- Deslinde e integración
ética - Una muchacha
feliz - Deslinde
diagnóstico - Ego-sintonía
versus ego-distonía - Carta a una
madre - Considerando
el malestar de la persona, si lo hubiere - El compromiso
en una sociedad de iguales - Paráfrasis
de las motivaciones - Bibliografía
Aproximaciones,
diagnóstico y
entendimiento
Deslinde e integración ética
El quehacer profesional no es ajeno al conjunto de
normas y
valores que
rigen la sociedad. El
profesional se encuentra inmerso, pues, en las vicisitudes de su
cotidianidad que forman parte de su vida.
Toda intervención estará transida,
entonces, por lineamientos deontológicos respecto de lo
que debe ser en relación a lo que es. Pero este
componente ético si bien necesario, no es suficiente al
momento de intervenir sobre una realidad concreta, dinámica y compleja como es la vida
psíquica de un ser humano, al que llamamos
paciente.
En efecto, la mismidad y abundancia de los pensamientos
y vivencias de una persona no pueden
ser parametrados dentro de normas inflexibles que no le permitan
la realización personal y,
así, la felicidad a la que todos por ley natural
tenemos derecho.
Esto no significa que la volición humana derive
en el laissez-faire o laissez passer, sino más bien
en la orientación de los actos hacia lo mejor e inocuo
para uno mismo y para los demás.
Estas dos dimensiones que conforman la individualidad
socializada son referentes o guías de cualquier conducta y de su
posterior evaluación.
El dilema se presenta cuando un acto del paciente -el
que lo motiva a la consulta profesional- "transgrede" las normas
tácitas de lo moralmente permitido en el contexto social
y, en consecuencia, aparece la aflicción por retroalimentación negativa adicionada desde
el fuero social.
Uno de los motivos fundamentales de la existencia humana
es servir al prójimo, ya desde los conocimientos y la
experiencia de cada quien a partir de su trabajo
(profesional o no profesional), ya desde la solidaridad como
valor que
promueve la cohesión social y que no está
mediatizada por la compensación o retribución
económica (material) de la persona solidaria.
Estos dos componentes pueden coexistir en el trabajo
profesional y presentarse en la atención de cualquier persona, humanizando
este quehacer.
Bien ahora: centrándonos en la búsqueda
del mayor bien del paciente y su medio, es imperativa la
solidaridad y la preparación técnica para servir
mejor a quien demanda
nuestra ayuda. Aquí el aspecto moral tiene un
lugar trascendental y debe tenerlo.
La intervención profesional, en ese sentido,
está llamada a reconocer estos elementos, priorizando el
respeto absoluto
e incondicional por la persona homosexual.
La reflexión subsiguiente está dada en
estas formulaciones: ¿hasta qué punto los
conocimientos alcanzados por la ciencia en
materia de
conducta homosexual deben ser entendidos en sí mismos sin
la mediación de lo moral?, o dicho de otra manera,
¿es conveniente que haya o no un tamiz moral en la
intervención profesional, sobre todo, en el caso de
homosexualidad?
Nos encontramos frente a la disyuntiva entre el
conocimiento científico y el orden moral. En el
presente estudio trataremos de integrar ambos elementos en un
corpus de reflexiones que no pierdan de vista al ser
humano que existe en la persona homosexual y que llega a
consulta, esperando "alivio" en lo que está
viviendo.
Una muchacha
feliz
Lorena, ha cumplido 15 años de edad y llega a
consulta en compañía de su madre.
El "problema ", según refiere su mamá
?a quien llamaremos Laura?, es que Lorena le ha confesado que
gusta mucho de una compañera de la academia de inglés,
y que, además, sostienen una relación
amorosa.
Laura muy alarmada y con lágrimas en los ojos
pide ayuda profesional para su hija, pues considera que aquello
que hace es una aberración, una falta de respeto a
la familia,
una falta de respeto a sí misma y una falta de respeto a
ella, como madre.
En realidad considera que Lorena la ha defraudado,
culpándola y culpándose, una y otra vez, por lo que
ha sucedido.
"Fui una mala madre, me equivoqué, todo lo
hice mal… si pudiera regresar al pasado y volver a vivir… no
entiendo nada… ", la madre se repite constantemente y en
presencia de su hija.
Laura tiene la plena seguridad de que,
con orientación profesional, Lorena "pondrá los
pies en la tierra",
asevera que: "siempre fue un poco rebelde… "
Lorena es hija única y siempre ha mantenido
una relación amical con su madre, pero no al grado de
compartir sus vivencias y pensamientos íntimos respecto de
su sexualidad.
Madre e hija viven juntas desde los tres años
de edad de esta última. Los primeros años, la
adolescente estuvo bajo el cuidado de sus abuelos maternos, pues
el trabajo de Laura no le permitía estar más de dos
días semanales con su hija.
El padre de Lorena se ausentó del hogar
antes del nacimiento de la muchacha, debido a una oportunidad
laboral en
Suecia. La separación fue de mutuo acuerdo con Laura. Y si
bien ésta asiente que pudo enfrentar con entereza la
separación, quedó muy dolida por el alejamiento de
su esposo, sobre todo ante la inminente "llegada" de Lorena. No
obstante, decide apoyarse en sus padres y trabajar con más
ahínco, para así brindarle lo mejor a su
hija.
Lorena crece con sus abuelos y recibe de ellos una
formación asentada en principios
religiosos del catolicismo. La adolescente señala que
fueron buenos con ella, y les está muy agradecida.
Recuerda que su abuela le enseñó muchas cosas: le
preparaba los alimentos, le
cantaba, la vestía, pero no entiende mucho por qué
no permitía que su abuelo la acurruque, la acaricie; no
entiende por qué, a veces, no le permitía hacer
eso. "Deja a la niña que yo le daré de comer",
"déjala que ya debe dormir", "yo la peinaré…
tú no te preocupes", le decía. Asiente, pues, que
su abuela tenía un carácter dominante y que su abuelo la
obedecía en todo.
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