De las abrumadoras calles de Baudelaire a los fantasmagóricos pasajes de Benjamín (página 2)
- Napoleón III
Discurso pronunciado en
1850
"Destacar los grandes edificios (…) de manera que
le de un aspecto más agradable a la vista (…) y una
defensa más fácil en los días de revueltas
(…). asegurar la tranquilidad pública por la
creación de grandes bulevares, que dejarían
circular no solamente la luz, más
las tropas y, por una ingeniosa combinación, darían
mejoras al pueblo y menos disposición para la
revuelta".
Georges Eugène
Haussmann
La ciudad europea entra en crisis a
finales del siglo XVIII: la Revolución
Industrial provoca el aumento desmedido de la población -sobre todo en los asentamientos
urbanos-, el creciendo de la producción industrial, la
mecanización de los sistemas
productivos y el desarrollo de
nuevas vías de comunicación, lo que traerá
aparejado una reforma del paisaje urbano.
Los cambios que traerá aparejado el nuevo modo de
producción serán de diversa índole: se
comienzan a derrumbar las murallas que sitiaban hasta el momento
las ciudades; la consolidación de la propiedad
privada hace que la iniciativa particular comience a intervenir
en el espacio público; se desarrolla el negocio
inmobiliario; y las epidemias exigen una intervención
pública a fin de mejorar las condiciones higiénicas
de la población. De todo esto nace el paisaje
caótico y desconcertante descrito por los autores de la
primera mitad del siglo XIX.
La innovación parecía inevitable, pero
será necesaria la llegada de Napoleón III y un funcionario decidido a
utilizar al máximo sus poderes, el barón Haussmann,
para que se realice la transformación espectacular de
París que la convertirá en el modelo a
imitar por el resto de Europa.
Las revoluciones que se suceden en Francia, desde
1789 en adelante, se deciden en París. La ciudad
sufrió una gran inestabilidad política a lo largo
de todo el siglo XIX, por lo que la ordenación
urbanística se convierte en uno de los problemas
centrales. Lo que llevó a que en 1844 se construyera otra
muralla defensiva -hoy el Bulevar Périphérique-, y
también a que, a comienzos de 1852, el emperador
Napoleón III decidiera transformar radicalmente
París bajo las sugerencias de su prefecto en el Sena,
Georges Eugène Haussmann.
Los objetivos de
la gran transformación de París fueron complejos y
de diversos tipos: desde la necesidad técnica de espacios
regulares para implantar modernas instalaciones urbanas hasta la
ventaja militar de los trazados rectilíneos para contener
los movimientos revolucionarios, pasando por la
racionalización del tráfico y las nuevas
necesidades de vivienda. Haussmann urbanizó la periferia,
abrió nuevas calles anchas y rectilíneas,
trasladó las estaciones de tren fuera del núcleo
urbano, conectadas por una trama racional, organizó nuevos
parques, construyó numerosos edificios públicos
–escuelas, hospitales y otras reparticiones
públicas-, desarrolló el alumbrado a gas y
planteó un nuevo sistema de
alcantarillado y abastecimiento de agua.
Para lograr todo esto no le importó derribar
extensas áreas de la París medieval -en especial
las que se habían destacado en la resistencia
revolucionaria- ni expropiar terrenos. Friedrich Engels en
"Contribución al problema de la vivienda" (1872) plantea
que entiende "por Haussman la practica generalizada de
abrir brechas en los barrios obreros particularmente en los
situados en el centro de nuestras ciudades (…). El resultado es
en todas partes el mismo (…), las callejuelas y los callejones
sin salida más escandaloso desaparecen, la
burguesía se glorifica con un resultado tan grandioso;
pero callejuelas y callejones sin salida reaparecen prontamente
en otra parte y a menudo en lugares muy
próximos."
"Se construye más de lo necesario y con una
densidad
mayor, con objeto de que aumenten los precios de los
terrenos (…); se cultivan las diferencias de valor, que
alimentan la renta, y se agravan los contrastes ambientales entre
las diversas zonas urbanas", lo que permitió un gran
desarrollo del negocio inmobiliario.
Pasavento muestra que las
políticas públicas llevadas a cabo
por Haussman van más allá de los objetivos
sanitarios y ornamentales: "La legitimidad de las intervenciones
no se da a apenas en torno a las
exigencias científicas, sino también por una
lógica
económica y financiera del capitalismo
triunfante. Demoler, construir, desarrollar las comunicaciones
y optimizar las prestaciones
de servicios
públicos se configuran como oportunidades lucrativas
para la embestida del capital. Por
lo tanto, la idea de lucro conjuga y refuerza los imperativos de
estética, de higiene y de
técnica"
La transformación de París no
modificará únicamente la representación del
espacio por parte de quienes la viven diariamente, sino que
será la expresión de un gran cambio en el
seno de la sociedad y,
por lo tanto, en las relaciones sociales.
Un hecho importante que marcaría la forma en que
los actores sociales perciben y se relacionan el espacio urbano
es el de la división entre lo público y lo privado.
En un decreto de 1858 se fija una frontera entre
el espacio público y el privado: la "línea de
fachada" o "frente edificable". Por un lado, se encuentran las
casas, los palacios, los talleres, las oficinas y los centros de
reunión, donde se desarrolla la vida privada impenetrable
y tutelada por las costumbres. Por otro lado, está la
vía pública, la acera, "donde cada cual se
mezcla con los otros y donde uno deja de ser reconocido, y donde
Baudelaire se siente solo entre millones de
semejantes".
La separación de estas dos esferas comenzó
a realizarse con el surgimiento de la nueva clase
emergente: la burguesía y señalará las
diferencias entre esta y la aristocracia. Catherine
Bidou-Zazhriasen nos habla de las contradicciones que operan
entre el cerrado ámbito aristocrático y el espacio
público burgués:
"(…) la esfera pública burguesa se construye
tanto mental como espacialmente, en el intercambio de
informaciones y la sociabilidad particular que autorizaba la
asistencia frecuente a cafés, clubes, restaurantes de un
género nuevo, que conocieron las grandes
ciudades del siglo XIX (en donde los periódicos
frecuentemente estaban a disposición de los clientes) y que
no tenían parecido con los círculos o clubes muy
cerrados de la aristocracia. Esta esfera pública debe
entonces mucho a la creación de gacetas y
periódicos que han estado en el
origen de una ‘información pública’, que
vino a deslindarse de una información producida en torno
a la exclusiva correspondencia privada".
Las reformas haussmanianas fueron decisivas en la
imagen del
París moderno, cuyas características principales,
que perduran hasta el día de hoy, son los largos y anchos
bulevares, articulados mediante plazas circulares, y las
perspectivas monumentales, como la de la Ópera o la del
Arco de Triunfo. Estos cambios ejercieron una enorme influencia
en el planeamiento
urbanístico que se llevaría a cabo en el resto del
mundo desde allí en adelante. Su principal
contribución consistió en vislumbrar la necesidad
de un poder
público fuerte para organizar la ciudad moderna,
articulado por medio de la normativa urbanística y garante
de la reproducción capitalista.
Baudelaire y la
modernidad
de París
"(…) Se fue el viejo París (la forma de una
villa
se cambia, ¡ay!, muy de prisa; el corazón es
fiel).
(…) ¡París cambia! No cambia nada mi
hipocondría.
Nuevos palacios, bloques, andamios,
horizontes,
Viejos barrios…, ya todo se me hace
alegoría.
Me pesan los recuerdos como si fueran
montes.
Charles Baudelaire
Como ya lo decíamos, muchos son las
modificaciones que sufrirán las ciudades europeas desde
finales del siglo XVIII en adelante. Habrá cambios
inesperados debido al auge de la economía capitalista
que, a su vez, traerán aparejados modificaciones en la
infraestructura de las ciudades que deberán ser
enfrentadas por los poderes del momento. Esto es lo que sucede
-expresado ya en el apartado anterior- con la
haussmanisación de París.
Uno de los elementos más importante que
surgirán en el período son los espacios del
consumo y la
distracción, del ocio y del sueño: los pasajes, los
grandes almacenes, los
crystal palace. Respecto a esto, Amendola
manifiesta:
"La gran metrópoli decimonónica se
declara capaz de reasumir el mundo y ofrecerlo al consumo y a
la curiosidad de sus habitantes. Los pasajes, los grandes
almacenes, las exposiciones universales, son los lugares donde,
a diferentes escalas, el mundo y la historia enteros se
ofrecen al consumo y a la admiración".
Si hablamos de París y de los pasajes resulta
necesario hablar de Baudelaire. El poeta es visto por Benjamin
como el modelo del flaneur. Y el flaneur aparece
como el prototipo del hombre
moderno, como aquel que es vital para la concepción de la
ciudad moderna, como quien resulta imprescindible para describir
esta París que es escenario de los cambios más
significativos del siglo XIX. Amendola resume en el siguiente
párrafo
las características del flaneur y su
relación con las calles de París:
"El flaneur, protagonista incuestionable de los
pasajes, es el burgués. En el París de los
pasajes y de los grandes bulevares nace el flaneur que
hace de la ciudad, convertida en lugar de aventura por
excelencia, no tanto su casa, porque no tiene casa, como su
escenario. El flaneur, nuevo héroe de la ciudad
moderna vive en la muchedumbre sin sufrirla, es capaz de vivir
en el instante fugaz, extranjero y ciudadano al mismo tiempo,
cruza la ciudad sin caminos preestablecidos pero es capaz de
hallar significado en sus propias huellas. (…) Lo que tanto
Baudelaire como Benjamin tenían claro era que el
flaneur necesitaba una ciudad particular, formas urbanas
particulares, un clima
particular. (…) El flaneur no se podría pensar
sin los grandes bulevares y las grandes aceras donde se puede
correr hacia un destino y, al mismo tiempo, detenerse;
él sería inimaginable sin los pasajes,
sería imposible divisarlo en una ciudad que fuese
incapaz de ponerse ella misma como objeto y campo del juego
inagotable que es la experiencia urbana entendida como continuo
e inextinguible descubrimiento. Este nuevo protagonista urbano
presupone una ciudad específica, cuya vida y forma solo
son capaces de producir aquellos estímulos que él
busca. El flaneur, dicho de otra manera, no sería
imaginable sin el París Capital del Siglo
XIX".
Mercier habla de "un espectador privilegiado de lo
urbano -poeta, historiador, cronista o detective- que rescata los
elementos más preciosos de aquello que podría ser
basura pura,
más que componer una imagen de la ciudad". El cronista de
la urbe es aquel que ve cosas que otros no pueden observar. Esto
es lo que Baudelaire manifestará en sus poemas: lo que
otros no pueden captar de la experiencia de la modernidad. De
aquí en adelante, analizaremos la concepción de
modernidad expresada en su obra a partir de su particular
visión de flaneur.
****
Baudelaire manifiesta que la modernidad
tiene una "belleza pasajera, fugaz" y que todo lo que es
noble y bello es el resultado de la razón y el
cálculo. El crimen (…) es
originalmente natural. La virtud, por el contrario, es
artificial sobrenatural (…)". Vemos que, para él,
la virtud, lo bello en la modernidad es pasajero y deriva
del racionalismo cartesiano
característico de la época, por el cual
Baudelaire parece fascinado:"El Sr. G (…) admira la eterna belleza y la
sorprendente armonía de la vida de las capitales,
armonía tan providencialmente mantenida en el
tumulto de la libertad
humana. Contempla los paisajes de la gran ciudad (…).
Disfruta de los bellos carruajes, de los fieros caballos,
de la limpieza deslumbrante de los botones, de la destreza
de los lacayos, de los andares de las mujeres ondulantes,
de los niños guapos, felices de vivir y de
estar bien vestidos; en un apalabra, de la vida
universal."El poeta parece deslumbrado con la gran ciudad y
con los avatares de la modernidad. En el escrito
mencionado, la nueva época aparece como un gran
desfile de modas, como un sistema de apariencias
deslumbrantes, fachadas brillantes, con los brillantes
triunfos de la decoración y del diseño. Él héroe de
este espectáculo es el pintor Constantin Guys, este
espectador que se maravillas ante la vida de la urbe. Lo
que Baudelaire hace es una especie de publicidad de la vida moderna. Marshall
Berman escribe: "Existe un cuerpo importante de escritos
modernos (…) que suenan mucho a publicidad. Estos
escritos consideran que toda la aventura de la modernidad
se encarna en la última moda, la
última máquina, o (…) en el último
regimiento modelo."Vemos como Baudelaire apreciará su tiempo
de manera contradictoria: por un lado, como una experiencia
abrumadora, asfixiante; mientras que, por el otro, se
verá encantado por los cambios que
traerá.Berman señala que para Baudelaire "la
realidad moderna es completamente odiosa, carente no solo
de belleza, sino hasta de potencial de belleza". Baudelaire
lucha contra la confusión entre progreso material y
espiritual y se queja: "Tomad a cualquier buen
francés que lee su diario en su café y preguntadle que entiende por
progreso, y contestará que se trata del vapor, la
electricidad, el alumbrado a gas, milagros
que los romanos desconocían y cuyo descubrimiento es
el testimonio indudable de nuestra superioridad sobre los
antiguos. ¡Tal es la oscuridad que reina en ese
cerebro
infeliz!"."Para Baudelaire, la lección es que la vida
moderna tiene una belleza autentica y distintiva (…)
inseparable, no obstante, de su inherente miseria y
ansiedad, de las facturas que tiene que pagar el hombre
moderno. (…) Pasa bruscamente de la arrogante
incertidumbre de que la idea moderna del progreso es
ilusoria a una intensa ansiedad ante la posibilidad de que
ese progreso sea real", concluye Berman (27).****
- En "El pintor de la vida moderna" Baudelaire
manifiesta claramente su idea de modernidad: una época
en la que ya no hay cosas eternas y duraderas y el
héroe de la misma es el hombre
común, aquel testigo de los cambios que lo acechan.
Anthony Cussen en su ensayo "El
poeta de la vida moderna" expresa: "La movilidad continua y
creciente de la urbe, hacía que Guys estuviera a cada
instante desplazando su mirada para registrar nuevas
experiencias en su memoria
–‘como si temiera que las imágenes se le
escaparán’-, amenaza con acabar con la idea de
lo fijo, de lo unitario, de lo clásico". - "Observador, paseante, filósofo,
llámese como se quiera; pero, sin duda, para
caracterizar a este artista, os obligareis a gratificarle con
un epíteto que no podríais aplicar al pintos de
las cosas eternas, o al menos duraderas, de las cosas
heroicas o religiosas. Algunas veces es poeta; más a
menudo se aproxima al moralista o al novelista; el pintor de
la circunstancia y de todo lo que sugiere de
eterno."
Charles
Baudelaire
Observador, paseante, filósofo…
Baudelaire utiliza para caracterizar a Guys los mismos adjetivos
que más tarde utilizará Benjamin para hablar de
él. Ese pintor de la vida moderna descrito por el poeta es
casi una autodescripción. Es el flaneur, es un
"gran enamorado de la multitud y del incógnito", "muy
viajero y muy cosmopolita":
"(…) Hombre del mundo entero, hombre que comprende
el mundo y las razones misteriosas y legítimas de todas
las costumbres; (…) Se interesa por el mundo entero; quiere
saber, comprender, apreciar todo lo que pasa en la superficie
de nuestra esfera. (…) La curiosidad puede ser considerada
como el punto de partida de su genio".
Si hablamos del pintor de la vida moderna, este
debe tener cierta devoción por las multitudes, ya que son
uno de los elementos más característicos de la
nueva época que nacerá con la Revolución
Francesa: "Su pasión y su profesión es
adherirse a la multitud. Para el perfecto paseante, para el
observador apasionado, es un inmenso goce elegir domicilio entre
el número, en lo ondeante, en el movimiento, en
lo fugitivo y en lo infinito". Y comparará su
visión con la del niño que "todo lo ve como
novedad, está siempre embriagado".
Según Berman, Baudelaire "no es un artista que se
esfuerza por distanciarse de la gente común, sino que se
ha sumergido en su vida más profundamente que cualquier
otro artista anterior". Lo esencial de la modernidad es hacer que
todo sea nuevo, lo cual abruma al poeta, y el heroísmo de
la vida moderna consiste en que esta se encuentra en un constante
conflicto, en un proceso de
cambio permanente al cual el hombre moderno debe adaptarse,
entonces presenta como ejemplos heroicos al político, al
hombre de negocios.
****
Pasavento manifiestas que hay una "París
imaginaria que se construye en contra y a favor de la
París real" y que "es responsabilidad de aquellos espectadores
privilegiados de lo social, que rescatan la sintonía
fina de una época, traduciéndola en discursos e
imágenes literarias". Uno estos espectadores
privilegiados, que encontrará en París su fuente de
inspiración, será Baudelaire.
Cuando leemos sus poemas, nos maravillamos ante las
descripciones de la gran ciudad que él pinta en su
despertar, en sus muchedumbres que bullen en las calles
céntricas, en los viejos borrachos que van dando tumbos en
los arrabales o cuando se extasía ante sus ocasos. Es
París, es la villa de esplendores y miserias. Nos habla de
las fábricas en actividad, de chimeneas humeantes y de
altos campanarios, nos habla de la multitud que va ocupando las
calles de la ciudad, y es precisamente la presencia de la
multitud lo que convierte a París en ciudad cosmopolita,
lo que la hace aparecer como "la capital del siglo
XIX".
La obra de Baudelaire rescata los contrastes de la gran
ciudad, plantea una ambigüedad constante entre multitud y
soledad, ricos y pobres, dandismo y compasión popular,
soñar y despertar. Estas contradicciones fueron surgiendo
con el advenimiento de la modernidad y, sobre todo, con las
reformas haussmanianas que conectaron con calles y avenidas todos
sus barrios, reestructuraron los asentamientos populares,
diseñaron grandes bulevares para mejorar la
circulación de vehículos y abrieron la ciudad a
todos sus habitantes.
Las grandes avenidas, iluminadas y rodeadas de
espléndidos cafés de moda eran frecuentadas por la
gente elegante, pero con la esta apertura de la ciudad se
hacía inevitable la presencia allí de los
más pobres. Esto es expresado por Baudelaire su poema "Los
ojos de los pobres" (El Spleen de París, N°26). Berman
lo resume de esta manera:
"(…) Estaban sentados en la terraza ‘frente a
un nuevo café que hacia esquina en un nuevo
bulevar’. El bulevar ‘estaba todavía lleno
de escombros’, pero el café ‘ya desplegaba
con orgullo sus incómodos esplendores’. Su
calidad
más espléndida era una iluminación novedosa y abundante (…).
en otras circunstancias, el narrador podría haberse
revelado contra esta enormidad comercial; enamorado, sin
embargo, podía reírse afectuosamente, gozando su
atractivo vulgar (…). Una familia pobre,
vestida de harapos (…) se han detenido justo delante de ellos
y miran arrobados el mundo nuevo y brillante interior (…) Su
fascinación no entraña sentimientos hostiles; su
visión del abismo entre los dos mundos es triste, no
agresiva, no resentida sino resignada. A pesar de ello el
narrador comienza a sentirse incómodo, ‘un poco
avergonzado de nuestros vasos y jarras, demasiado grandes para
nuestra sed’(…)"
Y luego Berman se pregunta: "¿Qué hace que
este encuentro sea característicamente moderno?
¿Qué lo distingue de una multitud de escenas
Parísienses anteriores de amor y lucha
de clases? La diferencia es el espacio urbano en el que se
desarrolla nuestra escena. (…) La diferencia, en una palabra,
es el bulevar; el nuevo bulevar de París fue la
innovación urbanística más espectacular del
siglo XIX y el paso decisivo hacia la modernización de la
ciudad tradicional".
Respecto a los cafés, cabe resaltar lo dicho por
Amendola. Este autor plantea que muchos han interpretado a estos
cafés, característicos de los pasajes -tema que
desarrollaremos a continuación-, como representativos del
triunfo de la democracia
moderna, ya que cualquier trabajador sólo por el precio de un
café podía mirarse en sus lujosos espejos. Pero
esto realmente no sucede. El tercer estado, el pueblo, nada tiene
que ver con los pasajes y sus cafés: como mucho
podrá mirar con la nariz pegada a los cristales y "con los
ojos de los pobres", como en el poema de Baudelaire, a los
burgueses tomando café.
Los bulevares diseñados por Haussmann crearon
nuevas bases para reunir grandes cantidades de personas, haciendo
surgir, como decíamos antes, a uno de los elementos
más característicos de la época: la
multitud. Berman comenta que estaban bordeados de negocios y
tiendas de todas clases y que en todas las esquinas había
restorantes y cafés con terrazas. Estos cafés
serán vistos en todo el mundo como el símbolo de la
vida Parísina. Además, al igual que los
bulevares, las veredas eran muy amplias y bordeadas con bancos y árboles
frondosos. Estas características contribuyeron a hacer de
París un espectáculo seductor y convirtieron sus
calles en el lugar donde se desarrollaría la vida
pública, ya escindida de la vida privada.
Walter Benjamin será quien dará a
Baudelaire el nombre de flaneur. Este es el paseante,
el observador, el hombre moderno que "se desplaza por la urbe
en una insaciable y permanente búsqueda de lo otro".
Un paseante que se pierde o se hunde dentro de la
muchedumbre, pero sin llegar a confundirse con esta.
"Baudelaire ama la soledad pero la quería en la
multitud", dice Benjamin. Soledad del diferente. Aquel que,
como ya lo decíamos, es capaz de ver y comprender
aquellas cosas que a los demás se les escapan.
Benjamin, al plantear la necesidad de "aprender a perderse"
en la propia ciudad, de cierta manera se estaba describiendo
a él mismo como una especie de flaneur. Esta
idea significa una ardua tarea, ya que debemos desnaturalizar
ese paisaje que habitamos y recorremos
cotidianamente:"Perderse en una ciudad como quien se pierde en el
bosque, requiere aprendizaje.
Los rótulos de las calles deben entonces hablar (…)
y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle
las horas del día (..)" .El flaneur será capaz de comprender
estos significados que la ciudad va poniendo en su camino.
Benjamin consideraba a la ciudad como un texto, y a
su vez, pensaba al texto como una ciudad. Se preocupaba por
encontrar una forma de "escribir la ciudad" que respetara la
importancia otorgada a la experiencia y a las imágenes
de las cuales se alimentaba la ciudad. En su forma de pensar
la ciudad como texto, no podía expresar las
sensaciones que ella generaba en los términos
tradicionales usados por las ciencias
sociales, sino que recurrió a un manejo del texto que
refleja las imágenes e impresiones que generó
la ciudad en su mente.La ciudad como texto debe ser descifrada, esconde
interpretaciones diversas que no cualquiera es capaz de
interpretar. Esa era la pretensión de Benjamin al
estudiar, al describir, y al leer los pasajes de
París, por lo que decide usar códigos distintos
y para ello analizará la literatura,
los textos oficiales y las descripciones de las guías
turísticas.Benjamin no partirá de un objeto construido
metodologicamente, sino que su estudio se centrará en
algo banal: los pasajes. El pasaje, una forma
arquitectónica-urbana que tuvo su esplendor hacia
fines del siglo XVIII y mitades del XIX, "permite entender
realidades complejas, particularmente la presentación
y representación de la mercancía, y no
sólo la producción de las mismas".
Hiernaux-Nicolás manifiesta:"Es entonces por medio del estudio de la
forma-pasaje, de sus contenidos elementales, que Benjamin
pudo construir un modo de comprensión integral de la
mercancía en su presentación. La luz
transformada por la presencia del vidrio, la
presencia de la iluminación a gas, pero también
las demás actividades que acompañaban a la
venta de
productos
de la primera fase de la industrialización, se
tornaron los objetos de su inquisición
desprejuiciada".El estudio de lo cotidiano nos lleva a utilizar
constantemente nuestros sentidos más elementales, nos
obliga no solo a poner en marcha el intelecto, sino
también a agudizar nuestros cinco sentidos. Gilloch
declara: "Benjamin trata de revelar y de dar vos a la
experiencia y al carácter de las formas sociales
modernas, a través del rescate, del examen y del acto
de descifrar las minucias y los desechos de la existencia
urbana".****
"La fantasmagoría de la cultura
capitalista alcanza su desplieguemás luminoso en la Exposición Universal de
1867.El Imperio está en la cumbre de su
poder.París se confirma como la capital del lujo
y de las modas."Walter
BenjaminLas exigencias que impone el sistema capitalista y
su correspondiente sistema
político -la democracia- son claramente visibles
en las ciudades que surgirán luego de la Revolución Industrial: exigencias de
producción y acumulación, de legitimación y control.
Consumo, movilidad social y sueño se convierten en
factores decisivos de la producción de la nueva urbe.
En la ciudad del siglo XIX, no solo surgen los monumentos de
la economía moderna -la fábrica-, sino que
también lo harán los de la democracia -el
parlamento y el ayuntamiento- y los nuevos espacios de
consumo, de evasión y de tiempo libre: los
Pasajes.Según Améndola, los pasajes
habían "nacido simplemente como conexión
cubierta y acristalada entre dos calles", como una calle
entre calles y se convierten rápidamente en el
salón de la ciudad. En un París donde
todavía no han aparecido las grandes aceras de los
bulevares haussmanianos animados por la gente y los
cafés, los pasajes son el único espacio donde
es posible parar, encontrarse y moverse. Pasear en ellos se
hace confortable gracias a las nuevas tecnologías,
más deseable por su concentración de comercios
y más excitante por la cantidad de gente que circula.
"Los pasajes son los salones de la nueva burguesía
Parísina que sale de los cafés donde (…)
había preparado la revolución y ahora conquista
la ciudad creándose espacios a medida de sus
exigencias prácticas y simbólicas".Será en "París, capital del siglo XIX"
donde Benjamin realizará su análisis de los pasajes. Según
él, estos surgen diez años después de
1822 y la primera condición de su prosperidad es el
aumento del comercio
textil."Son los precursores de los basares (…). Son un
centro del comercio en mercancías de lujo. En su
decoración el arte se pone
al servicio
del comerciante. Los coetáneos no se cansan de
admirarlos. (…) Una guía ilustrada de París
dice: ‘Esos pasajes, una nueva invención del
lujo industrial, son pasos, techados de vidrio y enlosados de
mármol, a través de bloques de casas cuyos
propietarios se han unido para semejantes especulaciones. A
ambos lados de esos pasos, que reciben su luz de arriba,
discurren las tiendas más elegantes, de tal modo que
un pasaje es una ciudad, incluso un mundo
pequeño.’ Los pasajes son el escenario de las
primeras iluminaciones a gas".La segunda condición que marca
Benjamin para el surgimiento de los pasajes serán los
comienzos de las edificaciones de hierro,
con este "aparece por primera vez en la historia de la
arquitectura
un material de construcción artificial"."El empuje decisivo lo recibe cuando se pone en
claro que la locomotora (…) solo puede utilizarse sobre
rieles de hierro. (…) Se evitaba el hierro en la
construcción de viviendas y se utilizaba en los
pasajes, en los pabellones de exposiciones, en las
estaciones, edificaciones todas que servían para una
finalidad transitoria. Al mismo tiempo se aplicaba el terreno
arquitectónico de aplicación del vidrio. Pero
los supuestos sociales para su utilización acrecentada
como material de construcción solo se dan cien
años después".El uso del hierro y del vidrio hacen posible estos
espacios de evasión, pero también
marcarán uno de los lugares que, junto con la
fábrica, será característico de la
modernidad: la estación de tren. Las mercancías
que llenan las estanterías de los pasajes y de los
nuevos grandes almacenes Parísinos presuponen tanto la
fábrica como la estación. En ellos se condensan
las cualidades más significativas de la época,
por eso debe ser que Benjamin decidió
estudiarlos.Los pasajes y las Exposiciones Universales modifican
el valor de uso de las mercancías. Ocurre la
"entronización de la mercancía". Se inaugura
"una fantasmagoría en la que se adentra el hombre para
dejarse disipar" y se abandona a "sus manipulaciones al
disfrutar de la enajenación de sí mismo y de los
demás"."Las Exposiciones Universales son lugares de
peregrinación al fetiche que es la mercancía.
(…) A estas Exposiciones les preceden las de la industria
nacional (…) Ésta parte del deseo de divertir a la
clase obrera, para la cual será una fiesta de la
emancipación. En primer plano están, pues, los
obreros como clientes."Benjamin manifiesta de qué modo la clase
obrera aparece no solo como trabajadores al servicio del
capital, sino también como compradores de los
productos fabriles. El surgimiento de los pasajes -y los
sueños e imaginarios sociales que se desarrollaran en
base a ellos- resultará fundamental en la
consolidación de la esfera del consumo, tan importante
para la reproducción capitalista.****
Al igual que Baudelaire, Benjamin
interpretará las refacciones haussmanianas como una
experiencia abrumadora, que modifica la percepción de la ciudad y las
relaciones sociales. Las largas calles y los grandes
bulevares abiertos aparecen para Benjamin con finalidades
artísticas, estéticas, donde las instituciones de la burguesía
–los cafés, los comercios, el parlamento-
encontrarán su lugar. Los bulevares serán el
marco para estas instituciones puedan propagarse.Pero la verdadera finalidad de los bulevares
será impedir las futuras barricadas que puedan
desarrollarse en ellos. Las anchas calles permitirán
el mejor desplazamiento de las tropas y establecerán
un camino más corto entre los cuarteles y los barrios
obreros, ya que con ellos la ciudad quedaba conectada en su
totalidad. Baudelaire no alcanzará a ver que estos
objetivos planteados por Haussmann no podrán
cumplirse. En 1871, cuatro años después de
la muerte
del poeta, estas anchas calles serán escenarios de una
de las revoluciones más significativas del siglo XIX:
la Comuna de París.Benjamin analizará como con la Comuna
resucitan las barricadas No solo que no pudieron evitarse,
sino que el sistema de avenidas planteado por el barón
favoreció el asentamiento de las mismas. Aparecen
más fuertes y seguras que nunca. "La Comuna acaba con
la fantasmagoría que domina la libertad del
proletariado" y gracias a ella se terminará con la
apariencia de que la lucha del proletariado es la mima que la
de la burguesía, pero el final desgraciado de este
movimiento se deberá a que no cuenta con una teoría revolucionaria que le
señale el camino.La Comuna no hubiese sido posible sin los bulevares
y sus anchas calles. El producto
de esta revuelta será el incendio de París que,
para Benjamin, es la digna conclusión de la obra de
destrucción de la ciudad iniciada por
Haussmann.Benjamín y
los Pasajes de ParísConclusión
Los poetas de la
calle
Hemos desarrollado dos visiones muy particulares de la
ciudad moderna que, si bien hablan específicamente de
París, exponen categorías que pueden ser aplicadas
a cualquier ciudad que experimentó los cambios sociales,
políticos y económicos traídos por la
modernidad. Elegimos a Benjamin y a Baudelaire para realizar este
análisis, no solo por sus particulares visiones, sino
también por las semejanzas y continuas relaciones que se
establecen entre ellos.
Tanto Benjamin como Baudelaire describen personajes en
los cuales analizan características que son propias de
sí mismo. Como decíamos, Baudelaire definirá
a Guy como si estuviese haciendo su autorretrato. Mientras que
Benjamin hablará de Baudelaire como el flaneur que
él también es. Ambos harán una descripción de la ciudad que sólo un
observador especializado puede realizar. Encontrarán
categorías de análisis en hechos y lugares banales,
explicarán la naturaleza de
la ciudad con un lenguaje
poético y preocupados por los cambios acontecidos con el
advenimiento de la modernidad.
Tanto Baudelaire como Benjamin encontrarán en la
calle una salida, el deambular por la ciudad que habitan
será su forma de liberación, a pesar de la
pesadumbre que les causan las cualidades de los tiempos modernos.
La muchedumbre, la multitud, característica de nuestra
época, causará cierta molestia sobre sus vidas
cotidianas, pero se sentirán obligados a sumergirse y
perderse en ella para poder comprender el verdadero significado
de la ciudad que los rodea.
Marshal Berman nos marca la diferencia entre el
modernista y el antimodernista. El primero se siente en la calle
como en su casa, mientras que el antimoderno es aquel que
busca en la calle una salida. Benjamin y Baudelaire
representan al antimoderno. Su sensibilidad los llevará
irresistiblemente hacia las brillantes luces, las hermosas
mujeres, la moda, el lujo de los pasajes y sus cafés;
mientras sus sentidos críticos les permitirán ver
en este espléndido mundo su decadencia, su vacío,
su fugacidad, sus contradicciones. Intentarán abandonar
las tentaciones de París, pero no pueden resistirse a sus
bulevares, a sus pasajes, a la fantasmagoría de la
mercancía, a las atracciones que ofrecen los medios de
reproducción del capital. Estas contradicciones internas
hacen que estos dos poetas de la vida moderna sean
imprescindibles para quien quiera relatar las
características de nuestra época.
Rosario, Octubre de 2005
Bibliografía
- Améndola, G.: "La ciudad postmoderna" Cap.
VIII: El nacimiento de las ciudades sueño". - Benévolo, L.: "La ciudad europea". Cap. 6: "La
ciudad industrial" - Benjamin, Walter: "Poesía y Capitalismo". Cap.:
"París: capital del siglo XIX". Taurus. Madrid.1998. - Benjamin, Walter: "Infancia en
Berlín". Ediciones Alfaguara. Buenos Aires
1990. - Baudelaire, Charles: "Las flores del mal". Biblioteca
Edaf. Madrid. 1985. - Baudelaire, Charles: "El pintor de la vida
moderna"
Http: //mateu.cabot.ensemas.net//
- Berman, M.: "Todo lo sólido se desvanece en el
aire". Cap.
3: "Baudelaire: El modernismo
en la calle". Siglo XXI. Madrid. 1988. - Bidou-Zachariasen, C.: "El espacio urbano como
recurso social en la novela de
Proust" - Castells, M.: "Ciudad y revolución: la Comuna
de París" - Cussen, Anthony: "El poeta de la vida moderna".
Trabajo de
la Universidad
de California, Berkeley. Http:
//www.cepchile.com.cl// - Hiernaux-Nicolás, D.: "Walter Benjamin y los
pasajes de París: el abordaje
metodológico". - Fauquié, R.: "El azar de las lecturas: las
expresivas fantasmagorías de Walter Benjamin". Http:
//www.babad.com//. - Pasavento, S.: "O Imaginário da
Ciudade".
Antonela Scocco
Trabajo Final para la cátedra de "Espacio y
Sociedad" de la Licenciatura en Historia de la Facultad de
Humanidades y Artes de la UNR.
Biografía del Autor:
Antonela Scocco nació en Rosario, el 22 de enero
de 1983. En febrero de 2001, ingresó en la Facultad de
Ciencia
Política y RR. II. de la Universidad Nacional de Rosario,
en la Licenciatura en Comunicación
Social, de la que aún adeuda la Tesis.
También estudió Historia en la misma universidad,
Facultad de Humanidades y Artes. Trabajó como periodista
en radio y
gráfica, y en publicidad y comunicación en el
Gobierno de la
Provincia de Santa Fe, Argentina.
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