dueño o estar sometido. La palabra "servil" deriva de la
misma raíz y si algunos terminan como lacayos, tiralevas y
borregos es debido a su excesiva disposición a servir. Y
hasta palabras como adulador, obsequioso y rastrero son
considerados por la Real Academia Española como
sinónimos de servil. De aquí que no haya objeto
más lejano de todo tipo de servidumbre que la
Filosofía.
Sin duda, la Filosofía no sirve para darse
ínfulas, para ganar privilegios, para conseguir autoridad o
cualquier otro podercillo. El poder vuelve
prepotente y quienes lo buscan se muestran, al menos en la etapa
en que aun no son poderosos, lisonjeros o cuanto menos sumisos,
serviles. Paradójicamente es el poder el que
entraña servidumbre. En la práctica, el poder se
basa en un acto constante de servidumbre pues al poderoso el
poder nunca le parece suficiente.
El filósofo, aunque sea un muerto de hambre, es
un aristócrata y no sólo por el origen
aristocrático de la Filosofía, sino porque, en todo
caso, la Filosofía sólo procura servirse a
sí misma y no para saquear o dejarse saquear de
otros.
La tecnología, por ejemplo, está
enteramente manipulada por la ciencia y mucha de la ciencia
moderna, a su vez, está en función de
acuciantes intereses financieros. Hace tiempo que la
ciencia y la tecnología entraron a cotizarse en la
bolsa de
valores. Y hasta el Prozac, la aspirina Bayer y la Alka
Seltzer se ajustan a los vaivenes del mercado igual que
el Microsoft y
los programas creados
por la Nintendo of America Inc.
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